El rostro de la oveja
Si la Padre solo se le puede conocer en el hijo
Al cordero solo se le puede conocer en la oveja
Ovejas vencidas:
Jesús es un hombre
normal
Ovejas vencedoras
Jesús es un ser divino desde siempre. Existía junto a Dios
desde toda la eternidad. Su aparición en el mundo tiene lugar por medio de una
concepción milagrosa, por obra del Espíritu Santo.
Batalla
La constitución o naturaleza del Salvador se pensó en estos
años de maneras muy diversas, según se considerara a Jesús,
+ un hombre más o menos normal y corriente, cuyo estatus
pasaba a ser divino tras su muerte;
+ 0 bien si el tránsito al ámbito divino ocurría en un
momento especial de su vida;
+ 0 bien si era ya divino desde su concepción en el seno de
su madre;
+ 0 bien si lo era antes incluso de ser concebido en este
mundo.
Todo ello da lugar a cristologías, o puntos de vista,
bastante diferentes.
1. La primera forma de interpretar la naturaleza de Jesús,
bastante sencilla, era la que pensaba a este como un hombre normal durante toda
su vida, como un ser humano que solo después de su resurrección fue trasladado
por Dios a su lado, a su diestra, al ámbito de la divino. Allí, y en esos
momentos, Dios lo hacía plenamente «Señor y Mesías completo». Antes Jesús había
sido el Mesías, sin duda, pero incompleto: la oposición de losjudíos y el plan
divino de salvación que debía llevarlo al sacrifico de la cruz no le había
permitido ejecutar totalmente su misión. Ahora, desde el cielo, investido de
nuevos poderes, cumpliría la función para la que había sido destinado.
Dos son los textos clave que expresan esta concepción.
El primero es de los Hechos de los Apóstoles, y nos
transmite el primer discurso de Pedro a losjudíos en Jerusalén después de la
resurrección de Jesús y del acontecimiento de Pentecostés: «Jesús Nazareno,
hombre a quien Dios acreditó ante vosotros con milagros... a este, pues, Dios
lo resucitó...»; «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha
constituido Seriar y Cristo a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (2,
22-24; 2, 36).
El segundo es de Romanos 1, 3-4: «Su Hijo (Jesús) que, por
línea carnal, nació de la estirpe de David, y por línea del Espíritu
santificador fue constituido Hijo de Dios con pleno poder desde el momento de
su En estos pasajes no aparece por ninguna parte un Jesús que sea Dios por
generación y esencia; más bien queda excluida esta idea, pues la divinidad es
quien lo resucita, no él mismo (Hch 2, 33-36; 4, 10; 5, 30: «El Dios de
nuestros padres resucitó a Jesús»), Es también la divinidad quien lo unge con
el Espíritu (Hch 10, 38) constituyéndolo en «Señor» —es decir, de algún modo
divino— y Mesías.
Hay que tener en cuenta, y esto lo sabemos por diversos
textos encontrados entre los manuscritos del mar Muerto **, que en círculos
judíos piadosos, sobre todo los apocalípticos, se consideraba al «Mesías» un
personaje muy cercano al ámbito de la divinidad. Por tanto, estas ideas sobre
el rango y función de Jesús no tenían que extrañar a en ex-
ceso a los judíos.
2. La segunda fue considerar también a Jesús como un ser
humano más o menos normal, pero que en un momento de su vida era asumido o
adoptado por Dios para convertirlo en instrumento suyo en orden a instaurar el
Reino. Hay, en los escritos del Nuevo Testamento, diversos manera concretas de
considerar a Jesús un ser humano que es adoptado por Dios para asumir la
función casi divina de ser el Mesías completo:
A) Una es la teología que reflexiona sobre Jesús como el
«segundo y definitivo Adán».
Los textos clásicos de esta cristología son dos. El primero
se halla en Rom 5, 18-19: «Pues como la transgresión de un hombre condujo a la
condenación de todos los hombres, del mismo modo la justicia de un hombre
condujo a la absolución y la vida para todos los humanos. Porque como por la
desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores, de igual modo por la
obediencia de un hombre muchos serán justificados».
El segundo se encuentra en 1 Cor 15, 21-33: «Si por un
hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los
muertos; es decir, lo mismo que por Adán todos mueren, así también por el
Mesías todos recibirán la vida, aunque cada uno en su propio turno: como primer
fruto, el Mesías; después, los del Mesías el día de su venida; luego el fin,
cuando entregue el reinado a Dios Padre, cuando haya aniquilado toda soberanía,
autoridad y poder».
En estos textos Jesucristo es comparado con Adán: los dos
son una persona en la que se decide el destino de todos. Mientras que con la
desobediencia del primer hombre la humanidad quedó destrozada por siempre, el
acto de obediencia de Jesús invirtió el curso de destrucción de la historia
humana. La comparación con Adán deja en claro que Jesús es un ser humano. No es
esta, como veremos luego en otros casos, una cristología elevada de la
preexistencia del Salvador, sino una cristología que supone dos etapas: en la
primera Jesús aparece tan hombre como Adán. En la segunda, Jesús, en vez de
pecar, caminó hacia su muerte en obediencia, por lo que tras esta muerte es
resucitado y exaltado por Dios. El premio de esta obediencia para la humanidad
es la salvación, y para Jesús, su misma resurrección y exaltación. Jesús fue el
instrumento humano de la acción amorosa de Dios en favor de los hombres
(Romanos 5, 8), que luego es premiado con la exaltación al ámbito de lo divino
tras su muerte.
B) Otro tipo es la teología que se llama propiamente
«adopcionista»: Jesús es adoptado como «hijo de Dios» y capacitado para su
misión salvadora en el momento de su bautismo. Antes era un hombre más o menos
normal; pero desde la manifestación divina en su bautismo pasa a otro orden, el
de estar cercano a Dios. Este lo considera desde el bautismo como un «hijo»
especial suyo, lo transporta por así decirlo a un ámbito superior al ser humano
corriente y lo dispone de tal modo que pudiera actuar en pro de la salvación
del género humano.
El texto clásico de este tipo de cristología es el del
Evangelio de Marcos 1,9-11: «Sucedió que en aquellos días llegó Jesús desde
Nazaret de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. Inmediatamente, mientras
salía del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar como paloma hasta él;
y hubo una voz del cielo que decía: "Tú eres mi Hijo, el amado, en ti he
puesto mis complacencias"».
Esta declaración está modelada sobre el salmo 2, 7, en donde
Dios dice al rey de Israel: «Tú eres mi hijo; hoy te he engendrado». El rey es el representante de la nación, Israel, y
este es el pueblo escogido por Dios para sí. Jesús queda caracterizado en este
Evangelio como la persona en la que se realiza la filiación de Israel. Jesús es
transformado en ese momento en un hijo querido de Dios, con un estatus casi
divino: Dios tiene en él sus complacencias debido a su obediencia a la voluntad
divina. Gracias a esta obediencia el Jesús adoptado es hecho apto para salvar a
todos los hombres por el sacrifico de la cruz. Por eso Marcos presenta al final
de su Evangelio a un centurión que afirma: «Verdaderamente este hombre era el
hijo de Dios» (15, 39). A pesar de su sufrimiento y de su muerte, Jesús era el
hijo de Dios desde su bautismo, pues de algún modo compartía el poder divino que
operaba en él la salvación de la humanidad.
3. Otra manera distinta de considerar aJesús hijo de Dios
real es la que piensa que la filiación divina no tiene lugar desde el bautismo,
sino antes, desde el momento de la concepción misma. Los textos claves se
hallan en los Evangelios de Mateo y de Lucas, al principio, en los denominados
relatos de la infancia.
Ambos evangelistas precisan que todo ello sucede por la
potencia del Espiritu. Mateo cuenta lo siguiente: «Así nació Jesús el Mesías:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivirjuntos, resultó que
esperaba un hijo por obra del Espiritu Santo»; «Apenas tomó (José) la
resolución (de dejar a María al verla embarazada), se le apareció en sueños el
ángel del Señor, que le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte
contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del
Espíritu Santo». Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor
por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de
nombre Emmanuel (1s 7, 14) que significa "Dios con nosotros"» (Mt 1,
18-20, 22-23).
Lucas, por su parte, afirma que el arcángel Gabriel dijo a
María: «No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a
concebir en tu seno y a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. Este
será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de
David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no
tendrá fim»; «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer será santo y lo llamarán
"Hijo de Dios"» (1, 30-33, 35).
Así pues, esta cristología sostiene claramente que la
divinidad de Jesús tiene su inicio antes de lo que pensaba el autor del
Evangelio de Marcos: Jesús es divino desde su concepción. Luego, esta divinidad
se transparenta en diversos momentos de la vida pública de Jesús, donde se ve
cómo este actúa en todo momento como regido por el Espíritu, y llega hasta su
final con la exaltación de Jesús por obra de su resurrección. El relato de la
acción del Espíritu en Jesús sigue con la historia de la Iglesia donde
Jesucristo es el que vierte el Espíritu en ella desde Pentecostés.
Por tanto, es esta una cristología también en dos etapas:
comienza con la existencia de Jesús sobre la tierra siendo este ya divino por
el acto de la generación por el Espíritu Santo, y concluye con el reino de
Jesús ya plenamente en los cielos.
Pero en la teología de Mateo y de Lucas no aparece explícitamente
el tema de la preexistencia de Jesús —como veremos en el cuarto Evangelio a
continuación—, ni tampoco se habla de una encarnación propiamente tal, puesto
que este concepto exige que el Mesías, como ser divino, preexista en Dios antes
de «encarnarse».
4. Finalmente, otra cristología de la época del Nuevo
Testamento es la que concibe a Jesús como un ser preexistente desde toda la
eternidad. Es Dios desde siempre, es la Palabra, Logos o Sabiduría de Dios, que
en un momento determinado de la historia desciendo a la tierra tomando la
figura de Jesús, revela de parte del Padre eterno un mensaje de salvación y
luego asciende al cielo, al lugar desde donde vino.
El ejemplo típico de esta cristología es el prólogo del
Evangelio de Juan: «Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios,
y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio con Dios; todas las cosas
fueron hechas por ella, y sin ella nada se hizo de lo que fue hecho... (v. 14).
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, llena de gracia y de
verdad; hemos contemplado su gloria, gloria como del Hijo único del Padre» (1,
1-14).
El Verbo de Dios se hizo visible en «carne», es decir, «se
encarnó». Este término acentúa la realidad material de la existencia humana de
Jesús y asegura que la revelación de Dios por el Logos está pensada para que
ilumine y salve al hombre: «Hemos contemplado su gloria» (v. 14). El Logos no
entra en la carne o la asume, sino que «se hizo» carne, expresión que subraya
la encarnación. Lo que no dice nunca el cuarto Evangelio es el modo como Jesús
se encarnó.
Hay otros textos del Nuevo Testamento que expresan de algún
modo la noción de que Jesús era un ser divino preexistente. Los más importantes
son otros dos: Filipenses 2, 6-7, y Colosenses 1, 15-20: uno de Pablo de Tarso
y otro de un discípulos suyo.
+ El primero es una especie de himno al descenso,
autohumillación, resurrección y exaltación de Jesucristo: «El cual, aunque
tenía la forma de Dios, no retuvo ávidamente el ser igual con Dios, sino que,
despojándose a sí mismo, tomó la semejanza de los hombres».
La clave del significado de este texto se halla en la
manifestación de que Jesús «tenía la forma de Dios» —era Dios— antes de
descender a la tierra. Y tiene que ser Dios previamente, porque de lo contrario
no tiene sentido esa autohumillación producida por hacerse hombre, es decir, de
un estatus inferior.
+ El segundo es un ejemplo de lo que los intérpretes del
Nuevo Testamento llaman «cristología sapiencial», es decir, Jesús es asimilado
a la Sabiduría divina. Esta se piensa como una entidad divina, un tanto
distinta de Dios, pero que es Dios y que está desde la eternidad a su lado;
Ella es la que ejecuta la creación: Jesucristo es la imagen del Dios invisible,
el primogénito de toda la creación; porque en él fueron creadas todas las
cosas, en el cielo y en la tierra, lo visible e invisible, Tronos o
Dominaciones, Principados o Potestades; todas las cosas fueron creadas por él y
para él. Él es anterior a todas las cosas, y en él todas las cosas se mantienen
unidas».
Gomo puede verse, hay una rica variedad de concepciones en
la época en la que se escribe el Nuevo Testamento en torno a cómo es la
naturaleza de Jesús. Aunque poca gente repara en ello, estas nociones no son
conciliables entre sí, pues afirman de Jesucristo cosas contrarias. En el fondo
suponen, pues, cristianismos diferentes. La que venció en toda la línea fue la
cuarta, la cristología de la preexistencia de Jesucristo, combinada con la
tercera, que responde a la pregunta planteada pero dejada sin respuesta por el
cuarto Evangelio: ¿cómo se realizó la encarnación? La respuesta de Mateo/Lucas
es: la encarnación fue un milagro asombroso; una concepción milagrosa por parte
de una virgen gracias a la potencia divina del Espíritu Santo.
Respecto a esta respuesta y sobre la naturaleza del Espíritu
Santo hay que tener en cuenta que en estos momentos del cristianismo aún no se
han pensado ni adelantado explicaciones ningunas sobre la Trinidad. Sabemos,
sin embargo, que el Espíritu se concebía más menos como «algo» que emanaba de
Dios, como la fuerza de Dios, distinguible de Este de algún modo, pero divina.
Era Dios, pero actuando como Espíritu, parecido a un viento o soplo, invisible
pero lleno de poder.
El resto de las cristologías del Nuevo Testamento (salvo la
del «segundo Adán» que fue integrada en la tercera y la cuarta) acabaron siendo
rechazadas como herejías posteriormente, porque o bien presentaban a Jesús como
un mero hombre, o bien hacían de este un ser humano que en algún momento de su
vida había sido adoptado como hijo por Dios, sin serlo por tanto por esencia.
Más tarde se calificó a esta última opinión como herética y se denominó
«adopcionismo».
Otros cristianos de la misma época, y también durante el
siglo posterior, efectuaban algunas matizaciones sobre esta concepción
adopcionista. Sin precisar la mayoría de las veces si Jesús era divino desde su
concepción, o antes, interpretaron que Dios Padre era como una especie de
monarca en el cielo y que Jesucristo, su Hijo, estaba subordinado a Él.
Jesucristo era Dios, pero como de segunda categoría.
Estas creencias fueron designadas como «monarquianismo» y
«subordinacionismo» y tuvieron un cierto eco entre los cristianos un poco más
tarde, bien entrado el siglo Il como veremos (Práxeas, p. 71). Ya a finales de
esta centuria fueron combatidas como herejías por los Padres de la Iglesia
ortodoxos, por ejemplo, Hipólito de Roma.
Sin embargo, tienen bastante razón los que mantienen que la
mayoría de los cristianos de finales del siglo 1 y principios del II no podrían
haber escapado de ser etiquetados como adopcionistas, monarquianistas o
subordinacionistas de algún modo; habrían sido, pues, heterodoxos para otros
cristianismos posteriores, más desarrollados teológicamente. Especialmente esta
última «herejía», el subordinacionismo, aparecerá más claramente entre los
arrianos (véase capítulo 10).
En las Cartas de Juan nos encontramos por primera vez con
que antes de finalizar el siglo I empieza a despuntar una posición heterodoxa
relacionada también con la naturaleza del Salvador, en concreto con la
naturaleza de su cuerpo: este no es real, sino mera apariencia.
Esta heterodoxia representa un modo de concebir la
«encarnación» de Jesús que será de inmediato reconocido como peligroso: el
docetismo. El vocablo viene del griego, y está formado a partir del verbo
dokéo, «parecer». Respecto a Jesús, sostienen los docetas que su cuerpo fue
solo aparente. Nació, o vivió en apariencia como cualquier mortal, pero la
materia de su cuerpo no era real. Y es natural —sostenían—, porque «lo divino
no puede convivir con lo mortal», como afirmaba Filón de Alejandría. En algún
momento, al tocar u observar bien aJesús, se podía experimentar la verdad de
esta afirmación: así, por ejemplo, según la tradición evangélica recogida por
Le 4, 30, cuando Jesús acabó de enseñar en la sinagoga de Nazaret, sus
convecinos se enfurecieron por su doctrina y quisieron prenderlo para acabar
con él. Entonces «lo llevaron hasta la cumbre de un monte sobre el cual estaba
edificada su ciudad, con intención de despeñarlo». Jesús, sin embargo, pasó
simplemente por en medio de ellos y se fue. O como cuando caminó por encima de
las olas de un mar enfurecido sin hundirse, porque su cuerpo carecía de peso.
Los discípulos pensaron que era un fantasma (Mc 6,48). Esta tradición sobre
Jesús —afirmaban los docetas— indica que su cuerpo no era verdadero, sino pura
apariencia.
En verdad, esta doctrina negaba la realidad de la
encarnación y, por tanto, ponía en peligro el que Jesús hubiera redimido
auténticamente a los humanos: en la cruz no había padecido él en realidad, sino
un cuerpo que no era humano. Por tanto, Jesús no podía representar en verdad a
los hombres ante el tribunal de Dios y salvarlos, porque en verdad no era uno
de ellos.
El autor del cuarto Evangelio recalca expresamente en contra
de esta doctrina que el «Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14), y otro personaje de
su escuela polemiza expresamente contra ella: «Porque muchos falsos maestros
han aparecido por el mundo que no confiesan que Jesús ha venido en carne. Quien
afirma esto es un engañador y un anticristo» (2 Jn 7). E igualmente el autor de
la Primera Carta de Juan: «Todo profeta que no confiesa que Jesucristo se he
encarnado de verdad no es de Dios; tal espíritu profético es del anticristo,
del que sabéis que viene, y que ahora ya
está en el mundo»: 4, 3; igualmente, en 1 Jn 5, 1-6. Volveremos a encontrar
esta idea con más fuerza en el siglo siguiente unida normalmente al
gnosticismo.
Esta es la revelación fundamental Jesucristo es el logos a
partir de aquí se configura el misterio pascual, esta revelación no es algo que
haya revelado Cristo sino que se le revelo a la iglesia, estamos en este libro https://archive.org/details/pinero-antonio-los-cristianismos-derrotados/page/52/mode/1up?view=theater los cristianismo derrotados en él se da cuenta de los principales estudios
sobre Jesúcristo, pero el problema es que son estudios que excluyen la fe, es
el clásico estudio “científico” que quiere dar cuenta de lo hechos, no comprendiendo
que los hechos no pueden ser separados de las revelaciones pero las
revelaciones no vienen en un clima de paz y concordia sino en una lucha
tremenda en una guerra de imaginarios en una metafísica de la violencia, donde
las ovejas se satanizan unas a las otras, en una búsqueda de verdad donde está en juego la vida eterna, ¿Quién gana?
Pues aquella oveja que acceda al logos y entonces ¿La verdad está en los vencedores? Pero Cristo es un derrotado
y es en su derrota que logra la victoria, así es hablamos de victorias más
allá del mundo, pero la paradoja es que son estas victorias las que construyen al
mundo, a este proceso lo comprendemos como dialectico y la condensación lograda será negada para lograr una nueva síntesis
y entonces en los vencidos también hay verdad, verdad que los vencedores tendrán
que integrar y superar.
Cristo es el logos no
excluye que Cristo haya sido hombre, que en el momento del bautismo haya pasado
a otra etapa, que en el todo la humanidad haya sido adoptada y que ahora este a
la diestra del padre, pero esta verdad que es la verdad en si misma hay que comprenderla
El logos que es el él
ser siendo uno con Dios
01
Se encarna despojándose
01→0
Pierde todo el ser, como nosotros lo perdimos en el pecado
1→0 0→1/2
Pero el anonadándose, muriendo en la cruz recupera el ser para todos nosotros
01→0→1→0→10
Cura la herida del pecado.
Esto no puede comprenderse más que por la revelación.
Lo uno y lo múltiple que en el Enuma Elish quedan separados
ahora están integrados en Cristo
El deseo y el sufrimiento que causa está superado por el amor, la voluntad de Dios y la
del hombre se han hecho una.
El rito de entrar al vientre de la madre para volver a nacer
y luego salir del vientre de la madre superando el mundo de los muertos y a
todos los demonios que practicaron todos los chamanes en todas las culturas,
está por fin logrado.
Y es que alguien logro en la tierra ser reflejo del ser y para
esto tuvo que no ser y ese alguien solo pudo ser el logos encarnado.
Todos tenemos acceso al logos, el acceso al logos a la palabra,
al lenguaje, a la acción en el hombre es de manera consciente, pero el hombre
no pudo encarnar el logos.
Para el lograrlo el hombre debería ser poeta, profeta y
sabio y dejarse llevar por el logos, como lo hace el chaman hasta el fondo del
abismo para luego ascender pero el hombre no pudo, no tiene la fe solo
Jesucristo pudo lograr el misterio pascual, solo él.
La clave estaba en morir como lo hizo buda, extinguiéndose a
este mundo karmico para nacer en el dharma en el camino, pero los iluminados se
apagan, vuelven a este mundo apenas salen de su meditación, lograr el camino óctuple
los pierde y es que es la luz quien logra el camino, no el camino la luz,
siendo la luz una gracia divina a penas uno se esfuerce por conseguir la gracia
su luz se apaga.
Y es claro el dragón somos nosotros, todo nuestro mundo,
toda nuestra polis, toda nuestra civilización es un valle de sombras donde
habita el dragón, pero que Héroe realmente saldrá de esta caverna, salida que exige
la renuncia de uno mismo y de todo el
conocimiento que se tenga, Sócrates es el héroe y Platón el contemplador de la
verdad que el héroe descubre más no se trata de contemplar la verdad sino de
encarnar el arquetipo y esto solo lo logra Jesucristo.
Es así que toda
ciencia debería estar basada en el misterio pascual esta paso del ser al no ser
para ser, pero ¿Que oveja puede lograr el paso del cordero? Esto es lo que no
comprenden los científicos, la experiencia en su radicalidad solo es accesible
a los más valientes, en ese sentido la verdad es excluyente y la libertad que
en ella se encuentra es de pocos.
¿Y entonces esos pocos deberían de dominar el mundo?
No porque esos pocos mueren al mundo, si quisieran
dominarlos entonces no habrían revelado en ellos la verdad, verdad que el mundo
siempre detestara porque esta verdad destruye al
mundo.
Y entonces ganada esta batalla son ganadas todas las demás:
Ovejas vencidas
Jesús es un hombre normal; solo después de su resurrección
es constituido por Dios como «Señor y Mesías».
Ovejas vencedoras
Jesús es «Señor» desde siempre, y «Mesías» desde su
aparición en la tierra.
Ovejas vencidas
La filiación divina de Jesús es por esencia: tiene lugar
desde su concepción misma. Pero Jesús no es preexistente.
Ovejas vencedoras
Jesús es preexistente.
Ovejas Vencidas
Jesús, como ser divino, está subordinado al Padre, que es
como un monarca que tiene la prelacia.
Ovejas vencedoras
Jesús no está subordinado al Padre, sino de la misma esencia
que el Padre.
Ovejas vencidas
El cuerpo de Jesús es una mera apariencia. No nació y no
murió en realidad. La encarnación no tuvo lugar.
Ovejas vencedoras
El cuerpo de Jesús es totalmente real, no una mera
apariencia. La encarnación es absolutamente real.
Ovejas vencidas
El Templo de Jerusalén es una institución absolutamente
válida.
Ovejas vencedoras
El Templo de Jerusalén no tiene ya validez como lugar de
encuentro con Dios
Batalla
Aquí se da otra batalla que definirá al cristianismo separándose
del judaísmo, más si la batalla por el logos esta lograda, las demás batallas
devienen en victoria como si se tátara de una ecuación diferencial derivándose de
la verdad del logos se deriva la verdad de la iglesia.
El segundo gran tema de debate y desarrollo en tiempos del
Nuevo Testamento fue la naturaleza de la Iglesia. En los Evangelios, salvo en
el de Mateo (16, 16-18), no aparece Jesús fundando Iglesia alguna, al menos la
institución que hoy se entiende por ese término. Sin embargo, Jesús, como
profeta de la restauración de Israel en los últimos días y como anunciador de
la venida del reino de Dios, sí congregó en torno suyo a un grupo de seguidores
que difundían junto con él el mensaje anexo a esta próxima venida.
El núcleo de esta «comunidad» en torno a Jesús estaba
ciertamente constituido por Doce personas que simbolizaban el Israel del
inmediato futuro cuando Dios instaurara su reinado. Es probable, por tanto, que
Jesús solo «fundara» la comunidad escatológica del Israel futuro, el del mundo
nuevo (denominado técnicamente el «eón futuro») que estaba por venir y que
habría de durar entre su previsible muerte y la venida del Hijo del hombre como
juez universal. Por consiguiente, la «Iglesia», tal como se entiende hoy, no
sería una fundación de Jesús, sino una formación posterior en el seno ya del
cristianismo primitivo.
Tras la muerte de Jesús, efectivamente, este pequeño grupo
de seguidores, junto con otros simpatizantes, continuó existiendo, y se
conformó al igual que se constituía cualquier otro grupo de su tiempo reunido
tras las huellas de un maestro, un rabino o un dirigente de escuela filosófica
en el ámbito pagano. Con el paso de los años, y al retrasarse la venida de
Jesús interpretado ya como Hijo del hombre (lo que se denomina técnicamente el
retraso de la «parusía»), ese grupo de creyentes en Jesús Mesías fue
desarrollando sus estructuras de mando y control, en todos los aspectos, sobre
ese grupo, sin los cuales este no podía subsistir a la larga en la tierra.
Así pues, aunque Jesús no estableciera estrictamente una
iglesia tal como luego se desarrolló, lo cierto es que —como la comunidad
cristiana se había ido desarrollando más o menos espontáneamente en torno al culto a Jesús— el mundo de los
autores del Nuevo Testamento refleja explícita o implícitamente, pero desde
luego de modo universal, la idea de que la comunidad primitiva se sentía de
algún modo «fundada» por aquel. A este grupo se le llamó «asamblea» o
«iglesia», en griego ekklesía, vocablo luego copiado en latín, ecclesia.
Esta comunidad primitiva se había constituido
fundamentalmente en la ciudad sagrada, Jerusalén, aunque muy probablemente había
otras agrupaciones independientes de seguidores de Jesús en Galilea. El nuevo
grupo participaba de todas las instituciones del judaismo normal: culto en el
Templo, oración, observancia de la Ley, ayuno, etc., aunque adoptó además
algunas costumbres propias, como la posesión de los bienes en común. Contaba
también con sus propios dirigentes.
Ahora bien, con la predicación hacia fuera, es decir con la
expansión misionera de la idea de que el Mesías había ya venido —y no solo para
los judíos, sino también para los paganos a fin de que estos se incorporaran al
nuevo Israel—, el concepto de comunidad o de «iglesia» hubo de cambiar
necesariamente. La presencia en el grupo de gentiles convertidos a la fe en
Jesús lo exigía casi automáticamente.
Mientras que la «iglesia» de Jerusalén se regía por el
modelojudío (un sinedrio de ancianos y unjefe espiritual), la estructuración de
las comunidades o iglesias paulinas era variada. En general —y puesto que como
sabemos se esperaba un fin de los tiempos inmediatos—, el grupo de creyentes
era gobernado no por cargos formales, sino por carismáticos, es decir, por los
que tenían el don (en griego chárisma) de ser «movidos por el Espíritu», cuyos
representantes eran sobre todo los profetas y los maestros, junto con ciertos
misioneros itinerantes. Pero no en todos los sitios era igual la estructura
organizativa: en las cartas paulinas auténticas, en la ciudad de Filipos,
encontramos «obispos», es decir, «inspectores», y diáconos (Fil 1,1;
epí-skopos, en griego, significa «el que vigila sobre algo»). Esta estructura
en concreto imitaba probablemente la organización de otras instituciones
paganas de culto que tenían sus propios inspectores. Así pues, la
«organización» de las diversas comunidades de cristianos era variada.
Pablo había propagado en sus prédicas y cartas la idea de
que el grupo de seguidores de Jesús Mesías formaba una institución que era la
receptora de las promesas de Abraham, y que sustituía a la sinagoga judía (Gál 3, 7-8; 6, 16)”. Pronto pensó
además —y lo propagó también en sus escritos— que el conjunto de grupos
cristianos, o iglesias particulares, formaba una sola «iglesia» o comunidad
universal, que era la «Iglesia de Cristo» (por ejemplo: Rom 16, 16) o la
«Iglesia de Dios» (por ejemplo: 1 Cor 1, 2). Simultáneamente tomó Pablo de los
filósofos estoicos la idea de que un grupo de creyentes —ya sea en una
filosofía, o en una religión— «forma como un cuerpo», y la aplicó a la Iglesia
en su conjunto, a la que consideró el «cuerpo de Cristo» (por ejemplo, en 1 Cor
12, 12-27), pero sin precisar exactamente la relación de ese cuerpo con el
Mesías.
