viernes, 5 de enero de 2024

Filósofo

 

Filósofo

 

Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La de Camus sabia, sin embargo, que no lo reharía. Pero su tarea en su comprensión  quizá se pensó  aún más grande. Consistía según Camus  en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada del odio y la opresión, esa generación tuvo, en sí misma y alrededor de sí misma, que restaurar, a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y el morir”. ¿Pero lo lograron? No más bien se volvieron en unos conservadores que lucharon para incluir a la gente en su mundo cada vez más podrido, quisieron conservar entre sus dedos el  agua y lo único que les quedo fue mugre en la uñas por eso las siguientes generaciones tienen que destruir lo que estas generaciones deconstruyeron  es decir volver a abrir la represa de la historia para que su rio lo inunde todo y la sangre por fin llegue al mar.      

 

"¿Dónde está el Árbol del Bien y del Mal, que arraigara bajo el cruel talón del Espectro de Albión, el patriarca druídico? ¿Dónde sus sacrificios humanos expiatorios, perpetrados en la guerra y en los templos druidas del Inquisidor, los robledales de Albión que bajo su Espectro la Tierra oscurecían?

¿Dónde están los Reinos del Mundo en toda su gloria, edificados sobre la desolación, fruto del Árbol de la Pobreza de Albión, cuando su tricéfalo gigante Gog-Magog imponía tributos a las naciones instaurando en ellas la desolación....?”10

 

