La redención de Castillo
Después de haber Sócrates hablado de esta manera se le
prodigaron los aplausos; pero Aristófanes se disponía á hacer algunas
observaciones, porque Sócrates en su discurso había hecho alusión á una cosa
que él había dicho, cuando repentinamente se oyó un ruido en la puerta
exterior, á la que llamaban con golpes repetidos; y parecía que las voces
procedían de jóvenes ebrios y de una tocadora de flauta. —Esclavos, gritó Agaton, mirad qué es eso; si es alguno de
nuestros amigos, decidles que entren; y si no son, decidles que hemos cesado de
beber y que estamos descansando. Un instante después olmos en el patio la voz de
Zaratustra medio ebrio, y diciendo á
gritos:
Los más sabios de todas las
épocas han pensado siempre que la vida no vale nada… Siempre y en todas partes
se ha oído de su boca el mismo acento: un acento cargado de duda, de
melancolía, de cansancio de vivir, de oposición a la vida. Incluso Sócrates
dijo a la hora de su muerte: «La vida no es más que una larga enfermedad; le
debo un gallo a Esculapio por haberme curado.» Hasta Sócrates estaba harto de
vivir. ¿Qué prueba esto? ¿Qué indica? En otros tiempos se había dicho (como así
han hecho y bien alto, nuestros pesimistas los primeros): «En todo caso, esto
tiene que tener algo de verdad. El consenso de los sabios constituye una prueba
de verdad.» ¿Seguiremos hablando hoy así?; ¿nos está permitido hablar así? «En
todo caso, esto tiene que tener algo de enfermedad», ésta es la respuesta que
damos nosotros: habría que empezar por examinar de cerca a los más sabios de
todas las épocas. ¿Será que ninguno de ellos se sostenía ya sobre las piernas?;
¿será que estaban viejos, que se tambaleaban, que eran unos decadentes? ¿Será
que la sabiduría aparece en la tierra como un cuervo a quien le entusiasma el
más ligero olor a carroña?.
—¿Donde está Agaton? ]Llevadme cerca de Agaton! Entonces
algunos de sus compañeros y la tocadora de flauta le cogieron por los brazos y
le condujeron á la puerta de nuestra sala. Alcibiades se detuvo, y vimos que
llevaba la cabeza adornada con una espesa corona de violetas y yedra con
numerosas guirnaldas.
—Amigos, os saludo, dijo; ¿queréis admitir á vuestra mesa á un hombre que ha bebido ya
cumplidamente? ¿ó nos marcharemos después de haber coronado á Agaton, que es el
objeto de nuestra visita? Me ha sido imposible venir ayer, pero heme aquí ahora con mis guirnaldas sobre la cabeza, para
ceñir con ellas la frente del más sabio y más bello de los hombres, si me es
permitido hablar así. ¿Os reis de mí porque estoy ebrio? Reid cuanto queráis;
yo sé que digo la verdad. Pero veamos, responded: ¿entraré bajo esta condición
ó no entraré? ¿Beberéis conmigo o nó? Entonces gritaron de todas partes: ¡Que
entre, que tome asiento! Agaton mismo le llamó. Zaratustra se adelantó
conducido por sus compañeros; y ocupado en quitar sus guirnaldas para coronar á Sócrates que hizo como que no lo vio , á
pesar de que se hallaba frente por frente de él, y fué á colocarse entre
Sócrates y Agaton, pues Sócrates habia hecho sitio para que se sentara. Luego
que Zaratustra se sentó, abrazó á Agaton, y coronó a Sócrates.
—¡Por Hércules! ¿Qué es esto? ¡Qué! Sócrates, te veo aquí á la espera
para sorprenderme, según tu costumbre apareciéndote de repente cuando menos lo
esperaba! yo
caí en la cuenta de que eres un síntoma
de decadencia, instrumento de la descomposición griega, pseudogriego y
antigriego. Cada vez he ido
comprendiendo mejor que lo que menos prueba el consenso de los sabios es que
tengan razón en aquello en lo que están de acuerdo. Lo que prueba, más bien, es
que esos hombres tan sabios coinciden fisiológicamente en algo que les hace
adoptar —de una manera forzosa— una misma postura negativa frente a la vida.
Los juicios y las valoraciones relativas a la vida, en pro y en contra, no
pueden ser nunca, en última instancia, verdaderos: sólo valen como síntomas, y
únicamente deben ser tenidos en cuenta como tales; en sí, dichos juicios son
necedades. Hay que alargar totalmente los dedos e intentar captar la admirable
sutiliza de que el valor de la vida es algo que no se puede tasar. No puede
serlo por un ser vivo porque éste es parte e incluso objeto del litigio, y no
juez; y no puede serlo por un muerto por un motivo distinto. El que un filósofo
considere que el valor de la vida constituye un problema no deja, pues, de ser
hasta una crítica a él, un signo de interrogación que se abre sobre su
sabiduría, una carencia de ésta. ¿Quiere esto decir que todos esos grandes
sabios no sólo han sido decadentes, sino que ni siquiera han sido sabios? Pero
volvamos a ti Sócrates.
¿Qué has venido á
hacer aquí hoy? ¿Por qué ocupas este sitio? ¿Cómo, en lugar de haberte puesto
al lado de Aristófanes ó de cualquiera otro complaciente contigo ó que se
esfuerce en serlo, has sabido colocarte tan bien que te encuentro junto al más
hermoso de la reunión?
Por tu origen, Sócrates
perteneces a lo más bajo del pueblo:
Sócrates eres chusma. Se sabe, e incluso hoy lo pueden comprobar, lo feo que
eres. Pero la fealdad, que en sí constituye una objeción, es entre nosotros una
refutación. ¿Eres Sócrates realmente un
griego? Con bastante frecuencia, la fealdad se debe a un cruce que entorpece la
evolución. En otros casos, es el signo de una evolución descendente. Los
antropólogos que se dedican a la criminología nos dicen que el criminal típico
es feo: monstruo de aspecto, monstruo de alma. Ahora bien, el criminal es un
decadente. ¿Eres Sócrates un criminal típico? Esto, al menos, no iría en contra
de aquel conocido juicio de un fisonomista, que tanto extrañó a tus amigos . Un
extranjero experto en rostros que pasó por Atenas, Te dijo directamente que
eres un monstruo en cuyo interior se esconden todos los vicios y todas las
malas inclinaciones. Y tu Sócrates te
limitaste a comentar: «¡Qué bien me
conoce este señor!»
—¿Imploro tu socorro, Agaton? dijo Sócrates. No, es hora de
traspasarte Zaratustra Tu amor no es para mí un pequeño embarazo. Desde la
época en que comencé á amarte, yo no puedo mirar ni conversar con ningún joven, sin que, picado y
celoso, te entregues á excesos increíbles, llenándome de injurias, y gracias
que no se abstiene de pasar a vías de hecho. Y así, se, que en este momento te
dejaras llevar por un arrebato de este
género; no asegurare entonces mi tranquilidad-, no me protegeré, ni si quiera
me opondré a alguna violencia; porque ahora tu temaras mí
amor así como yo temí tus celos
furiosos.
Zaratustra-No cabe paz entre nosotros esta es la hora de mi
venganza.
