¿Qué es el Espíritu integrado?
Es Sócrates bebiendo la urea de Diogenes
El reflejo cínico de la locura y el re reflejo loco del
cinismo para lograr la integración
Aprende de tu ser interior con aquellos que saben de estas
cosas
Pero no repitas textualmente lo que dicen
Zulaika permitió que todo fuera en nombre de José
Desde la semilla de apio a la madera de aloe
Su amor por él era tal que ocultaba su nombre
En muy distintas expresiones cuyo sentido profundo
Solo ella conocía.
Cuando decía: La cera está
ablandando cerca del fuego,
Quería decir “mi amor me desea”
Oh si decía mira ha salido la luna
O el sauce ha echado hojas
O las ramas están temblando
Las semillas de cilantro se han quemado
Las rosas se están abriendo
O el rey está de buen
humor hoy
O eso sí que es
suerte
O Hay que quitarle el polvo a los muebles
O ha llegado el aguador ya es casi de día
O estas verduras están perfectas
O El pan está soso
O las nubes parecen moverse con contra del viento
O me duele la cabeza o estoy mejor de mi dolor de cabeza
Con cualquier alabanza lo que ella quiere expresar es el
toque de José
Con cualquier queja su lejanía
Si tiene hambre es de él
Si sed su nombre es un sorbete
Si hace frio es él su
abrigo
Esto es lo que puede conseguir el amigo
Ante tal enamoramiento
La gente sensual suele usar los nombres sagrados.
Pero no se esfuerzan por ellos
El milagro que Jesús realizo al ser el nombre de Dios
Es lo que Zulaika sentía por el nombre de José.
Cuando uno está unido
a la esencia del otro
Hablar de eso es espirar el nombre Hu, vacío de yo y repleto
de amor
Como dice el refrán,
el tarro gotea su contenido
El azafrán de la conexión la risa
El olor a cebolla de la separación el llanto
Otros quieren muchas cosas y a mucha gente
Este es el estilo
del amigo y la amiga
De la loca y el cínico amándose
Para hacer que Polifemo(el de muchas palabras) se confiase,
Odiseo le dio un barril lleno de vino muy
fuerte sin aguar. Cuando Polifemo le preguntó su nombre, Odiseo le dijo que se
llamaba ουτις outis, un nombre que
puede traducirse como 'Ningún hombre' o 'Nadie'. Cuando el gigante, borracho,
cayó dormido, Odiseo y sus hombres tomaron una lanza fraguada y la clavaron en
el único ojo de Polifemo. Este empezó a gritar a los demás cíclopes que «Nadie»
le había herido, por lo que entendieron que Polifemo se había vuelto loco,
llegaron a la conclusión de que había sido maldecido por un dios, y por tanto
no intervinieron. Por la mañana, Odiseo ató a sus hombres y a sí mismo al
vientre de las ovejas de Polifemo. Cuando el cíclope
llevó a las ovejas a pastar, palpó sus lomos para asegurarse de que los hombres
no las montaban, pues al estar ciego no podía verlos. Pero no le palpó los
vientres al ganado, así que huyeron los hombres.
Odiseo
escapa de la cueva de Polifemo. Cerámica de
figuras negras ca. 500 a. C.
Cuando las ovejas y los hombres, unas y otros, ya estaban fuera,
Polifemo advirtió que los últimos ya no estaban en la cueva. Cuando ya se
alejaba con los suyos, navegando, Odiseo gritó a Polifemo:
¡No te hirió
Nadie, sino Odiseo!
Esta es la clave del Espíritu absoluto El yo se niega a sí
mismo y se dice nadie para luego volverse a sí mismo y declararse Odiseo aquel
que retorna a sí mismo.
Esta es la razón antigua que se deja inspirar por lo
absoluto negándose a sí misma siendo
nadie y al ser nadie todo, una vez comprendido esto vuelve a su origen.
Pero la razón que es locura, porque deviene del caos
primogenio se niega a esta negación y se vuelve esquizofrénica es aquí que el
cínico le tiene que devolver su reflejo para que esta se cure y se integre.
5. «A la búsqueda de la insolencia perdida»
Un culo estricto rara
vez deja escapar un pedo jovial.
Proverbio luterano
La objeción, la cana al aire, la desconfianza jovial son
signos de salud: todo lo incondicional cae dentro de lo patológico. F.
Nietzsche, Más allá del bien y del mal
Ellos han puesto sus manos en toda mi vida; por eso puede
levantarse y salir al encuentro. Danton antes de su condena .