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LOS LÍMITES MORALES DEL MERCADO Fernando Claro V. Economista, MA Economía, MA Economía Política Investigador sub-área económica, Fundación para el Progreso Resumen: Durante la última década, Michael Sandel ha liderado una importante y popular crítica a los mercados. Más específicamente, ha criticado a que el dinero y las leyes de la compra y venta de bienes y servicios se haya inmiscuido en demasiados aspectos de nuestras vidas. En este ensayo hago una breve revisión de los argumentos esgrimidos por Sandel y otros autores, como también los contraargumentos, concentrándome, para esto último, en lo realizado por los filósofos Jason Brennan y Peter M. Jaworski. Palabras clave: mercado, moral, Michael Sandel. A lo largo de la historia, y especialmente después de la influencia de los escritos de Karl Marx, el mercado y la propiedad privada han sido constantemente desafiados como las mejores herramientas para distribuir y asignar los recursos en una economía. Las principales críticas se han concentrado en las malas prácticas que este sistema de organización económico y social —y en teoría, no otros— traería consigo. En las últimas décadas los «críticos del libre mercado» han buscado nuevos objetivos, especialmente luego de la caída de los regímenes socialistas. Estos últimos habían llegado al poder condenando con gran retórica al capitalismo y ofreciendo un sistema diferente y atractivo. Las críticas ahora han concentrado ahora en la desigualdad, los daños a la naturaleza y, en menor medida, en los «límites morales» del éste. Esta última es la que el filósofo norteamericano Michael Sandel resume al expresar, peyorativamente, que estaríamos «evolucionando desde una economía de mercado hacia una sociedad de mercado».1 El problema ahora no serían las consecuencias desastrosas que el mercado traería a la sociedad, naturaleza o individualmente a los seres humanos, sino que sería simplemente lo inmoral del hecho de intercambiar ciertos bienes o, al menos, el hecho de no cuestionárselo. Habría entonces ciertos bienes o servicios que no habría que comprar, vender ni intercambiar. El problema sería el transformar todo en commodity —en cuanto a su definición de bien transable—, commodification en inglés o mercantilización en nuestro idioma. Esta corriente anti-mercantilista recibió un gran impulso gracias a la crisis financiera del año 2008 llevando incluso al filósofo Michael Sandel a convertirse prácticamente en un rockstar y a su libro, What Money Can't Buy: the moral limits of markets2 , en un superventas mundial. En este ensayo hago un breve repaso de los diferentes argumentos existentes en la literatura anti-mercantilización, para luego enfocarme en los contraargumentos que se le hacen a ésta. Fundamentalmente me basaré en el trabajo desarrollado por Jason Brennan y Peter M. Jaworski en su libro del año 2015, Markets without limits: Moral virtues and commercial interests. Los autores, como muchos otros, critican a «los críticos»3 por haber sido incapaces de haber logrado desarrollar un marco teórico consistente que sirva de herramienta para clasificar cuándo los mercados deberían ser prohibidos o no. Además, analizando los principales argumentos, Brennan y Jaworski argumentan que todos estarían desenfocados. Para ellos, las críticas estarían concentradas en el cómo se transan los diferentes bienes, y eso no bastaría 1 Sandel, M.J., TED talk, 2013. Why we shouldn’t trust markets with our civic life. 2 Sandel, M.J., What money can’t buy: the moral limits of markets, Macmillan, 2012. 3 Nombran, entre otros, a Debra Satz, Ruth Grant, Michael Sandel, Robert Skidelsky, Margaret Jane Radin, Benjamin Barber, George Ritzer y Elizabeth Anderson. En Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.7. — 2 marco general y consistente de análisis. Sus argumentos, por lo general, se basan en intuiciones, y buenas, pero se quedan ahí: simplemente en intuiciones. Como también señala Sandmo,6 el mayor problema presente en sus escritos es que no se logra identificar la línea, o herramientas para identificarla, que separaría un mercado deseable de otro indeseable. Los filósofos Satz y Sandel, por ejemplo, inician sus reflexiones haciendo un llamado a la ciencia económica a mirar al pasado. Puntualmente, llaman a que los economistas vuelvan a trabajar como lo hicieren Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx quienes, en teoría, nunca separaron las cuestiones morales de los análisis económicos en que se imbuían. Contrariamente, la economía neoclásica —como se le llama a la ciencia económica que domina actualmente los departamentos de economía en el mundo—, separaría explícitamente todo análisis normativo de su quehacer científico, el cual sería netamente positivo. Independiente de la discusión acerca de lo real de esta separación, el término «economicismo» se refiere al «criterio o doctrina que concede a los factores económicos primacía sobre los de cualquier otra índole»7 y es, considerando esta acepción, utilizado comúnmente de manera peyorativa tanto en diferentes medios como en la academia. Criticando a esta «sociedad de mercado», Sandel, en su libro del año 2012 What Money Can’t Buy, nos entrega varios ejemplos de mercados a lo menos cuestionables. Él expone dos razones que explicarían su cuestionamiento. La primera tiene relación con la ya conocida desigualdad —la existente ex ante y la causada, ex post, por el mercado en cuestión—, y la segunda, más sofisticada —y con dos aristas—, reside en el hecho de que los mercados corromperían ciertas actitudes humanas y/o su simbolismo sería nefasto para la sociedad. Introducir dinero en situaciones de caridad, como las donaciones de sangre, haría desaparecer el altruismo (y bajar la cantidad de donaciones). Regalar dinero sería, según estos «críticos» mostrar un desprecio por la persona a la cual uno le regala, debido a su significado, su simbolismo. Al trabajar solo en base de ejemplos, Sandel queda expuesto a ser criticado por no ofrecer un marco conceptual 6 Sandmo, Agnar. «The Market in Economics: Behavioural Assumptions and Value Judgments». NHH Dept. of Economics Discussion Paper 12, 2014. 7 Como lo define la Real Academia de la Lengua Española. para prohibir su comercio. Por el contrario, cuando la crítica se concentra en el bien o servicio en sí mismo, su prohibición tendría sentido, independiente de si es gratis o no. Así, finalmente, lo que importaría no sería el intercambio monetario en sí mismo, sino que la posesión o existencia de esos bienes o servicios. El problema con la pornografía infantil yace en su naturaleza, está mal en sí mismo, con o sin la existencia de dinero mediante. Lo que es inherentemente repudiable poseer o hacer desde el punto de vista moral, es también inmoral introducirlo al mercado. El corolario final que proponen los autores sería que lo que se acepta a tener gratis, se acepta a ser intercambiado por dinero. El mercado entonces no introduciría maldad donde antes no existía. COMMODIFICATION O MERCANTILIZACIÓN. EL PROBLEMA Para los economistas, la discusión acerca de mercantilizar o no diferentes bienes —el permitir o no que algo se compre y/o venda en un mercado— debería basarse solo en cuestiones de eficiencia. Las otras preguntas pertinentes a este problema, tales como las que tienen que lidiar con temas de justicia, igualdad, libertad, etc. habrían sido, en palabras de Sandel, «externalizadas» por los economistas a los filósofos.4 Así, durante las últimas décadas, se ha dado un amplio debate en la academia respecto al tema. Incluso Debra Satz y el hoy rockstar filósofo Michael Sandel han contribuido a la discusión llegando a un público más masivo. Pioneros en posicionar más fuertemente estos temas fueron las intelectuales Margaret J. Radin y Elizabeth Anderson quienes cuestionaron a finales de los años 80 la evolución de los mercados de «vientre de alquiler».5 Sin embargo, a pesar de su esfuerzo e influencia, estos «críticos del mercantilismo» han sido, a su vez, criticados por no haber logrado proponer un 4 Sandel, M.J., Market reasoning as moral reasoning: why economists should re-engage with political philosophy, p.122. 5 Incluso se podría mencionar a uno de los padres intelectuales de la mercantilización, Adam Smith, quien, en su libro Riqueza de las Naciones de1776, ya se refería el «descrédito» social que implicaba el recibir pagos y utilizar como manera de subsistencia, actos tan nobles como ser cantante de ópera. En Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p. 210. — 3 con el cual analizar y descifrar cuando los mercados tienen o no estas propiedades indeseables.8 En un trabajo más reciente, donde afina sus argumentos (como él mismo señala),9 Sandel insiste que su única intención es resaltar la necesidad de «un debate público acerca de donde efectivamente los mercados estarían aportando al bien común y en donde no».10 Es decir, no propone una teoría, sino que solo reflexionar. ¿Sería suficiente entonces con algo así como una deliberación en el parlamento? Dado que en realidad estamos «teorizando» y que además, Sandel hace una fuerte crítica, implícita o no, a los mercados, es de esperar que no. Algo similiar señala Debra Satz en su libro del 2010, Why Some Things Should Not Be for Sale: The Moral Limits of Markets: «el punto de mi investigación no es levantar preguntas generales acerca del sistema de mercado o acerca de los mercados en abstracto. Más bien, estoy preocupada de las diferentes características que existen en mercados específicos como el intercambio de órganos humanos, el trabajo infantil, desechos tóxicos, sexo y medicina».11 Sin embargo, en su libro hace todo lo contrario. Intenta construir un marco teórico general para enjuiciar la pertinencia o no de ciertos mercados. Así, inicialmente pretende separar las consideraciones de su análisis en dos: por un lado, analiza la situación de las personas o agentes económicos ex ante —como asimetrías de información, por ejemplo— y, por otro, se concentra en las consecuencias que generaría el introducir un bien al mercado. Sin embargo, no logra diferenciar claramente entre estos dos análisis y declara como «repugnantes» a aquellos mercados que, debido a las malas condiciones ex ante, generan consecuencias indeseadas (y obviamente también a los que independiente de las condiciones iniciales, generen consecuencias nocivas). El análisis sería entonces completamente consecuencialista.12 Este enfoque más centrado en daños —a los que me referiré como «más palpables»— es también el que utiliza la filósofa Elizabeth Anderson para criticar el mercado de vientres de alquiler. Al contratar un vientre de alquiler, sostiene Anderson, los padres se estarían «aprovechando» de la bondad de la madre sustituta. Anderson sostiene, por ejemplo, que apenas el 1% de las madres que se ofrecen para otorgar «el servicio» lo harían sólo por dinero, el resto combina necesidades financieras junto con motivos emocionales.13 Los padres biológicos entonces velarían por sus propios intereses mientras que las segundas, por algo mucho más noble y relacionado con las emociones. La compra y venta de vientres de alquiler expondría a las madres entonces a relaciones de un nuevo tipo de «aprovechamiento». El caso más común de este fenómeno (exploitation en inglés), tanto en prensa como en la literatura académica, es el que le adjudicó Marx a los dueños del capital. Éste consiste en aprovecharse —el capitalista— de la necesidad básica de vivir y alimentarse que tienen los trabajadores y, ante la baja capacidad de negociación de estos últimos, pagarles un sueldo lo más bajo posible. La otra —la propuesta por Anderson en esta ocasión—, paradójicamente, consiste en aprovecharse de la buena voluntad del «trabajador». Es paradójico porque supone dos maneras de comportamiento humano, en función del bien o servicio que ofrecen. La primera forma de aprovechamiento —que en esta literatura «anti-mercados» es utilizada para argumentar en contra de la existencia de diferentes mercados, como el de los trasplantes y el de la prostitución14— supone que el prestador del servicio (trabajo o bien) quiere maximizar su sueldo pero se ve imposibilitado porque el empleador, al tener infinito poder de negociación, lo «explota» al pagarle menos de lo que debería. La segunda, por el contrario, supone que el prestador del servicio no quiere maximizar su sueldo, sino 8 Besley, Timothy. «What’s the Good of the Market? An Essay on Michael Sandel’s "What Money Can’t Buy"»,  Journal of Economic Literature, 2013, p. 479. 9 Sandel, Michael J., «Market reasoning as moral reasoning: why economists should re-engage with political philosophy.» The Journal of Economic Perspectives, volumen 27, número 4, 2013,121-140, p.139. 10 Esto lo dice tanto en su famoso libro del año 2012, como en su trabajo del año 2013 (p.121). Ambos antes citados. 11 Satz, Debra. Why some things should not be for sale: The moral limits of markets. Oxford: Oxford University Press, 2010, p.91. 12 Ver Besley, Timothy, «What’s the Good of the Market? An Essay on Michael Sandel’s” What Money Can’t Buy”», Journal of Economic Literature, 2013, p. 478-495 y Claassen, Rutger, « Why Some Things Should Not Be For Sale: The Moral Limits of Markets, by Debra Satz», Business Ethics Quarterly, volumen 22, número 3, 2012, p.585-597. 13 Anderson, Elizabeth S. «Is women’s labor a commodity?», Philosophy & Public Affairs, volumen 19, número 1, p.71-92, 1990a, p.85. 14 Ver, por ejemplo, Roth, Alvin E. «Repugnance as a Constraint on Markets», Journal of Economic Perspectives, volumen 21, número 3, p. 37-58, 2007 y Satz, Debra. Why some things should not be for sale: The moral limits of markets. Oxford: Oxford University Press, 2010. — 4 que también tendría algo así como una vocación, de la cual el mandante se aprovecha. Además de esta perspectiva, Anderson, en otro trabajo más general de 199015 —donde no se refiere solo al caso de los vientres de alquiler—, sostiene que ciertos bienes, debido a su naturaleza, como es el caso de los bienes económicos, logran su mayor valoración y sentido cuando son intercambiados en el mercado. Al ser el mercado un ente instrumental, los bienes instrumentales «pertenecen a él». No así otros bienes, como los que son un fin o tienen un valor en sí mismo —como el amor, por ejemplo—, ya que serían alterados y objetivados al ser intercambiados bajo las reglas del mercado. Este último, al ser impersonal, reflejar gustos personales, explotar el egoísmo a costa del otro, ser ciego a las razones de la demanda —necesidad o mero deseo de comer algo— y reflejar el ideal de libertad, es valorado y utilizado como mero instrumento para satisfacer ciertos fines. No discutiremos acá si es que estas características son verídicas o no —claramente cuestionables—, pero Anderson explica que, dadas estas características, los mercados serían instrumentales16 y todo bien que en sí no sea un fin, sería entonces «perfecto» para los mercados, algo especialmente «mercantilizable». Para el resto de los bienes no ocurre lo mismo, ya que obtendrían o lograrían su máximo sentido fuera de los mercados. Así, según Anderson, los bienes que inherentemente tienen un valor —bienes que no son instrumentales—, requieren que su uso sea restringido para que lleguen a alcanzar su máxima valoración y sentido. Es decir, lo que habría que restringir según Anderson, sería su mercantilización. Esta última familia de críticas se relaciona con la segunda línea argumentativa Sandel, la que sostiene que los mercados no serían neutrales y traerían consigo dos características negativas que serían independientes de consecuencias más palpables. La introducción de los mercados, o el dinero, estaría en primer lugar, cargada de un simbolismo negativo que no sería bienvenido. Por ejemplo, el simbolismo que acompaña al acto de regalar a un amigo una gift card sería, se15 Anderson, E. «The ethical limitations of the market», Economics and Philosophy, volumen 6, número 2, p. 179-205, 1990b. 16 Por no decir, inmorales inmediatamente, dadas las características antes mencionadas. gún Sandel, «manifestar(le) una desconsiderada indiferencia».17 En segundo lugar, estos mercados o la mera introducción de dinero en diferentes acciones o intercambios podrían estar corrompiendo el sentido de diferentes bienes, e incluso de nuestras acciones. Por lo tanto, lo estarían haciendo también con nuestras vidas. Un ejemplo es el de la lectura. Los «críticos del mercado», señalan que pagarle a un niño por leer podría socavar el «incentivo intrínseco, haciendo que se lea menos y no más… [se estaría] corrompiendo el amor por la lectura».18 La otra familia de argumentos de Sandel, la que se refiere a las consecuencias «más palpables» que causaría la introducción de un bien o servicio al mercado, propone, en definitiva, algo similar a Satz —aunque extrañamente sin citarla— y los primeros argumentos de Anderson. Así, por ejemplo, el permitir intercambios monetarios en sociedades donde existen grandes desigualdades podría generar situaciones injustas de «explotación» o «abusos» ya que, por ejemplo, esta desigualdad podría hacer muy disímiles las capacidades de negociación. Esto último debilitaría el carácter voluntario de cualquier tipo de negociación. En definitiva, los argumentos que buscan evitar daños «más palpables» son los más comunes. Sin embargo, éstos son, a su vez los más fáciles de refutar: puede implicar la necesidad de una regulación, algo bastante diferente a su prohibición. Un ejemplo simple y clásico podría ser el caso del sueldo mínimo: en este caso, el Estado estima necesario regular un sueldo mínimo a pagar debido al teórico aprovechamiento en que un empresario puede incurrir. Diferente sería prohibir el trabajo asalariado por el riesgo de aprovechamiento. Importante es resaltar que hablamos de prohibir, y no regular, ya que la prohibición es por lo que «los críticos» abogan. Y esto es justamente lo que ocurre con otras prohibiciones por este riesgo de aprovechamiento, como por ejemplo en el caso de los riñones. Se argumenta en contra de este mercado porque existirían desigualdades ex-ante que implicarían un riesgo de aprovechamiento de parte de los compradores de órganos. Sin embargo, 17 Sandel, Michael J., Lo que el dinero no puede comprar: los límites morales del mercado, Debate, 2013, p.105. 18 Sandel, Michael J., Lo que el dinero no puede comprar: los límites morales del mercado, Debate, 2013, p.66. — 5 ante esta aprensión abundan los ejemplos de regulaciones que podrían impedir o limitar el mercado en lugar de prohibirlo, como actualmente ocurre en gran parte del mundo occidental. Se podría, por ejemplo, fijar precios mínimos lo suficientemente altos, entregar subsidios a la compra —para quienes los necesiten—, o que quienes vendan riñones tengan ingresos suficientemente altos como para tener una mejor posición negociadora. Una política muy diferente es prohibir la mercantilización de los riñones y dejar morir a gente que lo necesita y estaría dispuesta a pagarlos (o el Estado ayudarlos a pagar, mediante subsidios), justamente lo que ocurre por la oposición a estos mercados que no proponen regularlos, sino que prohibirlos. Brennan y Jarwoski,19 en uno de los más recientes y notables análisis acerca de los límites del mercado, califican y dividen en cinco estos argumentos que se refieren a daños «más palpables». En primer lugar, estaría el recién descrito riesgo de aprovechamiento o explotación (exploitation en inglés). En segundo lugar, están los argumentos de toque paternalista, los cuales sostienen que debido a que ciertos bienes causarían daño a las personas, el Estado debería prohibirlos —el Estado, o «los críticos» más bien, serían en teoría entes omniscientes—. Un ejemplo simple podría ser el cigarro y a los extremos a los que ha llegado la regulación en ciertos países. Lo mismo ocurre con el mercado de órganos, el cual es criticado, entre otras razones, por las secuelas físicas y emocionales que podría traer la extirpación de uno para ser vendido. Existirían personas desinformadas y, por lo tanto, sus mercados deberían ser prohibidos. Un tercer grupo de argumentos condena los mercados por las desigualdades existentes ex-ante, a su vez que por las que genera ex-post. La primera crítica está concentrada en que diferentes personas con diferente poder adquisitivo tendrían accesos desiguales al bien en cuestión y eso, en teoría, no debería permitirse (a su vez, muy relacionada con la del riesgo de aprovechamiento). La segunda se debe a que, por la misma situación de desigualdad, solo los ricos podrían beneficiarse de poder comprar un riñón, mientras que para los pobres, el beneficio de ese mercado no será muy importante para ellos. Los otros dos argumentos son los que se refieren al daño que ciertos bienes pueden causar a terceros, y los bienes o servicios que violarían ciertos derechos. Así, por ejemplo, los perros Pitbull deberían ser prohibidos porque podrían generar daños muy grandes a terceros, al igual que la esclavitud, práctica que violaría ciertos derechos inviolables. Al ser transgredido el derecho a ser libres, el mercado debe ser prohibido. Estos últimos dos argumentos son los que más aportan a confundir la discusión acerca de la mercantilización de los bienes. Que un bien o servicio —como la esclavitud— viole derechos de la gente es problema del bien en sí mismo. El problema no se introduce al «introducir un bien o servicio al mercado». Es más, no tiene ninguna relación con él. Y este es el punto crucial. Lo mismo que ocurre con la esclavitud puede observarse en otros bienes y servicios. Por ejemplo, la pornografía infantil, que viola los derechos de los niños, independientemente de si existe el mercado o no para ello. Está mal, y condenada moralmente, sin importar si es gratis o no. El punto a resaltar es entonces que el mercado no introduce maldad donde antes no existía. El riesgo de aprovechamiento, al igual que una mala información, puede ser fácilmente regulado. Por lo demás, el argumento de que la existencia de ciertos mercados permitiría el acceso desigual de ciertos bienes, debido a los diferentes poderes adquisitivos de las personas, haría entonces imposible el comercio de prácticamente todos los bienes. Así, los argumentos más interesantes son, en primer lugar, los que sostienen que las leyes del mercado corromperían ciertas acciones del ser humano. En segundo lugar están los que señalan que la introducción de un bien al mercado cambiaría, o distorsionaría, el bien en sí mismo debido al simbolismo del dinero y los mercados. A esta última línea argumentativa es a lo que Brennan y Jarwoski llaman «argumentos semióticos». 19 Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015. — 6 EL MERCADO NOS CORROMPE Brennan y Jarwoski distinguen cinco tipos de acusaciones que aseguran que el mercado, en teoría, nos corrompería como seres humanos. La primera, la más común, es la que sostiene que la existencia o exposición de personas a ciertos éstos las estaría convirtiendo en personas más egoístas. La segunda es la que afirma que los mercados, o el dinero, «desplazarían» las motivaciones altruistas por las cuales las personas se movilizan o actúan. Un tercer fenómeno nocivo sería el de generar intereses inmorales en las personas. Por ejemplo, intereses en que ocurran situaciones tales como la muerte de terceros —como sería el caso de los seguros de vida—. Una cuarta acusación se refiere a que los mercados disminuirían la calidad de ciertos bienes o servicios —el retirar utilidad de las empresas sería en perjuicio de la calidad— y, finalmente, la quinta característica, es la que señala que los mercados o el dinero destruirían el virtuosismo cívico de las personas. Para defender todas estas acusaciones, es claro que son los «críticos» los que tienen la carga de la prueba que, por lo demás, debe ser empírica. Es decir, deben justificar de alguna manera sus especulaciones teóricas. Eso implica, además, que el sustento empírico no consista en meras anécdotas. Deben ser datos concluyentes, que demuestren que el mercado efectivamente causa el daño del que es acusado. Además, debería ser un daño tal como para justificar su prohibición. Y no regulación. Por lo demás, es crucial también diferenciar el hecho de que el mercado cause ciertas conductas indeseables a que éste revele la existencia de esas pulsiones o conductas, es decir, que revele que las personas tienen motivaciones o actúan de manera condenable. No vamos a culpar al mercado de la cuchillería de que existan asesinatos a puñaladas, así como tampoco vamos a culpar al mercado financiero de que gente use información privilegiada para enriquecerse a costa de otros. Para comprobar la veracidad de la primera «acusación», es común encontrar estudios que citan el trabajo que realizó Gabriele Camera junto a otros autores,20 quienes experimentaron con diferentes grupos de personas. Este estudio señalaría que los mercados, dado que funcionan en gran medida en base al interés personal de los individuos, harían a la gente más egoísta y menos cooperativa. Sin embargo, estos «críticos» hacen una interpretación errónea de la investigación, porque no explicitan ni interpretan correctamente los disímiles resultados que se obtienen en él. Más específicamente, no se refieren a lo diferente de los resultados en función del tamaño de los grupos con los cuales se experimenta. 