Filósofo
Cada generación, sin duda, se cree
destinada a rehacer el mundo. La de Camus sabia, sin embargo, que no lo reharía.
Pero su tarea en su comprensión quizá se
pensó aún más grande. Consistía según Camus
en impedir que el mundo se deshaga.
Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones
frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías
extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben
convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada
del odio y la opresión, esa generación tuvo, en sí misma y alrededor de sí
misma, que restaurar, a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno
el vivir y el morir”. ¿Pero lo lograron? No más bien se volvieron en unos
conservadores que lucharon para incluir a la gente en su mundo cada vez más
podrido, quisieron conservar entre sus dedos el agua y lo único que les quedo fue mugre en la
uñas por eso las siguientes generaciones tienen que destruir lo que estas
generaciones deconstruyeron es decir volver
a abrir la represa de la historia para que su rio lo inunde todo y la sangre
por fin llegue al mar.
"¿Dónde
está el Árbol del Bien y
del Mal, que arraigara bajo el cruel talón del Espectro de Albión,
el patriarca druídico? ¿Dónde sus sacrificios humanos
expiatorios, perpetrados en la guerra y en los templos druidas del Inquisidor,
los robledales de Albión que bajo su Espectro la Tierra oscurecían?
¿Dónde
están los Reinos del Mundo en toda su gloria, edificados sobre la desolación,
fruto del Árbol de la Pobreza de Albión, cuando su tricéfalo gigante Gog-Magog
imponía tributos a las naciones instaurando en ellas la desolación....?”10
Hermano dale una leída
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Salo
y si puedes me das tu opinión
LOS LÍMITES MORALES DEL MERCADO Fernando Claro V. Economista, MA
Economía, MA Economía Política Investigador sub-área económica, Fundación para
el Progreso Resumen: Durante la última década, Michael Sandel ha liderado una
importante y popular crítica a los mercados. Más específicamente, ha criticado
a que el dinero y las leyes de la compra y venta de bienes y servicios se haya
inmiscuido en demasiados aspectos de nuestras vidas. En este ensayo hago una
breve revisión de los argumentos esgrimidos por Sandel y otros autores, como
también los contraargumentos, concentrándome, para esto último, en lo realizado
por los filósofos Jason Brennan y Peter M. Jaworski. Palabras clave: mercado,
moral, Michael Sandel. A lo largo de la historia, y especialmente después de la
influencia de los escritos de Karl Marx, el mercado y la propiedad privada han
sido constantemente desafiados como las mejores herramientas para distribuir y
asignar los recursos en una economía. Las principales críticas se han
concentrado en las malas prácticas que este sistema de organización económico y
social —y en teoría, no otros— traería consigo. En las últimas décadas los
«críticos del libre mercado» han buscado nuevos objetivos, especialmente luego
de la caída de los regímenes socialistas. Estos últimos habían llegado al poder
condenando con gran retórica al capitalismo y ofreciendo un sistema diferente y
atractivo. Las críticas ahora han concentrado ahora en la desigualdad, los
daños a la naturaleza y, en menor medida, en los «límites morales» del éste.
Esta última es la que el filósofo norteamericano Michael Sandel resume al
expresar, peyorativamente, que estaríamos «evolucionando desde una economía de
mercado hacia una sociedad de mercado».1 El problema ahora no serían las
consecuencias desastrosas que el mercado traería a la sociedad, naturaleza o
individualmente a los seres humanos, sino que sería simplemente lo inmoral del
hecho de intercambiar ciertos bienes o, al menos, el hecho de no
cuestionárselo. Habría entonces ciertos bienes o servicios que no habría que
comprar, vender ni intercambiar. El problema sería el transformar todo en
commodity —en cuanto a su definición de bien transable—, commodification en
inglés o mercantilización en nuestro idioma. Esta corriente anti-mercantilista
recibió un gran impulso gracias a la crisis financiera del año 2008 llevando
incluso al filósofo Michael Sandel a convertirse prácticamente en un rockstar y
a su libro, What Money Can't Buy: the moral limits of markets2 , en un
superventas mundial. En este ensayo hago un breve repaso de los diferentes
argumentos existentes en la literatura anti-mercantilización, para luego
enfocarme en los contraargumentos que se le hacen a ésta. Fundamentalmente me
basaré en el trabajo desarrollado por Jason Brennan y Peter M. Jaworski en su
libro del año 2015, Markets without limits: Moral virtues and commercial
interests. Los autores, como muchos otros, critican a «los críticos»3 por haber
sido incapaces de haber logrado desarrollar un marco teórico consistente que
sirva de herramienta para clasificar cuándo los mercados deberían ser
prohibidos o no. Además, analizando los principales argumentos, Brennan y
Jaworski argumentan que todos estarían desenfocados. Para ellos, las críticas
estarían concentradas en el cómo se transan los diferentes bienes, y eso no
bastaría 1 Sandel, M.J., TED talk, 2013. Why we shouldn’t trust markets with
our civic life. 2 Sandel, M.J., What money can’t buy: the moral limits of
markets, Macmillan, 2012. 3 Nombran, entre otros, a Debra Satz, Ruth Grant,
Michael Sandel, Robert Skidelsky, Margaret Jane Radin, Benjamin Barber, George
Ritzer y Elizabeth Anderson. En Brennan, Jason F., and Peter
Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests.
Routledge, 2015, p.7. — 2 marco general y consistente de análisis. Sus
argumentos, por lo general, se basan en intuiciones, y buenas, pero se quedan
ahí: simplemente en intuiciones. Como también señala Sandmo,6 el mayor problema
presente en sus escritos es que no se logra identificar la línea, o herramientas
para identificarla, que separaría un mercado deseable de otro indeseable. Los
filósofos Satz y Sandel, por ejemplo, inician sus reflexiones haciendo un
llamado a la ciencia económica a mirar al pasado. Puntualmente, llaman a que
los economistas vuelvan a trabajar como lo hicieren Adam Smith, David Ricardo y
Karl Marx quienes, en teoría, nunca separaron las cuestiones morales de los
análisis económicos en que se imbuían. Contrariamente, la economía neoclásica
—como se le llama a la ciencia económica que domina actualmente los
departamentos de economía en el mundo—, separaría explícitamente todo análisis
normativo de su quehacer científico, el cual sería netamente positivo.
Independiente de la discusión acerca de lo real de esta separación, el término «economicismo»
se refiere al «criterio o doctrina que concede a los factores económicos
primacía sobre los de cualquier otra índole»7 y es, considerando esta acepción,
utilizado comúnmente de manera peyorativa tanto en diferentes medios como en la
academia. Criticando a esta «sociedad de mercado», Sandel, en su libro del año
2012 What Money Can’t Buy, nos entrega varios ejemplos de mercados a lo menos
cuestionables. Él expone dos razones que explicarían su cuestionamiento. La
primera tiene relación con la ya conocida desigualdad —la existente ex ante y
la causada, ex post, por el mercado en cuestión—, y la segunda, más sofisticada
—y con dos aristas—, reside en el hecho de que los mercados corromperían
ciertas actitudes humanas y/o su simbolismo sería nefasto para la sociedad.
Introducir dinero en situaciones de caridad, como las donaciones de sangre,
haría desaparecer el altruismo (y bajar la cantidad de donaciones). Regalar
dinero sería, según estos «críticos» mostrar un desprecio por la persona a la
cual uno le regala, debido a su significado, su simbolismo. Al trabajar solo en
base de ejemplos, Sandel queda expuesto a ser criticado por no ofrecer un marco
conceptual 6 Sandmo, Agnar. «The Market in Economics: Behavioural Assumptions
and Value Judgments». NHH Dept. of Economics Discussion Paper 12, 2014. 7
Como lo define la Real Academia de la Lengua Española. para prohibir su
comercio. Por el contrario, cuando la crítica se concentra en el bien o
servicio en sí mismo, su prohibición tendría sentido, independiente de si es
gratis o no. Así, finalmente, lo que importaría no sería el intercambio
monetario en sí mismo, sino que la posesión o existencia de esos bienes o
servicios. El problema con la pornografía infantil yace en su naturaleza, está
mal en sí mismo, con o sin la existencia de dinero mediante. Lo que es
inherentemente repudiable poseer o hacer desde el punto de vista moral, es
también inmoral introducirlo al mercado. El corolario final que proponen los
autores sería que lo que se acepta a tener gratis, se acepta a ser
intercambiado por dinero. El mercado entonces no introduciría maldad donde
antes no existía. COMMODIFICATION O MERCANTILIZACIÓN. EL PROBLEMA Para los
economistas, la discusión acerca de mercantilizar o no diferentes bienes —el
permitir o no que algo se compre y/o venda en un mercado— debería basarse solo
en cuestiones de eficiencia. Las otras preguntas pertinentes a este problema,
tales como las que tienen que lidiar con temas de justicia, igualdad, libertad,
etc. habrían sido, en palabras de Sandel, «externalizadas» por los economistas
a los filósofos.4 Así, durante las últimas décadas, se ha dado un amplio debate
en la academia respecto al tema. Incluso Debra Satz y el hoy rockstar filósofo
Michael Sandel han contribuido a la discusión llegando a un público más masivo.
Pioneros en posicionar más fuertemente estos temas fueron las intelectuales
Margaret J. Radin y Elizabeth Anderson quienes cuestionaron a finales de los
años 80 la evolución de los mercados de «vientre de alquiler».5 Sin embargo, a
pesar de su esfuerzo e influencia, estos «críticos del mercantilismo» han sido,
a su vez, criticados por no haber logrado proponer un 4 Sandel, M.J., Market
reasoning as moral reasoning: why economists should re-engage with political
philosophy, p.122. 5 Incluso se podría mencionar a uno de los padres
intelectuales de la mercantilización, Adam Smith, quien, en su libro Riqueza de
las Naciones de1776, ya se refería el «descrédito» social que implicaba el
recibir pagos y utilizar como manera de subsistencia, actos tan nobles como ser
cantante de ópera. En Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets
without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.
210. — 3 con el cual analizar y descifrar cuando los mercados tienen o no estas
propiedades indeseables.8 En un trabajo más reciente, donde afina sus
argumentos (como él mismo señala),9 Sandel insiste que su única intención es
resaltar la necesidad de «un debate público acerca de donde efectivamente los
mercados estarían aportando al bien común y en donde no».10 Es decir, no
propone una teoría, sino que solo reflexionar. ¿Sería suficiente entonces con
algo así como una deliberación en el parlamento? Dado que en realidad estamos
«teorizando» y que además, Sandel hace una fuerte crítica, implícita o no, a
los mercados, es de esperar que no. Algo similiar señala Debra Satz en su libro
del 2010, Why Some Things Should Not Be for Sale: The Moral Limits of Markets:
«el punto de mi investigación no es levantar preguntas generales acerca del sistema
de mercado o acerca de los mercados en abstracto. Más bien, estoy preocupada de
las diferentes características que existen en mercados específicos como el
intercambio de órganos humanos, el trabajo infantil, desechos tóxicos, sexo y
medicina».11 Sin embargo, en su libro hace todo lo contrario. Intenta construir
un marco teórico general para enjuiciar la pertinencia o no de ciertos
mercados. Así, inicialmente pretende separar las consideraciones de su análisis
en dos: por un lado, analiza la situación de las personas o agentes económicos
ex ante —como asimetrías de información, por ejemplo— y, por otro, se concentra
en las consecuencias que generaría el introducir un bien al mercado. Sin
embargo, no logra diferenciar claramente entre estos dos análisis y declara
como «repugnantes» a aquellos mercados que, debido a las malas condiciones ex
ante, generan consecuencias indeseadas (y obviamente también a los que
independiente de las condiciones iniciales, generen consecuencias nocivas). El
análisis sería entonces completamente consecuencialista.12 Este enfoque más
centrado en daños —a los que me referiré como «más palpables»— es también el
que utiliza la filósofa Elizabeth Anderson para criticar el mercado de vientres
de alquiler. Al contratar un vientre de alquiler, sostiene Anderson, los padres
se estarían «aprovechando» de la bondad de la madre sustituta. Anderson
sostiene, por ejemplo, que apenas el 1% de las madres que se ofrecen para
otorgar «el servicio» lo harían sólo por dinero, el resto combina necesidades
financieras junto con motivos emocionales.13 Los padres biológicos entonces
velarían por sus propios intereses mientras que las segundas, por algo mucho
más noble y relacionado con las emociones. La compra y venta de vientres de
alquiler expondría a las madres entonces a relaciones de un nuevo tipo de
«aprovechamiento». El caso más común de este fenómeno (exploitation en inglés),
tanto en prensa como en la literatura académica, es el que le adjudicó Marx a
los dueños del capital. Éste consiste en aprovecharse —el capitalista— de la
necesidad básica de vivir y alimentarse que tienen los trabajadores y, ante la
baja capacidad de negociación de estos últimos, pagarles un sueldo lo más bajo
posible. La otra —la propuesta por Anderson en esta ocasión—, paradójicamente,
consiste en aprovecharse de la buena voluntad del «trabajador». Es paradójico
porque supone dos maneras de comportamiento humano, en función del bien o
servicio que ofrecen. La primera forma de aprovechamiento —que en esta
literatura «anti-mercados» es utilizada para argumentar en contra de la
existencia de diferentes mercados, como el de los trasplantes y el de la
prostitución14— supone que el prestador del servicio (trabajo o bien) quiere
maximizar su sueldo pero se ve imposibilitado porque el empleador, al tener
infinito poder de negociación, lo «explota» al pagarle menos de lo que debería.
La segunda, por el contrario, supone que el prestador del servicio no quiere
maximizar su sueldo, sino 8 Besley, Timothy. «What’s the Good of the Market? An
Essay on Michael Sandel’s "What Money Can’t Buy"», Journal of
Economic Literature, 2013, p. 479. 9 Sandel, Michael J., «Market reasoning as
moral reasoning: why economists should re-engage with political philosophy.»
The Journal of Economic Perspectives, volumen 27, número 4, 2013,121-140,
p.139. 10 Esto lo dice tanto en su famoso libro del año 2012, como en su
trabajo del año 2013 (p.121). Ambos antes citados. 11 Satz, Debra. Why
some things should not be for sale: The moral limits of markets. Oxford: Oxford
University Press, 2010, p.91. 12 Ver Besley, Timothy, «What’s the Good of the
Market? An Essay on Michael Sandel’s” What Money Can’t Buy”», Journal of
Economic Literature, 2013, p. 478-495 y Claassen, Rutger, « Why Some Things
Should Not Be For Sale: The Moral Limits of Markets, by Debra
Satz», Business Ethics Quarterly, volumen 22, número 3, 2012, p.585-597.
