viernes, 18 de abril de 2025

El rostro de la oveja

 

El rostro de la oveja

 

Si la Padre solo se le puede conocer en el hijo

Al cordero solo se le puede conocer en la oveja

 

Ovejas vencidas:

Jesús es un  hombre normal

Ovejas vencedoras 

Jesús es un ser divino desde siempre. Existía junto a Dios desde toda la eternidad. Su aparición en el mundo tiene lugar por medio de una concepción milagrosa, por obra del Espíritu Santo.

 

Batalla 

 

La constitución o naturaleza del Salvador se pensó en estos años de maneras muy diversas, según se considerara a Jesús,

 

+ un hombre más o menos normal y corriente, cuyo estatus pasaba a ser divino tras su muerte;

 

+ 0 bien si el tránsito al ámbito divino ocurría en un momento especial de su vida;

 

+ 0 bien si era ya divino desde su concepción en el seno de su madre;

 

+ 0 bien si lo era antes incluso de ser concebido en este mundo.

 

Todo ello da lugar a cristologías, o puntos de vista, bastante diferentes.

 

1. La primera forma de interpretar la naturaleza de Jesús, bastante sencilla, era la que pensaba a este como un hombre normal durante toda su vida, como un ser humano que solo después de su resurrección fue trasladado por Dios a su lado, a su diestra, al ámbito de la divino. Allí, y en esos momentos, Dios lo hacía plenamente «Señor y Mesías completo». Antes Jesús había sido el Mesías, sin duda, pero incompleto: la oposición de losjudíos y el plan divino de salvación que debía llevarlo al sacrifico de la cruz no le había permitido ejecutar totalmente su misión. Ahora, desde el cielo, investido de nuevos poderes, cumpliría la función para la que había sido destinado. 

 

Dos son los textos clave que expresan esta concepción.

 

El primero es de los Hechos de los Apóstoles, y nos transmite el primer discurso de Pedro a losjudíos en Jerusalén después de la resurrección de Jesús y del acontecimiento de Pentecostés: «Jesús Nazareno, hombre a quien Dios acreditó ante vosotros con milagros... a este, pues, Dios lo resucitó...»; «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Seriar y Cristo a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (2, 22-24; 2, 36).

 

El segundo es de Romanos 1, 3-4: «Su Hijo (Jesús) que, por línea carnal, nació de la estirpe de David, y por línea del Espíritu santificador fue constituido Hijo de Dios con pleno poder desde el momento de su En estos pasajes no aparece por ninguna parte un Jesús que sea Dios por generación y esencia; más bien queda excluida esta idea, pues la divinidad es quien lo resucita, no él mismo (Hch 2, 33-36; 4, 10; 5, 30: «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús»), Es también la divinidad quien lo unge con el Espíritu (Hch 10, 38) constituyéndolo en «Señor» —es decir, de algún modo divino— y Mesías.

 

Hay que tener en cuenta, y esto lo sabemos por diversos textos encontrados entre los manuscritos del mar Muerto **, que en círculos judíos piadosos, sobre todo los apocalípticos, se consideraba al «Mesías» un personaje muy cercano al ámbito de la divinidad. Por tanto, estas ideas sobre el rango y función de Jesús no tenían que extrañar a en ex-

 

ceso a los judíos.

 

2. La segunda fue considerar también a Jesús como un ser humano más o menos normal, pero que en un momento de su vida era asumido o adoptado por Dios para convertirlo en instrumento suyo en orden a instaurar el Reino. Hay, en los escritos del Nuevo Testamento, diversos manera concretas de considerar a Jesús un ser humano que es adoptado por Dios para asumir la función casi divina de ser el Mesías completo:

 

A) Una es la teología que reflexiona sobre Jesús como el «segundo y definitivo Adán».

Los textos clásicos de esta cristología son dos. El primero se halla en Rom 5, 18-19: «Pues como la transgresión de un hombre condujo a la condenación de todos los hombres, del mismo modo la justicia de un hombre condujo a la absolución y la vida para todos los humanos. Porque como por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores, de igual modo por la obediencia de un hombre muchos serán justificados».

 

El segundo se encuentra en 1 Cor 15, 21-33: «Si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos; es decir, lo mismo que por Adán todos mueren, así también por el Mesías todos recibirán la vida, aunque cada uno en su propio turno: como primer fruto, el Mesías; después, los del Mesías el día de su venida; luego el fin, cuando entregue el reinado a Dios Padre, cuando haya aniquilado toda soberanía, autoridad y poder».

 

En estos textos Jesucristo es comparado con Adán: los dos son una persona en la que se decide el destino de todos. Mientras que con la desobediencia del primer hombre la humanidad quedó destrozada por siempre, el acto de obediencia de Jesús invirtió el curso de destrucción de la historia humana. La comparación con Adán deja en claro que Jesús es un ser humano. No es esta, como veremos luego en otros casos, una cristología elevada de la preexistencia del Salvador, sino una cristología que supone dos etapas: en la primera Jesús aparece tan hombre como Adán. En la segunda, Jesús, en vez de pecar, caminó hacia su muerte en obediencia, por lo que tras esta muerte es resucitado y exaltado por Dios. El premio de esta obediencia para la humanidad es la salvación, y para Jesús, su misma resurrección y exaltación. Jesús fue el instrumento humano de la acción amorosa de Dios en favor de los hombres (Romanos 5, 8), que luego es premiado con la exaltación al ámbito de lo divino tras su muerte.

B) Otro tipo es la teología que se llama propiamente «adopcionista»: Jesús es adoptado como «hijo de Dios» y capacitado para su misión salvadora en el momento de su bautismo. Antes era un hombre más o menos normal; pero desde la manifestación divina en su bautismo pasa a otro orden, el de estar cercano a Dios. Este lo considera desde el bautismo como un «hijo» especial suyo, lo transporta por así decirlo a un ámbito superior al ser humano corriente y lo dispone de tal modo que pudiera actuar en pro de la salvación del género humano.

 

El texto clásico de este tipo de cristología es el del Evangelio de Marcos 1,9-11: «Sucedió que en aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. Inmediatamente, mientras salía del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar como paloma hasta él; y hubo una voz del cielo que decía: "Tú eres mi Hijo, el amado, en ti he puesto mis complacencias"».

 

Esta declaración está modelada sobre el salmo 2, 7, en donde Dios dice al rey de Israel: «Tú eres mi hijo; hoy te he engendrado». El rey  es el representante de la nación, Israel, y este es el pueblo escogido por Dios para sí. Jesús queda caracterizado en este Evangelio como la persona en la que se realiza la filiación de Israel. Jesús es transformado en ese momento en un hijo querido de Dios, con un estatus casi divino: Dios tiene en él sus complacencias debido a su obediencia a la voluntad divina. Gracias a esta obediencia el Jesús adoptado es hecho apto para salvar a todos los hombres por el sacrifico de la cruz. Por eso Marcos presenta al final de su Evangelio a un centurión que afirma: «Verdaderamente este hombre era el hijo de Dios» (15, 39). A pesar de su sufrimiento y de su muerte, Jesús era el hijo de Dios desde su bautismo, pues de algún modo compartía el poder divino que operaba en él la salvación de la humanidad.

 

3. Otra manera distinta de considerar aJesús hijo de Dios real es la que piensa que la filiación divina no tiene lugar desde el bautismo, sino antes, desde el momento de la concepción misma. Los textos claves se hallan en los Evangelios de Mateo y de Lucas, al principio, en los denominados relatos de la infancia. 

Ambos evangelistas precisan que todo ello sucede por la potencia del Espiritu. Mateo cuenta lo siguiente: «Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivirjuntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espiritu Santo»; «Apenas tomó (José) la resolución (de dejar a María al verla embarazada), se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo». Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emmanuel (1s 7, 14) que significa "Dios con nosotros"» (Mt 1, 18-20, 22-23).

 

Lucas, por su parte, afirma que el arcángel Gabriel dijo a María: «No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fim»; «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer será santo y lo llamarán "Hijo de Dios"» (1, 30-33, 35). 

 

Así pues, esta cristología sostiene claramente que la divinidad de Jesús tiene su inicio antes de lo que pensaba el autor del Evangelio de Marcos: Jesús es divino desde su concepción. Luego, esta divinidad se transparenta en diversos momentos de la vida pública de Jesús, donde se ve cómo este actúa en todo momento como regido por el Espíritu, y llega hasta su final con la exaltación de Jesús por obra de su resurrección. El relato de la acción del Espíritu en Jesús sigue con la historia de la Iglesia donde Jesucristo es el que vierte el Espíritu en ella desde Pentecostés.

 

Por tanto, es esta una cristología también en dos etapas: comienza con la existencia de Jesús sobre la tierra siendo este ya divino por el acto de la generación por el Espíritu Santo, y concluye con el reino de Jesús ya plenamente en los cielos.

 

Pero en la teología de Mateo y de Lucas no aparece explícitamente el tema de la preexistencia de Jesús —como veremos en el cuarto Evangelio a continuación—, ni tampoco se habla de una encarnación propiamente tal, puesto que este concepto exige que el Mesías, como ser divino, preexista en Dios antes de «encarnarse».

4. Finalmente, otra cristología de la época del Nuevo Testamento es la que concibe a Jesús como un ser preexistente desde toda la eternidad. Es Dios desde siempre, es la Palabra, Logos o Sabiduría de Dios, que en un momento determinado de la historia desciendo a la tierra tomando la figura de Jesús, revela de parte del Padre eterno un mensaje de salvación y luego asciende al cielo, al lugar desde donde vino.

 

El ejemplo típico de esta cristología es el prólogo del Evangelio de Juan: «Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio con Dios; todas las cosas fueron hechas por ella, y sin ella nada se hizo de lo que fue hecho... (v. 14). Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, llena de gracia y de verdad; hemos contemplado su gloria, gloria como del Hijo único del Padre» (1, 1-14).

 

El Verbo de Dios se hizo visible en «carne», es decir, «se encarnó». Este término acentúa la realidad material de la existencia humana de Jesús y asegura que la revelación de Dios por el Logos está pensada para que ilumine y salve al hombre: «Hemos contemplado su gloria» (v. 14). El Logos no entra en la carne o la asume, sino que «se hizo» carne, expresión que subraya la encarnación. Lo que no dice nunca el cuarto Evangelio es el modo como Jesús se encarnó.

 

Hay otros textos del Nuevo Testamento que expresan de algún modo la noción de que Jesús era un ser divino preexistente. Los más importantes son otros dos: Filipenses 2, 6-7, y Colosenses 1, 15-20: uno de Pablo de Tarso y otro de un discípulos suyo.

 

+ El primero es una especie de himno al descenso, autohumillación, resurrección y exaltación de Jesucristo: «El cual, aunque tenía la forma de Dios, no retuvo ávidamente el ser igual con Dios, sino que, despojándose a sí mismo, tomó la semejanza de los hombres».

 

La clave del significado de este texto se halla en la manifestación de que Jesús «tenía la forma de Dios» —era Dios— antes de descender a la tierra. Y tiene que ser Dios previamente, porque de lo contrario no tiene sentido esa autohumillación producida por hacerse hombre, es decir, de un estatus inferior.

+ El segundo es un ejemplo de lo que los intérpretes del Nuevo Testamento llaman «cristología sapiencial», es decir, Jesús es asimilado a la Sabiduría divina. Esta se piensa como una entidad divina, un tanto distinta de Dios, pero que es Dios y que está desde la eternidad a su lado; Ella es la que ejecuta la creación: Jesucristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación; porque en él fueron creadas todas las cosas, en el cielo y en la tierra, lo visible e invisible, Tronos o Dominaciones, Principados o Potestades; todas las cosas fueron creadas por él y para él. Él es anterior a todas las cosas, y en él todas las cosas se mantienen unidas».

 

Gomo puede verse, hay una rica variedad de concepciones en la época en la que se escribe el Nuevo Testamento en torno a cómo es la naturaleza de Jesús. Aunque poca gente repara en ello, estas nociones no son conciliables entre sí, pues afirman de Jesucristo cosas contrarias. En el fondo suponen, pues, cristianismos diferentes. La que venció en toda la línea fue la cuarta, la cristología de la preexistencia de Jesucristo, combinada con la tercera, que responde a la pregunta planteada pero dejada sin respuesta por el cuarto Evangelio: ¿cómo se realizó la encarnación? La respuesta de Mateo/Lucas es: la encarnación fue un milagro asombroso; una concepción milagrosa por parte de una virgen gracias a la potencia divina del Espíritu Santo.

 

Respecto a esta respuesta y sobre la naturaleza del Espíritu Santo hay que tener en cuenta que en estos momentos del cristianismo aún no se han pensado ni adelantado explicaciones ningunas sobre la Trinidad. Sabemos, sin embargo, que el Espíritu se concebía más menos como «algo» que emanaba de Dios, como la fuerza de Dios, distinguible de Este de algún modo, pero divina. Era Dios, pero actuando como Espíritu, parecido a un viento o soplo, invisible pero lleno de poder.

 

El resto de las cristologías del Nuevo Testamento (salvo la del «segundo Adán» que fue integrada en la tercera y la cuarta) acabaron siendo rechazadas como herejías posteriormente, porque o bien presentaban a Jesús como un mero hombre, o bien hacían de este un ser humano que en algún momento de su vida había sido adoptado como hijo por Dios, sin serlo por tanto por esencia. Más tarde se calificó a esta última opinión como herética y se denominó «adopcionismo».

 

Otros cristianos de la misma época, y también durante el siglo posterior, efectuaban algunas matizaciones sobre esta concepción adopcionista. Sin precisar la mayoría de las veces si Jesús era divino desde su concepción, o antes, interpretaron que Dios Padre era como una especie de monarca en el cielo y que Jesucristo, su Hijo, estaba subordinado a Él. Jesucristo era Dios, pero como de segunda categoría. 

 

Estas creencias fueron designadas como «monarquianismo» y «subordinacionismo» y tuvieron un cierto eco entre los cristianos un poco más tarde, bien entrado el siglo Il como veremos (Práxeas, p. 71). Ya a finales de esta centuria fueron combatidas como herejías por los Padres de la Iglesia ortodoxos, por ejemplo, Hipólito de Roma.

 

Sin embargo, tienen bastante razón los que mantienen que la mayoría de los cristianos de finales del siglo 1 y principios del II no podrían haber escapado de ser etiquetados como adopcionistas, monarquianistas o subordinacionistas de algún modo; habrían sido, pues, heterodoxos para otros cristianismos posteriores, más desarrollados teológicamente. Especialmente esta última «herejía», el subordinacionismo, aparecerá más claramente entre los arrianos (véase capítulo 10). 

 

En las Cartas de Juan nos encontramos por primera vez con que antes de finalizar el siglo I empieza a despuntar una posición heterodoxa relacionada también con la naturaleza del Salvador, en concreto con la naturaleza de su cuerpo: este no es real, sino mera apariencia.

 

Esta heterodoxia representa un modo de concebir la «encarnación» de Jesús que será de inmediato reconocido como peligroso: el docetismo. El vocablo viene del griego, y está formado a partir del verbo dokéo, «parecer». Respecto a Jesús, sostienen los docetas que su cuerpo fue solo aparente. Nació, o vivió en apariencia como cualquier mortal, pero la materia de su cuerpo no era real. Y es natural —sostenían—, porque «lo divino no puede convivir con lo mortal», como afirmaba Filón de Alejandría. En algún momento, al tocar u observar bien aJesús, se podía experimentar la verdad de esta afirmación: así, por ejemplo, según la tradición evangélica recogida por Le 4, 30, cuando Jesús acabó de enseñar en la sinagoga de Nazaret, sus convecinos se enfurecieron por su doctrina y quisieron prenderlo para acabar con él. Entonces «lo llevaron hasta la cumbre de un monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, con intención de despeñarlo». Jesús, sin embargo, pasó simplemente por en medio de ellos y se fue. O como cuando caminó por encima de las olas de un mar enfurecido sin hundirse, porque su cuerpo carecía de peso. Los discípulos pensaron que era un fantasma (Mc 6,48). Esta tradición sobre Jesús —afirmaban los docetas— indica que su cuerpo no era verdadero, sino pura apariencia.

 

En verdad, esta doctrina negaba la realidad de la encarnación y, por tanto, ponía en peligro el que Jesús hubiera redimido auténticamente a los humanos: en la cruz no había padecido él en realidad, sino un cuerpo que no era humano. Por tanto, Jesús no podía representar en verdad a los hombres ante el tribunal de Dios y salvarlos, porque en verdad no era uno de ellos.

El autor del cuarto Evangelio recalca expresamente en contra de esta doctrina que el «Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14), y otro personaje de su escuela polemiza expresamente contra ella: «Porque muchos falsos maestros han aparecido por el mundo que no confiesan que Jesús ha venido en carne. Quien afirma esto es un engañador y un anticristo» (2 Jn 7). E igualmente el autor de la Primera Carta de Juan: «Todo profeta que no confiesa que Jesucristo se he encarnado de verdad no es de Dios; tal espíritu profético es del anticristo, del que sabéis  que viene, y que ahora ya está en el mundo»: 4, 3; igualmente, en 1 Jn 5, 1-6. Volveremos a encontrar esta idea con más fuerza en el siglo siguiente unida normalmente al gnosticismo. 

 

Esta es la revelación fundamental Jesucristo es el logos a partir de aquí se configura el misterio pascual, esta revelación no es algo que haya revelado Cristo sino que se le revelo a la iglesia, estamos en este libro https://archive.org/details/pinero-antonio-los-cristianismos-derrotados/page/52/mode/1up?view=theater  los cristianismo derrotados  en él se da cuenta de los principales estudios sobre Jesúcristo, pero el problema es que son estudios que excluyen la fe, es el clásico estudio “científico” que quiere dar cuenta de lo hechos, no comprendiendo que los hechos no pueden ser separados de las revelaciones pero las revelaciones no vienen en un clima de paz y concordia sino en una lucha tremenda en una guerra de imaginarios en una metafísica de la violencia, donde las ovejas se satanizan unas a las otras, en una búsqueda de verdad donde está  en juego la vida eterna, ¿Quién gana? 

Pues aquella oveja que acceda al logos  y entonces ¿La verdad está  en los vencedores? Pero Cristo es un derrotado y es en su derrota que logra la victoria, así es hablamos de victorias más allá  del mundo, pero la paradoja es que  son estas victorias las que construyen al mundo, a este proceso lo comprendemos como dialectico y la condensación  lograda será negada para lograr una nueva síntesis y entonces en los vencidos también hay verdad, verdad que los vencedores tendrán que integrar y superar.

 

Cristo es el logos   no excluye que Cristo haya sido hombre, que en el momento del bautismo haya pasado a otra etapa, que en el todo la humanidad haya sido adoptada y que ahora este a la diestra del padre, pero esta verdad que es la verdad en si misma    hay que comprenderla

     

 El logos que es el él ser siendo uno con Dios

01

Se encarna despojándose

01→0 

Pierde todo el ser, como nosotros lo perdimos en el pecado

1→0 0→1/2 

Pero el anonadándose, muriendo en la cruz  recupera el ser para todos nosotros

01→0→1→0→10 

Cura la herida del pecado.

Esto no puede comprenderse más que por la revelación.

Lo uno y lo múltiple que en el Enuma Elish quedan separados ahora están integrados en Cristo

El deseo y el sufrimiento que causa está  superado por el amor, la voluntad de Dios y la del hombre se han hecho una.

El rito de entrar al vientre de la madre para volver a nacer y luego salir del vientre de la madre superando el mundo de los muertos y a todos los demonios que practicaron todos los chamanes en todas las culturas, está  por fin logrado.

 

Y es que alguien logro en la tierra ser reflejo del ser y para esto tuvo que no ser y ese alguien solo pudo ser el logos encarnado.

Todos tenemos acceso al logos, el acceso al logos a la palabra, al lenguaje, a la acción en el hombre es de manera consciente, pero el hombre no pudo encarnar el logos.

Para el lograrlo el hombre debería ser poeta, profeta y sabio y dejarse llevar por el logos, como lo hace el chaman hasta el fondo del abismo para luego ascender pero el hombre no pudo, no tiene la fe solo Jesucristo pudo lograr el misterio pascual, solo él.

 

La clave estaba en morir como lo hizo buda, extinguiéndose a este mundo karmico para nacer en el dharma en el camino, pero los iluminados se apagan, vuelven a este mundo apenas salen de su meditación, lograr el camino óctuple los pierde y es que es la luz quien logra el camino, no el camino la luz, siendo la luz una gracia divina a penas uno se esfuerce por conseguir la gracia  su luz se apaga.

 

Y es claro el dragón somos nosotros, todo nuestro mundo, toda nuestra polis, toda nuestra civilización es un valle de sombras donde habita el dragón, pero que Héroe realmente saldrá de esta caverna, salida que exige la renuncia de uno mismo  y de todo el conocimiento que se tenga, Sócrates es el héroe y Platón el contemplador de la verdad que el héroe descubre más no se trata de contemplar la verdad sino de encarnar el arquetipo y esto solo lo logra Jesucristo.

Es así  que toda ciencia debería estar basada en el misterio pascual esta paso del ser al no ser para ser, pero ¿Que oveja puede lograr el paso del cordero? Esto es lo que no comprenden los científicos, la experiencia en su radicalidad solo es accesible a los más valientes, en ese sentido la verdad es excluyente y la libertad que en  ella se encuentra es de pocos.

¿Y entonces esos pocos deberían de dominar el mundo?

No porque esos pocos mueren al mundo, si quisieran dominarlos entonces no habrían revelado en ellos la verdad, verdad que el mundo siempre detestara porque esta verdad destruye   al mundo. 

Y entonces ganada esta batalla son ganadas todas las demás:

 

Ovejas vencidas

 

Jesús es un hombre normal; solo después de su resurrección es constituido por Dios como «Señor y Mesías». 

 

Ovejas vencedoras

 

Jesús es «Señor» desde siempre, y «Mesías» desde su aparición en la tierra.

    

    Ovejas vencidas 

 

La filiación divina de Jesús es por esencia: tiene lugar desde su concepción misma. Pero Jesús no es preexistente. 

 

Ovejas vencedoras 

Jesús es preexistente. 

 

Ovejas Vencidas

Jesús, como ser divino, está subordinado al Padre, que es como un monarca que tiene la prelacia.

 

Ovejas vencedoras

 

Jesús no está subordinado al Padre, sino de la misma esencia que el Padre. 

 

Ovejas vencidas 

 

El cuerpo de Jesús es una mera apariencia. No nació y no murió en realidad. La encarnación no tuvo lugar.  

 

 

Ovejas vencedoras

 

El cuerpo de Jesús es totalmente real, no una mera apariencia. La encarnación es absolutamente real. 

 

Ovejas vencidas

 

El Templo de Jerusalén es una institución absolutamente válida. 

 

Ovejas vencedoras

El Templo de Jerusalén no tiene ya validez como lugar de encuentro con Dios 

 

Batalla

 

Aquí se da otra batalla que definirá al cristianismo separándose del judaísmo, más si la batalla por el logos esta lograda, las demás batallas devienen en victoria como si se tátara de una ecuación diferencial derivándose de la verdad del logos se deriva la verdad de la iglesia.

 

El segundo gran tema de debate y desarrollo en tiempos del Nuevo Testamento fue la naturaleza de la Iglesia. En los Evangelios, salvo en el de Mateo (16, 16-18), no aparece Jesús fundando Iglesia alguna, al menos la institución que hoy se entiende por ese término. Sin embargo, Jesús, como profeta de la restauración de Israel en los últimos días y como anunciador de la venida del reino de Dios, sí congregó en torno suyo a un grupo de seguidores que difundían junto con él el mensaje anexo a esta próxima venida.

 

El núcleo de esta «comunidad» en torno a Jesús estaba ciertamente constituido por Doce personas que simbolizaban el Israel del inmediato futuro cuando Dios instaurara su reinado. Es probable, por tanto, que Jesús solo «fundara» la comunidad escatológica del Israel futuro, el del mundo nuevo (denominado técnicamente el «eón futuro») que estaba por venir y que habría de durar entre su previsible muerte y la venida del Hijo del hombre como juez universal. Por consiguiente, la «Iglesia», tal como se entiende hoy, no sería una fundación de Jesús, sino una formación posterior en el seno ya del cristianismo primitivo. 

 

Tras la muerte de Jesús, efectivamente, este pequeño grupo de seguidores, junto con otros simpatizantes, continuó existiendo, y se conformó al igual que se constituía cualquier otro grupo de su tiempo reunido tras las huellas de un maestro, un rabino o un dirigente de escuela filosófica en el ámbito pagano. Con el paso de los años, y al retrasarse la venida de Jesús interpretado ya como Hijo del hombre (lo que se denomina técnicamente el retraso de la «parusía»), ese grupo de creyentes en Jesús Mesías fue desarrollando sus estructuras de mando y control, en todos los aspectos, sobre ese grupo, sin los cuales este no podía subsistir a la larga en la tierra.

 

Así pues, aunque Jesús no estableciera estrictamente una iglesia tal como luego se desarrolló, lo cierto es que —como la comunidad cristiana se había ido desarrollando más o menos espontáneamente en  torno al culto a Jesús— el mundo de los autores del Nuevo Testamento refleja explícita o implícitamente, pero desde luego de modo universal, la idea de que la comunidad primitiva se sentía de algún modo «fundada» por aquel. A este grupo se le llamó «asamblea» o «iglesia», en griego ekklesía, vocablo luego copiado en latín, ecclesia.

 

Esta comunidad primitiva se había constituido fundamentalmente en la ciudad sagrada, Jerusalén, aunque muy probablemente había otras agrupaciones independientes de seguidores de Jesús en Galilea. El nuevo grupo participaba de todas las instituciones del judaismo normal: culto en el Templo, oración, observancia de la Ley, ayuno, etc., aunque adoptó además algunas costumbres propias, como la posesión de los bienes en común. Contaba también con sus propios dirigentes.

 

Ahora bien, con la predicación hacia fuera, es decir con la expansión misionera de la idea de que el Mesías había ya venido —y no solo para los judíos, sino también para los paganos a fin de que estos se incorporaran al nuevo Israel—, el concepto de comunidad o de «iglesia» hubo de cambiar necesariamente. La presencia en el grupo de gentiles convertidos a la fe en Jesús lo exigía casi automáticamente. 

 

Mientras que la «iglesia» de Jerusalén se regía por el modelojudío (un sinedrio de ancianos y unjefe espiritual), la estructuración de las comunidades o iglesias paulinas era variada. En general —y puesto que como sabemos se esperaba un fin de los tiempos inmediatos—, el grupo de creyentes era gobernado no por cargos formales, sino por carismáticos, es decir, por los que tenían el don (en griego chárisma) de ser «movidos por el Espíritu», cuyos representantes eran sobre todo los profetas y los maestros, junto con ciertos misioneros itinerantes. Pero no en todos los sitios era igual la estructura organizativa: en las cartas paulinas auténticas, en la ciudad de Filipos, encontramos «obispos», es decir, «inspectores», y diáconos (Fil 1,1; epí-skopos, en griego, significa «el que vigila sobre algo»). Esta estructura en concreto imitaba probablemente la organización de otras instituciones paganas de culto que tenían sus propios inspectores. Así pues, la «organización» de las diversas comunidades de cristianos era variada.

 

Pablo había propagado en sus prédicas y cartas la idea de que el grupo de seguidores de Jesús Mesías formaba una institución que era la receptora de las promesas de Abraham, y que sustituía a la sinagoga  judía (Gál 3, 7-8; 6, 16)”. Pronto pensó además —y lo propagó también en sus escritos— que el conjunto de grupos cristianos, o iglesias particulares, formaba una sola «iglesia» o comunidad universal, que era la «Iglesia de Cristo» (por ejemplo: Rom 16, 16) o la «Iglesia de Dios» (por ejemplo: 1 Cor 1, 2). Simultáneamente tomó Pablo de los filósofos estoicos la idea de que un grupo de creyentes —ya sea en una filosofía, o en una religión— «forma como un cuerpo», y la aplicó a la Iglesia en su conjunto, a la que consideró el «cuerpo de Cristo» (por ejemplo, en 1 Cor 12, 12-27), pero sin precisar exactamente la relación de ese cuerpo con el Mesías.