Fueron dos discípulos de Pablo, los autores de las cartas a
los colosenses y efesios, los que se encargaron —unos treinta años más tarde—
de profundizar en esta idea, expresando ya claramente que Cristo es la cabeza
del cuerpo de la Iglesia (Col 1, 18; Ef 5, 23), o pensando que Cristo era el
esposo y la Iglesia, la novia/esposa preparada para vivir con él (Ef 5, 25-27).
La entrada de los paganos en ese cuerpo de verdaderos israelitas que se iban a
salvar —la Iglesia del fin de los tiempos— fue tenido por un «misterio», es
decir, un designio misterioso divino, un nuevo plan de Dios que había
ensanchado los estrechos límites étnicos del pueblo elegido. Además, ese cuerpo
—la Iglesia— fue considerado algo grandioso, de trascendencia y poderío
cósmico, universal, encargado incluso de transmitir la nueva sabiduría revelada
a los poderes del cosmos (Ef 3, 10-11)*, es decir, a las potencias angélicas
que por delegación divina lo controlan.
Esta es la visión, a grandes rasgos, de la Iglesia en el
conjunto de la gran mayoría de cristianos, los de raigambre paulina, tal como
se muestra en el Nuevo Testamento. No es extraño que los «heterodoxos» al
respecto fueran aquellos que rompían esta imagen grandiosa de la
Iglesia: en especial, los que formaban dentro de ellas partidos
o facciones (1 Cor 1, 184, 20). La primera Epístola de Clemente muestra una
actitud durísima contra los que dividen la Iglesia: «Nos referimos,
queridísimos, ala sedición (griego stasis, «revuelta», vocablo técnico de
lapolítica), extraña y ajena a los elegidos de Dios, abominable y sacrilega,
que unos cuantos sujetos, gentes arrojadas y arrogantes, han encendido hasta
tal punto de insensatez, que el nombre de vuestra comunidad, venerable,
celebradísimo y digno de amor de todos los hombres, ha venido a ser gravemente
ultrajado» (1, 1). Otros heterodoxos son los que con sus falsas doctrinas
corrompen la imagen de la Iglesia y descarrían a los fieles (estos son
combatidos, por ejemplo, en 1 Timoteo 1, 3-7, donde se lucha contra unas formas
primitivas de gnosticismo, del que nos ocuparemos en el capítulo 4). Otros son
los que no conservan el depósito de la tradición (1 Tim 6, 20; 2 Tim 1,
1:14". los que forman sus grupúsculos privados o nuevas «iglesias» con
doctrinas extrañas (así el caso de los «herejes» de Colosas, combatidos por el
autor de la carta, que introducen tradiciones nuevas”? y defendían una suerte
de misticismo judío mezclado con ideas enósticas)”*; otros herejes son los que con su moral depravada contribuyen
eficazmente al descrédito de la institución (el caso del personaje incestuoso
en 1 Cor 5, 1-13)*.
La mayoría que forma la ortodoxia, por su parte, ataca estas
desviaciones y procura a toda costa afianzar su poder en las iglesias. Las
Epístolas Pastorales (1 2 Timoteo; Tito) son una buena muestra de esta tensión,
o quizá lucha, por el poder que se observa en estos momentos constitutivos de
la institución eclesiástica:
Desde el punto de vista sociológico e histórico, la
aparición de las Pastorales en el panorama del NT supone la irrupción de la
lucha por el poder en los inicios mismos de la Iglesia... Esta pugna se orienta
en dos direcciones: obtener un poder fáctico sobre la comunidad estableciendo
cargos eclesiásticos que sean objetivamente controlables y, segundo, retener el
poder ideológico. Este último impulso se concentrará a su vez en conseguir dos
objetivos: definir lo que es la recta doctrina y luchar contra los disidentes”
La iglesia es el reflejo de Cristo, su cuerpo, su esposa
01→0→10 Cristo
10←1←01 Iglesia
01←0←10
Cristo
10→1→01 Iglesia
Y como tal aquella que lo devela
Así el logos queda invertido en la iglesia y se hace acción,
experiencia, luz.
Esto es el misterio
Dharmico yendo adentro y afuera como reflejo del misterio pascual
Que Tanabe en su obra filosofía como metanoética la llama el Zange o camino de arrepentimiento consiste en una conversión a un estado del
sujeto que no es ni vida ni es muerte, en el que éste, arrepentido, pasa a ser
un mediador de la Nada Absoluta3 a través de un acto de muerte-resurrección que
le viene dado por parte del Poder-de-Otro o tariki4 , que es aquél poder que
provee al sujeto. Jiriki, por otro lado, es el poder de uno mismo, ambos son
complementarios en el proceso y son conceptos propios del budismo de la Tierra
Pura5 , del que el autor recibe una gran influencia, junto con el cristianismo.
Dentro del proceso de la metanoia, el individuo se abandona a sí mismo en las
antinomias o paradojas porque se ve forzado a reconocer que su ser es carente
de valor a través del sufrimiento, y tiene lugar una trascendencia autoconsciente
de la contemplación dentro de su desesperación, la llamada
acción-fe-iluminación, que da pie al
estado de metanoesis. Una vez realizada la conversión, el individuo pasa a ser
la mediación entre el individuo y el Poder-de-Otro, y su incesante arrepentimiento
se convierte en un Amor Compasivo retributivo por el tariki, que lo convierte
en una especie de Bodhisattva o pensado
cristianamente en el cuerpo de Cristo.
Ganada esta batalla están ganadas las otras:
Ovejas vencidas
Los paganos que se conviertan a la fe en Jesús como Mesías
tienen que hacerse judíos para salvarse.
Ovejas vencedoras
Los paganos que se conviertan a la fe en Jesús como Mesías
no tienen que hacerse judíos para salvarse. Sin este requisito reciben
igualmente los frutos de la promesa divina hecha a Abraham.
Ovejas vencidas
Cumplir la ley de Moisés es obligatorio, pues solo esto
tiene efectos salvíficos.
Ovejas vencedoras
Cumplir la ley de Moisés no tiene efectos salvíficos
Ovejas vencidas
Es obligatorio circuncidarse para salvarse.
Ovejas vencedoras
No es obligatorio circuncidarse para salvarse.
Ovejas vencidas
Jesús no fundó esta Iglesia.
Ovejas vencedoras
Jesús fundó una Iglesia, con las características básicas,
más o menos, con las que aparece después.
Ovejas vencidas
Se pueden fundar nuevos grupos cristianos.
Ovejas vencedoras
La Iglesia ha de ser siempre una y única, y ha de ser la
heredera de Jesús a través de los apóstoles.
Y la última y tercer batalla es la de la naturaleza de la
salvación
El tercer tema importante que se discutía ásperamente en la
época de Nuevo Testamento y que afianzó la diversidad de los cristianismos era
cómo debían salvarse los paganos convertidos desde el judaismo.
Aquí, en este terreno, las diferencias entre las diversas
concepciones pa-
recían insuperables. Sabemos ya que existían tres posturas
al respecto
muy enfrentadas, que recordamos ahora (véase pp. 31 y ss.):
la de los judeocristianos estrictos, la de los judeocristianos moderados y la
de Pablo.
+ Los primeros, capitaneados quizá por Santiago, el «hermano
del Señor», exigían que los gentiles recién convertidos a la fe en Jesús se
hicieran plenamente judíos, es decir, que se circuncidaran y cumplieran todas
las normas de la ley de Moisés (Hch 15, 1-5). Los segundos, capitaneados quizá
por Pedro, y al que se añadió tal vez en algún momento Santiago, solo exigían a
los paganos convertidos ajesús Mesías que cumplieran las denominadas «Leyes de
Noé» (Hch 15, 28-30).
La tercera facción, la de Pablo y sus seguidores, afirmaba
que —según revelación divina— Dios había dulcificado las condiciones de
salvación para esos paganos convertidos. Esta tercera postura era muy novedosa
y suscitó enseguida una oposición encontrada.
Ampliamos brevemente la explicación de esta tercera postura:
A) Según el plan divino para los tiempos finales, revelado
sobre todo a Pablo, en vez de una circuncisión carnal, ahora solo bastaba con
una circuncisión espiritual, a saber Dios perdonaba al pagano sus pecados y era
admitido en el grupo de cristianos gracias a un acto de fe en la eficacia del
acto redentor de Jesús en la cruz. Esta acción se denomina técnicamente
«justificación por un acto de fe».
B) En vez de la necesidad de cumplir la ley «carnal» de
Moisés, bastaba con cumplir la ley espiritual del amor, y de la libertad de los
hijos de Dios proclamadas por Jesús y por Pablo.
C) La entrada en el grupo de los que se iban a salvar se
hacía por ritos fáciles de cumplir: el bautismo y la eucaristía. El primero
hacía participar simbólicamente a los nuevos creyentes en la muerte de Jesús,
con lo que se tomaba parte igualmente en su resurrección, que era una
consecuencia necesaria de la primera. El segundo lograba una comunión perfecta
con el Salvador, al ingerir, también simbólicamente, su cuerpo y sangre
sacrificados por la humanidad.
En otras palabras:
El primer modo de salvación —el de los judeocristianos más
estrictos— eran un sistema rígido, lleno de preceptos, y costoso socialmente,
porque hacerse judío suponía en muchos ambientes ser muy mal visto.
El segundo era más menos pasable, pero suponía una salvación
de segundo grado, de menor categoría según se pensaba.
El tercero, el de Pablo y sus seguidores, era sensacional y
conllevaba agradables consecuencias: no era necesario circuncidarse; no era
necesario cumplir la Ley de Moisés con toda la tremenda pesadez de las leyes
sobre la pureza y los alimentos, sino que bastaba con «circuncidarse»
espiritualmente, es decir, hacer un acto de fe, y observar la «ley del amor»...
aunque ciertamente con todas sus exigencias morales, tal como la había
proclamado Jesús. Y ser bautizado y participar de la eucaristía no exigía
esfuerzos sociales ni económicos especiales, salvo la necesaria conversión
sincera y absoluta.
Estas tres concepciones son tan diferentes que en el fondo
suponen una visión distinta del cristianismo. Las tres no podían subsistir
simultáneamente y a la larga.
No es difícil ver, cuando se comparan los tres sistemas de
requerimientos para la salvación de los gentiles, o mejor los tres conceptos
enfrentados sobre la salvación de aquellos, quién iba a ser el vencedor.
Naturalmente, el paulino: más fácil, sencillo y menos costoso económica y
socialmente. En tiempos posteriores, la fundamentación teológica de este nuevo
plan divino de salvación presentado por Pablo —en la Epístola a los Gálatas y a
los Romanos especialmente— será perfeccionada por otros teólogos cristianos de
la facción mayoritaria, y los «judaizantes» acabarán perdiendo la batalla
teológica, convirtiéndose con el tiempo en heterodoxos y, finalmente, en
herejes.
El modo de la resurrección
Otra cuestión candente respecto a la salvación se suscitó
también muy al principio del cristianismo y lo escindió también: ¿cuándo
tendría lugar la resurrección de los creyentes en Jesús? El tema era
importante, porque hemos insistido muchas veces en que los primeros cristianos
estaban convencidos de que el fin del mundo era inmediato(véase 1 Tes 4, 13-18; 5, 1-11). Unos creyentes,
impregnados de ideas gnósticas que estudiaremos más detenidamente en el
capítulo 4, afirmaban que, gracias a la fe en Jesús, habían sido transformados
de tal manera que en el fondo la resurrección había tenido ya lugar.
Testimonios de esta creencia se hallan en las Cartas de Pablo y en el Evangelio
de Juan, como veremos enseguida. Otros, por el contrario, en la pura tradición
de lo mejor de la religiosidadjudía, sostenían que la resurrección tendría
lugar «en la otra vida», tras la muerte de cada uno, al final de los tiempos,
desde luego no en esta vida.
Pablo, en 1 Corintios 15, toma partido con contundencia por
la postura que preconiza que la resurrección acontecerá solo tras la muerte de
cada uno, si esta llega antes del fin del mundo, o con los cuerpos que cada uno
tiene si es que el final de los tiempos llega estando el creyente aún en vida
(1 Tes 4, 17)%.
Esta resurrección no será solo del alma o del espíritu del
hombre, sino también del cuerpo, y está ligada íntimamente al hecho de que
Jesús resucitó el primero (con su cuerpo) como primicia de todos los demás
humanos. Por tanto —Insiste Pablo—, tendrá lugar en términos generales después
del fallecimiento de cada uno, al final de los tiempos, que está cercano El
Evangelio de Juan, por el contrario, defiende con relativa claridad que la
resurrección ha tenido ya lugar en esta vida, gracias a la fe prestada a la
revelación que traen las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida.
El que crea en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no
morirájamás» (11, 25); «Porque como el Padre resucita a los muertos, y les da
vida, así también el Hijo al que quiere
da vida (= resucita)»: 5,21. En el cuarto Evangelio no hay nada paralelo a una
descripción de los acontecimientos finales del mundo como hallamos en Marcos 13
o Mateo 25. Se trata, pues, de una idea de la resurrección no futura, sino
presente, y en ella no se habla del cuerpo, sino solo del espíritu del hombre.
Esta posición, un tanto ambigua y poco precisa, fue tomada
al pie de la letra por cristianos del siglo I y principios del II que defendieron
que nunca tendrá lugar una resurrección como se imaginaba la mayoría de los
cristianos. Esta postura fue enseguida rechazada. Una dura polémica contra ella
se nota en el cuarto Evangelio mismo, aunque no por parte del que imaginamos su
autor primero: un último redactor de esta obra corrigió antes de publicarla la
opinión del primer autor —desconocido para nosotros— e introdujo en el texto,
poniéndolas en boca de Jesús, afirmaciones que defienden una resurrección no ya
en vida, sino al estilo de la mayoría. Basta con un ejemplo: «Y esta es la
voluntad del que me envió: que no pierda nada de todo lo que Él me ha
entregado, sino que lo resucite en el último día. Porque esta es la voluntad de
mi Padre, que todo el que reconoce al Hijo y cree en él tenga vida definitiva,
y lo resucite yo en el último día» (6, 39-40).
El paso a la heterodoxia de la idea de una resurrección ya
presente —lo que se denomina también «escatología realizada»— se nota en la
insistencia con la que un seguidor de la teología del cuarto Evangelio, el
autor de la primera Carta de Juan, sostiene un juicio y resurrección solo en el
futuro. El escritor afirma —a pesar de lo que antes ha dicho, a saber, que el
que cree en Jesús ha conseguido ya «pasar de la muerte a la vida» (3, 14)—, que
se acerca muy pronto la hora del juicio final (2, 18), la segunda venida de
Jesús (2, 28), en la que este actuará como juez de todos y en la que dictará
sentencia de vida o de condenación (4, 17). El autor no habla explícitamente de
la resurrección, pero se sobrentiende que será entonces cuando tendrá lugar.
Por tanto, el que niegue esta doctrina, pertenece a los falsos maestros, a los
heterodoxos, a los anticristos.
Así podemos decir que
la resurrección de los muertos ya ocurrió en esta vida espiritualmente, cuando nacimos
de nuevo en el logos y la resurrección de
los cuerpos que completa todo el misterio pascual se dará en el futuro al fin
del mundo.
Y entonces están son las bases de nuestra fe:
Jesucristo es el logos quien se encarnó para salvarnos del
pecado muriendo en la cruz y resucitando,
ascendiendo a la diestra del padre.
La iglesia es su
reflejo, su cuerpo, su novia, quien vive el arrepentimiento, entrando a la
nueva vida develando al verbo y su
reino.
Y la salvación es aquí y ahora cuando nacemos de nuevo pero su
completa con la resurrección de nuestro cuerpo al final de los tiempos.
A partir de estas tres verdades podemos superar todo a lo que
nos enfrentemos más el camino de la oveja
a diferencia del camino del cordero es
el camino del que se aparta y se pierde ene l mal para clamar y volver a encontrarse.
EL MAL SINO Dominando el rebaño de la humanidad horrenda,
mostraban las hirsutas melenas por momentos los mendigos de azul, perdidos en
la senda. Su estandarte agitaban encenizados vientos que en sí llevan del mar
la divina hinchazón, y en torno a ellos abrían grandes surcos sangrientos.
Retaban al Infierno, la frente ante el ciclón, y viajaban sin pan, sin cayado y
sin urnas, chupando del amargo Ideal el limón. Casi todos murieron en barrancas
nocturnas, embriagados de gozo al verse malheridos. La Muerte les besó las
frentes taciturnas. Es ángel poderoso quien les tiene vencidos; enrojece el
ocaso de su espada el fulgor, pero están sus espíritus por el orgullo
henchidos. Ayer amamantados de Ensueño, hoy el Dolor les da el pecho. Al medir
sus llantos voluptuosos se levanta su madre, se arrodilla en su honor el
pueblo; les consuela el ser majestuosos. Mas a sus pies están los hermanos que
humilla en martirio irrisorio de azares tortuosos. Surca el salobre llanto su
pálida mejilla y tragan las cenizas con idéntico amor; la suerte les enroda,
burlesca y ramploncilla.
Pudieron
conseguir a toque de tambor de razas ojizainas falsa compasión tierna,
Prometeos sin un buitre devorador. Mas no; viejos, frecuentan desiertos sin
cisterna; caminan bajo el látigo de un espectro rabioso: El Mal Sino. Sus
mellas ríen si se prosterna la gente; él trepa encima, jinete pegajoso, y del
torrente lleva al barrizal que enfanga y cambia en sucio orate al nadador
brioso. Quien por tocar la propia bocina se remanga, gracias a él se verá por
rapaces befado, que soplando en sus puños remeden su charanga. Gracias a él, si
quieren tentar un pecho ajado con flores que consiguen encender la impureza le
nacerán babosas al ramo condenado. Gusanera es su axila, y en su monda cabeza
lleva chapeo de plumas el esqueleto enano. Es, para ellos, el colmo de la
humana tristeza, y si, zurrados, retan al perverso tirano, su estoque
rechinando sigue al rayo de luna que bruñe la osamenta y la atraviesa en vano.
Sin el orgullo austero de la mala fortuna, aunque quieren odiar, sólo guardan
rencor; de la afrenta desdeñan tomar venganza alguna. Y así, son el sarcasmo de
cualquier rascador de rabel, de los chicos, de la astrosa ralea que con la
andorga huera danza de buen humor. Predican sabios vates vengadora pelea, y sin
saber su mal, al verles fracasados, los juzgan impotentes, les niegan toda
idea: “Pueden, sin recoger suspiros mendigados, cual se encabrita el búfalo que
aspira la tormenta, saborear ahora males eternizados. De incienso embriagaremos
al Fuerte porque alienta en lucha con los fieros serafines del Mal; cada
farsante de éstos sin ropa roja intenta detenernos.” Y escupen su desprecio
mortal al desnudo que implora, de inmensidad indigente. Y estos Hamlets ahítos
de zozobra jovial a ahorcarse de un farol van ridículamente.
APARICIÓN La luna se afligía. Serafines llorando en la
calma, entre flores vaporosas, soñando, con el arco en los dedos, sacaban de
sus violas sollozos que rozaban lo azul de las corolas. –De tu beso primero era
el bendito día. Gustosa en torturarme mi vaga fantasía se embriagaba discreta
con el perfume triste que, aun sin pensar ni dejo, tras cogerle, subsiste en
aquel corazón que el Ensueño ha cogido. Con la mirada fija en el envejecido
pavimento iba... Entonces, en tus rizos luciendo el sol de aquella tarde,
apareciste riendo en la calle. Creí ver el sombrero nimbado del hada de mis
sueños de niño muy mimado, cuando dejaban caer sus manos mal cerradas nieve de
blancos ramos de estrellas perfumadas.
SANTA En la ventana está ocultando desdorados sándalos
viejos de su viola resplandeciente –flauta o laúd en otro tiempo–, la pálida
Santa que extiende el libro viejo que prodiga el Magnificat deslumbrante según
las completas y vísperas. Roza el vitral de ese ostensorio el harpa alada de
algún Ángel creada en el vuelo vespertino para el primor de su falange. Y deja
el sándalo y el libro. y acariciante pasa el dedo sobre el plumaje instrumental
la tañedora del silencio.
DON DEL Logos ¡Aquí te traigo el hijo de una noche idumea!
Desplumada, con su ala que sangra y que negrea en los cristales, de oro y
aromas abrasados, en los tristes aún, ¡ay!, vidrios empañados, cayó, sobre la
lámpara angélica, la aurora. Cuando de la reliquia se ha hecho portadora para
el padre que adversas sonrisas ha ensayado, la soledad azul y estéril ha
temblado. ¡Ay, acoge la cuna, con tu hija, y la inocencia de vuestros pies
helados una horrible nacencia! ¿Con tu voz clavicordios y viola imitarás, y con
marchita mano el seno apretarás donde la mujer se ha hecho sibilina blancura
para labios que de aire azul quieren hartura?
Al
ser humano la humanidad le viene de su divinidad. Hijo de animal y de Dios en
esa tensa cuerda realiza su ejercicio de funambulista
Si y de qué manera, aquí algunas ovejas del siglo II y III
que se cayeron intentando fonambulear
EBIONITAS Y JUDAIZANTES
Otra línea de pensamiento que continúa en los siglos n y ni
es la de los judaizantes: aquellos creyentes que procedían del núcleo «hebreo»,
jerusalemita, de los seguidores de Jesús mencionados en el capítulo anterior.
Estos grupos defendían sus doctrinas utilizando como bandera teológica cada uno
un «evangelio». Aunque existe gran discusión entre los expertos sobre el número
de escritos evangélicos que conservamos de esta rama cristiana, parece ser que
son tres, y no dos, los textos apócrifos llegados hasta hoy —aunque solo en pequeños
fragmentos—, con los que los judaizantes argumentaban en pro de su doctrina.
Estos Evangelios son todos del siglo n y parece que se basaban en una forma
primitiva del Evangelio de Mateo, modificaba a tenor de sus creencias: el
Evangelio de los Nazarenos, el de los Hebreos y el Evangelio de los
Ebionitas”*. Es opinión general, además, que la llamada «Literatura
pseudoclementina» recoge en las Homilías fragmentos de teología ebionita o
judaizante””.
Normalmente, para simplificar, muchos investigadores reúnen
las concepciones judaizantes bajo el epígrafe de teología ebionita, pero la
mera existencia de tres Evangelios nos hace ponernos en guardia contra tal
simplificación. Los judaizantes pudieron ser al principio una corriente dentro
del cristianismo, cuya raíz está en la facción de los «hebreos» de Hechos 15
(Concilio de Jerusalén), aquellos que exigían a los paganos convertidos ajesús
una asimilación plena aljudaismo, a los que la Carta a los Gálatas llama
judaizantes. Pero con el tiempo, hasta los siglos ni y IV, se fueron
diversificando en distintas ramas, con teologías diferentes, alguna de ellas
—la que está detrás del Evangelio de los Nazarenos en concreto— relativamente
parecida a la de la mayoría protoortodoxa de la Gran Iglesia. No nos
detendremos aquí en estas concepciones afines a las de la mayoría, sino en las
que muestran un sesgo diferente y que luego serán rechazadas como heterodoxas.
No sabemos exactamente de dónde viene el nombre de
ebionitas, pero muy probablemente es una referencia al vocablo hebreo ebiyrám,
«pobres» /ebionitae es la latinización del término hebreo), con el significado
de «los que son "pobres de espíritu"» voluntariamente por amor al
reino de los cielos (Mt 5, 3). Fue esta probablemente una autodesignación
relacionada con la espiritualidad de «los pobres de Yahvé», bien conocida en el
Antiguo Testamento. La teología disidente de los ebionitas puede resumirse así:
1. La ley de Moisés sigue vigente. El que desee salvarse,
además de creer en Jesús, debe guardarla.
2. En consecuencia, el apóstol Pablo, que enseña lo
contrario, es un hereje y un malvado. Es tan perverso como Simón el Mago (Hch
8); las figuras de estos dos personajes son parecidas, y sus doctrinas han
causado la perdición de la verdadera Iglesia, sucesora de Jesús. Pablo es un, o
mejor, el falso profeta por excelencia.
3. Observar la Ley supone la vigencia de la circuncisión,
guardar el reposo del sábado y celebrar las fiestas judías, la Pascua sobre
todo. Del mismo modo, seguían vigentes para los ebionitas las leyes de pureza
sobre los alimentos.
4. Sin embargo, respecto al Templo mantenían una postura
particular. Después de la destrucción del Santuario por las tropas romanas, en
la guerra que terminó en el 70 d. de C., los ebionitas se mostraron muy
críticos con la posibilidad de reanudar una religión que prescribía sacrificios
de animales. Por ello sostuvieron que Jesús había venido al mundo para abolir,
gracias a su propia muerte, los sacrificios cruentos.
Junto con el rechazo a los sacrificios mantenían una notable
preferencia por una dieta vegetariana, que implicaba una oposición absoluta al
consumo de carnes. La unión de ambas posturas era explicable, porque en la
Antigiiedad el consumo de carne iba ligado muchas veces a los sacrificios en
los templos, cuyas víctimas sacrificadas se vendían luego en los mercados. Se
comía carne cuando había sacrificios; cuando no, la dieta era otra.
5. Respecto a la cristología, los ebionitas defendían unas
ideas sobre la naturaleza de Jesús que decían proceder por tradición desde
Pedro y Santiago: Jesús era plena y exclusivamente un ser humano. No nació de
María virgen, sino que su alumbramiento fue como el de todo ser humano,
absolutamente normal; fue el hijo natural de José y de María. Algunos ebionitas
defendieron consecuentemente una teología adopcionista, parecida a la que hemos
considerado ya. Algunos ebionitas precisaban esta noción: sostenían que Jesús
había sido adoptado por Dios como su instrumento perfecto para la redención, no
por una inhabitación gratuita del Espíritu, sino por haber guardado la Ley de
Moisés mejor que nadie: Jesús fue el observante más estricto de esa norma, por
lo que agradó a Dios sobremanera; por ello lo adoptó como su instrumento para
la redención.
6. La organización de los ebionitas como grupo cristiano fue
similar a la de la Iglesia mayoritaria, o Gran Iglesia, y parece que admitían
el sacramento del bautismo, en nombre de Jesús, y la participación en una
eucaristía en recuerdo de la Ultima Cena, aunque no con pan y vino —como quizá
lo hicieron al principio, cuando formaban la comunidad de Jerusalén—, sino solo
con pan y agua. Esto una muestra más de su tendencia ascética y vegetariana.
El ebionitísmo se prolongó con notable fuerza hasta el siglo
III fecha en la que se publicaron las Homilías pseudoclementinas, una de cuyas
bases es ebionita como dijimos (véase nota 57). Que duraron en plena
efervescencia hasta esos años se deduce por la difusión y utilización como
Escritura sagrada de los Evangelios mencionados al principio, o de alguno de ellos,
que estaban compuestos en griego: el grupo se había expandido fuera de Israel y
tenía vida propia.
Después del siglo III el grupo ebionita fue perdiendo
presencia en el cristianismo y se fue extinguiendo lentamente, hasta que en la
temprana Edad Media, hacia los siglos vi y vil se le pierde la pista.
IM. ELCASAÍTAS
A principios del siglo ll, en época del emperador Trajano
(hacia el año tercero de su reinado: 101 d. de C.), apareció en Roma un
personaje, llamado Alcibíades, procedente de Apamea, ciudad importante de
Siria, que deseaba dar a conocer entre cristianos y judíos de la Urbe un libro
notable, escrito por Elcasai (así Hipólito de Roma) o Elxai, según Epifanio de
Salamis. Elcasai viene del arameo hel kasai, que Signi fica «fuerza oculta»
(Epifanio, Panarion, XIX, 2, 10). Este personaje, que era un profeta
apocalíptico, había nacido en la parte oriental de Palestina, cerca del Jordán,
y por medio de su libro proclamaba un nuevo e importante perdón de los pecados
antes del final del universo.