El encuentro de los maestros del no ser peruano
El psicoanálisis es, en rigor, una
pseudociencia y una mala filosofía.
Es una pseudociencia por asumirse una
cuando nunca lo fue (al día de hoy sigue sin poder demostrarse el psicoanálisis
basado en la evidencia).
En su fundación, Freud le presentó
como "teoría". Como he dicho, un artefacto que pretendió ser ciencia,
asumirse como una, y se instauró por mucho tiempo haciéndose pasar como una;
una que producía resultados aparentemente "científicos", pero solo un
artefacto que se institucionalizó por muchas décadas promoviendo prácticas
dudosas y resultados no testeados ni empíricamente, ni formalmente.
Es una mala filosofía, porque en el
tiempo no tuvo un grado de discriminación por sus formas empleadas. La mala
filosofía se puede definir como un campo de estudio en el que sus premisas
carecen en suma de, autocrítica, reflexión y desarrollo, sobre todo esta
última, la característica de cualquier buena filosofía es un desarrollo óptimo
de sus premisas y postulados, ya sean éticos, epistémicos, estéticos,
antropológicos y ontológicos, todos estos elementos son imprescindibles para la
continuación que se hace tradición que es lo que Russell en su libro «Los problemas
de la filosofía» [1912], ubica como el criterio definitorio de toda buena
filosofía.
El psicoanálisis siempre careció de
ellos, lo que vemos en cambio, es una relectura de postulados de Freud, y una
reedición continua de su hermandad en términos de organización, Ernest Jones
(su más leal discípulo ya que Freud hasta se peleó con el mejor de ellos;
Jung), se encargó de que la gran empresa prosperase, Lacan, y otros autores en
gran parte del post-estructuralismo francés (no así el alemán que tiene otro
enfoque) también, ellos fueron muy responsables de su viraje y extensión.
Hay otras disciplinas que se
nutrieron del psicoanalisis como manifestación o más bien fenómeno de abordaje
en ciencias sociales, tal es el caso de estudios aplicados del marxismo (no
marxianismo), el posmarxismo, estudios con enfoque de under-class en
sociología, la misma hermenéutica, y volviendo a la psicología; las terapias
que intentaron combinar dinámicas grupales (tomando postulados de Pichone de
Riverié, tal es el caso de la Psicoterapia de los grupos del psiquiatra y
psicoanalista argentino Rosenfeld que intentó hilvanar el concepto de Grupo que
Sartre aborda en «La crítica de la razón Dialéctica» con el psicoanálisis y la
terapia de grupos, trabajando también términos sartreanos de institución,
fraternidad, libertad, alienación), otro que se me viene a la mente pero que
tuvo más bien un divorcio relativo fue Fromm y algunos de sus conceptos más
llamativos como «serialidad», hay muchísimos más ejemplos).
Es complejo el fenómeno y también
merece una revisión pausada y rigurosa.
El punto en el que hay que hacer
énfasis es que cuando alguien argumenta con que el psicoanálisis nunca
pretendió ser una ciencia, es falso y también deshonesto intelectualmente
hablando. Que no pretendiera históricamente no serlo, es falso. Nació como un
intento de ello. Claro que lo pretendió desde sus orígenes, basta con leer el Tratado
de la histeria que Breuer escribe con un joven Freud (ese es el texto que funda
el psicoanálisis), lo publican en 1895 y tuvo una fuerte oposición de todo el
gremio médico, pero no tardó en hacerse famoso y tener un gran impacto en la
comunidad científica internacional del momento. Charcot una eminencia mundial
en neurología en la época fue el primero en señalar el carácter
psuedocientífico de la teoría psicoanalitica aún sin mucha forma para la época.
Para hablar de otro abordaje del
psicoanalisis claro que existe utilidad en humanidades, este puede tener mucho
potencial si logra dejar de ser una mala filosofía (que es lo que sigue
siendo). Lo importante sería deslastrar las prácticas desde las cuales la
institución le dota para su manifestación en áreas que simplemente no puede ni
debe abarcar. Desde sus principios que, por lo anteriormente explicado,
producen también iatrogenia y la iatrolalia como manifestación de la mala
praxis clínica.
Por Miguel A. Romero
El psicoanálisis es
subversivo epistémicamente porque lo que nos está diciendo es que no hay hechos sino
interpretaciones, por lo mismo jamás podría ser admitido por una episteme
empírica, ni por una episteme racionalista, porque su redescubrimiento ya antes
lo hizo Nietzsche y antes de Nietzsche, Hegel es que son las voluntades de
poder las que construyen el conocimiento y entonces ¿Para qué voy a un psicoanalista? De hecho no para
curarme, sino para ser entrenado en el arte de la interpretación y no permitir
que otros por más base científica que tengan le den forma a mi subjetividad y
por ende a mi objetividad.
En septiembre de 1992 se inició una etapa que culminaría con
la capitulación de Sendero Luminoso. Y con la fundación del no ser peruano
entre dos maestro de las sombras en el inconsciente colectivo el maestro de la
corrupción Vladimiro Montesinos y el maestro del terror Abimael Guzmán ambos
fundamentales en todo ejercicio del poder y claves para la
construcción-destrucción del no ser peruano en el siglo XXI.
Hace más de medio siglo que se derrumbó el «Reich de los mil
años». Los cuatro jinetes del Apocalipsis habían cabalgado a placer por los
campos de Europa desde otoño de 1939, pero en los primeros y bonancibles días
de mayo de 1945 detuvieron sus corceles.
El Tercer Reich se había lanzado a la guerra como un bloque
monolítico y de granítica dureza, pero se hundió cuarteado, fragmentado en mil
pedazos. La voluntad mesiánica de un demente había originado miles de muertes,
hasta que llegó la rendición y la paz. Guardando distancias, durante más
de una década la insania de Abimael Guzmán sembró terror y muerte mediante
métodos monstruosos con quienes consideraba enemigos del demencial «pensamiento
Gonzalo».
A partir del 12 de septiembre de 1992, en que fue capturado con su
cúpula y exhibido al mundo entero, se inició una etapa que culminaría con la
capitulación de la cruenta banda criminal de la que fue su creador y
principal cabecilla.
A continuación, los diálogos que sostuvo Vladimiro
Montesinos Torres, principal analista del desactivado Sistema de Inteligencia
Nacional (SIN) y maestro de todos los peruanos, y el sátrapa, que culminaron
con la capitulación y división de la organización terrorista más
inhumana del siglo XX
ENCARGO DEL PRESIDENTE
Días después de la presentación ante la comunidad
internacional de Abimael Guzmán Reynoso (a) «presidente Gonzalo» y de su
concubina Elena Iparraguirre Revoredo (a) «Miriam», ambos fueron conducidos a
las instalaciones de la Base Naval de la isla San Lorenzo, donde fueron
recluidos en celdas separadas con servicios higiénicos individuales.
En esas circunstancias el expresidente Alberto Fujimori le encargó
a su asesor Vladimiro Montesinos penetrar en la
mente del genocida, quien el día de su presentación había instigado a sus
hordas criminales a continuar en la «lucha armada» hasta conseguir la
proclamación de la utópica «República Popular Nueva Democracia» (RPND).