21 De hecho, los resultados que se obtienen en los experimentos son justamente los que esperaría un buen conocedor de las bondades y defectos de los mercados: el introducir dinero en grupos pequeños hace que la gente se aleje entre sí —imaginemos introducir dinero en nuestras relaciones familiares—, pero introducirlo en grupos grandes —imaginemos el mercado de cualquier bien, transado entre desconocidos— «hace» a la gente menos egoísta y más cooperativa. Esto se condice, además, con los estudios y teorías desarrolladas por la corriente de «economía institucional» que sostienen que los mercados necesitan altos grados de confianza y cooperación para su correcto funcionamiento. Es más, esta relación positiva entre confianza y libre mercado es la que encontramos, de alguna manera, al analizar grandes números como por ejemplo, las simples correlaciones entre el grado de liberalización de una economía (Economic Freedom Rating del Fraser Institute) y los índices de corrupción de la misma (Corruption Perception Index de Transparencia Internacional). Un correcto capita20 Camera, Gabriele, Marco Casari, and Maria Bigoni, “Money and trust among strangers.” Proceedings of the National Academy of Sciences, volumen 110, número 37, p. 14889- 14893, 2013. 21 Clarifican, por ejemplo, una nota de la BBC. Ésta sostenía que el estudio de Camera y otros habría comprobado la mala influencia de la introducción de los mercados y dinero en la sociedad. Brennan y Jarwoski explican que ese estudio comprobó todo lo contrario: introducir dinero en grupos pequeños haría a la gente más egoísta y menos cooperativa ―¡imaginen introducir dinero en las relaciones familiares y amigos!―, sin embargo, cuando se introduce en grupos grandes el efecto es el contrario. En grupos grandes, al igual que en sociedades grandes, la introducción de dinero hace que extraños se acerquen y genera, a la larga, construcción de confianzas. Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.98. — 7 lismo de la confianza para funcionar y quien rompa esas confianzas debe ser castigado por el mismo mercado, generando, en teoría, un círculo virtuoso. GRÁFICO 1: LIBERTAD ECONÓMICA VERSUS CORRUPCIÓN 3 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 4 5 6 7 8 9 10 Índice de libertad económica (10 es libertad máxima) Índice de corrupción (10 es corrupción mínima) Otra crítica es la que señala que la introducción del dinero o las leyes del mercado desplazarían las motivaciones intrínsecas (las altruistas son el problema) en ciertos actos humanos. Por ejemplo, las donaciones de sangre bajarían luego de la introducción de pagos por éstas, al igual que la disposición a recibir los desechos nucleares producidos por el propio país. Al respecto de esta teoría, Brennan y Jarwoski señalan que existe evidencia contradictoria. Mencionan, por ejemplo, los estudios de Judy Cameron que la contradicen y que incluso argumentan que los estímulos exógenos, como el dinero, podrían ser positivos en todo sentido, eso sí, siempre y cuando se hiciesen de la «manera correcta». 22 En la vereda opuesta citan los estudios de Edward Deci y otros.23 Por consiguiente, y ante la dificultad de dirimir correctamente esta discusión «científica», o incluso asumiendo que la última es la correcta, Brennan y Jarwoski se concentran en la forma. Para ellos, el hecho de que ocurra o no un cierto desplazamiento de buenas motivaciones, fortalecido por la experiencia detallada por estos y otros estudios, depende del «tiempo, lugar y manera» en que el mercado o dinero es introducido. Así como la intromisión de las leyes del mercado genera diferentes efectos dependiendo de tamaños de los grupos de personas que afecta, el introducir notas o premios que reflejen competencia real de los alumnos en lugar de otras características —pensemos en capacidad de soborno al profesor, por extremar el argumento— son capaces de generar motivaciones intrínsecas. 24 Esto transforma el argumento en contra de los estímulos extrínsecos en argumentos por modificar en lugar de eliminar los estímulos que se introducen. Como señalan Brennan y Jarwoski, pagar por donaciones de sangre es diferente si es que el pago por las donaciones va a financiar alguna fundación caritativa, así como también es diferente el ofrecer a los niños dinero por las notas en comparación con ofrecerlo en función de que mejoren sus hábitos de estudio. 22 Cameron, J., & Pierce, W. D. (1994). Reinforcement, reward, and intrinsic motivation: A meta-analysis. Review of Educational research, 64(3), 363-423 y Eisenberger, R., & Cameron, J. (1996). Detrimental effects of reward: Reality or myth?. American psychologist, 51(11), 1153. 23 Deci, Edward L., Richard Koestner, and Richard M. Ryan. “A meta-analytic review of experiments examining the effects of extrinsic rewards on intrinsic motivation.” Psychological bulletin, volumen 125, número 6, 627, 1999. 24 Rosenfield, David, Robert Folger, and Harold F. Adelman. “When rewards reflect competence: A qualification of the overjustification effect.” Journal of Personality and Social Psychology, volumen 39, numero 3, p. 368, 1980. — 8 Otra crítica que se le hace a los mercados es que existirían algunos de ellos —como en el caso de los seguros de vida— en donde se estaría incentivando a la gente a tener interés de que ocurran situaciones deplorables —como la muerte de una tercera persona—. Se podría argumentar incluso que el simple pero abultado seguro de vida que podría tener un padre de familia, sería inmoral, debido a que estaría incentivando a su señora e hijos a desearle su muerte (¿?). Sandel se refiere, entre otros, al «mercado de los viáticos». Aquellos de los cuales se benefician las personas dueñas de seguros de vida que, diagnosticadas «de un segundo a otro» con enfermedades terminales, no tienen los suficientes recursos para costear su tratamiento. Así, para obtener recursos, estos enfermos terminales venden su póliza —lo que paga el seguro al momento de morir la persona— con un descuento. En este intercambio, quien compra se compromete a pagar de por vida las primas anuales, y le entrega inmediatamente en efectivo, digamos, por ejemplo, la mitad de la póliza. Quién vendió su póliza, hace su enfermedad más llevadera y quien la compró adquiere un «interés» en que esa persona muera para que su rentabilidad sea mayor. Este es un ejemplo que personifica más la relación de los seguros de vida y hace más latente el conflicto existente, sin embargo, sin ese seguro, la persona podría haber tenido un pasar mucho peor y este mercado la ayudó a sobrellevarlo de manera más digna. Clarificar el límite que hace diferente el primer ejemplo del segundo es, a lo menos, muy difícil. ¿Por qué sería correcto prohibir uno y no otro? Además, argumentan Brennan y Jarwoski, existe un sinfín de ocasiones en las cuales diferentes personas adquieren intereses en situaciones que, en teoría, sería reprochable tenerlos. Ejemplifican con el interés que habría tenido Marx en que el capitalismo cause la miseria del proletariado, o el interés de un ejecutivo en el mal rumbo de su empresa luego de haber predicho las pérdidas de su compañía ante el directorio. Ellos tienen intereses en que sus proyecciones se cumplan, al igual como ocurre en situaciones tan cotidianas como el interés de los doctores en las enfermedades y muertes que predicen. En general, todo trabajo que implica predicciones genera el mismo interés perverso en que éstas —por malas que sean, como una muerte— se cumplan. O que se cumplan al menos con alguna probabilidad. Clara, y lamentablemente o no, la reputación del «predictor» está en juego. Así, en conclusión, el hecho de que una actividad nos lleve a tener «intereses» en situaciones paradójicamente «indeseadas» no sería razón suficiente como para prohibir un mercado. De ser así, habría que prohibir bastantes más intercambios. Otra objeción a los mercados es la que señala que la existencia de lucro hace bajar la calidad de los productos o servicios debido a que los recursos retirados como utilidades se podrían usar en mejoras de producción. Ante esto, es bueno clarificar una consecuencia irrefutable de la existencia de lucro y mercados competitivos: la posibilidad del lucro y la competencia son los principales motores que llevan a las empresas a mejorar procesos, bajar costos y mejorar la calidad. Ahora, diferente es que en los mercados donde no existe competencia — como los monopolios— la calidad no mejore y los productos y/o servicios provistos sean deficientes. Esto es justamente lo que ocurriría en ciertos mercados, como el de la educación. Mercado complejo y en el cual las críticas utilizando éste argumento se han centrado. En él la competencia es menos intensa y, por lo tanto, moviliza y presiona menos a los proveedores de los servicios educacionales. Sin embargo, está claramente documentado que el lucro en educación no implica menor calidad.25 La teoría de que necesariamente quien retire utilidades proveería una educación de peor calidad que quienes no las retiren, independiente de su lógica individual correcta (no «de sistema»), no se sostiene empíricamente. La otra corrupción que el mercado causaría al ser humano es la relativa a su virtud cívica. Según los «críticos», el mercado y sus leyes harían perder la preocupación de las personas por el bien común. La ansiedad por la compra y venta incentivaría a las personas a pensar sólo en ellos y olvidar al resto. Luego, las personas se alejarían del «foro público», perdiendo su virtud cívica. Se estaría minando nuestra personalidad altruista. Lamentablemente para «los críticos», esta teoría no se condice con ningún tipo de evidencia. Por ejemplo, uno de sus principales impulsores, Benjamin Barber, no nos entrega ninguna evidencia de que el mercado esté causando a las personas a tomar ciertas ideologías poco virtuosas. Como señalan Brennan y Jarwoski, lo que él hace es, en 25 Ver, por ejemplo, Elacqua, Gregory, “For-profit schooling and the politics of education reform in Chile: When ideology trumps evidence.” Documento de Trabajo CPCE 5, 2009. — 9 vez, especular citando diferentes personalidades liberales que se referirían al mercado como algo ajeno a la interferencia pública.26 Nada más. Incluso, a pesar de lo complejo de estudiar la influencia del intercambio en las ideologías de las personas, simples correlaciones entre índices de libertad económica y participación electoral muestran que países más liberales tienden a tener una mayor participación.27 Por lo demás, existe mucho virtuosismo cívico que solo se puede desarrollar a través de los mercados. De partida muchos libros se hacen, producen y distribuyen a través de éstos. Si hubiese un monopolio estatal de imprenta, de seguro muchas publicaciones no aparecerían por ningún lado. Lo mismo ocurre con la filantropía o las invenciones, que se multiplican en las sociedades gracias a la libertad y el mercado. La lista podría ser interminable. LA CARGA SIMBÓLICA DE LOS MERCADOS La otra razón por la cual los mercados no serían neutrales, como sostendrían los economistas, es que éstos tendrían una fuerte carga simbólica. Una carga simbólica que ciertos bienes o servicios no se merecen y que justificaría, por lo tanto, que no sean expuestos a ellos. Habría un simbolismo, afirman «los críticos», que estaría señalando un desprecio o irreverencia respecto a estos bienes o servicios o, incluso, a las contrapartes con las cuales se está las personas se están relacionando. Comprar y vender no sería un acto simple como parece, sería también una manera «de señalizar disposiciones y creencias unos a otros».28 Es claro, como Brennan y Jarwoski también explican, que existen más razones, aparte de las relativas a su calidad objetiva, que priman al momento de elegir comprar un Apple en vez de un PC, o un BMW en vez de un Mercedes Benz. Sin embargo, diferente es afirmar que este simbolismo exprese ciertas actitudes hacia los bienes que se intercambian,29 que sería invariablemente negativo o, más extremo aún, que debido a éste habría que prohibir alguna actividad mercantil. Brennan y Jarwoski subdividen esta crítica semiótica en tres. La primera sería la relacionada con la instrumentalidad de los mercados. «Los críticos» argumentan que las personas, al transar bienes que tienen un valor en sí mismo —como los objetos de arte, por ejemplo—, estarían reflejando que los consideran, en vez de un fin, un mero instrumento. Estaría entonces mal transar estos bienes o servicios «nobles» ya que no son instrumentales. Frente a esta objeción, Brennan y Jarwoski se preocupan de analizar si estos simbolismos —otorgados por la cultura o sociedad— tienen relación o no con los verdaderos sentimientos o intenciones de las personas que se ven envueltas en estos intercambios. Así, los autores enumeran varios ejemplos en donde la gente compra y vende objetos que no estaría instrumentalizando y, menos, despreciando. Un buen ejemplo es el mercado del arte antes mencionado. En éste, por definición, se transan objetos que tienen un valor en sí mismo y los artistas los producen y/o los compradores los buscan como tales, y no como instrumentos —otra cosa es que algunas (y no todas) personas sí los traten así, como por ejemplo los inversionistas, o traders (que por lo demás, sería difícil condenarlos moralmente)—. ¿Sería entonces pertinente prohibir el mercado del arte por esta razón? Sería un interesante experimento social, además causar que algunos artistas Neoyorkinos simpatizantes de Naomi Klein abracen, de un día para otro, las luchas y banderas del libre mercado.30 Por ejemplo, además, ¿habría que terminar entonces con la compra y venta de perros y gatos? ¿o las mascotas son, en realidad, instrumentos? ¿o para algunos sí y para otros no? En esta lógica habría que prohibir lo que sería también un interesante experimento social. Aparte de estos contraargumentos, Brennan y Jarwoski desenmascaran una táctica común en muchas discusiones, y en esta ocasión desarrollada por «los críticos». Anderson, en un 26 Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.140. 27 Se ven correlaciones positivas al cruzar el índice antes citado del Frazier Institute y la participación electoral. 28 Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.46. 29 Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.47. 30 Que por lo demás siempre han abrazado sin darse cuenta al buscar galerías y grandes compradores, enriquecidos, en su mayoría, gracias al liberalismo. — 10 trabajo de 1995, define en primer lugar, el término commodity como algo negativo —como un objeto que es tratado por reglas dominadas por el egoísmo y carente de cualquier otro sentimiento virtuoso— para luego así, por construcción, otorgarle una connotación inmediatamente negativa al hecho de mercantilizar (commodification en inglés) cualquier bien «noble».31 Las otras críticas semióticas están todas relacionadas y las diferencias entre las tres son bien sutiles. Por ejemplo, otra afirma que los mercados comunican, independiente de la disposición de uno, una falta de respeto, una irreverencia hacia el bien en cuestión. Una tercera es aquella que señala que, tratándose de relaciones humanas, generan un distanciamiento o, peor aún, las arruinan. Es decir, la irreverencia es hacia el otro, no hacia el bien. Respondiendo a estas objeciones —a todas estas críticas semióticas—, Brennan y Jarwoski argumentan que todo simbolismo asignado tanto a los mercados como el dinero son meramente circunstanciales. Es decir, son meros constructos sociales que varían entre las diferentes culturas e, incluso, dentro de las mismas culturas en el tiempo. Así, por ejemplo, está el caso de las gift cards, tan famosas y condenadas por estos «críticos». Quienes las regalan, según estos últimos, estarían mostrando una gran desconsideración con sus «regalados». Lo mismo ocurriría con la compra y venta de discursos, citado por Sandel. Un cierto desprecio para con su amigo estaría demostrando quien contratase los servicios de alguien para que escribiese el discurso que tiene que darle el día de su matrimonio. Acerca esto último, los autores se preguntan por la diferencia entre comprar una tarjeta — en vez de uno mismo fabricarla— para el día de San Valentín y comprar un discurso de cumpleaños a un amigo. Para ellos, claramente, no existe tal diferencia. Además, un punto interesante sobre esta disyuntiva es que su límite, el cual es y será muy difuso, es extremadamente difícil de clarificar. Sin embargo, en relación a todas estas críticas semióticas, el punto en el cual se concentran los autores es en el hecho de que el significado que traiga consigo el mercado, o el dinero, es un constructo social. Es decir, estos simbolismos dependen completamente de las circunstancias y, por lo tanto, serían una característica relativa y no objetiva, que no está en 31 Lo mismo que muchos otros «críticos» hacen constantemente con «el mercado». la esencia del dinero o los mercados.32 Para justificar esta teoría ahondan en el ejemplo puntual del significado del dinero revisando variada evidencia sociológica y antropológica de diferentes autores. Por ejemplo, para refutar el negativo simbolismo que significaría el regalar dinero o, en su defecto gift cards, citan los estudios de Viviana Zelizer. Esta socióloga señala en sus estudios que el regalar dinero era una gran demostración de preocupación y cariño en los Estados Unidos a principios del siglo XX.33 También los sociólogos Bloch and Parry, en su trabajo de 1989, habrían llegado a la conclusión de que el dinero no tiene un significado simbólico esencial.34 Es más, no existe mejor ejemplo, para nosotros los hispanoparlantes, que lo acaecido con las «lloronas». ¿Cómo reaccionaría nuestra madre si sabe que le hemos pagado a la mitad de la gente presente para que asistiese e hiciese un show en el funeral de su marido? Me imagino la opinión de Sandel y cía. al respecto. Sin embargo, las lloronas no son una leyenda ni una mitología. Fueron una realidad. Es justamente debido a esto —a la contingencia del simbolismo del dinero— a que Brennan y Jarwoski estiman conveniente que la sociedad, consciente de este fenómeno, revise las connotaciones negativas que le entrega al mercado. En especial cuando estas connotaciones simbólicas estarían causando daños, ¡incluso muertes! Alguien consciente de que estos simbolismos son meros constructos sociales, se preocuparía de no utilizarlos ni «traerlos a la mesa» como ideas —supuestamente nobles, por lo demás— y así dejar morir a gente porque no recibe un riñón a tiempo. CONCLUSIÓN El lenguaje anti-mercantilista es rico en adjetivos. Muchos mercados serían «repugnantes», «nocivos», «desagradables», «macabros», «enfermos» e incluso unos verdaderos «sacrilegios», por lo que habría que prohibirlos. Es repugnante que alguien venda uno de sus riñones para obtener fondos y así salvar una vida, por lo que ese intercambio no debería existir. Entregar una gift card de regalo a 32 Ojo que no están diciendo que la moral es un constructo social. Eso es otra discusión. 33 Ver en Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.64. 34 Parry, Jonathan, and Maurice Bloch. Money and the Morality of Exchange. Cambridge University Press, 1989. — 11 un amigo es demostrarle cierto desprecio, por lo que deberían estar prohibidas. Es nocivo para la sociedad que ciertas mujeres arrienden su vientre para engendrar hijos ajenos ya que los padres biológicos se estarían aprovechando de ellas debido a su pobreza, necesidad, mala información o incluso de su buena voluntad. La lista es interminable. Este último mercado sería nocivo por los daños que trae consigo, al igual que muchos otros, como por ejemplo el del alcohol, que de hecho fue prohibido en Estados Unidos durante algunos años y donde el remedio fue peor que la enfermedad —la prohibición de la venta de alcohol generó mercados negros que destruyeron la paz social—. Para «los críticos» muchos de estos mercados analizados no deberían existir. Sin embargo, como proponen Brennan y Jarwoski, la regla general que debería primar como mejor solución sería regular correctamente en lugar de prohibir —como en el caso del alcohol sería regular su consumo y venta, entre otras normas—. Para Brennan y Jarwoski, la discusión liderada —en gran medida— por Michael Sandel y otros académicos como Debra Satz, Elizabeth Anderson, Margaret J. Radin, Robert Skidelsky, estaría desenfocada. No deberían estar cuestionándose los mercados o la introducción de dinero en ciertas relaciones, sino que el foco debería estar en los bienes o servicios en sí mismos, independiente de si existen mercados para ellos o no. Si se estima que la pedofilia está mal, entonces que se prohíba la pedofilia, sea esta gratis o no. Si se permite donar riñones gratuitamente, ¿por qué entonces prohibir su compra y venta? Para los críticos de «los críticos de los mercados», estos últimos habrían fracasado en su intento por armar un marco teórico que permitiese lograr diferenciar claramente cuando un bien debe o no ser transado en el mercado. Las aprensiones morales existentes, aunque razonables, estarían concentradas en el cómo y no en el qué se está comerciando. Así, habría que modificar el cómo, pero no el qué. Por ejemplo, la molestia existente por el abuso de brokers de «vientres de alquiler» se podría solucionar regulando a los brokers, pero no eliminando la posibilidad de «arrendar un vientre». Así, justificaciones sobre las cosas que «el dinero no debe comprar» deben su fundamento en la misma naturaleza de esas cosas y no en que el mercado las transforme, desvirtúe o genere nefastas consecuencias. Cualquiera se opondría a darle a un hijo el nombre de «Pedro Pepsi» —como ejemplifica Sandel—, independientemente de si reciben pagos de Pepsi o no. Brennan y Jaworski sostienen que todas las clásicas críticas sobre la mercantilización se concentran en cuestiones incidentales y no inherentes a los mercados. Bastaría entonces, en el caso de existir objeciones, con regular acorde a esas objeciones. Siempre habría una ocasión, lugar y manera de hacerlo correctamente. Además, los argumentos específicos acerca de que los mercados corromperían a los seres humanos y/o traerían simbolismos negativos por los cuales habría que prohibirlos, son cuestionadas, entre otras cosas, porque no se comprueban empíricamente. Respecto a las críticas semióticas, Brennan y Jarwoski argumentan que el «significado» del intercambio y el dinero es fruto de convenciones sociales circunstanciales. No habría nada esencialmente negativo en los mercados ni el dinero. Por ejemplo, nadie agradecería a un amigo que contratase personas para «rellenar» el funeral de un ser querido, sin embargo, hace unas décadas, esto habría sido un bonito gesto de amistad. Las «lloronas» en Chile no son una leyenda. Entonces, ¿vamos a prohibir un mercado de riñones —y dejar a miles de personas morir— porque a alguien le parece de «mal gusto»? ¿Vamos a prohibir la existencia de un mercado de lloronas porque a alguien le parece «extraño»? Si el mercado causa daños, obviamente hay que regularlos. Diferente es prohibirlos. El corolario final sería: «lo que se acepta a tener (o a hacer) gratis, se acepta a ser intercambiado por dinero». Finalmente, un gran llamado de este libro, aunque oculto, es a ser consecuentes. Es bastante pintoresco que Michael Sandel publique su libro —y diferentes traducciones— en editoriales comerciales y no en editoriales universitarias. Mercantilizar el conocimiento era de bastante «mal gusto» en la antigüedad.