 

Fueron dos discípulos de Pablo, los autores de las cartas a los colosenses y efesios, los que se encargaron —unos treinta años más tarde— de profundizar en esta idea, expresando ya claramente que Cristo es la cabeza del cuerpo de la Iglesia (Col 1, 18; Ef 5, 23), o pensando que Cristo era el esposo y la Iglesia, la novia/esposa preparada para vivir con él (Ef 5, 25-27). La entrada de los paganos en ese cuerpo de verdaderos israelitas que se iban a salvar —la Iglesia del fin de los tiempos— fue tenido por un «misterio», es decir, un designio misterioso divino, un nuevo plan de Dios que había ensanchado los estrechos límites étnicos del pueblo elegido. Además, ese cuerpo —la Iglesia— fue considerado algo grandioso, de trascendencia y poderío cósmico, universal, encargado incluso de transmitir la nueva sabiduría revelada a los poderes del cosmos (Ef 3, 10-11)*, es decir, a las potencias angélicas que por delegación divina lo controlan.

Esta es la visión, a grandes rasgos, de la Iglesia en el conjunto de la gran mayoría de cristianos, los de raigambre paulina, tal como se muestra en el Nuevo Testamento. No es extraño que los «heterodoxos» al respecto fueran aquellos que rompían esta imagen grandiosa de la

Iglesia: en especial, los que formaban dentro de ellas partidos o facciones (1 Cor 1, 184, 20). La primera Epístola de Clemente muestra una actitud durísima contra los que dividen la Iglesia: «Nos referimos, queridísimos, ala sedición (griego stasis, «revuelta», vocablo técnico de lapolítica), extraña y ajena a los elegidos de Dios, abominable y sacrilega, que unos cuantos sujetos, gentes arrojadas y arrogantes, han encendido hasta tal punto de insensatez, que el nombre de vuestra comunidad, venerable, celebradísimo y digno de amor de todos los hombres, ha venido a ser gravemente ultrajado» (1, 1). Otros heterodoxos son los que con sus falsas doctrinas corrompen la imagen de la Iglesia y descarrían a los fieles (estos son combatidos, por ejemplo, en 1 Timoteo 1, 3-7, donde se lucha contra unas formas primitivas de gnosticismo, del que nos ocuparemos en el capítulo 4). Otros son los que no conservan el depósito de la tradición (1 Tim 6, 20; 2 Tim 1, 1:14". los que forman sus grupúsculos privados o nuevas «iglesias» con doctrinas extrañas (así el caso de los «herejes» de Colosas, combatidos por el autor de la carta, que introducen tradiciones nuevas”? y defendían una suerte de misticismo judío mezclado con ideas enósticas)”*; otros herejes son los que  con su moral depravada contribuyen eficazmente al descrédito de la institución (el caso del personaje incestuoso en 1 Cor 5, 1-13)*.

 

La mayoría que forma la ortodoxia, por su parte, ataca estas desviaciones y procura a toda costa afianzar su poder en las iglesias. Las Epístolas Pastorales (1 2 Timoteo; Tito) son una buena muestra de esta tensión, o quizá lucha, por el poder que se observa en estos momentos constitutivos de la institución eclesiástica:

 

Desde el punto de vista sociológico e histórico, la aparición de las Pastorales en el panorama del NT supone la irrupción de la lucha por el poder en los inicios mismos de la Iglesia... Esta pugna se orienta en dos direcciones: obtener un poder fáctico sobre la comunidad estableciendo cargos eclesiásticos que sean objetivamente controlables y, segundo, retener el poder ideológico. Este último impulso se concentrará a su vez en conseguir dos objetivos: definir lo que es la recta doctrina y luchar contra los disidentes” 

 

 

La iglesia es el reflejo de Cristo, su cuerpo, su esposa

 

01→0→10  Cristo  

10←1←01   Iglesia

   

   01←0←10 Cristo

  10→1→01 Iglesia

 

Y como tal aquella que lo devela

Así el logos queda invertido en la iglesia y se hace acción, experiencia, luz.

Esto es  el misterio Dharmico yendo adentro y afuera como reflejo del misterio pascual

 

Que Tanabe en su obra filosofía como metanoética  la llama el Zange o camino de arrepentimiento  consiste en una conversión a un estado del sujeto que no es ni vida ni es muerte, en el que éste, arrepentido, pasa a ser un mediador de la Nada Absoluta3 a través de un acto de muerte-resurrección que le viene dado por parte del Poder-de-Otro o tariki4 , que es aquél poder que provee al sujeto. Jiriki, por otro lado, es el poder de uno mismo, ambos son complementarios en el proceso y son conceptos propios del budismo de la Tierra Pura5 , del que el autor recibe una gran influencia, junto con el cristianismo. Dentro del proceso de la metanoia, el individuo se abandona a sí mismo en las antinomias o paradojas porque se ve forzado a reconocer que su ser es carente de valor a través del sufrimiento, y tiene lugar una trascendencia autoconsciente de la contemplación dentro de su desesperación, la llamada acción-fe-iluminación, que da pie   al estado de metanoesis. Una vez realizada la conversión, el individuo pasa a ser la mediación entre el individuo y el Poder-de-Otro, y su incesante arrepentimiento se convierte en un Amor Compasivo retributivo por el tariki, que lo convierte en una especie de Bodhisattva  o pensado cristianamente en el cuerpo de Cristo.

 

Ganada esta batalla están ganadas las otras:

Ovejas vencidas

Los paganos que se conviertan a la fe en Jesús como Mesías tienen que hacerse judíos para salvarse.

         

Ovejas vencedoras

 

Los paganos que se conviertan a la fe en Jesús como Mesías no tienen que hacerse judíos para salvarse. Sin este requisito reciben igualmente los frutos de la promesa divina hecha a Abraham.  

 

Ovejas vencidas

Cumplir la ley de Moisés es obligatorio, pues solo esto tiene efectos salvíficos. 

Ovejas vencedoras

Cumplir la ley de Moisés no tiene efectos salvíficos 

 

Ovejas vencidas

 

Es obligatorio circuncidarse para salvarse. 

 

Ovejas vencedoras

 

No es obligatorio circuncidarse para salvarse.  

 

Ovejas vencidas

Jesús no fundó esta Iglesia. 

 

Ovejas vencedoras 

 

Jesús fundó una Iglesia, con las características básicas, más o menos, con las que aparece después.

 

Ovejas vencidas 

 

Se pueden fundar nuevos grupos cristianos.

Ovejas vencedoras

La Iglesia ha de ser siempre una y única, y ha de ser la heredera de Jesús a través de los apóstoles. 

 

Y la última y tercer batalla es la de la naturaleza de la salvación 

 

El tercer tema importante que se discutía ásperamente en la época de Nuevo Testamento y que afianzó la diversidad de los cristianismos era cómo debían salvarse los paganos convertidos desde el judaismo.

Aquí, en este terreno, las diferencias entre las diversas concepciones pa-

 

recían insuperables. Sabemos ya que existían tres posturas al respecto

 

muy enfrentadas, que recordamos ahora (véase pp. 31 y ss.): la de los judeocristianos estrictos, la de los judeocristianos moderados y la de Pablo.

 

+ Los primeros, capitaneados quizá por Santiago, el «hermano del Señor», exigían que los gentiles recién convertidos a la fe en Jesús se hicieran plenamente judíos, es decir, que se circuncidaran y cumplieran todas las normas de la ley de Moisés (Hch 15, 1-5). Los segundos, capitaneados quizá por Pedro, y al que se añadió tal vez en algún momento Santiago, solo exigían a los paganos convertidos ajesús Mesías que cumplieran las denominadas «Leyes de Noé» (Hch 15, 28-30).

 

La tercera facción, la de Pablo y sus seguidores, afirmaba que —según revelación divina— Dios había dulcificado las condiciones de salvación para esos paganos convertidos. Esta tercera postura era muy novedosa y suscitó enseguida una oposición encontrada.

 

Ampliamos brevemente la explicación de esta tercera postura:

 

A) Según el plan divino para los tiempos finales, revelado sobre todo a Pablo, en vez de una circuncisión carnal, ahora solo bastaba con una circuncisión espiritual, a saber Dios perdonaba al pagano sus pecados y era admitido en el grupo de cristianos gracias a un acto de fe en la eficacia del acto redentor de Jesús en la cruz. Esta acción se denomina técnicamente «justificación por un acto de fe».

 

B) En vez de la necesidad de cumplir la ley «carnal» de Moisés, bastaba con cumplir la ley espiritual del amor, y de la libertad de los hijos de Dios proclamadas por Jesús y por Pablo.

C) La entrada en el grupo de los que se iban a salvar se hacía por ritos fáciles de cumplir: el bautismo y la eucaristía. El primero hacía participar simbólicamente a los nuevos creyentes en la muerte de Jesús, con lo que se tomaba parte igualmente en su resurrección, que era una consecuencia necesaria de la primera. El segundo lograba una comunión perfecta con el Salvador, al ingerir, también simbólicamente, su cuerpo y sangre sacrificados por la humanidad.

 

En otras palabras:

 

El primer modo de salvación —el de los judeocristianos más estrictos— eran un sistema rígido, lleno de preceptos, y costoso socialmente, porque hacerse judío suponía en muchos ambientes ser muy mal visto.

 

El segundo era más menos pasable, pero suponía una salvación de segundo grado, de menor categoría según se pensaba.

 

El tercero, el de Pablo y sus seguidores, era sensacional y conllevaba agradables consecuencias: no era necesario circuncidarse; no era necesario cumplir la Ley de Moisés con toda la tremenda pesadez de las leyes sobre la pureza y los alimentos, sino que bastaba con «circuncidarse» espiritualmente, es decir, hacer un acto de fe, y observar la «ley del amor»... aunque ciertamente con todas sus exigencias morales, tal como la había proclamado Jesús. Y ser bautizado y participar de la eucaristía no exigía esfuerzos sociales ni económicos especiales, salvo la necesaria conversión sincera y absoluta.

 

Estas tres concepciones son tan diferentes que en el fondo suponen una visión distinta del cristianismo. Las tres no podían subsistir simultáneamente y a la larga.  

 

No es difícil ver, cuando se comparan los tres sistemas de requerimientos para la salvación de los gentiles, o mejor los tres conceptos enfrentados sobre la salvación de aquellos, quién iba a ser el vencedor. Naturalmente, el paulino: más fácil, sencillo y menos costoso económica y socialmente. En tiempos posteriores, la fundamentación teológica de este nuevo plan divino de salvación presentado por Pablo —en la Epístola a los Gálatas y a los Romanos especialmente— será perfeccionada por otros teólogos cristianos de la facción mayoritaria, y los «judaizantes» acabarán perdiendo la batalla teológica, convirtiéndose con el tiempo en heterodoxos y, finalmente, en herejes.

 

El modo de la resurrección

 

Otra cuestión candente respecto a la salvación se suscitó también muy al principio del cristianismo y lo escindió también: ¿cuándo tendría lugar la resurrección de los creyentes en Jesús? El tema era importante, porque hemos insistido muchas veces en que los primeros cristianos estaban convencidos de que el fin del mundo era inmediato(véase  1 Tes 4, 13-18; 5, 1-11). Unos creyentes, impregnados de ideas gnósticas que estudiaremos más detenidamente en el capítulo 4, afirmaban que, gracias a la fe en Jesús, habían sido transformados de tal manera que en el fondo la resurrección había tenido ya lugar. Testimonios de esta creencia se hallan en las Cartas de Pablo y en el Evangelio de Juan, como veremos enseguida. Otros, por el contrario, en la pura tradición de lo mejor de la religiosidadjudía, sostenían que la resurrección tendría lugar «en la otra vida», tras la muerte de cada uno, al final de los tiempos, desde luego no en esta vida.

 

Pablo, en 1 Corintios 15, toma partido con contundencia por la postura que preconiza que la resurrección acontecerá solo tras la muerte de cada uno, si esta llega antes del fin del mundo, o con los cuerpos que cada uno tiene si es que el final de los tiempos llega estando el creyente aún en vida (1 Tes 4, 17)%.

 

Esta resurrección no será solo del alma o del espíritu del hombre, sino también del cuerpo, y está ligada íntimamente al hecho de que Jesús resucitó el primero (con su cuerpo) como primicia de todos los demás humanos. Por tanto —Insiste Pablo—, tendrá lugar en términos generales después del fallecimiento de cada uno, al final de los tiempos, que está cercano El Evangelio de Juan, por el contrario, defiende con relativa claridad que la resurrección ha tenido ya lugar en esta vida, gracias a la fe prestada a la revelación que traen las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirájamás» (11, 25); «Porque como el Padre resucita a los muertos, y les da vida, así también el Hijo al que  quiere da vida (= resucita)»: 5,21. En el cuarto Evangelio no hay nada paralelo a una descripción de los acontecimientos finales del mundo como hallamos en Marcos 13 o Mateo 25. Se trata, pues, de una idea de la resurrección no futura, sino presente, y en ella no se habla del cuerpo, sino solo del espíritu del hombre.

 

Esta posición, un tanto ambigua y poco precisa, fue tomada al pie de la letra por cristianos del siglo I y principios del II que defendieron que nunca tendrá lugar una resurrección como se imaginaba la mayoría de los cristianos. Esta postura fue enseguida rechazada. Una dura polémica contra ella se nota en el cuarto Evangelio mismo, aunque no por parte del que imaginamos su autor primero: un último redactor de esta obra corrigió antes de publicarla la opinión del primer autor —desconocido para nosotros— e introdujo en el texto, poniéndolas en boca de Jesús, afirmaciones que defienden una resurrección no ya en vida, sino al estilo de la mayoría. Basta con un ejemplo: «Y esta es la voluntad del que me envió: que no pierda nada de todo lo que Él me ha entregado, sino que lo resucite en el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que reconoce al Hijo y cree en él tenga vida definitiva, y lo resucite yo en el último día» (6, 39-40). 

 

El paso a la heterodoxia de la idea de una resurrección ya presente —lo que se denomina también «escatología realizada»— se nota en la insistencia con la que un seguidor de la teología del cuarto Evangelio, el autor de la primera Carta de Juan, sostiene un juicio y resurrección solo en el futuro. El escritor afirma —a pesar de lo que antes ha dicho, a saber, que el que cree en Jesús ha conseguido ya «pasar de la muerte a la vida» (3, 14)—, que se acerca muy pronto la hora del juicio final (2, 18), la segunda venida de Jesús (2, 28), en la que este actuará como juez de todos y en la que dictará sentencia de vida o de condenación (4, 17). El autor no habla explícitamente de la resurrección, pero se sobrentiende que será entonces cuando tendrá lugar. Por tanto, el que niegue esta doctrina, pertenece a los falsos maestros, a los heterodoxos, a los anticristos. 

 

Así podemos  decir que la resurrección de los muertos ya ocurrió  en esta vida espiritualmente, cuando nacimos de nuevo en el logos  y la resurrección de los cuerpos que completa todo el misterio pascual se dará en el futuro al fin del mundo.  

 

Y entonces están son las bases de nuestra fe:

Jesucristo es el logos quien se encarnó para salvarnos del pecado  muriendo en la cruz y resucitando, ascendiendo a la diestra del padre.

La iglesia  es su reflejo, su cuerpo, su novia, quien vive el arrepentimiento, entrando a la nueva vida  develando al verbo y su reino.

Y la salvación es aquí y ahora cuando nacemos de nuevo pero su completa con la resurrección de nuestro cuerpo al final de los tiempos.

 

A partir de estas tres verdades podemos superar todo a lo que nos enfrentemos  más el camino de la oveja a diferencia del camino del cordero  es el camino del que se aparta y se pierde ene l mal  para clamar y volver a encontrarse.

 

EL MAL SINO Dominando el rebaño de la humanidad horrenda, mostraban las hirsutas melenas por momentos los mendigos de azul, perdidos en la senda. Su estandarte agitaban encenizados vientos que en sí llevan del mar la divina hinchazón, y en torno a ellos abrían grandes surcos sangrientos. Retaban al Infierno, la frente ante el ciclón, y viajaban sin pan, sin cayado y sin urnas, chupando del amargo Ideal el limón. Casi todos murieron en barrancas nocturnas, embriagados de gozo al verse malheridos. La Muerte les besó las frentes taciturnas. Es ángel poderoso quien les tiene vencidos; enrojece el ocaso de su espada el fulgor, pero están sus espíritus por el orgullo henchidos. Ayer amamantados de Ensueño, hoy el Dolor les da el pecho. Al medir sus llantos voluptuosos se levanta su madre, se arrodilla en su honor el pueblo; les consuela el ser majestuosos. Mas a sus pies están los hermanos que humilla en martirio irrisorio de azares tortuosos. Surca el salobre llanto su pálida mejilla y tragan las cenizas con idéntico amor; la suerte les enroda, burlesca y ramploncilla.

 

   Pudieron conseguir a toque de tambor de razas ojizainas falsa compasión tierna, Prometeos sin un buitre devorador. Mas no; viejos, frecuentan desiertos sin cisterna; caminan bajo el látigo de un espectro rabioso: El Mal Sino. Sus mellas ríen si se prosterna la gente; él trepa encima, jinete pegajoso, y del torrente lleva al barrizal que enfanga y cambia en sucio orate al nadador brioso. Quien por tocar la propia bocina se remanga, gracias a él se verá por rapaces befado, que soplando en sus puños remeden su charanga. Gracias a él, si quieren tentar un pecho ajado con flores que consiguen encender la impureza le nacerán babosas al ramo condenado. Gusanera es su axila, y en su monda cabeza lleva chapeo de plumas el esqueleto enano. Es, para ellos, el colmo de la humana tristeza, y si, zurrados, retan al perverso tirano, su estoque rechinando sigue al rayo de luna que bruñe la osamenta y la atraviesa en vano. Sin el orgullo austero de la mala fortuna, aunque quieren odiar, sólo guardan rencor; de la afrenta desdeñan tomar venganza alguna. Y así, son el sarcasmo de cualquier rascador de rabel, de los chicos, de la astrosa ralea que con la andorga huera danza de buen humor. Predican sabios vates vengadora pelea, y sin saber su mal, al verles fracasados, los juzgan impotentes, les niegan toda idea: “Pueden, sin recoger suspiros mendigados, cual se encabrita el búfalo que aspira la tormenta, saborear ahora males eternizados. De incienso embriagaremos al Fuerte porque alienta en lucha con los fieros serafines del Mal; cada farsante de éstos sin ropa roja intenta detenernos.” Y escupen su desprecio mortal al desnudo que implora, de inmensidad indigente. Y estos Hamlets ahítos de zozobra jovial a ahorcarse de un farol van ridículamente.  

 

APARICIÓN La luna se afligía. Serafines llorando en la calma, entre flores vaporosas, soñando, con el arco en los dedos, sacaban de sus violas sollozos que rozaban lo azul de las corolas. –De tu beso primero era el bendito día. Gustosa en torturarme mi vaga fantasía se embriagaba discreta con el perfume triste que, aun sin pensar ni dejo, tras cogerle, subsiste en aquel corazón que el Ensueño ha cogido. Con la mirada fija en el envejecido pavimento iba... Entonces, en tus rizos luciendo el sol de aquella tarde, apareciste riendo en la calle. Creí ver el sombrero nimbado del hada de mis sueños de niño muy mimado, cuando dejaban caer sus manos mal cerradas nieve de blancos ramos de estrellas perfumadas. 

 

 

SANTA En la ventana está ocultando desdorados sándalos viejos de su viola resplandeciente –flauta o laúd en otro tiempo–, la pálida Santa que extiende el libro viejo que prodiga el Magnificat deslumbrante según las completas y vísperas. Roza el vitral de ese ostensorio el harpa alada de algún Ángel creada en el vuelo vespertino para el primor de su falange. Y deja el sándalo y el libro. y acariciante pasa el dedo sobre el plumaje instrumental la tañedora del silencio.

 

 

 

DON DEL Logos ¡Aquí te traigo el hijo de una noche idumea! Desplumada, con su ala que sangra y que negrea en los cristales, de oro y aromas abrasados, en los tristes aún, ¡ay!, vidrios empañados, cayó, sobre la lámpara angélica, la aurora. Cuando de la reliquia se ha hecho portadora para el padre que adversas sonrisas ha ensayado, la soledad azul y estéril ha temblado. ¡Ay, acoge la cuna, con tu hija, y la inocencia de vuestros pies helados una horrible nacencia! ¿Con tu voz clavicordios y viola imitarás, y con marchita mano el seno apretarás donde la mujer se ha hecho sibilina blancura para labios que de aire azul quieren hartura?

 



  

  Francisco Huertas Hernández

Al ser humano la humanidad le viene de su divinidad. Hijo de animal y de Dios en esa tensa cuerda realiza su ejercicio de funambulista

 

 

Si y de qué   manera, aquí algunas ovejas del siglo II y III que se cayeron intentando fonambulear   

 

EBIONITAS Y JUDAIZANTES

 

Otra línea de pensamiento que continúa en los siglos n y ni es la de los judaizantes: aquellos creyentes que procedían del núcleo «hebreo», jerusalemita, de los seguidores de Jesús mencionados en el capítulo anterior. Estos grupos defendían sus doctrinas utilizando como bandera teológica cada uno un «evangelio». Aunque existe gran discusión entre los expertos sobre el número de escritos evangélicos que conservamos de esta rama cristiana, parece ser que son tres, y no dos, los textos apócrifos llegados hasta hoy —aunque solo en pequeños fragmentos—, con los que los judaizantes argumentaban en pro de su doctrina. Estos Evangelios son todos del siglo n y parece que se basaban en una forma primitiva del Evangelio de Mateo, modificaba a tenor de sus creencias: el Evangelio de los Nazarenos, el de los Hebreos y el Evangelio de los Ebionitas”*. Es opinión general, además, que la llamada «Literatura pseudoclementina» recoge en las Homilías fragmentos de teología ebionita o judaizante””. 

 

Normalmente, para simplificar, muchos investigadores reúnen las concepciones judaizantes bajo el epígrafe de teología ebionita, pero la mera existencia de tres Evangelios nos hace ponernos en guardia contra tal simplificación. Los judaizantes pudieron ser al principio una corriente dentro del cristianismo, cuya raíz está en la facción de los «hebreos» de Hechos 15 (Concilio de Jerusalén), aquellos que exigían a los paganos convertidos ajesús una asimilación plena aljudaismo, a los que la Carta a los Gálatas llama judaizantes. Pero con el tiempo, hasta los siglos ni y IV, se fueron diversificando en distintas ramas, con teologías diferentes, alguna de ellas —la que está detrás del Evangelio de los Nazarenos en concreto— relativamente parecida a la de la mayoría protoortodoxa de la Gran Iglesia. No nos detendremos aquí en estas concepciones afines a las de la mayoría, sino en las que muestran un sesgo diferente y que luego serán rechazadas como heterodoxas. 

 

No sabemos exactamente de dónde viene el nombre de ebionitas, pero muy probablemente es una referencia al vocablo hebreo ebiyrám, «pobres» /ebionitae es la latinización del término hebreo), con el significado de «los que son "pobres de espíritu"» voluntariamente por amor al reino de los cielos (Mt 5, 3). Fue esta probablemente una autodesignación relacionada con la espiritualidad de «los pobres de Yahvé», bien conocida en el Antiguo Testamento. La teología disidente de los ebionitas puede resumirse así:

 

1. La ley de Moisés sigue vigente. El que desee salvarse, además de creer en Jesús, debe guardarla.

 

2. En consecuencia, el apóstol Pablo, que enseña lo contrario, es un hereje y un malvado. Es tan perverso como Simón el Mago (Hch 8); las figuras de estos dos personajes son parecidas, y sus doctrinas han causado la perdición de la verdadera Iglesia, sucesora de Jesús. Pablo es un, o mejor, el falso profeta por excelencia.

 

3. Observar la Ley supone la vigencia de la circuncisión, guardar el reposo del sábado y celebrar las fiestas judías, la Pascua sobre todo. Del mismo modo, seguían vigentes para los ebionitas las leyes de pureza sobre los alimentos.

 

4. Sin embargo, respecto al Templo mantenían una postura particular. Después de la destrucción del Santuario por las tropas romanas, en la guerra que terminó en el 70 d. de C., los ebionitas se mostraron muy críticos con la posibilidad de reanudar una religión que prescribía sacrificios de animales. Por ello sostuvieron que Jesús había venido al mundo para abolir, gracias a su propia muerte, los sacrificios cruentos.

 

Junto con el rechazo a los sacrificios mantenían una notable preferencia por una dieta vegetariana, que implicaba una oposición absoluta al consumo de carnes. La unión de ambas posturas era explicable, porque en la Antigiiedad el consumo de carne iba ligado muchas veces a los sacrificios en los templos, cuyas víctimas sacrificadas se vendían luego en los mercados. Se comía carne cuando había sacrificios; cuando no, la dieta era otra.

 

5. Respecto a la cristología, los ebionitas defendían unas ideas sobre la naturaleza de Jesús que decían proceder por tradición desde Pedro y Santiago: Jesús era plena y exclusivamente un ser humano. No nació de María virgen, sino que su alumbramiento fue como el de todo ser humano, absolutamente normal; fue el hijo natural de José y de María. Algunos ebionitas defendieron consecuentemente una teología adopcionista, parecida a la que hemos considerado ya. Algunos ebionitas precisaban esta noción: sostenían que Jesús había sido adoptado por Dios como su instrumento perfecto para la redención, no por una inhabitación gratuita del Espíritu, sino por haber guardado la Ley de Moisés mejor que nadie: Jesús fue el observante más estricto de esa norma, por lo que agradó a Dios sobremanera; por ello lo adoptó como su instrumento para la redención.

 

6. La organización de los ebionitas como grupo cristiano fue similar a la de la Iglesia mayoritaria, o Gran Iglesia, y parece que admitían el sacramento del bautismo, en nombre de Jesús, y la participación en una eucaristía en recuerdo de la Ultima Cena, aunque no con pan y vino —como quizá lo hicieron al principio, cuando formaban la comunidad de Jerusalén—, sino solo con pan y agua. Esto una muestra más de su tendencia ascética y vegetariana. 

 

El ebionitísmo se prolongó con notable fuerza hasta el siglo III fecha en la que se publicaron las Homilías pseudoclementinas, una de cuyas bases es ebionita como dijimos (véase nota 57). Que duraron en plena efervescencia hasta esos años se deduce por la difusión y utilización como Escritura sagrada de los Evangelios mencionados al principio, o de alguno de ellos, que estaban compuestos en griego: el grupo se había expandido fuera de Israel y tenía vida propia.

 

Después del siglo III el grupo ebionita fue perdiendo presencia en el cristianismo y se fue extinguiendo lentamente, hasta que en la temprana Edad Media, hacia los siglos vi y vil se le pierde la pista.  

 

 

IM. ELCASAÍTAS

 

A principios del siglo ll, en época del emperador Trajano (hacia el año tercero de su reinado: 101 d. de C.), apareció en Roma un personaje, llamado Alcibíades, procedente de Apamea, ciudad importante de Siria, que deseaba dar a conocer entre cristianos y judíos de la Urbe un libro notable, escrito por Elcasai (así Hipólito de Roma) o Elxai, según Epifanio de Salamis. Elcasai viene del arameo hel kasai, que Signi fica «fuerza oculta» (Epifanio, Panarion, XIX, 2, 10). Este personaje, que era un profeta apocalíptico, había nacido en la parte oriental de Palestina, cerca del Jordán, y por medio de su libro proclamaba un nuevo e importante perdón de los pecados antes del final del universo.

