De Como el hombre invento la nada para poder dibujar su
rostro
El ser humano no tiene posibilidad alguna de acceder a una
experiencia de la totalidad. Al estar dividido desgarrado, atravesado por el
lenguaje no hay forma de restituir la totalidad.
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Jaques Lacan seminario VI
Es
cierto, pero si curarme es cancelar toda posibilidad de condensación, mejor
estoy enfermo, el lenguaje siempre asumirá la ficción de una meta lenguaje
donde la experiencia total es posible, así prefiero desplazarme radicalmente y
ahí en la nada ¿Qué crees que encuentro? El reflejo de la totalidad, haciendo
de tu verdad el camino a la totalidad que pretendes negar.
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PRÓLOGO
Al libro De Kojeve sobre la fenomenología del espíritu
Manuel Jiménez Redondo
Empecemos
por reseñar algunas de las ideas que más repite Kojéve en el presente libro. La
Fenomenología del espíritu de Hegel es la historia entendida como llegada a su
final. Es la autocomprensión de esa historia en el momento en que esa historia
se cierra, es el hombre que se entiende cuando el hombre, como ser histórico,
se consuma y se acaba, es la comprensión definitiva acerca de qué sea el hombre
cuando éste se termina y se deja atrás; y cuando se deja atrás no en la
perspectiva de ningún superarse a sí mismo, sino como hombre perfecto, acabado,
como hombre que ha realizado toda su esencia, todo lo esencial que tenía que
realizar, y que se hace de sí el correspondiente concepto; concepto que, como
parte de esa esencia, la completa en el sentido de que es la exacta revelación
que ella se hace de sí misma. O también: el hombre no tiene ya nada que
recordar en el sentido de que hubiese aún de ponerse por delante algo que,
estando llamado a serlo, él no lo fuese aún. La Fenomenología del espíritu
representa entonces la terminación de la esencia humana por ambos lados: por el
lado del desenvolvimiento activo de esa esencia, reflejada en la Fenomenología
del espíritu, y por el lado del desenvolvimiento contemplativo de su propia
autocomprensión.
Este hombre
históricamente acabado y perfecto es el individuo humano libre y reconocido,
síntesis de lo universal y lo particular, ciudadano del orden político
configurado conforme a los principios de la «Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano» de 1789, es decir, del orden político
democrático-liberal que despunta con la Revolución francesa, expandida y
universalizada por el imperio de Napoleón, y actor del orden económico del
trabajo libre, del libre mercado, del capital, y también de la ciencia y de la
tecnología ligada al sistema económico que el orden democrático-liberal hace
posible, cuida y fomenta, pues constituye su base. Ese hombre es el burgués y
el ciudadano: ciudadano porque fue burgués que entendió, y se convirtió en
revolucionario. La Fenomenología del espíritu es la interpretación de la acción
revolucionaria y de la acción de Napoleón que la completa y propaga; es la
interpretación del último vuelco en la acción antropógena, en la autoproducción
del hombre. La batalla de Jena es el último episodio de la dialéctica del amo y
del esclavo, que cierra esa dialéctica. El texto de la Fenomenología del
espíritu, que Hegel concluye durante la batalla de Jena, es la interpretación
del significado que esa batalla cobra. Y debe insistirse a su vez en que
entendido ese último acontecimiento, ese último acto simbólico de la
autoproducción del hombre, acaba y cierra al hombre, es la perfección y
terminación de éste. Comunismo y fascismo, y en general la convulsiva y aun
catastrófica historia del siglo XX, no pueden considerarse sino fenómenos de
crisis de ese orden, que no tienen más remedio ni más salida que acabar retornando-a
lo mismo, al hombre acabado con la Revolución francesa, o; si se quiere,
al-hombre acabado con las revoluciones burguesas o:transformaciones revolucionarias
de fines del siglo:xvII en Inglaterra y de fines del siglo.XvIII en los Estados
Unidos y en Francia, que, de nuevo, no tienen otra interpretación posible, ni
en todo.casomás completa, que la que de todo ello:se hace en la Fenomenología
del espíritu de Hegel. Cualquier otra cosa no será sino una desviación respecto
de lo perfecto, desviación que no tiene más medida que lo perfecto ni más
salida que el retorno a él, y, correlativamente, cualquier otra interpretación acabará
entendiéndose en definitiva como algún tipo de variación de lo dicho por Hegel.