13 Anderson, Elizabeth S. «Is women’s labor a commodity?», Philosophy
& Public Affairs, volumen 19, número 1, p.71-92, 1990a, p.85. 14 Ver, por
ejemplo, Roth, Alvin E. «Repugnance as a Constraint on Markets», Journal of
Economic Perspectives, volumen 21, número 3, p. 37-58, 2007 y Satz,
Debra. Why some things should not be for sale: The moral limits of
markets. Oxford: Oxford University Press, 2010. — 4 que también tendría algo
así como una vocación, de la cual el mandante se aprovecha. Además de esta
perspectiva, Anderson, en otro trabajo más general de 199015 —donde no se
refiere solo al caso de los vientres de alquiler—, sostiene que ciertos bienes,
debido a su naturaleza, como es el caso de los bienes económicos, logran su
mayor valoración y sentido cuando son intercambiados en el mercado. Al ser el
mercado un ente instrumental, los bienes instrumentales «pertenecen a él». No
así otros bienes, como los que son un fin o tienen un valor en sí mismo —como
el amor, por ejemplo—, ya que serían alterados y objetivados al ser
intercambiados bajo las reglas del mercado. Este último, al ser impersonal,
reflejar gustos personales, explotar el egoísmo a costa del otro, ser ciego a
las razones de la demanda —necesidad o mero deseo de comer algo— y reflejar el
ideal de libertad, es valorado y utilizado como mero instrumento para
satisfacer ciertos fines. No discutiremos acá si es que estas características son
verídicas o no —claramente cuestionables—, pero Anderson explica que, dadas
estas características, los mercados serían instrumentales16 y todo bien que en
sí no sea un fin, sería entonces «perfecto» para los mercados, algo
especialmente «mercantilizable». Para el resto de los bienes no ocurre lo
mismo, ya que obtendrían o lograrían su máximo sentido fuera de los mercados.
Así, según Anderson, los bienes que inherentemente tienen un valor —bienes que
no son instrumentales—, requieren que su uso sea restringido para que lleguen a
alcanzar su máxima valoración y sentido. Es decir, lo que habría que restringir
según Anderson, sería su mercantilización. Esta última familia de críticas se
relaciona con la segunda línea argumentativa Sandel, la que sostiene que los
mercados no serían neutrales y traerían consigo dos características negativas
que serían independientes de consecuencias más palpables. La introducción de
los mercados, o el dinero, estaría en primer lugar, cargada de un simbolismo
negativo que no sería bienvenido. Por ejemplo, el simbolismo que acompaña al
acto de regalar a un amigo una gift card sería, se15 Anderson, E. «The ethical
limitations of the market», Economics and Philosophy, volumen 6, número 2, p.
179-205, 1990b. 16 Por no decir, inmorales inmediatamente, dadas las
características antes mencionadas. gún Sandel, «manifestar(le) una
desconsiderada indiferencia».17 En segundo lugar, estos mercados o la mera
introducción de dinero en diferentes acciones o intercambios podrían estar
corrompiendo el sentido de diferentes bienes, e incluso de nuestras acciones.
Por lo tanto, lo estarían haciendo también con nuestras vidas. Un ejemplo es el
de la lectura. Los «críticos del mercado», señalan que pagarle a un niño por
leer podría socavar el «incentivo intrínseco, haciendo que se lea menos y no
más… [se estaría] corrompiendo el amor por la lectura».18 La otra familia de
argumentos de Sandel, la que se refiere a las consecuencias «más palpables» que
causaría la introducción de un bien o servicio al mercado, propone, en
definitiva, algo similar a Satz —aunque extrañamente sin citarla— y los
primeros argumentos de Anderson. Así, por ejemplo, el permitir intercambios
monetarios en sociedades donde existen grandes desigualdades podría generar
situaciones injustas de «explotación» o «abusos» ya que, por ejemplo, esta
desigualdad podría hacer muy disímiles las capacidades de negociación. Esto
último debilitaría el carácter voluntario de cualquier tipo de negociación. En
definitiva, los argumentos que buscan evitar daños «más palpables» son los más
comunes. Sin embargo, éstos son, a su vez los más fáciles de refutar: puede
implicar la necesidad de una regulación, algo bastante diferente a su
prohibición. Un ejemplo simple y clásico podría ser el caso del sueldo mínimo:
en este caso, el Estado estima necesario regular un sueldo mínimo a pagar
debido al teórico aprovechamiento en que un empresario puede incurrir.
Diferente sería prohibir el trabajo asalariado por el riesgo de
aprovechamiento. Importante es resaltar que hablamos de prohibir, y no regular,
ya que la prohibición es por lo que «los críticos» abogan. Y esto es justamente
lo que ocurre con otras prohibiciones por este riesgo de aprovechamiento, como
por ejemplo en el caso de los riñones. Se argumenta en contra de este mercado
porque existirían desigualdades ex-ante que implicarían un riesgo de
aprovechamiento de parte de los compradores de órganos. Sin embargo, 17 Sandel,
Michael J., Lo que el dinero no puede comprar: los límites morales del mercado,
Debate, 2013, p.105. 18 Sandel, Michael J., Lo que el dinero no puede comprar:
los límites morales del mercado, Debate, 2013, p.66. — 5 ante esta aprensión
abundan los ejemplos de regulaciones que podrían impedir o limitar el mercado
en lugar de prohibirlo, como actualmente ocurre en gran parte del mundo
occidental. Se podría, por ejemplo, fijar precios mínimos lo suficientemente
altos, entregar subsidios a la compra —para quienes los necesiten—, o que
quienes vendan riñones tengan ingresos suficientemente altos como para tener
una mejor posición negociadora. Una política muy diferente es prohibir la
mercantilización de los riñones y dejar morir a gente que lo necesita y estaría
dispuesta a pagarlos (o el Estado ayudarlos a pagar, mediante subsidios),
justamente lo que ocurre por la oposición a estos mercados que no proponen
regularlos, sino que prohibirlos. Brennan y Jarwoski,19 en uno de los más
recientes y notables análisis acerca de los límites del mercado, califican y
dividen en cinco estos argumentos que se refieren a daños «más palpables». En
primer lugar, estaría el recién descrito riesgo de aprovechamiento o
explotación (exploitation en inglés). En segundo lugar, están los argumentos de
toque paternalista, los cuales sostienen que debido a que ciertos bienes
causarían daño a las personas, el Estado debería prohibirlos —el Estado, o «los
críticos» más bien, serían en teoría entes omniscientes—. Un ejemplo simple
podría ser el cigarro y a los extremos a los que ha llegado la regulación en
ciertos países. Lo mismo ocurre con el mercado de órganos, el cual es
criticado, entre otras razones, por las secuelas físicas y emocionales que
podría traer la extirpación de uno para ser vendido. Existirían personas
desinformadas y, por lo tanto, sus mercados deberían ser prohibidos. Un tercer
grupo de argumentos condena los mercados por las desigualdades existentes
ex-ante, a su vez que por las que genera ex-post. La primera crítica está
concentrada en que diferentes personas con diferente poder adquisitivo tendrían
accesos desiguales al bien en cuestión y eso, en teoría, no debería permitirse
(a su vez, muy relacionada con la del riesgo de aprovechamiento). La segunda se
debe a que, por la misma situación de desigualdad, solo los ricos podrían
beneficiarse de poder comprar un riñón, mientras que para los pobres, el
beneficio de ese mercado no será muy importante para ellos. Los otros dos
argumentos son los que se refieren al daño que ciertos bienes pueden causar a
terceros, y los bienes o servicios que violarían ciertos derechos. Así, por
ejemplo, los perros Pitbull deberían ser prohibidos porque podrían generar
daños muy grandes a terceros, al igual que la esclavitud, práctica que violaría
ciertos derechos inviolables. Al ser transgredido el derecho a ser libres, el
mercado debe ser prohibido. Estos últimos dos argumentos son los que más
aportan a confundir la discusión acerca de la mercantilización de los bienes.
Que un bien o servicio —como la esclavitud— viole derechos de la gente es
problema del bien en sí mismo. El problema no se introduce al «introducir un
bien o servicio al mercado». Es más, no tiene ninguna relación con él. Y este
es el punto crucial. Lo mismo que ocurre con la esclavitud puede observarse en
otros bienes y servicios. Por ejemplo, la pornografía infantil, que viola los
derechos de los niños, independientemente de si existe el mercado o no para
ello. Está mal, y condenada moralmente, sin importar si es gratis o no. El
punto a resaltar es entonces que el mercado no introduce maldad donde antes no
existía. El riesgo de aprovechamiento, al igual que una mala información, puede
ser fácilmente regulado. Por lo demás, el argumento de que la existencia de
ciertos mercados permitiría el acceso desigual de ciertos bienes, debido a los
diferentes poderes adquisitivos de las personas, haría entonces imposible el
comercio de prácticamente todos los bienes. Así, los argumentos más
interesantes son, en primer lugar, los que sostienen que las leyes del mercado
corromperían ciertas acciones del ser humano. En segundo lugar están los que
señalan que la introducción de un bien al mercado cambiaría, o distorsionaría,
el bien en sí mismo debido al simbolismo del dinero y los mercados. A esta
última línea argumentativa es a lo que Brennan y Jarwoski llaman «argumentos
semióticos». 19 Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without
limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015. — 6 EL MERCADO
NOS CORROMPE Brennan y Jarwoski distinguen cinco tipos de acusaciones que
aseguran que el mercado, en teoría, nos corrompería como seres humanos. La
primera, la más común, es la que sostiene que la existencia o exposición de
personas a ciertos éstos las estaría convirtiendo en personas más egoístas. La
segunda es la que afirma que los mercados, o el dinero, «desplazarían» las
motivaciones altruistas por las cuales las personas se movilizan o actúan. Un
tercer fenómeno nocivo sería el de generar intereses inmorales en las personas.
Por ejemplo, intereses en que ocurran situaciones tales como la muerte de
terceros —como sería el caso de los seguros de vida—. Una cuarta acusación se
refiere a que los mercados disminuirían la calidad de ciertos bienes o
servicios —el retirar utilidad de las empresas sería en perjuicio de la
calidad— y, finalmente, la quinta característica, es la que señala que los
mercados o el dinero destruirían el virtuosismo cívico de las personas. Para
defender todas estas acusaciones, es claro que son los «críticos» los que
tienen la carga de la prueba que, por lo demás, debe ser empírica. Es decir,
deben justificar de alguna manera sus especulaciones teóricas. Eso implica,
además, que el sustento empírico no consista en meras anécdotas. Deben ser
datos concluyentes, que demuestren que el mercado efectivamente causa el daño
del que es acusado. Además, debería ser un daño tal como para justificar su
prohibición. Y no regulación. Por lo demás, es crucial también diferenciar el
hecho de que el mercado cause ciertas conductas indeseables a que éste revele
la existencia de esas pulsiones o conductas, es decir, que revele que las
personas tienen motivaciones o actúan de manera condenable. No vamos a culpar
al mercado de la cuchillería de que existan asesinatos a puñaladas, así como
tampoco vamos a culpar al mercado financiero de que gente use información
privilegiada para enriquecerse a costa de otros. Para comprobar la veracidad de
la primera «acusación», es común encontrar estudios que citan el trabajo que
realizó Gabriele Camera junto a otros autores,20 quienes experimentaron con
diferentes grupos de personas. Este estudio señalaría que los mercados, dado
que funcionan en gran medida en base al interés personal de los individuos,
harían a la gente más egoísta y menos cooperativa. Sin embargo, estos
«críticos» hacen una interpretación errónea de la investigación, porque no
explicitan ni interpretan correctamente los disímiles resultados que se
obtienen en él. Más específicamente, no se refieren a lo diferente de los
resultados en función del tamaño de los grupos con los cuales se experimenta.
21 De hecho, los resultados que se obtienen en los experimentos son justamente
los que esperaría un buen conocedor de las bondades y defectos de los mercados:
el introducir dinero en grupos pequeños hace que la gente se aleje entre sí
—imaginemos introducir dinero en nuestras relaciones familiares—, pero
introducirlo en grupos grandes —imaginemos el mercado de cualquier bien,
transado entre desconocidos— «hace» a la gente menos egoísta y más cooperativa.
Esto se condice, además, con los estudios y teorías desarrolladas por la corriente
de «economía institucional» que sostienen que los mercados necesitan altos
grados de confianza y cooperación para su correcto funcionamiento. Es más, esta
relación positiva entre confianza y libre mercado es la que encontramos, de
alguna manera, al analizar grandes números como por ejemplo, las simples
correlaciones entre el grado de liberalización de una economía (Economic
Freedom Rating del Fraser Institute) y los índices de corrupción de la misma
(Corruption Perception Index de Transparencia Internacional). Un correcto
capita20 Camera, Gabriele, Marco Casari, and Maria Bigoni, “Money and trust
among strangers.” Proceedings of the National Academy of Sciences, volumen 110,
número 37, p. 14889- 14893, 2013. 21 Clarifican, por ejemplo, una nota de la BBC.
Ésta sostenía que el estudio de Camera y otros habría comprobado la mala
influencia de la introducción de los mercados y dinero en la sociedad. Brennan
y Jarwoski explican que ese estudio comprobó todo lo contrario: introducir
dinero en grupos pequeños haría a la gente más egoísta y menos cooperativa
―¡imaginen introducir dinero en las relaciones familiares y amigos!―, sin
embargo, cuando se introduce en grupos grandes el efecto es el contrario. En
grupos grandes, al igual que en sociedades grandes, la introducción de dinero
hace que extraños se acerquen y genera, a la larga, construcción de confianzas.
Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without limits: Moral
virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.98. — 7 lismo de la confianza
para funcionar y quien rompa esas confianzas debe ser castigado por el mismo
mercado, generando, en teoría, un círculo virtuoso. GRÁFICO 1: LIBERTAD
ECONÓMICA VERSUS CORRUPCIÓN 3 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 4 5 6 7 8 9 10 Índice de
libertad económica (10 es libertad máxima) Índice de corrupción (10 es
corrupción mínima) Otra crítica es la que señala que la introducción del dinero
o las leyes del mercado desplazarían las motivaciones intrínsecas (las
altruistas son el problema) en ciertos actos humanos. Por ejemplo, las
donaciones de sangre bajarían luego de la introducción de pagos por éstas, al
igual que la disposición a recibir los desechos nucleares producidos por el
propio país. Al respecto de esta teoría, Brennan y Jarwoski señalan que existe
evidencia contradictoria. Mencionan, por ejemplo, los estudios de Judy Cameron
que la contradicen y que incluso argumentan que los estímulos exógenos, como el
dinero, podrían ser positivos en todo sentido, eso sí, siempre y cuando se
hiciesen de la «manera correcta». 22 En la vereda opuesta citan los estudios de
Edward Deci y otros.23 Por consiguiente, y ante la dificultad de dirimir
correctamente esta discusión «científica», o incluso asumiendo que la última es
la correcta, Brennan y Jarwoski se concentran en la forma. Para ellos, el hecho
de que ocurra o no un cierto desplazamiento de buenas motivaciones, fortalecido
por la experiencia detallada por estos y otros estudios, depende del «tiempo,
lugar y manera» en que el mercado o dinero es introducido. Así como la intromisión
de las leyes del mercado genera diferentes efectos dependiendo de tamaños de
los grupos de personas que afecta, el introducir notas o premios que reflejen
competencia real de los alumnos en lugar de otras características —pensemos en
capacidad de soborno al profesor, por extremar el argumento— son capaces de
generar motivaciones intrínsecas. 24 Esto transforma el argumento en contra de
los estímulos extrínsecos en argumentos por modificar en lugar de eliminar los
estímulos que se introducen. Como señalan Brennan y Jarwoski, pagar por
donaciones de sangre es diferente si es que el pago por las donaciones va a
financiar alguna fundación caritativa, así como también es diferente el ofrecer
a los niños dinero por las notas en comparación con ofrecerlo en función de que
mejoren sus hábitos de estudio. 22 Cameron, J., & Pierce, W. D. (1994).