 

Elcasai había recibido una revelación de un ángel, de colosal tamaño, que resultó ser el Hijo de Dios, el cual tenía a su lado una figura femenina que era el Espíritu Santo”. De resultas de esa visión, Alcibíades (en nombre de Elcasai) predicaba la remisión de los pecados por medio de un bautismo y de la penitencia. Pero hasta que llegara el final, si después de haber recibido el bautismo el fiel volvía a cometer pecados graves, sobre todo de índole sexual, sería perdonado de nuevo por Dios con la administración de un nuevo bautismo. Este se administraría en nombre del Dios Altísimo, del Hijo o rey del universo, y del Espíritu Santo, y además de otros testigos o elementos esenciales, como el cielo, el agua, el ángel que preside las oraciones, el aceite, la sal y la tierra. Este bautismo podía repetirse tantas veces cuantas fueran necesarias. 

 

El libro continuaba exponiendo una manera de entender eljudeocristianismo que era muy peculiar, pues admitía o rechazaba algunos de los elementos fundamentales de los dos componentes de su visión religiosa, el judaismo y el cristianismo, a los que invocaba.

 

La norma de vida general que el fiel debía seguir era muy judía, pero estaban prohibidos los sacrificios y cualquier oficio sacerdotal relacionado con ellos (Dios odia el fuego, afirmaban). Igualmente criticaban los elcasaítas algunas partes del Antiguo Testamento, que no eran admitidas por ellos como sagradas, pues contravenían al contenido de la nueva revelación angélica. Sí se prescribía la observancia del Decálogo, destacando entre sus prohibiciones no robar, cometer adulterio, odiar o hacer falsos y precipitados juicios contra los demás. Eran, además, obligatorias la circuncisión, la observancia del sábado y las oraciones privadas orientando el rostro hacia Jerusalén. Del mismo modo había que reverenciar de algún modo a los astros para evitar el posible daño que de ellos se podía recibir.

 

La visión angélica afirmaba también que en los momentos finales del mundo, es decir, los presentes, los impíos declararían una guerra a  muerte contra los piadosos en forma de una persecución, pero que no había que exponer la vida por ello. Externamente se podía abjurar de la fe con tal de que se la siguiera manteniendo por dentro. En el momento del juicio final, el fiel creyente debía invocar el nombre de Elcasal («Yo daré testimonio por vosotros ese día», afirmaba el libro), con lo que serían salvos.

 

Como se ve, este tipo de religión, fundamentalmente judío, había admitido elementos cristianos y también paganos, como las abluciones bautismales invocando los siete elementos antes mencionados y los terrores respecto a los astros. Da toda la impresión de ser un judeocristianismo apocalíptico y baptista, cuya importancia reside —según la opinión de muchos investigadores— en su extensión también hacia el Oriente. Este fue uno de los peculiares tipos de cristianismo que debió de encontrar Mani en el siglo III en su nativa Babilonia y que conformó la base cristiana del maniqueísmo, como más tarde veremos.

 

 

IV LOS MILENARISTAS

 

Muy relacionado con la teologíajudía mesiánica florece en los siglos Il y MI el pensamiento milenarista, también denominado técnicamente quiliasta (del griego chia, «mil», y ¿te, «años»). El milenarismo (de miñíe, «mil» en latín) es la doctrina que enseña que la vida en el mundo tendrá como fin el reinado de los justos con Cristo el Mesías, un reinado que durará mil años (latín millenium); luego vendrá eljuicio final y el cielo definitivo.

 

Expresado con esta claridad, el milenarismo es una doctrina solo cristiana —aunque, como veremos, de claras raíces judías— que se funda en el texto clave del Apocalipsis de Juan, cap. 19 y 20, 1-7. Según estos pasajes, cuya última redacción tuvo lugar probablemente a finales del siglo I, la primera gran batalla entre Jesús, el Cordero de Dios, y Satanás se salda con la derrota de este, encarnado en la Bestia, símbolo del Imperio romano. El Diablo, la Serpiente, es encadenada por un ángel bajado del cielo y arrojado al abismo. Entonces tendrá lugar la «primera resurrección»: de sus tumbas saldrán gloriosos los mártires que se mantuvieron firmes confesando la fe en Jesús. Junto con los

 

H ihipren sobrevivido, también fieles al Cordero, a los ataques de la Bestia y Satanás, reinarán en paz en esta tierra durante mil años, mientras el resto de los pueblos los mirará a distancia sin intervenir.

 

Durante ese tiempo el Diablo permanecerá atado, y losjustos gozarán en la tierra de una vida paradisíaca, bajo el mandato de Cristo, llena de toda clase de bienes materiales y espirituales. Pasados esos mil años, Satanás será liberado de sus ataduras, aunque por poco tiempo. Entonces logrará seducir de nuevo al resto de pueblos de la tierra (que no había gozado del «milenio»), instándolos a que se reúnan para la última y decisiva batalla contra «Jerusalén», los cristianos. Pero los asaltantes serán aniquilados por un fuego terrible bajado del cielo. Entonces el Diablo será de nuevo y definitivamente encadenado y arrojado a un lago de azufre.

 

A continuación tendrá lugar el juicio final tras una segunda y definitiva resurrección de todos los difuntos. Los malvados, cuyos nombres no estén escritos en el libro de la vida, serán arrojados al fuego eterno para eterna condenación, llamada la «segunda —y definitiva— muerte». Y los justos irán al paraíso, compuesto por una tierra absolutamente nueva y un nuevo cielo. Allí vivirán felices por siempre en la «nueva Jerusalén» (Ap 21, 2-22, 17). 

 

Esta concepción tan esplendorosa del fin del mundo tiene raigambre judía y sus primeros trazos comienzan con el profeta Ezequiel 3748. En estos capítulos, tras la guerra final del pueblo elegido contra los reyes míticos Gog y Magog, que capitanean a todos los malvados de la tierra, sigue el reino mesiánico, lleno de todos los bienes imaginables: la tierra produce frutos innumerables; los seres humanos viven largos años y hay una fiesta y banquete perpetuos en la tierra de Israel”.

 

Estas ideas continuaban vivas entre los círculos piadosos de judíos en los siglos i y n y afloraron en importantes escritos de la época —luego declarados apócrifos por los rabinos— como el Apocalipsis sirio de Baruc y el Libro IV de Esdras%%. El milenarismo no es más que la expresión

concreta de las ideas judías acerca del reino piadoso del Mesías sobre la tierra, junto con la promesa de que esta tierra será feracísima y producirá «ríos de leche y miel». Buena parte de los cristianos del siglo n —tanto los mayoritarios como los más tarde declarados heterodoxos, por ejemplo los montanistas con 1 esperanzas milenaristas. Son testimonio de ello, por ejemplo, el autor de la Epístola de Bernabé (15, 3-9)%, escrito que a punto estuvo de entrar en el canon de Escrituras, y el venerable Papías de Hierápolis?.

Personajes que hoy día están en el santoral de la Igleáa católica fueron también «milenaristas», como Justino Mártir e Ireneo de Lyon, el campeón contra todas las herejías, e igualmente Hipólito de Roma”. Ireneo integra el milenarismo en su teología, en gran parte dirigida contra los gnósticos que negaban la resurrección de los cuerpos: al final de la historia todo se «recapitulará» en Cristo (y 23). Entonces tendrá lugar una verdadera resurrección de los muertos con sus cuerpos respectivos y solo entonces se cumplirá de verdad la promesa de Abraham: los justos heredarán la tierra, y se cumplirán también todas las visiones de los profetas acerca de la nueva tierra y la nueva Jerusalén” 

 

 

Este reino en la tierra, que no acaba ya en muerte alguna, será como una preparación para la inmortalidad absoluta futura que tendrá lugar en el cielo definitivo (V 36, 2).

 

Victorino de Pettau, o Petabio (Ptuj, en la actual Eslovenia), que murió a principios del siglo IV (hacia el 304), todavía defendía arodorsamente el milenarismo en su Comentario al Apocalipsis de Juan.

 

Sin embargo, ya en el siglo III, sobre todo con la teología de los Padres alejandrinos, Orígenes a la cabeza, empiezan a oírse voces en contra de esta doctrina para algunos teólogos demasiado materialista. Ya para entonces se piensa que la segunda venida de Cristo, que comienza el «milenio», tardará muchísimo, por lo que consecuentemente se debe entender toda esta teoría de los mil años de un modo espiritual y alegórico.

 

Es estúpido —afirman— entender el reino de Cristo como algo que consiste en buena comida y bebida, y en el sexo necesario para que exista la humanidad feliz durante eso mil años. Es preciso comprenderlo todo simbólicamente. Esos años —el número mil es un símbolo de «mucho tiempo»— se refiere al reino de Cristo, que empieza ciertamente en la tierra con la Iglesia con toda clase de bienes espirituales. Además, este reino no está limitado a mil años: durará desde ahora todo el tiempo que Dios asigne a la tierra y continuará en el cielo definitivo. Más tarde, el credo cristiano que nace de los Concilios de Nicea y de Constantinopla/Calcedonia (siglos IV y V; véanse los capítulos 10 y 14) definirá claramente esta noción de un reinado celestial definitivo al afirmar «Creo en Jesucristo... que de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y cuyo reinado no tendrá fin». Esta afirmación excluye de hecho el milenarismo.

 

La tendencia antimilenarista en la Gran Iglesia se nota en las dificultades que tuvo el Apocalipsis de Juan para ser admitido como libro sagrado durante todo el siglo IV%, Poco a poco se va aceptando en la mayoría que forma la ortodoxia la tendencia ya mencionada, fortale cida sobre todo por la autoridad de san Jerónimo y san Agustín, a saber, interpretar el milenio de una manera puramente simbólica: los «mil años» de felicidad han comenzado ya con la época de la Iglesia, porque de hecho el poder de Satán ha quedado disminuido sensiblemente tras la primera venida de Cristo. Las bendiciones que Dios prometió al primer hombre en el Paraíso empiezan ahora a cumplirse sin restricciones en un ámbito espiritual sobre todo; pero el reino de Dios pleno será en el futuro: solo entonces tendrá lugar el aniquilamiento definitivo de Satanás. No hay ningún «milenio» de bienes materiales acá abajo, porque Cristo no vino a la tierra para traer promesas de bienes perecederos.

 

Filastrio de Brescia, hacia el 390, escribe un libro Sobre las herejías, y en él declara que el «milenarismo» es una concepción teológica ya superada (cap. 31). De principios del siglo VI conservamos un documento de la Iglesia de Roma, llamada Decreto del Papa Gelasio, o «Decreto gelasiano», en el que se afirma con rotundidad que el milenarismo es una herejía. 

 

 Ahora veamos a la oveja Marcionista raíz de la mayoría de ovejas gnósticas

 

OTRA rama importante del cristianismo del siglo II y posteriores fue

 

la fundada por Marción, comerciante de origen oriental, afincado luego en Roma. La Iglesia que fundó, en neta oposición a la romana, se llamó marcionita (sus miembros se denominaron en griego markiynistai).

 

Marción había nacido hacia el año 100 en la ciudad de Sínope, en el Ponto (mar Negro). Era un rico industrial, dedicado sobre todo al comercio marítimo. Hacia el 140, convertido a la religión cristiana, se trasladó a Roma donde vendió sus barcos y entregó a la Iglesia gran parte de lo conseguido. Otras noticias sobre su vida hasta este momento, como que su padre —obispo de su ciudad natal— lo había excomulgado de la Iglesia por haber seducido a una virgen y alguna que otra aventura más, son probablemente puras leyendas, propaladas por sus enemigos, los Padres antiheterodoxos de la Iglesia. Sí puede ser verdad el dato tradicional de que Marción se encontró en Roma con un maestro gnóstico, llamado Kerdón, y que de él recibió algunas enseñanzas. Reflejos de concepciones gnósticas (véase más adelante) se perciben sin duda en el pensamiento de Marción.

 

Cuatro años más tarde, hacia el 144, Marción había desarrollado ya su concepción propia de la fe y de la Iglesia, por lo que al exponerla en público y no ser aceptada por la mayoría, rompió con la comunidad de Roma. Esta lo excomulgó y le devolvió religiosamente sus dones monetarios. A partir de esos momentos, y bien dotado de dinero, Marción fundó su propia iglesia que pronto fue una competencia real  para el grupo mayoritario y que se extendió por diversas provincias del Imperio.

 

La doctrina de Marción

 

1. Los comienzos del sistema religioso de Marción se enraizan en una angustiosa consideración de la maldad del mundo y del estado pecaminoso del ser humano, lo que le lleva a preguntarse por el origen del mal y del pecado. El firme convencimiento de que la divinidad suprema ha de ser esencialmente buena lo condujo a pensar que el origen del mal estaba no en un Dios supremo, sino en el Poder divino creador de este mundo tan perverso, quienquiera que fuese. La respuesta a quién había sido ese creador la tenía Marción en la Biblia hebrea: Yahvé, el dios del Antiguo Testamento, a quien se podría denominar también Demiurgo, utilizando la terminología platónica para el hacedor de este mundo material. El empleo de ese vocablo indica que Yahvé es de algún modo inferior al Dios bueno. Pero las precisiones en torno a cómo debe entenderse esta inferioridad se harán en el marcionitismo más tarde gracias a uno de sus discípulos, por nombre Apeles.  

 

 

De cualquier modo, Marción defendió una idea simple: Yahvé era un ser perverso. La fe incondicional de Marción en el testimonio del apóstol Pablo, que en sus cartas —consideradas en muchos lugares como dotadas de gran autoridad e inspiradas por Dios— predicaba la oposición radical entre la ley de Moisés y el Evangelio de Jesucristo, lo confirmó en esta idea: el autor de esa Ley imposible de cumplir era también Yahvé..., ley malvada por tanto.

 

Marción confirmó estas ideas contrastando la imagen que la Biblia misma ofrece de su dios —un ser iracundo, celoso, vengativo, cruel con otras naciones que no sean la suya, a cuyos miembros manda asesinar; castigador sin piedad de su propio pueblo elegido, creador y promulgador a través de Moisés de una ley tan difícil de observar...— con el Dios bondadoso, lleno de amor y de piedad, tendiente siempre hacia la misericordia y el perdón, que había predicado Jesús. Confirmó así inevitablemente su conclusión anterior: el dios del Antiguo Testamento podía ser ciertamente el creador del mundo..., pero de ningún modo el Dios Supremo, ya que era un malvado y un pervertido.  

 

2. Marción estableció así que necesariamente hay dos dioses, dos principios: un Dios trascendente, superior, extraño a este universo, que no es creación suya, un Dios bueno, inefable, etc., y otro dios creador de este mundo, necio —porque ignora que sobre él hay otro Dios, el Trascendente— y perverso. Estos dos poderes habrían existido desde siempre, aunque desiguales en poder (la investigación moderna duda al respecto, aunque es probable que así fuera para Marción). La creación del universo y del hombre en cuanto ser material, «carnal», era obra de Yahvé, como dice la Biblia. Sin embargo, no está claro si Marción defendió que la materia primordial, de la que procedía la creación, era eterna, o bien si había sida creada de igual modo por Yahvé mismo. Probablemente esto último.

 

Tanto el cosmos como el ser humano son tan imperfectos como su creador. Pero el otro Poder, el Dios bueno y extraño al mundo, no podía contemplar impasible lo que ocurría. Sobre todo sentía pena y compasión por el hombre, cuyo espíritu estaba abrumado por su propia debilidad y por su inclinación irresistible hacia el pecado. Además lo veía sujeto a una ley incumplible (la del Antiguo Testamento) y a los duros castigos de la divinidad perversa a causa de este incumplimiento.

 

Movido por esa compasión, y de una manera absolutamente gratuita y sin motivo externo, por bondad pura, ese Dios Supremo envía un Salvador. En los sistemas gnósticos que consideraremos a continuación veremos que el Dios trascendente desea salvar al ser humano porque el espíritu divino es una parte —por así decirlo— de la sustancia  divina. En Marción no es así. El Dios bueno salva por pura bondad y compasión gratuitas a un ser humano que en el fondo, como toda la creación de Yahvé, le es extraño. Y todo esto lo sabe Marción porque Jesús y Pablo los reveladores del Dios bueno así lo han comunicado.

 

Este salvador es el Hijo del Dios bueno y extraño al mundo, el Cristo, que se entregará libremente en pro de los hombres para ser víctima de la ira y crueldad del dios creador que lo elevará hasta a cruz. Ahora bien, como el Dios supremo es único, su Hijo no es más que un modo de comunicación hacia fuera de Sí mismo; es una mera revelación de sí mismo. En realidad no hay diferencia entre el Padre y el Hijo; ambos forman un Dios único. La proyección hacia fuera de la divinidad es un mero modo, como la otra mejilla de un mismo rostro (modalismo).  

 

 

El Hijo aparece de repente en el mundo, durante el reinado del emperador Tiberio. No hay que extrañarse de esta afirmación, puesto que el cuerpo del Salvador es también solo apariencial (docetismo), o en todo caso es un cuerpo similar al de los ángeles que se comunicaron con Abraham y con Lot. Es imposible que el Dios supremo haya asumido la materia, pues esta le es absolutamente extraña, como propia del Demiurgo que es. A pesar de todo, el cuerpo del Redentor es «verdadero» y su venida y acción en el mundo son «verdaderas».

 

3. La salivación que trae este Redentor consiste, por un lado, en sufrir voluntariamente la muerte a manos de los esbirros del dios creador, su enemigo, pues esta muerte es un auténtico «rescate» de la humanidad de manos de ese Creador. En el sistema de Marción no se explica bien tampoco cómo es posible que un Redentor que tiene solo un cuerpo aparente pueda sufrir verdadera muerte y que este acto tenga valor de «rescate» de los humanos. Pero Marción lo afirma, probablemente porque para él es materia de fe, debido a la revelación concedida por el Dios trascendente a Pablo. 

 

 

Por otro lado, la salvación del Redentor consiste en revelar a los hombres la existencia de ese Dios supremo, trascendente y extraño al universo, a la vez que la maldad del otro principio divino, Yahvé, la inanidad de su Ley, el verdadero sentido del pecado —que es someterse a ese creador malo e intentar agradarle procurando cumplir una ley imposible...—, y la necesidad de esperar la muerte con tranquilidad para que el espíritu del hombre pueda ascender y estar eternamente felizjunto al Dios Bueno y Trascendente.

 

Como podrá observarse, en algunas de estas concepciones los marcionitas son unos adelantados de los gnósticos, que trataremos a continuación. La existencia de «dos poderes» en el cielo —el Dios Trascendente, extraño al mundo y el Demiurgo, creador de este—, y el envío a la tierra de un Redentor, por pura gracia y bondad del Dios ajeno a ella, parecen ser dos elementos que contienen lo esencial de la concepción gnóstica. A este parentesco apuntaba la tradición cuando afirmaba que Marción había conocido en Roma un célebre maestro gnóstico llamado Kerdón, como ya dijimos.

 

4. La vida en la tierra de los que reciban esa revelación del Dios bondadoso con corazón sincero ha de ser total v pstnVtor   estos han de liberarse de todo pecado —que consiste en someterse internamente a la atracción seductora de la Ley aunque luego la transgredan—, y han de renunciar a todos los placeres de la materia; está incluso prohibido casarse y engendrar nuevos seres, porque estos se hallan —por culpa del cuerpo— bajo el poder del Creador malo, de su Ley y del pecado.

 

El que recibe la revelación debe congregarse en una iglesia cristiana nueva, la marcionita, que tiene en común con la Iglesia mayorltaria el uso de los sacramentos: bautismo/unción, eucaristía..., pero que son entendidos de un modo simbólico. Por ejemplo: ¿cómo se puede participar de una eucaristía que entiende al pie de la letra lo de comer la carne del Salvador y beber su sangre? Eso es imposible, porque el Redentor pertenece a otro «mundo» distinto, que nada tiene que ver con la materia y la «carne».

5. Marción creía en eljuicio final, que habría de ser presidido por el Dios Supremo y Trascendente. En él se salvarían en primer lugar los que hubiesen aceptado la revelación del Redentor en el mundo (las almas solamente, no los cuerpos). También las almas de los paganos y las de los malvados del Antiguo Testamento, ya que, naturalmente, se habían opuesto al dios creador. Estas almas estaban en el Hades —el «Infierno» provisional— y el Dios Supremo les había ofrecido también la posibilidad de creer en el Redentor tras su resurrección.

 

La felicidad de los salvados será eterna y consistirá esencialmente en disfrutar del ser y del estar en presencia del Dios verdadero. Por el contrario, los fieles del Creador, los judíos en general, y los cristianos que hubiesen creído en el Antiguo Testamento, serán condenados a un fuego eterno.

 

La primera lista de escritos sagrados cristianos:

 

las Sagradas Escrituras marcionitas

 

Para dar consistencia a la estructura de su grupo, Marción dio a su Iglesia unas «Sagradas Escrituras». Aunque —como veremos en pl capítulo 7— los cristiannenes de palabras y dichos del Señor, los llamados Evangelios más tarde), todavía no había en concreto una «Lista o canon de libros sagrados cristianos» proclamados oficialmente. El confeccionar y publicar esa lista fue ocurrencia primera de Marción.

 

Su Biblia era breve: eliminaba todo el Antiguo Testamento como innecesario, ya que todo él no era otra cosa que la proclamación del dios creador, de su ley, de su maldad y de su ignorancia, ya que nada sabía de la existencia de un Dios Superior a él. Incluso los oráculos de sus profetas, cuando hacían alusión a un mesías futuro, eran solo para el pueblo de Israel y otros ingenuos que creyeran en ese creador. La salvación aportada por ese mesías sería banal e imperfecta.

 

Del resto de los escritos cristianos Marción solo aceptó como válidos y sagrados las epístolas de Pablo (en total diez cartas, excluidas las Pastorales y Hebreos, que quizá ni conocía), porque era el apóstol que con más claridad proclamaba un Evangelio contrario al dios creador y a la validez de su Ley como instrumento de la salvación, y un solo Evangelio, el de Lucas, probablemente porque se había formado ya la tradición de que su autor era un discípulo de Pablo (véase Col 4,14).

 

Por tanto, su Biblia consistía en un evangelio, el Evangelio, y un apóstol, el Apóstol. Además de restringir su canon a estos dos conjuntos, se dedicó Marción a expurgar de ellos algunos pasajes que —según él— habían sido interpolados y manipulados por los copistas, porque hablaban demasiado bien del dios del Antiguo Testamento. 

 

La reacción de la Iglesia mayoritaria al «invento» de Marción se hizo esperar un poco, quizá una treintena de años..., pero vino al fin. La formación del canon del Nuevo Testamento fue más tarde un arma poderosa —aunque como veremos no tan perfecta como parece— para combatir a los heterodoxos. Pero vamos a dejar la consideración de este tema para el capítulo 7, una vez que hayamos contemplado el panorama de otras líneas de pensamiento teológico dentro de la Iglesia de los siglos II y ML

 

La expansión de la Iglesia marcionita

 

Los marcionitas fueron el único grupo cristiano del siglo II que formaron una iglesia propia, que duró siglos y que evolucionó dentro de  sí misma desarrollando o modificando su teología hacia una concepción de Dios más unitaria. Un discípulo de Marción, por nombre Apeles, el sucesor más importante del fundador, proclamó que el dios creador era solo un mero demiurgo —como veremos de inmediato en la gnosis—, es decir, una entidad divina subordinada al Dios trascendente único y extraño al mundo, y no un dios con un poder paritario al Trascendente.

 

La iglesia marcionita se extendió rápidamente —a pesar de que predicaba una ascesis absoluta y una continencia total— y solo pudo ser frenada con la difusión de una lista de Escrituras sagradas contraria a la suya, la que difundió la Iglesia mayoritaria. Pero la decadencia verdadera de la iglesia marcionita comenzó pasado un siglo. Parece ser, sin embargo, que en Siria y Armenia su influencia duró hasta bien entrado el siglo v.

 

En la centuria siguiente desaparecen los marcionitas de la historia.  

 

 

 Ahora veamos a la principal oveja perdida la oveja gnóstica  

 

 

Panorama general de la gnosis

 

Cuando florece la gnosis entre los cristianos, a mitad del siglo Il d. de C., tenía ya una larga historia, aunque más o menos soterrada. Pero, hasta esos momentos, no parece que fuera una religión propiamente, sino más bien una atmósfera religiosa en la que bullían un conjunto de ideas que podían abrazarse dentro de unas religiones u otras.

 

La gnosis parte básicamente del supuesto del desgarro que siente el ser humano al verse aprisionado en un mundo que lo oprime y en el que se siente extranjero. Al considerar —al igual que los marcionitas— la extensión del mal en el mundo, o la inanidad de la materia en sí, muchos seres humanos se ven conducidos al deseo de liberarse de este mundo y unirse de algún modo a la divinidad a la que creen pertenecer. Es como la sensación del desgarro y distanciamiento de dos polos que deberían estar unidos.

 

La gnosis así entendida pertenece al sentimiento común que se halla en la base de diferentes sistemas espirituales, o que se forma en el interior de ellos. En el Mediterráneo oriental la gnosis pudo manifestarse  como una atmósfera religiosa que consideraba a una religión determinada, dentro de la cual crecía, como un estadio inferior de la religiosidad que, por ejemplo, no sentía tan profundamente la sensación de desgarro interno ante el mundo arriba mencionada. El estadio superior lo tendrían los verdaderos «conocedores» o gnósticos, que albergaban un deseo especial de poseer la verdad total, y a los que respondía la Divinidad con una revelación. Naturalmente, los gnósticos serían la élite, digna de recibir esa revelación que dará respuesta a las cuestiones esenciales del hombre religioso, tales como: ¿Quién soy yo realmente? ¿De dónde vengo? ¿Qué relación tengo con la divinidad? ¿Cómo conseguiré poder volver allí de donde procedo, es decir, cómo alcanzaré la salvación? ¿Cómo eliminaré los impedimentos que se oponen para conseguir este fin?

 

Además de ser una respuesta a estas preguntas, la investigación ha considerado la gnosis como el legado de las reflexiones y conocimientos esotéricos —procedentes tanto del Mediterráneo como de tierras más alejadas, Egipto, Mesopotamia e incluso la lejana India— acerca de lo más profundo de la divinidad, de los secretos de la creación del universo y del hombre y de la relación de este mismo con Dios. En Grecia, y en el mundo influenciado por ella como el Mediterráneo oriental, cuna del cristianismo, había tradiciones de conocimientos religiosos secretos desde los órficos (siglos Vil y vi a. de C.), los filósofos pitagóricos y Platón, que desembocan de algún modo en la gnosis.  

 

 

El nacimiento de la gnosis occidental

 

En el terreno que nos concierne es muy probable —como antes insinuamos— que la gnosis naciera antes de la era cristiana, y en concreto en el suelo de unjudaismo marginal. Es posible que ciertos judíos, lectores de filosofía griega y en concreto de Platón, preocupados por el mal en el mundo, o por el sentido del universo en sí mismo, pensaran que era necesario encontrar para todo esto una explicación más convincente que la tradicional que se leía en sus textos sagrados. Las aclaraciones de su Biblia, de que el mal procede de Satanás —al fin y al cabo un espíritu angélico, aunque malvado, dependiente de Yahvé—, y las de los rabinos, a saber, que el mal procede de la «inclinación ma-

 

A - v-"Krp nn les debieron sonar a convincentes.  

 

 

Es posible que la «revelación» en torno al misterio del mal les viniera a estos judíos sobre todo leyendo el diálogo Timeo de Platón, donde encontraron el mito del Demiurgo. Era este un poder divino, pero inferior de algún modo al Uno y al Bien, y a la vez el responsable de la creación del Universo, tan problemático y tan lleno de maldad. En este ámbito fue donde debió de saltar la chispa de la nueva revelación. Debieron de pensar: si se aceptara la existencia de esta divinidad intermedia, se podía explicar que el Dios supremo, el Uno y el Bien absoluto, situado en una esfera superior a la de ese Demiurgo, queda en gran parte —si no en toda— exonerado de la creación del mundo y de la materia... y, por tanto, libre de la acusación de ser el causante del mal.