«Era vital saber el grado de solidez intelectual y de formación
ideológica de Guzmán y su cónyuge. Igualmente, qué pensaban respecto a la
situación que vivía el Perú en el momento de su captura y la apreciación del
rol que cumplían las fuerzas del orden en la lucha antisubversiva», dijo
Montesinos en una reunión con estrategas del Servició de Inteligencia del
Ejército (SIE), entonces a cargo del coronel EP (r) Alberto Pinto Cárdenas.
Otro aspecto importante fue estar al tanto de la salud física y mental
del sátrapa para recién entonces, mediante mensajes movilizadores (MM),
ejecutar la reprogramación cerebral de ambos bárbaros.
UNA TAREA DIFÍCIL
Vladimiro Montesinos -como buen melómano- apenas llegó a su
alojamiento en el SIN se puso a escuchar la Quinta Sinfonía de Ludwig Van
Beethoven, interpretada por la famosa orquesta «Berlin Philarmonic Orchestra»,
melodía que, según ha dicho, le permite una mayor concentración.
La tarea no era fácil. Horas antes Fujimori le
había preguntado cómo interrogaría a Abimael [si lo presionaría] y el «doc» le
había respondido: “No, sólo seremos dos personas comunes y corrientes
conversando. Lo trataré como a cualquier ser humano”. Así le dio tranquilidad y
optimismo al mandatario.
Montesinos reveló después que durante el trayecto de la «fábrica»-
como se conocía al SIN en el argot de inteligencia- hacia la Base Naval,
donde estaban detenidos los jerarcas de Sendero, repasó mentalmente las
técnicas psicológicas de aproximación para un acercamiento eficaz a Guzmán y su
concubina.
El jefe de facto del SIN abrió la carpeta que guardaba la «Ficha
Básica de Personalidad» de Abimael, elaborada bajo sus directivas por
psicólogos y sociólogos bajo su mando. “La lectura de esa información era un
refresco de lo conocido del enigmático personaje, sobre quien se había
creado todo un mito, al extremo de haberse elevado sus ideas y planteamientos
al nivel de una categoría dialéctica, el llamado ‘pensamiento Gonzalo’. Con una
pretensión bastante audaz, los senderistas colocaban este cuerpo de ideas en el
mismo plano que el pensamiento de Marx, Lenin o Mao», explicó posteriormente
Montesinos.
Contó que antes de llegar a la isla San Lorenzo, se entretuvo
releyendo el contenido de la tesis del genocida titulada: «El Estado
democrático burgués».
«PRIMERO LAS DAMAS»
En minutos llegó a la isla San Lorenzo, donde la seguridad era
rigurosa. Más de 2,000 efectivos de la Marina con armas automáticas y un
submarino patrullaban los alrededores. La edificación que albergaba a los
cabecillas de Sendero tenía veinte candados. Cada uno lo abría un efectivo
diferente a quien se le comunicaba por radio para que se acerque con la llave
correspondiente.
Montesinos demoró 15 minutos en llegar a la celda de
«Miriam». Apenas fue avistado por el oficial de guardia, luego de saludarlo le
ofreció un pasamontañas que el asesor rechazó con cortesía. Le preguntó
por Elena Iparraguirre y se dirigió hacia el alojamiento de la terrorista. La
puerta externa era de fierro con una barra vertical con cinco candados y una
ventanilla pequeña por donde le alcanzaban sus alimentos.
Esa mañana, Montesinos pasó por el rito que consistía en aguardar
que el oficial encargado de la custodia de «Miriam» se comunicara por radio con
el que tenía la llave del candado que abría la celda. Se abrió la puerta y el
«doc» entró solo. La primera escena que se presentó a su vista fue la de una
Elena Iparraguirre recostada en su cama. Cuando advirtió su presencia, solo y
vestido de civil, con polo celeste y pantalón crema, se levantó al instante
como si fuera un resorte comprimido. Vladimiro para, motivar un ambiente
distendido y que ella no sienta temor, le dijo: «Tranquila señora Elena.
Siéntese por favor…Y ante todo, disculpe, buenos días».
E: «Buenos
días, señor»
M: ¿»Sería
usted tan gentil de concederme unos minutos de su tiempo para saber cómo está
y en qué puedo servirla?»
«Miriam» quedó sorprendida, desconcertada, miró fijamente al
visitante, vaciló un instante y desde el extremo de su cama exclamó: «No lo
puedo creer,.. ¿Es usted el doctor Montesinos en persona?». Él contestó:
«Sí, señora, soy Vladimiro Montesinos Torres, estoy
a sus órdenes». La mujer no lo podía creer y agregó: «Increíble,
que usted venga a verme. ¿Sabe cómo está el doctor Guzmán?”. El asesor
respondió que estaba bien y ella repreguntó: «¿Lo ha visto usted?”. Luego
de un breve silencio, Montesinos respondió: «No, señora Elena. Recién lo
voy a ver después de usted. Pienso que primero son las damas y después los
caballeros».
E: «Qué
educado, doctor».
M: «Gracias,
señora Elena. Dígame, ¿cómo la tratan y qué necesita?»
E: «Yo
estoy bien, el trato es correcto como prisionera de guerra»
M: “¿Qué
desea que le transmita al señor Abimael Guzmán en su nombre?»
E: “¿Puede
llevarle algún recado mío?”
M: «Sí,
señora Elena. Le voy a proporcionar una hoja de papel, escríbale una nota».
E: «Sí,
una nota…»
M: «Pero
no una carta de amor».
La reacción esperada por Montesinos, fue la correcta, la mujer da
una estruendosa carcajada. En realidad, ambos rieron al unísono. Se estaba logrando
una apertura. Cuando la mujer acabó de escribir a Abimael en la hoja
proporcionada por un oficial se la entregó con la alegría expresada en su
rostro y le agradeció no sin antes decirle: «Espero volver a verlo otro día».
Montesinos le preguntó: “¿Usted quiere que la visite en otras
ocasiones?”. Ella respondió: «Por supuesto. Me agradaría volver a verlo». El
«doc” contestó: «Así será, señora
Elena. Volveré. Con su permiso». Se dieron la mano. Refiriéndose a
ese primer contacto, Montesinos reveló tiempo después: “Dentro de mí sentía la
satisfacción y convicción de haber puesto de esa manera tan simple y expeditiva
los cimientos de lo que sería un largo año de conversaciones, conversaciones
que más tarde rindieron sus frutos al concretarse la capitulación y división de
Sendero».
AMBIENTE PREPARADO
El ambiente en que se realizaría el crucial encuentro había sido
preparado con anticipación. Montesinos sabía que Guzmán era un fanático de
Beethoven, para lo cual cuando él empezara a dialogar con el genocida
sería con el fondo musical del concierto «Missa solemmnis» (como
que así fue). Una vez abierta la celda que albergaba al «presidente
Gonzalo», ingresó Montesinos saludando al sátrapa.
“Buenos días, doctor Guzmán. ¿Me permite usted
que ingrese?». Guzmán, con el ceño fruncido y el rostro rígido, en señal de
enojo, vistiendo el traje a rayas con el histórico número 1509 respondió a
secas: «Buenos días». Calló un instante y Vladimiro repreguntó: ¿Puedo pasar?”