Elcasai había recibido una revelación de un ángel, de
colosal tamaño, que resultó ser el Hijo de Dios, el cual tenía a su lado una
figura femenina que era el Espíritu Santo”. De resultas de esa visión,
Alcibíades (en nombre de Elcasai) predicaba la remisión de los pecados por
medio de un bautismo y de la penitencia. Pero hasta que llegara el final, si
después de haber recibido el bautismo el fiel volvía a cometer pecados graves,
sobre todo de índole sexual, sería perdonado de nuevo por Dios con la
administración de un nuevo bautismo. Este se administraría en nombre del Dios
Altísimo, del Hijo o rey del universo, y del Espíritu Santo, y además de otros
testigos o elementos esenciales, como el cielo, el agua, el ángel que preside
las oraciones, el aceite, la sal y la tierra. Este bautismo podía repetirse
tantas veces cuantas fueran necesarias.
El libro continuaba exponiendo una manera de entender
eljudeocristianismo que era muy peculiar, pues admitía o rechazaba algunos de
los elementos fundamentales de los dos componentes de su visión religiosa, el
judaismo y el cristianismo, a los que invocaba.
La norma de vida general que el fiel debía seguir era muy
judía, pero estaban prohibidos los sacrificios y cualquier oficio sacerdotal
relacionado con ellos (Dios odia el fuego, afirmaban). Igualmente criticaban
los elcasaítas algunas partes del Antiguo Testamento, que no eran admitidas por
ellos como sagradas, pues contravenían al contenido de la nueva revelación
angélica. Sí se prescribía la observancia del Decálogo, destacando entre sus
prohibiciones no robar, cometer adulterio, odiar o hacer falsos y precipitados
juicios contra los demás. Eran, además, obligatorias la circuncisión, la
observancia del sábado y las oraciones privadas orientando el rostro hacia
Jerusalén. Del mismo modo había que reverenciar de algún modo a los astros para
evitar el posible daño que de ellos se podía recibir.
La visión angélica afirmaba también que en los momentos
finales del mundo, es decir, los presentes, los impíos declararían una guerra a muerte contra los piadosos en forma de una
persecución, pero que no había que exponer la vida por ello. Externamente se
podía abjurar de la fe con tal de que se la siguiera manteniendo por dentro. En
el momento del juicio final, el fiel creyente debía invocar el nombre de
Elcasal («Yo daré testimonio por vosotros ese día», afirmaba el libro), con lo
que serían salvos.
Como se ve, este tipo de religión, fundamentalmente judío,
había admitido elementos cristianos y también paganos, como las abluciones
bautismales invocando los siete elementos antes mencionados y los terrores
respecto a los astros. Da toda la impresión de ser un judeocristianismo
apocalíptico y baptista, cuya importancia reside —según la opinión de muchos
investigadores— en su extensión también hacia el Oriente. Este fue uno de los
peculiares tipos de cristianismo que debió de encontrar Mani en el siglo III en
su nativa Babilonia y que conformó la base cristiana del maniqueísmo, como más
tarde veremos.
IV LOS MILENARISTAS
Muy relacionado con la teologíajudía mesiánica florece en
los siglos Il y MI el pensamiento milenarista, también denominado técnicamente
quiliasta (del griego chia, «mil», y ¿te, «años»). El milenarismo (de miñíe,
«mil» en latín) es la doctrina que enseña que la vida en el mundo tendrá como
fin el reinado de los justos con Cristo el Mesías, un reinado que durará mil
años (latín millenium); luego vendrá eljuicio final y el cielo definitivo.
Expresado con esta claridad, el milenarismo es una doctrina
solo cristiana —aunque, como veremos, de claras raíces judías— que se funda en
el texto clave del Apocalipsis de Juan, cap. 19 y 20, 1-7. Según estos pasajes,
cuya última redacción tuvo lugar probablemente a finales del siglo I, la
primera gran batalla entre Jesús, el Cordero de Dios, y Satanás se salda con la
derrota de este, encarnado en la Bestia, símbolo del Imperio romano. El Diablo,
la Serpiente, es encadenada por un ángel bajado del cielo y arrojado al abismo.
Entonces tendrá lugar la «primera resurrección»: de sus tumbas saldrán
gloriosos los mártires que se mantuvieron firmes confesando la fe en Jesús.
Junto con los
H ihipren sobrevivido, también fieles al Cordero, a los
ataques de la Bestia y Satanás, reinarán en paz en esta tierra durante mil
años, mientras el resto de los pueblos los mirará a distancia sin intervenir.
Durante ese tiempo el Diablo permanecerá atado, y losjustos
gozarán en la tierra de una vida paradisíaca, bajo el mandato de Cristo, llena
de toda clase de bienes materiales y espirituales. Pasados esos mil años,
Satanás será liberado de sus ataduras, aunque por poco tiempo. Entonces logrará
seducir de nuevo al resto de pueblos de la tierra (que no había gozado del
«milenio»), instándolos a que se reúnan para la última y decisiva batalla
contra «Jerusalén», los cristianos. Pero los asaltantes serán aniquilados por
un fuego terrible bajado del cielo. Entonces el Diablo será de nuevo y
definitivamente encadenado y arrojado a un lago de azufre.
A continuación tendrá lugar el juicio final tras una segunda
y definitiva resurrección de todos los difuntos. Los malvados, cuyos nombres no
estén escritos en el libro de la vida, serán arrojados al fuego eterno para
eterna condenación, llamada la «segunda —y definitiva— muerte». Y los justos
irán al paraíso, compuesto por una tierra absolutamente nueva y un nuevo cielo.
Allí vivirán felices por siempre en la «nueva Jerusalén» (Ap 21, 2-22, 17).
Esta concepción tan esplendorosa del fin del mundo tiene
raigambre judía y sus primeros trazos comienzan con el profeta Ezequiel 3748.
En estos capítulos, tras la guerra final del pueblo elegido contra los reyes
míticos Gog y Magog, que capitanean a todos los malvados de la tierra, sigue el
reino mesiánico, lleno de todos los bienes imaginables: la tierra produce
frutos innumerables; los seres humanos viven largos años y hay una fiesta y
banquete perpetuos en la tierra de Israel”.
Estas ideas continuaban vivas entre los círculos piadosos de
judíos en los siglos i y n y afloraron en importantes escritos de la época
—luego declarados apócrifos por los rabinos— como el Apocalipsis sirio de Baruc
y el Libro IV de Esdras%%. El milenarismo no es más que la expresión
concreta de las ideas judías acerca del reino piadoso del
Mesías sobre la tierra, junto con la promesa de que esta tierra será feracísima
y producirá «ríos de leche y miel». Buena parte de los cristianos del siglo n
—tanto los mayoritarios como los más tarde declarados heterodoxos, por ejemplo
los montanistas con 1 esperanzas milenaristas. Son testimonio de ello, por
ejemplo, el autor de la Epístola de Bernabé (15, 3-9)%, escrito que a punto
estuvo de entrar en el canon de Escrituras, y el venerable Papías de
Hierápolis?.
Personajes que hoy día están en el santoral de la Igleáa
católica fueron también «milenaristas», como Justino Mártir e Ireneo de Lyon,
el campeón contra todas las herejías, e igualmente Hipólito de Roma”. Ireneo
integra el milenarismo en su teología, en gran parte dirigida contra los
gnósticos que negaban la resurrección de los cuerpos: al final de la historia
todo se «recapitulará» en Cristo (y 23). Entonces tendrá lugar una verdadera
resurrección de los muertos con sus cuerpos respectivos y solo entonces se
cumplirá de verdad la promesa de Abraham: los justos heredarán la tierra, y se
cumplirán también todas las visiones de los profetas acerca de la nueva tierra
y la nueva Jerusalén”
Este reino en la tierra, que no acaba ya en muerte alguna,
será como una preparación para la inmortalidad absoluta futura que tendrá lugar
en el cielo definitivo (V 36, 2).
Victorino de Pettau, o Petabio (Ptuj, en la actual
Eslovenia), que murió a principios del siglo IV (hacia el 304), todavía
defendía arodorsamente el milenarismo en su Comentario al Apocalipsis de Juan.
Sin embargo, ya en el siglo III, sobre todo con la teología
de los Padres alejandrinos, Orígenes a la cabeza, empiezan a oírse voces en
contra de esta doctrina para algunos teólogos demasiado materialista. Ya para
entonces se piensa que la segunda venida de Cristo, que comienza el «milenio»,
tardará muchísimo, por lo que consecuentemente se debe entender toda esta
teoría de los mil años de un modo espiritual y alegórico.
Es estúpido —afirman— entender el reino de Cristo como algo
que consiste en buena comida y bebida, y en el sexo necesario para que exista la
humanidad feliz durante eso mil años. Es preciso comprenderlo todo
simbólicamente. Esos años —el número mil es un símbolo de «mucho tiempo»— se
refiere al reino de Cristo, que empieza ciertamente en la tierra con la Iglesia
con toda clase de bienes espirituales. Además, este reino no está limitado a
mil años: durará desde ahora todo el tiempo que Dios asigne a la tierra y
continuará en el cielo definitivo. Más tarde, el credo cristiano que nace de
los Concilios de Nicea y de Constantinopla/Calcedonia (siglos IV y V; véanse
los capítulos 10 y 14) definirá claramente esta noción de un reinado celestial
definitivo al afirmar «Creo en Jesucristo... que de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos, y cuyo reinado no tendrá fin». Esta afirmación
excluye de hecho el milenarismo.
La tendencia antimilenarista en la Gran Iglesia se nota en
las dificultades que tuvo el Apocalipsis de Juan para ser admitido como libro
sagrado durante todo el siglo IV%, Poco a poco se va aceptando en la mayoría
que forma la ortodoxia la tendencia ya mencionada, fortale cida sobre todo por
la autoridad de san Jerónimo y san Agustín, a saber, interpretar el milenio de
una manera puramente simbólica: los «mil años» de felicidad han comenzado ya
con la época de la Iglesia, porque de hecho el poder de Satán ha quedado
disminuido sensiblemente tras la primera venida de Cristo. Las bendiciones que
Dios prometió al primer hombre en el Paraíso empiezan ahora a cumplirse sin
restricciones en un ámbito espiritual sobre todo; pero el reino de Dios pleno
será en el futuro: solo entonces tendrá lugar el aniquilamiento definitivo de
Satanás. No hay ningún «milenio» de bienes materiales acá abajo, porque Cristo
no vino a la tierra para traer promesas de bienes perecederos.
Filastrio de Brescia, hacia el 390, escribe un libro Sobre
las herejías, y en él declara que el «milenarismo» es una concepción teológica
ya superada (cap. 31). De principios del siglo VI conservamos un documento de
la Iglesia de Roma, llamada Decreto del Papa Gelasio, o «Decreto gelasiano», en
el que se afirma con rotundidad que el milenarismo es una herejía.
OTRA rama importante del cristianismo del siglo II y
posteriores fue
la fundada por Marción, comerciante de origen oriental,
afincado luego en Roma. La Iglesia que fundó, en neta oposición a la romana, se
llamó marcionita (sus miembros se denominaron en griego markiynistai).
Marción había nacido hacia el año 100 en la ciudad de
Sínope, en el Ponto (mar Negro). Era un rico industrial, dedicado sobre todo al
comercio marítimo. Hacia el 140, convertido a la religión cristiana, se
trasladó a Roma donde vendió sus barcos y entregó a la Iglesia gran parte de lo
conseguido. Otras noticias sobre su vida hasta este momento, como que su padre
—obispo de su ciudad natal— lo había excomulgado de la Iglesia por haber
seducido a una virgen y alguna que otra aventura más, son probablemente puras
leyendas, propaladas por sus enemigos, los Padres antiheterodoxos de la
Iglesia. Sí puede ser verdad el dato tradicional de que Marción se encontró en
Roma con un maestro gnóstico, llamado Kerdón, y que de él recibió algunas
enseñanzas. Reflejos de concepciones gnósticas (véase más adelante) se perciben
sin duda en el pensamiento de Marción.
Cuatro años más tarde, hacia el 144, Marción había
desarrollado ya su concepción propia de la fe y de la Iglesia, por lo que al
exponerla en público y no ser aceptada por la mayoría, rompió con la comunidad
de Roma. Esta lo excomulgó y le devolvió religiosamente sus dones monetarios. A
partir de esos momentos, y bien dotado de dinero, Marción fundó su propia
iglesia que pronto fue una competencia real para el grupo mayoritario y que se extendió
por diversas provincias del Imperio.
La doctrina de Marción
1. Los comienzos del sistema religioso de Marción se
enraizan en una angustiosa consideración de la maldad del mundo y del estado
pecaminoso del ser humano, lo que le lleva a preguntarse por el origen del mal
y del pecado. El firme convencimiento de que la divinidad suprema ha de ser
esencialmente buena lo condujo a pensar que el origen del mal estaba no en un
Dios supremo, sino en el Poder divino creador de este mundo tan perverso,
quienquiera que fuese. La respuesta a quién había sido ese creador la tenía
Marción en la Biblia hebrea: Yahvé, el dios del Antiguo Testamento, a quien se
podría denominar también Demiurgo, utilizando la terminología platónica para el
hacedor de este mundo material. El empleo de ese vocablo indica que Yahvé es de
algún modo inferior al Dios bueno. Pero las precisiones en torno a cómo debe
entenderse esta inferioridad se harán en el marcionitismo más tarde gracias a
uno de sus discípulos, por nombre Apeles.
De cualquier modo, Marción defendió una idea simple: Yahvé
era un ser perverso. La fe incondicional de Marción en el testimonio del
apóstol Pablo, que en sus cartas —consideradas en muchos lugares como dotadas
de gran autoridad e inspiradas por Dios— predicaba la oposición radical entre
la ley de Moisés y el Evangelio de Jesucristo, lo confirmó en esta idea: el
autor de esa Ley imposible de cumplir era también Yahvé..., ley malvada por
tanto.
Marción confirmó estas ideas contrastando la imagen que la
Biblia misma ofrece de su dios —un ser iracundo, celoso, vengativo, cruel con
otras naciones que no sean la suya, a cuyos miembros manda asesinar; castigador
sin piedad de su propio pueblo elegido, creador y promulgador a través de
Moisés de una ley tan difícil de observar...— con el Dios bondadoso, lleno de
amor y de piedad, tendiente siempre hacia la misericordia y el perdón, que
había predicado Jesús. Confirmó así inevitablemente su conclusión anterior: el
dios del Antiguo Testamento podía ser ciertamente el creador del mundo..., pero
de ningún modo el Dios Supremo, ya que era un malvado y un pervertido.
2. Marción estableció así que necesariamente hay dos dioses,
dos principios: un Dios trascendente, superior, extraño a este universo, que no
es creación suya, un Dios bueno, inefable, etc., y otro dios creador de este
mundo, necio —porque ignora que sobre él hay otro Dios, el Trascendente— y
perverso. Estos dos poderes habrían existido desde siempre, aunque desiguales
en poder (la investigación moderna duda al respecto, aunque es probable que así
fuera para Marción). La creación del universo y del hombre en cuanto ser
material, «carnal», era obra de Yahvé, como dice la Biblia. Sin embargo, no
está claro si Marción defendió que la materia primordial, de la que procedía la
creación, era eterna, o bien si había sida creada de igual modo por Yahvé
mismo. Probablemente esto último.
Tanto el cosmos como el ser humano son tan imperfectos como
su creador. Pero el otro Poder, el Dios bueno y extraño al mundo, no podía
contemplar impasible lo que ocurría. Sobre todo sentía pena y compasión por el hombre,
cuyo espíritu estaba abrumado por su propia debilidad y por su inclinación
irresistible hacia el pecado. Además lo veía sujeto a una ley incumplible (la
del Antiguo Testamento) y a los duros castigos de la divinidad perversa a causa
de este incumplimiento.
Movido por esa compasión, y de una manera absolutamente
gratuita y sin motivo externo, por bondad pura, ese Dios Supremo envía un
Salvador. En los sistemas gnósticos que consideraremos a continuación veremos
que el Dios trascendente desea salvar al ser humano porque el espíritu divino
es una parte —por así decirlo— de la sustancia
divina. En Marción no es así. El Dios bueno salva por pura bondad y
compasión gratuitas a un ser humano que en el fondo, como toda la creación de
Yahvé, le es extraño. Y todo esto lo sabe Marción porque Jesús y Pablo los
reveladores del Dios bueno así lo han comunicado.
Este salvador es el Hijo del Dios bueno y extraño al mundo,
el Cristo, que se entregará libremente en pro de los hombres para ser víctima
de la ira y crueldad del dios creador que lo elevará hasta a cruz. Ahora bien,
como el Dios supremo es único, su Hijo no es más que un modo de comunicación
hacia fuera de Sí mismo; es una mera revelación de sí mismo. En realidad no hay
diferencia entre el Padre y el Hijo; ambos forman un Dios único. La proyección
hacia fuera de la divinidad es un mero modo, como la otra mejilla de un mismo
rostro (modalismo).
El Hijo aparece de repente en el mundo, durante el reinado
del emperador Tiberio. No hay que extrañarse de esta afirmación, puesto que el
cuerpo del Salvador es también solo apariencial (docetismo), o en todo caso es
un cuerpo similar al de los ángeles que se comunicaron con Abraham y con Lot.
Es imposible que el Dios supremo haya asumido la materia, pues esta le es
absolutamente extraña, como propia del Demiurgo que es. A pesar de todo, el
cuerpo del Redentor es «verdadero» y su venida y acción en el mundo son
«verdaderas».
3. La salivación que trae este Redentor consiste, por un
lado, en sufrir voluntariamente la muerte a manos de los esbirros del dios
creador, su enemigo, pues esta muerte es un auténtico «rescate» de la humanidad
de manos de ese Creador. En el sistema de Marción no se explica bien tampoco
cómo es posible que un Redentor que tiene solo un cuerpo aparente pueda sufrir
verdadera muerte y que este acto tenga valor de «rescate» de los humanos. Pero
Marción lo afirma, probablemente porque para él es materia de fe, debido a la
revelación concedida por el Dios trascendente a Pablo.
Por otro lado, la salvación del Redentor consiste en revelar
a los hombres la existencia de ese Dios supremo, trascendente y extraño al
universo, a la vez que la maldad del otro principio divino, Yahvé, la inanidad
de su Ley, el verdadero sentido del pecado —que es someterse a ese creador malo
e intentar agradarle procurando cumplir una ley imposible...—, y la necesidad
de esperar la muerte con tranquilidad para que el espíritu del hombre pueda
ascender y estar eternamente felizjunto al Dios Bueno y Trascendente.
Como podrá observarse, en algunas de estas concepciones los
marcionitas son unos adelantados de los gnósticos, que trataremos a
continuación. La existencia de «dos poderes» en el cielo —el Dios Trascendente,
extraño al mundo y el Demiurgo, creador de este—, y el envío a la tierra de un
Redentor, por pura gracia y bondad del Dios ajeno a ella, parecen ser dos
elementos que contienen lo esencial de la concepción gnóstica. A este
parentesco apuntaba la tradición cuando afirmaba que Marción había conocido en
Roma un célebre maestro gnóstico llamado Kerdón, como ya dijimos.
4. La vida en la tierra de los que reciban esa revelación del
Dios bondadoso con corazón sincero ha de ser total v pstnVtor estos han de liberarse de todo pecado —que
consiste en someterse internamente a la atracción seductora de la Ley aunque
luego la transgredan—, y han de renunciar a todos los placeres de la materia;
está incluso prohibido casarse y engendrar nuevos seres, porque estos se hallan
—por culpa del cuerpo— bajo el poder del Creador malo, de su Ley y del pecado.
El que recibe la revelación debe congregarse en una iglesia
cristiana nueva, la marcionita, que tiene en común con la Iglesia mayorltaria
el uso de los sacramentos: bautismo/unción, eucaristía..., pero que son
entendidos de un modo simbólico. Por ejemplo: ¿cómo se puede participar de una
eucaristía que entiende al pie de la letra lo de comer la carne del Salvador y
beber su sangre? Eso es imposible, porque el Redentor pertenece a otro «mundo»
distinto, que nada tiene que ver con la materia y la «carne».
5. Marción creía en eljuicio final, que habría de ser
presidido por el Dios Supremo y Trascendente. En él se salvarían en primer
lugar los que hubiesen aceptado la revelación del Redentor en el mundo (las
almas solamente, no los cuerpos). También las almas de los paganos y las de los
malvados del Antiguo Testamento, ya que, naturalmente, se habían opuesto al
dios creador. Estas almas estaban en el Hades —el «Infierno» provisional— y el
Dios Supremo les había ofrecido también la posibilidad de creer en el Redentor
tras su resurrección.
La felicidad de los salvados será eterna y consistirá
esencialmente en disfrutar del ser y del estar en presencia del Dios verdadero.
Por el contrario, los fieles del Creador, los judíos en general, y los
cristianos que hubiesen creído en el Antiguo Testamento, serán condenados a un
fuego eterno.
La primera lista de escritos sagrados cristianos:
las Sagradas Escrituras marcionitas
Para dar consistencia a la estructura de su grupo, Marción
dio a su Iglesia unas «Sagradas Escrituras». Aunque —como veremos en pl
capítulo 7— los cristiannenes de palabras y dichos del Señor, los llamados
Evangelios más tarde), todavía no había en concreto una «Lista o canon de
libros sagrados cristianos» proclamados oficialmente. El confeccionar y
publicar esa lista fue ocurrencia primera de Marción.
Su Biblia era breve: eliminaba todo el Antiguo Testamento
como innecesario, ya que todo él no era otra cosa que la proclamación del dios
creador, de su ley, de su maldad y de su ignorancia, ya que nada sabía de la
existencia de un Dios Superior a él. Incluso los oráculos de sus profetas, cuando
hacían alusión a un mesías futuro, eran solo para el pueblo de Israel y otros
ingenuos que creyeran en ese creador. La salvación aportada por ese mesías
sería banal e imperfecta.
Del resto de los escritos cristianos Marción solo aceptó
como válidos y sagrados las epístolas de Pablo (en total diez cartas, excluidas
las Pastorales y Hebreos, que quizá ni conocía), porque era el apóstol que con
más claridad proclamaba un Evangelio contrario al dios creador y a la validez
de su Ley como instrumento de la salvación, y un solo Evangelio, el de Lucas,
probablemente porque se había formado ya la tradición de que su autor era un
discípulo de Pablo (véase Col 4,14).
Por tanto, su Biblia consistía en un evangelio, el
Evangelio, y un apóstol, el Apóstol. Además de restringir su canon a estos dos
conjuntos, se dedicó Marción a expurgar de ellos algunos pasajes que —según él—
habían sido interpolados y manipulados por los copistas, porque hablaban
demasiado bien del dios del Antiguo Testamento.
La reacción de la Iglesia mayoritaria al «invento» de
Marción se hizo esperar un poco, quizá una treintena de años..., pero vino al
fin. La formación del canon del Nuevo Testamento fue más tarde un arma poderosa
—aunque como veremos no tan perfecta como parece— para combatir a los
heterodoxos. Pero vamos a dejar la consideración de este tema para el capítulo
7, una vez que hayamos contemplado el panorama de otras líneas de pensamiento
teológico dentro de la Iglesia de los siglos II y ML
La expansión de la Iglesia marcionita
Los marcionitas fueron el único grupo cristiano del siglo II
que formaron una iglesia propia, que duró siglos y que evolucionó dentro de sí misma desarrollando o modificando su
teología hacia una concepción de Dios más unitaria. Un discípulo de Marción,
por nombre Apeles, el sucesor más importante del fundador, proclamó que el dios
creador era solo un mero demiurgo —como veremos de inmediato en la gnosis—, es
decir, una entidad divina subordinada al Dios trascendente único y extraño al
mundo, y no un dios con un poder paritario al Trascendente.
La iglesia marcionita se extendió rápidamente —a pesar de
que predicaba una ascesis absoluta y una continencia total— y solo pudo ser
frenada con la difusión de una lista de Escrituras sagradas contraria a la
suya, la que difundió la Iglesia mayoritaria. Pero la decadencia verdadera de
la iglesia marcionita comenzó pasado un siglo. Parece ser, sin embargo, que en
Siria y Armenia su influencia duró hasta bien entrado el siglo v.
En la centuria siguiente desaparecen los marcionitas de la
historia.
Panorama general de la gnosis
Cuando florece la gnosis entre los cristianos, a mitad del
siglo Il d. de C., tenía ya una larga historia, aunque más o menos soterrada.
Pero, hasta esos momentos, no parece que fuera una religión propiamente, sino
más bien una atmósfera religiosa en la que bullían un conjunto de ideas que
podían abrazarse dentro de unas religiones u otras.
La gnosis parte básicamente del supuesto del desgarro que
siente el ser humano al verse aprisionado en un mundo que lo oprime y en el que
se siente extranjero. Al considerar —al igual que los marcionitas— la extensión
del mal en el mundo, o la inanidad de la materia en sí, muchos seres humanos se
ven conducidos al deseo de liberarse de este mundo y unirse de algún modo a la
divinidad a la que creen pertenecer. Es como la sensación del desgarro y
distanciamiento de dos polos que deberían estar unidos.
La gnosis así entendida pertenece al sentimiento común que
se halla en la base de diferentes sistemas espirituales, o que se forma en el
interior de ellos. En el Mediterráneo oriental la gnosis pudo manifestarse como una atmósfera religiosa que consideraba
a una religión determinada, dentro de la cual crecía, como un estadio inferior
de la religiosidad que, por ejemplo, no sentía tan profundamente la sensación
de desgarro interno ante el mundo arriba mencionada. El estadio superior lo
tendrían los verdaderos «conocedores» o gnósticos, que albergaban un deseo
especial de poseer la verdad total, y a los que respondía la Divinidad con una
revelación. Naturalmente, los gnósticos serían la élite, digna de recibir esa
revelación que dará respuesta a las cuestiones esenciales del hombre religioso,
tales como: ¿Quién soy yo realmente? ¿De dónde vengo? ¿Qué relación tengo con la
divinidad? ¿Cómo conseguiré poder volver allí de donde procedo, es decir, cómo
alcanzaré la salvación? ¿Cómo eliminaré los impedimentos que se oponen para
conseguir este fin?
Además de ser una respuesta a estas preguntas, la
investigación ha considerado la gnosis como el legado de las reflexiones y
conocimientos esotéricos —procedentes tanto del Mediterráneo como de tierras
más alejadas, Egipto, Mesopotamia e incluso la lejana India— acerca de lo más
profundo de la divinidad, de los secretos de la creación del universo y del
hombre y de la relación de este mismo con Dios. En Grecia, y en el mundo
influenciado por ella como el Mediterráneo oriental, cuna del cristianismo,
había tradiciones de conocimientos religiosos secretos desde los órficos
(siglos Vil y vi a. de C.), los filósofos pitagóricos y Platón, que desembocan
de algún modo en la gnosis.
El nacimiento de la gnosis occidental
En el terreno que nos concierne es muy probable —como antes
insinuamos— que la gnosis naciera antes de la era cristiana, y en concreto en
el suelo de unjudaismo marginal. Es posible que ciertos judíos, lectores de
filosofía griega y en concreto de Platón, preocupados por el mal en el mundo, o
por el sentido del universo en sí mismo, pensaran que era necesario encontrar
para todo esto una explicación más convincente que la tradicional que se leía
en sus textos sagrados. Las aclaraciones de su Biblia, de que el mal procede de
Satanás —al fin y al cabo un espíritu angélico, aunque malvado, dependiente de
Yahvé—, y las de los rabinos, a saber, que el mal procede de la «inclinación
ma-
A - v-"Krp nn les debieron sonar a convincentes.
Es posible que la «revelación» en torno al misterio del mal
les viniera a estos judíos sobre todo leyendo el diálogo Timeo de Platón, donde
encontraron el mito del Demiurgo. Era este un poder divino, pero inferior de
algún modo al Uno y al Bien, y a la vez el responsable de la creación del
Universo, tan problemático y tan lleno de maldad. En este ámbito fue donde
debió de saltar la chispa de la nueva revelación. Debieron de pensar: si se
aceptara la existencia de esta divinidad intermedia, se podía explicar que el
Dios supremo, el Uno y el Bien absoluto, situado en una esfera superior a la de
ese Demiurgo, queda en gran parte —si no en toda— exonerado de la creación del
mundo y de la materia... y, por tanto, libre de la acusación de ser el causante
del mal.