 

El siguiente paso en la explicación del origen de la gnosis judía y luego cristiana es suponer que losjudíos helenizados —los que hipotéticamente se sintieron cautivados leyendo a Platón— aplicaron estas y otras ideas platónicas (como la diferencia radical entre el espíritu y la materia; el mundo de lo sensible como una copia, aunque imperfecta del mundo superior, celeste, de las Ideas, lo que supone una cierta correspondencia entre ambos; la inmortalidad del alma y la división de esta en partes, en la que el espíritu o «mente» ocupa el lugar superior, etc.) a la lectura del Génesis, su libro preferido, y a una exégesis de él.

El punto de partida para el nacimiento de una gnosis incipiente pudo ser, pues, el momento en el que talesjudíos marginales creyeron que el mismo texto bíblico confirmaba las tesis de Platón: los primeros capítulos del Génesis (1, 1-2, 3; 2,4 y ss.) presentan la creación de Adán bajo dos versiones distintas, la primera a cargo de Elohim (literalmente «los dioses») y la segunda atribuida a Yahvé (véase tambiénJob 1, en donde aparece la misma dualidad de expresiones), como distinto de Elohim. De aquí estos judíos esotéricos quedaron convencidos de que la revelación divina misma establecía crípticamente una distinción entre una deidad suprema (ultratrascendente, inalcanzable) y el creador fáctico de este mundo perverso. Así pues, el dualismo de «dos poderes en el cielo» —explicitado más tarde como un Dios supremo y un Demiurgo— debió de hallar una de sus justificaciones en las Escrituras sagradas mismas.

 

A este universo ideológico tales judíos hipotéticos añadieron también otras ideas religiosas que circulaban en el ambiente, centradas en  la pugna inevitable entre el Bien y el Mal, y el antagonismo absoluto de ambos ”. Este sincretismo, es decir, mezcla de nociones de otras perspectivas religiosas o filosóficas con las judía, produjo en último término un nuevo cauce de interpretación del mensaje de las Escrituras sagradas deljudaismo.

 

Además, si —a partir de una aceptación de las ideas de Platón— el judío «gnóstico» se hallaba convencido de que todas las realidades del mundo presente son un reflejo de otras entidades superiores, no materiales, él podía efectuar un análisis del mundo en el que vivía y pensar ciertamente que los conceptos y entidades que obtenía correspondían a conceptos y entidades del mundo supraceleste, el verdadero.

 

Por este motivo, cuando eljudío gnóstico especulaba sobre las realidades divinas, las podía describir en comparación con realidades naturales, puesto que estas son sus reflejos. Así, podía concebir, basándose en lo que deduce de lo que ve en el mundo, un sistema ordenado de conceptos que explicara tanto la divinidad y su entorno como el universo intermedio, que se imagina existente entre Dios y los humanos, y finalmente el mundo visible en el que vivía. 

 

 

De hecho, la fabricación de este mundo conceptual que aclara lo que pasa arriba —lo divino— y lo que pasa abajo —el mundo— es parte esencial de la gnosis. Operando así, el gnóstico produce un sistema especulativo articulado, que es una explicación universal

 

+ de la divinidad y de los primeros principios (teología/teodicea), + del origen del mundo (cosmología y astrología),

 

+ de los seres intermedios (pneumatología o angelología),

 

+ del hombre (antropología)

 

+ y del modo cómo este debe salvarse (soteriología),

 

y todo ello gradas a la iluminación de una especial revelación divina. En síntesis: es muy posible que la gnosis occidental se haya podido generar en suelojudío a partir de preocupaciones vitales y religiosas no

 

respondidas adecuadamente por la religión tradicional, a partir del in flujo de la filosofía platónica y de otras concepciones dualistas sobre la perenne lucha del Bien y del Mal, y a partir de otras nociones esotéricas que existían en el mundo grecorromano.

 

Es muy posible, además, que el germen de la gnosis sea anterior a la era cristiana, y que al crecer afectara directamente tanto al judaismo como al paganismo más esotérico (el hermetismo), y sobre todo al cristianismo de los siglos HI y ML

 

Cuando la atmósfera de ideas gnósticas («gnosis») se transforma en un sistema sólido de nociones religiosas dentro del cristianismo, se denomina «gnosticismo». Y es este sistema el que afectó y sacudió violentamente, con sus novedosas y heterodoxas concepciones, a la teología del grupo mayoritario cristiano, sobre todo a partir de mediados del siglo IL

Ideas básicas de la gnosis y del gnosticismo

 

He aquí las principales ideas de este gnosticismo que se desarrolla dentro del seno del cristianismo *:

 

1. Por supuesto, Dios existe y no es necesario probarlo. Este Dios es imposible de conocer en sí mismo en su esencia, y es indefinible si Él no se revela. Es el Uno, Único, la absoluta trascendencia. Solo podemos «caracterizarlo» más bien por sus rasgos negativos: no necesita de nadie; es ilimitado; es más infinito que la perfección más absoluta que podamos imaginar.

 

2. La divinidad no es simple, sino compleja. Su magna paz y soledad no es incompatible con que esta deidad suprema esté de algún modo acompañada de un ser que es como una proyección de sí mismo. Este «ser» (que en el mundo divino recibe la denominación técnica de "eón") se puede denominar su «Pensamiento», también llamado «Silencio». Este Pensamiento es como la proyección de sí mismo, pero a la vez actúa como si fuera su «Pareja». Solo la pareja es lo perfecto, di rán los gnósticos, y esto se deduce por mera observación de lo que pasa acá abajo, en el mundo, donde prácticamente todo actúa por parejas. Luego en la divinidad la pareja existirá en grado excelso.

 

Así, antes de la creación del universo ese Dios, único y trascendente, vivió consigo mismo y con su Pensamiento —su «pareja»— durante infinitos siglos (Dios antes de la creación del mundo).

 

3. En un momento determinado, este Ser trascendente piensa manifestarse y comunicarse hacia el exterior (Dios decide en último término la creación).

 

Los gnósticos sostienen que el Uno, gracias a su unión con su Pensamiento/Silencio, emana un «Dios hacia fuera» o Hijo, que puede proyectarse tanto hacia lo inteligible —el ámbito divino— como hacia lo sensible —lo que después será el universo material.

 

Es digno de señalar cómo de una u otra manera aparece en los sisteméis gnósticos la figura de la Madre o Deidad femenina (el Silencio es femenino en griego: Sigé). Los expertos en historia de las religiones interpretan este hecho como un resto de antiguo politeísmo (divinidad masculina/femenina), luego purificado e intelectualizado. En unos sistemas gnósticos es el Silencio (vocablo que recalca la trascendencia de ese Uno) el que aparece como la compañera del Uno; en otros se le llama Espíritu (que en hebreo también es femenino). De un modo u otro, una especie de trinidad —Padre/Silencio/Hijo— se dibuja en los sistemas gnósticos al hablar de los primeros principios. 

 

 

4. Esta suerte de trinidad emana * o genera otras entidades divinas: su deseo de comunicarse engendra por emanación una serie de «eones» que forman una proyección más completa aún de la divinidad hacia fuera. ¿Por qué genera? Simplemente porque todo lo perfecto tiende tarde o temprano a difundirse. Pero por ley natural lo emanado o generado será siempre algo inferior a sí mismo. En el proceso de emanación se produce una especie de movimiento descendente de calidad. Esta noción es importante, porque explicará al final del proceso emanativo el surgimiento del universo como procedente en último término de la divinidad, pero como algo inferior a ella. 

 

 

Esta proyección de la divinidad hacia fuera de sí misma se llama «Pleroma», Plenitud, o conjunto total de la divinidad, y estos eones van siempre en parejas (¡fuera de la pareja nada es perfecto!).

 

No existe unidad entre los gnósticos a la hora de expresar cómo se constituye este Pleroma. Para algunos, como los setianos de Nag Hammadi, la concepción de este Pleroma no supone en absoluto que las entidades divinas que en él se distinguen tengan una auténtica realidad en sí mismas (es decir, sean auténticas «hipóstasis» subsistentes), sino que son meros modos o disposiciones de la divinidad, maneras de su proyección hacia fuera (otra suerte de modalismo). En este sistema la unicidad del Dios único resulta muy clara.

 

En otros sistemas gnósticos el Pleroma no consiste en disposiciones modales de la divinidad, sino que los seres divinos desarrollados o generados por el Primer Principio son auténticas sustancias o «hipóstasis». En este grupo se defiende también la unicidad divina, pero es más difícil de comprender, como ocurre con la Trinidad de los cristianos ortodoxos ”.

 

Estos seres divinos, o eones, son emanados o generados por la divinidad —denominada Padre, puesto que es el generador, y también Uno, para recalcar que solo hay un Dios único— en dos momentos: 

 

 

1. En el primero tiene lugar la generación, o emanación, propiamente tal;

 

2. En el segundo, y por pura gracia, la divinidad suprema concede el conocimiento de sí mismo a esos eones ya previamente formados.

 

Son dos momentos que se llaman técnicamente: 1. «Formación en cuanto a la naturaleza», y 2. «Formación en cuanto al conocimiento».

 

Los eones del Pleroma son generados por el Uno o Padre normalmente en parejas, pues ya hemos dicho que la pareja es la situación perfecta de cualquier ser vivo ”.

5. Todo lo descrito ocurre antes del tiempo, es decir, antes de que exista el mundo, y es una situación estable.

 

En un «momento» dado ocurrirá un cambio que conducirá en último término a la creación del universo. En un «momento» que no podemos precisar uno de esos entes divinos del Pleroma, al que los gnósticos suelen llamar Sofía o Sabiduría, comete una especie de error: pretende llegar antes de sujusto momento al pleno conocimiento de la Divinidad (es decir, quiere ser «formada en cuanto al conocimiento» no en su debido momento, sino como con prisas), y además sola, sin su consorte (rompe la ley de ser y actuar con su pareja).

 

El deseo de Sabiduría sería recto si se hubiera producido de acuerdo con la voluntad del Padre; pero formulado antes de su justo momento, y sin el concurso de su pareja, deja de ser un deseo recto para convertirse en un error, que los gnósticos no dudan en llamar «lapso» o caída, es decir, un pecado (existencia del pecado desde los orígenes).

 

Al cometer este lapso, Sabiduría queda fuera, en un lugar intermedio, como expulsada automáticamente, del Pleroma divino. 

 

 

Ahora bien, esta lapso, aunque imperfecto, es divino: afecta a una entidad divina, por lo que no puede quedar sin efecto y tendrá sus consecuencias. De ese lapso se generará la materia que llevará a la postre a la creación del universo, del hombre y del mal, que es todo lo que la gnosis trata de explicar. Lo veremos enseguida.

 

Un inciso necesario: en principio parece increíble que un ente divino pueda «pecan>, pero los gnósticos lo creen así. Y con razón, pues sin una suerte de pecado, o lapso, de algo que sea divino es imposible que exista el universo, ya que la materia es una entidad evidentemente 

 

inferior y no puede surgir por sí misma: al ser secundaria y mala, tiene que proceder de alguna manera de algo superior a sí misma, y este algo solo puede ser Dios. De lo contrario, si se generara por sí misma, sería Dios. Mas, por otro lado, solo puede surgir de Dios por una suerte de «pecado» o degradación de lo divino.

 

Por consiguiente: la materia procede de Dios y es a la vez totalmente inferior a El (que es puro espíritu inmaterial). No hay otra solución, aunque ello lleve a pensar que Dios es el causante de lo inferior... que, además, es malo.

 

¿Cómo salir de este callejón sin salida? Gracias de nuevo a la revelación

 

divina que aclara lo que acabamos de apuntar: aunque el universo, la materia, tengan su origen en Dios, esto solo ocurre indirectamente y por una suerte de «fallo» o «pecado» dentro de la divinidad misma. Este misterioso lapso es también necesario en el sistema de la gnosis porque tiene en ella una doble dimensión: teológica y cosmológica: 

 

A) Teológicamente, representa el pecado por excelencia, el paradigma

 

de todo pecado, que exigirá la presencia de un Salvador. Como la Sabiduría

 

ha quedado fuera del Pleroma, como dijimos, y necesita ser rescatada, se inicia un proceso de salvación, en realidad querido o permitido por el Padre. Este mismo proceso de salvación tendrá lugar más tarde en este mundo, cuando el ser humano peque al igual que «pecó» Sabiduría. B) Cosmológicamente, ese «pecado» o lapso de la Sabiduría significará el principio de la materia, del universo todo. En efecto, de la pasión, pecado o lapso de la Sabiduría caída fuera del Pleroma surgirá una especie de sustancia informe y espesa. Esta es la materia primordial, y de ella irá brotando, escalonadamente, todo el universo material en un proceso por partes que consideraremos a continuación.

 

6. Volvamos, pues, hacia atrás, tras este inciso, al momento en el que Sabiduría ha pecado y concentrémonos de nuevo en este escenario. La «caída» tiene dos resultados. El primero es que Sabiduría resulta expulsada del Pleroma: queda fuera de él, como se ha dicho en el apartado 5. El segundo es lo que acabamos de mencionar en el inciso B: la creación de una sustancia espesa e informe, la materia primordial, que no tiene formas aún

 

Una vez fuera del Pleroma, Sabiduría cae en la cuenta de lo que ha hecho y se arrepiente. Entonces el Pleroma decide salvarla. Sabiduría es redimida por el Pleroma al enviar este una de sus entidades divinas a rescatarla de su pecado. Este eón se llama Sahador. véase lo dicho antes en el inciso A).

 

7. El mito precisa que:

 

+ De la pena y llanto de Sabiduría por haber pecado surge la materia primordial mencionada anteriormente;

 

+ Del arrepentimiento y conversión de Sabiduría surge una entidad superior a la materia: el Demiurgo””. Inmediatamente explicaremos cómo este Demiurgo manipula la materia primordial y hace surgir el universo visible.  

 

 

8. Como decimos, la materia, aún informe, creada por Sabiduría no es todavía el universo, pues le faltan las formas. Y es el Demiurgo el encargado de imprimirle esas formas. De aquí se deduce que ni siquiera Sabiduría crea directamente el universo, sino por medio de una entidad, divina ciertamente, pero inferior, generada por ella.

 

Este personaje, el Demiurgo, es descrito de diversas maneras por los gnósticos. Pero en todos los sistemas es un ser divino, un dios inferior, que ignora que por encima de él se halla el verdadero y trascendente Dios, el Uno.

 

A partir de la materia generada por su madre Sabiduría, y tomando como modelo las formas de las cosas que existen en la divinidad (¡las ideas platónicas!), este Demiurgo crea el universo. A pesar de ser el Creador, en unos grupos gnósticos el Demiurgo es un ser malo y perverso; en otros, simplemente necio por no saber que hay un Dios superior a él, el Uno o Padre trascendente; en todos los grupos gnósticos, este Demiurgo es Yahvé, el dios del Antiguo Testamento, a quien los judíos creen equivocadamente dios supremo, por haber creado el universo. En todos también el Demiurgo es un producto de Sabiduría,  y es un ser divino inferior pero que tiene dentro de sí una «chispa» o centella divina que procede de la sustancia de su madre.

 

La función del Demiurgo en el gnosticismo es hacer de eslabón en la escala descendente de los seres entre el Dios trascendente con su Pleroma y la materia corporal o sensible tal como la vemos en el universo. En el medio se halla Sabiduría. El Uno o Padre es supertrascendente: no puede implicarse de modo directo en crear el universo. Queda así exonerado de algún modo de la creación de algo material, y por tanto imperfecto y malo.

 

9. La gradación de los seres según la gnosis queda, pues, así: el Uno/Bien, Padre trascendente Pleroma que contiene a Sabiduría Lapso o caída de Sabiduría -»- Creación de la materia primordial y del Demiurgo. El Demiurgo plasma el universo concreto utilizando la materia primordial originada por su Madre y con las formas o «ideas» que toma del Pleroma.

 

De este modo, el universo/la materia procede de Dios, pero Este no interviene directamente en la creación del mundo.  

 

Tenemos, pues, agul un mito cosmogónico. Con él la gnosis consigue explicar varias cosas: el Universo es creado en último término por Dios, pero por una especie de «error» de uno de sus modos o «eones». Además, no lo crea la divinidad directamente, sino sus intermediarios. Esto supone que la gnosis niega la fe del Antiguo Testamento en la creación. Pero así se salva la absoluta trascendencia divina y se explica la dualidad insalvable entre Dios y la materia. Esta es el último escalón, lo más degradado del ser y, en el fondo, es inconciliable con la divinidad.

 

10. En este momento —con el acto de la creación— tenemos en juego la existencia de tres sustancias que luego desempeñarán un papel muy importante en la «soteriología» o doctrina de la salvación de la gnosis:

 

A) Existe la sustancia espiritual, «pneumática» o divina. Esta se halla propiamente solo dentro del Pleroma y por tanto en Sabiduría, y fuera del Pleroma en el Demiurgo, que tiene dentro una «chispa divina» procedente de su Madre. Más tarde, como veremos, el Demiurgo 

quedará vacío de esta sustancia/chispa que pasa al «espíritu» o parte superior del ser humano.

 

B) En segundo lugar tenemos la sustancia «psíquica»; esta será engendrada por el Demiurgo. La sustancia «psíquica» es propia de algunos ámbitos de la materia, por ejemplo, el principio vital, o alma del hombre, lo que le permite moverse.

 

C) En tercer lugar tenemos la sustancia puramente «material», representada por la materia toda del cosmos, los animales y el cuerpo del hombre, creados todos por el Demiurgo a partir de la materia inteligible, que le proporciona su madre Sabiduría.

 

11. AI mito de la creación que intenta explicar la procedencia del universo en último término de Dios y —a la vez— la dualidad o abismo insalvable entre Dios y la materia, sigue un segundo mito, el de la creación del hombre.

 

Esta creación es efectuada por el Demiurgo asistido por una serie de ángeles ayudantes, creados previamente por él y que se hallan a cargo del sistema de los planetas. Todos juntos, ángeles y Demiurgo, para completar el universo materia], forman al primer ser humano, Adán, a imagen del Dios supremo, y a semejanza del dios secundario, o Demiurgo (capítulo 1 del Génesis). 

 

Pero esta «imagen y semejanza», una vez creada, yacía casi sin vida, o serpenteaba por la tierra sin poder alzarse, ya que los ángeles ayudantes del Demiurgo no eran capaces de dotarle del hálito vital completo. Solo le habían insuflado el soplo vital intermedio, el «psíquico», que le permitía moverse, pero le faltaba el «espíritu».

 

Sabiduría, apiadada del serpenteo de Adán, quiso dotar a esa «imagen de Dios» del elemento superior que es el espíritu divino, que a través de Ella se retrotrae hasta el mismo Uno o Padre trascendente. Para lograrlo se valió de una artimaña: hizo que el Demiurgo mismo insuflara su hálito en esta imagen divina. Al hacerlo, el Demiurgo le transmitió sin saberlo el espíritu divino, que él tenía oculto dentro de sí, recibido de su madre, Sabiduría. Y, naturalmente, al insuflar, queda el Demiurgo a su vez desprovisto, vaciado de ese espíritu divino.

 

Este proceso deja en claro que el espíritu divino de Adán, así recibido, no tiene su verdadera patria en el mundo material (el universo tal como lo vemos), ni por supuesto en el cuerpo, sino allí de donde pro cede: de Sabiduría, del Pleroma, del Cielo, del Uno o Padre en último término. En algún momento tendrá que volver allí.

 

12. Con ello tenemos también los fundamentos de la redención futura. El Salvador, en algún momento, tendrá que rescatar al espíritu del hombre, encerrado en el cuerpo, y conducirlo al Cielo/Pleroma, que es su verdadera patria. Esto es absolutamente necesario, pues sabemos que por la creación demiúrgica del ser humano el «espíritu» es imagen de Dios; el alma y el cuerpo son solo semejanza.

 

Según la mayoría de los sistemas gnósticos, el Demiurgo y sus ángeles quedan envidiosos del hombre porque, aunque ha sido creado a través suyo, existe a «imagen» del Dios supremo y posee una parte del espíritu divino que ellos no tienen. Ellos solo le dieron la «semejanza». Por este motivo, el Demiurgo será enemigo acérrimo de todo hombre que tenga «espíritu», y hará todo lo posible porque su salvación no prospere. Por ello, se opondrá también al Salvador cuando descienda del cielo para salvar al espíritu.  

 

 

13. El Demiurgo intenta hacer que ese espíritu, «chispa» o «centella» divina —que tiene el ser humano— no les toque en herencia a todos los seres humanos futuros, o bien que se vaya difuminando entre muchos poseedores y quede definitivamente encerrado en la materia y, en consecuencia, que no aspire a volver al cielojunto al Padre trascendente. Para lograr este propósito, el Demiurgo crea a Eva (sigue la exégesis gnóstica del Génesis) y con ella el deseo sexual y la procreación.

 

La humanidad se irá multiplicando, se irán creando con el tiempo más hombres que tienen esa «centella», o «espíritu», cada vez más disminuida, más pequeña, prisionera de la materia, dentro del cuerpo. La mayoría de los humanos se irá olvidando, adormecidos por la materia que los rodea, de que portan en sí esa «chispa divina», el «espíritu». La ignorancia de que su espíritu es igual al de Dios, de la unidad sustancial del espíritu humano con lo divino, hace que el hombre completo quede preso de lo inferior, de lo material.

 

14. Pero la humanidad no es toda exactamente igual: entre los hombres que se van creando por generación carnal se producen tres clases, o tres «razas», que corresponden a las tres sustancias que explicamos en el apartado  A) Hay una clase de hombres puramente material, los llamados «hilicos» (1yle, en griego significa «materia»), que no recibe ninguna insuflación del Demiurgo, y por ello ninguna parte de esa chispa divina.

 

B) Hay una segunda clase, una segunda raza o «pueblo» (exégesis alegórica de la división de la humanidad en pueblos: Gén 10) que absorbe una insuflación a la mitad, es decir, recibe del Demiurgo el hálito de su propia y única sustancia, llamada «psíquica» (del griego psyché, «alma»).

 

C) Y hay, finalmente, una tercera clase que recoge tanto la insuflación psíquica como la pneumática o espiritual.

 

En los textos gnósticos no se explica exactamente el porqué de esta división, pero se supone que se debe a las diferentes clases de hijos de Adán y Eva. Los descendientes de Set son los dotados de espíritu, porque Set fue el hijo fiel de Adán que recibió de él los secretos de la gnosis impartida a su padre, según la tradición esotérica. Igualmente, para algunos gnósticos, los espirituales, como el «traidor» Judas Iscariote, pueden descender de Caín, puesto que se opuso al Demiurgo creador. El resto, psíquicos y carnales son descendientes de otros hijos de Adán —o de Eva cuando fue violentada por los demonios, según algunas tradiciones— que no recibieron la gnosis, o al menos no completa.  

 

15. La división de la humanidad en estas tres clases tendrá su importancia a la hora de la venida del Salvador, encargado de redimir al «espíritu», de igual modo que antes había redimido a Sabiduría de su «pecado». La carne —pura materia— está condenada a volver a la nada. Pero el espíritu del hombre debe ser salvado de la carne y del universo material. De eso se encarga el Salvador enviado por Dios para rescatarlo.

 

Aquí entra enjuego un tercer mito. el de la salvación, o soteriológko. La divinidad al completo, el «Pleroma» se apiada del ser humano. Le da pena que su parte superior, el espíritu, esté aherrojado en el mundo, prisionero del cuerpo y de la materia. Para liberarlo y hacer que el espíritu vuelva a las alturas de donde procede, todo el Pleroma divino envía a la tierra al Salvador.

 

16. Como hemos dicho, este ser divino había actuado ya antes redimiendo a la Sabiduría «pecadora», a la que rescató cuando estaba  expulsada fuera del Pleroma y la reintegró en él. El Salvador, Redentor o Revelador descenderá desde el Pleroma, atravesará las distintas esferas de los cielos que circundan la tierra engañando a los ángeles del Demiurgo que las gobiernan, y llegará a ella con la misión de recordar a los hombres espirituales que tienen dentro de sí una centella divina, que deben sacudirse el letargo producido por la materia y sus afanes, y hacer todo lo posible para retornar al lugar de donde esa chispa espiritual procede.

 

El modo de sacudir su adormecimiento es la revelación de la gnosis, o conocimiento verdadero. Lo que el Salvador hace con su revelación es sacudir al alma de modo que el ser humano empiece a formularse las preguntas sustanciales que indicamos al principio: ¿De dónde vengo? ¿Por qué tengo espíritu? ¿Qué debo hacer para rescatarlo de la materia? 

 

17. La revelación del Salvador da también a los espirituales los medios para responder a esas preguntas. Al recordar a los humanos que su espíritu procede del Pleroma y que a él debe volver, el Revelador logra sacarlas del adormecimiento de la materia y les indica los medios —ascetismo, desprendimiento, etc.— para retornar al Cielo. En una palabra: la misión del Salvador es enseñar al ser humano a liberar su espíritu de las ataduras del mundo.

 

Como el Salvador arranca al hombre espiritual, en último término, del poder del Demiurgo y de sus ángeles, dueños de este mundo, todos estos, irritados, intentarán provocar su muerte. Pero si eso ocurre, esa muerte será solo aparente. Otro ser carnal, que se parece al Salvador, padecerá la muerte, mientras que el verdadero asciende al cielo. Así quedan burlados los poderes de este mundo y terminado el proceso de la redención.

 

18. ¿Y qué ocurre con las otras dos clases de hombres?

 

La primera, la puramente material (los hílicos, asimilada con los paganos), no es capaz de ninguna salvación.

 

La segunda clase, la de los psíquicos, asimilada a los cristianos vulgares afectos a la Iglesia mayoritaria, si prestan atención a los preceptos del Salvador y llevan una vida recta, obtendrán "una salvación intermedia: a su muerte se despojarán de la materia (del cuerpo, que no  resucita) y sus almas ascenderán a un cielo inferior, es decir, a una región superior del universo —separada del Pleroma — y llevarán allí, junto con el Demiurgo y sus ángeles buenos, que al final se convierten, una vida bienaventurada.

 

19. A la tercera clase, a la de los espirituales, les ocurrirá lo siguiente: cuando les llegue la hora de morir, su cuerpo carnal perecerá con la materia; su alma ascenderá junto con el resto de las almas de los hombres psíquicos junto al Demiurgo y será allí feliz también. Mas su parte superior, el espíritu, traspasará el límite del Pleroma y, uniéndose a su contrapartida celeste, es decir, a su espíritu gemelo superior que lo aguarda en el Pleroma, descansará allí, haciéndose uno con la divinidad, a la que entonará himnos de alabanza y gloria por siemprejamás.

 

Y hasta que llegue ese momento, toda la vida del gnóstico consistirá en profundizar en esa sabiduría (gnosis) que ha venido a traer el Salvador. Todo su anhelo radicará en escaparse cuanto antes de esta vestidura carnal y lograr que su parte superior, el espíritu, retorne al Pleroma para gozar allí de descanso y felicidad eternos.

 

Este conjunto de concepciones religiosas del gnosticismo puede reducirse en síntesis a diez principios fundamentales, que pueden formularse así:

1. Existe un Dios Trascendente, al que se puede denominar Uno, Bien, Padre.

 

2. Esta divinidad es «compleja» y se proyecta hacia fuera. Esta proyección constituye el Pleroma o Plenitud de la divinidad.

 

3. Dentro del Pleroma, uno de los eones divinos, denominado normalmente Sabiduría, cae en una suerte de un lapso o pecado.

 

4. Ese lapso da origen a la materia primordial y al Demiurgo, diferentes al mundo del Pleroma, que es todo espíritu.

 

5. El Demiurgo, no el Dios Trascendente, es el que crea directamente el universo y el hombre. Utiliza, por un lado, la materia primordial y, por otro, las formas o ideas de las cosas que contempla en el Pleroma o en el ser de su madre, Sabiduría.

 

6. La parte mejor y más auténtica del ser humano es el espíritu. Este es como una centella o chispa divina porque procede del Dios 

 

 

Trascendente a través de Sabiduría y de la insuflación del Demiurgo. Su patria está en el cielo.