Filosofía griega de
la insolencia: El quinismo El antiguo quinismo es, al menos en su origen
griego, insolente por principio. En su insolencia hay un método digno de
descubrirse. Injustamente, este primer y real «materialismo dialéctico», que
también era un existencialismo, se considera y, consiguientemente, se pasa por
alto, frente a los grandes sistemas de la filosofía griega (Platón, Aristóteles
y la Stoa), como un mero juego satírico, como episodios a mitad de camino entre
la diversión y la porquería. En el kynismos se encontró una forma del
argumentar con la que el pensar serio hasta el día de hoy no ha sabido qué
hacer. ¿No es basto y grotesco hurgarse en la nariz mientras Sócrates conjura
su daimonion y habla del alma divina? ¿Cómo cabe calificar sino de ordinario el
hecho de que Diógenes se cisque en la doctrina platónica de las ideas? ¿O será
que el ciscarse es incluso una de las ideas que Dios hizo salir de su
meditación cosmogónica? ¿Y qué tendría que decirse cuando este vagabundo
filosofante responde a la exquisita doctrina de Platón sobre el Eros con una
masturbación publica? Para la comprensión de estos gestos provocadores
aparentemente marginales existe un fundamento digno de reflexión, un principio
que llamó a la vida a las doctrinas sapienciales y que en la Antigüedad pasaba
por ser la cosa más natural antes de que los modernos desarrollos lo
descompusieran. En el filósofo, el hombre del amor a la verdad y de la vida
consciente, vida y doctrina tienen que estar siempre de acuerdo. El centro de
toda doctrina es lo que de ella materializan sus seguidores. Esto puede
malinterpretarse en un sentido idealista, como si la función de la filosofía
fuera poner a los hombres sobre la pista de ideales inalcanzables. Sin embargo,
si el filósofo es llamado a vivir lo que dice, entonces su tarea es, en un
sentido crítico, mucho mayor: la de decir lo que vive. Desde siempre toda
idealidad tiene que materializarse y toda materialidad tiene que idealizarse
para que para nosotros se constituya realmente en esencia del medio. Una
separación de persona y cosa, teoría y praxis no es considerable en absoluto,
desde este punto de vista elemental, a no ser como señal de oscurecimiento de
la verdad. Encarnar una doctrina significa convertirse en su medio. Esto es lo
contrario de aquello que se exige en el plaidoyer moralista de un obrar
estrictamente dirigido por el ideal. Al atender a aquello que es encarnable,
estamos protegidos de la demagogia moral y del terror de las abstracciones
radicales no vivibles. (La cuestión no es qué es la virtud sin el terror, sino
qué es el terror sino idealismo consecuente.)/ La aparición de Diógenes señala
el momento dramático en el proceso de la verdad de la temprana filosofía
europea: mientras la «alta teoría» a partir de Platón corta irrevocablemente
los hilos para una encarnación material, para con ello entretejer los hilos de
la argumentación lo más densamente posible y así lograr un entramado lógico,
emerge una variante subversiva de teoría inferior que exagera la encarnación
práctica de su doctrina hasta convertirla en una pantomima grotesca. El proceso
veritativo se divide en una falange discursiva altamente teorética y en una
tropa de guerrilleros satírico-literarios. Con Diógenes empieza en la filosofía
europea la resistencia contra el descartado juego del «discurso».