 

 

Como primera lectura, recuerda que yo parto de la meta estructura , entonces la pregunta seria es el capital una meta estructura, es decir el capital puede ser puro desinteresado para ir al mercado invertirse u volver a su pureza, y la respuesta es no , entonces el capital esta tratando de ser el logos cuando no lo es el problema es que tiene mucho éxito ahí esta la formula de Marx D-M-D´ El dinero se invierte en el mercado y se hace capital, ahora todo los contra análisis que me propone el texto aceptan esta meta estructura es decir la del Dinero invirtiéndose en el mercado para ser capital por lo mismo siempre el mercado resultara como necesario, tendríamos que salir de la meta estructura del capitalismo como lo hace David Graever como lo hace en su libro en deuda una historia alternativa a la economía https://www.youtube.com/watch?v=CZIINXhGDcs&t=1s Ahí queda claro que el dinero nace de la deuda y la deuda de la ruptura de la comunidad entre la misma comunidad la deuda siempre se perdona cuando se conquista otra comunidad es que la deuda se paga, es decir entre hermanos no hay deudas hay favores, mientras que con otros hay deudas estas tiene que pagarse contablemente asique se necesita del dinero ¡para que? Para pagar ejércitos que sigan conquistando y entonces se comprende que el capital surge de una acumulación originaria de guerra y violencia pero el mercado regula esto y equilibra sistemas es mas el ideal es que se llegue a la aldea global donde el mercado lo sea todo el problema es que el capital volverá siempre a 0 guerra →1 mercado →0guerra aquí surge el problema entre el ser 1 Vida →0 muerte→1 resurrección y el tener 0 guerra →1 mercado →0guerra que nos dará el problema entre el deber y el querer que es el problema ético moral, comprendamos el problema moral se da porque sufrimos la gravedad del devenir y esto es porque elegimos el tener en vez del ser , el principio de todos los males es el amor al dinero ¿Cómo salimos de este problema? Haciendo fuir el ser ¿Para esto hay que prohibir o regular el mercado? No para esto hay que transferir bienes y servicios mas allá del mercado, es decir transferir sin utilizar dinero como antes cuando todos éramos pero para eso debemos volver a ser hermanos.

 


Salo

Gracias hermano

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Salo

 

Abrazo

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13:47

Enviaste

recién comienzo...

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14:57

Salo

Jajaja lose lose

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Salo

Mientras tanto

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Salo

OEEEEEE

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Salo

Askeland se bajo al rey

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Salo

q buen anime

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Salo

Lo estoy disfrutando mucho

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Salo

 

Gracias

 

10:14

Emanuel

Maestro, buen día 😃

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Emanuel

 

no entiendo la diferencia entre schéma, éidos y morphé

 

 

25 Y he aquí que un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?

26 Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
27 Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.

28 Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.7

29 Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Escucha, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.

30 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.

31 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos.6

 

 

שְׁמַע יִשְׂרָאֵל יְהוָה אֱלֹהֵינוּ יְהוָה אֶחָד Shemá Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ejad

 

·         El shemá propiamente dicho: Shemá Israel, IHVH Eloeinu, IHVH Ejad, 'Escucha Israel, Adonai es nuestro Señor, Adonai es Uno'. Afirmación del monoteísmo.

·         Veahavta ('Amarás'). Se refiere a los fundamentos principales del judaísmo, es decir, el hecho de transmitir a cada hijo que "amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza"; añádese a ello el empleo de los tefilín y la mezuzá, así como la obligación de recitar el shemá dos veces al día.

·         Vehaiá ('Cumplirán'). Consta de dos partes. La primera sugiere una recompensa: "si respetas los preceptos, Dios dará lluvia a tus tierras, y pan y vino a tus hijos". La segunda presupone una amenaza: "de no respetar los preceptos, Dios provocará sequías en tus tierras". Todo esto debe entenderse en su contexto apropiado, puesto que los antiguos israelitas eran un pueblo cuya supervivencia dependía en buena parte de la agricultura.

·         Vaiomer Adonai ('Y Adonai ordenó'). Se refiere al uso de los tzitzit y del talit.

 

 

De esta unidad que es Dios parte el logos

Es el el quien dice Shemá y trae a nuestra conciencia el eidos

 

 

TEETETES. Examinémosle.

EXTRANJERO. Veo una muy notable. Entre estos imitadores hay algunos Cándidos, que creen de buena fe saber las cosas sobre las que no tienen más que opinión ó parecer. Pero hay otros que muestran claramente, por la versatilidad de sus discursos, que tienen plena conciencia, y que temen ignorar las cosas que aparentan saber delante del público.

TEETETES.

Existen verdaderamente las dos clases de imitadores de que hablas.

EXTRANJER0.

¿Y por qué no llamaremos á los imitadores de la primera clase, sencillos; y á los de la segunda, irónicos?

TEETETES.

 No hay inconveniente. E

EXTRANJERO. Pero este último género, ¿es simple ó doble?

TEETETES. Míralo tú.

EXTRANJERO. Ya lo examino y noto dos especies. Este, es hábil para ejercitar su ironía en público, en largos discursos, delante del pueblo reunido; aquel, en particular, en discursos entrecortados, precisando á su interlocutor á contradecirse.

TEETETES. No puede hablarse "mejor.

EXTRANJERO.

 ¿Cómo designaremos ál imitador de largos discursos? ¿Le llamaremos hombre político ú orador popular?

TEETETES. Orador popular.

 EXTRANJERO. Y al otro, ¿le llamaremos sabio ó sofista?

TEETETES. Sabio no puede ser, porque hemos dejado sentado que no sabe. Pero, puesto que imita al sabio, debe evidentemente tomar su nombre; y creo comprender que este es el hombre al que justamente debemos llamar verdadero sofista.

 EXTRANJERO. ¿No podremos, como antes, formar una cadena con las cualidades del sofista? ¿No las enlazaremos en su nombre remontando desde el fin hasta el principio?

TEETETES.

Nada mejor.

EXTRANJERO.

 Por consigmente, la imitación en esta clase de contradicción que es irónica y según un parecer; la imitación fantasmagórica, que es una parte del arte de hacer imágenes, no la divina, sino la humana; la imitación, que es en el discurso el arte de producir ilusiones ó apariencias; tal es la raza, tal es la sangre del verdadero sofista; afirmándolo, estamos seguros de decir la pura verdad.

TEETETES

. Perfectamente.

Sócrates

 Ahora  sabiendo que es un sofista podremos saber que es un filósofo.

TEETETES

¿Podremos?

Sócrates

Hemos comprendido que el no ser existe como una otredad del ser ¿Podemos comprender que el sofista es la otredad del Filósofo?

Extranjero

Por supuesto

Sócrates

Si es así solo el filósofo tiene que superar la otredad del sofista para regresar a sí mismo y lograrla unidad     

TEETETES, EXTRANJERO

 

Sócrates

El gran erro de un sofista es que no sabe que no sabe y por lo mismo no sabe que no es

EXTRANJERO

Me confundes Sócrates no puedo llegar a tu idea

Sócrates

Es que no eres filosofo es decir crees saber entonces tu no  ser no se muestra como vacío sino como algo lleno

TEETETES

¿Hay que vaciarnos entonces?     

Sócrates

Hay una preciosa historia budista: En cierta ciudad, de repente apareció inesperadamente una joven muy hermosa. Nadie sabía de dónde venía; su procedencia era completamente desconocida. Pero era tan hermosa, tan encantadoramente bella, que a nadie se le ocurrió pensar de dónde había venido. La gente se reunió, toda la ciudad se reunió, y todos los hombres jóvenes, casi trescientos jóvenes, querían casarse con ella. La mujer dijo: —Mirad, yo soy una y vosotros sois trescientos. Sólo me puedo casar con uno, de modo que haced una cosa. Regresaré mañana; os doy veinticuatro horas. Si alguno de vosotros puede repetir el Sutra del Loto de Buda, me casaré con él. Todos los jóvenes corrieron a sus casas; no comieron, no durmieron, recitaron el sutra durante toda la noche, intentaron metérselo en la cabeza. Diez tuvieron éxito. A la mañana siguiente llegó la mujer y aquellos diez hombres se ofrecieron a recitárselo. La mujer escuchó. Lo habían conseguido. —De acuerdo, pero yo soy una —dijo—. ¿Cómo me voy a casar con los diez? Os volveré a dar veinticuatro horas. Me casaré con aquél que además pueda explicar el significado del Sutra del Loto. De modo que tratad de entenderlo, porque recitar es fácil, estáis repitiendo algo y no conocéis su significado. No había mucho tiempo —¡sólo una noche!—, y el Sutra del Loto es un sutra largo. Pero cuando estás locamente enamorado puedes hacer cualquier cosa. Regresaron a todo correr, se esforzaron. Al día siguiente aparecieron tres personas. Habían entendido el significado.  Y la mujer les dijo: —Seguimos teniendo el mismo problema. El número se ha reducido, pero el problema persiste. De trescientos a tres es un gran adelanto, pero sigo sin poder casarme con tres personas; sólo me puedo casar con una. De modo que os pido veinticuatro horas más… Me casaré con aquél que no sólo lo haya entendido sino que además lo haya experimentado. Así que durante veinticuatro horas tratad de experimentarlo. Lo estáis explicando, pero esta explicación es intelectual. Buena, mejor que la de ayer —tenéis algo de comprensión—, pero la comprensión es intelectual. Me gustaría ver algo de meditación, algo de fragancia. Me gustaría ver que el loto ha entrado a formar parte de vuestra presencia, que os habéis convertido en parte del loto. Me gustaría sentir su fragancia. Así que volved mañana. Sólo volvió una persona, y con certeza lo había conseguido. La mujer lo llevó a su casa en las afueras de la ciudad. El hombre nunca había visto la casa; era muy hermosa, casi de ensueño. Y los padres de la mujer estaban esperando en la puerta. Recibieron al joven y le dijeron: —Estamos muy contentos. La mujer entró en la casa y el joven charló un poco con sus padres. Entonces los padres dijeron: —Entra. Te debe de estar esperando. Ésta es su habitación. Se la enseñaron. Él entró, abrió la puerta, pero allí no había nadie. Era una habitación vacía. Pero había una puerta que daba al jardín. De modo que miró; quizás había salido al jardín. Sí, debía de haber salido, porque había unas pisadas en el camino. De modo que siguió las huellas. Caminó más de un kilómetro. El jardín terminó y ahora se encontraba a la orilla de un hermoso río, pero la mujer no estaba allí. Las pisadas también habían desaparecido. Sólo había dos zapatos, dos zapatos dorados que pertenecían a la mujer. Ahora estaba perplejo. ¿Qué había sucedido? Miró hacia atrás; ya no estaba el jardín, ni la casa, ni los padres, nada. Todo había desaparecido. Volvió a mirar. Los zapatos ya no estaban, el río había desaparecido. Lo único que había era vacío, y una gran carcajada. Y él también se echó a reír. Se casó. Ésta es una hermosa historia budista. Se casó con el vacío, se casó con la nada. Ése es el matrimonio que todos los grandes santos han estado buscando. Éste es el momento en  el que te conviertes en «la novia de Cristo», o una gopi de Krishna. Pero todo desaparece: el camino, el jardín, la casa, la mujer, incluso las huellas. Todo desaparece. Sólo queda la risa, una risa que proviene del vientre mismo del universo.