 

7. Esa chispa divina está encarcelada en la materia, es decir, en el cuerpo del hombre y en este mundo material.

 

8. La chispa divina debe retornar a donde procede. Esta vuelta constituye la salvación.

 

9. Un ser divino, denominado Redentor, Salvador o Revelador, desciende del Pleroma; con su revelación recuerda al hombre que posee esa centella; lo ilumina y lo instruye sobre el modo de hacerla retornar al ámbito del que procede.

 

10. La materia y el espíritu, el mundo de arriba y abajo son inconciliables. El que recibe la revelación y pretende salvarse debe rechazar todo lo material y corporal por medio de la ascesis.

 

A lo largo del desarrollo del gnosticismo se generan diversas escuelas, que suelen recibir el nombre del maestro gnóstico que fue su primer difusor, o bien del personaje del Antiguo Testamento al que consideran su guía o revelador: valentinianos, basilidianos, setianos, cainitas, ofitas o veneradores de la Serpiente, etcétera. 

 

Aunque las diferencias de pensamiento de estas escuelas pueden ser notables para los especialistas, el esquema básico religioso es el mismo, que ya hemos expuesto, por lo que no merece la pena detenerse en ellas, salvo especialmente en tres.

 

Veamos algunos ejemplos de cómo estas ideas se traducen en la práctica de los cristianismos gnósticos de los siglos II y IIL, representados sobre todo por los documentos encontrados en Nag Hammadi (Biblioteca copto-gnóstica) y otros escritos muy afines como el Evangelio de María y el Evangelio de Judas:

 

» El Evangelio de Tomás presenta ajesús como encarnación de la Sabiduría de Dios, pero no hace insistencia alguna en la muerte de Jesús en la cruz. No parece que el autor considerara que esta muerte era un sacrificio por la salvación de los pecados de la humanidad. La redención se consigue gracias a prestar atención y creer en el mensaje de Jesús Revelador/Sabiduría.

 

» El Evangelio dejudas no acepta tampoco el valor del sacrificio de la cruz de Cristo, ni el de los sacramentos, como la eucaristía y el bautismo: presenta incluso ajesús riéndose de sus propios discípulos que creen en la eficacia de estos ritos. La jerarquía de la Iglesia como sucesora de los apóstoles no tiene para el autor valor ninguno. Los seguidores de Jesús, salvo Judas, no lo entendieron, así que mal podían transmitir una doctrina sana, procedente de su Maestro. Solo unos pocos, y raros, simbolizados por Judas, son capaces de comprender la verdadera enseñanza del Revelador.

 

Doctrinas parecidas defienden los autores del Apocalipsis de Pedro y del Testimonio de la Verdad, pues se oponen radicalmente a laidea de que Dios Padre precise del sufrimiento y de la muerte de Jesús para salvar a los seres humanos. Lo que lleva a los hombres a la salvación es la enseñanza iluminadora de Jesús. Aceptada esta se llega a la madurez espiritual, y al final de la existencia terrena, el espíritu del hombre asciende sin más hasta el cielo o Pleroma.

  + El gnóstico Valentín, probable autor del Evangelio de la Verdad, afirma que Jesús trae la salvación a la tierra como maestro verdadero del auténtico conocimiento de Dios, lo único que vale para superar el mal y el sufrimiento en el mundo causados por un desconocimiento de cómo es la Divinidad. El sacrificio de la cruz no fue otra cosa que una extraña y especialísima ocasión para revelar el verdadero evangelio (el autor de los Hechos apócri-

 

fos de Juan piensa lo mismo): Jesús no sufrió en verdad, sino que proclamó la enseñanza de cómo es el Padre, de cómo el espiritual ha de unirse a Él por medio de las enseñanzas de Jesús, eliminando la ignorancia, la deficiencia y el error.

 

Toda la vida y acciones del Salvador han de interpretarse simbólicamente en este sentido. Jesús es el enviado celeste que desciende del Pleroma, revela y asciende de nuevo al lugar de donde procede. El espíritu del ser humano, que gracias a esta revelación ha aprendido que es consustancial con Dios, no ha de pensar que se salva por creer en la eficacia de la cruz, sino por salir de su estado de alienación en este mundo, por la liberación de los lazos de la materia —el cuerpo— y por dejar que el espíritu, incluso ya en esta tierra, se una libremente a Dios. 

 

HI. GRUPOS GNÓSTICOS ESPECIALES O AFINES AL GNOSTICISMO

 

1. Los simonianos

 

Tratamos de estos personajes porque, según los «heresiólogos» —los Padres de la Iglesia mayoritaria o Gran Iglesia, que dedicaron sus obras a refutar las herejías (véase capítulo 8)—, fue Simón el Mago el padre de todas las heterodoxias en el seno del cristianismo. Sus seguidores se denominaron simonianos.

 

El texto inicial y clave sobre Simón se halla en los Hechos de los Apóstoles, 8, 9-24:

Había en la ciudad un hombre llamado Simón, que desde tiempo atrás ejercía la magia y traía maravillada a la gente de Samaría. Decía que él era un gran personaje. Todos le hacían caso, grandes y pequeños, pues decían: «Este es la potencia de Dios llamada grande». Le hacían caso porque durante bastante tiempo los había estado embaucando con sus artes mágicas. Pero cuando creyeron a Felipe que los evangelizaba acerca del reino de Dios y del nombre de Jesucristo, se bautizaron hombres y mujeres. El mismo Simón creyó y una vez bautizado no cesaba de acompañar a Felipe, y cuando veía señales y grandes prodigios que sucedían se maravillaba.

 

Viendo Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se otorgaba el Espíritu Santo, les ofreció dinero diciendo: «Dadme a mí también ese poder, de modo que aquel al que imponga yo las manos reciba el Espíritu Santo». Pedro le contestó: «Que tu dinero vaya contigo a la perdición porque intentaste comprar con dinero el don de Dios. No tienes arte ni parte en este asunto, ya que tu corazón no es recto a los ojos de Dios. Arrepiéntete, pues, de tu maldad y ruega al Señor a ver si se aparta de ti esa idea de tu corazón, puesto que te veo destinado a la hiél amarga y a las cadenas de los inicuos». Simón respondió: «Rogad al Señor por mí a fin de que no me suceda nada de lo que habéis dicho». 

 

 

En este texto Lucas intenta rebajar la importancia teológica de un cierto personaje samaritano, Simón, que competía religiosamente con los primeros misioneros cristianos helenistas, situándolo por debajo de la figura de Jesús y de sus seguidores. El núcleo histórico del texto es probablemente el siguiente: Simón fue un taumaturgo (hacedor de milagros), como otros de su época, a los que los cristianos denigran como «mago». Algunas gentes, sin embargo, lo creyeron enviado de Dios o  encarnación de la divinidad («Fuerza de Dios»), lo que naturalmente hacía la competencia a la figura de Jesús.

 

Más tarde, probablemente ya bien entrado el siglo IL los cristianos de la Iglesia mayoritaria hubieron de enfrentarse a los seguidores de este Simón, los simonianos”*, que eran judíos samaritanos probablemente independientes ideológicamente del cristianismo, pero que debían de ejercer en ciertos cristianos una notable influencia, tanto como para ser considerados peligrosos. Al parecer, fue tan notable el influjo y tan duro el encontronazo con los cristianos, que estos vieron en Simón al causante de todas las herejías, en concreto de las gnósticas, y difundieron la idea que Simón era el primer gnóstico y padre de los demás.

 

La doctrina de los simonianos en el siglo II es muy parecida a lo que hemos considerado ya como gnosticismo, y puede sintetizarse así, siguiendo a Ireneo de Lyon: Simón fue tenido como la representación del Dios supremo, su «Fuerza» o «Potencia». Al igual que Este tenía su Pensamiento (femenino), también Simón tuvo el suyo, que se mantuvo a su lado mientras deambuló en carne mortal. Este Pensamiento se había «encarnado» en una mujer, llamada Helena, que Simón había rescatado de un prostíbulo.

Simbólicamente, este hecho significaba que Helena era la encarnación de Sabiduría, la que —como sabemos— con su «lapsus» había originado el universo. Helena había caído en poder de los ángeles (malos = la materia) y había acabado por la presión de estos como una mujer hundida en la materia, como una prostituta. En una de sus múltiples reencarnaciones Sabiduría fue Helena de Troya, causante de la guerra que describió Homero. Finalmente, en otra reencarnación, esta Helena fue liberada por Simón.

 

Helena es símbolo también del alma, que cae en las redes de la materia, y Simón es también el Redentor gnóstico que la salva. En efecto, Simón había descendido desde las alturas como redentor y había engañado a las potencias celestes malvadas —los ángeles del Demiurgo—, muriendo también aparentemente en la cruz.

Según Ireneo de Lyon, Simón y Helena fueron efectivamente adorados como dioses por sus seguidores.

 

Al igual que los marcionitas, los simonianos no eran nada afectos al dios creador del Antiguo Testamento. Afirma Ireneo de Lyon, en su Refutación de las herejías, I, 23, 1 y ss., que «Los profetas pronunciaron sus profecías inspirados por los ángeles creadores del mundo; por esto los que han puesto su esperanza en Simón y en su Helena no se preocupan ya más de los profetas y, a fuer de libres, hacen lo que quieren. Los hombres se salvan por la gracia de Simón, no por mérito de sus buenas obras, ya que no se dan acciones justas por naturaleza, sino solo por convención. Así lo establecieron los ángeles que hicieron el mundo, que esclavizaron a los hombres por medio de aquellos preceptos. Por lo cual, Simón prometió que el mundo sería destruido y que los suyos serían liberados del dominio de los que lo crearon». 

 

2. El bardesianismo

 

El segundo grupo a considerar es el «bardesianismo», que lleva el nombre de un maestro gnóstico, o mejor, afín al gnosticismo, del siglo n llamado Bardesanes (Bar [hijo de] Daisán). Esta escuela es importante porque los investigadores ven en ella un antecedente inmediato del maniqueísmo. Este «filósofo arameo», como se le llamaba, muy influido también por la teosofía egipcia hermética, vivó mucho tiempo en la corte del rey Abgar IX de Edesa (179-216), descendiente de otro rey del mismo nombre del que la tradición dice —legendariamente— que se carteó con el mismísimo Jesús. Bardesanes huyó de los romanos, que se apoderaron de Edesa, y murió probablemente en Armenia, o en Siria, hacia el 222,

 

Conocemos los rasgos generales del pensamiento de Bardesanes —afín aunque no igual al sistema de los valentinianos— por los tratados de los heresiólogos Hipólito, Eusebio de Cesarea y Epifanio, y por un diálogo sobre el hado y la libertad compuesto por uno de sus discípulos, denominado «El destino» o «Leyes de los países». El lector debe tener in menie lo que hemos dicho de la gnosis en general para entender lo que sigue.

 

Según Bardesanes, en los orígenes existían dos Principios: Dios y la Materia (la Oscuridad/Tinieblas). Entre ellos existían cuatro elementos primordiales: luz, aire, fuego y agua, que de algún modo están ge nerados por los dos Principios. Estos elementos, empujados por un terrible designio del Destino, se unieron a las Tinieblas y crearon el universo. Este, por tanto, está compuesto de ciertos elementos elevados (los cuatro primordiales, pero que son «psíquicos», no espirituales) y otros inferiores (materiales). Sobre él se cierne el mundo puramente espiritual y divino. Solo el Logos/Pensamiento, la potencia del Principio Dios, puede poner orden en este mundo inferior y evitar que todo el universo se suma en la ruina. El Logos no permite el caos de la materia, como se ve en el universo, lo que significa una primera sabación.

 

El ser humano forma parte de este mundo. Su cuerpo, material, es un impedimento para que el alma, que procede por emanación del Principio Bueno, alcance la salvación. La caída del primer humano, Adán, por obra del principio de las Tinieblas, hace que el hombre tienda hacia lo inferior y no pueda alcanzar la salvación.

 

Pero el Logos desea salvarlo, por lo que se encarna en Cristo, cuyo cuerpo es solo aparente (docetismo). Por medio del conocimiento, el Cristo revelador enseña los medios para que el alma pueda unirse a lo divinidad en la «cámara nupcial», el ámbito celeste, tras la muerte. Como los seres humanos no están sujetos fatalmente al poder de los astros y la materia en general, tienen libre albedrío, de modo que pueden escuchar las palabras del Revelador y salvarse. 

 

Esta acción reveladora del Logos es la segunda sabación. Pero los cuerpos, materiales, no podrán salvarse, es decir, no habrá resurrección.

 

3. Fibionitasy libertinos

 

El tercer grupo, el de los gnósticos «libertinos», merece una cierta consideración por lo excepcional dentro del panorama tan fuertemente ascético de los siglos HI y MI (como veremos en el capítulo siguiente). Aquí la fuente principal es Epifanio de Salamina (hacia el 380), aunque ya antes Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea se habían encargado de propalar que los herejes gnósticos llevaban una vida corrupta.

 

Según Ireneo, Refutación, 1, 6, 3-4, los valentinianos afirmaban que al ser «espirituales» estaban ya redimidos y podían hacer con su cuerpo lo que quisieran. La carne, las «cosas del cuerpo», no afectaban a su espíritu, ya salvado. Por ello, podían «entregarse a fondo a los placeres de la carne, "dando lo carnal a lo carnal y lo espiritual a lo espiritual"».  

 

 

Según Ireneo, había gnósticos en su tiempo que «ocultamente corrompían a las mujeres...; otros quitaban desvergonzadamente a sus maridos las mujeres que amaban...; los había que al comienzo se comportaban como es debido, fingiendo cohabitar castamente con mujeres hermanas, pero el tiempo se encargaba de denunciarlos, pues el hermano dejaba encinta a la hermana». De unos gnósticos, llamados carpocratianos, potque el fundador de su grupo se llamaba Carpócrates, sostiene Ireneo que llevaban una vida lujuriosa y que ejecutaban todo tipo de acciones, ya que para evitar la reencarnación, en la que creían firmemente, debían practicar todo tipo de acciones, hasta las más impías (1, 25, 4).

 

Del gnóstico Marcos, un individuo alto y apuesto, sostenía el mismo Padre de la Iglesia, en Refutación, L, 13,1-5, que se dedicaba sobre todo a «predicar a las mujeres, en especial a las encopetadas, elegantes y ricas. Intentaba seducirlas, embaucándolas con palabras semejantes a estas: "Quiero que participes de mi gracia. El lugar de la Grandeza está en nosotros; es preciso que seamos uno. Recibe ante todo de mí y por mí la gracia. Adórnate como esposa que aguarda a su esposo, a fin de que seas lo que yo soy, y yo sea lo que tú eres. Recibe en tu tálamo la semilla de la luz. Toma en mí al esposo, ábrete a él y entrarás en él. Mirarla gracia ha descendido sobre ti, abre la boca y profetiza"  

 

 

La mayoría de las veces, continúa Ireneo, «la mujer engañada por estas palabras y excitada ante la expectativa de profetizar, con el corazón palpitante, se atrevía a decir lo primero que le venía a las mientes, como caldeada internamente por un espíritu. Luego se consideraba en adelante profetisa y daba gracias a Marcos que le había transmitido la gracia divina». Según el obispo de Lyon, muchas intentaban pagárselo no solo con sus bienes —gracias a lo cual había amontonado considerables riquezas—, sino con su cuerpo. Mediante la realización del acto amoroso deseaban unirse completamente a él, Marcos, para alcanzar la fusión con el Uno.

 

Pero el caso más curioso entre los libertinos es el de los fibionitas, quienes, según Epifanio de Salamis””, celebraban actos litúrgicos, considerados una eucaristía en común, llenos de episodios sexuales. Reunidos todos en un local, se unían indiscriminadamente, hombres y mujeres, casados o solteros, sin llegar en ningún caso a una eyaculación normal. Luego, tomaban el semen con las manos y lo ingerían afir mando que «Era el cuerpo de Cristo». Igualmente, y si era posible, ingerían sangre menstrual afirmando que era «La sangre de Cristo». Otros practicaban una suerte de masturbación sagrada, con lo que la ingestión del «cuerpo de Cristo» podía hacerse en privado.

 

Los fibionitas —siempre según Epifanio—Justificaban estas orgías por razones teológicas. La primera era que en cada unión carnal se prefiguraba el ascenso del alma al trono de Dios a través de los cielos intermedios regidos y guardados por los ángeles del Demiurgo. Era doctrina común entre los gnósticos que para atravesar cada uno de estos cielos y llegar al Pleroma había que engañar a los ángeles o bien pagarles un cierto peaje. Esto último era lo que preferían los fibionitas, pues pensaban que cada vez que se consumaba la unión sexual se pagaba este peaje: se pronunciaba el nombre de uno de esos ángeles que, ofuscado, dejaba el paso libre hasta el siguiente cielo. Y así una y otra vez, pues los cielos eran trescientos sesenta y cinco.

 

Igualmente, los fibionitas argumentaban que la mujer no debía quedarse embarazada con la unión sexual litúrgica, pues eso significaba que se cooperaba con el dios creador, el Demiurgo. Al generar un nuevo ser humano, se creaba una cárcel material para el «espíritu» (recordemos que este es consustancial con el Pleroma ya que procede de Sabiduría), que a su vez debía ser liberado..., con todo lo que ello costaba. Lo mejor era que la generación de seres humanos se detuviera de una vez; por ello no practicaban una eyaculación normal. 

 

Los estudiosos están divididos sobre estas noticias de Epifanio. Hay muchos que opinan que el Padre del la Iglesia está transmitiendo hechos verdaderos; otros sostienen, por el contrario, que toda esta historia es una exageración calumniosa por parte de Epifanio, o bien un puro invento para denigrar a los herejes gnósticos. Como solo conocemos esta historia por una única fuente, el Pamrion de Epifanio, nunca podremos llegar a establecer la verdad entre las dos opiniones.

 

El aparente final del gnosticismo

 

El gnosticismo duró floreciente unos dos siglos. Su final, como presencia inquietante dentro de la Gran Iglesia, es un misterio. Da la impresión como si los gnósticos se hubiesen ido desvaneciendo poco a poco tras los ataques recibidos de varios frentes. Uno, el neoplatonismo: Plotíno y su escuela atacaron duramente a los gnósticos cristianos como malos y endebles filósofos, e intentaron convincentemente, al parecer, mantener la especulación sobre los primeros principios, sobre el universo, el ser humano y sus relaciones con el Bien y el Uno dentro de los límites de la filosofía griega, sin contacto especial con la «superstición» judeocristiana que —según él— degradaba la filosofía. Cuando pasado un tiempo el Imperio se hizo cristiano tras Constantino, entre las clases cultas, en Occidente y Oriente, se aceptó al platonismo medio como sistema filosófico más acomodado al cristianismo. Entonces, la gnosis volvió a ser atacada por la misma razón: alos ojos de los sabios, los gnósticos aparecían como los cultivadores de una filosofía semiplatónica degradada, mítica, pobre y un tanto embrutecida.

 

El segundo frente procedía de las gentes menos cultivadas. A los ojos de estas personas, toda filosofía pagana quedaba trasnochada y sin sentido después del triunfo del cristianismo. Los sistemas gnósticos aparecían entonces a la faz de los poco cultos como concepciones «demasiado filosóficas», «complicadas» y «abstrusas» ante la lisura y llaneza de la «sana y recta doctrina».

 

Un tercer frente era que el gnosticismo no encajaba en absoluto dentro de una atmósfera religiosa, la de la era posconstantiniana, que creía en una religión universal y única para todo el Imperio. El gnosticismo aparecía como una religión solo para unos pocos, una élite aristocrática en lo espiritual; no era una religión para todo el pueblo.

 

La conjunción de esta triple causa pudo acabar en unos doscientos  o trescientos años con una de las interpretaciones, o apropiaciones, más curiosas y consistentes de ciertos principios generales de la filosofía platónica popularizada y, por otro, del legado judío y cristiano. Los gnósticos cristianos pensaron, en efecto, que eljudío Jesús de Nazaret había sido la última encarnación en la historia del Salvador gnóstico.

 

El espíritu del gnosticismo no muere del todo, ni mucho menos, en la subsiguiente historia de la Iglesia. Lo veremos renacer enseguida con el maniqueísmo del siglo Ml y muchas de las ideas de la gnosis alcanzarán hasta los siglos x1-x1v con el catarismo y sus precedentes.

 

 

  Más si en alguna Figura podemos dibujar el rostro de la oveja está es la de la Magdalena  

 

Diversos textos apócrifos, que representan, como sabemos ya, un cristianismo gnóstico, esotérico y a veces místico, enfatizan la sabiduría de la Magdalena, en ocasiones junto con otras mujeres. En el denominado Diálogo del Salvador, aparece María mencionada doce veces como interlocutora de Jesús, formulándole preguntas diversas. La más interesante es la cuestión 60: «Dime, Señor, ¿para qué he venido a este lugar?... Dijo el Señor: Tú manifiestas la abundancia del Revelador» '%. La respuesta es enigmática, pero se refiere sin duda a la excelencia de la discípula perfecta, María, que todo lo entiende bien, y que se encarga de transmitir la doctrina. El Primer Apocalipsis de Santiago la presenta también como discípula gnóstica de Jesúsjunto con otras cua tro mujeres 197 El Segundo Apocalipsis de Santiago dice al principio que la revelación de Jesús a su hermano fue «puesta por escrito por Mareim», es decir Mariamme = María Magdalena '*. En el Evangelio de María, Pedro tiene que reconocer que ella «conoce ciertas palabras del Salvador que nosotros no hemos oído» '”, es decir, María posee una sabiduría gnóstica superior a los varones.

 

En el tratado gnóstico titulado Pistis Sophia, en el que el autor cuenta cómo Jesús se pasa doce años tras su resurrección adoctrinando a sus discípulos, se formulan al Revelador 46 preguntas, de las cuales 39 están planteadas por la Magdalena. Esta proporción da idea de que María está al mismo nivel de sabiduría gnóstica, o superior, que los otros apóstoles. En otra obra, la Sabiduría de Jesucristo, se afirma que solo los Doce apóstoles y siete mujeres (sin mencionar los nombres) seguían a Jesucristo tras su muerte. Desde Jerusalén se retiran a Galilea y allí se les aparece el Salvador como el Gran Espíritu Invisible, bajo la forma de una gran luz. Más tarde, en el texto aparece hablando María Magdalena, con lo que sabemos que era una de las siete. De nuevo, y al mismo nivel que los apóstoles Mateo, Felipe y Bartolomé, María formula dos preguntas técnicas aJesús!'” y recibe respuesta del Maestro. 

 

Así pues, encontramos una vez más la misma relación Maestro/Revelador gnóstico-distípula perfecta.

 

De todos estos textos, sobre todo del Evangelio de María, puede entresacarse una enseñanza común respecto a la independencia de las mujeres en la Iglesia: estas tienen tanto derecho como los varones a enseñar dentro de la comunidad. La capacidad de predicar el evangelio no depende de cuestiones de sexo, sino de lealtad a Jesús, de la atención atenta a sus doctrinas, y de la capacidad de recibir de El revelaciones especiales. La jerarquía basada en la sucesión de los apóstoles, es decir, la de la mera proximidad física a Jesús, no vale para mucho, sino la madurez y el desarrollo espiritual. Lo que importa es el verdadero discipulado, y de este no están excluidas ni mucho menos las mujeres, sino todo lo contrario. Las revelaciones privadas, pero ciertas y contrastadas, de Jesús, pueden tener —para interpretar la verdadera doctrina cristiana— una validez superior a la de la autoridad jerárquica de una Iglesia controlada por varones. La identidad de los cristianos no se ve afectada por condicionantes de sexo o de las funciones normalmente atribuidas a las mujeres. El fundamento del ejercicio legítimo de la autoridad eclesial, representada en el derecho a enseñar, procede de la comprensión espiritual e incluso de la experiencia profética del Espíritu, no de una mera sucesión externa manifestada en una cadena de varones que afirman su continuidad respecto a los primeros discípulos de Jesús. 

 

Las mujeres representadas por María Magdalena se unían así al notable número de féminas que en el cristianismo paulino de los primeros momentos ejercieron una notable función en el gobierno de las primitivas comunidades cristianas, como lo demuestra el notable número de saludos de Pablo en sus epístolas a mujeres notables de las comunidades a las que dirige sus cartas.

 

Naturalmente, estas ideas iban ya en contra del cristianismo general de los siglos II y rri, notablemente patriarcalista, representado por la corriente mayoritaria de los fieles seguidores de la Gran Iglesia firmemente apegados a la idea de una sucesión apostólica por parte de solo varones.

 

Hay dos Evangelios gnósticos que además de este aspecto del discipulado destacan un especial afecto de Jesús por María Magdalena y que destacan su figura. 

 

 

El primero es el ya aludido Evangelio de María. El autor es desconocido, pero desde luego no es María Magdalena. El autor la denomina siempre por su nombre, María, sin más apelativo. Los estudiosos datan este escrito, por su contenido, entre el 150-200 d. de C. En el texto María consuela a los discípulos que sienten la ausencia de Jesús. Entonces Pedro confiesa que el Salvador «la ama más que las demás mujeres» y que ha sido agraciada con conocimientos que los demás ignoran ”'. Luego le pide que transmita lo que ella sabe. María refiere a renglón seguido una visión otorgada a ella por el Salvador y comunica a los apóstoles las enseñanzas secretas, a saber, sobre cómo las almas ascienden al cielo. Al concluir, Pedro se enfada con María y le dice duramente: «¿Ha hablado Jesús con una mujer sin que nosotros lo sepamos?. .. ¿Es que la ha preferido a nosotros? Entonces María se echó a llorar... Pero Leví habló y dijo a Pedro: "Siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Es cierto que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros"»

 

Parece claro por el contexto que el verbo «la amó» no tiene connotación erótica alguna. Jesús la ama porque la «conoce», porque ella acepta su revelación o «gnosis». María es solo y de nuevo la discípula perfecta, exactamente como lo es Santiago en sus dos Apocalipsis o Tomás en el Evangelio de Tomás.

 

El Evangelio de Felipe es el más explícito en el tema del afecto. El primer pasaje importante es: «Tres mujeres caminaban siempre con el Señor: María, su madre, la hermana de esta y Magdalena, denominada su compañera. Así pues, María es su hermana, y su madre, y es su compañera». El texto es por lo menos ambiguo y de difícil interpretación, y no es conveniente obtener de él conclusiones apresuradas. Los términos copto/griegos empleados por el autor, hotre y koinonós, «compañera/consorte», valen en los textos de Nag Hammadi tanto para designar una unión sexual como una unión espiritual y mística de un gnóstico aún en la tierra con su contrapartida o esposo celeste que le  aguarda en el cielo. Estos vocablos aluden al llamado matrimonio espiritual o «misterio de la cámara nupcial celeste» "*, que se produce cuando el gnóstico recibe la revelación celestial que lo hace salvo y lo traslada a otra esfera.

 

El segundo pasaje parece más claro: «La compañera del [Salvador es] María Magdalena. El [Salvador] la amaba más que a todos los discípulos y la besaba frecuentemente en [...]. Los demás discípulos dijeron: "¿Por qué la amas más que a nosotros?". El Salvador respondió y les dijo: "¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?"» '**.

 

El hueco (señalado por [...]) aparece así en el manuscrito, y se suele suplir con la palabra «boca» o bien con «mejillas» o «frente». Es más verosímil completar la laguna con el vocablo «boca», Jesús besaba en la boca: a María Magdalena, porque tenemos otro texto en Nag Hammadi, en el Segundo Apocalipsis de Santiago, en donde el hermano del Señor afirma que Jesús «Me besó en la boca y me abrazó diciendo: Amado mío, he aquí que voy a revelarte aquellas cosas que los cielos no han conocido, como tampoco los arcontes» claro que estos dos textos presentan un amor de clase especial, en nada erótico, y que el beso en la boca es un signo de un ritual de iniciación especial en la sabiduría revelada. El besado es amado especialmente no por una relación sexual (¡impensable con Santiago!), sino por ser el recipiendiario de una revelación especial. Por tanto, tenemos de nuevo en grado excelso la relación Maestro/discípulo perfecto. Por tanto, el «beso en la boca» de Jesús a María Magdalena solo significa en este Evangelio gnóstico que esta ha sido iniciada en un acto especial que le confiere la sabiduría gnóstica. 