Reinforcement, reward, and intrinsic motivation: A meta-analysis. Review
of Educational research, 64(3), 363-423 y Eisenberger, R., & Cameron,
J. (1996). Detrimental effects of reward: Reality or myth?. American
psychologist, 51(11), 1153. 23 Deci, Edward L., Richard Koestner, and
Richard M. Ryan. “A meta-analytic review of experiments examining the effects
of extrinsic rewards on intrinsic motivation.” Psychological bulletin,
volumen 125, número 6, 627, 1999. 24 Rosenfield, David, Robert Folger, and
Harold F. Adelman. “When rewards reflect competence: A qualification of the
overjustification effect.” Journal of Personality and Social Psychology,
volumen 39, numero 3, p. 368, 1980. — 8 Otra crítica que se le hace a los
mercados es que existirían algunos de ellos —como en el caso de los seguros de
vida— en donde se estaría incentivando a la gente a tener interés de que
ocurran situaciones deplorables —como la muerte de una tercera persona—. Se
podría argumentar incluso que el simple pero abultado seguro de vida que podría
tener un padre de familia, sería inmoral, debido a que estaría incentivando a
su señora e hijos a desearle su muerte (¿?). Sandel se refiere, entre otros, al
«mercado de los viáticos». Aquellos de los cuales se benefician las personas
dueñas de seguros de vida que, diagnosticadas «de un segundo a otro» con
enfermedades terminales, no tienen los suficientes recursos para costear su
tratamiento. Así, para obtener recursos, estos enfermos terminales venden su
póliza —lo que paga el seguro al momento de morir la persona— con un descuento.
En este intercambio, quien compra se compromete a pagar de por vida las primas
anuales, y le entrega inmediatamente en efectivo, digamos, por ejemplo, la
mitad de la póliza. Quién vendió su póliza, hace su enfermedad más llevadera y
quien la compró adquiere un «interés» en que esa persona muera para que su
rentabilidad sea mayor. Este es un ejemplo que personifica más la relación de
los seguros de vida y hace más latente el conflicto existente, sin embargo, sin
ese seguro, la persona podría haber tenido un pasar mucho peor y este mercado
la ayudó a sobrellevarlo de manera más digna. Clarificar el límite que hace
diferente el primer ejemplo del segundo es, a lo menos, muy difícil. ¿Por qué
sería correcto prohibir uno y no otro? Además, argumentan Brennan y Jarwoski,
existe un sinfín de ocasiones en las cuales diferentes personas adquieren
intereses en situaciones que, en teoría, sería reprochable tenerlos.
Ejemplifican con el interés que habría tenido Marx en que el capitalismo cause
la miseria del proletariado, o el interés de un ejecutivo en el mal rumbo de su
empresa luego de haber predicho las pérdidas de su compañía ante el directorio.
Ellos tienen intereses en que sus proyecciones se cumplan, al igual como ocurre
en situaciones tan cotidianas como el interés de los doctores en las
enfermedades y muertes que predicen. En general, todo trabajo que implica
predicciones genera el mismo interés perverso en que éstas —por malas que sean,
como una muerte— se cumplan. O que se cumplan al menos con alguna probabilidad.
Clara, y lamentablemente o no, la reputación del «predictor» está en juego.
Así, en conclusión, el hecho de que una actividad nos lleve a tener «intereses»
en situaciones paradójicamente «indeseadas» no sería razón suficiente como para
prohibir un mercado. De ser así, habría que prohibir bastantes más
intercambios. Otra objeción a los mercados es la que señala que la existencia
de lucro hace bajar la calidad de los productos o servicios debido a que los
recursos retirados como utilidades se podrían usar en mejoras de producción.
Ante esto, es bueno clarificar una consecuencia irrefutable de la existencia de
lucro y mercados competitivos: la posibilidad del lucro y la competencia son
los principales motores que llevan a las empresas a mejorar procesos, bajar
costos y mejorar la calidad. Ahora, diferente es que en los mercados donde no
existe competencia — como los monopolios— la calidad no mejore y los productos
y/o servicios provistos sean deficientes. Esto es justamente lo que ocurriría
en ciertos mercados, como el de la educación. Mercado complejo y en el cual las
críticas utilizando éste argumento se han centrado. En él la competencia es
menos intensa y, por lo tanto, moviliza y presiona menos a los proveedores de
los servicios educacionales. Sin embargo, está claramente documentado que el
lucro en educación no implica menor calidad.25 La teoría de que necesariamente
quien retire utilidades proveería una educación de peor calidad que quienes no
las retiren, independiente de su lógica individual correcta (no «de sistema»),
no se sostiene empíricamente. La otra corrupción que el mercado causaría al ser
humano es la relativa a su virtud cívica. Según los «críticos», el mercado y
sus leyes harían perder la preocupación de las personas por el bien común. La
ansiedad por la compra y venta incentivaría a las personas a pensar sólo en
ellos y olvidar al resto. Luego, las personas se alejarían del «foro público»,
perdiendo su virtud cívica. Se estaría minando nuestra personalidad altruista.
Lamentablemente para «los críticos», esta teoría no se condice con ningún tipo
de evidencia. Por ejemplo, uno de sus principales impulsores, Benjamin Barber,
no nos entrega ninguna evidencia de que el mercado esté causando a las personas
a tomar ciertas ideologías poco virtuosas. Como señalan Brennan y Jarwoski, lo
que él hace es, en 25 Ver, por ejemplo, Elacqua, Gregory, “For-profit schooling
and the politics of education reform in Chile: When ideology trumps
evidence.” Documento de Trabajo CPCE 5, 2009. — 9 vez, especular
citando diferentes personalidades liberales que se referirían al mercado como
algo ajeno a la interferencia pública.26 Nada más. Incluso, a pesar de lo
complejo de estudiar la influencia del intercambio en las ideologías de las
personas, simples correlaciones entre índices de libertad económica y
participación electoral muestran que países más liberales tienden a tener una
mayor participación.27 Por lo demás, existe mucho virtuosismo cívico que solo
se puede desarrollar a través de los mercados. De partida muchos libros se
hacen, producen y distribuyen a través de éstos. Si hubiese un monopolio
estatal de imprenta, de seguro muchas publicaciones no aparecerían por ningún
lado. Lo mismo ocurre con la filantropía o las invenciones, que se multiplican
en las sociedades gracias a la libertad y el mercado. La lista podría ser
interminable. LA CARGA SIMBÓLICA DE LOS MERCADOS La otra razón por la cual los
mercados no serían neutrales, como sostendrían los economistas, es que éstos
tendrían una fuerte carga simbólica. Una carga simbólica que ciertos bienes o
servicios no se merecen y que justificaría, por lo tanto, que no sean expuestos
a ellos. Habría un simbolismo, afirman «los críticos», que estaría señalando un
desprecio o irreverencia respecto a estos bienes o servicios o, incluso, a las
contrapartes con las cuales se está las personas se están relacionando. Comprar
y vender no sería un acto simple como parece, sería también una manera «de
señalizar disposiciones y creencias unos a otros».28 Es claro, como Brennan y
Jarwoski también explican, que existen más razones, aparte de las relativas a
su calidad objetiva, que priman al momento de elegir comprar un Apple en vez de
un PC, o un BMW en vez de un Mercedes Benz. Sin embargo, diferente es afirmar
que este simbolismo exprese ciertas actitudes hacia los bienes que se
intercambian,29 que sería invariablemente negativo o, más extremo aún, que debido
a éste habría que prohibir alguna actividad mercantil. Brennan y Jarwoski
subdividen esta crítica semiótica en tres. La primera sería la relacionada con
la instrumentalidad de los mercados. «Los críticos» argumentan que las
personas, al transar bienes que tienen un valor en sí mismo —como los objetos
de arte, por ejemplo—, estarían reflejando que los consideran, en vez de un
fin, un mero instrumento. Estaría entonces mal transar estos bienes o servicios
«nobles» ya que no son instrumentales. Frente a esta objeción, Brennan y
Jarwoski se preocupan de analizar si estos simbolismos —otorgados por la
cultura o sociedad— tienen relación o no con los verdaderos sentimientos o
intenciones de las personas que se ven envueltas en estos intercambios. Así,
los autores enumeran varios ejemplos en donde la gente compra y vende objetos
que no estaría instrumentalizando y, menos, despreciando. Un buen ejemplo es el
mercado del arte antes mencionado. En éste, por definición, se transan objetos
que tienen un valor en sí mismo y los artistas los producen y/o los compradores
los buscan como tales, y no como instrumentos —otra cosa es que algunas (y no
todas) personas sí los traten así, como por ejemplo los inversionistas, o
traders (que por lo demás, sería difícil condenarlos moralmente)—. ¿Sería
entonces pertinente prohibir el mercado del arte por esta razón? Sería un
interesante experimento social, además causar que algunos artistas Neoyorkinos
simpatizantes de Naomi Klein abracen, de un día para otro, las luchas y
banderas del libre mercado.30 Por ejemplo, además, ¿habría que terminar
entonces con la compra y venta de perros y gatos? ¿o las mascotas son, en
realidad, instrumentos? ¿o para algunos sí y para otros no? En esta lógica
habría que prohibir lo que sería también un interesante experimento social.
Aparte de estos contraargumentos, Brennan y Jarwoski desenmascaran una táctica
común en muchas discusiones, y en esta ocasión desarrollada por «los críticos».
Anderson, en un 26 Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets without
limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.140. 27 Se
ven correlaciones positivas al cruzar el índice antes citado del Frazier
Institute y la participación electoral. 28 Brennan, Jason F., and Peter
Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial interests.
Routledge, 2015, p.46. 29 Brennan, Jason F., and Peter Jaworski. Markets
without limits: Moral virtues and commercial interests. Routledge, 2015, p.47.
30 Que por lo demás siempre han abrazado sin darse cuenta al buscar galerías y
grandes compradores, enriquecidos, en su mayoría, gracias al liberalismo. — 10
trabajo de 1995, define en primer lugar, el término commodity como algo
negativo —como un objeto que es tratado por reglas dominadas por el egoísmo y
carente de cualquier otro sentimiento virtuoso— para luego así, por
construcción, otorgarle una connotación inmediatamente negativa al hecho de
mercantilizar (commodification en inglés) cualquier bien «noble».31 Las otras
críticas semióticas están todas relacionadas y las diferencias entre las tres
son bien sutiles. Por ejemplo, otra afirma que los mercados comunican,
independiente de la disposición de uno, una falta de respeto, una irreverencia
hacia el bien en cuestión. Una tercera es aquella que señala que, tratándose de
relaciones humanas, generan un distanciamiento o, peor aún, las arruinan. Es
decir, la irreverencia es hacia el otro, no hacia el bien. Respondiendo a estas
objeciones —a todas estas críticas semióticas—, Brennan y Jarwoski argumentan
que todo simbolismo asignado tanto a los mercados como el dinero son meramente
circunstanciales. Es decir, son meros constructos sociales que varían entre las
diferentes culturas e, incluso, dentro de las mismas culturas en el tiempo.
Así, por ejemplo, está el caso de las gift cards, tan famosas y condenadas por
estos «críticos». Quienes las regalan, según estos últimos, estarían mostrando
una gran desconsideración con sus «regalados». Lo mismo ocurriría con la compra
y venta de discursos, citado por Sandel. Un cierto desprecio para con su amigo
estaría demostrando quien contratase los servicios de alguien para que
escribiese el discurso que tiene que darle el día de su matrimonio. Acerca esto
último, los autores se preguntan por la diferencia entre comprar una tarjeta —
en vez de uno mismo fabricarla— para el día de San Valentín y comprar un
discurso de cumpleaños a un amigo. Para ellos, claramente, no existe tal
diferencia. Además, un punto interesante sobre esta disyuntiva es que su
límite, el cual es y será muy difuso, es extremadamente difícil de clarificar.
Sin embargo, en relación a todas estas críticas semióticas, el punto en el cual
se concentran los autores es en el hecho de que el significado que traiga
consigo el mercado, o el dinero, es un constructo social. Es decir, estos
simbolismos dependen completamente de las circunstancias y, por lo tanto,
serían una característica relativa y no objetiva, que no está en 31 Lo mismo
que muchos otros «críticos» hacen constantemente con «el mercado». la esencia
del dinero o los mercados.32 Para justificar esta teoría ahondan en el ejemplo
puntual del significado del dinero revisando variada evidencia sociológica y
antropológica de diferentes autores. Por ejemplo, para refutar el negativo
simbolismo que significaría el regalar dinero o, en su defecto gift cards,
citan los estudios de Viviana Zelizer. Esta socióloga señala en sus estudios
que el regalar dinero era una gran demostración de preocupación y cariño en los
Estados Unidos a principios del siglo XX.33 También los sociólogos Bloch and
Parry, en su trabajo de 1989, habrían llegado a la conclusión de que el dinero
no tiene un significado simbólico esencial.34 Es más, no existe mejor ejemplo,
para nosotros los hispanoparlantes, que lo acaecido con las «lloronas». ¿Cómo
reaccionaría nuestra madre si sabe que le hemos pagado a la mitad de la gente
presente para que asistiese e hiciese un show en el funeral de su marido? Me
imagino la opinión de Sandel y cía. al respecto. Sin embargo, las lloronas no
son una leyenda ni una mitología. Fueron una realidad. Es justamente debido a
esto —a la contingencia del simbolismo del dinero— a que Brennan y Jarwoski
estiman conveniente que la sociedad, consciente de este fenómeno, revise las
connotaciones negativas que le entrega al mercado. En especial cuando estas
connotaciones simbólicas estarían causando daños, ¡incluso muertes! Alguien
consciente de que estos simbolismos son meros constructos sociales, se
preocuparía de no utilizarlos ni «traerlos a la mesa» como ideas —supuestamente
nobles, por lo demás— y así dejar morir a gente porque no recibe un riñón a
tiempo. CONCLUSIÓN El lenguaje anti-mercantilista es rico en adjetivos. Muchos
mercados serían «repugnantes», «nocivos», «desagradables», «macabros»,
«enfermos» e incluso unos verdaderos «sacrilegios», por lo que habría que
prohibirlos. Es repugnante que alguien venda uno de sus riñones para obtener
fondos y así salvar una vida, por lo que ese intercambio no debería existir.