Desesperadamente jovial se defiende de la «idiomatización» del universalismo
cósmico que había llamado a los filósofos a ejercer su cargo. Bien se trate de
una «teoría» monológica, bien sea dialógica, Diógenes presiente en ambas el
engaño de las abstracciones idealistas y la insipidez esquizoide de un pensar
cerebralizado. De esta manera, él, el último sofista arcaico y el primero en la
tradición de la resistencia satírica, crea una ilustración grosera. Diogenes
inaugura el diálogo no-platónico. Aquí Apolo, el dios de las iluminaciones,
muestra su otra cara, la que Nietzsche no percibió: como sátiro pensante, como
verdugo, como comediante. Las flechas mortíferas de la verdad penetran allí
donde las mentiras se ponen a cubierto tras autoridades. Aquí, la «teoría
inferior» pacta por primera vez una alianza con la pobreza y la sátira. A
partir de ahora se hace palpable de una manera sencilla el sentido de la
insolencia. Desde que la filosofía, sólo de forma hipócrita, es capaz de vivir
lo que dice, le corresponde a la insolencia decir lo que se vive En una cultura
en la que los idealismos endurecidos convierten las mentiras en «formas de
vida», el proceso de verdací depende de si hay personas que sean suficientemente
agresivas y libres («desvergonzadas») para decir la verdad, Los dominadores
pierden su autoconciencia real en los locos, los payasos, los quínicos; por
ello la anécdota hace decir a Alejandro Magno que él querría ser Diogenes si no
fuera Alejandro. Si Alejandro no fuera el loco de su ambición política,
entonces tendría que hacerse el loco para decir la verdad a las gentes como a
sí mismo. (Y cuando los poderosos, por su parte, empiezan a pensar
quínicamente; cuando conocen la verdad sobre sí mismos y, a pesar de ello,
«continúan» obrando de igual manera, entonces completan de una manera perfecta
la definición moderna de cinismo.) Por otra parte, sólo desde hace pocos siglos
la palabra insolente tiene efectivamente un motivo negativo. Inicialmente
supone, como en el antiguo alto alemán, una agresividad productiva, un ir hacia
el enemigo: «valiente, atrevido, vivaz, arrogante, indómito, curioso». En la
historia de esta palabra se refleja la desvitalización de una cultura. En
aquellas personas que todavía hoy son insolentes, el enfriamiento del bochorno
materialista no ha sido tan efectivo como desearían aquellos a quienes no les
convienen hombres no congelados. El judío David es el prototipo del insolente
que hace cosquillas a Goliat: «Acércate un poco para que pueda darte mejor». El
muestra que la cabeza no sólo tiene orejas para oír y escuchar, sino también
una frente para ofrecerla al más fuerte: «Fronde», «Affront», «Effronterie». El
quinismo griego descubre como argumentos la animalidad del cuerpo humano y de
sus gestos y desarrolla un materialismo pantomímico. Diógenes refuta el
lenguaje de los filósofos con el del payaso: «Cuando Platón formuló la
definición de que el hombre es un animal bípedo e implume, definición que provocó
el aplauso de los presentes, Diógenes desplumó un gallo y lo soltó en la
escuela con las palabras: "Esto es el hombre de Platón"; lo que
motivó el que se añadiera: "Con uñas planas"» (Diógenes Laercio, rv,
40). Esta -y no el aristotelismo- es la antítesis filosófica realista a las
teorías de Sócrates y Platón. Ambos, Platón y Aristóteles, son pensadores del
señorío, e incluso en las-ironías y disquisiciones dialécticas de Platón puede
percibirse todavía un destello de la plebeya filosofía callejera de Sócrates.
Diógenes y los suyos oponen una reflexión esencialmente plebeya. La teoría de
esta insolencia puede abrir en efecto el acceso a una historia política de
reflexiones combatientes. Es lo que posibilita una historia de la filosofía
como historia social dialéctica: es la historia de la encarnación y de la
división de conciencia. Pero desde que el quinismo ha hecho depender la
manifestación de la verdad de factores como el valor, la insolencia y el
riesgo, el proceso de la verdad ha derivado hacia una tensión moral hasta
entonces desconocida; yo la llamo la dialéctica de la desinhibición. Quien se
tome la libertad de hacer frente a las mentiras dominantes provocará un clima
de distensión satírica en el que incluso los poderosos, al igual que sus ideólogos
del señorío, se desinhiben afectivamente..., si bien bajo la colisión de la
afrenta crítica que les llega del lado quínico. Pero mientras el quínico
sostenga sus «insolencias» a través de una vida de integridad ascética, el
idealismo le contestará por parte de los atacados con una desinhibición disfrazada
de escándalo que, en el peor de los casos, llega hasta la aniquilación. Es una
característica esencial del poder que sólo él pueda reírse de sus propios
chistes.
¿Es imposible entonces un dialogo entre Sócrates y Diógenes?
Sabiendo que Sócrates es el loco y Diógenes el loco encarnado que
fenomenológicamente da cuenta de la idealización hecha acción haciendo que el
loco tome conciencia de su locura, ¿No es posible de que el loco devuelva el
reflejo al cínico que lo desnuda en la acción en su integración intuitiva donde
acción y teoría se niegan?