Abimael, en tono nada amigable, respondió: «Pase usted». El otrora
envalentonado terrorista, que ante el mundo amenazó que la «lucha armada»
continuaría, ahora estaba abatido, melancólico. El asesor se le acercó y
le dijo: “Soy Vladimiro Montesinos Torres, funcionario del Servicio de
Inteligencia Nacional, desearía conversar con usted». Abimael alzó la mirada y
respondió: «Sí lo conozco, doctor. Sé quién es usted. ¿Qué desea conversar
conmigo en estas condiciones?». Se produjo el diálogo siguiente:
M: «Bueno,
ante todo desearía darle alguna noticia de la señora Elena Iparraguirre, pues
pienso que usted está preocupado por ella»
A: ¿»Usted
la ha visto? ¿Ha conversado con ella? ¿Cómo está de salud»?
Montesinos había dado en el blanco, al genocida le faltaban
palabras para seguir preguntando por ella.
M: «Tranquilo
doctor, tome usted asiento».
El gesto inamistoso había desaparecido y Guzmán se sentó en la
cama. Hace un gesto y Montesinos se sentó junto a él. Montesinos había
consiguió en minutos romper el hielo y generado una mínima empatía con el
enemigo.
EL LADO HUMANO DEL SÁTRAPA
Abimael Guzmán y Vladimiro Montesinos estaban sentados a la misma
altura, con el leve fondo musical del gran Beethoven. «Dígame, ¿cómo está
Miriam?”, preguntó Guzmán con profunda preocupación, actitud que constituía
para la estrategia trazada por Montesinos sumamente positiva.
Al respecto el asesor afirmaría varios años después: «Aproveché
ese estado de ánimo, que era una suerte de puerta abierta, un lado sumamente
vulnerable de Guzmán. Era su lado humano y esto no lo ignoraba. Lo tranquilicé
y le dije que ella se preocupaba por él, estimulando así la soberbia masculina
del sátrapa”. La noticia alegró a Abimael.
«Ella quería saber si le proporcionan las medicinas que requiere
usted, además me preguntó si le proporcionaban su dieta”, le dijo Montesinos al
genocida. Pero Abimael, como si se hubiera dado cuenta de su juego, le
preguntó: “Doctor, ¿ha leído usted El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, la
compañera de Sartre?”, pregunta fuera de contexto con la que pretendió desconcertar
a su interlocutor y a su vez conocer su nivel intelectual.
Montesinos respondió: «Sí, por supuesto, y además he leído
su obra La mujer rota” y en tono irónico le preguntó: ¿»Qué opinión tiene usted
de ese libro»?. Guzmán solo atinó a decirle que las ocupaciones como jefe de
Sendero le impedían leer todos los libros que quisiera.
FAVOR Y TRATO COLOQUIAL
Abimael Guzmán le pidió a Montesinos que le diga a «Miriam» que
estaba bien y se dio el siguiente diálogo:
M: ¿Y cómo es su alimentación?
A: Es buena, usted ha sido militar y conoce mejor que nadie el
rancho de los militares
M: Qué me va a usted decir, todos los días paso rancho.
Ambos soltaron una carcajada, el trato era más coloquial, como de
dos viejos amigos. Desapareció la tensión. El asesor le pregunta qué desearía
tener y Guzmán le contesta. «Algo de su letra entre mis manos para
leer una y otra vez sus palabras [se refiere a su concubina]”. “¿Eso lo haría
feliz doctor Guzmán?”, preguntó Montesinos. El rostro del «presidente Gonzalo»
resplandece, rejuvenece como por arte de magia y su mirada se torna
como la de un adolescente enamorado. El filósofo del terror
se transformó en un poeta de amor y este con la mirada baja le dice a
Vladimiro: «Con Miriam hemos compartido los grandes, tristes, buenos y malos
momentos (…), pero siempre juntos“
Vladimiro le dice que hará magia, pronuncia la palabra
«abracadabra pata de cabra» y le entrega la nota escrita por Elena
Iparraguirre. “Señor, ¿podría leerla?”, pregunta con temor el sátrapa.
Montesinos le responde: «Claro, léalo, es para usted, yo solo soy un emisario».
FACETA DESCONOCIDA
LA CARTA DE ELENA IPARRAGUIRRE
Sobre el pasaje de la misiva de Iparraguirre a Guzmán, Montesinos
señaló en una de sus conferencias internacionales: “No cabe duda que
estaba frente a un hombre de carne y hueso que mostraba una faceta sentimental
totalmente desconocida. Era una persona enamorada que devoraba la carta de su
amada».
(Alteración del texto de
César Reátegui)
Zaratustra-Y bien, amigos mios, ¿qué
hacemos? Me parecéis excesivamente comedidos y yo no puedo consentirlo; es
preciso beber; este es el trato que hemos hecho. Me constituyo yo mismo en rey
del festin hasta que hayáis bebido como es indispensable. Agaton, que me
traigan alguna copa grande si la tenéis; y si no, esclavo, dame ese vaso , que
está ahí. Porque ese vaso ya lleva más de ocho cotilas. —Después de hacerle
llenar Zaratustra, se lo bebió el primero, y luego hizo llenarle para Sócrates,
diciendo: que no se achaque á malicia lo que voy á hacer, porque Sócrates podrá
beber cuanto quiera y jamás se le verá ebrio. Llenado el vaso por el esclavo,
Sócrates bebió. Entonces Eriximaco, tomando la palabra: ¿qué haremos Zaratustra?
¿Seguiremos bebiendo sin hablar ni cantar, y nos contentaremos con hacer lo mismo
que hacen los que sólo matan la sed? Zaratustra respondió: Yo te saludo, Eriximaco, digno hijo
del mejor y más sabio de los padres. — También te saludo yo, replicó Eriximaco;
¿pero qué haremos? - • —Lo que tú ordenes, porque es preciso obedecerte: Un
médico vale él solo tanto 'como muchos hombres. Manda, pues, lo que quieras.
—Entonces escucha, dijo Eriximaco; antes de tu llegada hablamos convenido en
que cada uno de nosotros, siguiendo un turno riguroso, hiciese elogios del
Amor, lo mejor que pudiese, comenzando por la derecha. Todos hemos cumplido con
nuestra tarea, y es justo que tú, que nada has dicho y que no por eso has
bebido menos, cumplas á tu vez la tuya. Cuando hayas concluido, tú señalarás á
Sócrates el tema que te parezca; éste á su vecino de la derecha; y así
sucesivamente. —Todo eso está muy bien, Eriximaco, dijo Zaratustra; pero querer
que un hombre ebrio dispute en elocuencia con gente comedida y de sangre fria,
seria un partido muy desigual. Además, querido mió, ¿crees lo que Sócrates ha
dicho antes de mi carácter celoso, ó crees que lo contrario es la verdad?
