De cuando Cardenio consigui el arma para acabar con la democracia
Estoy dispuesto a hacer ese viaje cuanto antes. Sin pensarlo dos veces, se
encaramó a la baranda del puente, determinado a hacer uso de la magia de la
división de las aguas. Hizo el signo mágico con los dedos y se lanzó a la
corriente del río, que se abrió como una puerta ante él. De esta forma, no le
fue difícil llegar hasta el mismísimo fondo del Océano Oriental. Caminó por él
un corto trecho, topándose con un oficial que le preguntó, sorprendido: - ¿Se
puede saber qué clase de sabio eres tú, que apartas las aguas como si fueran
mieses en sazón? Dímelo claramente para que pueda anunciar tu llegada. - Soy el
sabio Cardenio del gran risco - respondió el personaje de Cervantes y
Shakespeare -, uno de los vecinos de tu
señor, el viejo dragón. Me cuesta trabajo creer que no me hayas reconocido. El
oficial corrió entonces al interior del Palacio de Cristal de Agua e informó a
su rey, diciendo: - Ahí fuera está un sabio que dice llamarse Cardenio, del
gran risco, y que pretende ser vecino vuestro. Dado lo impulsivo de sus
modales, no me extrañaría lo más mínimo que se presentara ante vos sin ser
invitado a entrar. Al oír eso, Ao-Kuang, el Rey Dragón del Océano Oriental, se
levantó en seguida de su trono y salió a dar la bienvenida a huésped tan
ilustre, acompañado por incontables hijos y nietos de dragones de la más alta
estirpe, una cohorte de gambas - soldado y lo más selecto de sus generales -
cangrejo. - Entrad, inmortal, y honradnos con vuestra compañía - dijo su
excelencia. El cortejo se dirigió al interior del palacio y, tras ofrecer a
Cardenio el sitio de honor y un vaso de té, el rey le preguntó con suma
cortesía: - ¿Cuándo fuisteis instruido en los misterios del Tao y qué clase de
magia celeste habéis recibido? - Al poco de ser credo conocí al gran hidalgo
Don Quijote de la macha y a su escudero fiel Sancho
Panza, abandoné mi familia decepcionado del amor y la amistad para dedicarme a la práctica del Gran Arte -
contestó Cardenio -. No es extraño, por tanto, que ahora posea un cuerpo sin
principio ni fin. Últimamente he estado adiestrando militarmente a mis súbditos
con el fin de destruir a la democracia, El 11 de
septiembre de 1789, en París, durante la Asamblea Nacional Constituyente
Francesa surgían los conceptos políticos de Izquierda y Derecha. Luego de la
Revolución Francesa en Julio de 1789, la nación necesitaba organizarse, decidir
un rumbo político y dar el marco legal para consolidarlo, para ello se convocó
a una asamblea casi permanente que comenzó a sesionar el Agosto. El caos
reinante por las innumerables ideas, posturas y propuestas hicieron que se
decidiera crear grupos que coincidieran en sus preceptos esenciales y que luego
fueran expuestos por representantes globales de esa corriente de pensamiento.