 

 

Si se tomaran estas expresiones al pie de la letra, habría que afirmar que Jesús era bigamo. En efecto, otra autoridad, el Evangelio de Tomás, afirma que Salomé era la consorte de Jesús, no María Magdalena. Salomé dice: «¿Quién eres tú, hombre Jesús), y de quién procedes? Has subido a mi cama y has comido de mi mesa. Jesús le dijo: Yo soy el que procede del Igual. Me ha sido dado de mi Padre. [Salomé dijo]:

 

Yo soy tu discípula»....”. Aquí pocos comentarios son precisos: el significado es claramente simbólico; se comparte cama y mesa espiritual-

 

mente —la unión con el esposo espiritual en la cámara nupcial celeste— por la participación en la doctrina perfecta |”.

 

Los celos que muestran los apóstoles por María Magdalena en estos textos apócrifos apoyan también esta interpretación. Cuando se manifiestan celosos, Jesús les pregunta en el Evangelio de Felipe: «¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?» **'. La pregunta implica la respuesta siguiente: si los Doce se hacen tan buenos discípulos del Salva-

 

dor como la Magdalena, este los amará tanto como a ella. Como se ve,

 

P pb E 119 el contenido erótico está ausente *”.

 

La interpretación de los dos pasajes claves del Evangelio de Felipe respecto a María Magdalena ha de hacerse a la luz de un contraste con Me 3, 35 y Mt 12, 50 lo «¿Si Me 3, 31-35 convierte en parentesco decisivo la relación espiritual y no la carnal, entonces con toda probabilidad el texto del Evangelio de Felipe está haciendo lo mismo: María es "compañera" de Jesús en el mismo sentido en que es "hermana" y "madre", es decir, en tanto que posee con él un íntimo vínculo espiritual. Además, al igual que en Me 3, 35 la expresión "mi hermano, hermana y madre" no enfatiza ninguno de estos tipos de parentesco (pues precisamente los hace indistintos: quien tiene un vínculo espiritual con Jesús merece ser llamado simultáneamente su "hermano" y "hermana" y "madre"), así también en el Evangelio de Felipe el énfasis no recae en la expresión "compañera" (o, si se prefiere, recae tan poco como en "hermana" o "madre”): lo que se enfatiza es que quien tiene un vínculo espiritual con Jesús es —en el sentido genuino del nombre— su "madre" y "hermana" y "compañera"» ?

 

 

En síntesis: estos Evangelios gnósticos presentan un cristianismo orientado un tanto en contra de las tendencias de su época, un cristianismo donde la mujer puede ser tan discípula de Jesús como un varón, que tiene capacidad de enseñar como oyente perfecta del Salvador y, por tanto, maestra espiritual de los que son más ignorantes que ella. Este tipo de cristianismo pone en cuestión ciertamente el poder exclusivo de los discípulos varones y no determina exclusión alguna por motivos de sexo. Tanto las mujeres como los varones pueden tener una relación directa con el Salvador, sin el constreñimiento de una organización rígida yjerárquica controlada por los varones y a cuya cúspide las mujeres no tienen acceso ninguno. Toda esta disposición patriarcalista es rechazada implícitamente por la figura y la posición de María Magdalena.

 

 

 La gran batalla  

 

 

 

 Ovejas VENCIDAS

 

El pecado de Adán y Eva es un caso aislado; no significa ninguna perversión ni cambio de la naturaleza humana en sí, por lo cual los descendientes de la primera pareja nacen con la misma cualidad: por constitución natural pueden vivir sin pecado; gozan además del don del libre albedrío.

 

Ovejas vencedoras

El pecado de Adán y Eva significa un cambio en la naturaleza espiritual del ser humano, que resulta ligada invariablemente al pecado.

 

Ovejas vencidas 

Por tanto, la situación de pecado en el ser humano no es inevitable, «original» o contraída desde la concepción misma.  

 

Ovejas vencedoras

 

La situación de «pecado original» es inevitable y todos los humanos la contraen en su misma concepción.  

Ovejas vencidas

La doctrina del pecado original hereditario, y el que en muchos caso conlleve la condenación divina, supone que Dios ha predestinado a algunos seres humanos a la maldición eterna.

 

Ovejas vencedoras

 

La presciencia divina de la condenación de algunos no supone una predestinación a esa conde-

nación .

 

Ovejas vencidas

A los hombres les basta y les sobra la propia y libre voluntad para cumplir la ley divina: no es necesaria una gracia divina especial.

Ovejas vencedoras

A los hombres no les basta su propia voluntad para salir de la situación de pecado. 

 

Ovejas vencidas

La gracia divina no es otra cosa que el don de la vida y de la libertad que reciben todos los

 

humanos al nacer. 

 

Ovejas vencedoras

La gracia divina es previa, libre por parte de Dios, pero absolutamente necesaria para conseguir la justificación del pecado. 

 

 

Esta es la batalla de San Agustín sobre el pecado original de la victoria de esta batalla se desprenderán otras verdades como estas:  

 

La unión del Logos con el alma de Jesús es tan perfecta que forma una «unión hipostática», o unión de personas, de modo que solo puede afirmarse la existencia de una sola persona, la di-vina.

 

 

En Jesús hay dos naturalezas, ciertamente, pero solo una persona.

 

En Jesús hay dos naturalezas, una divina y otra humana, pero una Úúnica persona, divina.

 

 A María se la puede llamar con toda propiedad «Madre de Dios», porque se es madre de la persona, no solo de la naturaleza, y en Jesús solo hay una persona, la divina.

 

Gracias a estas verdades pro fin podemos dibujar el rostro del cordero ene l rostro de la oveja pero para darnos cuenta de esto tenemos que dar cuenta de la guerra de imaginarios que se disputo

 

La gran batalla es contra Pelagio 

 

Cuenta la tradición que Pelagio nació hacia el 354 en Britania y que era el hijo de unos funcionaros romanos destinados concretamente en lo que hoy es el país de Gales. Convertido al cristianismo hacia el 375-380, se interesó por los estudios de derecho y de teología. Sus futuros adversarios lo consideraron un hombre culto y buen polemista. Viajó Pelagio a Roma, donde probablemente estudió derecho. No es seguro, como se cuenta también, que fuera monje; probablemente fue un teólogo laico.

 

Al parecer, hacia el 409, y como consecuencia de la presión de los visigodos sobre Roma (Alarico y sus tropas, que al año siguiente acabarían saqueando la ciudad), se refugió en África, en Cartago en concreto, con otros exiliados. Pero, como puede deducirse de sus doctrinas, el ambiente teológico del norte de África no le era propicio, se trasladó aJerusalén buscando el apoyo del obispo de la ciudad, de nombre Juan. Todo lo que ocurre después en la vida de Pelagio es el resultado de la feroz oposición a sus ideas, sobre todo por parte de los obispos del norte de África, con Agustín de Hipona a la cabeza: una sucesión de condenas eclesiásticas, algunas seguidas de sus correspondientes revocaciones, y la huida de una ciudad a otra, como veremos a continuación. Por ejemplo, ya en el norte de África, en el mismo 409, Pelagio fue muy mal considerado a causa de sus ideas, por lo que abandonó la región.

 

 

La teología básica de Pelagio y sus discípulos

 

La doctrina de Pelagio y de sus más íntimos seguidores, llamados Celestio y Juan de Eclana, se explica como reacción a las dos heteradoxias más poderosas de su época, el arrianismo y el maniqueísmo. La respuesta de Pelagio al arrianismo es suficientemente ortodoxa, como se deduce de su obra Sobre la Trinidad, por lo que no es necesario que nos detengamos en ella aquí. Sí es interesante la oposición de Pelagio al maniqueísmo y su insistencia en el mal, oposición que provocó a su vez una reacción de la Gran Mayoría y que llevó a Pelagio a los límites de la heterodoxia. Sus ideas se expresan fundamentalmente en dos obras: Sobre el endureámiento del corazón del faraón, compuesta en el 411, y Sobre la naturaleza (humana), del 414. 

 

Pero debemos de conocer estas dos Heterodoxias a fondo para comprender la posición de Pelagio  

Vayamos primero con el Arrianismo 

 

Vida de Arrio

 

Por desgracia, sabemos poco de ella. Según cuenta Epifanio de Salamis —en la herejía 69, 1 de su Botiquín (Panarion)—, Arrio había nacido en la Cirenaica, actual Libia, hacia el 256, unos veinte años antes de la muerte de Mani. Poco después se trasladó a Alejandría, ciudad en la que siguió estudios de filosofía y se formó en teología cristiana y donde sufrió la persecución de Diocleciano. Hacia el año 300 fue ordenado diácono de su iglesia local. Parece que ya en esta época se opuso a ciertas decisiones eclesiásticas, por lo que fue excomulgado. Perdonado más tarde por lajerarquía, fue de nuevo recibido en la Iglesia y ordenado presbítero antes de que ocupara la silla episcopal de Alejandría un personaje llamado Alejandro (312-328), con el que más tarde habría de disputar ásperamente.

 

Arrio estuvo a cargo de una de las iglesias cristianas más importantes de Alejandría, y al parecer fue rápidamente famoso por su oratoria, sus buenos conocimientos de la Escritura y por sus habilidades dialécticas en las disputas sobre materias filosóficas y teológicas. Su vida transcurría con cierta tranquilidad cuando, ya anciano, mantuvo una dura controversia con su obispo, Alejandro, de resultas de la cual manifestó más claramente su apartamiento del sentir de la comunidad llegándosele a conocer por ello hasta hoy como uno de los más célebres heterodoxos de la Iglesia.

 

La postura de Arrio era más bien intelectual que revoltosa o cismática, a pesar de las acusaciones de sus enemigos que le achacaban aspirar al poder eclesiástico en la capital del país del Nilo. Probablemente  no hubo nada de ello, sino que todo empezó por una discusión teológlca interna entre un obispo y un presbítero subordinado jerárquicamente a él, pero quizá demasiado independiente y prestigiado. Al parecer, fue el obispo el que le acusó primero de mantener osadas tesis teológicas, por lo que Arrio contraatacó polemizando en público contra la tesis del obispo acerca de la eternidad del Logos, segunda persona de la Trinidad, igual en sustancia a la del Padre, según Alejandro.

 

La doctrina de Arrio

 

Se ha perdido la obra de Arrio, pero su doctrina nos es conocida —por un lado— gracias sobre todo a un enemigo declarado suyo, el futuro obispo Atanasio de Alejandría, quien reproduce ciertos párrafos de una obra perdida de Arrio titulada Thalía, o Banquete. Por otro, conservamos un par de cartas del heresiarca, umversalmente citadas, en la que el presbítero expone sucintamente sus puntos de vista. En una misiva a Eusebio, obispo de Nicomedia (en la actual Turquía), explica Arrio:

 

El Hijo no es inengendrado, ni parte del Inengendrado de ningún modo, ni [formado] de sustrato alguno, sino que fue constituido según la voluntad y consejo [de Dios], antes de los tiempos y de los siglos, lleno (de gracia y de verdad), divino, único e inmutable. Y antes de que fuera engendrado, o creado, u ordenado o fundado, no existía, pues no era inengendrado. 

 

Nos persiguen porque decimos: «El Hijo tiene un principio, pero Dios es sin principio». Por ello se nos persigue, y porque decimos: «El Hijo fue [hecho] de la nada». Pero esto es lo que decimos, ya que el Hijo no es parte de Dios, ni ha sido [formado] de sustrato alguno [igual al Padre].

 

Este pasaje, traducido a un lenguaje más de nuestros días, sostiene

 

la siguiente doctrina:

 

+ A Dios no lo ha engendrado nadie. Dios es un ser único, es simple, indiviso e indivisible; solo y primer principio de todo lo demás.

 

+ Como Dios es absolutamente trascendente, no puede haber nada igual a Dios. 

 

+ El Hijo es distinto del Padre, por tanto tiene otras «cualidades». Si se le pensara como exactamente igual al Padre, sería como dividir en dos a Dios.

 

+ Si el Hijo estuviera «formado» del mismo «sustrato», cualidad o «materia» que el Padre, habría dos dioses.

 

+ Todo lo demás, el Hijo incluido, ha sido creado; por eso hubo un

 

momento en el que no existía.

 

Conservamos también otra carta de Arrio (a su amigo Eusebio, obispo de Nicomedia) en la que precisa su pensamiento; la carta tenía la forma de una especie de declaración dogmática o «credo», que Arrio y sus partidarios aprobaban. El heterodoxo afirmaba que el Hijo

 

es «una perfecta criatura de Dios», y sostenía:

 

Hay así tres hipóstasis (Dios, Hijo y Espíritu). Dios, que es la causa de todas las cosas, no tiene comienzo y es absolutamente único, mientras que el Hijo, engendrado eternamente por el Padre y creado y establecido antes de los siglos, no existía antes de que fuera engendrado, pero fue engendrado eternamente antes de todo las cosas, y fue el único constituido por el Padre. El Hijo no es eterno, ni coeterno ni coinengendrado con el Padre, ni tampoco tiene su serjunto con el Padre... Dios, como mónada y causa de todo, era así antes de todo.

 

En este último pasaje las afirmaciones trascendentales son:

+ Ciertamente hay «tres personas» (en griego teológico «hipóstasis» '*) en la Trinidad.

 

+ El Hijo ha sido engendrado por el Padre como cualquier otra criatura.

 

+ Ciertamente también ha sido engendrado «antes de los siglos», eternamente, pero hubo un momento —lógicamente al menos— en el que el Hijo no existía. Por tanto es inferior al Padre.

 

+ El Logos es una criatura. Aunque toda la realidad creada fuera hecha por el Hijo, este también fue creado. Se le llama «divino» en algún sentido, pero lo esencial es que el Logos en realidad es criatura.

 

 

Lo que se dice del Hijo se dice también implícitamente del Espíritu Santo. Pero este no se nombra explícitamente en la discusión.

 

Como puede verse, el problema radicaba en defender a la vez el dogma de la Trinidad (tres personas) que ya en la época se consideraba como algo fijado y revelado por Dios mismo, y a la vez que solo había un único Dios. ¿Cómo pueden coexistir tres personas distintas en una sola sustancia divina? Y Arrio responde: Dios es único, y el Logos/Verbo fue una criatura como otra cualquiera: en el fondo no hay más que un Dios y las restantes dos personas divinas existen, pero son inferiores a ese Dios único. Son divinas en segundo grado.

 

Es cierto que esa Criatura, el Hijo, es excelsa, divina, pero inferior, y es cierto que a través de ella el Dios único creó el universo todo. Tuvo que ser así porque el Trascendente no puede «mancharse» con la materia, sino que la creó por medio de un intermediario divino: el Logos/Verbo. Ahora bien, este no es consustancial con el Padre, sino que tuvo un principio.

 

Y una consecuencia: Jesús es un ser humano inhabitado por el Logos. Es decir, quien se encarna en Jesús es un Verbo/Logos/Palabra de Dios, que es también una criatura (divina). Por tanto, Jesús era en principio un mero hombre; aJesús no se le puede llamar «Dios» propiamente, sino de un modo secundario, o mejor terciario, puesto que el Dios que lo habitaba y que había tomado posesión de su alma y de su libertad era también una criatura, por muy divina que fuese.  

 

Si el lector recuerda ahora lo que la gnosis afirmaba del Demiurgo (véase p. 100), encontrará en esta doctrina de Arrio resonancias a ella, salvando las distancias: el Hijo es concebido hasta cierto punto como un Dios secundario, a una escala inferior al Trascendente, y es el autor o agente divino gracias al cual se produce la creación del Universo.

 

Este Hijo/Logos no es inmutable como el Padre; es un ser libre como criatura que es; teóricamente podría cambiar de parecer y dejar de ser bueno. Pero el Dios único, que lo conocía todo de antemano, sabía que esto no iba a ser así, sino que sería perfecto y obediente. Cuando el hombre pecó, envió al Hijo al mundo y se encarnó en Jesús obedientemente. Jesucristo es inhabitado por el Logos/Hijo que asume su personalidad humana, haciéndola divina. De este modo el Hijo, que había  realizado la creación, ejecutó también a través de Jesús la salvación del

 

universo caído. Como recompensa a los méritos de Jesús, el Cristo,

 

en quien habitaba el Hijo, el Dios único lo elevó también al ámbito

 

Arrio apoyaba con textos de la Escritura sus afirmaciones. Los más

 

importantes son:

 

+ Proverbios 8, 22, que se entendía como un texto referido al Hijo/Sabiduría de Dios: «Yahvé me dio el ser al principio de sus caminos, antes de sus obras, desde antiguo».

 

Igualmente, en el famoso primer discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, donde se ve la subordinación y posición secundaria del Hijo, encarnado en Jesús: «A este Jesús lo resucitó Dios... y lo exaltó a la diestra de Dios y, recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, la derramó sobre vosotros...» (Hch 2, 32-33 y 13, 33: «Dios lo resucitó de entre los muertos»). El famoso texto paulino de Flp 2, 8-11 confirmaba, según Arrio, estas perspectivas: «Él, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de siervo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, siendo fiel hasta la muerte, y muerte en cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título; de modo que a ese título de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda boca proclame que Jesús, el Mesías, es Señor, para gloria de Dios Padre».

Finalmente, el texto de Colosenses 1, 30: «Él -Jesucristo— es el

 

primogénito de toda criatura...».

 

Que el Hijo es inferior al Padre se prueba también, según Arrio,

 

por los pasajes bíblicos siguientes:

 

» Jesús dice que a él «se le ha dado —por parte de Dios— todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18).

 

Y con el mismo Evangelio se prueba que el Hijo no tiene un conocimiento absoluto de todo, luego no puede ser igual al Padre: «De aquel día y aquella hora —el fin del mundo— nadie sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre» (Mt 24, 36). 

 

¿Cómo se habla llegado en el cristianismo a estos planteamientos arríanos?

 

El problema de las consecuencias de la fe en la divinidad de Jesucristo fue muy acuciante en eljudeocristianismo primitivo, sobre todo por las acusaciones de los antiguos colegas de religión, los judíos, que recriminaban a los nuevos creyentes —¡quienes se proclamaban el verdadero Israel! — el tener «dos dioses» o defender que «había dos poderes en el cielo». Realmente, la creencia de que Jesús tras su resurrección era divino, de algún modo, fue lo que separó definitivamente aljudaismo del naciente cristianismo. Jesucristo se había convertido de hecho en objeto del culto y de adoración en la nueva fe, y los cristianos utilizaban para hablar de Jesucristo un lenguaje que era parecido al empleado para referirse al Padre, al Dios del Antiguo Testamento.

 

Ciertamente, en los primeros momentos del cristianismo no se dudó ni un instante de que Dios era absolutamente único y que como las divinidades del entorno, también Él podía tener un Hijo, que como su Palabra primogénita, era también Dios. Pero no se preocuparon los primeros cristianos de hacer más precisiones, o bien pensaron al Logos, que habitaba en Jesús, de un modo semejante al que losjudíos se imaginaban a la Sabiduría, la Palabra, o la Presencia de Yahvé en el mundo, es decir, como un mero modo o proyección de Dios hacia el Universo, sin que eso significara que Dios quedaba de hecho como dividido. 

 

 

Más tarde se dio un paso más entre los cristianos, y lo que se pensaba como una mera proyección o un modo de Dios en su relación con el cosmos se imaginó como un ser o entidad real, es decir se personificó. Es lo que técnicamente se denomina «hipostasiar» algo, concederle el rango de esencia, sustancia o persona. Entonces se pensó que el Logos/Hijo era en verdad y esencialmente una persona divina.

 

Cuando esto ocurrió, los cristianos —para seguir defendiendo la unicidad de Dios— formularon la noción de que la divinidad adoptó como Hijo a esa entidad (lo que establecía una diferencia clara entre la clase de divinidad que poseían ambas entidades), o que Dios era el único monarca y el Hijo, como entidad divina, era y estaba de algún modo subordinado al Dios único: este pensamiento se denominó monarquianismo y subordinacionismo, como ya sabemos 

 

Subordinar el Hijo al Padre significaba que aunque el Hijo, encarnado enJesús, fuera divino y procediera en último término de un proceso generativo ocurrido en la vida interna de Dios, era de menor rango que el Padre. Esta manera de concebir la vida divina se percibe bien en el Nuevo Testamento en el hecho de que este corpus casi nunca llama directamente Dios a Jesús/Jesucristo aunque lo piense inhabitado por el Logos (solo siete veces de entre más de mil trescientas ocurrencias del nombre de Dios), y no parece que casi nunca llegue a equiparar aJesucristo totalmente con el Padre.

 

En el ámbito de la ciudad de Alejandría, que era donde se movía Arrio, la idea de la subordinación del Hijo al Padre había sido desarrollada ya por el maestro Orígenes. Lo describe así R. Haight:

 

Dios Padre es absolutamente trascendente, incognoscible, completamente incomprensible. Pero el Hijo puede ser conocido, y las cualidades de Este median un cierto conocimiento de las propiedades trascendentes del Padre. El Hijo es «imagen del Dios invisible» (De Principiis, I, 2, 6). En Orígenes esta subordinación es clara en la disposición jerárquica de Padre, Hijo y Espíritu, y en su descripción de sus funciones diferentes en su obra Sobre los primeros principios.  

 

En su Comentario al Evangelio de Juan Orígenes es también explicito: Dios Padre, con artículo: el Dios, es verdaderamente el Dios. Pero «lo demás —aparte del verdadero Dios— que ha sido hecho Dios por participación en su divinidad no debería denominarse correctamente el "Dios", sino "Dios". Ciertamente, su "Primogénito de toda criatura", en cuanto que fue el primero en estar con Dios y atrajo la divinidad hacia sí mismo, es más honrado que otros dioses al lado de él...» (Comentario al Evangelio de Juan, 1, 17).

 

Para Orígenes, el Padre es real y absolutamente Dios, mientras que el Hijo es el Verbo, el arquetipo de todas las otras realidades, el médium y el camino hacia el Padre, el que conoce las cualidades del Padre trascendente porque participa de ellas 4,

 

Arrio no tuvo más que sacar las consecuencias de esta doctrina ori-

 

geniana. Y lo cierto es que sus argumentaciones a este respecto convencieron a mucha gente en Alejandría y alrededores. La Iglesia se alarmó,  porque profesar abiertamente esa doctrina era de hecho rebajar al Verbo a la categoría de criatura, y también porque la plena divinidad de Jesús que ya era concepto muy firme en la tradición cristiana quedaba igualmente rebajada.

 

Rápidamente se celebró un sínodo en la ciudad, y Arrio con sus amigos fueron condenados y excomulgados (324).

 

Pero Arrio no cedió y buscó apoyo en dos Eusebios, obispos, respectivamente, de Nicomedia y de Cesarea (el famoso Eusebio de la Historia eclesiástica), que como buenos origenistas apoyaban estas ideas subordinacionistas. El resultado fue favorable: otro sínodo regional convocado a toda prisa en Nicomedia dio la razón a Arrio (en el mismo año 324).

El Concilio de Nicea (año 325)

 

Mientras tanto, el emperador Constantino veía con malos ojos que la religión que él había escogido como aglutinante de las diversas poblaciones del Imperio se viera envuelta en disensiones, lo que suponía un ataque directo a sus propósitos de unidad. Apoyado por Osio de Córdoba, su consejero en temas de religión y enemigo acérrimo de las tesis amanas, y por el entonces obispo de Roma, Silvestre, pensó que debía convocarse a toda prisa un concilio ecuménico —es decir, de todo el Imperio—, pero en Oriente, ya que allí era donde todos losjerarcas de la Iglesia andaban revolucionados con las ideas de Arrio.

 

Este concilio se convocó y celebró en Nicea (actual Iznic, en el norte de Turquía, cerca del mar Negro, en la provincia romana de Bitinia) en el propio palacio o basílica del emperador. Constantino y Osio estaban presentes. Enjunio del 325 se reunieron a toda prisa unos 250 obispos, casi todos orientales, con poquísima participación de Occidente. Entre otros temas de relleno del orden del día, como la provisión de plazas episcopales vacantes, se habló largamente del asunto prioritario: encontrar una fórmula dogmática que salvara la tradición sobre la divinidad de Jesucristo y que acallara a los heterodoxos obligándolos a claudicar.

 

Tras muchas discusiones se llegó a la siguiente definición, que solo se explica si se tiene en cuenta en el trasfondo el pensamiento de Arrio, contra el que va dirigida. Curiosamente los obispos orientales, que eran casi todos origenistas, es decir, subordinacionistas y propensos por ello a un cierto arrianismo, impresionados por la potencia del emperador y su delegado, votaron a favor de unas tesis que en el fondo no eran totalmente suyas:

 

Creemos en un solo Señor Jesucristo hijo único de Dios, es decir, procedente de la misma esencia del Padre... Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza (griego homoousios) que el Padre...

 

Esta declaración terminaba con el anatema siguiente:

 

Los que dicen que «hubo un tiempo en el que el Hijo no existía, y que antes de ser creado no existía, o los que afirman que pasó a existir desde el no ser, o sostienen que llegó al ser a partir de otra sustancia o hipóstasis (diferente a la del Padre), o que el Hijo de Dios está sujeto a cambios o mutaciones, a esas personas las condena la Iglesia católica y apostólica.

 

Como se ve, la sección dogmática del Concilio de Nicea iba dirigida directamente contra Arrio. De momento se creó una cierta paz en Oriente, mientras que en

 

Occidente el resultado del Concilio de Nicea casi pasó desapercibido.

 

La continuación de las disputas  Arrio no aceptó la propuesta del Concilio, naturalmente, y hubo de abandonar la bella Alejandría y refugiarse como exilado con algunos de sus partidarios en la alejada provincia de Bitinia (mar Negro). Más tarde algunos movimientos eclesiásticos intentaron convencer a Arrio para que depusiera su actitud. Parece ser que Arrio, ya anciano, disimuló con fórmulas ambiguas sus teorías y fue rehabilitado dos años más tarde, en 327. Pero su gran enemigo teológico, el entonces obispo de Alejandría, Atanasio, le negó la entrada en la ciudad.

 

La historia siguiente es muy complicada en términos de política eclesiástica, y está llena de golpes y contragolpes de las facciones que  estaban a favor de Nicea (Atanasio) o contrarios al Concilio (Arrio y los subordinacionistas partidarios de Orígenes) que se traducían en deposiciones de obispos, según las facciones, en exilios y en retornos. En el 336 muere Arrio y un año más tarde el emperador Constantino, pero la crisis no se cerró con estas muertes.

 

La lucha teológica era de gran amplitud, pues había en la cristiandad los que sostenían que en un Dios único —en esto no existía discusión— hay tres personas absolutamente iguales en una sola naturaleza; había los que defendían que en Dios en realidad no hay más que una naturaleza y una persona (una hipóstasis), y que el Hijo y el Espíritu no son más que modos de esa persona única; y había los que sostenían que hay tres personas, pero que dos de ellas, el Hijo y el Espíritu Santo, están subordinadas en poder al Padre.

 

Los orientales, en su mayoría, defendían la existencia de tres personas subordinadas, mientras que muchos occidentales propugnaban en el fondo una única persona (modalismo). Pero los campos no eran rígidos y se mezclaban, aunque a punto se estuvo de que las mayorías de Oriente y Occidente provocaran una guerra religiosa entre las dos partes del Imperio.

 

En tiempos del emperador Constancio II (352-361), que reinó en las dos regiones del Imperio, oriental y occidental, se intentó una fusión de las dos partes sobre la base de la fórmula oriental (una naturaleza y tres personas [hipóstasis] en un Dios), pero admitiendo que el Hijo no era semejante en todo al Padre. Pero tampoco se llegó al consenso. Los que sostenían que el Hijo era absolutamente «semejante» al Padre volvieron a ganar.

