martes, 5 de abril de 2022

Totalitarismo del mercado el mercado como ser supremo

 Totalitarismo del mercado el mercado como ser supremo

“Dios no murió. Se transformó en dinero.”

Vivimos una coyuntura histórica que muchas generaciones anteriores
hubiesen querido vivir. Es muy especial porque en esta época muchas
grandes certezas o verdades evidentes se están cayendo literalmente a
pedazos. Grandes verdades otrora sostenidas por argumentos científicos o
filosóficos tan sólidos, literalmente se están esfumando como nubes al
viento. Lo cual está produciendo una situación en general carente de un
sentido definido. No es sólo el pasaje de un mundo unipolar a uno
multipolar lo que afecta nuestra visión de la realidad, sino el ocaso de un
mundo, de una cultura y hasta de una civilización. Decir que el capitalismo
está en crisis no es ninguna novedad, y que estamos en transición hacia una
economía poscapitalista tampoco.
Pero, decir que la modernidad está en crisis y su secuela posmoderna
también, ya no es tan obvio. Las críticas a la modernidad que surgieron el
siglo XX presuponían su continuidad, o sino su superación en caso de
asumir tareas pendientes, pero este ya no es el caso. Por ello es que poco a
poco están comenzando a surgir voces o argumentos tendientes a mostrar
lo que podría seguir como proyecto económico, cultural o civilizatorio más
allá del capitalismo y la modernidad.
Sin embargo, como todo proceso de transición, lo nuevo no aparece
diáfanamente en el horizonte, sin hacer antes o paralelamente la evaluación
de cómo hemos llegado a este punto. Más cuando el criterio del futuro ya
no está más en futuro, porque la concepción de futuro que produjo la
modernidad es la que se está difuminando. El golpe de timón que
reclamaba W. Benjamín ya no es más un lema, ahora es una necesidad de la
existencia, porque ya no es evidente que creamos en el futuro de la
modernidad como antes. Pero, seguimos viviendo en la modernidad y el
capitalismo, y entonces ¿cómo vamos o vemos más allá de ellas?
La obra de Franz J. Hinkelammert está mostrando desde hace décadas
cómo el capitalismo y la modernidad produjeron una realidad tal que
obnubiló nuestra visión o comprensión de lo que hace posible cualquier
realidad. Esta visión moderna de la realidad no surgió en 1492, sino que
viene gestándose desde mucho antes. Desde cuando se empezó a configurar
lentamente en la tradición occidental un tipo de subjetividad de
dominación, que aplastando cualquier proceso de liberación, fue
configurando poco a poco una visión de la realidad que la modernidad
pudo desarrollar hasta sofisticaciones tan inauditas, que ahora, con lenguaje
y hasta discurso emancipador se pueden producir relaciones de dominio
muy sofisticadas y crudas en nombre del ser humano y de la libertad. Es el
problema del fetichismo que fue formulado por Marx y que Hinkelammert
desarrolla como muy pocos en este tiempo.
Supuestamente vivimos en un mundo y época en la cual el ser humano
después de tanta “prehistoria” tiene al fin acceso no solo al conocimiento
científico, o sea verdadero, sino que ahora ha alcanzado por fin su
humanidad. El problema es; ¿por qué en medio de tanto conocimiento
“supuestamente verdadero”, de tanto desarrollo científico y tecnológico sin
precedentes, hay tanta acumulación de miseria y tanta injusticia y
destrucción de la naturaleza a niveles nunca antes imaginados? Ya no es
solo el capitalismo el problema, sino su horizonte histórico y cultural que la
hizo posible y que llamamos modernidad. Ella produjo su propio
conocimiento, su propia cultura y su propia ciencia para justificarse a sí
misma como lo mejor y al capitalismo como bueno. Y para poder
fundamentarlos a todos ellos como lo más desarrollado, superior y racional,
produjo su propia idea de racionalidad. Por ello es que ahora la producción
de miseria y la destrucción de la naturaleza se pueden hacer conforme a esta
racionalidad. Los grandes organismos internacionales como el FMI, la
ONU, el Banco Mundial, utilizan argumentos lógicos, racionales y hasta
científicos para justificar sus actos como buenos o necesarios.