El siguiente paso en la explicación del origen de la gnosis
judía y luego cristiana es suponer que losjudíos helenizados —los que
hipotéticamente se sintieron cautivados leyendo a Platón— aplicaron estas y
otras ideas platónicas (como la diferencia radical entre el espíritu y la
materia; el mundo de lo sensible como una copia, aunque imperfecta del mundo
superior, celeste, de las Ideas, lo que supone una cierta correspondencia entre
ambos; la inmortalidad del alma y la división de esta en partes, en la que el
espíritu o «mente» ocupa el lugar superior, etc.) a la lectura del Génesis, su
libro preferido, y a una exégesis de él.
El punto de partida para el nacimiento de una gnosis
incipiente pudo ser, pues, el momento en el que talesjudíos marginales creyeron
que el mismo texto bíblico confirmaba las tesis de Platón: los primeros
capítulos del Génesis (1, 1-2, 3; 2,4 y ss.) presentan la creación de Adán bajo
dos versiones distintas, la primera a cargo de Elohim (literalmente «los
dioses») y la segunda atribuida a Yahvé (véase tambiénJob 1, en donde aparece
la misma dualidad de expresiones), como distinto de Elohim. De aquí estos
judíos esotéricos quedaron convencidos de que la revelación divina misma
establecía crípticamente una distinción entre una deidad suprema
(ultratrascendente, inalcanzable) y el creador fáctico de este mundo perverso.
Así pues, el dualismo de «dos poderes en el cielo» —explicitado más tarde como
un Dios supremo y un Demiurgo— debió de hallar una de sus justificaciones en
las Escrituras sagradas mismas.
A este universo ideológico tales judíos hipotéticos
añadieron también otras ideas religiosas que circulaban en el ambiente,
centradas en la pugna inevitable entre
el Bien y el Mal, y el antagonismo absoluto de ambos ”. Este sincretismo, es
decir, mezcla de nociones de otras perspectivas religiosas o filosóficas con
las judía, produjo en último término un nuevo cauce de interpretación del mensaje
de las Escrituras sagradas deljudaismo.
Además, si —a partir de una aceptación de las ideas de
Platón— el judío «gnóstico» se hallaba convencido de que todas las realidades
del mundo presente son un reflejo de otras entidades superiores, no materiales,
él podía efectuar un análisis del mundo en el que vivía y pensar ciertamente
que los conceptos y entidades que obtenía correspondían a conceptos y entidades
del mundo supraceleste, el verdadero.
Por este motivo, cuando eljudío gnóstico especulaba sobre
las realidades divinas, las podía describir en comparación con realidades
naturales, puesto que estas son sus reflejos. Así, podía concebir, basándose en
lo que deduce de lo que ve en el mundo, un sistema ordenado de conceptos que
explicara tanto la divinidad y su entorno como el universo intermedio, que se
imagina existente entre Dios y los humanos, y finalmente el mundo visible en el
que vivía.
De hecho, la fabricación de este mundo conceptual que aclara
lo que pasa arriba —lo divino— y lo que pasa abajo —el mundo— es parte esencial
de la gnosis. Operando así, el gnóstico produce un sistema especulativo
articulado, que es una explicación universal
+ de la divinidad y de los primeros principios
(teología/teodicea), + del origen del mundo (cosmología y astrología),
+ de los seres intermedios (pneumatología o angelología),
+ del hombre (antropología)
+ y del modo cómo este debe salvarse (soteriología),
y todo ello gradas a la iluminación de una especial
revelación divina. En síntesis: es muy posible que la gnosis occidental se haya
podido generar en suelojudío a partir de preocupaciones vitales y religiosas no
respondidas adecuadamente por la religión tradicional, a
partir del in flujo de la filosofía platónica y de otras concepciones dualistas
sobre la perenne lucha del Bien y del Mal, y a partir de otras nociones
esotéricas que existían en el mundo grecorromano.
Es muy posible, además, que el germen de la gnosis sea
anterior a la era cristiana, y que al crecer afectara directamente tanto al
judaismo como al paganismo más esotérico (el hermetismo), y sobre todo al
cristianismo de los siglos HI y ML
Cuando la atmósfera de ideas gnósticas («gnosis») se transforma
en un sistema sólido de nociones religiosas dentro del cristianismo, se
denomina «gnosticismo». Y es este sistema el que afectó y sacudió
violentamente, con sus novedosas y heterodoxas concepciones, a la teología del
grupo mayoritario cristiano, sobre todo a partir de mediados del siglo IL
Ideas básicas de la gnosis y del gnosticismo
He aquí las principales ideas de este gnosticismo que se
desarrolla dentro del seno del cristianismo *:
1. Por supuesto, Dios existe y no es necesario probarlo. Este
Dios es imposible de conocer en sí mismo en su esencia, y es indefinible si Él
no se revela. Es el Uno, Único, la absoluta trascendencia. Solo podemos
«caracterizarlo» más bien por sus rasgos negativos: no necesita de nadie; es
ilimitado; es más infinito que la perfección más absoluta que podamos imaginar.
2. La divinidad no es simple, sino compleja. Su magna paz y
soledad no es incompatible con que esta deidad suprema esté de algún modo
acompañada de un ser que es como una proyección de sí mismo. Este «ser» (que en
el mundo divino recibe la denominación técnica de "eón") se puede
denominar su «Pensamiento», también llamado «Silencio». Este Pensamiento es
como la proyección de sí mismo, pero a la vez actúa como si fuera su «Pareja».
Solo la pareja es lo perfecto, di rán los gnósticos, y esto se deduce por mera
observación de lo que pasa acá abajo, en el mundo, donde prácticamente todo
actúa por parejas. Luego en la divinidad la pareja existirá en grado excelso.
Así, antes de la creación del universo ese Dios, único y
trascendente, vivió consigo mismo y con su Pensamiento —su «pareja»— durante
infinitos siglos (Dios antes de la creación del mundo).
3. En un momento determinado, este Ser trascendente piensa
manifestarse y comunicarse hacia el exterior (Dios decide en último término la
creación).
Los gnósticos sostienen que el Uno, gracias a su unión con
su Pensamiento/Silencio, emana un «Dios hacia fuera» o Hijo, que puede
proyectarse tanto hacia lo inteligible —el ámbito divino— como hacia lo
sensible —lo que después será el universo material.
Es digno de señalar cómo de una u otra manera aparece en los
sisteméis gnósticos la figura de la Madre o Deidad femenina (el Silencio es
femenino en griego: Sigé). Los expertos en historia de las religiones
interpretan este hecho como un resto de antiguo politeísmo (divinidad
masculina/femenina), luego purificado e intelectualizado. En unos sistemas
gnósticos es el Silencio (vocablo que recalca la trascendencia de ese Uno) el
que aparece como la compañera del Uno; en otros se le llama Espíritu (que en
hebreo también es femenino). De un modo u otro, una especie de trinidad
—Padre/Silencio/Hijo— se dibuja en los sistemas gnósticos al hablar de los
primeros principios.
4. Esta suerte de trinidad emana * o genera otras entidades
divinas: su deseo de comunicarse engendra por emanación una serie de «eones»
que forman una proyección más completa aún de la divinidad hacia fuera. ¿Por
qué genera? Simplemente porque todo lo perfecto tiende tarde o temprano a
difundirse. Pero por ley natural lo emanado o generado será siempre algo
inferior a sí mismo. En el proceso de emanación se produce una especie de
movimiento descendente de calidad. Esta noción es importante, porque explicará
al final del proceso emanativo el surgimiento del universo como procedente en
último término de la divinidad, pero como algo inferior a ella.
Esta proyección de la divinidad hacia fuera de sí misma se
llama «Pleroma», Plenitud, o conjunto total de la divinidad, y estos eones van
siempre en parejas (¡fuera de la pareja nada es perfecto!).
No existe unidad entre los gnósticos a la hora de expresar
cómo se constituye este Pleroma. Para algunos, como los setianos de Nag
Hammadi, la concepción de este Pleroma no supone en absoluto que las entidades
divinas que en él se distinguen tengan una auténtica realidad en sí mismas (es
decir, sean auténticas «hipóstasis» subsistentes), sino que son meros modos o
disposiciones de la divinidad, maneras de su proyección hacia fuera (otra
suerte de modalismo). En este sistema la unicidad del Dios único resulta muy clara.
En otros sistemas gnósticos el Pleroma no consiste en
disposiciones modales de la divinidad, sino que los seres divinos desarrollados
o generados por el Primer Principio son auténticas sustancias o «hipóstasis».
En este grupo se defiende también la unicidad divina, pero es más difícil de
comprender, como ocurre con la Trinidad de los cristianos ortodoxos ”.
Estos seres divinos, o eones, son emanados o generados por
la divinidad —denominada Padre, puesto que es el generador, y también Uno, para
recalcar que solo hay un Dios único— en dos momentos:
1. En el primero tiene lugar la generación, o emanación,
propiamente tal;
2. En el segundo, y por pura gracia, la divinidad suprema
concede el conocimiento de sí mismo a esos eones ya previamente formados.
Son dos momentos que se llaman técnicamente: 1. «Formación
en cuanto a la naturaleza», y 2. «Formación en cuanto al conocimiento».
Los eones del Pleroma son generados por el Uno o Padre
normalmente en parejas, pues ya hemos dicho que la pareja es la situación
perfecta de cualquier ser vivo ”.
5. Todo lo descrito ocurre antes del tiempo, es decir, antes
de que exista el mundo, y es una situación estable.
En un «momento» dado ocurrirá un cambio que conducirá en
último término a la creación del universo. En un «momento» que no podemos
precisar uno de esos entes divinos del Pleroma, al que los gnósticos suelen
llamar Sofía o Sabiduría, comete una especie de error: pretende llegar antes de
sujusto momento al pleno conocimiento de la Divinidad (es decir, quiere ser
«formada en cuanto al conocimiento» no en su debido momento, sino como con
prisas), y además sola, sin su consorte (rompe la ley de ser y actuar con su
pareja).
El deseo de Sabiduría sería recto si se hubiera producido de
acuerdo con la voluntad del Padre; pero formulado antes de su justo momento, y
sin el concurso de su pareja, deja de ser un deseo recto para convertirse en un
error, que los gnósticos no dudan en llamar «lapso» o caída, es decir, un
pecado (existencia del pecado desde los orígenes).
Al cometer este lapso, Sabiduría queda fuera, en un lugar
intermedio, como expulsada automáticamente, del Pleroma divino.
Ahora bien, esta lapso, aunque imperfecto, es divino: afecta
a una entidad divina, por lo que no puede quedar sin efecto y tendrá sus consecuencias.
De ese lapso se generará la materia que llevará a la postre a la creación del
universo, del hombre y del mal, que es todo lo que la gnosis trata de explicar.
Lo veremos enseguida.
Un inciso necesario: en principio parece increíble que un
ente divino pueda «pecan>, pero los gnósticos lo creen así. Y con razón,
pues sin una suerte de pecado, o lapso, de algo que sea divino es imposible que
exista el universo, ya que la materia es una entidad evidentemente
inferior y no puede surgir por sí misma: al ser secundaria y
mala, tiene que proceder de alguna manera de algo superior a sí misma, y este
algo solo puede ser Dios. De lo contrario, si se generara por sí misma, sería
Dios. Mas, por otro lado, solo puede surgir de Dios por una suerte de «pecado» o
degradación de lo divino.
Por consiguiente: la materia procede de Dios y es a la vez
totalmente inferior a El (que es puro espíritu inmaterial). No hay otra
solución, aunque ello lleve a pensar que Dios es el causante de lo inferior...
que, además, es malo.
¿Cómo salir de este callejón sin salida? Gracias de nuevo a
la revelación
divina que aclara lo que acabamos de apuntar: aunque el
universo, la materia, tengan su origen en Dios, esto solo ocurre indirectamente
y por una suerte de «fallo» o «pecado» dentro de la divinidad misma. Este
misterioso lapso es también necesario en el sistema de la gnosis porque tiene
en ella una doble dimensión: teológica y cosmológica:
A) Teológicamente, representa el pecado por excelencia, el
paradigma
de todo pecado, que exigirá la presencia de un Salvador.
Como la Sabiduría
ha quedado fuera del Pleroma, como dijimos, y necesita ser
rescatada, se inicia un proceso de salvación, en realidad querido o permitido
por el Padre. Este mismo proceso de salvación tendrá lugar más tarde en este
mundo, cuando el ser humano peque al igual que «pecó» Sabiduría. B)
Cosmológicamente, ese «pecado» o lapso de la Sabiduría significará el principio
de la materia, del universo todo. En efecto, de la pasión, pecado o lapso de la
Sabiduría caída fuera del Pleroma surgirá una especie de sustancia informe y
espesa. Esta es la materia primordial, y de ella irá brotando, escalonadamente,
todo el universo material en un proceso por partes que consideraremos a
continuación.
6. Volvamos, pues, hacia atrás, tras este inciso, al momento
en el que Sabiduría ha pecado y concentrémonos de nuevo en este escenario. La
«caída» tiene dos resultados. El primero es que Sabiduría resulta expulsada del
Pleroma: queda fuera de él, como se ha dicho en el apartado 5. El segundo es lo
que acabamos de mencionar en el inciso B: la creación de una sustancia espesa e
informe, la materia primordial, que no tiene formas aún
Una vez fuera del Pleroma, Sabiduría cae en la cuenta de lo
que ha hecho y se arrepiente. Entonces el Pleroma decide salvarla. Sabiduría es
redimida por el Pleroma al enviar este una de sus entidades divinas a
rescatarla de su pecado. Este eón se llama Sahador. véase lo dicho antes en el
inciso A).
7. El mito precisa que:
+ De la pena y llanto de Sabiduría por haber pecado surge la
materia primordial mencionada anteriormente;
+ Del arrepentimiento y conversión de Sabiduría surge una
entidad superior a la materia: el Demiurgo””. Inmediatamente explicaremos cómo
este Demiurgo manipula la materia primordial y hace surgir el universo visible.
8. Como decimos, la materia, aún informe, creada por
Sabiduría no es todavía el universo, pues le faltan las formas. Y es el
Demiurgo el encargado de imprimirle esas formas. De aquí se deduce que ni siquiera
Sabiduría crea directamente el universo, sino por medio de una entidad, divina
ciertamente, pero inferior, generada por ella.
Este personaje, el Demiurgo, es descrito de diversas maneras
por los gnósticos. Pero en todos los sistemas es un ser divino, un dios
inferior, que ignora que por encima de él se halla el verdadero y trascendente
Dios, el Uno.
A partir de la materia generada por su madre Sabiduría, y
tomando como modelo las formas de las cosas que existen en la divinidad (¡las
ideas platónicas!), este Demiurgo crea el universo. A pesar de ser el Creador,
en unos grupos gnósticos el Demiurgo es un ser malo y perverso; en otros,
simplemente necio por no saber que hay un Dios superior a él, el Uno o Padre
trascendente; en todos los grupos gnósticos, este Demiurgo es Yahvé, el dios
del Antiguo Testamento, a quien los judíos creen equivocadamente dios supremo,
por haber creado el universo. En todos también el Demiurgo es un producto de
Sabiduría, y es un ser divino inferior
pero que tiene dentro de sí una «chispa» o centella divina que procede de la
sustancia de su madre.
La función del Demiurgo en el gnosticismo es hacer de
eslabón en la escala descendente de los seres entre el Dios trascendente con su
Pleroma y la materia corporal o sensible tal como la vemos en el universo. En
el medio se halla Sabiduría. El Uno o Padre es supertrascendente: no puede
implicarse de modo directo en crear el universo. Queda así exonerado de algún
modo de la creación de algo material, y por tanto imperfecto y malo.
9. La gradación de los seres según la gnosis queda, pues,
así: el Uno/Bien, Padre trascendente Pleroma que contiene a Sabiduría Lapso o
caída de Sabiduría -»- Creación de la materia primordial y del Demiurgo. El
Demiurgo plasma el universo concreto utilizando la materia primordial originada
por su Madre y con las formas o «ideas» que toma del Pleroma.
De este modo, el universo/la materia procede de Dios, pero
Este no interviene directamente en la creación del mundo.
Tenemos, pues, agul un mito cosmogónico. Con él la gnosis
consigue explicar varias cosas: el Universo es creado en último término por
Dios, pero por una especie de «error» de uno de sus modos o «eones». Además, no
lo crea la divinidad directamente, sino sus intermediarios. Esto supone que la
gnosis niega la fe del Antiguo Testamento en la creación. Pero así se salva la
absoluta trascendencia divina y se explica la dualidad insalvable entre Dios y
la materia. Esta es el último escalón, lo más degradado del ser y, en el fondo,
es inconciliable con la divinidad.
10. En este momento —con el acto de la creación— tenemos en
juego la existencia de tres sustancias que luego desempeñarán un papel muy
importante en la «soteriología» o doctrina de la salvación de la gnosis:
A) Existe la sustancia espiritual, «pneumática» o divina.
Esta se halla propiamente solo dentro del Pleroma y por tanto en Sabiduría, y
fuera del Pleroma en el Demiurgo, que tiene dentro una «chispa divina»
procedente de su Madre. Más tarde, como veremos, el Demiurgo
quedará vacío de esta sustancia/chispa que pasa al
«espíritu» o parte superior del ser humano.
B) En segundo lugar tenemos la sustancia «psíquica»; esta
será engendrada por el Demiurgo. La sustancia «psíquica» es propia de algunos
ámbitos de la materia, por ejemplo, el principio vital, o alma del hombre, lo
que le permite moverse.
C) En tercer lugar tenemos la sustancia puramente
«material», representada por la materia toda del cosmos, los animales y el
cuerpo del hombre, creados todos por el Demiurgo a partir de la materia
inteligible, que le proporciona su madre Sabiduría.
11. AI mito de la creación que intenta explicar la
procedencia del universo en último término de Dios y —a la vez— la dualidad o
abismo insalvable entre Dios y la materia, sigue un segundo mito, el de la
creación del hombre.
Esta creación es efectuada por el Demiurgo asistido por una
serie de ángeles ayudantes, creados previamente por él y que se hallan a cargo
del sistema de los planetas. Todos juntos, ángeles y Demiurgo, para completar
el universo materia], forman al primer ser humano, Adán, a imagen del Dios supremo,
y a semejanza del dios secundario, o Demiurgo (capítulo 1 del Génesis).
Pero esta «imagen y semejanza», una vez creada, yacía casi
sin vida, o serpenteaba por la tierra sin poder alzarse, ya que los ángeles
ayudantes del Demiurgo no eran capaces de dotarle del hálito vital completo.
Solo le habían insuflado el soplo vital intermedio, el «psíquico», que le
permitía moverse, pero le faltaba el «espíritu».
Sabiduría, apiadada del serpenteo de Adán, quiso dotar a esa
«imagen de Dios» del elemento superior que es el espíritu divino, que a través
de Ella se retrotrae hasta el mismo Uno o Padre trascendente. Para lograrlo se
valió de una artimaña: hizo que el Demiurgo mismo insuflara su hálito en esta
imagen divina. Al hacerlo, el Demiurgo le transmitió sin saberlo el espíritu
divino, que él tenía oculto dentro de sí, recibido de su madre, Sabiduría. Y,
naturalmente, al insuflar, queda el Demiurgo a su vez desprovisto, vaciado de
ese espíritu divino.
Este proceso deja en claro que el espíritu divino de Adán,
así recibido, no tiene su verdadera patria en el mundo material (el universo
tal como lo vemos), ni por supuesto en el cuerpo, sino allí de donde pro cede:
de Sabiduría, del Pleroma, del Cielo, del Uno o Padre en último término. En
algún momento tendrá que volver allí.
12. Con ello tenemos también los fundamentos de la redención
futura. El Salvador, en algún momento, tendrá que rescatar al espíritu del
hombre, encerrado en el cuerpo, y conducirlo al Cielo/Pleroma, que es su
verdadera patria. Esto es absolutamente necesario, pues sabemos que por la
creación demiúrgica del ser humano el «espíritu» es imagen de Dios; el alma y
el cuerpo son solo semejanza.
Según la mayoría de los sistemas gnósticos, el Demiurgo y
sus ángeles quedan envidiosos del hombre porque, aunque ha sido creado a través
suyo, existe a «imagen» del Dios supremo y posee una parte del espíritu divino
que ellos no tienen. Ellos solo le dieron la «semejanza». Por este motivo, el
Demiurgo será enemigo acérrimo de todo hombre que tenga «espíritu», y hará todo
lo posible porque su salvación no prospere. Por ello, se opondrá también al
Salvador cuando descienda del cielo para salvar al espíritu.
13. El Demiurgo intenta hacer que ese espíritu, «chispa» o
«centella» divina —que tiene el ser humano— no les toque en herencia a todos
los seres humanos futuros, o bien que se vaya difuminando entre muchos
poseedores y quede definitivamente encerrado en la materia y, en consecuencia,
que no aspire a volver al cielojunto al Padre trascendente. Para lograr este
propósito, el Demiurgo crea a Eva (sigue la exégesis gnóstica del Génesis) y
con ella el deseo sexual y la procreación.
La humanidad se irá multiplicando, se irán creando con el
tiempo más hombres que tienen esa «centella», o «espíritu», cada vez más
disminuida, más pequeña, prisionera de la materia, dentro del cuerpo. La
mayoría de los humanos se irá olvidando, adormecidos por la materia que los
rodea, de que portan en sí esa «chispa divina», el «espíritu». La ignorancia de
que su espíritu es igual al de Dios, de la unidad sustancial del espíritu
humano con lo divino, hace que el hombre completo quede preso de lo inferior,
de lo material.
14. Pero la humanidad no es toda exactamente igual: entre
los hombres que se van creando por generación carnal se producen tres clases, o
tres «razas», que corresponden a las tres sustancias que explicamos en el
apartado A) Hay una clase de hombres
puramente material, los llamados «hilicos» (1yle, en griego significa
«materia»), que no recibe ninguna insuflación del Demiurgo, y por ello ninguna
parte de esa chispa divina.
B) Hay una segunda clase, una segunda raza o «pueblo»
(exégesis alegórica de la división de la humanidad en pueblos: Gén 10) que
absorbe una insuflación a la mitad, es decir, recibe del Demiurgo el hálito de
su propia y única sustancia, llamada «psíquica» (del griego psyché, «alma»).
C) Y hay, finalmente, una tercera clase que recoge tanto la
insuflación psíquica como la pneumática o espiritual.
En los textos gnósticos no se explica exactamente el porqué
de esta división, pero se supone que se debe a las diferentes clases de hijos
de Adán y Eva. Los descendientes de Set son los dotados de espíritu, porque Set
fue el hijo fiel de Adán que recibió de él los secretos de la gnosis impartida
a su padre, según la tradición esotérica. Igualmente, para algunos gnósticos,
los espirituales, como el «traidor» Judas Iscariote, pueden descender de Caín,
puesto que se opuso al Demiurgo creador. El resto, psíquicos y carnales son
descendientes de otros hijos de Adán —o de Eva cuando fue violentada por los
demonios, según algunas tradiciones— que no recibieron la gnosis, o al menos no
completa.
15. La división de la humanidad en estas tres clases tendrá
su importancia a la hora de la venida del Salvador, encargado de redimir al
«espíritu», de igual modo que antes había redimido a Sabiduría de su «pecado».
La carne —pura materia— está condenada a volver a la nada. Pero el espíritu del
hombre debe ser salvado de la carne y del universo material. De eso se encarga
el Salvador enviado por Dios para rescatarlo.
Aquí entra enjuego un tercer mito. el de la salvación, o
soteriológko. La divinidad al completo, el «Pleroma» se apiada del ser humano.
Le da pena que su parte superior, el espíritu, esté aherrojado en el mundo,
prisionero del cuerpo y de la materia. Para liberarlo y hacer que el espíritu
vuelva a las alturas de donde procede, todo el Pleroma divino envía a la tierra
al Salvador.
16. Como hemos dicho, este ser divino había actuado ya antes
redimiendo a la Sabiduría «pecadora», a la que rescató cuando estaba expulsada fuera del Pleroma y la reintegró en
él. El Salvador, Redentor o Revelador descenderá desde el Pleroma, atravesará
las distintas esferas de los cielos que circundan la tierra engañando a los
ángeles del Demiurgo que las gobiernan, y llegará a ella con la misión de
recordar a los hombres espirituales que tienen dentro de sí una centella
divina, que deben sacudirse el letargo producido por la materia y sus afanes, y
hacer todo lo posible para retornar al lugar de donde esa chispa espiritual
procede.
El modo de sacudir su adormecimiento es la revelación de la
gnosis, o conocimiento verdadero. Lo que el Salvador hace con su revelación es
sacudir al alma de modo que el ser humano empiece a formularse las preguntas
sustanciales que indicamos al principio: ¿De dónde vengo? ¿Por qué tengo
espíritu? ¿Qué debo hacer para rescatarlo de la materia?
17. La revelación del Salvador da también a los espirituales
los medios para responder a esas preguntas. Al recordar a los humanos que su
espíritu procede del Pleroma y que a él debe volver, el Revelador logra
sacarlas del adormecimiento de la materia y les indica los medios —ascetismo,
desprendimiento, etc.— para retornar al Cielo. En una palabra: la misión del
Salvador es enseñar al ser humano a liberar su espíritu de las ataduras del
mundo.
Como el Salvador arranca al hombre espiritual, en último
término, del poder del Demiurgo y de sus ángeles, dueños de este mundo, todos
estos, irritados, intentarán provocar su muerte. Pero si eso ocurre, esa muerte
será solo aparente. Otro ser carnal, que se parece al Salvador, padecerá la
muerte, mientras que el verdadero asciende al cielo. Así quedan burlados los
poderes de este mundo y terminado el proceso de la redención.
18. ¿Y qué ocurre con las otras dos clases de hombres?
La primera, la puramente material (los hílicos, asimilada
con los paganos), no es capaz de ninguna salvación.
La segunda clase, la de los psíquicos, asimilada a los
cristianos vulgares afectos a la Iglesia mayoritaria, si prestan atención a los
preceptos del Salvador y llevan una vida recta, obtendrán "una salvación
intermedia: a su muerte se despojarán de la materia (del cuerpo, que no resucita) y sus almas ascenderán a un cielo
inferior, es decir, a una región superior del universo —separada del Pleroma —
y llevarán allí, junto con el Demiurgo y sus ángeles buenos, que al final se
convierten, una vida bienaventurada.
19. A la tercera clase, a la de los espirituales, les
ocurrirá lo siguiente: cuando les llegue la hora de morir, su cuerpo carnal
perecerá con la materia; su alma ascenderá junto con el resto de las almas de
los hombres psíquicos junto al Demiurgo y será allí feliz también. Mas su parte
superior, el espíritu, traspasará el límite del Pleroma y, uniéndose a su
contrapartida celeste, es decir, a su espíritu gemelo superior que lo aguarda
en el Pleroma, descansará allí, haciéndose uno con la divinidad, a la que
entonará himnos de alabanza y gloria por siemprejamás.
Y hasta que llegue ese momento, toda la vida del gnóstico
consistirá en profundizar en esa sabiduría (gnosis) que ha venido a traer el
Salvador. Todo su anhelo radicará en escaparse cuanto antes de esta vestidura
carnal y lograr que su parte superior, el espíritu, retorne al Pleroma para
gozar allí de descanso y felicidad eternos.
Este conjunto de concepciones religiosas del gnosticismo
puede reducirse en síntesis a diez principios fundamentales, que pueden
formularse así:
1. Existe un Dios Trascendente, al que se puede denominar
Uno, Bien, Padre.
2. Esta divinidad es «compleja» y se proyecta hacia fuera.
Esta proyección constituye el Pleroma o Plenitud de la divinidad.
3. Dentro del Pleroma, uno de los eones divinos, denominado
normalmente Sabiduría, cae en una suerte de un lapso o pecado.
4. Ese lapso da origen a la materia primordial y al
Demiurgo, diferentes al mundo del Pleroma, que es todo espíritu.
5. El Demiurgo, no el Dios Trascendente, es el que crea
directamente el universo y el hombre. Utiliza, por un lado, la materia
primordial y, por otro, las formas o ideas de las cosas que contempla en el Pleroma
o en el ser de su madre, Sabiduría.
6. La parte mejor y más auténtica del ser humano es el
espíritu. Este es como una centella o chispa divina porque procede del Dios
Trascendente a través de Sabiduría y de la insuflación del
Demiurgo. Su patria está en el cielo.
7. Esa chispa divina está encarcelada en la materia, es
decir, en el cuerpo del hombre y en este mundo material.
8. La chispa divina debe retornar a donde procede. Esta
vuelta constituye la salvación.