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 Desde mi más tierna infancia he estado enamorado del silencio. Siempre que podía, me sentaba en silencio. Naturalmente mi familia solía pensar que no iba a servir para nada; ¡y tuvieron razón! Sin duda demostré que no valía para nada, pero no lo lamento. Esto llegó hasta tal punto que a veces, estando sentado, venía mi madre y me decía algo así como: —Parece que no hay nadie en toda la casa. Necesito que alguien vaya al mercado a traerme unas verduras. Yo estaba sentado enfrente de ella, y le decía: —Si veo a alguien se lo diré. Aceptaron que mi presencia no significaba nada; no importaba si estaba allí o no. Lo intentaron una o dos veces, y se dieron cuenta de que: «es mejor dejarle fuera, y hacer como si no estuviera». Por la mañana me mandaban a comprar verduras. Y al atardecer venía a preguntarles: —Me he olvidado para qué me habéis mandado, y ahora el mercado está cerrado… Mi madre me decía: —No es culpa tuya, es culpa nuestra. Hemos estado esperando durante todo el día, pero en primer lugar no deberíamos habértelo pedido a ti. ¿Dónde has estado? Yo les dije: —Cuando salí de la casa, justo al lado había un hermoso árbol bodhi—, el tipo de árbol bajo el que Gautama el Buda despertó. El árbol recibió el nombre de bodhi por Gautama el Buda. No se sabe qué nombre tenía antes de Gautama el Buda; debía de tener algún nombre, pero después del Buda se le asoció con su nombre. Había un hermoso árbol bodhi, y era muy tentador para mí. Solía haber tanto silencio, tanto frescor debajo de él, nadie que me molestara, que no podía pasar sin sentarme debajo un rato. Y, pienso que, a veces, esos momentos de paz han podido alargarse durante todo un día. Después de sólo varias decepciones pensaron: «es mejor no molestarle». Y yo estaba inmensamente contento de que hubieran aceptado el hecho de que yo era casi inexistente. Me dio una tremenda libertad. Nadie esperaba nada de mí. Cuando nadie  espera nada de ti, entras en silencio. El mundo te ha aceptado; ahora nadie espera nada de ti. Cuando algunas veces se me hacía tarde regresando a casa, solían buscarme en dos lugares. Uno era la casa de mi nani, y la otra era el árbol bodhi; y como comenzaron a buscarme debajo del árbol bodhi, comencé a subirme al árbol y a sentarme en la copa. Cuando llegaban y miraban alrededor, decían: «Parece que no está aquí». Y yo mismo asentía con la cabeza, y decía: —Sí, es verdad. No estoy aquí. La primera experiencia que tuve de salirme del cuerpo fue al caerme de un árbol. Solía meditar justo detrás de la universidad, donde había un hermoso montículo muy silencioso y tres árboles muy altos; nadie solía ir allí. Solía sentarme en uno de los tres árboles a meditar. Un día de repente vi que estaba sentado en el árbol, y al mismo tiempo que mi cuerpo se había caído y estaba tumbado en el suelo. Durante un momento no se me ocurría cómo volver a entrar en el cuerpo. Por casualidad la mujer que solía traer la leche a la universidad de la aldea cercana vio caer mi cuerpo, y por eso se acercó. Debía de haber oído que en una situación en la que el cuerpo interno se separa del cuerpo externo, si frotas entre los dos ojos, en el tercer ojo, ésa es la puerta. El espíritu que ha salido será capaz de volver a entrar. Así que me frotó el tercer ojo. Podía ver cómo me frotaba la frente, y al momento siguiente abrí los ojos, le di las gracias y le pregunté dónde había aprendido a hacer aquello. Ella sólo lo había oído decir. Era una aldea muy primitiva, pero había escuchado la idea tradicional de que el tercer ojo es el lugar por donde uno se va y por donde uno puede volver. He estado buscando la puerta de la iluminación desde que tengo memoria, desde mi más tierna infancia. Debía de traer esta idea desde mi vida anterior, porque no recuerdo ni un solo día de mi infancia en esta vida en que no estuviera buscándola. Naturalmente, todo el mundo se creía que estaba loco. Nunca jugué con ningún niño. Nunca pude encontrar una forma de comunicarme con los niños de mi edad. Me parecían estúpidos, haciendo todo tipo de idioteces. Nunca formé parte de un equipo de fútbol, de  balonvolea, o de hockey. Por supuesto, todos me tomaban por loco. Pero al ir creciendo fui yo el que comenzó a contemplar el mundo como si todos estuviesen locos. El último año, cuando tenía veintiún años, fue un momento de un colapso nervioso y de una gran ruptura. Naturalmente, aquéllos que me amaban —mi familia, mis amigos, mis profesores— podían entender un poquito lo que me estaba sucediendo. Por qué era tan diferente de otros niños, por qué me sentaba durante horas con los ojos cerrados, por qué me sentaba a la orilla del río y me quedaba mirando el cielo durante horas, algunas veces durante toda la noche. Naturalmente, la gente que no podía entender esas cosas — y yo no esperaba que las entendieran— se creía que yo estaba loco. En mi propia casa me había vuelto casi ausente. Poco a poco dejaron de preguntarme nada, y poco a poco empezaron a sentir como si yo no estuviera allí. Y me encantaba la forma en la que me había vuelto una nada, nadie, una ausencia. Aquel año fue tremendo. Estaba rodeado de la nada, del vacío. Había perdido todo contacto con el mundo. Si alguien me recordaba que me diera un baño, iba y me daba un baño de horas. Luego tenían que golpear en la puerta: —¡Venga, sal ya del baño! ¡Te has dado un baño para un mes! ¡Sal afuera! Si me recordaban que comiera, comía; si no, pasaban los días y no comía. No es que estuviera ayunando, no tenía noción de comer ni de ayunar. Todo mi interés estaba en profundizar cada vez más en mí mismo. Y la puerta era tan magnética, el tirón era tan inmenso… como lo que los físicos llaman ahora «agujeros negros». Dicen que hay agujeros negros en la existencia. Si una estrella llega por casualidad a un agujero negro es atraída hacia su interior; no hay forma de resistir ese tirón, y entrar en el agujero negro es ir a la destrucción. No sabemos qué sucede en el otro lado. Mi idea, para la cual algún físico tiene que encontrar una prueba, es que el agujero negro en este lado es un agujero blanco por el otro lado. El agujero no puede tener sólo un lado; es un túnel. Lo he experimentado en mí mismo. Quizás en el universo ocurre lo mismo a mayor escala. La estrella muere; por lo que podemos ver, desaparece. Pero en cada momento nacen nuevas estrellas. ¿De dónde? ¿Dónde está su útero? Es aritmética pura, el agujero negro es sólo un útero; en él desaparece lo viejo y nace lo nuevo. Esto lo he experimentado en mí mismo; no soy un físico. Aquel año de tremendo tirón me alejó cada vez más de la gente, tanto que no reconocía a mi propia madre, era capaz de no reconocer a mi propio padre; había momentos en los que olvidaba mi nombre. Lo intentaba con todas mis fuerzas, pero no era capaz de saber cómo me llamaba.  Naturalmente, para todos los demás aquel año estuve loco. Pero para mí, la locura se convirtió en meditación, y el punto álgido de aquella locura abrió la puerta. Me llevaron a un «vaidya», a un médico ayurvédico. De hecho, me llevaron a muchos doctores y médicos, pero sólo hubo un vaidya que le dijo a mi padre: —No está enfermo. No pierdas el tiempo. Por supuesto, me arrastraban de un sitio a otro. Y mucha gente me daba medicinas y yo le decía a mi padre: —¿Por qué estás preocupado? Estoy perfectamente bien. Pero nadie me creía lo que estaba diciendo. Me decían: —Estáte quieto. Tómate la medicina, ¿qué daño te puede hacer? —Así que solía tomar toda clase de medicinas. Sólo había un vaidya que era un hombre intuitivo; su nombre era Pundit Bhaghirath Prasad. Este anciano ya se ha muerto, pero era un hombre de una gran intuición. Me miró y me dijo: —No está enfermo. Se echó a llorar y dijo: —Yo mismo he estado buscando este estado durante mucho tiempo. Es un afortunado. En esta vida no he conseguido este estado. No le llevéis a nadie. Está llegando a casa. — Y lloró lágrimas de alegría. Era un buscador. Había estado buscando por todo el país de un extremo al otro. Toda su vida había sido una búsqueda y un interrogante. Tenía una idea de lo que se trataba. Se convirtió en mi protector, mi protector en contra de otros doctores y médicos. Le dijo a mi padre: —Déjamelo a mí. Yo me ocuparé. Nunca me dio ninguna medicina. Cuando mi padre insistió, me dio unas píldoras de azúcar y me dijo: —Son píldoras de azúcar. Tómatelas sólo para consolarles. No te harán daño, no te ayudarán. De hecho, no hay forma de ayudarte. Cuando entras por primera vez en el mundo de la no-mente, parece una locura, «la noche oscura del alma», la noche loca del alma. Todas las religiones han señalado este  hecho; por eso todas las religiones insisten en que encuentres un Maestro antes de empezar a adentrarte en el mundo de la no-mente, porque él estará allí para ayudarte, para apoyarte. Te estarás haciendo pedazos pero él estará allí para animarte, para darte esperanzas. Estará allí para interpretarte lo nuevo. Ése es el significado de un Maestro: interpretar lo que no se puede ser interpretar, indicar aquello que no se puede decir, mostrar lo inexpresable. Estará allí, creará métodos y vías para que tú continúes en el camino; si no, podrías empezar a escaparte. Y recuerda, no hay escape. Si empiezas a escaparte simplemente enloquecerás. Los sufíes llaman a esa gente mastas. En India son conocidos como paramahansas locos. No puedes regresar porque ya no hay dónde, y no puedes seguir hacia delante porque está muy oscuro. Estás atascado. Por eso Buda dice: «Afortunado es el hombre que ha encontrado un Maestro». Yo mismo estaba trabajando sin un Maestro. Busqué pero no pude encontrar ninguno. No es que no lo buscase, busqué durante el tiempo suficiente, pero no pude encontrar ninguno. Es muy raro encontrar un Maestro, es raro encontrar a un ser que se ha convertido en no-ser, es raro encontrar una presencia que es casi una ausencia. Raro encontrar un hombre que es simplemente una puerta hacia lo divino, una puerta abierta a lo divino que no te limitará, a través de la cual puedes pasar. Es muy difícil. Los sikhs llaman a su templo gurudwara, la puerta del Maestro. Esto es exactamente un Maestro: la puerta. Jesús lo dice una y otra vez: «Yo soy la puerta, yo soy el camino, yo soy la verdad. Ven y sígueme, pasa a través de mí. Y a menos que pases a través de mí no serás capaz de llegar». Sí, algunas veces sucede que una persona tiene que trabajar sin un Maestro. Si el Maestro no está disponible entonces uno tiene que trabajar sin un Maestro, pero entonces el viaje es muy arriesgado. Durante un año estuve en tal estado, que casi era imposible saber qué me estaba sucediendo. Continuamente durante un año fue difícil incluso mantenerme vivo. Sólo mantenerme vivo era algo muy complicado, porque se me había ido todo el apetito. Pasaban los días y no sentía nada de hambre; pasaban los días y no sentía nada de sed. Tuve que obligarme a mí mismo a comer, tuve que obligarme a beber. El cuerpo era tan poco existencial que tenía que hacerme daño para sentir que todavía estaba en el cuerpo. Tenía que golpearme la cabeza contra la pared para saber si todavía tenía ahí la cabeza o no. Sólo estaba un poco en el cuerpo cuando me dolía.  Cada mañana y cada tarde corría de ocho a doce kilómetros. La gente se creía que estaba loco. ¿Por qué estaba corriendo tanto? ¡25 kilómetros al día! Era sólo para sentirme a mí mismo, para sentir que todavía existía, para no perder el contacto conmigo mismo, sólo para esperar hasta que mis ojos se acostumbraran a lo nuevo que estaba sucediendo. Y tenía que mantenerme cerca de a mí mismo. No hablaba con nadie porque todo se había vuelto tan inconsistente que hasta formular una frase resultaba complicado. Me olvidaba de lo que estaba diciendo en medio de una frase. En mitad del camino me olvidaba de adónde iba. Entonces tenía que regresar. Leía un libro —leía cincuenta páginas—, y de repente me daba cuenta: «¿Qué estoy leyendo? No me acuerdo de nada». Tal era mi situación… La puerta de la consulta de un psiquiatra se abrió de golpe y un hombre entró corriendo. —¡Doctor! —gritó—. Me tiene que ayudar. Estoy seguro que estoy perdiendo la cabeza. No me puedo acordar de nada de lo que pasó hace un año, ni siquiera de lo que pasó ayer. ¡Debo de estar volviéndome loco! —Hmm —sopesó el galeno—. Y exactamente, ¿cuándo se dio cuenta de este problema? El hombre le miró sorprendido: —¿Qué problema? ¡Ésa era mi situación! Me era difícil hasta terminar una frase. Tenía que quedarme encerrado en mi habitación. Tomé la decisión de no hablar, de no decir nada, porque decir algo era decir que estaba loco. Esto persistió durante un año.