Pero los resultados de este proceso de racionalización y modernización son;
aparte de desastrosos, irracionales. Es lo que Hinkelammert llama la
“irracionalidad de lo racionalizado”, es decir, el problema no es con la razón
en general, sino con el tipo de racionalidad que produjo la modernidad, que
no es conforme a la razón, ni a la humanidad, ni a la vida, sino a la sinrazón y hasta la destrucción de las condiciones de posibilidad de toda forma
de vida. Y supuestamente la modernidad, es, lo más racional que la
humanidad pudo crear a lo largo de su historia. ¿Dónde está la
contradicción?
En este libro Hinkelammert muestra cómo a lo largo de la historia aparece
en casi todo proceso emancipatorio, revolucionario o de liberación el
fenómeno del termidor. El Termidor es aquel sujeto, sector, partido o
sección del movimiento revolucionario que en nombre de la revolución,
traiciona los elementos básicos o fundamentales de dicho proceso. Para ello
el termidor elabora un discurso, una interpretación de los hechos, una teoría
y hasta una filosofía, la cual se convierte en la interpretación oficial del
hecho o acontecimiento revolucionario. Esto es, el Termidor elaborando
esta versión oficial o “verdadera” de la revolución, produce su propia
Ortodoxia.
El contenido de la ortodoxia normalmente es una “inversión” del sentido
con el que el proceso revolucionario fue creado. En el caso de la revolución
francesa, paradigmática de las revoluciones modernas, de haber sido una
revolución popular se convierte en una revolución burguesa. Marx es uno
de los primeros en advertir este fenómeno que siguió apareciendo durante
el siglo XX, la revolución rusa de 1917 también podría ilustrar este
fenómeno de cómo ésta produjo una ortodoxia contraria u opuesta no solo
al socialismo, sino hasta al pensamiento de Marx. Pero ahora desde fines del
siglo XX y comienzos de este siglo XXI, este fenómeno se ha complejizado
mucho más. Porque supuestamente la modernidad iba a ser la época en la
cual no solo el ser humano por fin podía ser libre, sino verdaderamente
humano.
Desde el principio la modernidad se había apropiado de los anhelos de
humanidad más excelsos, tan es así que hasta muchas otras culturas no
europeas abrazaron con mucho entusiasmo el proyecto de la modernidad
como un nuevo modo de humanización y por eso se modernizaron con
mucho entusiasmo y esperanza. Pero, parece que ahora el discurso de la
modernidad se ha convertido en el termidor de las esperanzas de la
humanidad. Y para ello produjo su propia ortodoxia de la humanidad, la
ciencia, el desarrollo, la racionalidad e inclusive de la revolución. Tal vez por
ello todo proceso revolucionario actual que se funda en el proyecto de la
modernidad, deviene casi inevitablemente en su contrario, es decir, en otra
forma de dominación. ¿Cómo salimos de este impasse?
Uno de los argumentos centrales de este nuevo libro de Hinkelammert
consiste en mostrar que la modernidad como momento cultural del
capitalismo, y éste como el momento económico de aquel, son partes de un
mismo proceso aparentemente secular. En apariencia el capitalismo y la
modernidad para desarrollarse y realizarse, hacen ciencia y filosofía, o sea
que, argumentan lógicamente con razones en base a hechos y no así en base
a creencias, mitos, teologías o ideologías. Sin embargo, como bien nos
muestra, tanto el capitalismo como la modernidad, no solo producen mitos
y utopías en los cuales creen, sino que también hacen teología, solo que de
modo formalizado, encubierto, es decir, secularizado.