Mear contra el viento
i
La insolencia tiene fundamentalmente dos posiciones: arriba
y abajo, prepotencia y contrapotencia; expresado de una manera tradicional:
señor y esclavo. El antiguo quinismo comienza el proceso de los «argumentos
desnudos» desde la oposición, llevado por el poder que procede de abajo. El
quínico ventosea, defeca, mea y se masturba en pública calle, ante los ojos del
agora ateniense; desprecia la gloria, se ríe de la arquitectura, niega el
respeto, parodia las historias de los dioses y de los héroes, come verduras y
carne crudas, se tumba al sol, bromea con las meretrices y dice a Alejandro
Magno que no le quite el sol. Pero ¿qué es esto? El quinismo es una primera
réplica al ateniense idealismo señorial, réplica que va más allá de
refutaciones teóricas. Él no habla contra el idealismo, vive contra él.
Diógenes es un personaje cuya figura puede entenderse como contraposición a
Sócrates. Las rarezas de su comportamiento posiblemente no sean más que
intentos de exceder de una manera comediante al sagaz dialéctico. Sin embargo,
la cosa no acaba ahí: el cinismo da a la pregunta de cómo se dice la verdad un
nuevo giro. El académico diálogo de filósofos no concede a la posición
materialista el lugar merecido, es más: no se le puede conceder, dado que el
mismo diálogo presupone ya algo así como un acuerdo idealista. Allí donde
solamente se hable, un materialismo existencial se sentirá desde el primer
momento incomprendido. En efecto, en el diálogo de las cabezas sólo surgirán
teorías de cabeza y fácilmente se alzará, por encima del conflicto de un
idealismo con un materialismo de cabeza, una dialéctica de cabeza. Sócrates se
las entiende bastante bien con los sofistas y los materialistas teóricos,
siempre que pueda llevarles al diálogo en el que él, como maestro de la
argumentación, es invencible. Pero ni Sócrates ni Platón pueden con Diógenes,
ya que éste habla con ellos «también de una manera distinta», en un diálogo con
pelos y señales. Por eso, a Platón no le quedó otro remedio que la difamación
de su incómodo y testarudo contrincante, a quien calificaba de «Sócrates
enfurecido» (Sokrates mainomenos). La frase pretende ser una aniquilación y es
el reconocimiento más alto. Platón, contra su voluntad, equipara al rival con
Sócrates, el dialéctico más grande. Esta indicación de Platón es muy valiosa,
pues pone de manifiesto que la filosofía adopta un carácter algo inquietante y,
sin embargo, necesario. En la filosofía del perro de los quínicos aparece,
pues, una posición materialista que aporta el agua a la dialéctica idealista.
El quinismo posee la sabiduría de la filosofía original, el realismo de la
actitud materialista y la alegría de una religiosidad irónica. A pesar de todas
sus groserías, Diógenes no está agarrotado en la oposición, ni fijado en la
contradicción; su vida está marcada por una autocerteza humorística que
solamente pertenece a los espíritus soberanos"1 . En el idealismo que
justifica los ordenamientos sociales y cósmicos, las ideas están arriba-y la
luz de la atención se fija en ellos; la materia está abajo, como mero destello
de la idea, pura sombra, una mancha. ¿Cómo se puede defender la materia
viviente contra la degradación? En efecto, ella está excluida del diálogo
académico, sólo se la admite como tema, no como existencia. ¿Qué puede hacerse?
Lo material, el cuerpo despierto presenta activamente su prueba de soberanía.
Lo inferior excluido va al mercado y reta demostrativamente a lo superior.
¡Excremento, orina, esperma!: «vegetar» como un perro, pero vivir, reír y dar
la impresión de que tras todo esto no hay confusión, sino una reflexión clara.
] Ahora bien, se podría objetar que las cosas animales son privadas experiencias
cotidianas del cuerpo que no se hacen acreedoras de ningún espectáculo público.
Puede ser, pero no viene al caso. Este «sucio» materialismo responde no sólo a
un convencido idealismo de poder que infravalora los derechos de lo concreto.
Las animalidades son, en el quínico, una parte de su autoestilización, pero
además también son una forma de argumentar. Su núcleo es el existencialismo. El
quínico, en cuanto materialista dialéctico, tiene que salir a la palestra de la
opinión pública porque ésta es el único espació en el que la victoria sobre la
arrogancia idealista puede tener lugar de una manera congruente. El
materialismo ocurrente no se satisface con palabras, sino que pasa al terreno
de la argumentación material que rehabilita al cuerpo. Ciertamente, la idea
reina en la academia y la orina gotea discretamente en la letrina. Pero ¡orinar
en la academia! Esto sería la tensión dialéctica total, el arte de mear contra
el viento idealista.