El problema era que según el tema a debatir la mayoría de sus miembros migraban
a otro grupos integrados por delegados con los que se habían enemistado en la
sesión anterior, finalmente se decidió que en la sesión del 11 de Septiembre de
1789 se definieran los grupos definitivamente excluyendo los temas en los que
estaban todos de acuerdo como el derecho al trabajo, la libertad de expresión,
el ascenso por mérito y la justicia independiente y se fijó que el primer tema
a tratar sería el peso de la autoridad real frente al poder de la asamblea
popular en la futura constitución. Al llegar a la asamblea y solo por obra de
la casualidad, el grupo integrado por Los Girondinos, la aristocracia, la
burguesía terrateniente y el clero, se ubicaran a la derecha del presidente de
la asamblea, estos eran los partidarios del veto Real, el voto calificado, el
conservadurismo y la determinación de derechos según el extracto social. Los
que quedaron a la izquierda eran los Jacobinos autoproclamados “Patriotas” y
pertenecientes al Tercer Estado (ciudadanos sin derechos y plebeyos), estos
estaban a favor de instaurar una república con igualdad de derechos, voto
universal, con igualdad jurídica, estado solidario y puesto a replanteos y
reformas permanentes, por ello, cada vez que el presidente de la asamblea se
dirigía o hacía referencia a alguno de los grupos se refería a ellos como los
de “Derecha” o “Izquierda”. Hubo un grupo de indecisos o que compartían
preceptos de ambas facciones, estos fueron llamados “Moderados” o “De Centro”,
esta división del pensamiento se acrecentó durante la época de la Reforma
Francesa y fue adoptado como método de simplificación para enmarcar los
objetivos finales de los partidos políticos en el mundo entero. Esta división
general, imprecisa y caprichosa fue adoptada por el mundo entero y mientras los
partidos conservadores y las monarquías se alinearon en los preceptos de la
“Derecha”, los partidos laboristas, radicales, populistas y revolucionarios se
enmarcaron en los preceptos de la “Izquierda”, en ambos casos, quienes
impusieron estos ideales por la fuerza se los llamó de “Extrema Derecha” o “Extrema
Izquierda”. Oyendo esta historia comprendi lo diabólico del poder republicano
divide y reinaras, el campo ontológico del trabajo esta manejado por el capital
pero si los hombres volvieran al campo ontológico de la traferencia de la energia ellos se compartirían
uno al otro todos sus bienes pero los hombres estan divididos y aceptan que el
sistema administre los bienes simbólicamente con el dinero, solo tengo que
lograr la sintranferencia en el muladhara y el poder simbolico que tiene el
dinero dejara de funcionar, pasando del tenera al ser pero para eso necesito armas de imaginario y
muy potentes porque la división del muladhara esta basada en la división del
savadhisthana los hombre están capturados por formas estéticas, consumidos por
su propio deseo motivado por estas formas , necesito destruir estas formas,
superarlas y asi unir a los hombres en la multipicidad yunidad de todas las
formas y por ultimo acabar conal izquierda y la derechga y todos sus partidos
para terminar con el poder democrático y que cada uno comparta su ki librimente,
necesito biotejer el campo del trabajo, el campo del libido y el campod el chi pero
desgraciadamente no he podido encontrar un arma apropiada para mí. Ha llegado,
sin embargo, hasta mis oídos que mi honorable vecino, que lleva viviendo en
este palacio de jade verde y pórticos de nácar desde tiempo inmemorial, por
fuerza ha de poseer alguna arma celeste de sobra. Precisamente me he tomado la
libertad de molestaros, para ver si eso es cierto o no. El Rey Dragón no podía
desoír una petición tan justa. Se volvió, pues, a uno de sus comandantes y le
ordenó traer ciberarte llamativo, que
deferentemente regaló a tan ilustre visitante. https://ars.electronica.art/prix/en/winners/interactive-art/?fbclid=IwAR3ysVkdsklKfBHoyBKNlhRLc2CwhkehWlVrbTCSisiujfw_WDth0GSvMyo
- Si no os importa - dijo entonces
Cardenio -, me gustaría otro tipo de arma,
porque, a decir verdad, no se necesitan mas redes en este mundo. El Rey Dragón
volvió a ordenar a un teniente - pescadilla y a un sirviente - anguila que
trajeran un tridente de nueve puntas. https://yunchulkim.net/work/?fbclid=IwAR3uo7nnE8TpGch3B4x7AkB30cm0lXlt5VY7ZGIMF1OGXLVfnovYryHs-0M
Al verlo, Cardenio saltó de su asiento,
lo cogió con las dos manos y ensayó unos cuantos golpes. Pero se lo devolvió
casi inmediatamente, diciendo, decepcionado: - Lo encuentro demasiado
superficial solo sirve de propaganda a la ciencia. No se ajusta como debiera a
mi mano. ¿Os importaría traerme otra arma? - ¿Estáis seguro de lo que decís? -
exclamó el Rey Dragón, soltando la carcajada -. Este tridente pesa más de tres
mil seiscientos kilos. - Aun así, no se ajusta como debiera a la mano - repitió
Cardenio - ¡No logro dominarlo a mi gusto! El Rey Dragón empezó a impacientarse
y, una vez más, ordenó a un almirante - brema y a un brigadier - carpa que
trajeran un hacha enorme, que pesaba alrededor de siete mil doscientos kilos.