Entregar una gift card de regalo a 32 Ojo que no están diciendo que la moral es
un constructo social. Eso es otra discusión. 33 Ver en Brennan, Jason F., and
Peter Jaworski. Markets without limits: Moral virtues and commercial
interests. Routledge, 2015, p.64. 34 Parry, Jonathan, and Maurice Bloch. Money
and the Morality of Exchange. Cambridge University Press, 1989. — 11 un amigo
es demostrarle cierto desprecio, por lo que deberían estar prohibidas. Es
nocivo para la sociedad que ciertas mujeres arrienden su vientre para engendrar
hijos ajenos ya que los padres biológicos se estarían aprovechando de ellas
debido a su pobreza, necesidad, mala información o incluso de su buena
voluntad. La lista es interminable. Este último mercado sería nocivo por los
daños que trae consigo, al igual que muchos otros, como por ejemplo el del
alcohol, que de hecho fue prohibido en Estados Unidos durante algunos años y
donde el remedio fue peor que la enfermedad —la prohibición de la venta de
alcohol generó mercados negros que destruyeron la paz social—. Para «los
críticos» muchos de estos mercados analizados no deberían existir. Sin embargo,
como proponen Brennan y Jarwoski, la regla general que debería primar como
mejor solución sería regular correctamente en lugar de prohibir —como en el
caso del alcohol sería regular su consumo y venta, entre otras normas—. Para
Brennan y Jarwoski, la discusión liderada —en gran medida— por Michael Sandel y
otros académicos como Debra Satz, Elizabeth Anderson, Margaret J. Radin, Robert
Skidelsky, estaría desenfocada. No deberían estar cuestionándose los mercados o
la introducción de dinero en ciertas relaciones, sino que el foco debería estar
en los bienes o servicios en sí mismos, independiente de si existen mercados
para ellos o no. Si se estima que la pedofilia está mal, entonces que se
prohíba la pedofilia, sea esta gratis o no. Si se permite donar riñones
gratuitamente, ¿por qué entonces prohibir su compra y venta? Para los críticos
de «los críticos de los mercados», estos últimos habrían fracasado en su
intento por armar un marco teórico que permitiese lograr diferenciar claramente
cuando un bien debe o no ser transado en el mercado. Las aprensiones morales
existentes, aunque razonables, estarían concentradas en el cómo y no en el qué
se está comerciando. Así, habría que modificar el cómo, pero no el qué. Por
ejemplo, la molestia existente por el abuso de brokers de «vientres de
alquiler» se podría solucionar regulando a los brokers, pero no eliminando la
posibilidad de «arrendar un vientre». Así, justificaciones sobre las cosas que
«el dinero no debe comprar» deben su fundamento en la misma naturaleza de esas
cosas y no en que el mercado las transforme, desvirtúe o genere nefastas
consecuencias. Cualquiera se opondría a darle a un hijo el nombre de «Pedro
Pepsi» —como ejemplifica Sandel—, independientemente de si reciben pagos de
Pepsi o no. Brennan y Jaworski sostienen que todas las clásicas críticas sobre
la mercantilización se concentran en cuestiones incidentales y no inherentes a
los mercados. Bastaría entonces, en el caso de existir objeciones, con regular
acorde a esas objeciones. Siempre habría una ocasión, lugar y manera de hacerlo
correctamente. Además, los argumentos específicos acerca de que los mercados
corromperían a los seres humanos y/o traerían simbolismos negativos por los
cuales habría que prohibirlos, son cuestionadas, entre otras cosas, porque no
se comprueban empíricamente. Respecto a las críticas semióticas, Brennan y
Jarwoski argumentan que el «significado» del intercambio y el dinero es fruto
de convenciones sociales circunstanciales. No habría nada esencialmente
negativo en los mercados ni el dinero. Por ejemplo, nadie agradecería a un
amigo que contratase personas para «rellenar» el funeral de un ser querido, sin
embargo, hace unas décadas, esto habría sido un bonito gesto de amistad. Las
«lloronas» en Chile no son una leyenda. Entonces, ¿vamos a prohibir un mercado
de riñones —y dejar a miles de personas morir— porque a alguien le parece de
«mal gusto»? ¿Vamos a prohibir la existencia de un mercado de lloronas porque a
alguien le parece «extraño»? Si el mercado causa daños, obviamente hay que
regularlos. Diferente es prohibirlos. El corolario final sería: «lo que se
acepta a tener (o a hacer) gratis, se acepta a ser intercambiado por dinero».
Finalmente, un gran llamado de este libro, aunque oculto, es a ser
consecuentes. Es bastante pintoresco que Michael Sandel publique su libro —y
diferentes traducciones— en editoriales comerciales y no en editoriales
universitarias. Mercantilizar el conocimiento era de bastante «mal gusto» en la
antigüedad.
Como primera lectura, recuerda que yo parto de la meta
estructura , entonces la pregunta seria es el capital una meta estructura, es
decir el capital puede ser puro desinteresado para ir al mercado invertirse u
volver a su pureza, y la respuesta es no , entonces el capital esta tratando de
ser el logos cuando no lo es el problema es que tiene mucho éxito ahí esta la
formula de Marx D-M-D´ El dinero se invierte en el mercado y se hace capital,
ahora todo los contra análisis que me propone el texto aceptan esta meta estructura
es decir la del Dinero invirtiéndose en el mercado para ser capital por lo
mismo siempre el mercado resultara como necesario, tendríamos que salir de la
meta estructura del capitalismo como lo hace David Graever como lo hace en su
libro en deuda una historia alternativa a la economía
https://www.youtube.com/watch?v=CZIINXhGDcs&t=1s Ahí queda claro que el
dinero nace de la deuda y la deuda de la ruptura de la comunidad entre la misma
comunidad la deuda siempre se perdona cuando se conquista otra comunidad es que
la deuda se paga, es decir entre hermanos no hay deudas hay favores, mientras
que con otros hay deudas estas tiene que pagarse contablemente asique se
necesita del dinero ¡para que? Para pagar ejércitos que sigan conquistando y
entonces se comprende que el capital surge de una acumulación originaria de
guerra y violencia pero el mercado regula esto y equilibra sistemas es mas el
ideal es que se llegue a la aldea global donde el mercado lo sea todo el
problema es que el capital volverá siempre a 0 guerra →1 mercado →0guerra aquí
surge el problema entre el ser 1 Vida →0 muerte→1 resurrección y el tener 0
guerra →1 mercado →0guerra que nos dará el problema entre el deber y el querer
que es el problema ético moral, comprendamos el problema moral se da porque
sufrimos la gravedad del devenir y esto es porque elegimos el tener en vez del
ser , el principio de todos los males es el amor al dinero ¿Cómo salimos de
este problema? Haciendo fuir el ser ¿Para esto hay que prohibir o regular el
mercado? No para esto hay que transferir bienes y servicios mas allá del
mercado, es decir transferir sin utilizar dinero como antes cuando todos éramos
pero para eso debemos volver a ser hermanos.
Salo
Gracias hermano
Enter
Salo
Abrazo
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13:47
Enviaste
recién comienzo...
Enter
14:57
Salo
Jajaja lose lose
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Salo
Mientras tanto
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Salo
OEEEEEE
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Salo
Askeland se bajo al rey
Enter
Salo
q buen anime
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Salo
Lo estoy disfrutando mucho
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Salo
Gracias
10:14
Emanuel
Maestro, buen día
Enter
Emanuel
no entiendo la diferencia entre schéma, éidos y morphé
25
Y he aquí que un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle:
Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
26 Él le dijo: ¿Qué está escrito en
la ley? ¿Cómo lees?
27 Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo
como a ti mismo.
28
Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.7
29
Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Escucha, Israel; el
Señor nuestro Dios, el Señor uno es.
30 Y amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.
Este es el principal mandamiento.
31
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro
mandamiento mayor que estos.6
שְׁמַע יִשְׂרָאֵל יְהוָה אֱלֹהֵינוּ יְהוָה אֶחָד Shemá Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ejad
·
El shemá propiamente dicho: Shemá Israel, IHVH
Eloeinu, IHVH Ejad, 'Escucha Israel, Adonai es nuestro Señor, Adonai es
Uno'. Afirmación del monoteísmo.
·
Veahavta ('Amarás'). Se refiere a los
fundamentos principales del judaísmo, es decir, el hecho de transmitir a cada
hijo que "amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda
tu fuerza"; añádese a ello el empleo de los tefilín y
la mezuzá,
así como la obligación de recitar el shemá dos veces al día.
·
Vehaiá ('Cumplirán'). Consta de dos
partes. La primera sugiere una recompensa: "si respetas los preceptos,
Dios dará lluvia a tus tierras, y pan y vino a tus hijos". La segunda
presupone una amenaza: "de no respetar los preceptos, Dios provocará
sequías en tus tierras". Todo esto debe entenderse en su contexto
apropiado, puesto que los antiguos israelitas eran un pueblo cuya supervivencia
dependía en buena parte de la agricultura.
·
Vaiomer Adonai ('Y Adonai ordenó'). Se refiere
al uso de los tzitzit y del talit.
De esta unidad que es Dios parte el logos
Es el el quien dice Shemá y trae a nuestra conciencia el eidos
TEETETES. Examinémosle.
EXTRANJERO. Veo una muy notable. Entre estos imitadores hay
algunos Cándidos, que creen de buena fe saber las cosas sobre las que no tienen
más que opinión ó parecer. Pero hay otros que muestran claramente, por la
versatilidad de sus discursos, que tienen plena conciencia, y que temen ignorar
las cosas que aparentan saber delante del público.
TEETETES.
Existen verdaderamente las dos clases de imitadores de que
hablas.
EXTRANJER0.
¿Y por qué no llamaremos á los imitadores de la primera
clase, sencillos; y á los de la segunda, irónicos?
TEETETES.
No hay inconveniente.
E
EXTRANJERO. Pero este último género, ¿es simple ó doble?
TEETETES. Míralo tú.
EXTRANJERO. Ya lo examino y noto dos especies. Este, es
hábil para ejercitar su ironía en público, en largos discursos, delante del
pueblo reunido; aquel, en particular, en discursos entrecortados, precisando á
su interlocutor á contradecirse.
TEETETES. No puede hablarse "mejor.
EXTRANJERO.
¿Cómo designaremos ál
imitador de largos discursos? ¿Le llamaremos hombre político ú orador popular?
TEETETES. Orador popular.
EXTRANJERO. Y al
otro, ¿le llamaremos sabio ó sofista?
TEETETES. Sabio no puede ser, porque hemos dejado sentado
que no sabe. Pero, puesto que imita al sabio, debe evidentemente tomar su
nombre; y creo comprender que este es el hombre al que justamente debemos
llamar verdadero sofista.
EXTRANJERO. ¿No
podremos, como antes, formar una cadena con las cualidades del sofista? ¿No las
enlazaremos en su nombre remontando desde el fin hasta el principio?
TEETETES.
Nada mejor.
EXTRANJERO.
Por consigmente, la
imitación en esta clase de contradicción que es irónica y según un parecer; la
imitación fantasmagórica, que es una parte del arte de hacer imágenes, no la
divina, sino la humana; la imitación, que es en el discurso el arte de producir
ilusiones ó apariencias; tal es la raza, tal es la sangre del verdadero
sofista; afirmándolo, estamos seguros de decir la pura verdad.
TEETETES
. Perfectamente.
Sócrates
Ahora sabiendo que es un sofista podremos saber que
es un filósofo.
TEETETES
¿Podremos?
Sócrates
Hemos comprendido que el no ser existe como una otredad del
ser ¿Podemos comprender que el sofista es la otredad del Filósofo?
Extranjero
Por supuesto
Sócrates
Si es así solo el filósofo tiene que superar la otredad del
sofista para regresar a sí mismo y lograrla unidad
TEETETES, EXTRANJERO
Sócrates
El gran erro de un sofista es que no sabe que no sabe y por
lo mismo no sabe que no es
EXTRANJERO
Me confundes Sócrates no puedo llegar a tu idea
Sócrates
Es que no eres filosofo es decir crees saber entonces tu no ser no se muestra como vacío sino como algo
lleno
TEETETES
¿Hay que vaciarnos entonces?
Sócrates
Hay una preciosa historia budista: En cierta ciudad, de
repente apareció inesperadamente una joven muy hermosa. Nadie sabía de dónde
venía; su procedencia era completamente desconocida. Pero era tan hermosa, tan
encantadoramente bella, que a nadie se le ocurrió pensar de dónde había venido.
La gente se reunió, toda la ciudad se reunió, y todos los hombres jóvenes, casi
trescientos jóvenes, querían casarse con ella. La mujer dijo: —Mirad, yo soy
una y vosotros sois trescientos. Sólo me puedo casar con uno, de modo que haced
una cosa. Regresaré mañana; os doy veinticuatro horas. Si alguno de vosotros puede
repetir el Sutra del Loto de Buda, me casaré con él. Todos los jóvenes
corrieron a sus casas; no comieron, no durmieron, recitaron el sutra durante
toda la noche, intentaron metérselo en la cabeza. Diez tuvieron éxito. A la
mañana siguiente llegó la mujer y aquellos diez hombres se ofrecieron a
recitárselo. La mujer escuchó. Lo habían conseguido. —De acuerdo, pero yo soy
una —dijo—. ¿Cómo me voy a casar con los diez? Os volveré a dar veinticuatro
horas. Me casaré con aquél que además pueda explicar el significado del Sutra
del Loto. De modo que tratad de entenderlo, porque recitar es fácil, estáis
repitiendo algo y no conocéis su significado. No había mucho tiempo —¡sólo una
noche!—, y el Sutra del Loto es un sutra largo. Pero cuando estás locamente enamorado
puedes hacer cualquier cosa. Regresaron a todo correr, se esforzaron. Al día
siguiente aparecieron tres personas. Habían entendido el significado. Y la mujer les dijo: —Seguimos teniendo el
mismo problema. El número se ha reducido, pero el problema persiste. De
trescientos a tres es un gran adelanto, pero sigo sin poder casarme con tres
personas; sólo me puedo casar con una. De modo que os pido veinticuatro horas
más… Me casaré con aquél que no sólo lo haya entendido sino que además lo haya
experimentado. Así que durante veinticuatro horas tratad de experimentarlo. Lo
estáis explicando, pero esta explicación es intelectual. Buena, mejor que la de
ayer —tenéis algo de comprensión—, pero la comprensión es intelectual. Me
gustaría ver algo de meditación, algo de fragancia. Me gustaría ver que el loto
ha entrado a formar parte de vuestra presencia, que os habéis convertido en
parte del loto. Me gustaría sentir su fragancia. Así que volved mañana. Sólo
volvió una persona, y con certeza lo había conseguido. La mujer lo llevó a su
casa en las afueras de la ciudad. El hombre nunca había visto la casa; era muy
hermosa, casi de ensueño. Y los padres de la mujer estaban esperando en la
puerta. Recibieron al joven y le dijeron: —Estamos muy contentos. La mujer entró
en la casa y el joven charló un poco con sus padres. Entonces los padres
dijeron: —Entra. Te debe de estar esperando. Ésta es su habitación. Se la
enseñaron. Él entró, abrió la puerta, pero allí no había nadie. Era una
habitación vacía. Pero había una puerta que daba al jardín. De modo que miró;
quizás había salido al jardín. Sí, debía de haber salido, porque había unas
pisadas en el camino. De modo que siguió las huellas. Caminó más de un
kilómetro. El jardín terminó y ahora se encontraba a la orilla de un hermoso
río, pero la mujer no estaba allí. Las pisadas también habían desaparecido.