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 Simplemente me tumbaba en el suelo mirando al techo y contaba del uno al cien y de vuelta del cien al uno. Seguir siendo capaz de contar ya era algo. Me olvidaba constantemente. Me costó un año volver a interesarme por algo, tener una perspectiva. Sucedió. Fue un milagro. Pero no fue fácil. No tenía a nadie que me apoyara, no había nadie que me dijera a dónde estaba yendo y qué es lo que me estaba pasando. De hecho, todo el mundo estaba en mi contra: mis profesores, mis amigos, la gente que me quería bien. Todos estaban contra mí. Pero no podían hacer nada, sólo podían criticarlo, sólo podían preguntarme qué estaba haciendo.  ¡No estaba haciendo nada! Ahora estaba más allá de mí; estaba sucediendo. Había hecho algo: sin saberlo, había llamado a la puerta, ahora la puerta se había abierto. Había estado meditando durante muchos años, simplemente sentado en silencio sin hacer nada, y poco a poco empecé a entrar en ese espacio en el que tú eres, y en el que no estás haciendo nada; estás simplemente ahí, una presencia, un observador. No eres ni siquiera el observador porque no estás observando, eres sólo una presencia. Las palabras no son adecuadas porque, se use la palabra que se use, parece como si algo estuviera siendo hecho. No, yo no lo estaba haciendo. Estaba simplemente tumbado, sentado, caminando; en lo más profundo no había nadie haciéndolo. Había perdido toda la ambición; no tenía el deseo de ser nadie, no tenía el deseo de alcanzar. Simplemente había sido arrojado hacia mí mismo. Era un vacío, y sólo el vacío le vuelve a uno loco. Pero el vacío es la única puerta hacia Dios. Eso quiere decir que sólo aquellos que están dispuestos a volverse locos llegan alguna vez, nadie más. Me preguntas: ¿Qué sucedió cuanto te iluminaste? Me reí, una risa realmente escandalosa, al ver el completo absurdo de tratar de iluminarme. Todo el asunto es ridículo porque nacemos iluminados, y tratar de alcanzar algo que ya tienes es la cosa más absurda. Si ya lo tienes, no puedes alcanzarlo; sólo se pueden alcanzar las cosas que no tienes, que no son partes intrínsecas de tu ser. Pero la iluminación es tu propia naturaleza. Me había esforzado durante muchas vidas, había sido mi único objetivo durante muchas, muchas vidas. Y había hecho todo lo que era posible para alcanzarlo, pero siempre había fracasado. Tenía que ser así, porque no puede ser un logro. Es tu naturaleza; entonces, ¿cómo puede ser un logro? No se puede convertir en una ambición. La mente es ambiciosa; ambiciona el dinero, el poder, el prestigio. Y luego un día, cuando te has hartado de todas esas actividades externas, ambiciona la iluminación, la liberación, el nirvana, Dios. Pero se trata de la misma ambición; sólo ha cambiado el objeto. Primero el objeto estaba en el exterior, ahora el objeto está en el interior. Pero tu actitud, tu perspectiva no ha cambiado; eres la misma persona en la misma senda, en la misma rutina. «El día en el que me iluminé», simplemente quiere decir el día en el que me di cuenta que no hay nada que alcanzar, que no hay ningún lugar a donde ir, que no hay nada que  hacer. Ya somos divinos y ya somos perfectos como somos. No hace falta mejorar nada, nada en absoluto. Dios nunca crea a nadie imperfecto. Aunque te cruces con un hombre imperfecto, te darás cuenta de que su imperfección es perfecta. Dios no crea nada imperfecto. He escuchado que el Maestro Zen, Bokuju, estaba diciéndoles a sus discípulos, que todo es perfecto. Un hombre se levantó —muy viejo, un jorobado— y le dijo: —¿Qué pasa conmigo? Soy jorobado. ¿Qué dices de mi? Bokuju dijo: —Nunca he visto a un jorobado tan perfecto en toda mi vida. Cuando digo, «el día en el que alcancé la iluminación», estoy utilizando un lenguaje incorrecto, porque no hay otro lenguaje, porque el lenguaje lo creamos nosotros. Está compuesto de palabras como realización, logro, objetivos, mejoras, progreso, evolución. Nuestros lenguajes no han sido creados por personas iluminadas, y de hecho ellos, aunque lo deseen, no pueden crear un idioma, porque la iluminación sucede en silencio. ¿Cómo puedes poner ese silencio en palabras? Y hagas lo que hagas, las palabras van a destruir algo de ese silencio. Lao Tzu dice: En el momento que la verdad se dice, deja de ser verdad. No hay manera de comunicar la verdad. Pero hay que utilizar el lenguaje; no hay otra forma. Así que siempre tenemos que usar el lenguaje con la condición de que no se puede adecuar a la experiencia. Por eso digo: «el día en el que alcancé la iluminación». Ni es un logro, ni es mío. Aquel día me reí de todos mis estúpidos y ridículos esfuerzos para alcanzarla. Aquel día me reí de mi mismo, aquel día me reí de toda la humanidad, porque todo el mundo está tratando de lograrlo, todo el mundo está tratando de alcanzarlo, todo el mundo está tratando de mejorar. A mí me sucedió en un estado total de relajación; siempre sucede en ese estado. Lo había intentado todo. Y entonces, viendo la futilidad de todo aquel esfuerzo, abandoné todo el proyecto. Lo olvidé por completo. Durante siete días viví de la forma más normal posible. Las personas con las que solía vivir se quedaron muy sorprendidas, porque esta fue la primera vez que me veían hacer un vida normal. Hasta entonces, toda mi vida había sido una disciplina perfecta.  Durante dos años había vivido con aquella familia, y ya sabían que me levantaba a las tres de la mañana, iba a caminar o a correr siete u ocho kilómetros, y luego me daba un baño en el río. Todo era una rutina absoluta. Incluso aunque tuviese fiebre o estuviera enfermo, no había ninguna diferencia: seguía haciendo lo mismo. Sabían que me sentaba a meditar durante horas. Hasta aquel día no había comido demasiado. No bebía te ni café; seguía una disciplina estricta sobre lo que comía y sobre lo que no comía. Cuando me relajé durante siete días, cuando lo dejé todo y el primer día me desperté a las nueve de la mañana y me tomé un té, la familia se quedó perpleja. Dijeron: —¿Qué ha sucedido? ¿Has caído? —Me consideraban un gran yogui. Todavía existe una foto de aquellos días. Solía vestir una única pieza de tela, nada más. Durante el día cubría mi cuerpo con ella, durante la noche la usaba como sábana para taparme. Dormía en una estera de bambú. Ésas eran todas mis comodidades: la sábana y la estera de bambú. No tenía nada; ninguna otra posesión. Se quedaron perplejos cuando me desperté a las nueve. Me dijeron: —Algo va mal. ¿Estás enfermo, gravemente enfermo? —No, no estoy gravemente enfermo —dije—. He estado enfermo durante muchos años, ahora estoy perfectamente sano. Ahora me despertaré sólo cuando el sueño me abandone, y me iré a dormir sólo cuando me entre el sueño. Voy a dejar de ser un esclavo del reloj. Comeré lo que le apetezca a mi cuerpo y beberé lo que me apetezca beber. Dije: —Hasta aquí hemos llegado. —Y en siete días olvidé todo el proyecto, y lo olvidé para siempre. Y el séptimo día sucedió; sucedió de una forma totalmente espontánea. Y cuando me reí, el jardinero oyó la risa. Él solía pensar que yo estaba un poco loco, pero nunca me había visto reír de aquella manera. Vino corriendo. Me dijo: —¿Qué te pasa? Le dije: —No te preocupes. Sabes que estoy loco, y ahora me he vuelto completamente loco. Me estoy riendo de mí mismo. No te ofendas. Vuélvete a dormir.  Había estado trabajando durante muchas vidas —trabajando sobre mí mismo, luchando, haciendo todo lo que podía—, y no sucedía nada. Ahora entiendo por qué no sucedía nada. El mismo esfuerzo era el obstáculo, la misma escalera lo estaba impidiendo, la misma necesidad de buscar era el obstáculo. No es que uno pueda encontrar sin buscar —hace falta buscar—, pero llega un momento en el que hay que abandonar la búsqueda. El bote es necesario para cruzar el río, pero luego llega un momento en el que tienes que salir del bote, olvidarte de él y dejarlo atrás. El esfuerzo es necesario, nada es posible sin esfuerzo. Y también nada es posible sólo con esfuerzo. Justo antes del 21 de marzo de 1953, siete días antes, dejé de trabajar en mí mismo. Llega un momento en el que ves la futilidad del esfuerzo. Has hecho todo lo que podías hacer y no está sucediendo nada. Has hecho todo lo que es humanamente posible. ¿Qué más puedes hacer? Sintiéndose completamente impotente, uno abandona toda la lucha. Y el día en el que la búsqueda se detuvo, el día en el que no estaba buscando algo, el día en el que no estaba esperando que sucediera algo, comenzó a suceder. Surgió una nueva energía, de ninguna parte. No venía de ningún lugar. Venía de ningún lugar y de todas partes. Estaba en los árboles, en las rocas, en el cielo, en el sol, en el aire; estaba en todas partes. Había estado buscando con tanto esfuerzo pensando que estaba muy lejos, ¡y estaba tan cerca, y tan próxima…! Los ojos se habían enfocado en la lejanía, en el horizonte, y habían perdido la capacidad de ver aquello que está justo al lado. El día en que cesó el esfuerzo, yo también cesé, porque tú no puedes existir sin esfuerzo, no puedes existir sin deseo, no puedes existir sin insistir. El fenómeno del ego, el del ser, no es un objeto, es un proceso. No es una substancia sentada en tu interior; la tienes que crear en cada momento. Es como pedalear en una bicicleta: si pedaleas sigue avanzando; si dejas de pedalear se detiene. Podría continuar un poco por la inercia pero en el momento que dejas de pedalear, de hecho la bicicleta comienza a detenerse. No tiene más energía, no tiene más potencia para ir a cualquier lugar. Se detendrá y caerá. El ego existe porque seguimos pedaleando en el deseo, porque seguimos esforzándonos para conseguir algo, porque continuamos adelantándonos a nosotros mismos. En eso consiste el fenómeno del ego: saltar por delante de nosotros mismos, saltar al futuro, saltar al mañana. El salto hacia lo no-existencial crea el ego. Es como si fuese un espejismo porque surge de lo no-existencial. Sólo está compuesto de deseo y de nada más. Sólo está compuesto de sed y nada más.  El ego no está en el presente, está en el futuro. Si estás en el futuro, entonces el ego parece ser muy substancial. Si estás en el presente, el ego es un espejismo; comienza a desaparecer. El día que dejé de buscar…, y es incorrecto decir que dejé de buscar; sería mejor decir el día que la búsqueda se detuvo. Déjame repetirlo: la mejor manera de decirlo es el día que la búsqueda se detuvo. Porque si yo la detengo, entonces «yo» estoy ahí de nuevo. Ahora mi esfuerzo consiste en detenerlo, ahora mi deseo es detenerlo, y el deseo continúa existiendo de una forma muy sutil. No puedes detener el deseo, sólo puedes entenderlo. En esa misma comprensión se detiene. Recuerda, nadie puede dejar de desear, y la realidad sucede sólo cuando el deseo se detiene. Éste es el dilema. ¿Qué puedes hacer? Ahí está el deseo y los budas siguen diciendo que hay que dejar de desear, y acto seguido te dicen que no puedes dejar de desear. De modo que, ¿qué puedes hacer? Pones a la gente en un dilema. Están en el deseo, ciertamente. Dices que hay que detenerlo; de acuerdo. Y entonces dices que no se puede detener. Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer? Hay que entender el deseo. Lo puedes entender, puedes ver su futilidad. Se necesita una percepción directa, se necesita una comprensión inmediata. El día en el que se detuvo el deseo me sentí muy impotente y desesperado. No había esperanza porque no había futuro. Nada que esperar porque todas las esperanzas han demostrado ser vanas, no conducen a ningún lugar. Vas dando vueltas. [El deseo] sigue colgando delante de ti, va creando nuevos espejismos, sigue llamándote: «vamos, corre más rápido, que llegarás». Pero no importa lo rápido que corras, nunca lo alcanzarás. Es como el horizonte que ves alrededor de la tierra. Parece estar ahí pero no está. Si vas hacia él, sigue alejándose de ti. Cuanto más corres, más rápido se aleja. Cuanto más lentamente vas, más lento se aleja. Pero hay algo cierto: la distancia entre tú y el horizonte sigue siendo absolutamente igual. No puedes reducir la distancia entre tú y el horizonte ni un solo centímetro. No puedes reducir la distancia entre tú y tu esperanza. La esperanza es el horizonte. Tratas de tender un puente entre tu ser y el horizonte con la esperanza, con un deseo proyectado. El deseo es el puente, un puente inexistente, porque el horizonte no existe, de modo que no puedes construir un puente con él, sólo puedes soñar acerca del puente. No puedes unirte a algo no existencial.  El día que el deseo se detuvo, el día que miré en su interior y me di cuenta de que era inútil, me sentí impotente y sin esperanzas. Pero en aquel mismo momento algo empezó a suceder. Comenzó a suceder aquello por lo que había estado trabajando durante muchas vidas pero no había sucedido. En tu desesperanza está la única esperanza, en tu falta de deseo está tu única realización y, en tu tremenda impotencia, de repente la existencia entera empieza a ayudarte. La existencia está esperando.