9. Un ser divino, denominado Redentor, Salvador o Revelador,
desciende del Pleroma; con su revelación recuerda al hombre que posee esa
centella; lo ilumina y lo instruye sobre el modo de hacerla retornar al ámbito
del que procede.
10. La materia y el espíritu, el mundo de arriba y abajo son
inconciliables. El que recibe la revelación y pretende salvarse debe rechazar
todo lo material y corporal por medio de la ascesis.
A lo largo del desarrollo del gnosticismo se generan
diversas escuelas, que suelen recibir el nombre del maestro gnóstico que fue su
primer difusor, o bien del personaje del Antiguo Testamento al que consideran
su guía o revelador: valentinianos, basilidianos, setianos, cainitas, ofitas o
veneradores de la Serpiente, etcétera.
Aunque las diferencias de pensamiento de estas escuelas
pueden ser notables para los especialistas, el esquema básico religioso es el
mismo, que ya hemos expuesto, por lo que no merece la pena detenerse en ellas,
salvo especialmente en tres.
Veamos algunos ejemplos de cómo estas ideas se traducen en
la práctica de los cristianismos gnósticos de los siglos II y IIL,
representados sobre todo por los documentos encontrados en Nag Hammadi
(Biblioteca copto-gnóstica) y otros escritos muy afines como el Evangelio de
María y el Evangelio de Judas:
» El Evangelio de Tomás presenta ajesús como encarnación de
la Sabiduría de Dios, pero no hace insistencia alguna en la muerte de Jesús en
la cruz. No parece que el autor considerara que esta muerte era un sacrificio
por la salvación de los pecados de la humanidad. La redención se consigue
gracias a prestar atención y creer en el mensaje de Jesús Revelador/Sabiduría.
» El Evangelio dejudas no acepta tampoco el valor del
sacrificio de la cruz de Cristo, ni el de los sacramentos, como la eucaristía y
el bautismo: presenta incluso ajesús riéndose de sus propios discípulos que
creen en la eficacia de estos ritos. La jerarquía de la Iglesia como sucesora
de los apóstoles no tiene para el autor valor ninguno. Los seguidores de Jesús,
salvo Judas, no lo entendieron, así que mal podían transmitir una doctrina
sana, procedente de su Maestro. Solo unos pocos, y raros, simbolizados por
Judas, son capaces de comprender la verdadera enseñanza del Revelador.
Doctrinas parecidas defienden los autores del Apocalipsis de
Pedro y del Testimonio de la Verdad, pues se oponen radicalmente a laidea de
que Dios Padre precise del sufrimiento y de la muerte de Jesús para salvar a
los seres humanos. Lo que lleva a los hombres a la salvación es la enseñanza
iluminadora de Jesús. Aceptada esta se llega a la madurez espiritual, y al
final de la existencia terrena, el espíritu del hombre asciende sin más hasta
el cielo o Pleroma.
+ El gnóstico
Valentín, probable autor del Evangelio de la Verdad, afirma que Jesús trae la
salvación a la tierra como maestro verdadero del auténtico conocimiento de
Dios, lo único que vale para superar el mal y el sufrimiento en el mundo
causados por un desconocimiento de cómo es la Divinidad. El sacrificio de la
cruz no fue otra cosa que una extraña y especialísima ocasión para revelar el
verdadero evangelio (el autor de los Hechos apócri-
fos de Juan piensa lo mismo): Jesús no sufrió en verdad,
sino que proclamó la enseñanza de cómo es el Padre, de cómo el espiritual ha de
unirse a Él por medio de las enseñanzas de Jesús, eliminando la ignorancia, la
deficiencia y el error.
Toda la vida y acciones del Salvador han de interpretarse
simbólicamente en este sentido. Jesús es el enviado celeste que desciende del
Pleroma, revela y asciende de nuevo al lugar de donde procede. El espíritu del
ser humano, que gracias a esta revelación ha aprendido que es consustancial con
Dios, no ha de pensar que se salva por creer en la eficacia de la cruz, sino
por salir de su estado de alienación en este mundo, por la liberación de los
lazos de la materia —el cuerpo— y por dejar que el espíritu, incluso ya en esta
tierra, se una libremente a Dios.
HI. GRUPOS GNÓSTICOS ESPECIALES O AFINES AL GNOSTICISMO
1. Los simonianos
Tratamos de estos personajes porque, según los
«heresiólogos» —los Padres de la Iglesia mayoritaria o Gran Iglesia, que
dedicaron sus obras a refutar las herejías (véase capítulo 8)—, fue Simón el
Mago el padre de todas las heterodoxias en el seno del cristianismo. Sus
seguidores se denominaron simonianos.
El texto inicial y clave sobre Simón se halla en los Hechos
de los Apóstoles, 8, 9-24:
Había en la ciudad un hombre llamado Simón, que desde tiempo
atrás ejercía la magia y traía maravillada a la gente de Samaría. Decía que él
era un gran personaje. Todos le hacían caso, grandes y pequeños, pues decían:
«Este es la potencia de Dios llamada grande». Le hacían caso porque durante
bastante tiempo los había estado embaucando con sus artes mágicas. Pero cuando
creyeron a Felipe que los evangelizaba acerca del reino de Dios y del nombre de
Jesucristo, se bautizaron hombres y mujeres. El mismo Simón creyó y una vez
bautizado no cesaba de acompañar a Felipe, y cuando veía señales y grandes
prodigios que sucedían se maravillaba.
Viendo Simón que por la imposición de las manos de los
apóstoles se otorgaba el Espíritu Santo, les ofreció dinero diciendo: «Dadme a
mí también ese poder, de modo que aquel al que imponga yo las manos reciba el
Espíritu Santo». Pedro le contestó: «Que tu dinero vaya contigo a la perdición
porque intentaste comprar con dinero el don de Dios. No tienes arte ni parte en
este asunto, ya que tu corazón no es recto a los ojos de Dios. Arrepiéntete,
pues, de tu maldad y ruega al Señor a ver si se aparta de ti esa idea de tu
corazón, puesto que te veo destinado a la hiél amarga y a las cadenas de los
inicuos». Simón respondió: «Rogad al Señor por mí a fin de que no me suceda
nada de lo que habéis dicho».
En este texto Lucas intenta rebajar la importancia teológica
de un cierto personaje samaritano, Simón, que competía religiosamente con los
primeros misioneros cristianos helenistas, situándolo por debajo de la figura
de Jesús y de sus seguidores. El núcleo histórico del texto es probablemente el
siguiente: Simón fue un taumaturgo (hacedor de milagros), como otros de su
época, a los que los cristianos denigran como «mago». Algunas gentes, sin
embargo, lo creyeron enviado de Dios o encarnación
de la divinidad («Fuerza de Dios»), lo que naturalmente hacía la competencia a
la figura de Jesús.
Más tarde, probablemente ya bien entrado el siglo IL los
cristianos de la Iglesia mayoritaria hubieron de enfrentarse a los seguidores
de este Simón, los simonianos”*, que eran judíos samaritanos probablemente
independientes ideológicamente del cristianismo, pero que debían de ejercer en
ciertos cristianos una notable influencia, tanto como para ser considerados
peligrosos. Al parecer, fue tan notable el influjo y tan duro el encontronazo
con los cristianos, que estos vieron en Simón al causante de todas las
herejías, en concreto de las gnósticas, y difundieron la idea que Simón era el
primer gnóstico y padre de los demás.
La doctrina de los simonianos en el siglo II es muy parecida
a lo que hemos considerado ya como gnosticismo, y puede sintetizarse así,
siguiendo a Ireneo de Lyon: Simón fue tenido como la representación del Dios
supremo, su «Fuerza» o «Potencia». Al igual que Este tenía su Pensamiento
(femenino), también Simón tuvo el suyo, que se mantuvo a su lado mientras
deambuló en carne mortal. Este Pensamiento se había «encarnado» en una mujer,
llamada Helena, que Simón había rescatado de un prostíbulo.
Simbólicamente, este hecho significaba que Helena era la
encarnación de Sabiduría, la que —como sabemos— con su «lapsus» había originado
el universo. Helena había caído en poder de los ángeles (malos = la materia) y
había acabado por la presión de estos como una mujer hundida en la materia,
como una prostituta. En una de sus múltiples reencarnaciones Sabiduría fue
Helena de Troya, causante de la guerra que describió Homero. Finalmente, en
otra reencarnación, esta Helena fue liberada por Simón.
Helena es símbolo también del alma, que cae en las redes de
la materia, y Simón es también el Redentor gnóstico que la salva. En efecto, Simón
había descendido desde las alturas como redentor y había engañado a las
potencias celestes malvadas —los ángeles del Demiurgo—, muriendo también
aparentemente en la cruz.
Según Ireneo de Lyon, Simón y Helena fueron efectivamente
adorados como dioses por sus seguidores.
Al igual que los marcionitas, los simonianos no eran nada
afectos al dios creador del Antiguo Testamento. Afirma Ireneo de Lyon, en su
Refutación de las herejías, I, 23, 1 y ss., que «Los profetas pronunciaron sus
profecías inspirados por los ángeles creadores del mundo; por esto los que han
puesto su esperanza en Simón y en su Helena no se preocupan ya más de los
profetas y, a fuer de libres, hacen lo que quieren. Los hombres se salvan por
la gracia de Simón, no por mérito de sus buenas obras, ya que no se dan
acciones justas por naturaleza, sino solo por convención. Así lo establecieron
los ángeles que hicieron el mundo, que esclavizaron a los hombres por medio de
aquellos preceptos. Por lo cual, Simón prometió que el mundo sería destruido y
que los suyos serían liberados del dominio de los que lo crearon».
2. El bardesianismo
El segundo grupo a considerar es el «bardesianismo», que
lleva el nombre de un maestro gnóstico, o mejor, afín al gnosticismo, del siglo
n llamado Bardesanes (Bar [hijo de] Daisán). Esta escuela es importante porque
los investigadores ven en ella un antecedente inmediato del maniqueísmo. Este
«filósofo arameo», como se le llamaba, muy influido también por la teosofía
egipcia hermética, vivó mucho tiempo en la corte del rey Abgar IX de Edesa
(179-216), descendiente de otro rey del mismo nombre del que la tradición dice
—legendariamente— que se carteó con el mismísimo Jesús. Bardesanes huyó de los
romanos, que se apoderaron de Edesa, y murió probablemente en Armenia, o en
Siria, hacia el 222,
Conocemos los rasgos generales del pensamiento de Bardesanes
—afín aunque no igual al sistema de los valentinianos— por los tratados de los
heresiólogos Hipólito, Eusebio de Cesarea y Epifanio, y por un diálogo sobre el
hado y la libertad compuesto por uno de sus discípulos, denominado «El destino»
o «Leyes de los países». El lector debe tener in menie lo que hemos dicho de la
gnosis en general para entender lo que sigue.
Según Bardesanes, en los orígenes existían dos Principios: Dios
y la Materia (la Oscuridad/Tinieblas). Entre ellos existían cuatro elementos
primordiales: luz, aire, fuego y agua, que de algún modo están ge nerados por
los dos Principios. Estos elementos, empujados por un terrible designio del
Destino, se unieron a las Tinieblas y crearon el universo. Este, por tanto,
está compuesto de ciertos elementos elevados (los cuatro primordiales, pero que
son «psíquicos», no espirituales) y otros inferiores (materiales). Sobre él se
cierne el mundo puramente espiritual y divino. Solo el Logos/Pensamiento, la
potencia del Principio Dios, puede poner orden en este mundo inferior y evitar
que todo el universo se suma en la ruina. El Logos no permite el caos de la
materia, como se ve en el universo, lo que significa una primera sabación.
El ser humano forma parte de este mundo. Su cuerpo,
material, es un impedimento para que el alma, que procede por emanación del
Principio Bueno, alcance la salvación. La caída del primer humano, Adán, por
obra del principio de las Tinieblas, hace que el hombre tienda hacia lo
inferior y no pueda alcanzar la salvación.
Pero el Logos desea salvarlo, por lo que se encarna en
Cristo, cuyo cuerpo es solo aparente (docetismo). Por medio del conocimiento,
el Cristo revelador enseña los medios para que el alma pueda unirse a lo
divinidad en la «cámara nupcial», el ámbito celeste, tras la muerte. Como los
seres humanos no están sujetos fatalmente al poder de los astros y la materia
en general, tienen libre albedrío, de modo que pueden escuchar las palabras del
Revelador y salvarse.
Esta acción reveladora del Logos es la segunda sabación.
Pero los cuerpos, materiales, no podrán salvarse, es decir, no habrá
resurrección.
3. Fibionitasy libertinos
El tercer grupo, el de los gnósticos «libertinos», merece
una cierta consideración por lo excepcional dentro del panorama tan fuertemente
ascético de los siglos HI y MI (como veremos en el capítulo siguiente). Aquí la
fuente principal es Epifanio de Salamina (hacia el 380), aunque ya antes Ireneo
de Lyon y Eusebio de Cesarea se habían encargado de propalar que los herejes
gnósticos llevaban una vida corrupta.
Según Ireneo, Refutación, 1, 6, 3-4, los valentinianos
afirmaban que al ser «espirituales» estaban ya redimidos y podían hacer con su
cuerpo lo que quisieran. La carne, las «cosas del cuerpo», no afectaban a su
espíritu, ya salvado. Por ello, podían «entregarse a fondo a los placeres de la
carne, "dando lo carnal a lo carnal y lo espiritual a lo
espiritual"».
Según Ireneo, había gnósticos en su tiempo que «ocultamente
corrompían a las mujeres...; otros quitaban desvergonzadamente a sus maridos
las mujeres que amaban...; los había que al comienzo se comportaban como es
debido, fingiendo cohabitar castamente con mujeres hermanas, pero el tiempo se
encargaba de denunciarlos, pues el hermano dejaba encinta a la hermana». De
unos gnósticos, llamados carpocratianos, potque el fundador de su grupo se
llamaba Carpócrates, sostiene Ireneo que llevaban una vida lujuriosa y que
ejecutaban todo tipo de acciones, ya que para evitar la reencarnación, en la
que creían firmemente, debían practicar todo tipo de acciones, hasta las más
impías (1, 25, 4).
Del gnóstico Marcos, un individuo alto y apuesto, sostenía
el mismo Padre de la Iglesia, en Refutación, L, 13,1-5, que se dedicaba sobre
todo a «predicar a las mujeres, en especial a las encopetadas, elegantes y
ricas. Intentaba seducirlas, embaucándolas con palabras semejantes a estas:
"Quiero que participes de mi gracia. El lugar de la Grandeza está en
nosotros; es preciso que seamos uno. Recibe ante todo de mí y por mí la gracia.
Adórnate como esposa que aguarda a su esposo, a fin de que seas lo que yo soy,
y yo sea lo que tú eres. Recibe en tu tálamo la semilla de la luz. Toma en mí
al esposo, ábrete a él y entrarás en él. Mirarla gracia ha descendido sobre ti,
abre la boca y profetiza"
La mayoría de las veces, continúa Ireneo, «la mujer engañada
por estas palabras y excitada ante la expectativa de profetizar, con el corazón
palpitante, se atrevía a decir lo primero que le venía a las mientes, como
caldeada internamente por un espíritu. Luego se consideraba en adelante profetisa
y daba gracias a Marcos que le había transmitido la gracia divina». Según el
obispo de Lyon, muchas intentaban pagárselo no solo con sus bienes —gracias a
lo cual había amontonado considerables riquezas—, sino con su cuerpo. Mediante
la realización del acto amoroso deseaban unirse completamente a él, Marcos,
para alcanzar la fusión con el Uno.
Pero el caso más curioso entre los libertinos es el de los
fibionitas, quienes, según Epifanio de Salamis””, celebraban actos litúrgicos,
considerados una eucaristía en común, llenos de episodios sexuales. Reunidos
todos en un local, se unían indiscriminadamente, hombres y mujeres, casados o
solteros, sin llegar en ningún caso a una eyaculación normal. Luego, tomaban el
semen con las manos y lo ingerían afir mando que «Era el cuerpo de Cristo».
Igualmente, y si era posible, ingerían sangre menstrual afirmando que era «La
sangre de Cristo». Otros practicaban una suerte de masturbación sagrada, con lo
que la ingestión del «cuerpo de Cristo» podía hacerse en privado.
Los fibionitas —siempre según Epifanio—Justificaban estas
orgías por razones teológicas. La primera era que en cada unión carnal se
prefiguraba el ascenso del alma al trono de Dios a través de los cielos
intermedios regidos y guardados por los ángeles del Demiurgo. Era doctrina
común entre los gnósticos que para atravesar cada uno de estos cielos y llegar
al Pleroma había que engañar a los ángeles o bien pagarles un cierto peaje.
Esto último era lo que preferían los fibionitas, pues pensaban que cada vez que
se consumaba la unión sexual se pagaba este peaje: se pronunciaba el nombre de
uno de esos ángeles que, ofuscado, dejaba el paso libre hasta el siguiente
cielo. Y así una y otra vez, pues los cielos eran trescientos sesenta y cinco.
Igualmente, los fibionitas argumentaban que la mujer no
debía quedarse embarazada con la unión sexual litúrgica, pues eso significaba
que se cooperaba con el dios creador, el Demiurgo. Al generar un nuevo ser
humano, se creaba una cárcel material para el «espíritu» (recordemos que este
es consustancial con el Pleroma ya que procede de Sabiduría), que a su vez
debía ser liberado..., con todo lo que ello costaba. Lo mejor era que la
generación de seres humanos se detuviera de una vez; por ello no practicaban
una eyaculación normal.
Los estudiosos están divididos sobre estas noticias de
Epifanio. Hay muchos que opinan que el Padre del la Iglesia está transmitiendo
hechos verdaderos; otros sostienen, por el contrario, que toda esta historia es
una exageración calumniosa por parte de Epifanio, o bien un puro invento para
denigrar a los herejes gnósticos. Como solo conocemos esta historia por una
única fuente, el Pamrion de Epifanio, nunca podremos llegar a establecer la
verdad entre las dos opiniones.
El aparente final del gnosticismo
El gnosticismo duró floreciente unos dos siglos. Su final,
como presencia inquietante dentro de la Gran Iglesia, es un misterio. Da la
impresión como si los gnósticos se hubiesen ido desvaneciendo poco a poco tras
los ataques recibidos de varios frentes. Uno, el neoplatonismo: Plotíno y su
escuela atacaron duramente a los gnósticos cristianos como malos y endebles
filósofos, e intentaron convincentemente, al parecer, mantener la especulación
sobre los primeros principios, sobre el universo, el ser humano y sus
relaciones con el Bien y el Uno dentro de los límites de la filosofía griega,
sin contacto especial con la «superstición» judeocristiana que —según él—
degradaba la filosofía. Cuando pasado un tiempo el Imperio se hizo cristiano
tras Constantino, entre las clases cultas, en Occidente y Oriente, se aceptó al
platonismo medio como sistema filosófico más acomodado al cristianismo.
Entonces, la gnosis volvió a ser atacada por la misma razón: alos ojos de los
sabios, los gnósticos aparecían como los cultivadores de una filosofía
semiplatónica degradada, mítica, pobre y un tanto embrutecida.
El segundo frente procedía de las gentes menos cultivadas. A
los ojos de estas personas, toda filosofía pagana quedaba trasnochada y sin
sentido después del triunfo del cristianismo. Los sistemas gnósticos aparecían
entonces a la faz de los poco cultos como concepciones «demasiado filosóficas»,
«complicadas» y «abstrusas» ante la lisura y llaneza de la «sana y recta
doctrina».
Un tercer frente era que el gnosticismo no encajaba en
absoluto dentro de una atmósfera religiosa, la de la era posconstantiniana, que
creía en una religión universal y única para todo el Imperio. El gnosticismo
aparecía como una religión solo para unos pocos, una élite aristocrática en lo
espiritual; no era una religión para todo el pueblo.
La conjunción de esta triple causa pudo acabar en unos
doscientos o trescientos años con una de
las interpretaciones, o apropiaciones, más curiosas y consistentes de ciertos
principios generales de la filosofía platónica popularizada y, por otro, del
legado judío y cristiano. Los gnósticos cristianos pensaron, en efecto, que
eljudío Jesús de Nazaret había sido la última encarnación en la historia del
Salvador gnóstico.
El espíritu del gnosticismo no muere del todo, ni mucho
menos, en la subsiguiente historia de la Iglesia. Lo veremos renacer enseguida
con el maniqueísmo del siglo Ml y muchas de las ideas de la gnosis alcanzarán
hasta los siglos x1-x1v con el catarismo y sus precedentes.
Diversos textos apócrifos, que representan, como sabemos ya,
un cristianismo gnóstico, esotérico y a veces místico, enfatizan la sabiduría
de la Magdalena, en ocasiones junto con otras mujeres. En el denominado Diálogo
del Salvador, aparece María mencionada doce veces como interlocutora de Jesús,
formulándole preguntas diversas. La más interesante es la cuestión 60: «Dime,
Señor, ¿para qué he venido a este lugar?... Dijo el Señor: Tú manifiestas la
abundancia del Revelador» '%. La respuesta es enigmática, pero se refiere sin
duda a la excelencia de la discípula perfecta, María, que todo lo entiende
bien, y que se encarga de transmitir la doctrina. El Primer Apocalipsis de
Santiago la presenta también como discípula gnóstica de Jesúsjunto con otras
cua tro mujeres 197 El Segundo Apocalipsis de Santiago dice al principio que la
revelación de Jesús a su hermano fue «puesta por escrito por Mareim», es decir
Mariamme = María Magdalena '*. En el Evangelio de María, Pedro tiene que
reconocer que ella «conoce ciertas palabras del Salvador que nosotros no hemos
oído» '”, es decir, María posee una sabiduría gnóstica superior a los varones.
En el tratado gnóstico titulado Pistis Sophia, en el que el
autor cuenta cómo Jesús se pasa doce años tras su resurrección adoctrinando a
sus discípulos, se formulan al Revelador 46 preguntas, de las cuales 39 están
planteadas por la Magdalena. Esta proporción da idea de que María está al mismo
nivel de sabiduría gnóstica, o superior, que los otros apóstoles. En otra obra,
la Sabiduría de Jesucristo, se afirma que solo los Doce apóstoles y siete
mujeres (sin mencionar los nombres) seguían a Jesucristo tras su muerte. Desde
Jerusalén se retiran a Galilea y allí se les aparece el Salvador como el Gran
Espíritu Invisible, bajo la forma de una gran luz. Más tarde, en el texto
aparece hablando María Magdalena, con lo que sabemos que era una de las siete.
De nuevo, y al mismo nivel que los apóstoles Mateo, Felipe y Bartolomé, María
formula dos preguntas técnicas aJesús!'” y recibe respuesta del Maestro.
Así pues, encontramos una vez más la misma relación
Maestro/Revelador gnóstico-distípula perfecta.
De todos estos textos, sobre todo del Evangelio de María,
puede entresacarse una enseñanza común respecto a la independencia de las
mujeres en la Iglesia: estas tienen tanto derecho como los varones a enseñar
dentro de la comunidad. La capacidad de predicar el evangelio no depende de
cuestiones de sexo, sino de lealtad a Jesús, de la atención atenta a sus
doctrinas, y de la capacidad de recibir de El revelaciones especiales. La
jerarquía basada en la sucesión de los apóstoles, es decir, la de la mera
proximidad física a Jesús, no vale para mucho, sino la madurez y el desarrollo
espiritual. Lo que importa es el verdadero discipulado, y de este no están
excluidas ni mucho menos las mujeres, sino todo lo contrario. Las revelaciones
privadas, pero ciertas y contrastadas, de Jesús, pueden tener —para interpretar
la verdadera doctrina cristiana— una validez superior a la de la autoridad
jerárquica de una Iglesia controlada por varones. La identidad de los
cristianos no se ve afectada por condicionantes de sexo o de las funciones
normalmente atribuidas a las mujeres. El fundamento del ejercicio legítimo de
la autoridad eclesial, representada en el derecho a enseñar, procede de la
comprensión espiritual e incluso de la experiencia profética del Espíritu, no
de una mera sucesión externa manifestada en una cadena de varones que afirman
su continuidad respecto a los primeros discípulos de Jesús.
Las mujeres representadas por María Magdalena se unían así
al notable número de féminas que en el cristianismo paulino de los primeros
momentos ejercieron una notable función en el gobierno de las primitivas
comunidades cristianas, como lo demuestra el notable número de saludos de Pablo
en sus epístolas a mujeres notables de las comunidades a las que dirige sus
cartas.
Naturalmente, estas ideas iban ya en contra del cristianismo
general de los siglos II y rri, notablemente patriarcalista, representado por
la corriente mayoritaria de los fieles seguidores de la Gran Iglesia firmemente
apegados a la idea de una sucesión apostólica por parte de solo varones.
Hay dos Evangelios gnósticos que además de este aspecto del
discipulado destacan un especial afecto de Jesús por María Magdalena y que
destacan su figura.
El primero es el ya aludido Evangelio de María. El autor es
desconocido, pero desde luego no es María Magdalena. El autor la denomina
siempre por su nombre, María, sin más apelativo. Los estudiosos datan este
escrito, por su contenido, entre el 150-200 d. de C. En el texto María consuela
a los discípulos que sienten la ausencia de Jesús. Entonces Pedro confiesa que
el Salvador «la ama más que las demás mujeres» y que ha sido agraciada con
conocimientos que los demás ignoran ”'. Luego le pide que transmita lo que ella
sabe. María refiere a renglón seguido una visión otorgada a ella por el
Salvador y comunica a los apóstoles las enseñanzas secretas, a saber, sobre
cómo las almas ascienden al cielo. Al concluir, Pedro se enfada con María y le
dice duramente: «¿Ha hablado Jesús con una mujer sin que nosotros lo sepamos?.
.. ¿Es que la ha preferido a nosotros? Entonces María se echó a llorar... Pero
Leví habló y dijo a Pedro: "Siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo
ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el
Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Es cierto que el
Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros"»
Parece claro por el contexto que el verbo «la amó» no tiene
connotación erótica alguna. Jesús la ama porque la «conoce», porque ella acepta
su revelación o «gnosis». María es solo y de nuevo la discípula perfecta,
exactamente como lo es Santiago en sus dos Apocalipsis o Tomás en el Evangelio
de Tomás.
El Evangelio de Felipe es el más explícito en el tema del
afecto. El primer pasaje importante es: «Tres mujeres caminaban siempre con el
Señor: María, su madre, la hermana de esta y Magdalena, denominada su compañera.
Así pues, María es su hermana, y su madre, y es su compañera». El texto es por
lo menos ambiguo y de difícil interpretación, y no es conveniente obtener de él
conclusiones apresuradas. Los términos copto/griegos empleados por el autor,
hotre y koinonós, «compañera/consorte», valen en los textos de Nag Hammadi
tanto para designar una unión sexual como una unión espiritual y mística de un
gnóstico aún en la tierra con su contrapartida o esposo celeste que le aguarda en el cielo. Estos vocablos aluden al
llamado matrimonio espiritual o «misterio de la cámara nupcial celeste»
"*, que se produce cuando el gnóstico recibe la revelación celestial que
lo hace salvo y lo traslada a otra esfera.
El segundo pasaje parece más claro: «La compañera del [Salvador
es] María Magdalena. El [Salvador] la amaba más que a todos los discípulos y la
besaba frecuentemente en [...]. Los demás discípulos dijeron: "¿Por qué la
amas más que a nosotros?". El Salvador respondió y les dijo: "¿Por
qué no os amo a vosotros como a ella?"» '**.
El hueco (señalado por [...]) aparece así en el manuscrito,
y se suele suplir con la palabra «boca» o bien con «mejillas» o «frente». Es
más verosímil completar la laguna con el vocablo «boca», Jesús besaba en la
boca: a María Magdalena, porque tenemos otro texto en Nag Hammadi, en el
Segundo Apocalipsis de Santiago, en donde el hermano del Señor afirma que Jesús
«Me besó en la boca y me abrazó diciendo: Amado mío, he aquí que voy a revelarte
aquellas cosas que los cielos no han conocido, como tampoco los arcontes» claro
que estos dos textos presentan un amor de clase especial, en nada erótico, y
que el beso en la boca es un signo de un ritual de iniciación especial en la
sabiduría revelada. El besado es amado especialmente no por una relación sexual
(¡impensable con Santiago!), sino por ser el recipiendiario de una revelación
especial. Por tanto, tenemos de nuevo en grado excelso la relación
Maestro/discípulo perfecto. Por tanto, el «beso en la boca» de Jesús a María Magdalena
solo significa en este Evangelio gnóstico que esta ha sido iniciada en un acto
especial que le confiere la sabiduría gnóstica.