 

Finalmente, en el Oriente se buscó otra fórmula de unión de las Opiniones encontradas: la Trinidad tiene una única sustancia o naturaleza (gr. ousía), pero tres personas (gr. hypóstasis). Estas tres personas, diferentes como personas, son iguales en esencia al Padre. Poco a poco se fue formando un consenso en torno a esta fórmula que evitaba todo tipo de subordinacionismo entre las hipóstasis divinas y salvaba también la igualdad de naturaleza entre el Padre y el Hijo.

 

En el 378 subió al trono el emperador hispano Teodosio, que era un convencido defensor de las tesis de Nicea. De nuevo, el poder del emperador consiguió maravillas entre los obispos, y en el Concilio de Constantinopla del 381 se hizo ortodoxia la fórmula de que la vida interna divina se caracteriza por ser «una sustancia y tres personas». Así pues, los que defendían una sustancia o naturaleza y una persona en la divinidad (y el Hijo y el Espíritu como entidades subordinadas), o los que propugnaban que el Hijo era diferente al Padre en su naturaleza, quedaron reducidos al ámbito de la heterodoxia.

 

Toda esta pugna continuará en la discusión de los teólogos profesionales y no se solucionará definitivamente hasta el Concilio de Calcedonia del 451. La continuación de la disputa implicará a los monofisitas —defensores de que en Jesucristo no hay más que una naturaleza, divina—, a Nestorio y a los nestorianos que consideraremos en los capítulos siguientes.

 

Como es palpable, la Iglesia no empezó a preocuparse en serio de estas especulaciones trinitarias más que cuando su posición sociológica dentro del Imperio quedó bien asentada tras la decisión de Constantino de hacer de la fe cristiana la religión oficial. Antes de esto la Iglesia tenía otros problemas más relacionados con la supervivencia, y hasta el momento esas discusiones habían quedado —como más tarde las disputas en torno al sexo de los ángeles— en el ámbito de los especialistas eclesiásticos a los que el pueblo apenas entendía.

 

Puede decirse que a partir de Nicea, del Concilio de Constantinopla del 381 y del de Calcedonia del 451, el arrianismo empezó a batirse en retirada en todas las iglesias del Imperio, ya que no contaba con el apoyo de la fuerza del brazo secular.  

 

Sin embargo, el arrianismo sí tuvo éxito entre las tribus germánicas del Este cristianizado, sobre todo entre los godos, que hicieron de esta posición teológica una suerte de marca de identidad. Cuando estos bárbaros entraron por la fuerza dentro de los límites del Imperio y sometieron a algunas de sus poblaciones, por ejemplo la de Hispania, impusieron la visión arriana de la Trinidad al pueblo y persiguieron a los católicos fieles a Nicea.

 

Pero esta postura también tenía sus días contados, pues era políticamente minoritaria. En Hispania la conversión del rey Recaredo (586-601), hijo de Leovigildo y hermano de Hermenegildo, en el Tercer Concilio de Toledo, el 6 de mayo del 589, cambió el panorama teológico. El monarca abjuró del arrianismo y abrazó la fe católica como manera de pacificar las diferencias religiosas entre las dos comunidad des del reino, la hispanorromana, católica y nicena, y la superestructura visigoda, arriana. A lo largo del siglo VII fueron desapareciendo otros restos del arrianismo en la Gran Iglesia.

 

La reacción de Pelagio al arrianismo se alinea en líneas generales a la reacción de la iglesia pero es la reacción al maniqueísmo lo que causa la gran batalla teológica.

 

A finales del siglo III surgió en el seno de la cristiandad oriental una heterodoxia, el maniqueísmo, de la que se ha dicho con razón que con el tiempo se convirtió en una de las cuatro grandes religiones del mundo antiguo, junto con eljudaismo/cristianismo, el budismo y el islam. Sin embargo, y aunque parezca extraño, es muy intensa la discusión entre los investigadores sobre los orígenes y los elementos constitutivos del maniqueísmo, y en concreto sobre si debe considerársela o no como una parte del cristianismo. También son notables las divergencias interpretativas sobre la esencia del maniqueísmo '*,

 

Desde la aparición de las llamadas Acta Archelai, una obra antimaniquea aparecida hacia el 340, y hasta fines del siglo XVI! o comienzos del XVIIL predominó, sobre todo entre los católicos, la idea de que el  maniqueísmo era en el fondo un producto religioso típicamente oriental, irano/persa en concreto, extraño en el fondo al cristianismo, y que solo de una manera superficial se había revestido y aprovechado de algunas ideas de este para engañar a los cristianos y hacer que aceptasen las ideas maniqueas. Estejuicio se basaba sobre todo en las noticias sobre Mani y su sistema difundidas por estas «Actas» del obispo Arquelao, compuestas pretendidamente como fiel reflejo de una discusión de un prelado ortodoxo de ese nombre con el propio Mani (¡que había muerto ya hacía decenios!).

 

A partir, sin embargo, de principios del XMII comenzaron a publicarse nuevas fuentes maniqueas, incluidos restos de obras de Mani mismo o de sus más inmediatos seguidores, a la vez que aparecieron o se prestaron nueva atención a las informaciones de autores no cristianos sobre esta religión. Entonces la interpretación científica del maniqueísmo cambió.

 

Por un lado, se empezó a considerar a su fundador con una mejor perspectiva, y se defendió con más sólidos fundamentos la idea de que el maniqueísmo es una religión suigéneris, muy emparentada con la de Zoroastro.

 

Pero a la vez que una rama de la investigación insistía en este aspecto oriental del maniqueísmo, fue haciéndose más firme, por otro lado, la idea de que hay que entender el maniqueísmo como un fenómeno interno al cristianismo, aunque la evolución de su sistema llevara más tarde a los maniqueos a un alejamiento de este en algunas o muchas de sus perspectivas religiosas, sobre todo gracias al fortalecimiento y desarrollo del universo mítico que está en el fondo de sus concepciones teológicas. 

 

Gracias a los estudios de la escuela de la Historia de las Religiones, a finales del siglo XIX y principios del XX se comenzó a enfocar el maniqueísmo como una rama muy oriental de la gnosis que ya conocemos, y —por otro lado y hasta hoy día— se consolidó en entre los investigadores la persuasión de que Mani y su sistema religioso fue ante todo el producto de un cristianismo oriental, muy influido por las ideas de Marción y de Bardesanes (véase p. 111).

 

Se trata, pues, de un cristianismo muy distinto al que se imaginan los creyentes medios de hoy día que es esta religión, un cristianismo que creció en un ambiente donde las ideas de Zoroastro estaban pienamente a la orden del día, y por tanto muy influyentes. Para entender el maniqueísmo se parte, pues, hoy de que el cristianismo del siglo II era aún muy pluriforme, y de que su rama oriental tenía una características muy influenciadas por la gnosis, cuyos principios dualistas tienen notables concordancias con la antigua religión persa. El maniqueísmo es una forma extrema de cristianismo oriental plasmada antes del Concilio de Mcea —de cuyos frutos ideológicos vive una buena parte de la teología del cristianismo de hoy— y antes también del Edicto de Milán del emperador Constantino (313).

 

Estas dos circunstancias explican la peculiaridad teológica del maniqueísmo. Después de esa fecha, año 313, el cristianismo, al ser ya la religión oficial del Imperio, y al haberse encauzado la discusión acerca de la naturaleza de Jesús, busca con mayor ahínco aún lá unidad de doctrinas, y se va haciendo poco a poco más uniforme

 

El factor capital que influye hoy en la estimación general de la posición del maniqueísmo dentro de la historia general de las religiones ha sido la publicación en el siglo XX de obras maniqueas auténticas como los Capitulos (en griego Kephálaia), o Exposiciones doctrinales, el Salterio O libro de himnos litúrgicos maniqueos y, ante todo, el Códice maniqueo de Colonia, aparecido en 1970. 

 

Desde esta última publicación se considera un hecho probado el carácterjudeocristiano y baptista de la comunidad en la que vivió y se formó Mani. Ahora se entiende mucho mejor cómo Mani se presentaba en verdad como «verdadero apóstol de Jesucristo», cómo citaba con reverencia a san Pablo y cómo hay que «descartar definitivamente —+tal como lo han hecho la mayoría de los especialistas— como pura invención de los heresiólogos (sobre todo de Epifanio) la idea de que el mensaje de Mani es radicalmente extraño al mundo de ideas cristiano, y la de que sus formulaciones cristianas responden únicamente a una adaptación secundaria efectuada con propósitos de captación de clientela religiosa» '**, También se reconoce hoy día el influjo sobre Mani no solo del Nuevo Testamento, sino de escritos apócrifos cristianos, en especial de los Hechos apócrifos del apóstol Tomás.

 

Quizá lo más sorprendente de este cristianismo maniqueo —como veremos al exponer sus doctrinas— es su naturaleza y constitución  como un producto mídco y sincrético, es decir, en el que se mezclan y conviven concepciones altamente extrañas para nuestra idea del cris-

 

tianismo de hoy.

 

Vida de Mani

 

El profeta Mani nació, al parecer, el 14 de abril del año 216 en Seleucia-Ctesifonte, ciudad de fundación griega cerca de Babilonia, Mesopotamia, la actual Iraq. Murió en el año 277 en Bet Lapat. Su madre se llamaba presumiblemente María, lo que nos indica que nació en un ambiente cristiano, probablemente una secta judeocristiana baptista, como cuenta el cronista árabe del siglo X an-Nadim. El códice de Colonia parece sugerir que se trataba de cristianos elcasaítas. En el Códice Maniqueo de Colonia (CMC) se cita a Alkhasaios como a un pasado arkhegós («antepasado/jefe originario») de la comunidad bautista, y de la información proporcionada parece poder deducirse que los bautistas en cuestión eran elcasaítas. Como ya sabemos (véase p. 76), estos personajes mantenían una interpretación sincrética del judeocristianismo, es decir, en la que elementos judíos, paganos y gnósticos convivían unidos. Es de sospechar también que este ambiente en el que vivió Mani tenía además marcados tintes ascéticos y sobre todo escatológicos, pues se aguardaba la pronta venida de un profeta definitivo que anunciase el tiempo de la era final del mundo. 

 

Parece ser que Mani, al principio de su vida religiosa consciente, intentó reformar la secta en la que vivía, pero sin éxito, por lo que la abandonó. Y parece ser cierto también que desde muy joven afirmó haber recibido visiones celestiales. En este aspecto es muy parecida su figura a la de Mahoma. Según diversas fuentes, en una de estas apariciones celestes, cuando tenía doce años, Mani afirmó haber visto a su pareja celestial, que le hacía revelaciones. Según la gnosis (véase p. 98), se trataba del espíritu celeste, masculino, que aguarda en el Paraíso la llegada del espíritu del gnóstico terreno, femenino. Cuando este último se libere de las cadenas de este mundo, se unirá en el cielo a su contrapartida celestial y los dos formarán una pareja (técnicamente una «sicigía», pues en griego syzygos significa «cónyuge»), es decir, la entidad humana y divina ideal. Según Mani, este cónyuge continuó haciéndole revelaciones por mucho tiempo.  

 

Así, su contrapartida celeste reveló a Mani que él estaba destinado a ser el «Paráclito», el Espíritu Consolador/Revelador celestial que Jesús prometió —según el Evangelio de Juan— que recibirían los cristianos después de su muerte y ascenso al cielo: «Cuando el Paráclito venga os revelará todo» (Jn 15, 26). Al aceptar este título y al proclamarse «Apóstol de Jesucristo» — a imitación de Pablo en sus Cartas—, daba a entender Mani que seguía los pasos de Jesús. De hecho, sus seguidores lo consideraron el «nuevo Jesús». En esta idea Mani se parecía extraordinariamente a Montano y sus seguidores.

 

La aceptación de esta misión —como un nuevoJesús y Pablojuntos— llevó a Mani al convencimiento de que lo a él revelado era la síntesis que constituía la verdadera religión universal para el final de los tiempos. Una síntesis nueva que superaba naturalmente la interpretación judeocristiana de Jesús que él había recibido, y que él, Mani, debía difundir sin descanso. Animado por esta idea emprendió una serie de viajes misioneros que lo llevaron desde Mesopotamia hasta la India.

 

Poco después de la ascensión al trono de Sapor I (241-242), que asentó la dinastía de los Sasánidas en Persia, inaugurada por su padre, Ardasir, visitó Mani la corte y logró ganarse la voluntad del monarca para difundir la nueva religión. Es posible que el rey actuara por motivos de simpatía personal, o bien pudiera considerar la nueva religión como una suerte de contrapeso al excesivo poder político de los sacerdotes de Zoroastro, que controlaban religiosamente el país. Mani entregó al monarca una obra suya, denominada Sabuhragan, que contenía el resumen de la nueva fe. Esta es sin duda —vista desde nuestros ojos— una síntesis de doctrinas y mitos gnósticos más algunos elementos fundamentales del zoroastrismo montados sobre una base netamente judeocristiana.  

 

Cuando murió el rey Sapor I, su sucesor, Ormuz (272-273), fue para Mani también un apoyo, pero duró poco. El monarca siguiente, Baram l, muy influido por los sacerdotes de Zaratustra, los llamados «magos» persas, prestó oídos a las acusaciones de estos contra la nueva y competidora religión. Mani fue apresado, juzgado y condenado a muerte por subversión. 

 

 

Doctrinas de Mani y de los maniqueos

 

A causa del estado de los textos que han llegado hasta nosotros nunca sabremos, en el ámbito de las doctrinas del maniqueísmo, qué es exactamente del fundador, Mani, y qué de los discípulos. Como tenían la pretensión de poseer una religión para todos, los seguidores de Mani pudieron acomodar ciertamente las doctrinas del maestro a ciertas ideas aceptables de las religiones de las zonas geográficas que visitaban. Así, por ejemplo, incorporaron ideas del budismo cuando empezaron a misionar en el norte de la India. Por este motivo, mejor que pensar que estamos exponiendo la religión de Mani, debemos pensar que se trata de la religión maniquea.

 

El sistema maniqueo se basa en un mito complicado y extenso de corte más o menos gnóstico, que en líneas generales trata del exilio del alma y de su salvación en el marco de un cosmos material muy desfavorable a tales propósitos, por ser un producto mixto de una Potencia divina, buena, pero mezclado con la materia malvada, generada por los demonios.

 

Esta salvación se realizará por medio del conocimiento de una verdad revelada, una gnosis que da noticia completa de la existencia de los Primeros Principios, de la naturaleza divina del alma y del camino a emprender para alcanzar la vida eterna, es decir, la práctica de una ética y de unos ritos. La insistencia en el comportamiento ético y ritual diferencia al maniqueísmo de lo que son los sistemas gnósticos comunes que hemos considerado anteriormente. 

 

 

Estas ideas generales se plasman en un mito bastante enrevesado, del que es necesario hacer una síntesis. Hay que recalcar, sin embargo, que los maniqueos nunca creyeron que la «historia» que hoy llamamos «mito maniqueo» hubiera que interpretarla simbólicamente, como si nunca hubiera existido. No es así. Los maniqueos estaban convencidos de que su «mito» narraba los eventos tal cual habían sucedido o suce-

 

derían en total realidad.

 

Primer momento: los dos Principios separados y antagónicos. El inicio del sistema es una cosmogonía dualista: en los orígenes de todo existían dos Principios, la Luz y las Tinieblas. Las dos son sustancias en sí mismas, pues las Tinieblas tienen entidad por sí mismas y no es el producto secundario de ningún lapso dentro de la divinidad, como vimos anteriormente en la gnosis (véase p. 98). En un primer momento, estas dos sustancias, denominadas también «reinos» o «ciudades», se mantienen absolutamente separadas. Hay que advertir que aunque hablemos a continuación de «espiritual» o «espirituales», estos dos Principios son totalmente materiales, es decir, están compuestos de materia, pero tan fina y sutil que puede denominarse —aunque impropiamente— espiritual.

 

En el ámbito de la Luz —situado en el norte de lo que en esos momentos existia— reina el «Padre de la grandeza», al que rodean todos sus atributos que forman como la plenitud (el «pleroma» o plenitud) de su ser: Pureza, Luz, Poder, Sabiduría. Este Padre se manifiesta hacia fuera en la forma de cinco entidades, que son la Razón, el Pensamiento, Inteligencia, Poder especulativo y Reflexión. Desde otra perspectiva, estas entidades pueden denominarse Luz, Aire, Viento/Eter benignos, Agua buena, Fuego. Todos estos elementos son espirituales, por tanto buenos. Además, rodean al Padre infinitos «mundos» de entidades luminosas que podemos llamar «eones» como en la gnosis, entre los que destacan Doce. 

 

 

Las Tinieblas o Materia —situadas en el sur— tienen también su «Padre», «Arconte» o «Jefe», el Diablo, y está rodeada por otra plenitud, que posee sus atributos contrarios o antitipos de los de la Luz: Razón Perversa, Pensamiento Perverso, Inteligencia Perversa, etc. El Padre de la Tiniebla se manifiesta hacia fuera en esos atributos, que son como los cinco ámbitos de la Maldad absoluta. Desde otra perspectiva, estos atributos son también paralelos a los del Principio Bueno: Humo malvado, Fuego malvado, Viento tórrido y resecante, Agua mala y Oscuridad perversa. Todo ello forma el reino de la maldad y del perverso deseo, de la concupiscencia, podemos decir de la sensualidad desenfrenada. En simetría también con el mundo de eones buenos de la Luz, este Arconte (jefe de la Tiniebla) está rodeado de malvados demonios, todos inquietos, luchando entre sí y en perpetua conmoción.

 

El segundo momento de este mito está caracterizado por la lucha de los dos Principios.

 

De resultas del movimiento continuo, inquieto e incesante del Mal, hay un instante en el que el Príncipe de la Tiniebla ve al Padre de la Luz y se llena de envidia de él. Entonces decide atacarlo por deseo de  poseerlo. Se traba una lucha tremenda entre ellos, lo que significa que, de algún modo, los dos Principios se mezclan entre sí.

 

Para ayudarse en esta tremenda batalla, el Padre de la Luz emana, los maniqueos dicen evoca, el Gran Espíritu o Sabiduría; este, a su vez, emana a la Madre de la Vida, y esta, por su parte, al Hombre Primordial. Obsérvese que esta producción es como una suerte de trinidad. Es esta la primera serie de «emanaciones» del Padre, en la que el mito insiste en que no hay absolutamente nada de sexo, puesto que este es patrimonio de la Tiniebla: solo hay mera «emanación».

 

Esta serie «trinitaria» tendrá luego su importancia en la futura creación del mundo. El Hombre Primordial está ayudado en la lucha contra las Tinieblas por cinco vestiduras, o «hijos», llamados Luz, Aire, Viento/Eter, Agua, Fuego. Estas —que son la contrapartida de los atributos del Padre de la Luz— forman más que una simple vestimenta: son como su yo o su alma viviente.

 

Pero el Hombre Primordial resulta vencido en esta lucha contra el Mal. De resultas de esta derrota, el Alma Viviente, divina, del Hombre Primordial —que más tarde se personificará en el <Jesús pasible», que será crucificado en una cruz luminosa— se mezcla con los elementos de la Tiniebla, es decir, toma contacto con la Materia. Obsérvese cómo el Principio del Bien se mezcla involuntariamente con el del Mal, lo cual será preciso para la futura creación del universo, como veremos. Pero ello tiene su contrapartida: el Hombre Primordial precisará igualmente de redención, que es el proceso siguiente  

 

Tras la batalla con el Mal, el Hombre Primordial yace tendido en el suelo, sin fuerzas. Para salvarlo, el Padre de la Grandeza produce otra tríada: el Amado de los Seres de la Luz el Gran Arquitecto y el Espíritu Viviente. Para hacerse más fuerte, el Espíritu Viviente produce a su vez una péntada de cinco entidades divinas: el Reservorio de Luz o Lucero, el Rey del Honor, el Adán de Luz, el Rey de la Gloria y Atlas u Omóforo, que son como sus hijos.

 

Entonces el Espíritu Viviente emite una «llamada» desde el extremo del reino de la luz dirigida al Hombre Primordial, que yace en el suelo. Esta llamada consigue despertar o animar al Hombre Primordial que yacía en el suelo. El Hombre, a su vez, emite una «respuesta». Entonces descienden la Madre de la Vida, más el Espíritu Viviente con sus cinco hijos, hacia donde está el Hombre Primordial, lo toman consigo y lo reconducen arriba, al Reino de la Luz, es decir, lo salvan. Es

 

este el primer proceso de redención.

 

Tercer momento: creación de la «primera parte» del universo (los astros). Pero el rescate no es perfecto. «Abajo» quedan restos del Alma Viviente, divina, del Hombre Primordial, fragmentos dispersos de Luz que siguen en contacto con la Materia y aprisionados por ella.

 

Para salvar esos restos de Luz el Espíritu Viviente urde una estratagema: crear el universo de tal modo que pueda servir de instrumento, debidamente accionado por Él o por sus potencias, para separar la Luz de la Tiniebla.

 

Para ello lucha con los arcontes de la Tiniebla los vence y aniquila, y con sus carnes, pieles y huesos crea diez cielos y ocho tierras (= el universo). Como este acto creativo es un producto del Espíritu Viviente, no puede decirse que el universo sea una producción absoluta de un Demiurgo malo, como en la gnosis usual. El universo procede, pues, de un designio positivo del mundo de la Luz, aunque mezclado con la Materia, pues su sustancia es el cuerpo de los malvados demonios. El universo tiene, pues un valor ambivalente.

 

Hay partes del Universo que tienen más Luz que otras. Así, el sol y la luna son receptáculos de luz pura, pues no contienen porciones de la Tiniebla (son, por tanto, buenos), pero los planetas y las estrellas sí las tienen —han sido producidos con más parte de la Materia—, por lo que son malos. Una vez que ha sido creado el universo por un plan divino y dado que dentro de él existen todavía restos de partículas de Luz (= las almas humanas), podrá comenzar el segundo proceso de redención.

 

 

Cuarto momento: comienzo de la segunda redención. En este instante interviene otra entidad divina —emitido en una tercera instancia— que se Mama el Tercer Enviado, o el Dios del reino de la Luz, y que es como una réplica del Hombre Primordial. No debe uno extrañarse de que se repitan las denominaciones casi iguales porque en el fondo no actúa más que un Principio Bueno, un Dios único que se manifiesta bajo aspectos diversos. El Tercer Enviado (el segundo era la tríada formada por Amado, Arquitecto y Espíritu Viviente; véase arriba) vive en el Sol y tiene tres ayudantes principales, denominados Columna de Gloria,  Jesús Esplendor, Virgen de Luz y doce hijas o ayudantes, que son doce virtudes.

 

La misión del Tercer Enviado es comenzar un proceso de redención de las partículas de luz desperdigadas en el universo material para que se concentren en la Luz esencial. Para ello el Tercer Enviado utiliza la Columna de Gloria, cuya tarea es formar un conducto físico por el que las partículas de Luz rescatadas procedan —a través de estaciones intermedias— el Sol y la Luna hacia el reino de la Luz, es decir, del Padre de la Grandeza. Esta Columna es visible a los ojos: la Vía Láctea. Este proceso de salvación de las partículas de luz es imaginado como una navegación hacia arriba: por medio de unas ruedas de fuego, agua y viento, que empujan de algún modo a las partículas de luz, se forma una columna de luz ascendente, una «nave luminosa» que navega ha-

 

cia arriba, formada por las partículas luminosas ya salvadas.

 

Quinto momento: creación de la «segunda parte» del universo, a la vez que continúa el proceso de redención —o «recogida»— de las partículas de luz desperdigadas en el cosmos.

 

Hasta este momento solo existe un universo compuesto de astros. Faltan animales y plantas. La generación de esta otra parte del cosmos se produce por acción de los demonios de la Tiniebla.  

 

Ello ocurre en dos momentos, del modo siguiente: los malos demonios de la Tiniebla ven al Tercer Enviado y a sus hijas vírgenes. Entonces, impulsados por los malos deseos propios de la Materia-Tiniebla, se lanzan sobre ellas para violarlas, pero no lo consiguen. Lo que no saben los malvados demonios —pero sí sabían el Tercer Enviado y sus hijas que, en el fondo, buscaban provocar su impuro deseo— es que con la eyaculación externa de su semen los demonios pierde también partículas de luz que serán recogidas a su vez por el Tercer Enviado.

 

Un proceso parecido tiene lugar con los malvados demonios femeninos. También intentan unirse con el Tercer Enviado, pero no lo consiguen. Igualmente, de resultas de estos malos deseos, los demonios femeninos pierden partículas de luz, a su vez rescatadas por el Enviado.

 

La diversidad de plantas y animales en el universo es producida por los demonios masculinos y femeninos: del semen demoníaco caído en la tierra se producen las plantas, y el caído en el mar genera los peces  y ciertos monstruos marinos; de las matrices y abortos de los demonios femeninos, que no han logrado la unión con el Tercer Enviado, brotan otros animales y plantas de este mundo. Pero todos estos seres vivos, aparentemente materiales, contienen también residuos de luz, pues —como sabemos— del resultado de la mezcla de Tiniebla y Luz en la lucha primordial, el semen y matrices demoníacos tienen algo de Luz; por tanto, las plantas como los animales, fruto de ellos, condenen a su vez restos de Luz.

 

Los demonios y demás fuerzas de la Tiniebla observan que van perdiendo poco a poco elementos de Luz. Deciden entonces un plan para detener esta pérdida: generar otra «creación paralela» a los cielos y tierra del Tercer Enviado, de modo que en ella —como producto suyo— puedan retener a su antojo esas partículas de Luz. Esta creación paralela es la plasmación de los seres humanos.

 

Creación de Adán y Eva 

 

Por medio de dos demonios escogidos, Sacias (el «loco») y Nebroel (Nemrod) crean los elementos de la Tiniebla a Adán y Eva. Pero estos son también de algún modo la contrapartida del Hombre Primordial generado por el Reino de la Luz, ya que los Malvados, para crearlos, han copiado la imagen del Tercer Enviado, la réplica del Hombre Primordial. Así, los humanos tienen una parte divina —la imagen del Tercer Enviado que es Luz— y otra material —el cuerpo hecho por los Demonios— . Dentro del cuerpo, estas entidades malvadas han introducido el perverso deseo de la unión sexual que ha servir en último término para retener en los cuerpos los restos de Luz.

 

Los malvados demonios ven que su creación ha sido hermosa y, sintiendo deseos de nuevo, abusan sexualmente de Eva, la cual tiene también relaciones con Adán. Se produce así una doble generación: Eva tiene a Caín y Abel con los demonios; a Set, con su pareja natural, Adán. Como Abel no tuvo hijos, se explica que la humanidad esté dividida en dos partes: los descendientes de Caín, malvados, y los de Set, «espirituales». La creación de los seres humanos, cuyos cuerpos son cárceles de la Luz, no hace más que retrasar el proceso, ya emprendido, de redención de los restos de Luz en el universo.  

 

 

La contramedida del reino de la luz al ver esta creación de la Tiniebla —los seres humanos— consiste en enviar a ellos una nueva entidad divina, un Esplendor, una Luz, «Jesús Esplendor». Este se dirige a Adán para, sin que los malvados demonios se den cuenta, iluminarlo, de modo que pueda recibir la gnosis, el conocimiento redentor o llamada de lo alto. Esta gnosis consiste en hacerle caer en la cuenta de que su alma —la imagen del Tercer Enviado— está dominada por la materia, el deseo sexual y la Muerte... y que debe liberarla.

 

Pasado el tiempo, Jesús Esplendor, envía su mensaje de liberación al resto de la humanidad por medio de descendentes calificados de Adán: Moisés, los profetas, Jesús, sus apóstoles y, finalmente, Mani. Es de notar que los maniqueos son docetas en general: el cuerpo de Cristo —el principal enviado antes de Mani— no es más que pura apariencia, solo una suerte de sombra, que no padeció y que de hecho solo fue crucificado aparentemente. Este mensaje de salvación, o de liberación de la luz de la mezcla con la materia, será recibido desde Adán hasta Mani por todos los hombres aptos para salvarse, los descendientes de Set.