Cuando Cardenio la vio, corrió hacia ella y leyó su leyenda. Rosalía y la sutil ironía de nuestro tiempo
Rosalía es fascinante. No hablo de su música, sino de ella como
icono. Es hábil. Se mueve en el mundo del espectáculo con la misma naturalidad
que una actriz de la década de los cincuenta con su público. Es una hija de la
modernidad líquida y de un Andy Warhol que, si
viviera, contemplaría con fascinación los pasos artísticos de la catalana. Cada
lanzamiento musical de Rosalía es un acontecimiento en nuestro país.
Si el año pasado se hicieron diversas críticas de lo último de C. Tangana hablando
de su reivindicación del Madrid castizo, atrapado en la dicotomía entre el
«comunismo o libertad» de Isabel Díaz Ayuso y el
«no pasarán» de Pablo Iglesias, hoy es
Rosalía quien copa la crítica cultural y social con Motomami y su gira. La catalana ha cambiado las reglas
del juego. Antes, el artista era un dandi, un trovador de la vida bohemia que
rechazaba el orden burgués; ahora es un juglar más de la sociedad de consumo.
Quiere ser un ganador. Ser parte de un sistema que adora las revoluciones
estéticas. Rosalía se ríe de la trascendencia y de la seriedad del arte,
haciendo de Motomami un pastiche de diversos estilos que nos
invita a pensar en la transgresión como imperativos estéticos de una sociedad deseosa
de disidentes.
Rosalía ha evolucionado, con todos los riesgos que eso conlleva
en una sociedad que pide lealtades inquebrantables a sus artistas. No vengo a
hablar de Motomami desde el punto de vista musical, porque ni soy
músico, ni productor, sino de lo que significa ser Rosalía
en esta época. En ella encontramos constantemente giros abruptos, como cuando
asistes a una clase de spinning y, de repente, el
monitor hace un cambio brusco de movimiento y te quedas pegado al sillín de la
bicicleta, maldiciéndolo por destrozar tus cuádriceps. La catalana es una
artista que podemos escuchar en grandes cadenas de gimnasios o en McDonald’s.
No creo que la podamos culpar por ser coherente con su objetivo: ser un icono
de masas. Trascender en una época en la que la historia devora y escupe al
artista con más facilidad que nunca es difícil; y más cuando los likes son el equivalente del pulgar de un emperador
romano en el Coliseo.
En Rosalía hay desparpajo y ligereza, presentismo como vacuna
ante el futuro incierto y amenazador. Y es lógico. ¿Acaso podemos pensar en
otra cosa? El relato liberal del final de las ideologías acabó con la
posibilidad de imaginar utopías colectivas. Durante la Guerra Fría, en un mundo
bipolar atrapado entre el bloque occidental y el soviético —democracia y totalitarismo—
aún había cierta esperanza para soñar. Sin embargo, después de la caída del
Muro de Berlín, la democracia de masas —aquella que vio en la modernidad
industrial y en la tecnología la salvación del ser humano—, vivió su final de
época como consecuencia del desgaste paulatino de la socialdemocracia. El realismo capitalista —parafraseando
a Mark Fisher— no
se opone ya a lo moderno: es una
atmósfera general que condiciona no solo la producción de cultura, sino también
la regulación del trabajo y la educación, actuando como una barrera invisible
que impide el pensamiento propio. El realismo capitalista trata acerca de la
desregulación de todos los aspectos de nuestra vida, apelando a la
responsabilidad individual en detrimento de la social, y del funcionamiento de
nuestra sociedad como si de una gran empresa se tratase.
Ante la incapacidad de proyectar mundos soñados que desafíen la
dolorosa realidad en que nos encontramos, la lógica del realismo capitalista
actual extirpa el deseo de la revolución. Esto se percibe clarísimamente entre
los que vivieron mayo del 68 y sus hijos y nietos: ya no se convoca a los
jóvenes a cambiar el mundo, sino más bien a evitar aquellos comportamientos
que, cegados por la búsqueda de utopías, trajeron el totalitarismo. Desde la
perspectiva del neoliberalismo, la misión de convertir a los jóvenes en nómadas
transnacionales que acumulen recursos de todo tipo y pierdan el sentido de la
existencia ha sido un éxito. El neoliberalismo acabó con la temporalidad e
introdujo la sensación de que el futuro solo es imaginable como un blockbuster en el marco de un pasado carente de
continuidad histórica. El pragmatismo le ha ganado la batalla al idealismo.
Este punto de vista quizás nos ayude a entender de dónde partimos para analizar
un fenómeno como el de Rosalía.