Si se tomaran estas expresiones al pie de la letra, habría
que afirmar que Jesús era bigamo. En efecto, otra autoridad, el Evangelio de
Tomás, afirma que Salomé era la consorte de Jesús, no María Magdalena. Salomé
dice: «¿Quién eres tú, hombre Jesús), y de quién procedes? Has subido a mi cama
y has comido de mi mesa. Jesús le dijo: Yo soy el que procede del Igual. Me ha
sido dado de mi Padre. [Salomé dijo]:
Yo soy tu discípula»....”. Aquí pocos comentarios son
precisos: el significado es claramente simbólico; se comparte cama y mesa
espiritual-
mente —la unión con el esposo espiritual en la cámara
nupcial celeste— por la participación en la doctrina perfecta |”.
Los celos que muestran los apóstoles por María Magdalena en
estos textos apócrifos apoyan también esta interpretación. Cuando se
manifiestan celosos, Jesús les pregunta en el Evangelio de Felipe: «¿Por qué no
os amo a vosotros como a ella?» **'. La pregunta implica la respuesta
siguiente: si los Doce se hacen tan buenos discípulos del Salva-
dor como la Magdalena, este los amará tanto como a ella.
Como se ve,
P pb E 119 el contenido erótico está ausente *”.
La interpretación de los dos pasajes claves del Evangelio de
Felipe respecto a María Magdalena ha de hacerse a la luz de un contraste con Me
3, 35 y Mt 12, 50 lo «¿Si Me 3, 31-35 convierte en parentesco decisivo la
relación espiritual y no la carnal, entonces con toda probabilidad el texto del
Evangelio de Felipe está haciendo lo mismo: María es "compañera" de
Jesús en el mismo sentido en que es "hermana" y "madre", es
decir, en tanto que posee con él un íntimo vínculo espiritual. Además, al igual
que en Me 3, 35 la expresión "mi hermano, hermana y madre" no
enfatiza ninguno de estos tipos de parentesco (pues precisamente los hace
indistintos: quien tiene un vínculo espiritual con Jesús merece ser llamado
simultáneamente su "hermano" y "hermana" y
"madre"), así también en el Evangelio de Felipe el énfasis no recae
en la expresión "compañera" (o, si se prefiere, recae tan poco como
en "hermana" o "madre”): lo que se enfatiza es que quien tiene
un vínculo espiritual con Jesús es —en el sentido genuino del nombre— su "madre"
y "hermana" y "compañera"» ?
En síntesis: estos Evangelios gnósticos presentan un
cristianismo orientado un tanto en contra de las tendencias de su época, un
cristianismo donde la mujer puede ser tan discípula de Jesús como un varón, que
tiene capacidad de enseñar como oyente perfecta del Salvador y, por tanto,
maestra espiritual de los que son más ignorantes que ella. Este tipo de
cristianismo pone en cuestión ciertamente el poder exclusivo de los discípulos
varones y no determina exclusión alguna por motivos de sexo. Tanto las mujeres
como los varones pueden tener una relación directa con el Salvador, sin el
constreñimiento de una organización rígida yjerárquica controlada por los
varones y a cuya cúspide las mujeres no tienen acceso ninguno. Toda esta
disposición patriarcalista es rechazada implícitamente por la figura y la
posición de María Magdalena.
Ovejas VENCIDAS
El pecado de Adán y Eva es un caso aislado; no significa
ninguna perversión ni cambio de la naturaleza humana en sí, por lo cual los
descendientes de la primera pareja nacen con la misma cualidad: por
constitución natural pueden vivir sin pecado; gozan además del don del libre
albedrío.
Ovejas vencedoras
El pecado de Adán y Eva significa un cambio en la naturaleza
espiritual del ser humano, que resulta ligada invariablemente al pecado.
Ovejas vencidas
Por tanto, la situación de pecado en el ser humano no es
inevitable, «original» o contraída desde la concepción misma.
Ovejas vencedoras
La situación de «pecado original» es inevitable y todos los
humanos la contraen en su misma concepción.
Ovejas vencidas
La doctrina del pecado original hereditario, y el que en
muchos caso conlleve la condenación divina, supone que Dios ha predestinado a
algunos seres humanos a la maldición eterna.
Ovejas vencedoras
La presciencia divina de la condenación de algunos no supone
una predestinación a esa conde-
nación .
Ovejas vencidas
A los hombres les basta y les sobra la propia y libre
voluntad para cumplir la ley divina: no es necesaria una gracia divina
especial.
Ovejas vencedoras
A los hombres no les basta su propia voluntad para salir de
la situación de pecado.
Ovejas vencidas
La gracia divina no es otra cosa que el don de la vida y de
la libertad que reciben todos los
humanos al nacer.
Ovejas vencedoras
La gracia divina es previa, libre por parte de Dios, pero
absolutamente necesaria para conseguir la justificación del pecado.
Esta es la batalla de San Agustín sobre el pecado original de
la victoria de esta batalla se desprenderán otras verdades como estas:
La unión del Logos con el alma de Jesús es tan perfecta que
forma una «unión hipostática», o unión de personas, de modo que solo puede
afirmarse la existencia de una sola persona, la di-vina.
En Jesús hay dos naturalezas, ciertamente, pero solo una
persona.
En Jesús hay dos naturalezas, una divina y otra humana, pero
una Úúnica persona, divina.
A María se la puede
llamar con toda propiedad «Madre de Dios», porque se es madre de la persona, no
solo de la naturaleza, y en Jesús solo hay una persona, la divina.
Gracias a estas verdades pro fin podemos dibujar el rostro
del cordero ene l rostro de la oveja pero para darnos cuenta de esto tenemos
que dar cuenta de la guerra de imaginarios que se disputo
La gran batalla es contra Pelagio
Cuenta la tradición que Pelagio nació hacia el 354 en
Britania y que era el hijo de unos funcionaros romanos destinados concretamente
en lo que hoy es el país de Gales. Convertido al cristianismo hacia el 375-380,
se interesó por los estudios de derecho y de teología. Sus futuros adversarios
lo consideraron un hombre culto y buen polemista. Viajó Pelagio a Roma, donde
probablemente estudió derecho. No es seguro, como se cuenta también, que fuera
monje; probablemente fue un teólogo laico.
Al parecer, hacia el 409, y como consecuencia de la presión
de los visigodos sobre Roma (Alarico y sus tropas, que al año siguiente
acabarían saqueando la ciudad), se refugió en África, en Cartago en concreto,
con otros exiliados. Pero, como puede deducirse de sus doctrinas, el ambiente
teológico del norte de África no le era propicio, se trasladó aJerusalén
buscando el apoyo del obispo de la ciudad, de nombre Juan. Todo lo que ocurre
después en la vida de Pelagio es el resultado de la feroz oposición a sus
ideas, sobre todo por parte de los obispos del norte de África, con Agustín de
Hipona a la cabeza: una sucesión de condenas eclesiásticas, algunas seguidas de
sus correspondientes revocaciones, y la huida de una ciudad a otra, como
veremos a continuación. Por ejemplo, ya en el norte de África, en el mismo 409,
Pelagio fue muy mal considerado a causa de sus ideas, por lo que abandonó la
región.
La teología básica de Pelagio y sus discípulos
La doctrina de Pelagio y de sus más íntimos seguidores,
llamados Celestio y Juan de Eclana, se explica como reacción a las dos heteradoxias
más poderosas de su época, el arrianismo y el maniqueísmo. La respuesta de
Pelagio al arrianismo es suficientemente ortodoxa, como se deduce de su obra
Sobre la Trinidad, por lo que no es necesario que nos detengamos en ella aquí.
Sí es interesante la oposición de Pelagio al maniqueísmo y su insistencia en el
mal, oposición que provocó a su vez una reacción de la Gran Mayoría y que llevó
a Pelagio a los límites de la heterodoxia. Sus ideas se expresan
fundamentalmente en dos obras: Sobre el endureámiento del corazón del faraón,
compuesta en el 411, y Sobre la naturaleza (humana), del 414.
Pero debemos de conocer estas dos Heterodoxias a fondo para
comprender la posición de Pelagio
Vayamos primero con el Arrianismo
Vida de Arrio
Por desgracia, sabemos poco de ella. Según cuenta Epifanio
de Salamis —en la herejía 69, 1 de su Botiquín (Panarion)—, Arrio había nacido
en la Cirenaica, actual Libia, hacia el 256, unos veinte años antes de la
muerte de Mani. Poco después se trasladó a Alejandría, ciudad en la que siguió
estudios de filosofía y se formó en teología cristiana y donde sufrió la
persecución de Diocleciano. Hacia el año 300 fue ordenado diácono de su iglesia
local. Parece que ya en esta época se opuso a ciertas decisiones eclesiásticas,
por lo que fue excomulgado. Perdonado más tarde por lajerarquía, fue de nuevo
recibido en la Iglesia y ordenado presbítero antes de que ocupara la silla
episcopal de Alejandría un personaje llamado Alejandro (312-328), con el que
más tarde habría de disputar ásperamente.
Arrio estuvo a cargo de una de las iglesias cristianas más
importantes de Alejandría, y al parecer fue rápidamente famoso por su oratoria,
sus buenos conocimientos de la Escritura y por sus habilidades dialécticas en
las disputas sobre materias filosóficas y teológicas. Su vida transcurría con
cierta tranquilidad cuando, ya anciano, mantuvo una dura controversia con su
obispo, Alejandro, de resultas de la cual manifestó más claramente su
apartamiento del sentir de la comunidad llegándosele a conocer por ello hasta
hoy como uno de los más célebres heterodoxos de la Iglesia.
La postura de Arrio era más bien intelectual que revoltosa o
cismática, a pesar de las acusaciones de sus enemigos que le achacaban aspirar
al poder eclesiástico en la capital del país del Nilo. Probablemente no hubo nada de ello, sino que todo empezó
por una discusión teológlca interna entre un obispo y un presbítero subordinado
jerárquicamente a él, pero quizá demasiado independiente y prestigiado. Al
parecer, fue el obispo el que le acusó primero de mantener osadas tesis
teológicas, por lo que Arrio contraatacó polemizando en público contra la tesis
del obispo acerca de la eternidad del Logos, segunda persona de la Trinidad,
igual en sustancia a la del Padre, según Alejandro.
La doctrina de Arrio
Se ha perdido la obra de Arrio, pero su doctrina nos es
conocida —por un lado— gracias sobre todo a un enemigo declarado suyo, el
futuro obispo Atanasio de Alejandría, quien reproduce ciertos párrafos de una
obra perdida de Arrio titulada Thalía, o Banquete. Por otro, conservamos un par
de cartas del heresiarca, umversalmente citadas, en la que el presbítero expone
sucintamente sus puntos de vista. En una misiva a Eusebio, obispo de Nicomedia
(en la actual Turquía), explica Arrio:
El Hijo no es inengendrado, ni parte del Inengendrado de
ningún modo, ni [formado] de sustrato alguno, sino que fue constituido según la
voluntad y consejo [de Dios], antes de los tiempos y de los siglos, lleno (de
gracia y de verdad), divino, único e inmutable. Y antes de que fuera
engendrado, o creado, u ordenado o fundado, no existía, pues no era
inengendrado.
Nos persiguen porque decimos: «El Hijo tiene un principio,
pero Dios es sin principio». Por ello se nos persigue, y porque decimos: «El
Hijo fue [hecho] de la nada». Pero esto es lo que decimos, ya que el Hijo no es
parte de Dios, ni ha sido [formado] de sustrato alguno [igual al Padre].
Este pasaje, traducido a un lenguaje más de nuestros días,
sostiene
la siguiente doctrina:
+ A Dios no lo ha engendrado nadie. Dios es un ser único, es
simple, indiviso e indivisible; solo y primer principio de todo lo demás.
+ Como Dios es absolutamente trascendente, no puede haber
nada igual a Dios.
+ El Hijo es distinto del Padre, por tanto tiene otras
«cualidades». Si se le pensara como exactamente igual al Padre, sería como
dividir en dos a Dios.
+ Si el Hijo estuviera «formado» del mismo «sustrato»,
cualidad o «materia» que el Padre, habría dos dioses.
+ Todo lo demás, el Hijo incluido, ha sido creado; por eso
hubo un
momento en el que no existía.
Conservamos también otra carta de Arrio (a su amigo Eusebio,
obispo de Nicomedia) en la que precisa su pensamiento; la carta tenía la forma
de una especie de declaración dogmática o «credo», que Arrio y sus partidarios
aprobaban. El heterodoxo afirmaba que el Hijo
es «una perfecta criatura de Dios», y sostenía:
Hay así tres hipóstasis (Dios, Hijo y Espíritu). Dios, que
es la causa de todas las cosas, no tiene comienzo y es absolutamente único,
mientras que el Hijo, engendrado eternamente por el Padre y creado y
establecido antes de los siglos, no existía antes de que fuera engendrado, pero
fue engendrado eternamente antes de todo las cosas, y fue el único constituido
por el Padre. El Hijo no es eterno, ni coeterno ni coinengendrado con el Padre,
ni tampoco tiene su serjunto con el Padre... Dios, como mónada y causa de todo,
era así antes de todo.
En este último pasaje las afirmaciones trascendentales son:
+ Ciertamente hay «tres personas» (en griego teológico
«hipóstasis» '*) en la Trinidad.
+ El Hijo ha sido engendrado por el Padre como cualquier
otra criatura.
+ Ciertamente también ha sido engendrado «antes de los
siglos», eternamente, pero hubo un momento —lógicamente al menos— en el que el
Hijo no existía. Por tanto es inferior al Padre.
+ El Logos es una criatura. Aunque toda la realidad creada
fuera hecha por el Hijo, este también fue creado. Se le llama «divino» en algún
sentido, pero lo esencial es que el Logos en realidad es criatura.
Lo que se dice del Hijo se dice también implícitamente del
Espíritu Santo. Pero este no se nombra explícitamente en la discusión.
Como puede verse, el problema radicaba en defender a la vez
el dogma de la Trinidad (tres personas) que ya en la época se consideraba como
algo fijado y revelado por Dios mismo, y a la vez que solo había un único Dios.
¿Cómo pueden coexistir tres personas distintas en una sola sustancia divina? Y
Arrio responde: Dios es único, y el Logos/Verbo fue una criatura como otra
cualquiera: en el fondo no hay más que un Dios y las restantes dos personas
divinas existen, pero son inferiores a ese Dios único. Son divinas en segundo
grado.
Es cierto que esa Criatura, el Hijo, es excelsa, divina,
pero inferior, y es cierto que a través de ella el Dios único creó el universo
todo. Tuvo que ser así porque el Trascendente no puede «mancharse» con la
materia, sino que la creó por medio de un intermediario divino: el Logos/Verbo.
Ahora bien, este no es consustancial con el Padre, sino que tuvo un principio.
Y una consecuencia: Jesús es un ser humano inhabitado por el
Logos. Es decir, quien se encarna en Jesús es un Verbo/Logos/Palabra de Dios,
que es también una criatura (divina). Por tanto, Jesús era en principio un mero
hombre; aJesús no se le puede llamar «Dios» propiamente, sino de un modo
secundario, o mejor terciario, puesto que el Dios que lo habitaba y que había
tomado posesión de su alma y de su libertad era también una criatura, por muy
divina que fuese.
Si el lector recuerda ahora lo que la gnosis afirmaba del
Demiurgo (véase p. 100), encontrará en esta doctrina de Arrio resonancias a
ella, salvando las distancias: el Hijo es concebido hasta cierto punto como un
Dios secundario, a una escala inferior al Trascendente, y es el autor o agente
divino gracias al cual se produce la creación del Universo.
Este Hijo/Logos no es inmutable como el Padre; es un ser libre
como criatura que es; teóricamente podría cambiar de parecer y dejar de ser
bueno. Pero el Dios único, que lo conocía todo de antemano, sabía que esto no
iba a ser así, sino que sería perfecto y obediente. Cuando el hombre pecó,
envió al Hijo al mundo y se encarnó en Jesús obedientemente. Jesucristo es
inhabitado por el Logos/Hijo que asume su personalidad humana, haciéndola
divina. De este modo el Hijo, que había realizado
la creación, ejecutó también a través de Jesús la salvación del
universo caído. Como recompensa a los méritos de Jesús, el
Cristo,
en quien habitaba el Hijo, el Dios único lo elevó también al
ámbito
Arrio apoyaba con textos de la Escritura sus afirmaciones.
Los más
importantes son:
+ Proverbios 8, 22, que se entendía como un texto referido
al Hijo/Sabiduría de Dios: «Yahvé me dio el ser al principio de sus caminos,
antes de sus obras, desde antiguo».
Igualmente, en el famoso primer discurso de Pedro en los
Hechos de los Apóstoles, donde se ve la subordinación y posición secundaria del
Hijo, encarnado en Jesús: «A este Jesús lo resucitó Dios... y lo exaltó a la
diestra de Dios y, recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, la derramó
sobre vosotros...» (Hch 2, 32-33 y 13, 33: «Dios lo resucitó de entre los
muertos»). El famoso texto paulino de Flp 2, 8-11 confirmaba, según Arrio,
estas perspectivas: «Él, a pesar de su condición divina, no se aferró a su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de
siervo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se
abajó, siendo fiel hasta la muerte, y muerte en cruz. Por eso Dios lo encumbró
sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título; de modo que a ese
título de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda boca proclame que Jesús, el Mesías, es Señor, para gloria de Dios
Padre».
Finalmente, el texto de Colosenses 1, 30: «Él -Jesucristo—
es el
primogénito de toda criatura...».
Que el Hijo es inferior al Padre se prueba también, según
Arrio,
por los pasajes bíblicos siguientes:
» Jesús dice que a él «se le ha dado —por parte de Dios—
todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18).
Y con el mismo Evangelio se prueba que el Hijo no tiene un
conocimiento absoluto de todo, luego no puede ser igual al Padre: «De aquel día
y aquella hora —el fin del mundo— nadie sabe, ni los ángeles del cielo, ni el
Hijo, sino solo el Padre» (Mt 24, 36).
¿Cómo se habla llegado en el cristianismo a estos
planteamientos arríanos?
El problema de las consecuencias de la fe en la divinidad de
Jesucristo fue muy acuciante en eljudeocristianismo primitivo, sobre todo por
las acusaciones de los antiguos colegas de religión, los judíos, que
recriminaban a los nuevos creyentes —¡quienes se proclamaban el verdadero
Israel! — el tener «dos dioses» o defender que «había dos poderes en el cielo».
Realmente, la creencia de que Jesús tras su resurrección era divino, de algún
modo, fue lo que separó definitivamente aljudaismo del naciente cristianismo.
Jesucristo se había convertido de hecho en objeto del culto y de adoración en
la nueva fe, y los cristianos utilizaban para hablar de Jesucristo un lenguaje
que era parecido al empleado para referirse al Padre, al Dios del Antiguo
Testamento.
Ciertamente, en los primeros momentos del cristianismo no se
dudó ni un instante de que Dios era absolutamente único y que como las
divinidades del entorno, también Él podía tener un Hijo, que como su Palabra
primogénita, era también Dios. Pero no se preocuparon los primeros cristianos
de hacer más precisiones, o bien pensaron al Logos, que habitaba en Jesús, de
un modo semejante al que losjudíos se imaginaban a la Sabiduría, la Palabra, o
la Presencia de Yahvé en el mundo, es decir, como un mero modo o proyección de
Dios hacia el Universo, sin que eso significara que Dios quedaba de hecho como
dividido.
Más tarde se dio un paso más entre los cristianos, y lo que
se pensaba como una mera proyección o un modo de Dios en su relación con el
cosmos se imaginó como un ser o entidad real, es decir se personificó. Es lo
que técnicamente se denomina «hipostasiar» algo, concederle el rango de
esencia, sustancia o persona. Entonces se pensó que el Logos/Hijo era en verdad
y esencialmente una persona divina.
Cuando esto ocurrió, los cristianos —para seguir defendiendo
la unicidad de Dios— formularon la noción de que la divinidad adoptó como Hijo
a esa entidad (lo que establecía una diferencia clara entre la clase de
divinidad que poseían ambas entidades), o que Dios era el único monarca y el
Hijo, como entidad divina, era y estaba de algún modo subordinado al Dios
único: este pensamiento se denominó monarquianismo y subordinacionismo, como ya
sabemos
Subordinar el Hijo al Padre significaba que aunque el Hijo,
encarnado enJesús, fuera divino y procediera en último término de un proceso
generativo ocurrido en la vida interna de Dios, era de menor rango que el
Padre. Esta manera de concebir la vida divina se percibe bien en el Nuevo Testamento
en el hecho de que este corpus casi nunca llama directamente Dios a
Jesús/Jesucristo aunque lo piense inhabitado por el Logos (solo siete veces de
entre más de mil trescientas ocurrencias del nombre de Dios), y no parece que
casi nunca llegue a equiparar aJesucristo totalmente con el Padre.
En el ámbito de la ciudad de Alejandría, que era donde se
movía Arrio, la idea de la subordinación del Hijo al Padre había sido
desarrollada ya por el maestro Orígenes. Lo describe así R. Haight:
Dios Padre es absolutamente trascendente, incognoscible,
completamente incomprensible. Pero el Hijo puede ser conocido, y las cualidades
de Este median un cierto conocimiento de las propiedades trascendentes del
Padre. El Hijo es «imagen del Dios invisible» (De Principiis, I, 2, 6). En
Orígenes esta subordinación es clara en la disposición jerárquica de Padre,
Hijo y Espíritu, y en su descripción de sus funciones diferentes en su obra
Sobre los primeros principios.
En su Comentario al Evangelio de Juan Orígenes es también explicito:
Dios Padre, con artículo: el Dios, es verdaderamente el Dios. Pero «lo demás
—aparte del verdadero Dios— que ha sido hecho Dios por participación en su
divinidad no debería denominarse correctamente el "Dios", sino
"Dios". Ciertamente, su "Primogénito de toda criatura", en
cuanto que fue el primero en estar con Dios y atrajo la divinidad hacia sí
mismo, es más honrado que otros dioses al lado de él...» (Comentario al
Evangelio de Juan, 1, 17).
Para Orígenes, el Padre es real y absolutamente Dios, mientras
que el Hijo es el Verbo, el arquetipo de todas las otras realidades, el médium
y el camino hacia el Padre, el que conoce las cualidades del Padre trascendente
porque participa de ellas 4,
Arrio no tuvo más que sacar las consecuencias de esta doctrina
ori-
geniana. Y lo cierto es que sus argumentaciones a este
respecto convencieron a mucha gente en Alejandría y alrededores. La Iglesia se
alarmó, porque profesar abiertamente esa
doctrina era de hecho rebajar al Verbo a la categoría de criatura, y también
porque la plena divinidad de Jesús que ya era concepto muy firme en la
tradición cristiana quedaba igualmente rebajada.
Rápidamente se celebró un sínodo en la ciudad, y Arrio con
sus amigos fueron condenados y excomulgados (324).
Pero Arrio no cedió y buscó apoyo en dos Eusebios, obispos,
respectivamente, de Nicomedia y de Cesarea (el famoso Eusebio de la Historia
eclesiástica), que como buenos origenistas apoyaban estas ideas
subordinacionistas. El resultado fue favorable: otro sínodo regional convocado
a toda prisa en Nicomedia dio la razón a Arrio (en el mismo año 324).
El Concilio de Nicea (año 325)
Mientras tanto, el emperador Constantino veía con malos ojos
que la religión que él había escogido como aglutinante de las diversas
poblaciones del Imperio se viera envuelta en disensiones, lo que suponía un
ataque directo a sus propósitos de unidad. Apoyado por Osio de Córdoba, su
consejero en temas de religión y enemigo acérrimo de las tesis amanas, y por el
entonces obispo de Roma, Silvestre, pensó que debía convocarse a toda prisa un
concilio ecuménico —es decir, de todo el Imperio—, pero en Oriente, ya que allí
era donde todos losjerarcas de la Iglesia andaban revolucionados con las ideas
de Arrio.
Este concilio se convocó y celebró en Nicea (actual Iznic,
en el norte de Turquía, cerca del mar Negro, en la provincia romana de Bitinia)
en el propio palacio o basílica del emperador. Constantino y Osio estaban
presentes. Enjunio del 325 se reunieron a toda prisa unos 250 obispos, casi
todos orientales, con poquísima participación de Occidente. Entre otros temas
de relleno del orden del día, como la provisión de plazas episcopales vacantes,
se habló largamente del asunto prioritario: encontrar una fórmula dogmática que
salvara la tradición sobre la divinidad de Jesucristo y que acallara a los
heterodoxos obligándolos a claudicar.
Tras muchas discusiones se llegó a la siguiente definición,
que solo se explica si se tiene en cuenta en el trasfondo el pensamiento de
Arrio, contra el que va dirigida. Curiosamente los obispos orientales, que eran
casi todos origenistas, es decir, subordinacionistas y propensos por ello a un
cierto arrianismo, impresionados por la potencia del emperador y su delegado,
votaron a favor de unas tesis que en el fondo no eran totalmente suyas:
Creemos en un solo Señor Jesucristo hijo único de Dios, es
decir, procedente de la misma esencia del Padre... Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza
(griego homoousios) que el Padre...
Esta declaración terminaba con el anatema siguiente:
Los que dicen que «hubo un tiempo en el que el Hijo no
existía, y que antes de ser creado no existía, o los que afirman que pasó a
existir desde el no ser, o sostienen que llegó al ser a partir de otra
sustancia o hipóstasis (diferente a la del Padre), o que el Hijo de Dios está
sujeto a cambios o mutaciones, a esas personas las condena la Iglesia católica
y apostólica.
Como se ve, la sección dogmática del Concilio de Nicea iba
dirigida directamente contra Arrio. De momento se creó una cierta paz en
Oriente, mientras que en
Occidente el resultado del Concilio de Nicea casi pasó
desapercibido.
La continuación de las disputas Arrio no aceptó la propuesta del Concilio,
naturalmente, y hubo de abandonar la bella Alejandría y refugiarse como exilado
con algunos de sus partidarios en la alejada provincia de Bitinia (mar Negro).
Más tarde algunos movimientos eclesiásticos intentaron convencer a Arrio para
que depusiera su actitud. Parece ser que Arrio, ya anciano, disimuló con
fórmulas ambiguas sus teorías y fue rehabilitado dos años más tarde, en 327.
Pero su gran enemigo teológico, el entonces obispo de Alejandría, Atanasio, le
negó la entrada en la ciudad.
La historia siguiente es muy complicada en términos de
política eclesiástica, y está llena de golpes y contragolpes de las facciones
que estaban a favor de Nicea (Atanasio)
o contrarios al Concilio (Arrio y los subordinacionistas partidarios de
Orígenes) que se traducían en deposiciones de obispos, según las facciones, en
exilios y en retornos. En el 336 muere Arrio y un año más tarde el emperador
Constantino, pero la crisis no se cerró con estas muertes.
La lucha teológica era de gran amplitud, pues había en la
cristiandad los que sostenían que en un Dios único —en esto no existía
discusión— hay tres personas absolutamente iguales en una sola naturaleza;
había los que defendían que en Dios en realidad no hay más que una naturaleza y
una persona (una hipóstasis), y que el Hijo y el Espíritu no son más que modos
de esa persona única; y había los que sostenían que hay tres personas, pero que
dos de ellas, el Hijo y el Espíritu Santo, están subordinadas en poder al
Padre.
Los orientales, en su mayoría, defendían la existencia de
tres personas subordinadas, mientras que muchos occidentales propugnaban en el
fondo una única persona (modalismo). Pero los campos no eran rígidos y se
mezclaban, aunque a punto se estuvo de que las mayorías de Oriente y Occidente
provocaran una guerra religiosa entre las dos partes del Imperio.
En tiempos del emperador Constancio II (352-361), que reinó
en las dos regiones del Imperio, oriental y occidental, se intentó una fusión
de las dos partes sobre la base de la fórmula oriental (una naturaleza y tres
personas [hipóstasis] en un Dios), pero admitiendo que el Hijo no era semejante
en todo al Padre. Pero tampoco se llegó al consenso. Los que sostenían que el
Hijo era absolutamente «semejante» al Padre volvieron a ganar.
Finalmente, en el Oriente se buscó otra fórmula de unión de
las Opiniones encontradas: la Trinidad tiene una única sustancia o naturaleza
(gr. ousía), pero tres personas (gr. hypóstasis). Estas tres personas,
diferentes como personas, son iguales en esencia al Padre. Poco a poco se fue
formando un consenso en torno a esta fórmula que evitaba todo tipo de
subordinacionismo entre las hipóstasis divinas y salvaba también la igualdad de
naturaleza entre el Padre y el Hijo.