Para afirmarse a sí mismos como racionales o buenos, tanto el capitalismo
como la modernidad, supuestamente no recurren a ningún dios celeste, sino
a argumentos racionales basados en hechos y no en creencias. Sin embargo,
ningún hecho habla por sí mismo, éste siempre tiene que ser interpretado,
es decir, siempre aparece como hecho al interior de un horizonte de
comprensión, respecto del cual tiene tal o cual sentido y no otro. Este
horizonte de interpretación o comprensión no proviene de la ciencia o la
filosofía, sino de lo que está presupuesto en ellas y que ahora la ciencia
moderna ya no tematiza, porque las considera como mera metafísica y por
eso no científicas porque no son empíricamente verificables de modo
óntico. Pero el hecho de que no sean verificables de modo inmediato no
quiere decir que no existan y que a su vez cumplan una función
hermenéutica fundamental para cualquier forma de comprensión o
interpretación, inclusive la moderna. Este es el caso de las cosmovisiones,
de los modelos ideales, de los grandes mitos y utopías, que in the long run
producen consecuencias empíricamente verificables. La modernidad como
cualquier otro estadio civilizatorio se basa también en mitos y utopías, es
decir, en grandes relatos, o mitos imposibles de ser verificados
empíricamente, pero que ahora están produciendo sus efectos o
consecuencias negativas que ya se están empezando a evidenciar
empíricamente, pero que, sin embargo cumplen la función de producir la
comprensión del sentido de lo que llamamos Modernidad. Es el problema
de la razón mítica, como el más allá de la razón, en este caso, de la razón
moderna.
Para mostrar la incomprensión de este problema fundamental para el
pensamiento crítico hoy, Hinkelammert pone como ejemplo las reacciones
que produjeron entre cierta intelectualidad de izquierda la posición
boliviana frente a la declaración final de Cochabamba sobre el cambio
climático en 2010. La posición boliviana basó su desacuerdo en la
afirmación de la naturaleza como Pachamama, es decir, como Madre tierra,
en cambio el capitalismo como trata y concibe a la naturaleza como objeto y
mercancía, la puede explotar hasta la cuasi destrucción de toda forma
posible de vida en el planeta.
Frente a esta posición que procede de los pueblos originarios andinoamazónicos, cientistas sociales como D. Harvey piensan que no tiene
sentido recurrir a la defensa de una “hipotética madre tierra”, sino a otras
formas de organización social en la cual los seres humanos transformen la
naturaleza según sus propias leyes. Pero, como bien dice Hinkelammert, la
“Madre Tierra” no es una hipótesis, sino que es un argumento de una
“razón mítica” no moderna, ni europea, ni occidental. “Este argumento de
la razón mítica boliviana contesta a la razón mítica subyacente a las
argumentaciones de Harvey, quien ni tiene conciencia de esta razón mítica
suya. Es el argumento del progreso infinito con todas sus consecuencias de
“rational choice” y este mito resulta de una razón mítica. Pero aplasta toda
realidad… ¿O es acaso más mítico recurrir a la madre tierra que recurrir al
mito del progreso infinito? Más bien es una respuesta. La pregunta es más
bien: ¿cuál mito lleva a la razón?”.