El mundo de la cultura no es ajeno a este fenómeno. La condición
posmoderna fluye y refluye: podríamos decir, de hecho, que el presente roto,
desolado, constantemente se borra a sí mismo, dejando pocas huellas. Las cosas
llaman nuestra atención por un momento, pero sin que las recordemos por mucho
tiempo. Sin embargo, los recuerdos antiguos persisten, intactos. Todo lo que se
experimenta en el presente y lo que se ve en el futuro no es sino un pasado que
ya no podemos recordar. La amenaza no es la nostalgia del pasado, sino nuestra
incapacidad de salir de este. Incluso la nostalgia «futurista» y «vanguardista»
de Rosalía es una huida sin éxito de la melancolía por el pasado. La catalana
es un fenómeno cultural asociado a nuestro deseo de habitar un mundo
transformado en imágenes y simulacros de realidad. Muerto el bohemio romántico
y melancólico, el juglar actual desecha lo malo del producto, hace un trabajo
de reciclaje y lo convierte en algo presentable. Es un cínico moderno que no
busca oponerse a lo establecido, sino que desarrolla un pragmatismo que
cualquiera reconoce como sabiduría. Se erige en un comediante especializado en
mostrar la contradicción de un mundo que, en el fondo, desprecia.
Rosalía y los artistas de música urbana se dejan suplantar por
sus propios personajes, utilizando recursos de la autoficción para construir su
identidad, luchando contra su propia bancarrota emocional y contra la necesidad
del cambio político a través de una concepción elitista del ego. La catalana
hace refulgir su yo estableciendo su necesidad creativa mediante una imagen
atractiva para las aburridas clases medias, muy en consonancia con los artistas
americanos. Si observamos la portada de Motomami vemos
a una Rosalía que mezcla lo heteronormativo y lo queer. No se define. Es más: lo
evita a toda costa. El arte para ella es maniobra de escapismo. Y su imagen, un
oasis en el medio del desierto: un juego de espejos en el que uno verá solo lo
que quiera ver. Deforma el lenguaje o se hace pasar por periodista en El Hormiguero para recabar opiniones de los viandantes
sobre su carrera. Busca despertar
a las impenitentes clases medias de su adormecimiento de la mano de una ironía
que promueve el distanciamiento del artista de los compromisos políticos de
nuestra era. Hay que verlo todo como un juego: el artista no quiere tu
participación, solo tu energía. La profundidad del vínculo que unía al artista
con su público ha sido sustituida por la superficie. El espectáculo señala el
momento en que la mercancía ha colonizado la vida social.
La melancolía del periodismo cultural
Los análisis que se han hecho de Motomami han sido curiosos, porque se han centrado en
el ya caduco debate acerca de la alta y la baja cultura. La sombra de Carlos Boyero se
cierne en todos aquellos que profetizan continuamente la decadencia de
costumbres en el ámbito cultural. Casualmente, ese desprecio a fenómenos como
Rosalía acerca más al periodista pedante a las masas que desprecian que a la
élite que veneran. El establishment periodístico español,
con su culto a la «tradición», al «buen gusto» es más poppie y masa que nunca, cuando reivindica nombres de autores y
músicos como garantía de calidad, apelando a la confianza ciega en el criterio
de los mass media, despreciando todo aquello que se salga de los
viejos cánones. A partir de esa premisa, muchos periodistas culturales adoptan
una posición de Catón de la moral pública y atacan la irracionalidad del vulgo
y su simpleza.
Este tipo de interpretaciones no dista de la
sociólogos del Antiguo Régimen como Gustave
Le Bon, que veían en toda manifestación
de la masa y de sus emociones como algo horripilante. El periodista poppy publica en suplementos dominicales, adopta la
faceta del intelectual melancólico y en un tono apesadumbrado solo ve
degeneración. Echa de menos el siglo XX y el siglo XXI le
ha pillado ya con el paso cambiado. Lucha incansablemente por darle un sentido
a su existencia y a la de los demás, ofreciendo dioses allá donde solo hay
cíclopes. Y entonces la buena voluntad, el deseo de ayudar a los oprimidos de
todo tipo, se
acaba convirtiendo en un pliego de cargos contra un público analfabeto.