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 Cuando ve que estás trabajando por tu cuenta, no interfiere. Espera. Puede esperar infinitamente porque la existencia no tiene prisa. Es eterna. En el momento en que dejas de estar tú sólo —en el momento en el que te abandonas, en el momento en el que desapareces—, la existencia entera corre hacia ti, entra en ti. Y por primera vez empieza a ocurrir algo. Durante siete días viví en un estado muy desesperado e impotente, pero al mismo tiempo estaba surgiendo algo. Cuando yo uso la palabra desesperado, no tiene el mismo sentido que tiene para ti. Simplemente quiero decir que en mí no había esperanza. La esperanza estaba ausente. No estoy diciendo que estuviera desesperado y triste. De hecho estaba feliz; estaba muy tranquilo, en calma, recogido y centrado. Desesperado, pero con un significado totalmente nuevo. No había esperanza, de modo que, ¿cómo podía haber desesperanza? Ambas habían desaparecido. La desesperación era absoluta y total. La esperanza había desaparecido, y con ella su opuesto, la desesperación. Fue una experiencia totalmente nueva: ser sin esperanza. No era un estado negativo. Tengo que usar palabras, pero no era un estado negativo. Era absolutamente positivo. No era sólo una ausencia, se sentía una presencia. Algo en mí estaba desbordándose, inundándome. Y cuando digo que me sentía impotente, no lo utilizo con el mismo sentido del diccionario. Simplemente digo que estaba rendido. Eso es lo que quiero decir cuando digo impotente. Había reconocido el hecho de que no soy; de modo que no puedo contar conmigo mismo, de modo que no puedo mantenerme firme. No tenía un suelo debajo, estaba en el abismo…, un abismo sin fondo. Pero no tenía miedo porque no había nada que proteger. No había miedo porque no había nadie que pudiera asustarse. Esos siete días fueron una transformación tremenda, una transformación total. Y el último día, la presencia de una energía totalmente nueva, una nueva luz y un nuevo disfrute, se convirtió en algo tan intenso que era casi insoportable, como si estuviera  explotando, como si me estuviera volviendo loco de dicha. La generación más joven en Occidente tiene la expresión correcta para expresarlo… Estaba extático, colocado. Era imposible entender lo que estaba sucediendo. Era un mundo absurdo, difícil de entender, difícil de organizar en categorías, difícil de poner en palabras, idioma, explicaciones. Todas las escrituras parecían muertas y todas las palabras que se han usado para describir esta experiencia parecían muy pálidas, anémicas. Esto estaba tan vivo… Era como una gigantesca ola de dicha. Todo el día fue extraño, pasmoso; fue una experiencia demoledora. El pasado estaba desapareciendo como si nunca me hubiera pertenecido, como si lo hubiera leído en algún otro lugar. Como si lo hubiera soñado, como si fuera la historia que había oído de alguna otra persona. Me estaba liberando de mi pasado, me estaba desarraigando de mi historia. Estaba perdiendo mi autobiografía. Estaba convirtiéndome en no-ser, lo que Buda llama anatta. Los límites iban desapareciendo, las distinciones iban desapareciendo. La mente estaba desapareciendo; estaba a millones de kilómetros de distancia. Era difícil asirla, estaba alejándose cada vez más y no había ninguna necesidad de mantenerla próxima. Yo estaba simplemente indiferente hacia todo esto. Estaba bien. No había una necesidad de seguir manteniendo una continuidad con el pasado. Por la tarde se hizo se hizo difícil soportarlo, dolía, se hizo doloroso. Era como cuando una mujer empieza a parir, cuando el niño va a nacer y la mujer sufre un tremendo dolor: las punzadas del parto. En esos días solía acostarme entre las doce y la una de la madrugada, pero aquel día fue imposible mantenerme despierto. Los ojos se me cerraban, me costaba mantenerlos abiertos. Algo era inminente, iba a suceder algo. Era difícil decir qué es lo que era — quizás iba a ser mi muerte—, pero no había miedo. Estaba preparado. Aquellos siete días habían sido tan hermosos que estaba dispuesto a morir; no necesitaba nada más. Habían estado tan llenos de éxtasis, estaba tan contento, que si lo que venía era la muerte, sería bien recibida. Pero iba a suceder algo —algo parecido a la muerte, algo muy drástico, algo que o bien sería una muerte o un nuevo nacimiento, una crucifixión o una resurrección—, algo de tremenda importancia estaba a la vuelta de la esquina. Y me era imposible mantener los ojos abiertos, estaba drogado. Me fui a dormir hacia las ocho. No era como un sueño. Ahora puedo entender lo que Patañjali quiere decir cuando dice que el samadhi y el sueño son similares. Sólo que con  una diferencia: en el samadhi estás totalmente despierto y también dormido, despierto y dormido a la vez. Todo el cuerpo muy relajado, cada célula de tu cuerpo totalmente relajada, todas funcionando relajadas y, sin embargo, hay una luz de consciencia que alumbra en tu interior…, clara, sin humo. Permaneces alerta y a la vez relajado, suelto pero completamente despierto. El cuerpo está en el sueño más profundo posible y tu consciencia está en la cima. La cima de la consciencia y el valle del cuerpo se encuentran. Me fui a dormir. Fue un sueño muy extraño. El cuerpo estaba dormido, yo estaba despierto. Fue tan extraño como si tiraran de ti en dos direcciones, en dos dimensiones; como si la polaridad se hubiera enfocado completamente, como si yo fuera las dos polaridades a la vez…, lo positivo y lo negativo se estaban encontrando, el sueño y la consciencia se estaban encontrando, la muerte y la vida se estaban encontrando. Éste es el momento en el que puedes decir que el creador y la creación se encuentran. Era muy extraño. La primera vez te conmociona hasta las raíces, sacude tus cimientos. Después de esa experiencia no puedes volver a ser el mismo; trae una nueva visión a tu vida, una nueva cualidad. Hacia las doce, de repente se abrieron mis ojos; yo no los había abierto. El sueño fue interrumpido por algo más. Sentí una gran presencia a mi alrededor en mi habitación. Era una habitación muy pequeña. Sentí una vida latiendo a mi alrededor, una gran vibración, casi como un huracán, una gran tormenta de luz, alegría, éxtasis. Me estaba ahogando en ella. Era tan sumamente real que todo lo demás se volvió irreal. Los muros de la habitación se volvieron irreales, la casa se volvió irreal, mi propio cuerpo se volvió irreal. Todo era irreal porque ahora por primera vez había realidad. Por eso Buda y Shankara dicen que el mundo es maya, un espejismo. Para nosotros es complicado entenderlo porque sólo conocemos este mundo, no tenemos con qué compararlo. Ésta es la única realidad que conocemos. ¿De qué está hablando toda esta gente, es esto maya, ilusión? Ésta es la única realidad. A menos que llegues a conocer lo realmente real, no podrás entender sus palabras. Sus palabras se quedan en teoría, parecen hipótesis: Quizás este hombre esté planteando una filosofía. «El mundo es irreal». Cuando Berkeley en Occidente, dijo que el mundo es irreal, estaba caminando con uno de sus amigos, un hombre muy racional; el amigo era casi un escéptico. Recogió una 89 piedra de la carretera y le golpeó a Berkeley con fuerza en un pie. Berkeley gritó, le salió sangre, y el escéptico le dijo: —Ahora, ¿es el mundo irreal? ¿Decías que el mundo es irreal?, entonces, ¿por qué gritaste? ¿Esta piedra es irreal? entonces, ¿por qué gritaste? Entonces, ¿por qué te agarras la pierna y expresas tanto dolor y tanta angustia en tu cara? Todo es irreal. Este tipo de persona no puede entender lo que Buda quiere decir cuando afirma que el mundo es un espejismo. No está diciendo que puedes atravesar la pared. No está diciendo que puedes comer piedras y que no hay ninguna diferencia si comes pan o comes piedras. No está diciendo esto. Está diciendo que hay una realidad: una vez que la conoces, esta supuesta realidad palidece, simplemente se vuelve irreal. La comparación surge cuando en tu visión aparece una realidad más elevada, y no de otra manera. En el sueño, el sueño es real. Sueñas cada noche y cada mañana dices que era irreal, y de nuevo por la noche, cuando sueñas, el sueño se convierte en real. En un sueño es muy difícil recordar que es un sueño, pero por la mañana es muy fácil. ¿Qué sucede? Eres la misma persona. En el sueño sólo hay una realidad. ¿Cómo vas a comparar? ¿Cómo vas a decir que es irreal? ¿Con qué la vas a comparar? Es la única realidad. Todo es tan irreal como todo lo demás, de modo que no hay comparación. Por la mañana, cuando abres los ojos, allí hay otra realidad. Ahora puedes decir que el sueño era totalmente irreal. Comparado con esta realidad, el sueño se convierte en irreal. Hay un despertar; toda esa realidad se vuelve irreal si la comparas con la realidad de ese despertar. Aquella noche por primera vez entendí el significado de la palabra maya. No es que antes no conociera esa palabra, no es que no fuera consciente del significado de esa palabra. Del mismo modo que vosotros sois conscientes, yo también soy consciente del significado, pero nunca antes lo había comprendido. ¿Cómo puedes comprenderla sin tener la experiencia? Aquella noche otra realidad abrió su puerta, otra dimensión se hizo accesible. De repente estaba allí la otra realidad, la realidad separada, lo realmente real, o como quieras llamarlo. Llámalo Dios, llámalo verdad, llámalo dhamma, llámalo Tao, o lo que tú quieras. No tenía nombre. Pero estaba allí, tan transparente y a la vez tan sólida que se podía tocar. Casi me estaba ahogando en aquella habitación. Era demasiado y yo todavía no era capaz de absorberla.  Surgió en mí una profunda necesidad de salir corriendo de la habitación, de ir bajo de las estrellas; me estaba ahogando. ¡Era demasiado! ¡Me iba a matar! Si me hubiera quedado unos minutos más me habría ahogado; eso es lo que parecía. Salí de la habitación corriendo, salí a la calle. Había una gran necesidad de estar bajo el cielo con las estrellas, con los árboles, con la tierra…, con la naturaleza. E inmediatamente, en cuanto salí, la sensación de ahogo desapareció. Era un espacio demasiado pequeño para un fenómeno tan grande. Hasta el cielo era demasiado pequeño para aquel fenómeno. Es más grande que el cielo. Ni siquiera el cielo es el límite. Pero entonces me sentí más a gusto. Caminé hacia el jardín más próximo. Era una forma de caminar totalmente distinta, como si la fuerza de la gravedad hubiera desaparecido. ¿Estaba caminando, o estaba corriendo, o simplemente estaba volando?; era difícil decidirlo. No había gravitación. Me sentía sin peso, como si alguna energía me estuviera llevando. Estaba en manos de otra energía. Por primera vez no estaba solo, por primera vez había dejado de ser un individuo, por primera vez la gota había caído en el océano. Ahora todo el océano era mío, yo era el océano. No había limitación. Surgió un tremendo poder, como si pudiera hacer cualquier cosa que quisiera. Yo no estaba allí, sólo el poder estaba allí.

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Llegué hasta el jardín a donde solía ir cada día. El jardín estaba cerrado, cerrado durante la noche. Era demasiado tarde, era casi la una de la madrugada. Los jardineros estaban totalmente dormidos. Tuve que entrar como un ladrón, tuve que saltar la verja. Pero algo me estaba atrayendo hacia el jardín. No estaba dentro de mis capacidades el impedirlo. Estaba simplemente flotando. Eso es lo que quiero decir cuando repito una y otra vez: «flota con el río, no lo empujes». Estaba relajado, estaba dejándome llevar. Yo no estaba allí, ello estaba allí, llámalo Dios; Dios estaba allí. Me gustaría llamarlo ello, porque Dios es una palabra demasiado humana y se ha ensuciado demasiado de tanto usarla, ha sido contaminada por demasiada gente. Los cristianos, los hindúes, los musulmanes, los curas y los políticos, todos ellos han corrompido la belleza del mundo. Por eso déjame que lo llame “ello”. Estaba allí y yo era simplemente arrastrado…, arrastrado por una enorme ola. En el momento en el que entré en el jardín todo se volvió luminoso, estaba por todas partes la bendición, la beatitud. Por primera vez pude ver los árboles, su verdor, la vida,  la savia corriendo. Todo el jardín estaba dormido, los árboles estaban dormidos. Pero yo podía ver todo el jardín vivo, hasta las pequeñas briznas de hierba eran hermosas. Miré a mi alrededor. Había un árbol sumamente luminoso, el árbol maulshree. Me atrajo, me atrajo hacia él. No lo había escogido yo, el mismo Dios lo había escogido. Fui hasta el árbol y me senté debajo. Al sentarme allí todo se empezó a asentar. El universo entero se convirtió en bendición. Es difícil decir cuánto tiempo permanecí en aquel estado. Cuando regresé a casa eran las cuatro de la mañana, de modo que debí estar allí según el reloj por lo menos tres horas, pero fue infinito. No tenía nada que ver con el tiempo del reloj. Fue intemporal. Aquellas tres horas se convirtieron en una eternidad, una eternidad interminable. No había tiempo, el tiempo no pasaba; era una realidad inmaculada, incorrupta, intocable, inconmensurable. Y aquel día sucedió algo que ha continuado, no como una continuidad, sino como una corriente subterránea. No como algo permanente; ha ido sucediendo una y otra vez, momento a momento. Ha sido un milagro momento a momento. Y desde aquella noche no he vuelto ha estar nunca en el cuerpo. Estoy flotando a su alrededor. Me volví tremendamente poderoso y al mismo tiempo muy frágil. Me volví muy fuerte, pero esa fuerza no es la fuerza de Mohamed Alí. Esa fuerza no es la fuerza de una roca, esa fuerza es la fuerza de una rosa; tan frágil en su fortaleza, tan sensitiva, tan delicada. La flor puede desaparecer en cualquier momento, la roca permanecerá. Pero aun así la flor es más fuerte que la roca porque está más viva. O la fuerza de una gota de rocío en una brizna de hierba brillando al sol de la mañana, tan hermosa, tan preciosa, y a la vez puede deslizarse en cualquier momento. Tan incomparable en su gracia, pero podría llegar una pequeña brisa y la gota de rocío se deslizaría y se perdería para siempre. Los budas tienen una fuerza que no es de este mundo. Su fuerza es totalmente del amor…, como una rosa o una gota de rocío. Su fuerza es muy frágil, vulnerable. Su fuerza es la fuerza de la vida, no de la muerte. Su poder no es el poder que mata; su poder es el que crea. Su poder no es violento, agresivo; su poder es el de la compasión. Pero nunca he vuelto a estar dentro del cuerpo, estoy flotando a su alrededor. Y por eso digo que ha sido un milagro tremendo. Cada momento me sorprendo de estar todavía aquí, no debería de ser así. Tenía que haberme ido en cualquier momento, y todavía sigo  aquí. Cada mañana abro los ojos y me digo: «¿De modo que todavía estoy aquí?». Porque me parece casi imposible. El milagro ha sido continuo. Precisamente el otro día alguien me hizo esta pregunta: «Sócrates, te estás volviendo tan frágil y delicado, y tan sensible al olor de los aceites capilares y los champúes, que parece que no te vamos a poder ver a menos que nos quedemos calvos». Dicho sea de paso, no hay nada malo en estar calvo; Igual que lo negro es bello, ¡la calva es bella! Pero es verdad, y tenéis que tener cuidado. Soy frágil, delicado y sensible. Ésta es mi fuerza. Si le tiras una roca a una flor, no le sucederá nada a la roca, pero será el final de la flor. Sin embargo, no puedes decir que la roca sea más poderosa que la flor. La flor desaparecerá porque la flor estaba viva. Y a la roca no le ocurrirá nada porque está muerta. La flor desaparecerá porque la flor no tiene fuerza para destruir. La flor simplemente desaparecerá y le cederá el paso a la roca. La roca tiene el poder de destruir porque está muerta. Recuerda, desde ese día nunca he estado realmente en el cuerpo; sólo me une a él un hilo delicado. Y estoy continuamente sorprendido de que de alguna forma la totalidad debe de desear que yo esté aquí, porque ya no estoy aquí por mi propia fuerza, ya no estoy por mí mismo. La existencia debe desear que siga aquí, para que pueda permanecer un poquito más en esta orilla. Quizás la totalidad quiere compartir algo con vosotros a través de mí. Desde ese día el mundo es irreal. Otro mundo ha sido revelado. Cuando digo que el mundo es irreal no quiero decir que esos árboles sean irreales. Esos árboles son absolutamente reales, pero la forma que tenéis de verlos es irreal. Esos árboles no son irreales en sí mismos —existen en Dios, existen en una absoluta realidad—, pero de la manera que los veis, nunca los veis. Estáis viendo algo diferente, un espejismo. Creáis a vuestro alrededor vuestro propio sueño, y a menos que despertéis seguiréis soñando. El mundo es irreal porque el mundo que conocéis es el mundo de los sueños. Cuando el sueño se desvanece y te encuentras con el mundo que está ahí, entonces aparece el mundo real. No son dos cosas diferentes, Dios y el mundo. Dios es el mundo si tienes ojos, los ojos limpios, sin ningún residuo de los sueños, sin ninguna bruma. Si tienes los ojos limpios, claridad, percepción, sólo existe Dios. Entonces en algún sitio Dios es un árbol verde, en otro Dios es una estrella brillante, en otro lugar diferente Dios es un cuclillo, en otro lugar Dios es una flor, en algún otro  lugar un niño, en otro lugar un río; después sólo existe Dios. En el momento que empiezas a ver, sólo existe Dios. Pero ahora mismo nada de lo que ves es la verdad, sino una mentira proyectada. Éste es el significado de espejismo. Y una vez que ves —incluso por un solo momento, si puedes ver, si puedes permitirte a ti mismo ver—, encontrarás presente una inmensa bendición por todas partes, en las nubes, en el sol, en la Tierra. Éste es un mundo hermoso. Pero no estoy hablando de tu mundo, estoy hablando de mi mundo. Tu mundo es muy feo, tu mundo es un mundo creado por un yo, tu mundo es un mundo proyectado. Estás usando el mundo real como una pantalla y proyectando en él tus propias ideas. Cuando digo que el mundo es real, el mundo es tremendamente hermoso, el mundo es infinitamente luminoso, el mundo es luz y dicha, es una celebración, estoy hablando de mi mundo; o del tuyo si abandonas tus sueños. Aquella noche me vacié y me llené. Dejé de ser existencial y me convertí en la existencia. Aquella noche morí y renací. Pero el que renació no tiene nada que ver con el que murió, es algo discontinuo. En la superficie parece continuo pero es discontinuo. Aquél que murió, murió totalmente; no ha quedado nada de él. He conocido muchas otras muertes pero no fueron nada comparadas con esta, fueron muertes parciales. A veces muere el cuerpo, a veces muere una parte de la mente, a veces muere una parte del ego, pero en lo que se refiere a la persona, permanece. Muchas veces renovada, muchas veces decorada, un pequeño cambio aquí y allá, pero permanece, la continuidad permanece. Aquella noche la muerte fue total. Fue una cita con la muerte y con Dios simultáneamente.