Al final de su vida, todo ser humano serájuzgado por el Padre de la grandeza, para ver qué ha hecho con su parte de materia —ai descender de Adán y Eva— y su parte de luz —puesto que su imagen es la del Tercer Enviado—. El cuerpo de cada ser humano descenderá de nuevo a la materia; no se salva. El alma, si resulta ser pura por haber obedecido a la llamada, si se ha comportado como una elegida, ascenderá al cielo y vivirá en el paraíso de la Luz. Allí recibirá la corona de la señoría, los signos de la victoria y el vestido luminoso. Si no es pura del todo, se reencarnará en otro cuerpo hasta que llegue a su final y sea juzgada de nuevo. Este proceso se acabará cuando seajuzgado el último ser humano que hayan podido producir los malvados demonios.

 

Sexto y último momento: derrota total del Mal y separación (definitiva) de los Dos Poderes. Cuando termine el juicio particular al último ser humano, tendrá lugar un juicio global o final: aparecerá el rey Jesús en función dejuez de todo el universo. Este perecerá por el fuego en un pavoroso incendio de purificación que durara más de mil quinientos años, el cual conseguirá completar la redención: que las últimas partículas o residuos de luz asciendan al reino de la Luz. La Materia-Tiniebla será definitivamente encarcelada —es decir, quedará confinada al reino de la oscuridad—, y el reino de la Luz tomará todas la precauciones para que no se genere otra lucha, otro cosmos nuevo, otro penoso proceso necesitado de redención.

 

Entonces se volverá aparentemente al estado originario de separación, pero con la salvedad de que se mantendrán totalmente apartados el Principe de la Tiniebla y el Padre de la Grandeza, de modo que el Reino de Bien no vuelva a caer en la trampa de luchar con el Mal, pues si ello ocurriere —que no ocurrirá—, el proceso tendría que comenzar de nuevo.

 

Estos seis momentos del mito maniqueo pueden sintetizarse en tres «tiempos». Primer tiempo: separación de los Dos Principios originarios. Segundo tiempo: mezcla de Luz y Tiniebla. Tercer tiempo: derrota de la Tiniebla y su separación definitiva de la Luz.

 

El tercer tiempo está caracterizado —dentro de la pugna de la Luz y de la Tiniebla— por una serie de estratagemas de la Luz/Padre de la Grandeza para lograr vencer a la Tiniebla por medio de una triple serie de emisiones de seres divinos, cuyos elementos más importantes, por orden de aparición, son el Espíritu Viviente, el Hombre Primordial y el Tercer Enviado. 

 

 

El concepto de la sabañón

 

Detrás de este complicado mito se halla un concepto de la salvación gnóstico en líneas generales, con la salvedad antes expresada del hincapié en el recto comportamiento: la redención no se consigue solo por el conocimiento salvador, que se corresponde con la doctrina revelada a Mani, cuyo fin es liberar al ser humano de la materia rescatando lo que de Luz hay en él, sino además con una práctica recta de las virtudes. Esta insistencia en una praxis recta diferencia al maniqueísmo de los sistemas gnósticos en general. Y es el mito el que proporciona al hombre los conocimientos necesarios para saber cuál es su fin en este universo y cómo debe actuar en él para conseguir la salvación.

 

Este conocimiento salvador fue transmitido a los humanos por medio de los predecesores de Mani, como Set, Noé, Abraham, Buda, Zoroastro, Jesús y sus apóstoles, Pablo de Tarso y, finalmente, Mani, que es el último redentor, iluminador y médico de las almas. Así pues  la plena revelación, la que constituye la última y definitiva religión, ha sido revelada al último profeta, Mani, aunque él se consideraba el «apóstol de Jesús» más que un profeta.

 

Jesús ocupa en el maniqueísmo un puesto principal y su figura se considera desde varios aspectos: Jesús Esplendor, es el Jesús Revelador, la entidad divina; el Jesús terreno y pasible (denominado Jesus patibilis) es el mismo mensajero de la Luz pero en cuanto «padece» en un cuerpo que es mera apariencia (docetismo) como simbolo y redención de lo que sufren las almas de los elegidos, las partículas de luz encarceladas en la materia.

La iglesia maniquea. Sus textos

 

Aunque la religión propugnada por Mani no fue nunca religión oficial de ningún país, tampoco de Irán, su tierra natal, donde siguió imperando el zoroastrismo, pronto, ya en vida de Mani, y sobre todo tras la muerte, se organizó el grupo de seguidores, de modo que la iglesia surgida de este movimiento, que se expandió con rapidez y fue durante un tiempo una recia competidora de la Gran Iglesia ortodoxa.

 

La 1glesia maniquea no tenía templos ni altares, pero estaba bien organizada. Tenía una forma piramidal: en la cúspide estaba el representante en la tierra de Mani (el Príncipe o Jefe) —a quien, como Jesús— se consideraba un ser humano deificado. La sede de esta principalía estuvo en la ciudad de Babilonia hasta el siglo X y luego en Samarcanda (capital de la antigua Sogdiana, ahora Uzbekistán). Por debajo estaban 12 apóstoles o Maestros principales. En el escalón inferior había 72 obispos y más abajo 360 presbíteros. Obsérvese que dos de los números son evangélicos y el otro astronómico.

 

El rango de los fieles era doble: en primer lugar estaban los «elegidos» (en latín, elecú), hombres y mujeres, capaces de asimilar la plena doctrina maniquea. En segundo, los «oyentes» (en latín, auditores), incapaces momentáneamente de poner en práctica en su vida la doctrina plena, pero que podrían salvarse sobre todo por medio de sucesivas reencarnaciones hasta conseguir el estatus de elegidos. Así pues, la diferencia esencial entre «elegidos» y «oyentes» no consiste en una diferencia cognoscitiva, sino práctica: en el modo de vida.  

 

 

La iglesia maniquea rechazaba en bloque, como los marcionitas, el Antiguo Testamento, pues no procedía del Padre de la Grandeza. Del Nuevo Testamento admitía diversas partes. Además, tenía el maniqueísmo sus textos sagrados propios, que procedían del mismo Mani. Consciente de las múltiples y a veces erradas interpretaciones que habían sufrido las doctrinas de Jesús, de Buda y de Zaratustra por no haber dejado nada escrito, Mani se preocupó de que su pensamiento quedara fijado en libros. Compuso sus obras en su lengua materna, el arameo oriental. De estos textos —que eran siete, numero sagrado— solo han sobrevivido fragmentos, pero conocemos sus títulos: El Evangelio viviente o Gran Evangelio, El tesoro de la vida, El tratado, El Libro de los misterios, El Libro de los Gigantes, Las cartas y los Salmos y oraciones. El Sabuhragan, entregado a Sapor I como resumen de las doctrinas maniqueas, fue compuesto por Mani en persa, pero no pertenecía estrictamente al canon. Otras obras maniqueas que hoy poseemos, como los Capítubs (conservado en traducción al copto), el Salterio y el Códice de Colonia, no pertenecían tampoco al canon.  

 

Vida religiosa de los maniqueos

 

La vida religiosa terrena en una comunidad maniquea era distinta para los «elegidos» y para los «oyentes». A los primeros les importaba ante todo alejarse de la materia por una práctica recta de vida y conseguir el conocimiento salvador. Los que habían sido iluminados debían a toda costa luchar para liberar la Luz del contacto con la Tiniebla. Para ellos estaba vedado todo lo que impidiera esa liberación o pudiera alargar la prisión de la Luz en la materia. Mantendrían una vida sin pecado si recibían «los tres sellos»: el de la boca, el de las manos y el del vientre. El de la boca se refería no solo a pronunciar siempre la verdad, sino también al control de todos los sentidos; el de la mano implicaba apartarse de toda actividad mundana; el del vientre suponía la renuncia a toda actividad sexual. Por ello, además de los mandamientos generales, debían los «elegidos» observar cinco preceptos: decir la verdad; no matar o herir; abstenerse de todo trabajo corporal, del sexo y de la ingestión de carnes y vino, es decir, llevar una vida religiosa; practicar la pureza de palabras y la pobreza. 

 

 

Como a los «elegidos» les estaba prohibido el trabajo corporal en el campo por significar un contacto burdo con la materia, a la vez que un ataque a los restos de Luz en ella contenidos, tenían que encargarse de él los «oyentes», que proveían las necesidades materiales de los elegidos. Estos se dedicaban, como los monjes de la Gran Iglesia, a la oración, al estudio y copiado de los textos sagrados y a otros menesteres intelectuales.

 

La vida religiosa de los «oyentes» estaba regida por la aceptación de la fe maniquea y el cumplimiento del Decálogo, pero con insistencia en la diligencia y en el servicio de los «elegidos». Por ello, los oyentes se dedicaban a toda clase de tareas, trabajos y comercio para mantenerse a sí mismos, a su familia y a los electos. Este servicio diario de manutención de los elegidos era considerado una «donación piadosa», pero necesaria, y les contaba como acto bueno para remisión de sus pecados. Los maniqueos apelaban al ejemplo evangélico de las hermanas Marta y María: la segunda se dedicaba a oír las enseñanzas de Jesús mientras la primera los servía Jn 12, 2-9, y Le 10, 38-42)

 

Tanto entre los oyentes como entre los elegidos se practicaban las tres prescripciones deljudaismo: orar, ayunar y dar limosna. Estaba, además, muy vivo el sentimiento de la posibilidad de pecar, es decir, de apartarse de la vía prescrita por la revelación salvadora. Ciertamente, como en el resto de los sistemas gnósticos, el pecado no afectaba al alma, sino solo al cuerpo. Pero si el cuerpo estaba en pecado, el alma no podía verse libre y llegar al Paraíso. Por ello eran precisos los frecuentes actos de arrepentimiento y las confesiones públicas.  

 

 

La vida de una comunidad maniquea estaba centrada en la oración y la comida en común. Las reuniones litúrgicas consistían en lecturas y en la entonación de salmos y plegarias. Los maniqueos rechazaban los sacramentos de la Gran Iglesia, porque creían que habian sido obra de los demonios que dominaban ese mundo. Sí existía —como hemos indicado ya— una suerte de «bautismo de los tres sellos» y las ceremonias penitenciales mencionadas, con confesión pública, al estilo del budismo, y actos de penitencia. Sin embargo, para el maniqueísmo era este más bien un rito externo, pues el perdón de los pecados se conseguía en verdad por el arrepentimiento interno. La comida comunal era diaria en cada comunidad, pero solo para los electos. Consistía ante todo en alimentos y bebidas vegetales, pues estos eran los que más Luz contenían de todos los elementos materiales. Como dijimos, la provisión de los alimentos y el servicio en la mesa corría a cargo de los oyentes, quienes recibían el perdón de sus posibles pecados al servir a los elegidos. La comida era, además, un acontecimiento ritual muy importante y central en la comunidad maniquea, con eficacia soteriológica, es decir, salvadora, pues tenía otro aspecto relevante: los maniqueos creían que mediante la digestión de los alimentos por parte de los elegidos se purificaban las partículas de Luz contenida en ellos. La materia se defecaba, pero la Luz era remitida —en forma de oraciones, salmos y cánticos— al Reino de la Luz. En este rito se observa el sentido ambivalente del cuerpo y del universo en el maniqueísmo: está compuesto de materia en parte luminosa, pero a la vez fue creado por voluntad del Padre de la Grandeza.

 

A la inversa, el ayuno tenía enorme importancia —como signo de desprecio a la materia, y como control del cuerpo y preparación para la digestión salvadora de la Luz— tanto entre los elegidos como entre los oyentes: los primeros debían ayunar unos cien días al año, entre ellos los domingos, más treinta días seguidos antes de la fiesta de la «Tribuna», que a continuación explicamos.

 

La fiesta maniquea más importante era la celebración de la muerte de Mani. Ese día, celebrado en febrero/marzo, se colocaba un retrato de Mani sobre una tribuna (griego bema, y de ahí toma el nombre la fiesta) y se entonaban en su honor cánticos y salmos, y se leían parte de sus Obras. Esta fiesta tenía un sentido triple: 1. Se daban gracias a Dios y a Mani, se recordaba su nacimiento, el puesto de este en el cielo y su futura participación en eljuicio final. 2. Era el día general del perdón de todos los pecados. 3. Se celebraba gozosamente la concesión divina de

 

la gnosis redentora.

 

La iglesia de los maniqueos se extendió rápidamente ya antes de la muerte de Mani y cubrió un amplio territorio: en Occidente llegó hasta algunas zonas de Hispania y las Galias, y desde el norte de África se extendió hasta India, la China y el Tíbet, pasando por Palestina, Siria, Arabia y Asia Menor, como veremos que ocurrió luego con la iglesia nestoriana. La época de florecimiento de los maniqueos se extendido sobre todo desde los siglos IV al VI  Aunque es una cuestión hoy debatida, hay bastantes autores que opinan que poco después de esta época algunos adeptos del maniqueísmo tomaron el nombre de paulicianos (bien porque fueron refundados por un tal Pablo hijo de Gallínico, o bien por estimar en mucho las Cartas de Pablo de Tarso). También se cree comúnmente que en los siglos x/x1 los bogomilos y cátaros asumieron parte de la herencia intelectual, mítica, litúrgica y organizativa maniquea.

 

Restos visibles del maniqueísmo se conservaron hasta el siglo XVII en China, aunque puede decirse que el dualismo esencial, con la lucha perenne del Bien y del Mal, es una idea generalizada que pervive entre la masa de los creyentes.

 

Pelagio se opone totalmente a la noción del pecado original, basándose en que esta no puede probarse por la Biblia ni por la razón. Esta doctrina de la culpa original no era todavía firme en la cristiandad entera, pero sí, y muy intensamente, en las iglesias del norte de África, desde donde habría de extenderse gracias a la autoridad de Agustín de Hipona. La idea de que todo ser humano al nacer es portador hereditario de una culpa dentro de su ser mismo, derivada del pecado de Adán, se llama técnicamente «traduccionismo» (es decir, el pecado orlginal se transmite —en latín traductio— por vía hereditaria), y deriva en último termino de las oscuras expresiones de Pablo de Tarso en el capítulo 5 de su Epístola a los Romanos.

 

Pelagio argumentaba que defender la noción de pecado original iba en contra de lajusticia de Dios. La divinidad, en efecto, había creado a Adán libre de la necesidad de pecar, y por su propia constitución no le era necesaria gracia divina alguna para mantenerse en ese estado de impecabilidad. Si el primer padre transgredió el mandato divino en el paraíso fue porque así lo quiso, voluntariamente, ya que la divinidad lo había dotado también por naturaleza de libre albedrío.

 

Pero este pecado de Adán y Eva era solo un caso aislado; no significaba ninguna perversión ni cambio de la naturaleza humana en sí, por lo cual todos los humanos descendientes de esa primera pareja nacen con la misma cualidad: por constitución natural pueden vivir sin pecado y gozan también del don de la voluntad libre. El que no emplee esta posibilidad para el bien —cada uno en su propio caso— es el que comete pecado. Por consiguiente, la situación de pecado en el hombre no es inevitable, «original» o contraída desde la concepción misma. Esto se prueba por el hecho de que todo ser humano, aun el pagano no bautizado, posee en germen la posibilidad de practicar todas las virtudes. Luego la naturaleza humana no está en sí pervertida; el pecado de Adán no se transfiere automáticamente a su descendencia.

 

Pelagio argumentaba que Pablo, al hablar de la culpa de Adán en Romanos 5, se refería a que el mal ejemplo desde aquella primera transgresión y la mala costumbre habían propiciado una inclinación malvada de los descendientes de la primera pareja hacia el pecado, pero nada más. Para pecar se necesita voluntad positiva de cometer el mal; por ello no puede haber un pecado en un infante recién nacido, que no tiene voluntad alguna de transgresión. Así pues, un bebé viene al mundo con la misma buena naturaleza que tuvo su antecesor Adán antes de pecar. Consecuentemente, el bautismo vale para perdonar los pecados individuales cometidos con voluntad consciente, no para borrar una pretendida culpa congénita. En los niños esta práctica del bautismo puede ser encomiable, pero no porque borre el pecado heredado de Adán, sino porque lo hace miembro de la Iglesia y le otorga —con las aguas del sacramento— una mayor potencialidad para vivir una vida en santidad y perfección. 

 

 

En opinión de los seguidores de Pelagio, esta posición teológica elimina las perniciosas consecuencias de la postura contraria, la de Agustín y sus seguidores. En efecto, al defender un pecado original hereditario y conllevar este la condenación divina, difícilmente evitarán Agustín y los suyos la idea de que Dios ha predestinado a algunos seres humanos concretos, nacidos después de Adán, para la condena eterna, ya que la gracia necesaria para su salvación —dada la torcida naturaleza humana— será de hecho insuficiente en muchos casos. Se comprende que al defender el pecado original sea absolutamente necesario bautizar a los niños recién nacidos; de lo contrario, no participarán de la gracia de la redención. Pero presuponer un pecado en quien no tiene aún conciencia es un absurdo.  

 

Pelagio concluía su argumentación con una reflexión sobre el libre albedrío, congénito en todos los seres humanos, y sobre la gracia. A los hombres les basta y les sobra esta voluntad para cumplir la ley divina: no es necesaria una gracia divina especial. ¿Qué es, entonces, la gracia divina? No otra cosa que el don de la vida y de la libertad que reciben todos los humanos al nacer.

 

Ahora bien, Pelagio no era enemigo de la gracia, ya que admitía que la divinidad la otorgaba a todos los seres humanos como una suerte de iluminación que les ayuda para obrar el bien. Expresado técnicamente: esta gracia no es previa a la acción buena humana, ni tampoco es gratuita (esto llevaría a la predestinación: a unos sí y a otros no), sino que la divinidad la otorga siempre debido al preconocimiento que ella tiene de los méritos de las buenas obras realizadas por el hombre por voluntad propia, sin ayuda de gracia divina especial alguna.

 

A esta doctrina pelagiana opuso Agustín de Hipona las nociones slguientes: como enseña Pablo, el estado natural del ser humano, del que no puede salir por sí solo, es el del pecado; ahora bien, de esta constatación se deriva inseparablemente la doctrina de la culpa original, y por ello es necesario bautizar alos niños por la remisión de ese pecado-, laredención del hombre es obra solo de Dios: es un puro don de la divinidad; por tanto, la gracia, que ayuda al ser humano a conseguir lajustificación divina, es indispensable para la redención.

 

Es verdad —continúa Agustín— que estas ideas suponen una presciencia divina de quiénes van a aprovechar esta gracia y de quiénes no. Pero ese conocimiento de antemano no es una predeterminación absoluta para la salvación o para la condenación. Lo que ocurre es que la combinación de todas estas realidades, presciencia y efectiva condenación de algunos, es un misterio no accesible plenamente a la razón humana.

 

Condenas de Pelagio y de sus seguidores

 

Las doctrinas de Pelagio no lograron difundirse por el pueblo cristiano. Hubo ciertamente pelagianos, sobre todo por las Islas Británicas hasta el siglo VÍ pero sus doctrinas permanecieron sobre todo como materia de disputa teológica entre los teólogos profesionales de la Gran  Iglesia. Entre algunos de estos existió una corriente de pensamiento teológico que más tarde —desde el siglo XVI— habría de denominarse «semipelagiana», cuya síntesis podría ser la siguiente: el ser humano puede comenzar las obras buenas o su conversión por sus propias fuerzas, pero necesita obligatoriamente de la gracia del Espíritu Santo para llevarlas a su perfección.

 

En el año 411, en Cartago, en ausencia de Pelagio, que se había trasladado a Jerusalén, fue excomulgado su discípulo Celestio, al que se

 

le acusó públicamente de mantener las siguientes ideas erróneas:

 

+ Que Adán había sido creado como ser humano normal, es decir mortal.

 

+ Por tanto, que habría fallecido igualmente, aunque no hubiera pecado.

 

+ Que su pecado le afectaba a él, no a la humanidad entera.

 

+ Consecuentemente, que su descendencia tenía el mismo estatus que él antes de pecar, y que sin ninguna necesidad de bautismo habría alcanzado la vida eterna con tal de haber obrado justamente.

 

» En consecuencia, que el cumplimiento de la ley natural conduce al cielo al igual que la ley evangélica, y que antes de la aparición deJesús en la tierra había también sobre ella hombres justos.

 

+ Que la humanidad no habría de morir por el pecado de Adán ni tampoco resucitar en virtud de Cristo.  

 

 

Traducido a otro lenguaje, estas proposiciones significaban simple y llanamente la negación del casi «dogma» del pecado original y sus nociones aledañas.

 

En el 415, en un sínodo diocesano en Jerusalén, en presencia de Pelagio, quien como sabemos había buscado refugio allí, el presbítero español Paulo Orosio, por encargo, al parecer, del episcopado del norte de África no contento con la excomunión de hacía algo más de tres años, acusó a Pelagio de las mismas ideas. Pero el obispo Juan consideró conveniente no condenar a su protegido porque sus explicaciones le resultaron suficientes.

 

Paulo Orosio volvió enfurecido por ello al norte de África. 

 

Los adversarios de Pelagio no se desanimaron y probaron suerte de nuevo..., en Palestina misma. El obispo de Cesarea por aquel entonces, llamado Eulogio, convocó por presión de aquellos un sínodo en Dióspolis (la actual Lud, antigua Lida). Esta vez los acusadores eran dos obispos venidos de las Galias, Heros de Arlés y Lázaro de Aix, hasta donde habían llegado las ideas de Pelagio. Pero tampoco pudieron llevar a buen término la acusación, ya que uno de ellos enfermó y el otro se vio impedido por causas diversas para asistir al sínodo. La defensa del acusado —sin sus acusadores delante— fue lo suficiente-

 

mente brillante como para salir libre de nuevo.

 

La absolución del heterodoxo alarmó en verdad a Agustín de Hipona y a otros obispos de África, que tenían además detrás de sí el pensamiento de san Jerónimo, afín al de ellos en estos puntos en debate. Entonces, Agustín, en nombre suyo y de los obispos norteafricanos, recurrió al obispo de Roma, al papa Inocencio I. Por medio de un legado le envió una copia del tratado Sobre la naturaleza de Pelagio y su propia respuesta al heterodoxo, titulada Sobre la naturaleza y la gracia.

 

El papa leyó los dos escritos y, probablemente influido también por la opinión de Heros y Lázaro de Aix, se inclinó por la tesis de Agustín: el 27 de enero del 417 excomulgó a Pelagio y a Celestio. Pero el 12 de marzo de ese año murió el papa Inocencio, y le sucedió en la silla apostólica Zósimo. Aprovechó Pelagio la ocasión y envió al nuevo Papa, junto con cartas de recomendaciones, un escrito de defensa. Entonces, el obispo de Roma se dejó convencer por el denostado pero hábil heterodoxo y el 21 de septiembre del 417 levantó la excomunión. 

Mas los africanos no se dieron por vencidos, y lograron del entonces emperador Honorio un decreto de condena (29 abril del 418) contra todos los que «negaran la doctrina del pecado original», lo que afectaba directamente a Pelagio.

 

No contentos aún, siguieron delante los norteafricanos con su plan de ataque a los enemigos del «traduccionismo» y el 1 de mayo de ese mismo año, en un concilio panafricano en Cartago, dieron a luz a una serie de nueve cánones contra Pelagio. En síntesis decían los siguiente:

 

+ Se condenaba toda negación del pecado original en Adán y de su transmisión directa a su descendencia.

+ Se negaba que la gracia divina se otorgara por el mismo acto de nacer.

 

+ Se negaba también que el bautismo fuera solo una pura iluminación y solo un perdón de los pecados cometidos con plena consciencia.

 

El papa Zósimo, viendo que los enemigos de Pelagio eran muy fuertes —Agustín y los obispos africanos; el emperador y parte de la Iglesia de las Galias— cedió, y en una Carta circular (en latín Epístola tractoria) volvió a excomulgar a Celestio y a Pelagio.

 

Este último golpe supuso para el heterodoxo la derrota final, pues también en Antioquía de Siria sus ideas fueron de inmediato condenadas. Abandonó Pelagio Palestina y buscó asilo en Egipto, en donde quizá murió hacia el 422, o al menos se le pierde allí la pista.

 

Juliano de Eclana 

 

Su discípulo, Juliano de Eclana, le fue fiel. Lleno de ira por la suerte del maestro pensó que la mejor defensa era un ataque: poner en duda la ortodoxia de Agustín y los obispos que lo rodeaban mostrando en público las consecuencias de defender la teoría del pecado original. Así escribió una respuesta a la circular del papa Zósimo contra su maestro (la Epístola tractoria), y sobre todo atacó a Agustín de Hipona, centrándose en unas ideas que este había expresado en su tratado Sobre el matrimonio y la concupiscencia y que derivaban de las nociones sobre el pecado original.

 

Juliano argumentaba, en una obra titulada Cuatro libros a Turbando, que Agustín hacía revivir el maniqueísmo. Las consecuencias de la doctrina del pecado original eran devastadoras, según Juliano: significaban considerar al matrimonio no un bien y algo querido por Dios, sino un puro acto de concupiscencia que solo servía para transmitir la culpa original. Juliano sostenía que en el debate teológico había que tener en cuenta la Escritura, la opinión de los Padres de la Iglesia que la habían interpretado anteriormente, pero ante todo el sentido común y la razón. Estos tenían la respuesta definitiva para la debatida cuestión. Tras resumir en su obra la doctrina agustiniana sobre el pecado —sobre todo el original— y sobre la justicia divina, Juliano argumentaba que era absurda en su conjunto y que, además, los textos de la Escritura, aducidos para defenderla, no probaban nada. Concluía que la creación, el matrimonio, la Ley y el libre albedrío son bienes naturales y dones de Dios, y volvía a repetir, acumulando razones, que no hay tal culpa original, que el pecado es solo un acto voluntario y consciente, por lo que los niños no necesitan de bautismo alguno para lavar una pretendida mancha heredada de los primeros padres por vía conceptiva.

 

Pero la voz de Juliano encontró poco eco, y un siglo después la doctrina agustiniana del pecado original, del sentido de la redención, de la gracia y de la justificación divinas del ser humano se hizo absolutamente firme hasta la actualidad. Las consecuencias se observan también hasta hoy: la doctrina se hizo dogma y se continuó con la costumbre de bautizar a los niños casi recién nacidos, entendiendo el acto como sacramento que tiene fuerza absoluta por su misma realización para borrar la culpa originaria heredada tristemente de Adán. Una posible interpretación de la Escritura y de la tradición, más acorde con la razón, fue definitivamente rechazada ya en el siglo V.

 

De esta gran batalla se deriva la otra con la escuela Nestoriana donde se lograra definir la doble naturaleza de Cristo en una sola persona así podemos dibujar el rostro de Cristo con estas verdades:

 

Cristo es el logos pre existente que se encarna y muere para salvarnos  resucitando (misterio pascual) 

La iglesia es su cuerpo, su novia, su reflejo.

La salvación es aquí y ahora en un nuevo nacimiento espiritual y al final de los tiempos cuando el cuerpo resucite.

 

En el hombre está  el pecado original que se transmite de generación en generación, necesitando la salvación  en Cristo que se recibe en el bautismo.   

 

En Cristo esta la naturaleza divina y humana en una sola persona divina, siendo María la madre de Dios. 

 

La Sexta verdad es que la oveja se pierde  y en su perderse lucha para imponer su verdad y dominar el mundo.

 

La séptima verdad es que la oveja se puede volver a Encontrar por obra y gracia  del Espíritu Santo.

 

Es esta obra del Espíritu Santo el que nos llevara de la unidad Católica a la multiplicidad de la reforma habiendo más de 500 denominaciones cristianas hoy en día y es que la Iglesia Católica ganadora de tantas batallas espirituales para preservar la unidad, queda derrotada en ese afán donde ya no se luchara por la verdad sino por el poder en el mundo  más el tiempo de la multiplicidad ha pasado, es hora de volver a la unidad, solo el amor entre los seres puede revelar a Dios y ese amor exige paradójicamente una guerra espiritual, en el que el logos triunfe dibujando su rostro en la única iglesia que es una y múltiple en su singularidad.  

 

Jehová te bendiga, y te guarde;

Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia;

 Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.