Es esa desidia frente a los cambios es lo que
hace peligrosos a todos los que postulan el «cualquier tiempo pasado fue
mejor», puesto que con ese desdén obvian que todo análisis cultural ha de
indagar en las inquietudes y los cambios de la sociedad en que se encuentran.
Aun así, muchos de ellos optan por actuar de forma arrogante, llevándose las
manos a la cabeza, haciendo llamamientos a la «cordura» y al «buen gusto».
Cuando el pueblo no les hace caso, se retiran a su cueva, con el orgullo
herido. Rosalía ha hecho un álbum para una juventud que ni mucho menos es como
la de épocas anteriores a la hora de relacionarse con la cultura. Nos muestra
contradicciones, pero ninguna verdad. Si el arte de la modernidad buscaba
imponer su verdad a través de sus grandes relatos, el arte actual revela la
inutilidad de cualquier intento de progreso colectivo. Rosalía cuestiona la
realidad sin criticarla abiertamente. Nos abre los ojos a través del cinismo
del diletante, reflejándonos que es el artista y no el arte lo que importan.
Canta a una sociedad que le da más importancia al artista que a la obra. Coge
conceptos, los hace visibles, y con muchas capas interpretativas, sin censura y
lirismo, se lo presenta al público.
El reciente Motomami World Tour también ha servido para poner en la diana a
la catalana por la ausencia de músicos en directo. ¿Por qué molesta que Rosalía
no lleve músicos en directo? Depeche
Mode, hasta Music for the
Masses, llevaban todo pregrabado
menos la voz, Def Leppard graban las guitarras dobles y los coros. Y esos
sí simulan estar tocando en directo. Motomami se
basa en la voz de la artista sobre un sample sencillo —en ocasiones
también de su propia voz—, alguna base rítmica programada y una pincelada
instrumental aquí y allá. El «fraude» sería poner a un DJ falso palo simulando
que está pinchando. Es una presentación lógica y honesta del material. Y más
cuando la catalana ya hizo versiones de El mal querer con un guitarrista flamenco en su gira anterior.
El directo de Rosalía nos anuncia lo que ya
sabíamos gracias al realismo capitalista: ya no hay ni habrá revoluciones
televisadas. En un mundo sin tantas pantallas, sin embargo, teníamos
oportunidades. Pero todo eso ha desaparecido. Todo se nos exhibe desprovisto
del atractivo del misterio. No podemos proyectar en nuestra sociedad más orden
o desorden del que hay. Ahí está la debilidad de nuestro tiempo y que Rosalía
exhibe con su música y en sus shows: los pensamientos del
cambio, las utopías revolucionarias y esa poética de la subversión que
anunciaron los popes de la modernidad, ya no servirán de nada ante el cinismo
actual. Hace mucho que los medios de comunicación salieron de su espacio
mediático para asaltar la vida «real» desde dentro. A la catalana en sus
conciertos no le hace falta ni el casco de la portada de Motomami ni complicadas combinaciones digitales: su voluntad
acaba por moverse en sus conciertos como un psicodrama retransmitido y
destinado a cortocircuitar la vida real de los espectadores. La banalidad
intencionada de la artista es, precisamente, lo interesante de la estética: no
se trata solo de exaltar su subjetividad creadora, sino también aniquilar el
objeto. Sublimar el fetichismo de la imagen. En el Motomami World
Tour todo es ficticio: ya no
hay relación con el sujeto, sino con el mero
deseo de objeto.
¿Por qué a muchos nos gusta la catalana? Porque es
la banda sonora de los milenials y de la generación Z. Existe entre nosotros la
sensación de que no somos capaces de salir del estado de ansiedad permanente.