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 La iluminación es un proceso muy individual. A causa de su individualidad ha creado muchos problemas. Primero: no hay unas fases determinadas a través de las cuales tenga que pasar necesariamente la persona. Cada persona pasa a través de fases diferentes, porque, a través de muchas vidas, ha reunido diferentes tipos de condicionamientos. No es una cuestión de iluminación, sino de los condicionamientos que conformarán tu camino. Y todo el mundo tiene diferentes condicionamientos, así que los caminos de dos personas distintas no van a ser iguales. Por eso insisto una y otra vez: no hay una  autopista, sólo hay senderos, y éstos tampoco están determinados. No es que ya te los encuentres allí y sólo tengas que caminar sobre ellos; no. Mientras caminas los vas haciendo. Tu mismo caminar los construye. Se dice que el camino a la iluminación es como un pájaro volando en el firmamento: no deja huellas; nadie puede seguir las huellas de un pájaro. Cada pájaro tendrá que dejar sus propias huellas, pero desaparecerán inmediatamente mientras el pájaro sigue volando. Esta situación es similar, de modo que no puede haber un líder y un seguidor. Por eso digo que las personas como Jesús, Moisés, Mahoma, o Krishna, que dicen: «Basta con que creas en mí y me sigas» no saben nada de la iluminación. Si lo supieran, esta afirmación sería imposible. Todos los iluminados saben que no han dejado huellas; entonces decir a la gente: «Ven y sígueme», es un absurdo. No todo el mundo tiene que pasar necesariamente a través de lo mismo que me ha sucedido a mí. Es posible que alguien siga siendo normal y de repente se ilumine. Si hay cincuenta personas en la misma habitación, y todos estamos durmiendo, cada uno tendrá su propio sueño. No podemos tener un sueño común, es imposible. No hay forma de crear un sueño común. Tu sueño será tuyo, mi sueño será mío, y estaremos en lugares diferentes. Y cuando nos despertemos, yo me puedo despertar en un determinado momento de mi sueño, y tú te puedes despertar en un determinado momento de tu sueño. ¿Cómo van a ser iguales? La iluminación no es otra cosa que despertar. Para la persona iluminada todas nuestras vidas son sólo sueños. Puede que sean sueños buenos, puede que sean sueños malos; puede que sean pesadillas, puede que sean sueños muy hermosos y bellos, pero siguen siendo sueños. Puedes despertar en cualquier momento. Ése ha sido siempre tu potencial. A veces puede que hagas un esfuerzo para despertar y te resulte difícil. Puede que hayas tenido sueños en los que tratabas de gritar y no podías. Quieres despertar y salir de la cama pero no puedes, todo tu cuerpo está paralizado. Por la mañana te despiertas y te ríes de todo el asunto, pero cuando estaba sucediendo, no era como para reírse. Era muy serio. Todo tu cuerpo estaba medio muerto, no podías mover las manos, no podías hablar; no podías abrir los ojos. ¡En aquel momento sabías que estabas acabado! Pero por la mañana no le prestas ninguna atención; ni siquiera vuelves a pensar en ello. Sabiendo que era un sueño, deja de tener importancia. Estás despierto; no importa si los sueños fueron buenos o malos.  Ocurre lo mismo con la iluminación. Todos los métodos que se usan son para crear una situación en la que tu sueño se interrumpe. Lo apegado que estés al sueño variará según el individuo. Lo profundo que sea tu sueño variará según el individuo. Pero todos los métodos están ahí para sacudirte, para que puedas despertar. No importa en absoluto en qué momento te despiertes. De modo que mi «colapso nervioso y mi ruptura» no es válido para todo el mundo. A mí me sucedió así. Había razones para que sucediera de esa manera. Estaba trabajando conmigo mismo yo solo, sin amigos, sin compañeros de viaje, sin comuna. Trabajando solo uno se va a encontrarse inevitablemente con muchos problemas, porque hay momentos a los que sólo se les puede llamar «noches oscuras del alma». Tan oscuras y tan peligrosas que parece que estuvieras llegando a tú último suspiro; es la muerte y nada más. Esta experiencia es la de un colapso nervioso. Haciendo frente a la muerte, sin nadie que te apoye y que te anime…, nadie que te diga que no te preocupes, que esto también pasará. O: «Esto es sólo una pesadilla, y la mañana está muy cerca. Cuanto más oscura es la noche, más cerca está el amanecer. No te preocupes». Sin nadie cerca en quien confiar, sin nadie que confíe en ti; ésta fue la razón del colapso nervioso. Pero no fue perjudicial. En aquel momento pareció perjudicial, pero tan pronto como pasó la noche oscura y llegó el amanecer, el colapso nervioso se convirtió en un gran avance. A cada individuo le sucederá de una manera diferente. Y lo mismo es cierto después de la iluminación: la expresión de la iluminación será diferente. Eso también ha provocado un gran problema. Lo primero ha creado un gran problema; por ejemplo: si yo fuera a crear una religión, esto sería el requisito básico: cualquiera que se iluminara tendría primero que pasar por un colapso nervioso, sólo entonces se produciría un gran avance. Así es como se crean las religiones: unos individuos imponen su experiencia a toda la humanidad, sin tomar en consideración las características únicas de cada individuo. Y luego, después de la iluminación, existe el mismo problema.

 

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 Mahavira siguió estando desnudo; por eso los seguidores de Mahavira, que le han seguido hasta el final, han vivido desnudos durante veinticinco siglos. Vivir desnudo se convirtió en algo absolutamente necesario. ¡Los jainistas creen que Buda no está iluminado porque no va desnudo! Un fenómeno personal se convierte en un criterio universal; esto también es falso.  Lo que le sucedió a Mahavira fue que su individualidad floreció de esa manera. Fue realmente uno de los hombres más hermosos que han existido, y habría sido una vergüenza que usara ropa. Su cuerpo valía la pena ser visto. Era el hijo de un rey, su padre estaba muy interesado en el arte de la lucha india y preparó a Mahavira para la lucha india. Quería que fuera el campeón de todo el país y podía haber sido el campeón, su cuerpo era sólido como el acero. Había sido educado de modo que dedicaba las veinticuatro horas del día a un solo tema: convertirle en el campeón de lucha de todo el país. Naturalmente su cuerpo estaba preparado. Tenía la proporción, se ocupaban de cada centímetro. Le enseñaron grandes luchadores, había gente que le daba masaje, había expertos que le daban hierbas y medicinas; estaba siendo preparado de todas las formas posibles. Y entonces renunció al mundo. En vez de convertirse en un luchador, se convirtió en un meditador. Y cuando se iluminó, abandonó sus ropas. Sólo tenía un paño que utilizaba para cubrir su cuerpo, y después de su iluminación, mientras iba descendiendo de la montaña, un mendigo le pidió algo porque hacía frío y no tenía nada. Mahavira se miró: sólo tenía un chal, de modo que lo partió en dos y le dio una parte al mendigo. Se guardó una parte para él; ahora no era suficiente para cubrir todo su cuerpo y cuando estaba descendiendo de la montaña hacia el valle, el trozo de chal se enganchó en las espinas de un rosal. Miró hacia atrás, se echó a reír y dijo: «¡Esto es demasiado! Nunca le he negado nada a nadie, así que te puedes quedar con esta mitad también. De cualquier forma no me sirve. Me lo he guardado innecesariamente en lugar de dárselo todo a aquel mendigo, por qué, ¿qué va a hacer con la mitad? Si a mí no me tapa, tampoco le tapará a él. Te la puedes quedar. Quizás pase el mendigo por aquí y pueda recoger también esta otra mitad». Así fue como se quedó desnudo. Pero él disfrutaba del sol de la mañana y del aire frío en un país tan cálido, la parte más calurosa de la India, Bihar. Y se sintió tan ligero que pensó: «¿qué falta me hace?» Y nunca le pidió nada a nadie. Dio todo lo que le pidieron, pero nunca le pidió nada a nadie. Se quedó desnudo. Pero ésta no es necesariamente una etapa por la que tengan que pasar todas las personas iluminadas. Buda nunca se desnudó, Lao Tzu nunca se desnudó, Kabir nunca se desnudó. Esto ha sido un problema muy importante para las religiones. No pueden aceptar a otros iluminados por razones insignificantes, porque no se ajustan a sus ideas. Tienen  que encajar en un cierto concepto, y ese concepto se deriva de su fundador. Y nadie puede ajustarse a eso, por eso todos los demás son acusados de no estar iluminados. La iluminación es una canción totalmente individual, siempre desconocida, siempre nueva, siempre única. Nunca llega en forma de repetición. Así que nunca compares a dos personas iluminadas; si no, no tendrás más remedio que ser injusto con una de los dos, o con las dos. Y no tengas ideas fijas. Sólo hay que recordar cualidades muy líquidas. Estoy diciendo cualidades líquidas, no una serie de requisitos. Por ejemplo, toda persona iluminada tendrá un profundo silencio, casi tangible. En su presencia, aquéllos que están abiertos, receptivos, conocerán el silencio. Él tendrá una tremenda felicidad y, pase lo que pase, esta felicidad no se verá afectada. No le quedará ninguna pregunta; todas sus preguntas se han disuelto. No es que conozca todas las respuestas, sino que todas las preguntas se han disuelto. Y en ese estado de profundo silencio, de no mente, él es capaz de responder a cualquier pregunta con una tremenda profundidad. No le hace falta preparación. Él mismo no sabe qué va a decir, surge espontáneamente; algunas veces él mismo se queda sorprendido. Pero eso no significa que tenga todas las respuestas en su interior, ya preparadas. No tiene ninguna respuesta. No tiene ninguna pregunta. Tiene simplemente una claridad, una luz que puede ser enfocada sobre cualquier pregunta, y todas las implicaciones de la pregunta y todas las posibilidades de responderla repentinamente se aclaran. A veces puedes encontrar que preguntas una cosa y la persona iluminada responde otra. Esto sucede porque no eres consciente de las implicaciones de tu propia pregunta. Él no responde únicamente a tus palabras. Te responde a ti.

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 Responde a la mente que ha hecho la pregunta. Por eso muchas veces parece que la pregunta y la respuesta no encajan, pero indudablemente se encuentran. Lo que ocurre es que tendrás que profundizar un poco en la pregunta, y te darás cuenta que era exactamente la pregunta. Te ocurrirá muchas veces que entenderás tu pregunta por primera vez cuando haya sido respondida, porque no eras consciente de esa dimensión, no eras consciente de tu propia mente, de tu propio inconsciente, de dónde provenían esas palabras. El hombre iluminado no tiene respuestas, no tiene escrituras, no tiene citas. Está simplemente disponible; responde como si fuera un espejo, y responde con intensidad y totalidad. Así que éstas son las cualidades líquidas, no los requisitos. No te fijes en las cosas pequeñas —qué come, qué viste, dónde vive—, todas son irrelevantes. Simplemente  observa su amor, su compasión, su confianza. Aunque te aproveches de su confianza, eso no cambiará su confianza. Aunque manipules su compasión, traiciones su amor, eso no crea ninguna diferencia. Ése es tu problema. Su confianza, su compasión, su amor siguen siendo exactamente iguales. Su único esfuerzo en la vida será cómo despertar a la gente. Haga lo que haga, ése es su único propósito detrás de cada acto: cómo despertar cada vez a más gente, porque a través del despertar él ha conocido el éxtasis supremo de la vida.

 

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