Llevar a la calle lo bajo, lo separado, lo privado, supone
subversión. Tal es, como veremos, la estrategia cultural de la burguesía, que
alcanzó la hegemonía cultural no sólo por medio del desarrollo de la economía
de objetos, de la ciencia y de la teoría, sino también mediante la publicación
-inspirada secretamente en el materialismo- de lo privado, de su mundo amoroso,
sentimental, corporal e íntimo con todas sus complicaciones sensuales y
morales. Desde hace más de doscientos años, observamos un movimiento
permanente, por supuesto siempre atacado, de lo privado a lo público; y en
esto, las experiencias sexuales desempeñan un papel de primer orden, porque en
ellas se impone con una fuerza ejemplar la dialéctica de la separación privada
y del regreso público. La cultura burguesa, dispuesta de una manera realista, no
puede hacer otra cosa que aceptar los hilos de la revolución cultural quínica.
Hoy día se empieza a comprender esto otra vez; Willy Hochkeppel ha demostrado
recientemente los paralelos que existen entre el antiguo quinismo y el moderno
movimiento de hippiesy alternativos . Elementos neoquínicos impregnan la
conciencia burguesa de lo privado y de lo existencial por lo menos desde el
siglo XVIII. En ellos se articula una reserva del sentimiento burgués de la
vida contra la política... en cuanto forma de vida abstracta, obligada a falsas
alturas. Pues la política es ayer y hoy, más que nunca, lo que los quínicos de
las decadentes comunidades urbanas griegas experimentaron: una amenazadora
relación de necesidad entre hombres, una esfera de sospechosas carreras, de
dudosas ambiciones, un mecanismo de alienación, el plano de la guerra y de la
injusticia social: en pocas palabras, aquel infierno que se cierne sobre
nosotros debido a la existencia de otros capaces de poder. La opinión pública
del agora ateniense fue electrizada por la ofensiva quínica. Aunque Diógenes no
aceptó realmente ningún discípulo, su impulso doctrinal, si bien de una manera
subliminal , se convirtió en uno de los más fuertes de la historia del
espíritu. Cuando Diógenes orina y se masturba en la plaza del mercado, hace
ambas cosas en una situación modelo, dado que lo hace públicamente. Publicar
algo significa la unidad fáctica de mostrar y generalizar. (En ello radica el
sistema semántico del arte .) De esta
manera, el filósofo concede al pequeño hombre del mercado los mismos
derechos a una experiencia desvergonzada de lo corporal, que hace bien en
oponerse a cualquier discriminación. La moralidad puede ser incluso buena, pero
la naturalidad también lo es. No otra cosa es lo que proclama el escándalo
quínico. Dado que la doctrina explica la vida, el quínico tuvo que llevar al
mercado la sensualidad reprimida. Mirad qué bien se lo pasa con su miembro este
hombre sabio, ante el que Alejandro Magno se quedaba lleno de admiración. Y
defecar lo hace él a la vista de todos. Consiguientemente no puede ser tan
malo. Y con ello comienza una risa filosóficamente rica en contenido de verdad,
risa de la que habrá que acordarse de nuevo, ya que hoy día todo tiende a que a
uno se le acabe la risa. Las filosofías posteriores -por supuesto, las
cristianas y las no cristianas incluso más- desintegran paso a paso la regla de
la corporización. Finalmente, los intelectuales admitieron expresamente la
«no-identidad» de vida y clarividencia, y de una forma más acentuada, Adorno,
quien diferenció categóricamente la vigencia de figuras espirituales de la
notoria «miseria» de los portadores del «espíritu». El que la destrucción del
principio, corporización, sea una obra de esquizofrenias cristiano-burguesas y
capitalistas no necesita ulterior explicación. El principio de la corporización
no puede ser portado -por razones de constitución cultural- por los
intelectuales modernos. Una inteligencia que tenga que interpretar su papel
social habrá de convertirse, bien consciente, bien inconscientemente, en el
grupo piloto del desgarro existencial. El filósofo moderno, mientras siga
reivindicando este nombre, se convertirá en un animal cerebral esquizoide...
incluso cuando vuelva su atención teóricamente a la negatividad, a lo excluido,
a lo humillado y a lo vencido.
Por esto la necesidad de una hermenéutica revelada que se
haga carne y se burle de lo ideal pero que lo luego se haga espíritu en la intuición
más profunda de los amantes, Sócrates enamorado de Diógenes el perro revolcándose
con el hombre para que a este le salgan alas.
Osho era un cínico el enseño la risa en la religión lo que lo
hace un gran maestro, pero el debió aprender a llorar hasta llorar gotas de sangre como lo hacen los
locos y entonces hubiera sido un Santo.