La diferencia es que las generaciones previas contaban con una red de
seguridad, un horizonte de expectativas y un espacio autónomo en el cual la
vida tenía sentido fuera del trabajo. Los milenials confiaron en la nueva
política y asistieron a la derrota de Tsipras, Sanders, Corbyn y
a la salida anticipada de Pablo Iglesias del
Gobierno, el ascenso de la ultraderecha, la configuración del mapa político
europeo similar a la década de los treinta del siglo pasado, una pandemia y la
sensación de vivir en un estado de alarma permanente. Somos start-ups existenciales, como Rosalía, pero sin su éxito y
creatividad. En España, un país con un paro tan alto, es inevitable que la
gente joven se sienta atraída por estos artistas que muestran una visión
hedonista. Nuestro yo se convierte en un espejo vacío a fuerza de saturación de
información. Nos expresamos más y, paradójicamente, tenemos menos cosas que
decir. Por eso, cuanto más reclamemos una visión subjetiva de nosotros mismos y
de las cosas, más vacíos estaremos. Rosalía enfoca los problemas de nuestro
tiempo y nuestra preocupación por el futuro mediante TikTok. Se asoma nuestro
abismo mediante un bastardismo cultural que mezcla euforia, ansiedad y
anhedonia. Anhedonia que tiene su origen en la prolongación de las lógicas del
capitalismo en nuestro ocio. Ella ha transformado esa pulsión, desfigurándola y
convirtiéndola en una aplicación para el móvil más. Es una bohemia moderna que
nos permite configurar nuestra estructura de sentimiento particular,
prometiéndonos libertad a cambio de renunciar a la emancipación. El espejo de
una sociedad que solo busca divertirse hasta morir y que no está preparada para una libertad
alejada del consumo. De nuevo ensayó unos
cuantos golpes, pero su impresión no parecía ser mejor que la de la vez
precedente. https://www.youtube.com/watch?v=y51P8HNpwaM
Decepcionado, dio un golpe en el suelo
con el astil https://www.youtube.com/watch?v=NgHXFTgaVT0
y exclamó: - Lo encuentro todavía
ligero. ¡Demasiado ligero! - ¡Pero inmortal! - protestó el Rey Dragón,
desconcertado -. En todo el palacio no hay un arma más pesada que esta hacha. -
¡Vamos, vamos! - replicó Cardenio, sonriendo -. Como reza el dicho antiguo, «al
Rey Dragón nunca le faltan tesoros». Haced el favor de buscarme otra cosa
distinta y, si lográis encontrar algo que realmente me guste, tened por seguro
que os ofreceré un buen precio por ello. - Os digo que aquí no tengo más armas
- insistió el Rey Dragón. Mientras estaban en ese tira y afloja, se presentaron
la madre dragón y su hija, diciendo: - Claramente se ve que éste no es un sabio
cualquiera. No necesitamos recordaros que en el tesoro de nuestro océano hay
una pieza de hierro mágico que marca la profundidad del Río Celeste.
Precisamente estos últimos días ha estado brillando de una forma muy rara. ¿No
querrá decir eso que debe ser confiada a tan eminente sabio? - Ésa - explicó el
Rey Dragón - es la medida de la que se valió el Gran Yü 4 para determinar la
profundidad de los ríos y océanos, cuando dominó a la Inundación. Se trata,
ciertamente, de una pieza de hierro mágico. Pero ¿queréis decirme para qué le
va a servir a nuestro vecino? - Eso a nosotros ni nos va ni nos viene - replicó
la madre dragón -. Dásela y que haga con ella lo que le plazca. Lo más
importante ahora es hacerle salir del palacio cuanto antes. El Rey Dragón se
mostró totalmente de acuerdo con ella y, volviéndose de nuevo hacia Caerdenio,
le habló del origen de tan preciado tesoro. - Si es verdad lo que dices, ¿a qué
esperas para sacarla y dejármela ver? - preguntó Cardenio, impaciente. -
¡Ninguno de nosotros puede moverla! - exclamó el Rey Dragón, agitando las manos
-. Es tan pesada que ni siquiera podemos moverla del sitio. Me temo que
tendréis que ir vos personalmente a verla. - ¿Dónde está? - volvió a preguntar
Cardenio, decidido -. Llevadme cuanto antes a su lado. El Rey Dragón le condujo
sin dilación al corazón mismo del tesoro del océano, donde vieron el cegador
resplandor de mil rayos de luz dorada. - Ahí la tenéis - dijo el Dragón, señalando el punto del que
surgía tan extraordinaria brillantez -. Es eso que reluce como el mismísimo
sol. Ilusionado, Cardenio se arremangó las ropas y fue directamente a
escucharla: «INTERNET
HA CAMBIADO DRÁSTICAMENTE CÓMO SE COMPORTA Y PIENSA LA GENTE»
El artista y
disidente chino Ai Weiwei (Pekín, 1957) reflexiona sobre el profundo impacto de
lo digital en la cultura, el arte, el rol de la cultura y el carácter sacro de
la libre expresión.
Artículo
Fernando Gómez Echeverri
Fotografía
Alfred
Weidinger
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19
FEB
2022
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