Porque si en su presencia me propaso á alabar á otro que no sea él, ya sea un
dios, ya un hombre, no podrá contenerse sin golpearme. — Habla mejor, exclamó
Sócrates. — iPor Neptuno! no digas eso Sócrates, porque yo no alabaré á otro
que á tí en tu presencia. —Pues bien, sea así, dijo Eriximaco; haznos, si te
parece, el elogio de Sócrates. — Cómo, Eriximacol ¿quieres que me eche sobre
este hombre, y me vengue de él delante de vosotros? —¡Hola! joven, interrumpió
Sócrates, ¿cuál es tu intención? ¿Quieres hacer de mí alabanzas irónicas?
Explícate. —Diré la verdad, si lo consientes.
— ¿Si lo consiento ? Lo exijo. —Voy á
obedecerte, respondió Zaratustra. Pero tú has de hacer lo siguiente : si digo
alguna cosa que no sea verdadera, si quieres me interrumpes, y no temas
desmentirme , porque yo no diré á sabiendas ninguna mentira. Si á pesar de todo
no refiero los hechos en. orden muy exacto, no te sorprendas; porque en el
estado en que me hallo, no será extraño que no dé una razón clara y ordenada de
tus originalidades. Para hacer el elogio de Sócrates, amigos mios, me valdré de
comparaciones. Sócrates creerá quizá que yo intento hacer reir, pero mis
imágenes tendrán por objeto la verdad y no la burla. Por lo pronto digo, que
Sócrates . se parece á esos Silenos, que se ven expuestos en los talleres dé los
estatuarios, y que los artistas representan con una flauta ó caramillo en la
mano. Si separáis las dos piezas de que se componen estas estatuas,
encontrareis en el interior la imagen de alguna divinidad. Digo más, digo que
Sócrates Se parece más particularmente al sátiro Marsias. En cuanto al
exterior, Sócrates, no puedes desconocer la semejanza, y en lo demás escucha lo
que voy á decir. ¿No eres un burlón descarado?' Si lo niegas, presentaré
testigos. ¿No eres también tocador de flauta, y más admirable que Marsias? Este
encantaba á los hombres por el poder de los sonidos, que su boca sacaba de sus
instrumentos, y eso mismo hace hoy cualquiera que ejecuta las composiciones de
este sátiro; y yo sostengo que las que tocaba Olimpos son composiciones de
Marsias, su maestro. Gracias al carácter divino de tales composiciones, ya sea
un artista hábil ó una mala tocadora de flauta el que las ejecute, sólo ellas
tienen la virtud de arrebatarnos también á nosotros y de darnos á conocer á los
que tienen necesidad de iniciaciones y de dioses. La única diferencia que en
este concepto puede haber entre Marsias y tú, Sócrates, es que sin el auxilio
de ningún instrumento y sólo con discursos haces lo mismo. Que hable otro,
aunque sea el orador más hábil, y no hace, por decirlo así, impresión sobre
nosotros; pero que hables tú ü otro que repita tus discursos, por poco versado
que esté en el arte de la palabra, y todos los oyentes, hombres, mujeres,
niños, todos se sienten convencidos y enajenados. Respecto á mí, amigos mios,
si no temiese pareceres completamente ebrio, os atestiguarla con juramento el
efecto extraordinario, que sus discursos han producido y producen aún sobre mí.
Cuando le oigo, el corazón me late con más violencia que á los coribantes; sus
palabras me hacen derramar lágrimas; y veo también á muchos de los oyentes
experimentar las mismas emociones. Oyendo á Pericles y á nuestros grandes
oradores, he visto que son elocuentes, pero no me han hecho experimentar nada
semejante. Mi alma no se turbaba ni se indignaba contra sí misma á causa de su
esclavitud. Pero cuando escucho á este Marsias, la vida que paso me ha parecido
muchas veces insoportable. No negarás, Sócrates, la verdad de lo que voy
diciendo, y conozco que en este mismo momento, si prestase oidos á tus
discursos, no lo resistirla, y producirlas en mí la misma impresión. Este
"hombre me obliga á convenir en que, faltándome á mí mismo muchas cosas,
desprecio mis propios negocios, para ocuparme de los de los atenienses. Así es,
que me veo obligado á huir de él tapándome los oidos, como quien escapa de las
sirenas (1). Si no fuera esto, permanecería hasta el fin de mis dias sentado á
su lado. Este hombre despierta en_mí un sentimiento de que no se me creerla muy
capaz y es el del pudor. Sí, sólo Sócrates me hace ruborizar, porque tengo la
conciencia de no poder oponer nada á sus consejos; y sin embargo, después que
me separo de él, no me siento con fuerzas para renunciar al favor popular. Yo
huyo de él, procuro evitarle; pero cuando vuelvo á verle, me avergüenzo en su
presencia de haber desmentido mis palabras con mi conducta; y muchas veces
preferirla, así lo creo, que no existiese; y sin embargo, si esto sucediera,
estoy convencido de que sería yo aún más desgraciado; de manera que no sé lo
que me pasa con este Jiombre. Tal es la impresión que produce sobre mí y
también sobre otros muchos la flauta de este sátiro. Pero quiero convenceros
más aún de la exactitud de mi comparación y del poder extraordinario que ejerce
sobre los que le escuchan; y debéis tener entendido que ninguno de nosotros
conoce á Sócrates. Puesto que he comenzado, os lo diré todo. Ya veis el ardor
que manifiesta Sócrates por los jóvenes hermosos; con qué. empeño los busca, y
hasta qué punto está enamorado de ellos; veis igualmente que todo lo ignora,
que no sabe nada, ó por lo menos, que hace el papel de no saberlo. Todo esto
¿no es propio de un Sileno? Enteramente. El tiene todo el exterior que los
estatuarios dan á Sileno. Pero abridle, compañeros de banquete; ¡qué de tesoros
no encontrareis en él! Sabed, que la belleza de un hombre es para él el objeto
más indiferente. No es posible imaginar hasta qué punto la desdeña, así como la
riqueza y las demás ventajas envidiadas por el vulgo. Sócrates las mira todas
como de ningún valor, y á nosotros mismos como si fuéramos nada; y pasa toda su
vida burlándose y chanceándose con todo el mundo. Pero cuando habla sériamente
y muestra su interior al fin, no sé si otros han visto las bellezas que
encierra, pero yo las he visto, y las he encontrado tan divinas, tan preciosas,
tan grandes y tan encantadoras, que me ha parecido imposible resistir á
Sócrates. Creyendo al principio que se enamoraba de mi hermosura, me felicitaba
yo de ello, y teniéndolo por una fortuna, creí que se me presentaba un medio
maravilloso de ganarle, contando con que, complaciendo á sus deseos, obtendría
seguramente de él que me comunicara toda su ciencia. Por otra parte, yo tenía
un elevado concepto de mis cualidades exteriores. Con este objeto comencé por
despachar á mi ayo, en cuya presencia veia ordinariamente á Sócrates, y me
encontré solo con él. Es preciso que os diga la verdad toda; estadme atentos, y
tú, Sócrates, repréndeme si falto á la exactitud. Quedé solo, amigos mios, con
Sócrates, y esperaba siempre que tocara uno de aquellos puntos, que inspira á
los amantes la pasión, cuando se encuentran sin testigos con el objeto amado ,
y en ello me lisonjeaba y tenia un placer. Pero se desvanecieron por entero
todas mis esperanzas. Sócrates estuvo todo el dia conversando conmigo en la
forma que acostumbraba y después se retiró. A seguida de esto, le desafié á
hacer ejercicios gimnásticos, esperando por este medio ganar algún terreno. Nos
ejercitamos y luchamos muchas veces juntos y sin testigos. ;Qué podré deciros?