Sólo había dos zapatos, dos zapatos dorados que pertenecían a la mujer. Ahora
estaba perplejo. ¿Qué había sucedido? Miró hacia atrás; ya no estaba el jardín,
ni la casa, ni los padres, nada. Todo había desaparecido. Volvió a mirar. Los
zapatos ya no estaban, el río había desaparecido. Lo único que había era vacío,
y una gran carcajada. Y él también se echó a reír. Se casó. Ésta es una hermosa
historia budista. Se casó con el vacío, se casó con la nada. Ése es el
matrimonio que todos los grandes santos han estado buscando. Éste es el momento
en el que te conviertes en «la novia de
Cristo», o una gopi de Krishna. Pero todo desaparece: el camino, el jardín, la
casa, la mujer, incluso las huellas. Todo desaparece. Sólo queda la risa, una
risa que proviene del vientre mismo del universo.
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∞
Desde mi más tierna
infancia he estado enamorado del silencio. Siempre que podía, me sentaba en
silencio. Naturalmente mi familia solía pensar que no iba a servir para nada;
¡y tuvieron razón! Sin duda demostré que no valía para nada, pero no lo
lamento. Esto llegó hasta tal punto que a veces, estando sentado, venía mi
madre y me decía algo así como: —Parece que no hay nadie en toda la casa.
Necesito que alguien vaya al mercado a traerme unas verduras. Yo estaba sentado
enfrente de ella, y le decía: —Si veo a alguien se lo diré. Aceptaron que mi
presencia no significaba nada; no importaba si estaba allí o no. Lo intentaron
una o dos veces, y se dieron cuenta de que: «es mejor dejarle fuera, y hacer
como si no estuviera». Por la mañana me mandaban a comprar verduras. Y al
atardecer venía a preguntarles: —Me he olvidado para qué me habéis mandado, y
ahora el mercado está cerrado… Mi madre me decía: —No es culpa tuya, es culpa
nuestra. Hemos estado esperando durante todo el día, pero en primer lugar no
deberíamos habértelo pedido a ti. ¿Dónde has estado? Yo les dije: —Cuando salí
de la casa, justo al lado había un hermoso árbol bodhi—, el tipo de árbol bajo
el que Gautama el Buda despertó. El árbol recibió el nombre de bodhi por
Gautama el Buda. No se sabe qué nombre tenía antes de Gautama el Buda; debía de
tener algún nombre, pero después del Buda se le asoció con su nombre. Había un
hermoso árbol bodhi, y era muy tentador para mí. Solía haber tanto silencio,
tanto frescor debajo de él, nadie que me molestara, que no podía pasar sin
sentarme debajo un rato. Y, pienso que, a veces, esos momentos de paz han
podido alargarse durante todo un día. Después de sólo varias decepciones
pensaron: «es mejor no molestarle». Y yo estaba inmensamente contento de que
hubieran aceptado el hecho de que yo era casi inexistente. Me dio una tremenda
libertad. Nadie esperaba nada de mí. Cuando nadie espera nada de ti, entras en silencio. El
mundo te ha aceptado; ahora nadie espera nada de ti. Cuando algunas veces se me
hacía tarde regresando a casa, solían buscarme en dos lugares. Uno era la casa
de mi nani, y la otra era el árbol bodhi; y como comenzaron a buscarme debajo
del árbol bodhi, comencé a subirme al árbol y a sentarme en la copa. Cuando
llegaban y miraban alrededor, decían: «Parece que no está aquí». Y yo mismo
asentía con la cabeza, y decía: —Sí, es verdad. No estoy aquí. La primera
experiencia que tuve de salirme del cuerpo fue al caerme de un árbol. Solía
meditar justo detrás de la universidad, donde había un hermoso montículo muy
silencioso y tres árboles muy altos; nadie solía ir allí. Solía sentarme en uno
de los tres árboles a meditar. Un día de repente vi que estaba sentado en el
árbol, y al mismo tiempo que mi cuerpo se había caído y estaba tumbado en el
suelo. Durante un momento no se me ocurría cómo volver a entrar en el cuerpo.
Por casualidad la mujer que solía traer la leche a la universidad de la aldea
cercana vio caer mi cuerpo, y por eso se acercó. Debía de haber oído que en una
situación en la que el cuerpo interno se separa del cuerpo externo, si frotas
entre los dos ojos, en el tercer ojo, ésa es la puerta. El espíritu que ha
salido será capaz de volver a entrar. Así que me frotó el tercer ojo. Podía ver
cómo me frotaba la frente, y al momento siguiente abrí los ojos, le di las
gracias y le pregunté dónde había aprendido a hacer aquello. Ella sólo lo había
oído decir. Era una aldea muy primitiva, pero había escuchado la idea
tradicional de que el tercer ojo es el lugar por donde uno se va y por donde
uno puede volver. He estado buscando la puerta de la iluminación desde que
tengo memoria, desde mi más tierna infancia. Debía de traer esta idea desde mi
vida anterior, porque no recuerdo ni un solo día de mi infancia en esta vida en
que no estuviera buscándola. Naturalmente, todo el mundo se creía que estaba
loco. Nunca jugué con ningún niño. Nunca pude encontrar una forma de
comunicarme con los niños de mi edad. Me parecían estúpidos, haciendo todo tipo
de idioteces. Nunca formé parte de un equipo de fútbol, de balonvolea, o de hockey. Por supuesto, todos
me tomaban por loco. Pero al ir creciendo fui yo el que comenzó a contemplar el
mundo como si todos estuviesen locos. El último año, cuando tenía veintiún
años, fue un momento de un colapso nervioso y de una gran ruptura.
Naturalmente, aquéllos que me amaban —mi familia, mis amigos, mis profesores—
podían entender un poquito lo que me estaba sucediendo. Por qué era tan
diferente de otros niños, por qué me sentaba durante horas con los ojos
cerrados, por qué me sentaba a la orilla del río y me quedaba mirando el cielo
durante horas, algunas veces durante toda la noche. Naturalmente, la gente que
no podía entender esas cosas — y yo no esperaba que las entendieran— se creía
que yo estaba loco. En mi propia casa me había vuelto casi ausente. Poco a poco
dejaron de preguntarme nada, y poco a poco empezaron a sentir como si yo no
estuviera allí. Y me encantaba la forma en la que me había vuelto una nada,
nadie, una ausencia. Aquel año fue tremendo. Estaba rodeado de la nada, del
vacío. Había perdido todo contacto con el mundo. Si alguien me recordaba que me
diera un baño, iba y me daba un baño de horas. Luego tenían que golpear en la
puerta: —¡Venga, sal ya del baño! ¡Te has dado un baño para un mes! ¡Sal
afuera! Si me recordaban que comiera, comía; si no, pasaban los días y no
comía. No es que estuviera ayunando, no tenía noción de comer ni de ayunar.
Todo mi interés estaba en profundizar cada vez más en mí mismo. Y la puerta era
tan magnética, el tirón era tan inmenso… como lo que los físicos llaman ahora
«agujeros negros». Dicen que hay agujeros negros en la existencia. Si una
estrella llega por casualidad a un agujero negro es atraída hacia su interior;
no hay forma de resistir ese tirón, y entrar en el agujero negro es ir a la
destrucción. No sabemos qué sucede en el otro lado. Mi idea, para la cual algún
físico tiene que encontrar una prueba, es que el agujero negro en este lado es
un agujero blanco por el otro lado. El agujero no puede tener sólo un lado; es
un túnel. Lo he experimentado en mí mismo. Quizás en el universo ocurre lo
mismo a mayor escala. La estrella muere; por lo que podemos ver, desaparece.
Pero en cada momento nacen nuevas estrellas. ¿De dónde? ¿Dónde está su útero?
Es aritmética pura, el agujero negro es sólo un útero; en él desaparece lo
viejo y nace lo nuevo. Esto lo he experimentado en mí mismo; no soy un físico.
Aquel año de tremendo tirón me alejó cada vez más de la gente, tanto que no
reconocía a mi propia madre, era capaz de no reconocer a mi propio padre; había
momentos en los que olvidaba mi nombre. Lo intentaba con todas mis fuerzas,
pero no era capaz de saber cómo me llamaba. Naturalmente, para todos los demás aquel año
estuve loco. Pero para mí, la locura se convirtió en meditación, y el punto
álgido de aquella locura abrió la puerta. Me llevaron a un «vaidya», a un
médico ayurvédico. De hecho, me llevaron a muchos doctores y médicos, pero sólo
hubo un vaidya que le dijo a mi padre: —No está enfermo. No pierdas el tiempo.
Por supuesto, me arrastraban de un sitio a otro. Y mucha gente me daba
medicinas y yo le decía a mi padre: —¿Por qué estás preocupado? Estoy perfectamente
bien. Pero nadie me creía lo que estaba diciendo. Me decían: —Estáte quieto.
Tómate la medicina, ¿qué daño te puede hacer? —Así que solía tomar toda clase
de medicinas. Sólo había un vaidya que era un hombre intuitivo; su nombre era
Pundit Bhaghirath Prasad. Este anciano ya se ha muerto, pero era un hombre de
una gran intuición. Me miró y me dijo: —No está enfermo. Se echó a llorar y
dijo: —Yo mismo he estado buscando este estado durante mucho tiempo. Es un
afortunado. En esta vida no he conseguido este estado. No le llevéis a nadie.
Está llegando a casa. — Y lloró lágrimas de alegría. Era un buscador. Había
estado buscando por todo el país de un extremo al otro. Toda su vida había sido
una búsqueda y un interrogante. Tenía una idea de lo que se trataba. Se
convirtió en mi protector, mi protector en contra de otros doctores y médicos.
Le dijo a mi padre: —Déjamelo a mí. Yo me ocuparé. Nunca me dio ninguna
medicina. Cuando mi padre insistió, me dio unas píldoras de azúcar y me dijo:
—Son píldoras de azúcar. Tómatelas sólo para consolarles. No te harán daño, no
te ayudarán. De hecho, no hay forma de ayudarte. Cuando entras por primera vez
en el mundo de la no-mente, parece una locura, «la noche oscura del alma», la
noche loca del alma. Todas las religiones han señalado este hecho; por eso todas las religiones insisten
en que encuentres un Maestro antes de empezar a adentrarte en el mundo de la
no-mente, porque él estará allí para ayudarte, para apoyarte. Te estarás
haciendo pedazos pero él estará allí para animarte, para darte esperanzas.
Estará allí para interpretarte lo nuevo. Ése es el significado de un Maestro:
interpretar lo que no se puede ser interpretar, indicar aquello que no se puede
decir, mostrar lo inexpresable. Estará allí, creará métodos y vías para que tú
continúes en el camino; si no, podrías empezar a escaparte. Y recuerda, no hay
escape. Si empiezas a escaparte simplemente enloquecerás. Los sufíes llaman a
esa gente mastas. En India son conocidos como paramahansas locos. No puedes
regresar porque ya no hay dónde, y no puedes seguir hacia delante porque está
muy oscuro. Estás atascado. Por eso Buda dice: «Afortunado es el hombre que ha
encontrado un Maestro». Yo mismo estaba trabajando sin un Maestro. Busqué pero
no pude encontrar ninguno. No es que no lo buscase, busqué durante el tiempo
suficiente, pero no pude encontrar ninguno. Es muy raro encontrar un Maestro,
es raro encontrar a un ser que se ha convertido en no-ser, es raro encontrar
una presencia que es casi una ausencia. Raro encontrar un hombre que es
simplemente una puerta hacia lo divino, una puerta abierta a lo divino que no
te limitará, a través de la cual puedes pasar. Es muy difícil. Los sikhs llaman
a su templo gurudwara, la puerta del Maestro. Esto es exactamente un Maestro:
la puerta. Jesús lo dice una y otra vez: «Yo soy la puerta, yo soy el camino,
yo soy la verdad. Ven y sígueme, pasa a través de mí. Y a menos que pases a
través de mí no serás capaz de llegar». Sí, algunas veces sucede que una
persona tiene que trabajar sin un Maestro. Si el Maestro no está disponible
entonces uno tiene que trabajar sin un Maestro, pero entonces el viaje es muy
arriesgado. Durante un año estuve en tal estado, que casi era imposible saber
qué me estaba sucediendo. Continuamente durante un año fue difícil incluso
mantenerme vivo. Sólo mantenerme vivo era algo muy complicado, porque se me
había ido todo el apetito. Pasaban los días y no sentía nada de hambre; pasaban
los días y no sentía nada de sed. Tuve que obligarme a mí mismo a comer, tuve
que obligarme a beber. El cuerpo era tan poco existencial que tenía que hacerme
daño para sentir que todavía estaba en el cuerpo. Tenía que golpearme la cabeza
contra la pared para saber si todavía tenía ahí la cabeza o no. Sólo estaba un
poco en el cuerpo cuando me dolía. Cada
mañana y cada tarde corría de ocho a doce kilómetros. La gente se creía que
estaba loco. ¿Por qué estaba corriendo tanto? ¡25 kilómetros al día! Era sólo
para sentirme a mí mismo, para sentir que todavía existía, para no perder el
contacto conmigo mismo, sólo para esperar hasta que mis ojos se acostumbraran a
lo nuevo que estaba sucediendo. Y tenía que mantenerme cerca de a mí mismo. No
hablaba con nadie porque todo se había vuelto tan inconsistente que hasta
formular una frase resultaba complicado. Me olvidaba de lo que estaba diciendo
en medio de una frase. En mitad del camino me olvidaba de adónde iba. Entonces
tenía que regresar. Leía un libro —leía cincuenta páginas—, y de repente me
daba cuenta: «¿Qué estoy leyendo? No me acuerdo de nada». Tal era mi situación…
La puerta de la consulta de un psiquiatra se abrió de golpe y un hombre entró
corriendo. —¡Doctor! —gritó—. Me tiene que ayudar. Estoy seguro que estoy
perdiendo la cabeza. No me puedo acordar de nada de lo que pasó hace un año, ni
siquiera de lo que pasó ayer. ¡Debo de estar volviéndome loco! —Hmm —sopesó el
galeno—. Y exactamente, ¿cuándo se dio cuenta de este problema? El hombre le
miró sorprendido: —¿Qué problema? ¡Ésa era mi situación! Me era difícil hasta
terminar una frase. Tenía que quedarme encerrado en mi habitación. Tomé la
decisión de no hablar, de no decir nada, porque decir algo era decir que estaba
loco. Esto persistió durante un año.