Así como hay mitos de dominación, también los hay de liberación. Los
mitos de la modernidad están conduciendo a la humanidad al suicidio, pero
de ello los modernos no se dan cuenta, porque son ingenuos e
inconscientes de sus propios mitos que están presupuestos en toda su
argumentación y forma de racionalidad. Creen que están en el logos, por ello
no se dan cuenta que están atrapados al interior de otro mito; irracional por
cierto, porque no todo mito es racional en sí mismo. ¿Cómo podemos
entender este problema? Tiene que ver con el surgimiento de la racionalidad
y la ciencia moderna, los cuales empiezan con la producción explícita de
modelos ideales imposibles de verificación empírica como la idea de “res
extensa”, “perpetuum mobile”, “mano invisible del mercado”, etc.,
Esto es, antes de hacer ciencia, la modernidad produce sus propios mitos, a
los cuales llama modelos trascendentales, ideales, de imposibilidad, etc.,
pero a su vez los desarrolla argumentativamente en la medida que la ciencia
le permite producir más conocimiento que reafirme esta cosmovisión, gran
meta-relato, modelo ideal, o utopía. La idea del “progreso infinito” es un
mito porque no hay forma empírica de demostración científica de esta idea,
por eso es un mito respecto del cual en última instancia creo o no creo. Esta
idea presupone una realidad infinita en la cual no solo el ser humano sino
especialmente la realidad natural también lo sea. Para demostrar que son
infinitos tendríamos que tener una experiencia empírica de esta infinitud, lo
cual es imposible debido a la finitud por la cual estamos atravesados tanto
nosotros como la naturaleza.
El hecho de que podamos concebir o imaginar el infinito no quiere decir
que exista efectivamente, lo mismo podemos decir de la idea de Dios. El
hecho de que lo concibamos o imaginemos no quiere decir que exista
efectivamente, pero también el hecho de que no lo concibamos o
imaginemos no quiere decir que no exista, por ello nos movemos frente a la
disyuntiva de si creemos o no. De hecho la modernidad niega su existencia
debido a su no posibilidad de demostración empírica, pero pasa lo mismo
con la idea del “progreso infinito”, de la idea de la “mano invisible” del
mercado que la conduce al equilibrio, o la idea del perpetuum mobile, o la de
“res extensa”.
Siendo la idea del “progreso infinito” un mito, ella no aparece como tal por
la forma de argumentación, la cual la hace aparecer como algo secular,
racional, lógico y por ello perfectamente pensable. Esto es, cuando la
modernidad argumenta con su marco categorial, sus mitos no aparecen
como mitos, sino como formas racionales de la realidad acordes al
pensamiento y a la ciencia moderna. No reconoce sus mitos como mitos
porque “cree” que ya está en la verdad, en la razón y en la realidad, y que
otras formas de vida no, especialmente si son anteriores a la modernidad.
Sin embargo, poco a poco se está demostrando que es falso que el
crecimiento pueda ser sostenido de modo infinito, no solo por los límites
demostrados empíricamente desde la década de los 70’s del siglo pasado,
sino también por las consecuencias nefastas que en toda la realidad está
produciendo este tipo de concepción moderna de la realidad de que toda
ella sea infinita. Esto es, la idea o imagen de la realidad como progreso
infinito, es una idea en la cual “creo o no creo”, y para que sea creíble, la
razón moderna “argumenta” y produce sus propios criterios de verificación
empírica, del mismo modo que cualquier otro estadio cultural o
civilizatorio. Si una cultura o civilización no produce sus propios criterios
de verificación empírica, desaparece.
Pero la modernidad no produce sólo mitos o modelos ideales, sino también
dioses, falsos por supuesto, a los cuales Marx llama fetiches. El fundamental
es el mercado capitalista, al cual la economía y la política modernas han
sacralizado de tal modo que ahora lo han impuesto como “ser supremo”
ante el cual la humanidad debe someterse. Para los líderes de los grandes
organismos financieros a nivel mundial como el Banco Mundial, el FMI, el
BID, dignatarios de estado y economistas de primer mundo, etc., el
mercado no solo tienes leyes “naturales” que la humanidad no debiera
intervenir, sino que porque tiende de modo inmanente al equilibrio, es la
institución más justa que da a cada quien lo que merece. Por eso la imponen
de modo totalitario, porque creen en este fetiche. Hinkelammert sostiene
que el mercado capitalista concebido como ser supremo, no sería posible
sin su propia teología, el modelo neoliberal. Esto es, si Marx decía que la
religión era como el opio, Benjamin va más allá al afirmar que el capitalismo
es como una religión. Si esto es así, tendríamos entonces que el capitalismo
es el opio del opio, peor que cualquier religión. Pero no nos damos cuenta
de ello, porque “creemos” que la ciencia moderna argumenta racionalmente
y no en base a creencias.