En el 378 subió al trono el emperador hispano Teodosio, que
era un convencido defensor de las tesis de Nicea. De nuevo, el poder del
emperador consiguió maravillas entre los obispos, y en el Concilio de
Constantinopla del 381 se hizo ortodoxia la fórmula de que la vida interna
divina se caracteriza por ser «una sustancia y tres personas». Así pues, los
que defendían una sustancia o naturaleza y una persona en la divinidad (y el
Hijo y el Espíritu como entidades subordinadas), o los que propugnaban que el
Hijo era diferente al Padre en su naturaleza, quedaron reducidos al ámbito de
la heterodoxia.
Toda esta pugna continuará en la discusión de los teólogos
profesionales y no se solucionará definitivamente hasta el Concilio de
Calcedonia del 451. La continuación de la disputa implicará a los monofisitas
—defensores de que en Jesucristo no hay más que una naturaleza, divina—, a
Nestorio y a los nestorianos que consideraremos en los capítulos siguientes.
Como es palpable, la Iglesia no empezó a preocuparse en
serio de estas especulaciones trinitarias más que cuando su posición
sociológica dentro del Imperio quedó bien asentada tras la decisión de
Constantino de hacer de la fe cristiana la religión oficial. Antes de esto la
Iglesia tenía otros problemas más relacionados con la supervivencia, y hasta el
momento esas discusiones habían quedado —como más tarde las disputas en torno
al sexo de los ángeles— en el ámbito de los especialistas eclesiásticos a los
que el pueblo apenas entendía.
Puede decirse que a partir de Nicea, del Concilio de
Constantinopla del 381 y del de Calcedonia del 451, el arrianismo empezó a
batirse en retirada en todas las iglesias del Imperio, ya que no contaba con el
apoyo de la fuerza del brazo secular.
Sin embargo, el arrianismo sí tuvo éxito entre las tribus
germánicas del Este cristianizado, sobre todo entre los godos, que hicieron de
esta posición teológica una suerte de marca de identidad. Cuando estos bárbaros
entraron por la fuerza dentro de los límites del Imperio y sometieron a algunas
de sus poblaciones, por ejemplo la de Hispania, impusieron la visión arriana de
la Trinidad al pueblo y persiguieron a los católicos fieles a Nicea.
Pero esta postura también tenía sus días contados, pues era
políticamente minoritaria. En Hispania la conversión del rey Recaredo
(586-601), hijo de Leovigildo y hermano de Hermenegildo, en el Tercer Concilio
de Toledo, el 6 de mayo del 589, cambió el panorama teológico. El monarca
abjuró del arrianismo y abrazó la fe católica como manera de pacificar las
diferencias religiosas entre las dos comunidad des del reino, la
hispanorromana, católica y nicena, y la superestructura visigoda, arriana. A lo
largo del siglo VII fueron desapareciendo otros restos del arrianismo en la
Gran Iglesia.
La reacción de Pelagio al arrianismo se alinea en líneas generales
a la reacción de la iglesia pero es la reacción al maniqueísmo lo que causa la
gran batalla teológica.
A finales del siglo III surgió en el seno de la cristiandad
oriental una heterodoxia, el maniqueísmo, de la que se ha dicho con razón que
con el tiempo se convirtió en una de las cuatro grandes religiones del mundo
antiguo, junto con eljudaismo/cristianismo, el budismo y el islam. Sin embargo,
y aunque parezca extraño, es muy intensa la discusión entre los investigadores
sobre los orígenes y los elementos constitutivos del maniqueísmo, y en concreto
sobre si debe considerársela o no como una parte del cristianismo. También son
notables las divergencias interpretativas sobre la esencia del maniqueísmo '*,
Desde la aparición de las llamadas Acta Archelai, una obra
antimaniquea aparecida hacia el 340, y hasta fines del siglo XVI! o comienzos
del XVIIL predominó, sobre todo entre los católicos, la idea de que el maniqueísmo era en el fondo un producto
religioso típicamente oriental, irano/persa en concreto, extraño en el fondo al
cristianismo, y que solo de una manera superficial se había revestido y
aprovechado de algunas ideas de este para engañar a los cristianos y hacer que
aceptasen las ideas maniqueas. Estejuicio se basaba sobre todo en las noticias
sobre Mani y su sistema difundidas por estas «Actas» del obispo Arquelao,
compuestas pretendidamente como fiel reflejo de una discusión de un prelado
ortodoxo de ese nombre con el propio Mani (¡que había muerto ya hacía
decenios!).
A partir, sin embargo, de principios del XMII comenzaron a
publicarse nuevas fuentes maniqueas, incluidos restos de obras de Mani mismo o
de sus más inmediatos seguidores, a la vez que aparecieron o se prestaron nueva
atención a las informaciones de autores no cristianos sobre esta religión.
Entonces la interpretación científica del maniqueísmo cambió.
Por un lado, se empezó a considerar a su fundador con una
mejor perspectiva, y se defendió con más sólidos fundamentos la idea de que el
maniqueísmo es una religión suigéneris, muy emparentada con la de Zoroastro.
Pero a la vez que una rama de la investigación insistía en
este aspecto oriental del maniqueísmo, fue haciéndose más firme, por otro lado,
la idea de que hay que entender el maniqueísmo como un fenómeno interno al
cristianismo, aunque la evolución de su sistema llevara más tarde a los
maniqueos a un alejamiento de este en algunas o muchas de sus perspectivas religiosas,
sobre todo gracias al fortalecimiento y desarrollo del universo mítico que está
en el fondo de sus concepciones teológicas.
Gracias a los estudios de la escuela de la Historia de las
Religiones, a finales del siglo XIX y principios del XX se comenzó a enfocar el
maniqueísmo como una rama muy oriental de la gnosis que ya conocemos, y —por
otro lado y hasta hoy día— se consolidó en entre los investigadores la
persuasión de que Mani y su sistema religioso fue ante todo el producto de un
cristianismo oriental, muy influido por las ideas de Marción y de Bardesanes
(véase p. 111).
Se trata, pues, de un cristianismo muy distinto al que se
imaginan los creyentes medios de hoy día que es esta religión, un cristianismo
que creció en un ambiente donde las ideas de Zoroastro estaban pienamente a la
orden del día, y por tanto muy influyentes. Para entender el maniqueísmo se
parte, pues, hoy de que el cristianismo del siglo II era aún muy pluriforme, y
de que su rama oriental tenía una características muy influenciadas por la
gnosis, cuyos principios dualistas tienen notables concordancias con la antigua
religión persa. El maniqueísmo es una forma extrema de cristianismo oriental
plasmada antes del Concilio de Mcea —de cuyos frutos ideológicos vive una buena
parte de la teología del cristianismo de hoy— y antes también del Edicto de
Milán del emperador Constantino (313).
Estas dos circunstancias explican la peculiaridad teológica
del maniqueísmo. Después de esa fecha, año 313, el cristianismo, al ser ya la
religión oficial del Imperio, y al haberse encauzado la discusión acerca de la
naturaleza de Jesús, busca con mayor ahínco aún lá unidad de doctrinas, y se va
haciendo poco a poco más uniforme
El factor capital que influye hoy en la estimación general
de la posición del maniqueísmo dentro de la historia general de las religiones
ha sido la publicación en el siglo XX de obras maniqueas auténticas como los
Capitulos (en griego Kephálaia), o Exposiciones doctrinales, el Salterio O
libro de himnos litúrgicos maniqueos y, ante todo, el Códice maniqueo de
Colonia, aparecido en 1970.
Desde esta última publicación se considera un hecho probado
el carácterjudeocristiano y baptista de la comunidad en la que vivió y se formó
Mani. Ahora se entiende mucho mejor cómo Mani se presentaba en verdad como
«verdadero apóstol de Jesucristo», cómo citaba con reverencia a san Pablo y
cómo hay que «descartar definitivamente —+tal como lo han hecho la mayoría de
los especialistas— como pura invención de los heresiólogos (sobre todo de
Epifanio) la idea de que el mensaje de Mani es radicalmente extraño al mundo de
ideas cristiano, y la de que sus formulaciones cristianas responden únicamente
a una adaptación secundaria efectuada con propósitos de captación de clientela
religiosa» '**, También se reconoce hoy día el influjo sobre Mani no solo del
Nuevo Testamento, sino de escritos apócrifos cristianos, en especial de los
Hechos apócrifos del apóstol Tomás.
Quizá lo más sorprendente de este cristianismo maniqueo
—como veremos al exponer sus doctrinas— es su naturaleza y constitución como un producto mídco y sincrético, es
decir, en el que se mezclan y conviven concepciones altamente extrañas para
nuestra idea del cris-
tianismo de hoy.
Vida de Mani
El profeta Mani nació, al parecer, el 14 de abril del año
216 en Seleucia-Ctesifonte, ciudad de fundación griega cerca de Babilonia,
Mesopotamia, la actual Iraq. Murió en el año 277 en Bet Lapat. Su madre se
llamaba presumiblemente María, lo que nos indica que nació en un ambiente
cristiano, probablemente una secta judeocristiana baptista, como cuenta el
cronista árabe del siglo X an-Nadim. El códice de Colonia parece sugerir que se
trataba de cristianos elcasaítas. En el Códice Maniqueo de Colonia (CMC) se
cita a Alkhasaios como a un pasado arkhegós («antepasado/jefe originario») de
la comunidad bautista, y de la información proporcionada parece poder deducirse
que los bautistas en cuestión eran elcasaítas. Como ya sabemos (véase p. 76),
estos personajes mantenían una interpretación sincrética del judeocristianismo,
es decir, en la que elementos judíos, paganos y gnósticos convivían unidos. Es
de sospechar también que este ambiente en el que vivió Mani tenía además
marcados tintes ascéticos y sobre todo escatológicos, pues se aguardaba la
pronta venida de un profeta definitivo que anunciase el tiempo de la era final
del mundo.
Parece ser que Mani, al principio de su vida religiosa
consciente, intentó reformar la secta en la que vivía, pero sin éxito, por lo
que la abandonó. Y parece ser cierto también que desde muy joven afirmó haber
recibido visiones celestiales. En este aspecto es muy parecida su figura a la
de Mahoma. Según diversas fuentes, en una de estas apariciones celestes, cuando
tenía doce años, Mani afirmó haber visto a su pareja celestial, que le hacía
revelaciones. Según la gnosis (véase p. 98), se trataba del espíritu celeste,
masculino, que aguarda en el Paraíso la llegada del espíritu del gnóstico
terreno, femenino. Cuando este último se libere de las cadenas de este mundo,
se unirá en el cielo a su contrapartida celestial y los dos formarán una pareja
(técnicamente una «sicigía», pues en griego syzygos significa «cónyuge»), es
decir, la entidad humana y divina ideal. Según Mani, este cónyuge continuó
haciéndole revelaciones por mucho tiempo.
Así, su contrapartida celeste reveló a Mani que él estaba
destinado a ser el «Paráclito», el Espíritu Consolador/Revelador celestial que
Jesús prometió —según el Evangelio de Juan— que recibirían los cristianos
después de su muerte y ascenso al cielo: «Cuando el Paráclito venga os revelará
todo» (Jn 15, 26). Al aceptar este título y al proclamarse «Apóstol de
Jesucristo» — a imitación de Pablo en sus Cartas—, daba a entender Mani que seguía
los pasos de Jesús. De hecho, sus seguidores lo consideraron el «nuevo Jesús».
En esta idea Mani se parecía extraordinariamente a Montano y sus seguidores.
La aceptación de esta misión —como un nuevoJesús y
Pablojuntos— llevó a Mani al convencimiento de que lo a él revelado era la
síntesis que constituía la verdadera religión universal para el final de los
tiempos. Una síntesis nueva que superaba naturalmente la interpretación
judeocristiana de Jesús que él había recibido, y que él, Mani, debía difundir
sin descanso. Animado por esta idea emprendió una serie de viajes misioneros
que lo llevaron desde Mesopotamia hasta la India.
Poco después de la ascensión al trono de Sapor I (241-242),
que asentó la dinastía de los Sasánidas en Persia, inaugurada por su padre,
Ardasir, visitó Mani la corte y logró ganarse la voluntad del monarca para
difundir la nueva religión. Es posible que el rey actuara por motivos de
simpatía personal, o bien pudiera considerar la nueva religión como una suerte
de contrapeso al excesivo poder político de los sacerdotes de Zoroastro, que
controlaban religiosamente el país. Mani entregó al monarca una obra suya,
denominada Sabuhragan, que contenía el resumen de la nueva fe. Esta es sin duda
—vista desde nuestros ojos— una síntesis de doctrinas y mitos gnósticos más
algunos elementos fundamentales del zoroastrismo montados sobre una base
netamente judeocristiana.
Cuando murió el rey Sapor I, su sucesor, Ormuz (272-273),
fue para Mani también un apoyo, pero duró poco. El monarca siguiente, Baram l,
muy influido por los sacerdotes de Zaratustra, los llamados «magos» persas,
prestó oídos a las acusaciones de estos contra la nueva y competidora religión.
Mani fue apresado, juzgado y condenado a muerte por subversión.
Doctrinas de Mani y de los maniqueos
A causa del estado de los textos que han llegado hasta
nosotros nunca sabremos, en el ámbito de las doctrinas del maniqueísmo, qué es
exactamente del fundador, Mani, y qué de los discípulos. Como tenían la
pretensión de poseer una religión para todos, los seguidores de Mani pudieron
acomodar ciertamente las doctrinas del maestro a ciertas ideas aceptables de
las religiones de las zonas geográficas que visitaban. Así, por ejemplo,
incorporaron ideas del budismo cuando empezaron a misionar en el norte de la
India. Por este motivo, mejor que pensar que estamos exponiendo la religión de
Mani, debemos pensar que se trata de la religión maniquea.
El sistema maniqueo se basa en un mito complicado y extenso
de corte más o menos gnóstico, que en líneas generales trata del exilio del
alma y de su salvación en el marco de un cosmos material muy desfavorable a
tales propósitos, por ser un producto mixto de una Potencia divina, buena, pero
mezclado con la materia malvada, generada por los demonios.
Esta salvación se realizará por medio del conocimiento de
una verdad revelada, una gnosis que da noticia completa de la existencia de los
Primeros Principios, de la naturaleza divina del alma y del camino a emprender
para alcanzar la vida eterna, es decir, la práctica de una ética y de unos
ritos. La insistencia en el comportamiento ético y ritual diferencia al
maniqueísmo de lo que son los sistemas gnósticos comunes que hemos considerado
anteriormente.
Estas ideas generales se plasman en un mito bastante
enrevesado, del que es necesario hacer una síntesis. Hay que recalcar, sin
embargo, que los maniqueos nunca creyeron que la «historia» que hoy llamamos
«mito maniqueo» hubiera que interpretarla simbólicamente, como si nunca hubiera
existido. No es así. Los maniqueos estaban convencidos de que su «mito» narraba
los eventos tal cual habían sucedido o suce-
derían en total realidad.
Primer momento: los dos Principios separados y antagónicos.
El inicio del sistema es una cosmogonía dualista: en los orígenes de todo existían
dos Principios, la Luz y las Tinieblas. Las dos son sustancias en sí mismas,
pues las Tinieblas tienen entidad por sí mismas y no es el producto secundario
de ningún lapso dentro de la divinidad, como vimos anteriormente en la gnosis
(véase p. 98). En un primer momento, estas dos sustancias, denominadas también
«reinos» o «ciudades», se mantienen absolutamente separadas. Hay que advertir
que aunque hablemos a continuación de «espiritual» o «espirituales», estos dos
Principios son totalmente materiales, es decir, están compuestos de materia,
pero tan fina y sutil que puede denominarse —aunque impropiamente— espiritual.
En el ámbito de la Luz —situado en el norte de lo que en
esos momentos existia— reina el «Padre de la grandeza», al que rodean todos sus
atributos que forman como la plenitud (el «pleroma» o plenitud) de su ser:
Pureza, Luz, Poder, Sabiduría. Este Padre se manifiesta hacia fuera en la forma
de cinco entidades, que son la Razón, el Pensamiento, Inteligencia, Poder
especulativo y Reflexión. Desde otra perspectiva, estas entidades pueden
denominarse Luz, Aire, Viento/Eter benignos, Agua buena, Fuego. Todos estos
elementos son espirituales, por tanto buenos. Además, rodean al Padre infinitos
«mundos» de entidades luminosas que podemos llamar «eones» como en la gnosis,
entre los que destacan Doce.
Las Tinieblas o Materia —situadas en el sur— tienen también
su «Padre», «Arconte» o «Jefe», el Diablo, y está rodeada por otra plenitud,
que posee sus atributos contrarios o antitipos de los de la Luz: Razón
Perversa, Pensamiento Perverso, Inteligencia Perversa, etc. El Padre de la
Tiniebla se manifiesta hacia fuera en esos atributos, que son como los cinco
ámbitos de la Maldad absoluta. Desde otra perspectiva, estos atributos son
también paralelos a los del Principio Bueno: Humo malvado, Fuego malvado,
Viento tórrido y resecante, Agua mala y Oscuridad perversa. Todo ello forma el
reino de la maldad y del perverso deseo, de la concupiscencia, podemos decir de
la sensualidad desenfrenada. En simetría también con el mundo de eones buenos
de la Luz, este Arconte (jefe de la Tiniebla) está rodeado de malvados
demonios, todos inquietos, luchando entre sí y en perpetua conmoción.
El segundo momento de este mito está caracterizado por la
lucha de los dos Principios.
De resultas del movimiento continuo, inquieto e incesante
del Mal, hay un instante en el que el Príncipe de la Tiniebla ve al Padre de la
Luz y se llena de envidia de él. Entonces decide atacarlo por deseo de poseerlo. Se traba una lucha tremenda entre
ellos, lo que significa que, de algún modo, los dos Principios se mezclan entre
sí.
Para ayudarse en esta tremenda batalla, el Padre de la Luz
emana, los maniqueos dicen evoca, el Gran Espíritu o Sabiduría; este, a su vez,
emana a la Madre de la Vida, y esta, por su parte, al Hombre Primordial.
Obsérvese que esta producción es como una suerte de trinidad. Es esta la
primera serie de «emanaciones» del Padre, en la que el mito insiste en que no
hay absolutamente nada de sexo, puesto que este es patrimonio de la Tiniebla:
solo hay mera «emanación».
Esta serie «trinitaria» tendrá luego su importancia en la
futura creación del mundo. El Hombre Primordial está ayudado en la lucha contra
las Tinieblas por cinco vestiduras, o «hijos», llamados Luz, Aire, Viento/Eter,
Agua, Fuego. Estas —que son la contrapartida de los atributos del Padre de la
Luz— forman más que una simple vestimenta: son como su yo o su alma viviente.
Pero el Hombre Primordial resulta vencido en esta lucha
contra el Mal. De resultas de esta derrota, el Alma Viviente, divina, del
Hombre Primordial —que más tarde se personificará en el <Jesús pasible», que
será crucificado en una cruz luminosa— se mezcla con los elementos de la
Tiniebla, es decir, toma contacto con la Materia. Obsérvese cómo el Principio
del Bien se mezcla involuntariamente con el del Mal, lo cual será preciso para
la futura creación del universo, como veremos. Pero ello tiene su
contrapartida: el Hombre Primordial precisará igualmente de redención, que es
el proceso siguiente
Tras la batalla con el Mal, el Hombre Primordial yace
tendido en el suelo, sin fuerzas. Para salvarlo, el Padre de la Grandeza
produce otra tríada: el Amado de los Seres de la Luz el Gran Arquitecto y el
Espíritu Viviente. Para hacerse más fuerte, el Espíritu Viviente produce a su
vez una péntada de cinco entidades divinas: el Reservorio de Luz o Lucero, el
Rey del Honor, el Adán de Luz, el Rey de la Gloria y Atlas u Omóforo, que son
como sus hijos.
Entonces el Espíritu Viviente emite una «llamada» desde el
extremo del reino de la luz dirigida al Hombre Primordial, que yace en el
suelo. Esta llamada consigue despertar o animar al Hombre Primordial que yacía
en el suelo. El Hombre, a su vez, emite una «respuesta». Entonces descienden la
Madre de la Vida, más el Espíritu Viviente con sus cinco hijos, hacia donde
está el Hombre Primordial, lo toman consigo y lo reconducen arriba, al Reino de
la Luz, es decir, lo salvan. Es
este el primer proceso de redención.
Tercer momento: creación de la «primera parte» del universo
(los astros). Pero el rescate no es perfecto. «Abajo» quedan restos del Alma
Viviente, divina, del Hombre Primordial, fragmentos dispersos de Luz que siguen
en contacto con la Materia y aprisionados por ella.
Para salvar esos restos de Luz el Espíritu Viviente urde una
estratagema: crear el universo de tal modo que pueda servir de instrumento,
debidamente accionado por Él o por sus potencias, para separar la Luz de la
Tiniebla.
Para ello lucha con los arcontes de la Tiniebla los vence y
aniquila, y con sus carnes, pieles y huesos crea diez cielos y ocho tierras (=
el universo). Como este acto creativo es un producto del Espíritu Viviente, no
puede decirse que el universo sea una producción absoluta de un Demiurgo malo,
como en la gnosis usual. El universo procede, pues, de un designio positivo del
mundo de la Luz, aunque mezclado con la Materia, pues su sustancia es el cuerpo
de los malvados demonios. El universo tiene, pues un valor ambivalente.
Hay partes del Universo que tienen más Luz que otras. Así,
el sol y la luna son receptáculos de luz pura, pues no contienen porciones de
la Tiniebla (son, por tanto, buenos), pero los planetas y las estrellas sí las
tienen —han sido producidos con más parte de la Materia—, por lo que son malos.
Una vez que ha sido creado el universo por un plan divino y dado que dentro de
él existen todavía restos de partículas de Luz (= las almas humanas), podrá comenzar
el segundo proceso de redención.
Cuarto momento: comienzo de la segunda redención. En este
instante interviene otra entidad divina —emitido en una tercera instancia— que
se Mama el Tercer Enviado, o el Dios del reino de la Luz, y que es como una
réplica del Hombre Primordial. No debe uno extrañarse de que se repitan las
denominaciones casi iguales porque en el fondo no actúa más que un Principio
Bueno, un Dios único que se manifiesta bajo aspectos diversos. El Tercer
Enviado (el segundo era la tríada formada por Amado, Arquitecto y Espíritu
Viviente; véase arriba) vive en el Sol y tiene tres ayudantes principales,
denominados Columna de Gloria, Jesús
Esplendor, Virgen de Luz y doce hijas o ayudantes, que son doce virtudes.
La misión del Tercer Enviado es comenzar un proceso de
redención de las partículas de luz desperdigadas en el universo material para
que se concentren en la Luz esencial. Para ello el Tercer Enviado utiliza la
Columna de Gloria, cuya tarea es formar un conducto físico por el que las
partículas de Luz rescatadas procedan —a través de estaciones intermedias— el
Sol y la Luna hacia el reino de la Luz, es decir, del Padre de la Grandeza.
Esta Columna es visible a los ojos: la Vía Láctea. Este proceso de salvación de
las partículas de luz es imaginado como una navegación hacia arriba: por medio
de unas ruedas de fuego, agua y viento, que empujan de algún modo a las
partículas de luz, se forma una columna de luz ascendente, una «nave luminosa»
que navega ha-
cia arriba, formada por las partículas luminosas ya
salvadas.
Quinto momento: creación de la «segunda parte» del universo,
a la vez que continúa el proceso de redención —o «recogida»— de las partículas
de luz desperdigadas en el cosmos.
Hasta este momento solo existe un universo compuesto de
astros. Faltan animales y plantas. La generación de esta otra parte del cosmos
se produce por acción de los demonios de la Tiniebla.
Ello ocurre en dos momentos, del modo siguiente: los malos
demonios de la Tiniebla ven al Tercer Enviado y a sus hijas vírgenes. Entonces,
impulsados por los malos deseos propios de la Materia-Tiniebla, se lanzan sobre
ellas para violarlas, pero no lo consiguen. Lo que no saben los malvados
demonios —pero sí sabían el Tercer Enviado y sus hijas que, en el fondo,
buscaban provocar su impuro deseo— es que con la eyaculación externa de su
semen los demonios pierde también partículas de luz que serán recogidas a su
vez por el Tercer Enviado.
Un proceso parecido tiene lugar con los malvados demonios
femeninos. También intentan unirse con el Tercer Enviado, pero no lo consiguen.
Igualmente, de resultas de estos malos deseos, los demonios femeninos pierden
partículas de luz, a su vez rescatadas por el Enviado.
La diversidad de plantas y animales en el universo es
producida por los demonios masculinos y femeninos: del semen demoníaco caído en
la tierra se producen las plantas, y el caído en el mar genera los peces y ciertos monstruos marinos; de las matrices
y abortos de los demonios femeninos, que no han logrado la unión con el Tercer
Enviado, brotan otros animales y plantas de este mundo. Pero todos estos seres
vivos, aparentemente materiales, contienen también residuos de luz, pues —como
sabemos— del resultado de la mezcla de Tiniebla y Luz en la lucha primordial,
el semen y matrices demoníacos tienen algo de Luz; por tanto, las plantas como
los animales, fruto de ellos, condenen a su vez restos de Luz.
Los demonios y demás fuerzas de la Tiniebla observan que van
perdiendo poco a poco elementos de Luz. Deciden entonces un plan para detener
esta pérdida: generar otra «creación paralela» a los cielos y tierra del Tercer
Enviado, de modo que en ella —como producto suyo— puedan retener a su antojo
esas partículas de Luz. Esta creación paralela es la plasmación de los seres
humanos.
Creación de Adán y Eva
Por medio de dos demonios escogidos, Sacias (el «loco») y
Nebroel (Nemrod) crean los elementos de la Tiniebla a Adán y Eva. Pero estos
son también de algún modo la contrapartida del Hombre Primordial generado por
el Reino de la Luz, ya que los Malvados, para crearlos, han copiado la imagen
del Tercer Enviado, la réplica del Hombre Primordial. Así, los humanos tienen
una parte divina —la imagen del Tercer Enviado que es Luz— y otra material —el
cuerpo hecho por los Demonios— . Dentro del cuerpo, estas entidades malvadas
han introducido el perverso deseo de la unión sexual que ha servir en último
término para retener en los cuerpos los restos de Luz.
Los malvados demonios ven que su creación ha sido hermosa y,
sintiendo deseos de nuevo, abusan sexualmente de Eva, la cual tiene también
relaciones con Adán. Se produce así una doble generación: Eva tiene a Caín y
Abel con los demonios; a Set, con su pareja natural, Adán. Como Abel no tuvo hijos,
se explica que la humanidad esté dividida en dos partes: los descendientes de
Caín, malvados, y los de Set, «espirituales». La creación de los seres humanos,
cuyos cuerpos son cárceles de la Luz, no hace más que retrasar el proceso, ya
emprendido, de redención de los restos de Luz en el universo.
La contramedida del reino de la luz al ver esta creación de
la Tiniebla —los seres humanos— consiste en enviar a ellos una nueva entidad
divina, un Esplendor, una Luz, «Jesús Esplendor». Este se dirige a Adán para,
sin que los malvados demonios se den cuenta, iluminarlo, de modo que pueda
recibir la gnosis, el conocimiento redentor o llamada de lo alto. Esta gnosis
consiste en hacerle caer en la cuenta de que su alma —la imagen del Tercer
Enviado— está dominada por la materia, el deseo sexual y la Muerte... y que
debe liberarla.
Pasado el tiempo, Jesús Esplendor, envía su mensaje de
liberación al resto de la humanidad por medio de descendentes calificados de
Adán: Moisés, los profetas, Jesús, sus apóstoles y, finalmente, Mani. Es de
notar que los maniqueos son docetas en general: el cuerpo de Cristo —el
principal enviado antes de Mani— no es más que pura apariencia, solo una suerte
de sombra, que no padeció y que de hecho solo fue crucificado aparentemente.
Este mensaje de salvación, o de liberación de la luz de la mezcla con la
materia, será recibido desde Adán hasta Mani por todos los hombres aptos para
salvarse, los descendientes de Set.