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Simplemente me
tumbaba en el suelo mirando al techo y contaba del uno al cien y de vuelta del
cien al uno. Seguir siendo capaz de contar ya era algo. Me olvidaba
constantemente. Me costó un año volver a interesarme por algo, tener una
perspectiva. Sucedió. Fue un milagro. Pero no fue fácil. No tenía a nadie que
me apoyara, no había nadie que me dijera a dónde estaba yendo y qué es lo que
me estaba pasando. De hecho, todo el mundo estaba en mi contra: mis profesores,
mis amigos, la gente que me quería bien. Todos estaban contra mí. Pero no
podían hacer nada, sólo podían criticarlo, sólo podían preguntarme qué estaba
haciendo. ¡No estaba haciendo nada!
Ahora estaba más allá de mí; estaba sucediendo. Había hecho algo: sin saberlo,
había llamado a la puerta, ahora la puerta se había abierto. Había estado
meditando durante muchos años, simplemente sentado en silencio sin hacer nada,
y poco a poco empecé a entrar en ese espacio en el que tú eres, y en el que no
estás haciendo nada; estás simplemente ahí, una presencia, un observador. No
eres ni siquiera el observador porque no estás observando, eres sólo una
presencia. Las palabras no son adecuadas porque, se use la palabra que se use,
parece como si algo estuviera siendo hecho. No, yo no lo estaba haciendo.
Estaba simplemente tumbado, sentado, caminando; en lo más profundo no había nadie
haciéndolo. Había perdido toda la ambición; no tenía el deseo de ser nadie, no
tenía el deseo de alcanzar. Simplemente había sido arrojado hacia mí mismo. Era
un vacío, y sólo el vacío le vuelve a uno loco. Pero el vacío es la única
puerta hacia Dios. Eso quiere decir que sólo aquellos que están dispuestos a
volverse locos llegan alguna vez, nadie más. Me preguntas: ¿Qué sucedió cuanto
te iluminaste? Me reí, una risa realmente escandalosa, al ver el completo
absurdo de tratar de iluminarme. Todo el asunto es ridículo porque nacemos
iluminados, y tratar de alcanzar algo que ya tienes es la cosa más absurda. Si
ya lo tienes, no puedes alcanzarlo; sólo se pueden alcanzar las cosas que no
tienes, que no son partes intrínsecas de tu ser. Pero la iluminación es tu
propia naturaleza. Me había esforzado durante muchas vidas, había sido mi único
objetivo durante muchas, muchas vidas. Y había hecho todo lo que era posible
para alcanzarlo, pero siempre había fracasado. Tenía que ser así, porque no
puede ser un logro. Es tu naturaleza; entonces, ¿cómo puede ser un logro? No se
puede convertir en una ambición. La mente es ambiciosa; ambiciona el dinero, el
poder, el prestigio. Y luego un día, cuando te has hartado de todas esas
actividades externas, ambiciona la iluminación, la liberación, el nirvana,
Dios. Pero se trata de la misma ambición; sólo ha cambiado el objeto. Primero
el objeto estaba en el exterior, ahora el objeto está en el interior. Pero tu
actitud, tu perspectiva no ha cambiado; eres la misma persona en la misma
senda, en la misma rutina. «El día en el que me iluminé», simplemente quiere
decir el día en el que me di cuenta que no hay nada que alcanzar, que no hay
ningún lugar a donde ir, que no hay nada que hacer. Ya somos divinos y ya somos perfectos
como somos. No hace falta mejorar nada, nada en absoluto. Dios nunca crea a
nadie imperfecto. Aunque te cruces con un hombre imperfecto, te darás cuenta de
que su imperfección es perfecta. Dios no crea nada imperfecto. He escuchado que
el Maestro Zen, Bokuju, estaba diciéndoles a sus discípulos, que todo es
perfecto. Un hombre se levantó —muy viejo, un jorobado— y le dijo: —¿Qué pasa
conmigo? Soy jorobado. ¿Qué dices de mi? Bokuju dijo: —Nunca he visto a un
jorobado tan perfecto en toda mi vida. Cuando digo, «el día en el que alcancé
la iluminación», estoy utilizando un lenguaje incorrecto, porque no hay otro
lenguaje, porque el lenguaje lo creamos nosotros. Está compuesto de palabras
como realización, logro, objetivos, mejoras, progreso, evolución. Nuestros
lenguajes no han sido creados por personas iluminadas, y de hecho ellos, aunque
lo deseen, no pueden crear un idioma, porque la iluminación sucede en silencio.
¿Cómo puedes poner ese silencio en palabras? Y hagas lo que hagas, las palabras
van a destruir algo de ese silencio. Lao Tzu dice: En el momento que la verdad
se dice, deja de ser verdad. No hay manera de comunicar la verdad. Pero hay que
utilizar el lenguaje; no hay otra forma. Así que siempre tenemos que usar el
lenguaje con la condición de que no se puede adecuar a la experiencia. Por eso
digo: «el día en el que alcancé la iluminación». Ni es un logro, ni es mío.
Aquel día me reí de todos mis estúpidos y ridículos esfuerzos para alcanzarla.
Aquel día me reí de mi mismo, aquel día me reí de toda la humanidad, porque
todo el mundo está tratando de lograrlo, todo el mundo está tratando de
alcanzarlo, todo el mundo está tratando de mejorar. A mí me sucedió en un
estado total de relajación; siempre sucede en ese estado. Lo había intentado
todo. Y entonces, viendo la futilidad de todo aquel esfuerzo, abandoné todo el
proyecto. Lo olvidé por completo. Durante siete días viví de la forma más
normal posible. Las personas con las que solía vivir se quedaron muy
sorprendidas, porque esta fue la primera vez que me veían hacer un vida normal.
Hasta entonces, toda mi vida había sido una disciplina perfecta. Durante dos años había vivido con aquella
familia, y ya sabían que me levantaba a las tres de la mañana, iba a caminar o
a correr siete u ocho kilómetros, y luego me daba un baño en el río. Todo era
una rutina absoluta. Incluso aunque tuviese fiebre o estuviera enfermo, no
había ninguna diferencia: seguía haciendo lo mismo. Sabían que me sentaba a
meditar durante horas. Hasta aquel día no había comido demasiado. No bebía te
ni café; seguía una disciplina estricta sobre lo que comía y sobre lo que no
comía. Cuando me relajé durante siete días, cuando lo dejé todo y el primer día
me desperté a las nueve de la mañana y me tomé un té, la familia se quedó
perpleja. Dijeron: —¿Qué ha sucedido? ¿Has caído? —Me consideraban un gran
yogui. Todavía existe una foto de aquellos días. Solía vestir una única pieza
de tela, nada más. Durante el día cubría mi cuerpo con ella, durante la noche
la usaba como sábana para taparme. Dormía en una estera de bambú. Ésas eran
todas mis comodidades: la sábana y la estera de bambú. No tenía nada; ninguna
otra posesión. Se quedaron perplejos cuando me desperté a las nueve. Me
dijeron: —Algo va mal. ¿Estás enfermo, gravemente enfermo? —No, no estoy
gravemente enfermo —dije—. He estado enfermo durante muchos años, ahora estoy
perfectamente sano. Ahora me despertaré sólo cuando el sueño me abandone, y me
iré a dormir sólo cuando me entre el sueño. Voy a dejar de ser un esclavo del
reloj. Comeré lo que le apetezca a mi cuerpo y beberé lo que me apetezca beber.
Dije: —Hasta aquí hemos llegado. —Y en siete días olvidé todo el proyecto, y lo
olvidé para siempre. Y el séptimo día sucedió; sucedió de una forma totalmente
espontánea. Y cuando me reí, el jardinero oyó la risa. Él solía pensar que yo
estaba un poco loco, pero nunca me había visto reír de aquella manera. Vino
corriendo. Me dijo: —¿Qué te pasa? Le dije: —No te preocupes. Sabes que estoy
loco, y ahora me he vuelto completamente loco. Me estoy riendo de mí mismo. No
te ofendas. Vuélvete a dormir. Había
estado trabajando durante muchas vidas —trabajando sobre mí mismo, luchando,
haciendo todo lo que podía—, y no sucedía nada. Ahora entiendo por qué no
sucedía nada. El mismo esfuerzo era el obstáculo, la misma escalera lo estaba
impidiendo, la misma necesidad de buscar era el obstáculo. No es que uno pueda
encontrar sin buscar —hace falta buscar—, pero llega un momento en el que hay
que abandonar la búsqueda. El bote es necesario para cruzar el río, pero luego
llega un momento en el que tienes que salir del bote, olvidarte de él y dejarlo
atrás. El esfuerzo es necesario, nada es posible sin esfuerzo. Y también nada
es posible sólo con esfuerzo. Justo antes del 21 de marzo de 1953, siete días antes,
dejé de trabajar en mí mismo. Llega un momento en el que ves la futilidad del
esfuerzo. Has hecho todo lo que podías hacer y no está sucediendo nada. Has
hecho todo lo que es humanamente posible. ¿Qué más puedes hacer? Sintiéndose
completamente impotente, uno abandona toda la lucha. Y el día en el que la
búsqueda se detuvo, el día en el que no estaba buscando algo, el día en el que
no estaba esperando que sucediera algo, comenzó a suceder. Surgió una nueva
energía, de ninguna parte. No venía de ningún lugar. Venía de ningún lugar y de
todas partes. Estaba en los árboles, en las rocas, en el cielo, en el sol, en
el aire; estaba en todas partes. Había estado buscando con tanto esfuerzo
pensando que estaba muy lejos, ¡y estaba tan cerca, y tan próxima…! Los ojos se
habían enfocado en la lejanía, en el horizonte, y habían perdido la capacidad
de ver aquello que está justo al lado. El día en que cesó el esfuerzo, yo
también cesé, porque tú no puedes existir sin esfuerzo, no puedes existir sin
deseo, no puedes existir sin insistir. El fenómeno del ego, el del ser, no es
un objeto, es un proceso. No es una substancia sentada en tu interior; la
tienes que crear en cada momento. Es como pedalear en una bicicleta: si
pedaleas sigue avanzando; si dejas de pedalear se detiene. Podría continuar un
poco por la inercia pero en el momento que dejas de pedalear, de hecho la
bicicleta comienza a detenerse. No tiene más energía, no tiene más potencia
para ir a cualquier lugar. Se detendrá y caerá. El ego existe porque seguimos
pedaleando en el deseo, porque seguimos esforzándonos para conseguir algo,
porque continuamos adelantándonos a nosotros mismos. En eso consiste el
fenómeno del ego: saltar por delante de nosotros mismos, saltar al futuro,
saltar al mañana. El salto hacia lo no-existencial crea el ego. Es como si
fuese un espejismo porque surge de lo no-existencial. Sólo está compuesto de
deseo y de nada más. Sólo está compuesto de sed y nada más. El ego no está en el presente, está en el
futuro. Si estás en el futuro, entonces el ego parece ser muy substancial. Si
estás en el presente, el ego es un espejismo; comienza a desaparecer. El día
que dejé de buscar…, y es incorrecto decir que dejé de buscar; sería mejor
decir el día que la búsqueda se detuvo. Déjame repetirlo: la mejor manera de
decirlo es el día que la búsqueda se detuvo. Porque si yo la detengo, entonces
«yo» estoy ahí de nuevo. Ahora mi esfuerzo consiste en detenerlo, ahora mi
deseo es detenerlo, y el deseo continúa existiendo de una forma muy sutil. No puedes
detener el deseo, sólo puedes entenderlo. En esa misma comprensión se detiene.
Recuerda, nadie puede dejar de desear, y la realidad sucede sólo cuando el
deseo se detiene. Éste es el dilema. ¿Qué puedes hacer? Ahí está el deseo y los
budas siguen diciendo que hay que dejar de desear, y acto seguido te dicen que
no puedes dejar de desear. De modo que, ¿qué puedes hacer? Pones a la gente en
un dilema. Están en el deseo, ciertamente. Dices que hay que detenerlo; de
acuerdo. Y entonces dices que no se puede detener. Entonces, ¿qué es lo que hay
que hacer? Hay que entender el deseo. Lo puedes entender, puedes ver su
futilidad. Se necesita una percepción directa, se necesita una comprensión
inmediata. El día en el que se detuvo el deseo me sentí muy impotente y
desesperado. No había esperanza porque no había futuro. Nada que esperar porque
todas las esperanzas han demostrado ser vanas, no conducen a ningún lugar. Vas
dando vueltas. [El deseo] sigue colgando delante de ti, va creando nuevos
espejismos, sigue llamándote: «vamos, corre más rápido, que llegarás». Pero no
importa lo rápido que corras, nunca lo alcanzarás. Es como el horizonte que ves
alrededor de la tierra. Parece estar ahí pero no está. Si vas hacia él, sigue
alejándose de ti. Cuanto más corres, más rápido se aleja. Cuanto más lentamente
vas, más lento se aleja. Pero hay algo cierto: la distancia entre tú y el
horizonte sigue siendo absolutamente igual. No puedes reducir la distancia
entre tú y el horizonte ni un solo centímetro. No puedes reducir la distancia
entre tú y tu esperanza. La esperanza es el horizonte. Tratas de tender un
puente entre tu ser y el horizonte con la esperanza, con un deseo proyectado.
El deseo es el puente, un puente inexistente, porque el horizonte no existe, de
modo que no puedes construir un puente con él, sólo puedes soñar acerca del
puente. No puedes unirte a algo no existencial. El día que el deseo se detuvo, el día que miré
en su interior y me di cuenta de que era inútil, me sentí impotente y sin
esperanzas. Pero en aquel mismo momento algo empezó a suceder. Comenzó a
suceder aquello por lo que había estado trabajando durante muchas vidas pero no
había sucedido. En tu desesperanza está la única esperanza, en tu falta de
deseo está tu única realización y, en tu tremenda impotencia, de repente la
existencia entera empieza a ayudarte. La existencia está esperando.
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Cuando ve que estás
trabajando por tu cuenta, no interfiere. Espera. Puede esperar infinitamente
porque la existencia no tiene prisa. Es eterna. En el momento en que dejas de
estar tú sólo —en el momento en el que te abandonas, en el momento en el que
desapareces—, la existencia entera corre hacia ti, entra en ti. Y por primera
vez empieza a ocurrir algo. Durante siete días viví en un estado muy
desesperado e impotente, pero al mismo tiempo estaba surgiendo algo. Cuando yo
uso la palabra desesperado, no tiene el mismo sentido que tiene para ti.
Simplemente quiero decir que en mí no había esperanza. La esperanza estaba
ausente. No estoy diciendo que estuviera desesperado y triste. De hecho estaba
feliz; estaba muy tranquilo, en calma, recogido y centrado. Desesperado, pero
con un significado totalmente nuevo. No había esperanza, de modo que, ¿cómo
podía haber desesperanza? Ambas habían desaparecido. La desesperación era
absoluta y total. La esperanza había desaparecido, y con ella su opuesto, la
desesperación. Fue una experiencia totalmente nueva: ser sin esperanza. No era
un estado negativo. Tengo que usar palabras, pero no era un estado negativo.
Era absolutamente positivo. No era sólo una ausencia, se sentía una presencia.