La modernidad es posible gracias a su propio marco categorial de
comprensión de la realidad y los hechos. Los hechos no hablan por sí
mismos, los hacemos hablar cuando los interpretamos, y los interpretamos
siempre “desde” un tipo de teoría, filosofía, paradigma, ideología, etc., los
cuales presuponen a su vez una cosmovisión, un gran meta-relato, mitos o
utopías, o modelos ideales, de los cuales la racionalidad moderna es
ingenua. Por eso cree que sus mitos no son mitos, sino grandes verdades. Y
cuando se enfrenta a otros modelos ideales, cosmovisiones, los toma como
mitos, en el sentido de meros relatos, o sino como meras hipótesis, como
con la idea de la Madre Tierra. Por ello ahora se puede decir que ya no basta
con someter a crítica al capitalismo o al neoliberalismo, sino especialmente
a su fundamento, que es la modernidad. Sin embargo ella no es una mera
idea, o concepción sino una forma de racionalidad que si no la
desentrañamos, vamos a seguir atrapados al interior de ella.
La hipótesis más fuerte que Hinkelammert sostiene en este libro es que la
modernidad como forma de racionalidad se funda en la justificación
racional de un “asesinato fundante” que se podría resumir en: Yo soy si tú
no eres; donde el tú no es solo otro ser humano, sino también la naturaleza.
Esto es, el “ego” moderno, como yo “es”, o se realiza, a costa de la negación
de otro ser humano. Este proceso habría empezado con la negación de la
humanidad de los pueblos originarios, de los africanos esclavizados, de las
culturas dominadas por Europa y ahora por EUA, y habría continuado con
la denigración de la naturaleza a mercancía y objeto explotable. Y para hacer
aparecer esta deshumanización como racional o lógica, produjo ciencias
naturales y ciencias humanas y sociales, es decir, produjo una lógica de
argumentación tal que ahora esta negación tanto de la humanidad de
pueblos y culturas, como de la naturaleza nos aparece como lógica y hasta
natural.
Tanto así que hoy Estados, corporaciones, y organismos internacionales
producen matanzas a diario que las leyes no prohíben, sino que las amparan
legalmente. Según Hinkelammert el derecho moderno habría producido
básicamente dos principios de la justicia moderna, éticamente perversos y
moralmente injustos como son el no perdón de las deudas y la idea del
salario justo. Como bien nos recuerda con una cita de Bertold Brecht que se
puede matar de muchas maneras, como por ejemplo exigiendo el pago de
deudas impagables, o sino la regulación de salarios miserables como
“justos”.
Hinkelammert nos recuerda cómo Marx era consciente de este asesinato
fundante como asesinato del hermano, haciendo una reflexión en torno a la
cita de Horacio al final del capítulo 23 del tomo I de El Capital. Pero va más
allá cuando a partir de esta reflexión, Hinkelammert muestra cómo este
asesinato desemboca en el suicidio. Por ello su afirmación de que el
asesinato en última instancia es suicidio.
A partir de esta reflexión ahora el pensamiento crítico puede devenir más
radical si es que devela que la fuerza de este crimen radica en la concepción
que de ley ha producido el derecho moderno. El cual ha formalizado
jurídicamente esta racionalidad de la muerte. Por ello es que la crítica ahora
lo es, cuando critica a esta forma de la irracionalidad de la racionalidad
moderna. Pero desde otro criterio que Hinkelammert resume en: Yo soy, si tú
eres. El tú ya no es sólo otro ser humano, sino también la naturaleza,
reconocida ahora en su dignidad.
Juan José Bautista S.
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