Al final de su vida, todo ser humano serájuzgado por el
Padre de la grandeza, para ver qué ha hecho con su parte de materia —ai
descender de Adán y Eva— y su parte de luz —puesto que su imagen es la del
Tercer Enviado—. El cuerpo de cada ser humano descenderá de nuevo a la materia;
no se salva. El alma, si resulta ser pura por haber obedecido a la llamada, si
se ha comportado como una elegida, ascenderá al cielo y vivirá en el paraíso de
la Luz. Allí recibirá la corona de la señoría, los signos de la victoria y el
vestido luminoso. Si no es pura del todo, se reencarnará en otro cuerpo hasta
que llegue a su final y sea juzgada de nuevo. Este proceso se acabará cuando
seajuzgado el último ser humano que hayan podido producir los malvados
demonios.
Sexto y último momento: derrota total del Mal y separación
(definitiva) de los Dos Poderes. Cuando termine el juicio particular al último
ser humano, tendrá lugar un juicio global o final: aparecerá el rey Jesús en
función dejuez de todo el universo. Este perecerá por el fuego en un pavoroso
incendio de purificación que durara más de mil quinientos años, el cual
conseguirá completar la redención: que las últimas partículas o residuos de luz
asciendan al reino de la Luz. La Materia-Tiniebla será definitivamente
encarcelada —es decir, quedará confinada al reino de la oscuridad—, y el reino
de la Luz tomará todas la precauciones para que no se genere otra lucha, otro
cosmos nuevo, otro penoso proceso necesitado de redención.
Entonces se volverá aparentemente al estado originario de
separación, pero con la salvedad de que se mantendrán totalmente apartados el
Principe de la Tiniebla y el Padre de la Grandeza, de modo que el Reino de Bien
no vuelva a caer en la trampa de luchar con el Mal, pues si ello ocurriere —que
no ocurrirá—, el proceso tendría que comenzar de nuevo.
Estos seis momentos del mito maniqueo pueden sintetizarse en
tres «tiempos». Primer tiempo: separación de los Dos Principios originarios.
Segundo tiempo: mezcla de Luz y Tiniebla. Tercer tiempo: derrota de la Tiniebla
y su separación definitiva de la Luz.
El tercer tiempo está caracterizado —dentro de la pugna de
la Luz y de la Tiniebla— por una serie de estratagemas de la Luz/Padre de la
Grandeza para lograr vencer a la Tiniebla por medio de una triple serie de
emisiones de seres divinos, cuyos elementos más importantes, por orden de
aparición, son el Espíritu Viviente, el Hombre Primordial y el Tercer Enviado.
El concepto de la sabañón
Detrás de este complicado mito se halla un concepto de la
salvación gnóstico en líneas generales, con la salvedad antes expresada del
hincapié en el recto comportamiento: la redención no se consigue solo por el
conocimiento salvador, que se corresponde con la doctrina revelada a Mani, cuyo
fin es liberar al ser humano de la materia rescatando lo que de Luz hay en él,
sino además con una práctica recta de las virtudes. Esta insistencia en una
praxis recta diferencia al maniqueísmo de los sistemas gnósticos en general. Y
es el mito el que proporciona al hombre los conocimientos necesarios para saber
cuál es su fin en este universo y cómo debe actuar en él para conseguir la
salvación.
Este conocimiento salvador fue transmitido a los humanos por
medio de los predecesores de Mani, como Set, Noé, Abraham, Buda, Zoroastro,
Jesús y sus apóstoles, Pablo de Tarso y, finalmente, Mani, que es el último
redentor, iluminador y médico de las almas. Así pues la plena revelación, la que constituye la
última y definitiva religión, ha sido revelada al último profeta, Mani, aunque
él se consideraba el «apóstol de Jesús» más que un profeta.
Jesús ocupa en el maniqueísmo un puesto principal y su
figura se considera desde varios aspectos: Jesús Esplendor, es el Jesús
Revelador, la entidad divina; el Jesús terreno y pasible (denominado Jesus
patibilis) es el mismo mensajero de la Luz pero en cuanto «padece» en un cuerpo
que es mera apariencia (docetismo) como simbolo y redención de lo que sufren
las almas de los elegidos, las partículas de luz encarceladas en la materia.
La iglesia maniquea. Sus textos
Aunque la religión propugnada por Mani no fue nunca religión
oficial de ningún país, tampoco de Irán, su tierra natal, donde siguió
imperando el zoroastrismo, pronto, ya en vida de Mani, y sobre todo tras la
muerte, se organizó el grupo de seguidores, de modo que la iglesia surgida de
este movimiento, que se expandió con rapidez y fue durante un tiempo una recia
competidora de la Gran Iglesia ortodoxa.
La 1glesia maniquea no tenía templos ni altares, pero estaba
bien organizada. Tenía una forma piramidal: en la cúspide estaba el
representante en la tierra de Mani (el Príncipe o Jefe) —a quien, como Jesús—
se consideraba un ser humano deificado. La sede de esta principalía estuvo en
la ciudad de Babilonia hasta el siglo X y luego en Samarcanda (capital de la
antigua Sogdiana, ahora Uzbekistán). Por debajo estaban 12 apóstoles o Maestros
principales. En el escalón inferior había 72 obispos y más abajo 360
presbíteros. Obsérvese que dos de los números son evangélicos y el otro
astronómico.
El rango de los fieles era doble: en primer lugar estaban
los «elegidos» (en latín, elecú), hombres y mujeres, capaces de asimilar la
plena doctrina maniquea. En segundo, los «oyentes» (en latín, auditores),
incapaces momentáneamente de poner en práctica en su vida la doctrina plena,
pero que podrían salvarse sobre todo por medio de sucesivas reencarnaciones
hasta conseguir el estatus de elegidos. Así pues, la diferencia esencial entre
«elegidos» y «oyentes» no consiste en una diferencia cognoscitiva, sino
práctica: en el modo de vida.
La iglesia maniquea rechazaba en bloque, como los
marcionitas, el Antiguo Testamento, pues no procedía del Padre de la Grandeza.
Del Nuevo Testamento admitía diversas partes. Además, tenía el maniqueísmo sus
textos sagrados propios, que procedían del mismo Mani. Consciente de las múltiples
y a veces erradas interpretaciones que habían sufrido las doctrinas de Jesús,
de Buda y de Zaratustra por no haber dejado nada escrito, Mani se preocupó de
que su pensamiento quedara fijado en libros. Compuso sus obras en su lengua
materna, el arameo oriental. De estos textos —que eran siete, numero sagrado—
solo han sobrevivido fragmentos, pero conocemos sus títulos: El Evangelio
viviente o Gran Evangelio, El tesoro de la vida, El tratado, El Libro de los
misterios, El Libro de los Gigantes, Las cartas y los Salmos y oraciones. El
Sabuhragan, entregado a Sapor I como resumen de las doctrinas maniqueas, fue
compuesto por Mani en persa, pero no pertenecía estrictamente al canon. Otras
obras maniqueas que hoy poseemos, como los Capítubs (conservado en traducción
al copto), el Salterio y el Códice de Colonia, no pertenecían tampoco al canon.
Vida religiosa de los maniqueos
La vida religiosa terrena en una comunidad maniquea era
distinta para los «elegidos» y para los «oyentes». A los primeros les importaba
ante todo alejarse de la materia por una práctica recta de vida y conseguir el
conocimiento salvador. Los que habían sido iluminados debían a toda costa
luchar para liberar la Luz del contacto con la Tiniebla. Para ellos estaba
vedado todo lo que impidiera esa liberación o pudiera alargar la prisión de la
Luz en la materia. Mantendrían una vida sin pecado si recibían «los tres
sellos»: el de la boca, el de las manos y el del vientre. El de la boca se
refería no solo a pronunciar siempre la verdad, sino también al control de
todos los sentidos; el de la mano implicaba apartarse de toda actividad
mundana; el del vientre suponía la renuncia a toda actividad sexual. Por ello,
además de los mandamientos generales, debían los «elegidos» observar cinco
preceptos: decir la verdad; no matar o herir; abstenerse de todo trabajo
corporal, del sexo y de la ingestión de carnes y vino, es decir, llevar una
vida religiosa; practicar la pureza de palabras y la pobreza.
Como a los «elegidos» les estaba prohibido el trabajo
corporal en el campo por significar un contacto burdo con la materia, a la vez
que un ataque a los restos de Luz en ella contenidos, tenían que encargarse de
él los «oyentes», que proveían las necesidades materiales de los elegidos.
Estos se dedicaban, como los monjes de la Gran Iglesia, a la oración, al
estudio y copiado de los textos sagrados y a otros menesteres intelectuales.
La vida religiosa de los «oyentes» estaba regida por la
aceptación de la fe maniquea y el cumplimiento del Decálogo, pero con insistencia
en la diligencia y en el servicio de los «elegidos». Por ello, los oyentes se
dedicaban a toda clase de tareas, trabajos y comercio para mantenerse a sí
mismos, a su familia y a los electos. Este servicio diario de manutención de
los elegidos era considerado una «donación piadosa», pero necesaria, y les
contaba como acto bueno para remisión de sus pecados. Los maniqueos apelaban al
ejemplo evangélico de las hermanas Marta y María: la segunda se dedicaba a oír
las enseñanzas de Jesús mientras la primera los servía Jn 12, 2-9, y Le 10,
38-42)
Tanto entre los oyentes como entre los elegidos se
practicaban las tres prescripciones deljudaismo: orar, ayunar y dar limosna.
Estaba, además, muy vivo el sentimiento de la posibilidad de pecar, es decir,
de apartarse de la vía prescrita por la revelación salvadora. Ciertamente, como
en el resto de los sistemas gnósticos, el pecado no afectaba al alma, sino solo
al cuerpo. Pero si el cuerpo estaba en pecado, el alma no podía verse libre y
llegar al Paraíso. Por ello eran precisos los frecuentes actos de
arrepentimiento y las confesiones públicas.
La vida de una comunidad maniquea estaba centrada en la
oración y la comida en común. Las reuniones litúrgicas consistían en lecturas y
en la entonación de salmos y plegarias. Los maniqueos rechazaban los
sacramentos de la Gran Iglesia, porque creían que habian sido obra de los
demonios que dominaban ese mundo. Sí existía —como hemos indicado ya— una
suerte de «bautismo de los tres sellos» y las ceremonias penitenciales mencionadas,
con confesión pública, al estilo del budismo, y actos de penitencia. Sin
embargo, para el maniqueísmo era este más bien un rito externo, pues el perdón
de los pecados se conseguía en verdad por el arrepentimiento interno. La comida
comunal era diaria en cada comunidad, pero solo para los electos. Consistía
ante todo en alimentos y bebidas vegetales, pues estos eran los que más Luz
contenían de todos los elementos materiales. Como dijimos, la provisión de los
alimentos y el servicio en la mesa corría a cargo de los oyentes, quienes
recibían el perdón de sus posibles pecados al servir a los elegidos. La comida
era, además, un acontecimiento ritual muy importante y central en la comunidad
maniquea, con eficacia soteriológica, es decir, salvadora, pues tenía otro
aspecto relevante: los maniqueos creían que mediante la digestión de los
alimentos por parte de los elegidos se purificaban las partículas de Luz
contenida en ellos. La materia se defecaba, pero la Luz era remitida —en forma
de oraciones, salmos y cánticos— al Reino de la Luz. En este rito se observa el
sentido ambivalente del cuerpo y del universo en el maniqueísmo: está compuesto
de materia en parte luminosa, pero a la vez fue creado por voluntad del Padre
de la Grandeza.
A la inversa, el ayuno tenía enorme importancia —como signo
de desprecio a la materia, y como control del cuerpo y preparación para la
digestión salvadora de la Luz— tanto entre los elegidos como entre los oyentes:
los primeros debían ayunar unos cien días al año, entre ellos los domingos, más
treinta días seguidos antes de la fiesta de la «Tribuna», que a continuación
explicamos.
La fiesta maniquea más importante era la celebración de la
muerte de Mani. Ese día, celebrado en febrero/marzo, se colocaba un retrato de
Mani sobre una tribuna (griego bema, y de ahí toma el nombre la fiesta) y se
entonaban en su honor cánticos y salmos, y se leían parte de sus Obras. Esta
fiesta tenía un sentido triple: 1. Se daban gracias a Dios y a Mani, se
recordaba su nacimiento, el puesto de este en el cielo y su futura
participación en eljuicio final. 2. Era el día general del perdón de todos los
pecados. 3. Se celebraba gozosamente la concesión divina de
la gnosis redentora.
La iglesia de los maniqueos se extendió rápidamente ya antes
de la muerte de Mani y cubrió un amplio territorio: en Occidente llegó hasta
algunas zonas de Hispania y las Galias, y desde el norte de África se extendió
hasta India, la China y el Tíbet, pasando por Palestina, Siria, Arabia y Asia
Menor, como veremos que ocurrió luego con la iglesia nestoriana. La época de
florecimiento de los maniqueos se extendido sobre todo desde los siglos IV al
VI Aunque es una cuestión hoy debatida,
hay bastantes autores que opinan que poco después de esta época algunos adeptos
del maniqueísmo tomaron el nombre de paulicianos (bien porque fueron refundados
por un tal Pablo hijo de Gallínico, o bien por estimar en mucho las Cartas de
Pablo de Tarso). También se cree comúnmente que en los siglos x/x1 los
bogomilos y cátaros asumieron parte de la herencia intelectual, mítica,
litúrgica y organizativa maniquea.
Restos visibles del maniqueísmo se conservaron hasta el
siglo XVII en China, aunque puede decirse que el dualismo esencial, con la
lucha perenne del Bien y del Mal, es una idea generalizada que pervive entre la
masa de los creyentes.
Pelagio se opone totalmente a la noción del pecado original,
basándose en que esta no puede probarse por la Biblia ni por la razón. Esta
doctrina de la culpa original no era todavía firme en la cristiandad entera,
pero sí, y muy intensamente, en las iglesias del norte de África, desde donde
habría de extenderse gracias a la autoridad de Agustín de Hipona. La idea de
que todo ser humano al nacer es portador hereditario de una culpa dentro de su
ser mismo, derivada del pecado de Adán, se llama técnicamente «traduccionismo»
(es decir, el pecado orlginal se transmite —en latín traductio— por vía
hereditaria), y deriva en último termino de las oscuras expresiones de Pablo de
Tarso en el capítulo 5 de su Epístola a los Romanos.
Pelagio argumentaba que defender la noción de pecado
original iba en contra de lajusticia de Dios. La divinidad, en efecto, había
creado a Adán libre de la necesidad de pecar, y por su propia constitución no
le era necesaria gracia divina alguna para mantenerse en ese estado de
impecabilidad. Si el primer padre transgredió el mandato divino en el paraíso
fue porque así lo quiso, voluntariamente, ya que la divinidad lo había dotado
también por naturaleza de libre albedrío.
Pero este pecado de Adán y Eva era solo un caso aislado; no
significaba ninguna perversión ni cambio de la naturaleza humana en sí, por lo
cual todos los humanos descendientes de esa primera pareja nacen con la misma
cualidad: por constitución natural pueden vivir sin pecado y gozan también del
don de la voluntad libre. El que no emplee esta posibilidad para el bien —cada
uno en su propio caso— es el que comete pecado. Por consiguiente, la situación
de pecado en el hombre no es inevitable, «original» o contraída desde la
concepción misma. Esto se prueba por el hecho de que todo ser humano, aun el
pagano no bautizado, posee en germen la posibilidad de practicar todas las
virtudes. Luego la naturaleza humana no está en sí pervertida; el pecado de
Adán no se transfiere automáticamente a su descendencia.
Pelagio argumentaba que Pablo, al hablar de la culpa de Adán
en Romanos 5, se refería a que el mal ejemplo desde aquella primera
transgresión y la mala costumbre habían propiciado una inclinación malvada de
los descendientes de la primera pareja hacia el pecado, pero nada más. Para
pecar se necesita voluntad positiva de cometer el mal; por ello no puede haber
un pecado en un infante recién nacido, que no tiene voluntad alguna de
transgresión. Así pues, un bebé viene al mundo con la misma buena naturaleza
que tuvo su antecesor Adán antes de pecar. Consecuentemente, el bautismo vale
para perdonar los pecados individuales cometidos con voluntad consciente, no
para borrar una pretendida culpa congénita. En los niños esta práctica del
bautismo puede ser encomiable, pero no porque borre el pecado heredado de Adán,
sino porque lo hace miembro de la Iglesia y le otorga —con las aguas del
sacramento— una mayor potencialidad para vivir una vida en santidad y
perfección.
En opinión de los seguidores de Pelagio, esta posición
teológica elimina las perniciosas consecuencias de la postura contraria, la de
Agustín y sus seguidores. En efecto, al defender un pecado original hereditario
y conllevar este la condenación divina, difícilmente evitarán Agustín y los
suyos la idea de que Dios ha predestinado a algunos seres humanos concretos,
nacidos después de Adán, para la condena eterna, ya que la gracia necesaria
para su salvación —dada la torcida naturaleza humana— será de hecho
insuficiente en muchos casos. Se comprende que al defender el pecado original
sea absolutamente necesario bautizar a los niños recién nacidos; de lo
contrario, no participarán de la gracia de la redención. Pero presuponer un
pecado en quien no tiene aún conciencia es un absurdo.
Pelagio concluía su argumentación con una reflexión sobre el
libre albedrío, congénito en todos los seres humanos, y sobre la gracia. A los
hombres les basta y les sobra esta voluntad para cumplir la ley divina: no es
necesaria una gracia divina especial. ¿Qué es, entonces, la gracia divina? No
otra cosa que el don de la vida y de la libertad que reciben todos los humanos
al nacer.
Ahora bien, Pelagio no era enemigo de la gracia, ya que
admitía que la divinidad la otorgaba a todos los seres humanos como una suerte
de iluminación que les ayuda para obrar el bien. Expresado técnicamente: esta
gracia no es previa a la acción buena humana, ni tampoco es gratuita (esto
llevaría a la predestinación: a unos sí y a otros no), sino que la divinidad la
otorga siempre debido al preconocimiento que ella tiene de los méritos de las
buenas obras realizadas por el hombre por voluntad propia, sin ayuda de gracia
divina especial alguna.
A esta doctrina pelagiana opuso Agustín de Hipona las
nociones slguientes: como enseña Pablo, el estado natural del ser humano, del
que no puede salir por sí solo, es el del pecado; ahora bien, de esta
constatación se deriva inseparablemente la doctrina de la culpa original, y por
ello es necesario bautizar alos niños por la remisión de ese pecado-,
laredención del hombre es obra solo de Dios: es un puro don de la divinidad;
por tanto, la gracia, que ayuda al ser humano a conseguir lajustificación
divina, es indispensable para la redención.
Es verdad —continúa Agustín— que estas ideas suponen una
presciencia divina de quiénes van a aprovechar esta gracia y de quiénes no.
Pero ese conocimiento de antemano no es una predeterminación absoluta para la
salvación o para la condenación. Lo que ocurre es que la combinación de todas
estas realidades, presciencia y efectiva condenación de algunos, es un misterio
no accesible plenamente a la razón humana.
Condenas de Pelagio y de sus seguidores
Las doctrinas de Pelagio no lograron difundirse por el
pueblo cristiano. Hubo ciertamente pelagianos, sobre todo por las Islas
Británicas hasta el siglo VÍ pero sus doctrinas permanecieron sobre todo como
materia de disputa teológica entre los teólogos profesionales de la Gran Iglesia. Entre algunos de estos existió una
corriente de pensamiento teológico que más tarde —desde el siglo XVI— habría de
denominarse «semipelagiana», cuya síntesis podría ser la siguiente: el ser
humano puede comenzar las obras buenas o su conversión por sus propias fuerzas,
pero necesita obligatoriamente de la gracia del Espíritu Santo para llevarlas a
su perfección.
En el año 411, en Cartago, en ausencia de Pelagio, que se
había trasladado a Jerusalén, fue excomulgado su discípulo Celestio, al que se
le acusó públicamente de mantener las siguientes ideas
erróneas:
+ Que Adán había sido creado como ser humano normal, es
decir mortal.
+ Por tanto, que habría fallecido igualmente, aunque no
hubiera pecado.
+ Que su pecado le afectaba a él, no a la humanidad entera.
+ Consecuentemente, que su descendencia tenía el mismo
estatus que él antes de pecar, y que sin ninguna necesidad de bautismo habría
alcanzado la vida eterna con tal de haber obrado justamente.
» En consecuencia, que el cumplimiento de la ley natural
conduce al cielo al igual que la ley evangélica, y que antes de la aparición
deJesús en la tierra había también sobre ella hombres justos.
+ Que la humanidad no habría de morir por el pecado de Adán
ni tampoco resucitar en virtud de Cristo.
Traducido a otro lenguaje, estas proposiciones significaban
simple y llanamente la negación del casi «dogma» del pecado original y sus nociones
aledañas.
En el 415, en un sínodo diocesano en Jerusalén, en presencia
de Pelagio, quien como sabemos había buscado refugio allí, el presbítero
español Paulo Orosio, por encargo, al parecer, del episcopado del norte de
África no contento con la excomunión de hacía algo más de tres años, acusó a
Pelagio de las mismas ideas. Pero el obispo Juan consideró conveniente no
condenar a su protegido porque sus explicaciones le resultaron suficientes.
Paulo Orosio volvió enfurecido por ello al norte de África.
Los adversarios de Pelagio no se desanimaron y probaron
suerte de nuevo..., en Palestina misma. El obispo de Cesarea por aquel entonces,
llamado Eulogio, convocó por presión de aquellos un sínodo en Dióspolis (la
actual Lud, antigua Lida). Esta vez los acusadores eran dos obispos venidos de
las Galias, Heros de Arlés y Lázaro de Aix, hasta donde habían llegado las
ideas de Pelagio. Pero tampoco pudieron llevar a buen término la acusación, ya
que uno de ellos enfermó y el otro se vio impedido por causas diversas para
asistir al sínodo. La defensa del acusado —sin sus acusadores delante— fue lo
suficiente-
mente brillante como para salir libre de nuevo.
La absolución del heterodoxo alarmó en verdad a Agustín de
Hipona y a otros obispos de África, que tenían además detrás de sí el
pensamiento de san Jerónimo, afín al de ellos en estos puntos en debate.
Entonces, Agustín, en nombre suyo y de los obispos norteafricanos, recurrió al
obispo de Roma, al papa Inocencio I. Por medio de un legado le envió una copia
del tratado Sobre la naturaleza de Pelagio y su propia respuesta al heterodoxo,
titulada Sobre la naturaleza y la gracia.
El papa leyó los dos escritos y, probablemente influido
también por la opinión de Heros y Lázaro de Aix, se inclinó por la tesis de
Agustín: el 27 de enero del 417 excomulgó a Pelagio y a Celestio. Pero el 12 de
marzo de ese año murió el papa Inocencio, y le sucedió en la silla apostólica
Zósimo. Aprovechó Pelagio la ocasión y envió al nuevo Papa, junto con cartas de
recomendaciones, un escrito de defensa. Entonces, el obispo de Roma se dejó
convencer por el denostado pero hábil heterodoxo y el 21 de septiembre del 417
levantó la excomunión.
Mas los africanos no se dieron por vencidos, y lograron del
entonces emperador Honorio un decreto de condena (29 abril del 418) contra
todos los que «negaran la doctrina del pecado original», lo que afectaba
directamente a Pelagio.
No contentos aún, siguieron delante los norteafricanos con
su plan de ataque a los enemigos del «traduccionismo» y el 1 de mayo de ese
mismo año, en un concilio panafricano en Cartago, dieron a luz a una serie de
nueve cánones contra Pelagio. En síntesis decían los siguiente:
+ Se condenaba toda negación del pecado original en Adán y
de su transmisión directa a su descendencia.
+ Se negaba que la gracia divina se otorgara por el mismo
acto de nacer.
+ Se negaba también que el bautismo fuera solo una pura iluminación
y solo un perdón de los pecados cometidos con plena consciencia.
El papa Zósimo, viendo que los enemigos de Pelagio eran muy
fuertes —Agustín y los obispos africanos; el emperador y parte de la Iglesia de
las Galias— cedió, y en una Carta circular (en latín Epístola tractoria) volvió
a excomulgar a Celestio y a Pelagio.
Este último golpe supuso para el heterodoxo la derrota
final, pues también en Antioquía de Siria sus ideas fueron de inmediato
condenadas. Abandonó Pelagio Palestina y buscó asilo en Egipto, en donde quizá
murió hacia el 422, o al menos se le pierde allí la pista.
Juliano de Eclana
Su discípulo, Juliano de Eclana, le fue fiel. Lleno de ira
por la suerte del maestro pensó que la mejor defensa era un ataque: poner en
duda la ortodoxia de Agustín y los obispos que lo rodeaban mostrando en público
las consecuencias de defender la teoría del pecado original. Así escribió una
respuesta a la circular del papa Zósimo contra su maestro (la Epístola
tractoria), y sobre todo atacó a Agustín de Hipona, centrándose en unas ideas
que este había expresado en su tratado Sobre el matrimonio y la concupiscencia
y que derivaban de las nociones sobre el pecado original.
Juliano argumentaba, en una obra titulada Cuatro libros a
Turbando, que Agustín hacía revivir el maniqueísmo. Las consecuencias de la
doctrina del pecado original eran devastadoras, según Juliano: significaban
considerar al matrimonio no un bien y algo querido por Dios, sino un puro acto
de concupiscencia que solo servía para transmitir la culpa original. Juliano
sostenía que en el debate teológico había que tener en cuenta la Escritura, la
opinión de los Padres de la Iglesia que la habían interpretado anteriormente,
pero ante todo el sentido común y la razón. Estos tenían la respuesta
definitiva para la debatida cuestión. Tras resumir en su obra la doctrina agustiniana
sobre el pecado —sobre todo el original— y sobre la justicia divina, Juliano
argumentaba que era absurda en su conjunto y que, además, los textos de la
Escritura, aducidos para defenderla, no probaban nada. Concluía que la
creación, el matrimonio, la Ley y el libre albedrío son bienes naturales y
dones de Dios, y volvía a repetir, acumulando razones, que no hay tal culpa
original, que el pecado es solo un acto voluntario y consciente, por lo que los
niños no necesitan de bautismo alguno para lavar una pretendida mancha heredada
de los primeros padres por vía conceptiva.
Pero la voz de Juliano encontró poco eco, y un siglo después
la doctrina agustiniana del pecado original, del sentido de la redención, de la
gracia y de la justificación divinas del ser humano se hizo absolutamente firme
hasta la actualidad. Las consecuencias se observan también hasta hoy: la
doctrina se hizo dogma y se continuó con la costumbre de bautizar a los niños
casi recién nacidos, entendiendo el acto como sacramento que tiene fuerza
absoluta por su misma realización para borrar la culpa originaria heredada
tristemente de Adán. Una posible interpretación de la Escritura y de la
tradición, más acorde con la razón, fue definitivamente rechazada ya en el
siglo V.
De esta gran batalla se deriva la otra con la escuela Nestoriana
donde se lograra definir la doble naturaleza de Cristo en una sola persona así
podemos dibujar el rostro de Cristo con estas verdades:
Cristo es el logos pre existente que se encarna y muere para
salvarnos resucitando (misterio pascual)
La iglesia es su cuerpo, su novia, su reflejo.
La salvación es aquí y ahora en un nuevo nacimiento
espiritual y al final de los tiempos cuando el cuerpo resucite.
En el hombre está el
pecado original que se transmite de generación en generación, necesitando la
salvación en Cristo que se recibe en el
bautismo.
En Cristo esta la naturaleza divina y humana en una sola
persona divina, siendo María la madre de Dios.
La Sexta verdad es que la oveja se pierde y en su perderse lucha para imponer su verdad
y dominar el mundo.
La séptima verdad es que la oveja se puede volver a
Encontrar por obra y gracia del Espíritu
Santo.
Es esta obra del Espíritu Santo el que nos llevara de la
unidad Católica a la multiplicidad de la reforma habiendo más de 500
denominaciones cristianas hoy en día y es que la Iglesia Católica ganadora de
tantas batallas espirituales para preservar la unidad, queda derrotada en ese afán
donde ya no se luchara por la verdad sino por el poder en el mundo más el tiempo de la multiplicidad ha pasado,
es hora de volver a la unidad, solo el amor entre los seres puede revelar a
Dios y ese amor exige paradójicamente una guerra espiritual, en el que el logos
triunfe dibujando su rostro en la única iglesia que es una y múltiple en su
singularidad.
Jehová
te bendiga, y te guarde;
Jehová haga resplandecer
su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia;
Jehová alce sobre ti su
rostro, y ponga en ti paz.