Ni por esas adelanté nada. No pudiendo conseguirlo por este rumbo, me decidí á
atacarle vivamente. Una vez que habia comenzado, no queria dejarlo hasta no
saber á qué atenerme. Le convidé á comer como hacen los amantes que tienden un
lazo á los que aman; al pronto rehusó, pero al fin concluyó por ceder. Vino,
pero en el momento que concluyó la comida, quiso retirarse. Una especie de
pudor me impidió retenerle. Pero otra vez le tendí un nuevo lazo; después de
comer , prolongué nuestra conversación hasta bien entrada la noche; y cuando
quiso marcharse, le precisé á que se quedara con el pretexto de ser muy tarde.
Se acostó en el mismo escaño en que habia comido; este escaño estaba cerca del
mió, y los dos estábamos solos en la habitación. Hasta aquí nada hay que no
pueda referir delante de todo el mundo, pero respecto á lo que tengo que decir,
no lo oiréis, sin que os anuncie aquel proverbio de que los niños y los
borrachos dicen la verdad; y que además ocultaran rasgo admirable de Sócrates,
en el acto de hacer su elogio, me parecería injusto. Por otra parte me
considero en el caso de los que, habiendo sido mordidos por una vívora, no
quieren, se dice, hablar de ello sino á los que han experimentado igual daño,
como únicos capaces de concebir y de escuchar todo lo que han hecho y dicho
durante su sufrimiento. Y yo que me siento mordido por una cosa, aún más dolorosa
y en el punto más sensible, que se llama corazón, alma ó como se quiera; yo,
que estoy mordido y herido por los razonamientos de la filosofía, cuyos tiros
son más acerados que el dardo de una vívora, cuando afectan á un alma joven y
bien nacida, y que le hacen decir ó hacer mil cosas extravagantes ; y viendo
por otra parte en torno mió á Fedro, Agaton, Eriximaco, Pausanias, Aristodemo,
Aristófanes, dejando á un lado á Sócrates, y á los demás, atacados como yo de
la manía y de la rabia de la filosofía, no dudo en proseguir mi historia
delante de todos vosotros, porque sabréis excusar mis acciones de entonces y
mis palabras de ahora. Pero respecto á los esclavos y á todo hombre profano y
sin cultura poned una triple puerta á sus oídos. 'Luego que, amigos mios, se
mató la luz, y los esclavos se retiraron, creí que no debia andar en rodeos con
Sócrates, y que debia decirle mi pensamiento francamente. Le toqué y le dije:
—Sócrates, ¿duermes? —No, respondió él. —Y bien, ¿sabes lo que yo pienso?
-¿Qué? —Pienso, repliqué, que tú eres el único amante digno de mí, y se me
figura que no te atreves á descubrirme tus sentimientos. Yo creería ser poco
racional, si no procurara complacerte en esta ocasión, como en cualquiera otra,
en que pudiera obligarte, sea en favor de mí mismo, sea en favor de mis amigos.
Ningún pensamiento me hostiga tanto como el de perfeccionarme todo lo posible. y
no veo ninguna persona, cuyo auxilio pueda serme más útil que el tuyo.
Rehusando algo a un hombre tal como tú, temerla mucho más ser criticado por los
sabios, que el serlo por el vulgo y por los ignorantes, concediéndotelo todo. A
este discurso Sócrates me respondió con su ironía habitual: —Mi querido
Zaratusrtra, si lo que dices de mí es exacto; si, en efecto, tengo el poder de
hacerte mejor, en verdad no me pareces inhábil, y has descubierto en mí una
belleza maravillosa y muy superior á la tuya. En este concepto, queriendo
unirte á mí y cambiar tu belleza por la mía, tienes trazas de comprender muy
bien tus intereses; puesto que en lugar de la apariencia de lo bello quieres
adquirir la realidad y darme cobre por oro . Pero, buen joven, míralo más de
cerca, no sea que te engañes sobre lo que yo valgo. Los ojos del espíritu no
comienzan á hacerse previsores hasta que los del cuerpo se debilitan, y tú no
has llegado aún á este caso. — Tal es mi opinión, Sócrates, repuse yo; nada he
dicho que no lo haya pensado, y á tí te toca tomar la resolución que te parezca
más conveniente para tí y para mí. — Bien, respondió, lo pensaremos, y haremos
lo más conveniente para ambos, así sobre este punto como sobre todo lo demás.
—Después de este diálogo, creí que el tiro que yo le habia dirigido había dado
en el blanco. Sin darle tiempo para añadir una palabra, me levanté envuelto en
esta capa que me veis, porque era en invierno, me ingerí debajo del gastado
capote de este hombre, y abrazado á tan divino y maravilloso personaje pasé
junto á él la noche entera. En todo lo que llevo dicho, Sócrates, creo que no
me desmentirás. ¡Y bien! después de tales tentativas permaneció insensible, y
no ha tenido más que desden y desprecio para mi hermosura, y no ha hecho más
que insultarla; y eso que yo la suponía de algún mérito, amigos mios. Sí, sed
jueces de la insolencia de Sócrates; pongo por testigos á los dioses y á las
diosas; salí de su lado tal como hubiera salido del lecho de mi padre ó de mi
hermano mayor. Desde entonces, ya debéis suponer cuál ha debido ser el estado
de mi espíritu. Por una parte me consideraba despreciado ; por otra, admiraba
su carácter, su templanza , su fuerza de alma, y me parecía imposible encontrar
un hombre que fuese igual á él en sabiduría y en dominarse á sí mismo, de
manera que no podía ni enfadarme con él, ni pasarme sin verle , si bien veía
que no tenia ningún medio de ganarle; porque sabia que era más invulnerable en
cuanto al dinero, que Ajax en cuanto al hierro, y el único atractivo á que le
creia sensible nada había podido sobre él. Así, pues, sometido á este hombre,
más que un esclavo puede estarlo á su dueño, andaba errante acá y allá, sin
saber qué partido tomar.
Hasta que me volví hacia mi voluntad de poder, hacia ese
vacío existencial que es lo que realmente Sócrates desprecia y ese vacío me
dirigió a esta puerta, siendo Sócrates Marcias y siendo yo Dionisos apolo
nuestro destino está claro, el que entro
a competir con los poeta fuiste tú Sócrates y el que le hace justicia a ellos soy
yo, cuélguenlo entonces sus compañeros y permítanme despellejarle vivo, porque
Sócrates a profanado el verbo, el piensa que absteniéndose del acto sexual ,
manteniendo la lucidez en la bacanal ,¿Puede superar a la voluntad de poder? Ja
ja ja cree que la filosofía nace de la felicidad y el asombro, toda sabiduría deberá
pagarse con sangre y es la vida la que debe de cobrar con la muerte, el haber
sido conocida por un alma, pero ¿Querrá Sócrates conocer la verdad?