Algo en mí estaba desbordándose, inundándome. Y cuando digo que me sentía
impotente, no lo utilizo con el mismo sentido del diccionario. Simplemente digo
que estaba rendido. Eso es lo que quiero decir cuando digo impotente. Había
reconocido el hecho de que no soy; de modo que no puedo contar conmigo mismo,
de modo que no puedo mantenerme firme. No tenía un suelo debajo, estaba en el
abismo…, un abismo sin fondo. Pero no tenía miedo porque no había nada que
proteger. No había miedo porque no había nadie que pudiera asustarse. Esos
siete días fueron una transformación tremenda, una transformación total. Y el
último día, la presencia de una energía totalmente nueva, una nueva luz y un
nuevo disfrute, se convirtió en algo tan intenso que era casi insoportable,
como si estuviera explotando, como si me
estuviera volviendo loco de dicha. La generación más joven en Occidente tiene
la expresión correcta para expresarlo… Estaba extático, colocado. Era imposible
entender lo que estaba sucediendo. Era un mundo absurdo, difícil de entender,
difícil de organizar en categorías, difícil de poner en palabras, idioma,
explicaciones. Todas las escrituras parecían muertas y todas las palabras que
se han usado para describir esta experiencia parecían muy pálidas, anémicas.
Esto estaba tan vivo… Era como una gigantesca ola de dicha. Todo el día fue
extraño, pasmoso; fue una experiencia demoledora. El pasado estaba
desapareciendo como si nunca me hubiera pertenecido, como si lo hubiera leído
en algún otro lugar. Como si lo hubiera soñado, como si fuera la historia que
había oído de alguna otra persona. Me estaba liberando de mi pasado, me estaba
desarraigando de mi historia. Estaba perdiendo mi autobiografía. Estaba convirtiéndome
en no-ser, lo que Buda llama anatta. Los límites iban desapareciendo, las
distinciones iban desapareciendo. La mente estaba desapareciendo; estaba a
millones de kilómetros de distancia. Era difícil asirla, estaba alejándose cada
vez más y no había ninguna necesidad de mantenerla próxima. Yo estaba
simplemente indiferente hacia todo esto. Estaba bien. No había una necesidad de
seguir manteniendo una continuidad con el pasado. Por la tarde se hizo se hizo
difícil soportarlo, dolía, se hizo doloroso. Era como cuando una mujer empieza
a parir, cuando el niño va a nacer y la mujer sufre un tremendo dolor: las
punzadas del parto. En esos días solía acostarme entre las doce y la una de la
madrugada, pero aquel día fue imposible mantenerme despierto. Los ojos se me
cerraban, me costaba mantenerlos abiertos. Algo era inminente, iba a suceder
algo. Era difícil decir qué es lo que era — quizás iba a ser mi muerte—, pero
no había miedo. Estaba preparado. Aquellos siete días habían sido tan hermosos
que estaba dispuesto a morir; no necesitaba nada más. Habían estado tan llenos
de éxtasis, estaba tan contento, que si lo que venía era la muerte, sería bien
recibida. Pero iba a suceder algo —algo parecido a la muerte, algo muy
drástico, algo que o bien sería una muerte o un nuevo nacimiento, una
crucifixión o una resurrección—, algo de tremenda importancia estaba a la
vuelta de la esquina. Y me era imposible mantener los ojos abiertos, estaba
drogado. Me fui a dormir hacia las ocho. No era como un sueño. Ahora puedo
entender lo que Patañjali quiere decir cuando dice que el samadhi y el sueño
son similares. Sólo que con una
diferencia: en el samadhi estás totalmente despierto y también dormido,
despierto y dormido a la vez. Todo el cuerpo muy relajado, cada célula de tu
cuerpo totalmente relajada, todas funcionando relajadas y, sin embargo, hay una
luz de consciencia que alumbra en tu interior…, clara, sin humo. Permaneces
alerta y a la vez relajado, suelto pero completamente despierto. El cuerpo está
en el sueño más profundo posible y tu consciencia está en la cima. La cima de
la consciencia y el valle del cuerpo se encuentran. Me fui a dormir. Fue un
sueño muy extraño. El cuerpo estaba dormido, yo estaba despierto. Fue tan
extraño como si tiraran de ti en dos direcciones, en dos dimensiones; como si
la polaridad se hubiera enfocado completamente, como si yo fuera las dos
polaridades a la vez…, lo positivo y lo negativo se estaban encontrando, el
sueño y la consciencia se estaban encontrando, la muerte y la vida se estaban
encontrando. Éste es el momento en el que puedes decir que el creador y la
creación se encuentran. Era muy extraño. La primera vez te conmociona hasta las
raíces, sacude tus cimientos. Después de esa experiencia no puedes volver a ser
el mismo; trae una nueva visión a tu vida, una nueva cualidad. Hacia las doce,
de repente se abrieron mis ojos; yo no los había abierto. El sueño fue
interrumpido por algo más. Sentí una gran presencia a mi alrededor en mi
habitación. Era una habitación muy pequeña. Sentí una vida latiendo a mi
alrededor, una gran vibración, casi como un huracán, una gran tormenta de luz,
alegría, éxtasis. Me estaba ahogando en ella. Era tan sumamente real que todo
lo demás se volvió irreal. Los muros de la habitación se volvieron irreales, la
casa se volvió irreal, mi propio cuerpo se volvió irreal. Todo era irreal
porque ahora por primera vez había realidad. Por eso Buda y Shankara dicen que
el mundo es maya, un espejismo. Para nosotros es complicado entenderlo porque
sólo conocemos este mundo, no tenemos con qué compararlo. Ésta es la única
realidad que conocemos. ¿De qué está hablando toda esta gente, es esto maya,
ilusión? Ésta es la única realidad. A menos que llegues a conocer lo realmente
real, no podrás entender sus palabras. Sus palabras se quedan en teoría,
parecen hipótesis: Quizás este hombre esté planteando una filosofía. «El mundo
es irreal». Cuando Berkeley en Occidente, dijo que el mundo es irreal, estaba
caminando con uno de sus amigos, un hombre muy racional; el amigo era casi un
escéptico. Recogió una 89 piedra de la carretera y le golpeó a Berkeley con
fuerza en un pie. Berkeley gritó, le salió sangre, y el escéptico le dijo:
—Ahora, ¿es el mundo irreal? ¿Decías que el mundo es irreal?, entonces, ¿por
qué gritaste? ¿Esta piedra es irreal? entonces, ¿por qué gritaste? Entonces,
¿por qué te agarras la pierna y expresas tanto dolor y tanta angustia en tu
cara? Todo es irreal. Este tipo de persona no puede entender lo que Buda quiere
decir cuando afirma que el mundo es un espejismo. No está diciendo que puedes
atravesar la pared. No está diciendo que puedes comer piedras y que no hay
ninguna diferencia si comes pan o comes piedras. No está diciendo esto. Está
diciendo que hay una realidad: una vez que la conoces, esta supuesta realidad
palidece, simplemente se vuelve irreal. La comparación surge cuando en tu
visión aparece una realidad más elevada, y no de otra manera. En el sueño, el
sueño es real. Sueñas cada noche y cada mañana dices que era irreal, y de nuevo
por la noche, cuando sueñas, el sueño se convierte en real. En un sueño es muy
difícil recordar que es un sueño, pero por la mañana es muy fácil. ¿Qué sucede?
Eres la misma persona. En el sueño sólo hay una realidad. ¿Cómo vas a comparar?
¿Cómo vas a decir que es irreal? ¿Con qué la vas a comparar? Es la única
realidad. Todo es tan irreal como todo lo demás, de modo que no hay
comparación. Por la mañana, cuando abres los ojos, allí hay otra realidad.
Ahora puedes decir que el sueño era totalmente irreal. Comparado con esta
realidad, el sueño se convierte en irreal. Hay un despertar; toda esa realidad
se vuelve irreal si la comparas con la realidad de ese despertar. Aquella noche
por primera vez entendí el significado de la palabra maya. No es que antes no
conociera esa palabra, no es que no fuera consciente del significado de esa
palabra. Del mismo modo que vosotros sois conscientes, yo también soy
consciente del significado, pero nunca antes lo había comprendido. ¿Cómo puedes
comprenderla sin tener la experiencia? Aquella noche otra realidad abrió su
puerta, otra dimensión se hizo accesible. De repente estaba allí la otra
realidad, la realidad separada, lo realmente real, o como quieras llamarlo.
Llámalo Dios, llámalo verdad, llámalo dhamma, llámalo Tao, o lo que tú quieras.
No tenía nombre. Pero estaba allí, tan transparente y a la vez tan sólida que
se podía tocar. Casi me estaba ahogando en aquella habitación. Era demasiado y
yo todavía no era capaz de absorberla. Surgió en mí una profunda necesidad de salir
corriendo de la habitación, de ir bajo de las estrellas; me estaba ahogando.
¡Era demasiado! ¡Me iba a matar! Si me hubiera quedado unos minutos más me
habría ahogado; eso es lo que parecía. Salí de la habitación corriendo, salí a
la calle. Había una gran necesidad de estar bajo el cielo con las estrellas,
con los árboles, con la tierra…, con la naturaleza. E inmediatamente, en cuanto
salí, la sensación de ahogo desapareció. Era un espacio demasiado pequeño para
un fenómeno tan grande. Hasta el cielo era demasiado pequeño para aquel
fenómeno. Es más grande que el cielo. Ni siquiera el cielo es el límite. Pero
entonces me sentí más a gusto. Caminé hacia el jardín más próximo. Era una
forma de caminar totalmente distinta, como si la fuerza de la gravedad hubiera
desaparecido. ¿Estaba caminando, o estaba corriendo, o simplemente estaba
volando?; era difícil decidirlo. No había gravitación. Me sentía sin peso, como
si alguna energía me estuviera llevando. Estaba en manos de otra energía. Por
primera vez no estaba solo, por primera vez había dejado de ser un individuo,
por primera vez la gota había caído en el océano. Ahora todo el océano era mío,
yo era el océano. No había limitación. Surgió un tremendo poder, como si
pudiera hacer cualquier cosa que quisiera. Yo no estaba allí, sólo el poder
estaba allí.
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Llegué hasta el jardín a donde solía ir cada día. El jardín
estaba cerrado, cerrado durante la noche. Era demasiado tarde, era casi la una
de la madrugada. Los jardineros estaban totalmente dormidos. Tuve que entrar
como un ladrón, tuve que saltar la verja. Pero algo me estaba atrayendo hacia
el jardín. No estaba dentro de mis capacidades el impedirlo. Estaba simplemente
flotando. Eso es lo que quiero decir cuando repito una y otra vez: «flota con
el río, no lo empujes». Estaba relajado, estaba dejándome llevar. Yo no estaba
allí, ello estaba allí, llámalo Dios; Dios estaba allí. Me gustaría llamarlo
ello, porque Dios es una palabra demasiado humana y se ha ensuciado demasiado
de tanto usarla, ha sido contaminada por demasiada gente. Los cristianos, los
hindúes, los musulmanes, los curas y los políticos, todos ellos han corrompido
la belleza del mundo. Por eso déjame que lo llame “ello”. Estaba allí y yo era
simplemente arrastrado…, arrastrado por una enorme ola. En el momento en el que
entré en el jardín todo se volvió luminoso, estaba por todas partes la
bendición, la beatitud. Por primera vez pude ver los árboles, su verdor, la
vida, la savia corriendo. Todo el jardín
estaba dormido, los árboles estaban dormidos. Pero yo podía ver todo el jardín
vivo, hasta las pequeñas briznas de hierba eran hermosas. Miré a mi alrededor.
Había un árbol sumamente luminoso, el árbol maulshree. Me atrajo, me atrajo
hacia él. No lo había escogido yo, el mismo Dios lo había escogido. Fui hasta el
árbol y me senté debajo. Al sentarme allí todo se empezó a asentar. El universo
entero se convirtió en bendición. Es difícil decir cuánto tiempo permanecí en
aquel estado. Cuando regresé a casa eran las cuatro de la mañana, de modo que
debí estar allí según el reloj por lo menos tres horas, pero fue infinito. No
tenía nada que ver con el tiempo del reloj. Fue intemporal. Aquellas tres horas
se convirtieron en una eternidad, una eternidad interminable. No había tiempo,
el tiempo no pasaba; era una realidad inmaculada, incorrupta, intocable,
inconmensurable. Y aquel día sucedió algo que ha continuado, no como una
continuidad, sino como una corriente subterránea. No como algo permanente; ha
ido sucediendo una y otra vez, momento a momento. Ha sido un milagro momento a
momento. Y desde aquella noche no he vuelto ha estar nunca en el cuerpo. Estoy
flotando a su alrededor. Me volví tremendamente poderoso y al mismo tiempo muy
frágil. Me volví muy fuerte, pero esa fuerza no es la fuerza de Mohamed Alí.