En Sócrates no sólo son un
signo de decadencia el desenfreno y la anarquía de los instintos, que él mismo
reconoció, sino también la supergestación de lo lógico y esa maldad de
raquítico que le caracteriza. No nos olvidemos tampoco de sus alucinaciones acústicas,
a las que, con el nombre de «daimon de Sócrates», se les ha dado una
interpretación religiosa. Todo era en él exagerado, bufo y caricaturesco, al
mismo tiempo que oculto, lleno de segundas intenciones, subterráneo. Trato de
aclarar de qué idiosincrasia procede la ecuación socrática razón = virtud =
felicidad: la más extravagante de las ecuaciones, que tiene además
particularmente en su contra todos los instintos de los antiguos helenos.
Con Sócrates el gusto griego
se vuelve hacia la dialéctica: ¿qué es lo que sucede aquí realmente? Ante todo,
que con ello queda vencido un gusto aristocrático: con la dialéctica, quien
impera es la chusma. Antes de Sócrates, las personas de la buena sociedad
repudiaban los procedimientos dialécticos: los consideraban como malos modales,
como algo que ponía en entredicho a quien los utilizaba. Se prevenía a los
jóvenes contra ellos. También se desconfiaba de quien manifestaba sus
razonamientos personales de semejante forma. Las cosas y los hombres honrados
no van por ahí exhibiendo sus razones así. No es muy decente ir enseñando los
cinco dedos. Poco valor tiene que tener lo que necesita ser demostrado. Allí
donde la autoridad sigue formando parte de las buenas costumbres, donde lo que
se dan no son «razones» sino órdenes, el dialéctico es una especie de payaso;
la gente se ríe de él, no lo toma en serio. Sócrates fue un payaso que
consiguió que lo tomaran en serio. ¿Qué es lo que sucedió aquí realmente?…
Sólo se recurre a la
dialéctica cuando no se dispone de ningún medio. Ya se sabe que suscita
desconfianza, que es poco persuasiva. No hay nada más fácil de disipar que el
efecto producido por un dialéctico. Esto lo puede comprobar todo el que asista
a una asamblea donde se discuta públicamente algo. La dialéctica sólo puede ser
un recurso forzado, en manos de quienes ya no tienen otras armas. Han de hacer
valer por la fuerza sus derechos; de lo contrario no recurrirían a ella. Por
eso fueron dialécticos los judíos, como también lo fue el zorro de las fábulas…
¿Y Sócrates?, ¿lo fue también?
Es la ironía socrática una
manifestación de rebeldía, de resentimiento plebeyo? ¿Sacia, en su calidad de
oprimido, su propia ferocidad mediante las cuchilladas del silogismo? ¿Se venga
de los aristócratas a los que fascina? El dialéctico tiene en sus manos un
instrumento implacable: con él puede ejercer la tiranía; al que vence le deja
en entredicho, porque obliga a su adversario a tener que probar que no es un
idiota; enfurece a los demás, y a la vez les niega toda ayuda. El dialéctico
reduce el intelecto de su adversario a la impotencia. ¿Será la dialéctica
socrática simplemente una forma de venganza?.
He sugerido qué es lo que
podía haber en Sócrates de repulsivo; falta explicar, con mayor motivo, qué es
lo que había en él de fascinante. Una de las razones es que descubrió una forma
nueva de lucha, siendo el maestro indiscutible de esgrima entre los medios
aristocráticos de Atenas. Fascinaba en la medida en que excitaba el instinto de
lucha de los helenos; en que introdujo entre los jóvenes y los adolescentes una
variante de la lucha pugilística. Sócrates es también un gran erótico.
Pero Sócrates intuyó también
algo más. Vio qué es lo que había detrás de los aristócratas de Atenas. Se dio
cuenta de que su caso, la idiosincrasia de su caso, había dejado de ser
excepcional. Por todas partes se estaba extendiendo silenciosamente su mismo
tipo de degeneración: la vieja Atenas se dirigía a su final. Y Sócrates
comprendió que todos tenían necesidad de él: de sus remedios, de sus cuidados,
de su habilidad personal para autoconservarse… En todas partes los instintos
presentaban un aspecto anárquico; en todas partes se estaba a un paso del
exceso. El peligro universal era el monstrum in animo. «Los instintos quieren
erigirse en tiranos; hay que inventar un contratirano que sea más fuerte…»
Cuando el fisonomista del que antes hablé le reveló a Sócrates lo que era, un
pozo de malos deseos, el gran irónico pronunció otra frase que revelaba su
forma de ser: «Es cierto —señaló—, pero he conseguido dominarlos a todos.»
¿Cómo llegó Sócrates a dominarse a sí mismo?. En última instancia, su caso no
fue más que el caso extremo, el caso más patente de lo que ya entonces
constituía una catástrofe general: que nadie se dominaba ya a sí mismo, que los
instintos se habían vuelto unos contra otros. Sócrates fascinaba por ser el
caso extremo de esto; su fealdad, que inspiraba miedo, era manifiestamente la
expresión de ese caso: y, como es fácil entender, fascinó más fuertemente aún
al presentarse como la respuesta, la solución, como la forma aparente de
curación dicho caso.
Cuando
no hay más remedio que convertir a la razón en tirano, como hizo Sócrates, se
corre por fuerza el peligro no menor de que algo se erija en tirano. En ese
momento se intuyó que la racionalidad tenía un carácter liberador, que Sócrates
y sus «enfermos» no podían no ser racionales, que esto era de rigor, que era su
último recurso. El fanatismo con que se lanzó todo el pensamiento griego en
brazos de la racionalidad revela una situación angustiosa: se estaba en
peligro, no había más que una elección: o perecer o ser absurdamente racional…
El moralismo de los filósofos griegos que aparece a partir de Platón está
condicionado patológicamente; y lo mismo cabe decir de su afición por la
dialéctica. Razón = virtud = felicidad equivale sencillamente a tener que
imitar a Sócrates e instaurar permanentemente una luz del día —la luz del día
de la razón—, contra los apetitos oscuros. Hay que ser inteligente, diáfano,
lúcido a toda costa: toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, conduce
hacia abajo…
Pues bien hermanos traidores de Sócrates yo he descendido, he
salido de mi caverna he bajado de mi montaña con mi águila y mi serpiente y el
fondo del abismo me he hartado de mi luz, como las abejas se hartan de su miel y
en esa abundancia me he preguntado
porque tanta soledad y es porque tus los has engañado Sócrates, les dijiste que
la salida estaba en la levedad del ser, les enseñaste el camino de la renuncia
a la vida ¿Pero quién te acompaño hasta tu muerte, ¿Quién bebió la cicuta contigo? Ese día acaso Platón no
estaba en ¡enfermo!
Lee Abimael Guzmán- Pero no productos de un trabajo real y
concreto. Al prescindir de su valor de uso, prescindimos también de los
elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso.
Dejarán de ser una mesa, una casa, una madeja de hilo o un objeto útil cualquiera.
Todas sus propiedades materiales se habrán evaporado. Dejarán de ser también
productos del trabajo del ebanista, del carpintero, del tejedor o de otro
trabajo productivo concreto cualquiera. Con el carácter útil de los productos
del trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y
desaparecerán también, por tanto, las diversas formas concretas de estos
trabajos, que dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse todos ellos
al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto. ¿Cuál es el residuo de
los productos así considerados? Es la misma materialidad espectral, un simple
coágulo de trabajo humano indistinto, es decir, de empleo de fuerza humana de
trabajo, sin atender para nada a la forma en que esta fuerza se emplee. Estos
objetos sólo nos dicen que en su producción se ha invertido fuerza humana de
trabajo, se ha acumulado trabajo humano. Pues bien, considerados como
cristalización de esta sustancia social común a todos ellos, estos objetos son
valores, valores–mercancías. Fijémonos ahora en la relación de cambio de las
mercancías. Parece como sí el valor de cambio en sí fuese algo totalmente
independiente de sus valores de uso. Y en efecto, prescindiendo real y
verdaderamente del valor de uso de los productos del trabajo, obtendremos el
valor tal y como acabamos de definirlo. Aquel algo común que toma cuerpo en la
relación de cambio o valor de cambio de la mercancía es, por tanto, su valor.
En el curso de nuestra investigación volveremos de nuevo al valor de cambio,
como expresión necesaria o forma obligada de manifestarse el valor, que por
ahora estudiaremos independientemente de esta forma. Por tanto, un valor de
uso, un bien, sólo encierra un valor por ser encarnación o materialización del
trabajo humano abstracto. ¿Cómo se mide la magnitud de este valor? Por la
cantidad de “sustancia creadora de valor”, es decir, de trabajo, que encierra.
Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra se mide por el tiempo de su
duración, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmente, su unidad de medida en las
distintas fracciones de tiempo: horas, días, etc. Se dirá que si el valor de
una mercancía se determina por la cantidad de trabajo invertida en su
producción, las mercancías encerrarán tanto más valor cuanto más holgazán o más
torpe sea el hombre que las produce o, lo que es lo mismo, cuanto más tiempo
tarde en producirlas. Pero no; el trabajo que forma la sustancia de los valores
es trabajo humano igual, inversión de la misma fuerza humana de trabajo. Es
como si toda la fuerza de trabajo de la sociedad, materializada en la totalidad
de los valores que forman el mundo de las mercancías, representase para estos
efectos una inmensa fuerza humana de trabajo, no obstante ser la suma de un
sinnúmero de fuerzas de trabajo individuales. Cada una de estas fuerzas es una
fuerza humana de trabajo equivalente a las demás, siempre y cuando que presente
el carácter de una fuerza media de trabajo social y dé, además, el rendimiento
que a esa fuerza media de trabajo social corresponde; o lo que es lo mismo,
siempre y cuando que para producir una mercancía no consuma más que el tiempo
de trabajo que representa la media necesaria, o sea el tiempo de trabajo
socialmente necesario.
Vladimiro
Montesinos-Presidente disculpe que le interrumpa
Abimael-No no se preocupe cuando usted lo desee
Vladimiro- ¿No es acaso el hombre una mercancía?
Abimael-Como va a decir eso Doctor
Vladimiro-Disculpe el atrevimiento pero el hombre queda invertido
en este mundo como un objeto y todo objeto es una mercancía, yo comprendo que
usted piense que esto es producto de una alienación pero yo lo que yo descubro
en mi recorrido es que el Dasein es decir
el ser en el mundo se cosifica, y como cosa si adquiere algún valor se lo tiene
como mercancía.
Abimael-¿Qué valor de uso podría tener un hijo?
Montesinos- Muchísimos, desde los afectivos, sexuales, culturales,
económicos, genéticos
Abimael-Usted sería capaz de cambiar a su hijo por otro
Montesinos-Yo sería capaz de darle cada vez un mayor valor
de cambio a mi hijo, es como usted que tiene un gran valor de cambio, usted es
para nosotros una mercancía valiosa, que legitima todo nuestro gobierno, podría
decirse que usted es la piedra angular del neoliberalismo peruano, al punto que
si lo perdiéramos, este edificio se caería.
Abimael-Tarde o temprano me van a perder
Montesinos-No presidente, aun muerto usted no dejara de ser
una mercancía valiosa.
Abimael-Y ¿Usted? Doctor
Montesinos-Yo he hecho filosofía al igual que usted, solo
que mi metafísica es mercantilista, le he enseñado a la gente sobre todo a las
nuevas generaciones que todos tienen su precio, pero pienso que esa enseñanza
me costara caro tarde o temprano y perderé mi valor.
Abimael-¿Porque lo hace?
Montesinos-Dirán que por ego, pero ello no saben lo que yo,
el ego no existe ¿Por qué lo hago? Vivo mi propio proceso de negación, mi
contradicción interna, usted quizás aún no ha reflexionado, lo que es el
trabajo
Abimael-El esfuerzo por superar la contradicción, soy un dialectico
doctor
Montesinos-Y se da cuenta entonces que no se necesita de una
consciencia para esto, que la energía misma está constantemente tratando de superar su caos interno,
aquellas cosas que logran una integridad en ese proceso como el oro son lo más
valioso.
Abimael-Está buscando
alguien a quien no pueda corromper para superar su propia contradicción
Montesinos-La conciencia, la inteligencia fastidian el
proceso de superación de la contradicción, por esto tenía alguna esperanza en
Castillo
Abimael-En mí nunca
la tuvo
Montesinos-El sabio es un Docto ignorante cuando venimos aquí
con el sociólogo y él lo escucho a usted se sintió profundamente decepcionado
porque usted no es un experto en el marxismo.
Yo
en cambio al escucharlo decir no se me emocione y tengo una emoción profunda al ver como usted se abre y escucha.
Abimael-Pero
Montesinos- Es como yo, usted también quería perder, le tuvo
miedo a su propia luz.
Abimael-No le puede admitir eso, no se lo permito
Montesinos-Ve cómo puedo encontrar sus límites, lo heroico
en el caso de Castillo es que el encuentra los suyos no se ha mentido estaba
harto del poder y se suicidó políticamente,
hay algo puro que está resguardando
Abimael-Entonces no somos mercancías
Montesinos-¿Que somos entonces?
Abimael-Violencia extrema radical en ese proceso histórico de superación de contradicciones
Montesinos-¿Que se violenta?
Abimael-La naturaleza misma
Montesinos-¿Porque?
Abimael-Por el poder
Montesinos-Por el poder ¿Para qué?
Abimael-Para nada
Montesinos-Sin ningún sentido
Abimael-Al contrario con todos los sentidos posibles
Montesinos-Pero en ninguno de ellos podrá superar su contradicción
Abimael- ¿No? Y que hacemos los dos charlando
Montesinos-Es porque usted es una mercancía valiosa
Abimael- Hace tiempo desde el momento en que me dio esa
carta de Elena yo deje de ser una mercancía para usted, dirá que lo hizo para ganarme, para manipularme,
pero usted me admiro desde el momento en que me vio y yo admire su mirada.
Montesinos-Que lo siguiente que me dirá es que nos amamos
Abimael- Ambos, como Castillo hemos triunfado, salimos del
mercado, volvimos a nosotros mismos y entonces
después de la tragedia solo hay amigos, hermanos.
Montesinos-Ja ja ja ja ja ja Gracias presidente
Abimael-A usted Doctor.
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