Esa fuerza no es la fuerza de una roca, esa fuerza es la fuerza de una rosa;
tan frágil en su fortaleza, tan sensitiva, tan delicada. La flor puede
desaparecer en cualquier momento, la roca permanecerá. Pero aun así la flor es
más fuerte que la roca porque está más viva. O la fuerza de una gota de rocío
en una brizna de hierba brillando al sol de la mañana, tan hermosa, tan
preciosa, y a la vez puede deslizarse en cualquier momento. Tan incomparable en
su gracia, pero podría llegar una pequeña brisa y la gota de rocío se
deslizaría y se perdería para siempre. Los budas tienen una fuerza que no es de
este mundo. Su fuerza es totalmente del amor…, como una rosa o una gota de
rocío. Su fuerza es muy frágil, vulnerable. Su fuerza es la fuerza de la vida,
no de la muerte. Su poder no es el poder que mata; su poder es el que crea. Su
poder no es violento, agresivo; su poder es el de la compasión. Pero nunca he
vuelto a estar dentro del cuerpo, estoy flotando a su alrededor. Y por eso digo
que ha sido un milagro tremendo. Cada momento me sorprendo de estar todavía
aquí, no debería de ser así. Tenía que haberme ido en cualquier momento, y
todavía sigo aquí. Cada mañana abro los
ojos y me digo: «¿De modo que todavía estoy aquí?». Porque me parece casi
imposible. El milagro ha sido continuo. Precisamente el otro día alguien me
hizo esta pregunta: «Sócrates, te estás volviendo tan frágil y delicado, y tan
sensible al olor de los aceites capilares y los champúes, que parece que no te
vamos a poder ver a menos que nos quedemos calvos». Dicho sea de paso, no hay
nada malo en estar calvo; Igual que lo negro es bello, ¡la calva es bella! Pero
es verdad, y tenéis que tener cuidado. Soy frágil, delicado y sensible. Ésta es
mi fuerza. Si le tiras una roca a una flor, no le sucederá nada a la roca, pero
será el final de la flor. Sin embargo, no puedes decir que la roca sea más
poderosa que la flor. La flor desaparecerá porque la flor estaba viva. Y a la
roca no le ocurrirá nada porque está muerta. La flor desaparecerá porque la
flor no tiene fuerza para destruir. La flor simplemente desaparecerá y le
cederá el paso a la roca. La roca tiene el poder de destruir porque está
muerta. Recuerda, desde ese día nunca he estado realmente en el cuerpo; sólo me
une a él un hilo delicado. Y estoy continuamente sorprendido de que de alguna
forma la totalidad debe de desear que yo esté aquí, porque ya no estoy aquí por
mi propia fuerza, ya no estoy por mí mismo. La existencia debe desear que siga
aquí, para que pueda permanecer un poquito más en esta orilla. Quizás la
totalidad quiere compartir algo con vosotros a través de mí. Desde ese día el
mundo es irreal. Otro mundo ha sido revelado. Cuando digo que el mundo es
irreal no quiero decir que esos árboles sean irreales. Esos árboles son
absolutamente reales, pero la forma que tenéis de verlos es irreal. Esos
árboles no son irreales en sí mismos —existen en Dios, existen en una absoluta
realidad—, pero de la manera que los veis, nunca los veis. Estáis viendo algo
diferente, un espejismo. Creáis a vuestro alrededor vuestro propio sueño, y a
menos que despertéis seguiréis soñando. El mundo es irreal porque el mundo que
conocéis es el mundo de los sueños. Cuando el sueño se desvanece y te
encuentras con el mundo que está ahí, entonces aparece el mundo real. No son dos
cosas diferentes, Dios y el mundo. Dios es el mundo si tienes ojos, los ojos
limpios, sin ningún residuo de los sueños, sin ninguna bruma. Si tienes los
ojos limpios, claridad, percepción, sólo existe Dios. Entonces en algún sitio
Dios es un árbol verde, en otro Dios es una estrella brillante, en otro lugar
diferente Dios es un cuclillo, en otro lugar Dios es una flor, en algún otro lugar un niño, en otro lugar un río; después
sólo existe Dios. En el momento que empiezas a ver, sólo existe Dios. Pero ahora
mismo nada de lo que ves es la verdad, sino una mentira proyectada. Éste es el
significado de espejismo. Y una vez que ves —incluso por un solo momento, si
puedes ver, si puedes permitirte a ti mismo ver—, encontrarás presente una
inmensa bendición por todas partes, en las nubes, en el sol, en la Tierra. Éste
es un mundo hermoso. Pero no estoy hablando de tu mundo, estoy hablando de mi
mundo. Tu mundo es muy feo, tu mundo es un mundo creado por un yo, tu mundo es
un mundo proyectado. Estás usando el mundo real como una pantalla y proyectando
en él tus propias ideas. Cuando digo que el mundo es real, el mundo es
tremendamente hermoso, el mundo es infinitamente luminoso, el mundo es luz y
dicha, es una celebración, estoy hablando de mi mundo; o del tuyo si abandonas
tus sueños. Aquella noche me vacié y me llené. Dejé de ser existencial y me
convertí en la existencia. Aquella noche morí y renací. Pero el que renació no
tiene nada que ver con el que murió, es algo discontinuo. En la superficie
parece continuo pero es discontinuo. Aquél que murió, murió totalmente; no ha
quedado nada de él. He conocido muchas otras muertes pero no fueron nada
comparadas con esta, fueron muertes parciales. A veces muere el cuerpo, a veces
muere una parte de la mente, a veces muere una parte del ego, pero en lo que se
refiere a la persona, permanece. Muchas veces renovada, muchas veces decorada,
un pequeño cambio aquí y allá, pero permanece, la continuidad permanece.
Aquella noche la muerte fue total. Fue una cita con la muerte y con Dios
simultáneamente.
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La iluminación es un
proceso muy individual. A causa de su individualidad ha creado muchos
problemas. Primero: no hay unas fases determinadas a través de las cuales tenga
que pasar necesariamente la persona. Cada persona pasa a través de fases
diferentes, porque, a través de muchas vidas, ha reunido diferentes tipos de
condicionamientos. No es una cuestión de iluminación, sino de los
condicionamientos que conformarán tu camino. Y todo el mundo tiene diferentes
condicionamientos, así que los caminos de dos personas distintas no van a ser
iguales. Por eso insisto una y otra vez: no hay una autopista, sólo hay senderos, y éstos tampoco
están determinados. No es que ya te los encuentres allí y sólo tengas que
caminar sobre ellos; no. Mientras caminas los vas haciendo. Tu mismo caminar
los construye. Se dice que el camino a la iluminación es como un pájaro volando
en el firmamento: no deja huellas; nadie puede seguir las huellas de un pájaro.
Cada pájaro tendrá que dejar sus propias huellas, pero desaparecerán
inmediatamente mientras el pájaro sigue volando. Esta situación es similar, de
modo que no puede haber un líder y un seguidor. Por eso digo que las personas
como Jesús, Moisés, Mahoma, o Krishna, que dicen: «Basta con que creas en mí y
me sigas» no saben nada de la iluminación. Si lo supieran, esta afirmación
sería imposible. Todos los iluminados saben que no han dejado huellas; entonces
decir a la gente: «Ven y sígueme», es un absurdo. No todo el mundo tiene que
pasar necesariamente a través de lo mismo que me ha sucedido a mí. Es posible
que alguien siga siendo normal y de repente se ilumine. Si hay cincuenta
personas en la misma habitación, y todos estamos durmiendo, cada uno tendrá su
propio sueño. No podemos tener un sueño común, es imposible. No hay forma de
crear un sueño común. Tu sueño será tuyo, mi sueño será mío, y estaremos en
lugares diferentes. Y cuando nos despertemos, yo me puedo despertar en un
determinado momento de mi sueño, y tú te puedes despertar en un determinado
momento de tu sueño. ¿Cómo van a ser iguales? La iluminación no es otra cosa
que despertar. Para la persona iluminada todas nuestras vidas son sólo sueños.
Puede que sean sueños buenos, puede que sean sueños malos; puede que sean
pesadillas, puede que sean sueños muy hermosos y bellos, pero siguen siendo
sueños. Puedes despertar en cualquier momento. Ése ha sido siempre tu
potencial. A veces puede que hagas un esfuerzo para despertar y te resulte
difícil. Puede que hayas tenido sueños en los que tratabas de gritar y no
podías. Quieres despertar y salir de la cama pero no puedes, todo tu cuerpo
está paralizado. Por la mañana te despiertas y te ríes de todo el asunto, pero
cuando estaba sucediendo, no era como para reírse. Era muy serio. Todo tu
cuerpo estaba medio muerto, no podías mover las manos, no podías hablar; no
podías abrir los ojos. ¡En aquel momento sabías que estabas acabado! Pero por
la mañana no le prestas ninguna atención; ni siquiera vuelves a pensar en ello.
Sabiendo que era un sueño, deja de tener importancia. Estás despierto; no
importa si los sueños fueron buenos o malos. Ocurre lo mismo con la iluminación. Todos los
métodos que se usan son para crear una situación en la que tu sueño se
interrumpe. Lo apegado que estés al sueño variará según el individuo. Lo
profundo que sea tu sueño variará según el individuo. Pero todos los métodos
están ahí para sacudirte, para que puedas despertar. No importa en absoluto en
qué momento te despiertes. De modo que mi «colapso nervioso y mi ruptura» no es
válido para todo el mundo. A mí me sucedió así. Había razones para que
sucediera de esa manera. Estaba trabajando conmigo mismo yo solo, sin amigos,
sin compañeros de viaje, sin comuna. Trabajando solo uno se va a encontrarse
inevitablemente con muchos problemas, porque hay momentos a los que sólo se les
puede llamar «noches oscuras del alma». Tan oscuras y tan peligrosas que parece
que estuvieras llegando a tú último suspiro; es la muerte y nada más. Esta
experiencia es la de un colapso nervioso. Haciendo frente a la muerte, sin
nadie que te apoye y que te anime…, nadie que te diga que no te preocupes, que
esto también pasará. O: «Esto es sólo una pesadilla, y la mañana está muy
cerca. Cuanto más oscura es la noche, más cerca está el amanecer. No te preocupes».
Sin nadie cerca en quien confiar, sin nadie que confíe en ti; ésta fue la razón
del colapso nervioso. Pero no fue perjudicial. En aquel momento pareció
perjudicial, pero tan pronto como pasó la noche oscura y llegó el amanecer, el
colapso nervioso se convirtió en un gran avance. A cada individuo le sucederá
de una manera diferente. Y lo mismo es cierto después de la iluminación: la
expresión de la iluminación será diferente. Eso también ha provocado un gran
problema. Lo primero ha creado un gran problema; por ejemplo: si yo fuera a
crear una religión, esto sería el requisito básico: cualquiera que se iluminara
tendría primero que pasar por un colapso nervioso, sólo entonces se produciría
un gran avance. Así es como se crean las religiones: unos individuos imponen su
experiencia a toda la humanidad, sin tomar en consideración las características
únicas de cada individuo. Y luego, después de la iluminación, existe el mismo
problema.
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Mahavira siguió
estando desnudo; por eso los seguidores de Mahavira, que le han seguido hasta
el final, han vivido desnudos durante veinticinco siglos. Vivir desnudo se
convirtió en algo absolutamente necesario. ¡Los jainistas creen que Buda no
está iluminado porque no va desnudo! Un fenómeno personal se convierte en un criterio
universal; esto también es falso. Lo que
le sucedió a Mahavira fue que su individualidad floreció de esa manera. Fue
realmente uno de los hombres más hermosos que han existido, y habría sido una
vergüenza que usara ropa. Su cuerpo valía la pena ser visto. Era el hijo de un
rey, su padre estaba muy interesado en el arte de la lucha india y preparó a
Mahavira para la lucha india. Quería que fuera el campeón de todo el país y
podía haber sido el campeón, su cuerpo era sólido como el acero. Había sido educado
de modo que dedicaba las veinticuatro horas del día a un solo tema: convertirle
en el campeón de lucha de todo el país. Naturalmente su cuerpo estaba
preparado. Tenía la proporción, se ocupaban de cada centímetro. Le enseñaron
grandes luchadores, había gente que le daba masaje, había expertos que le daban
hierbas y medicinas; estaba siendo preparado de todas las formas posibles. Y
entonces renunció al mundo. En vez de convertirse en un luchador, se convirtió
en un meditador. Y cuando se iluminó, abandonó sus ropas. Sólo tenía un paño
que utilizaba para cubrir su cuerpo, y después de su iluminación, mientras iba
descendiendo de la montaña, un mendigo le pidió algo porque hacía frío y no
tenía nada. Mahavira se miró: sólo tenía un chal, de modo que lo partió en dos
y le dio una parte al mendigo. Se guardó una parte para él; ahora no era
suficiente para cubrir todo su cuerpo y cuando estaba descendiendo de la
montaña hacia el valle, el trozo de chal se enganchó en las espinas de un
rosal. Miró hacia atrás, se echó a reír y dijo: «¡Esto es demasiado! Nunca le
he negado nada a nadie, así que te puedes quedar con esta mitad también. De
cualquier forma no me sirve. Me lo he guardado innecesariamente en lugar de
dárselo todo a aquel mendigo, por qué, ¿qué va a hacer con la mitad? Si a mí no
me tapa, tampoco le tapará a él. Te la puedes quedar. Quizás pase el mendigo
por aquí y pueda recoger también esta otra mitad». Así fue como se quedó
desnudo. Pero él disfrutaba del sol de la mañana y del aire frío en un país tan
cálido, la parte más calurosa de la India, Bihar. Y se sintió tan ligero que
pensó: «¿qué falta me hace?» Y nunca le pidió nada a nadie. Dio todo lo que le
pidieron, pero nunca le pidió nada a nadie. Se quedó desnudo. Pero ésta no es
necesariamente una etapa por la que tengan que pasar todas las personas
iluminadas. Buda nunca se desnudó, Lao Tzu nunca se desnudó, Kabir nunca se
desnudó. Esto ha sido un problema muy importante para las religiones. No pueden
aceptar a otros iluminados por razones insignificantes, porque no se ajustan a
sus ideas. Tienen que encajar en un
cierto concepto, y ese concepto se deriva de su fundador. Y nadie puede
ajustarse a eso, por eso todos los demás son acusados de no estar iluminados.
La iluminación es una canción totalmente individual, siempre desconocida,
siempre nueva, siempre única. Nunca llega en forma de repetición. Así que nunca
compares a dos personas iluminadas; si no, no tendrás más remedio que ser
injusto con una de los dos, o con las dos. Y no tengas ideas fijas. Sólo hay
que recordar cualidades muy líquidas. Estoy diciendo cualidades líquidas, no
una serie de requisitos. Por ejemplo, toda persona iluminada tendrá un profundo
silencio, casi tangible. En su presencia, aquéllos que están abiertos,
receptivos, conocerán el silencio. Él tendrá una tremenda felicidad y, pase lo
que pase, esta felicidad no se verá afectada. No le quedará ninguna pregunta;
todas sus preguntas se han disuelto. No es que conozca todas las respuestas,
sino que todas las preguntas se han disuelto. Y en ese estado de profundo
silencio, de no mente, él es capaz de responder a cualquier pregunta con una
tremenda profundidad. No le hace falta preparación. Él mismo no sabe qué va a
decir, surge espontáneamente; algunas veces él mismo se queda sorprendido. Pero
eso no significa que tenga todas las respuestas en su interior, ya preparadas.
No tiene ninguna respuesta. No tiene ninguna pregunta. Tiene simplemente una
claridad, una luz que puede ser enfocada sobre cualquier pregunta, y todas las
implicaciones de la pregunta y todas las posibilidades de responderla
repentinamente se aclaran. A veces puedes encontrar que preguntas una cosa y la
persona iluminada responde otra. Esto sucede porque no eres consciente de las
implicaciones de tu propia pregunta. Él no responde únicamente a tus palabras.
Te responde a ti.
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Responde a la mente
que ha hecho la pregunta. Por eso muchas veces parece que la pregunta y la
respuesta no encajan, pero indudablemente se encuentran. Lo que ocurre es que
tendrás que profundizar un poco en la pregunta, y te darás cuenta que era
exactamente la pregunta. Te ocurrirá muchas veces que entenderás tu pregunta
por primera vez cuando haya sido respondida, porque no eras consciente de esa
dimensión, no eras consciente de tu propia mente, de tu propio inconsciente, de
dónde provenían esas palabras. El hombre iluminado no tiene respuestas, no
tiene escrituras, no tiene citas. Está simplemente disponible; responde como si
fuera un espejo, y responde con intensidad y totalidad. Así que éstas son las
cualidades líquidas, no los requisitos. No te fijes en las cosas pequeñas —qué
come, qué viste, dónde vive—, todas son irrelevantes. Simplemente observa su amor, su compasión, su confianza.
Aunque te aproveches de su confianza, eso no cambiará su confianza. Aunque
manipules su compasión, traiciones su amor, eso no crea ninguna diferencia. Ése
es tu problema. Su confianza, su compasión, su amor siguen siendo exactamente
iguales. Su único esfuerzo en la vida será cómo despertar a la gente. Haga lo
que haga, ése es su único propósito detrás de cada acto: cómo despertar cada
vez a más gente, porque a través del despertar él ha conocido el éxtasis
supremo de la vida.
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