En todo caso, la historia se ha acabado, la interpretación de ese acabamiento
está hecha, y lo que resta es, si acaso, la extensión y normalización de-ese
cierre, que en la historia del siglo XX no ha hecho sino confirmar su propia
autocomprensión:
La
Fenomenología del espíritu se convierte-en algo. así como el libro por
antonomasia,-el libro por excelencia, en el que,-ahora-de verdad, y no como
vanamente prometía Fichte en el-anuncio de sus CUrSOS-en Berlín, «queda
resuelto el enigma del mundo y-de la autoconciencia», en el que queda resuelto
el enigma y satisfecha la complicada ecuación que para el hombre era su propia
esencia. El hombre pos revolucionario, el burgués que, incluso antes de haberse
sacudido la figura del amo para erigirse en
ciudadano,-había-reducido el mundo a utilidad, que incluso renuncia ya a
la teoría del valor trabajo reduciéndola a la teoría del valor utilidad, es
decir, el hombre: posmarxista, el ciudadano del orden democrático liberal que el saber económico y-el
saber-tecnológico vuelven además estable (prestándole incluso un frenesí que no
es sino un girar él mismo sobre sí mismo simulando novedad), es el hombre
satisfecho en su esencia, o simplemente también el hombre satisfecho,
narcisista, que no ha de darse a sí mismo más vueltas teóricas ni prácticas del
tipo de aquellas vueltas y vuelcos esenciales-en los que consistió la historia
de su propia autoproducción. Ese hombre se instala en una inmediatez
cuasi-animal, es una especie de retorno de lo histórico a lo biológico, Es
superficial, pues es la revelación del enigma de-lo oscuro: y de lo profundo, y
la revelación de la profundidad no puede consistir sino en un convertirse la
profundidad en superficie; y, en-todo caso, acaba generando un mundo que-no-es ya
sino plasmación de la nihilidad, vanidad, y ahora banalidad de su propia
esencia, o, más bien, de la nada, de la in-esencia de su propia libertad
consumada. Se queda ya en cierto modo por detrás de sí mismo, pero no en
dirección a ningún superhombre; él es el hombre Posnietzscheano o posromántico
en general, pues él es lo último, el Dios que había devenir y la teofanía en
que queda revelado y resuelto él enigma del-Dios que-había-de venir, él es el
Dios revelado. Ese hombre lee quizá a Platón, a Aristóteles; a san Agustín, a
Descartes, a Hume, a Kant, o a Nietzsche; lee a Dante, Shakéspéare-o Hólderlin
como podría también no leerlos o como podría leer cualquier otra cosa. Los lee
sin más consecuencias y sin que ya de ello o de ellos se siga propiamente
riada, pues ya se siguió todo, y, en todo caso, los lee a título de
inestimables posesiones suyas que están a-su entera disposición y a las que él
puede acceder o no acceder, de las que él puede gozar o no gozar a voluntad,
siendo esta voluntad, en cuanto satisfecha, lo único importante; ella es
siempre el resultado de lo que en esos textos se refleja. :
Y así, la
Fenomenología del espíritu, como interpretación de ello, pero que se funde con
la inmediatez de ese resultado, es una concentración de sentido, una plenitud
de sentido que se deja así misma atrás y que; por eso, no hay quien-la
entienda. Sólo se deja entender en aquellos-ráros momentos en que alguien ensaya
de verdad proyectar o bien algún importante sentido nuevo, o bien algún nuevo e
importante cuestionamiénto de sentido concerniente a lo que pueda ser-el hombre. El libro
entonces se ilumina, récobra su sentido, o brilla en su sinsentido, recobra su
lado:de ultimidad, de plenitud y totalidad de sentido —o de inversión: de
ella—en la que consiste, aunque quizá sólo por alguno de sus lados. Y es
precisamente entonces cuando quien intentó la novedad o la supuso no puede
menos que quedar convicto (y muchas veces también confeso) de que aquella
supuesta novedad hacía mucho tiempo que estaba explorada por Hegel y había sido
mucho mejor y más completamente expuesta por éste en la Fenomenología del
espíritu,
Deseo y
trabajo, libertad y terror, soberanía y mal radical
Con la
Revolución francesa, el siervo que, por terror al amo que lo amenazaba con la
muerte, transformó con su trabajo el mundo para que lo gozara el amo,
reprimiendo su propio deseo y desistiendo de sí como deseo, no se ha echado
ahora para atrás por terror ni ha dudado en ejercerlo, pues sabe que viene
implicado por la libertad. El burgués moderno, inicialmente siervo aún con amo,
al que todo se le había acabado revelando como utilidad, es decir, como
ser-para-otro o ser-para-él, al que todo se le había acabado revelando como
suyo o potencialmente suyo, también se descubre como siendo para todos y como
siendo todos también para él, «todos» en el que él es un Uno reconocido entre
todos y en medio de todos, individuo universal. El siervo ha comprendido, El
mundo es suyo, y la voluntad general, que es el querer de todos, de cada uno y
de cada uno y de todos, y que, como enseña Rousseau en El contrato social, es
la soberanía en ejercicio, se convierte en la única esencia que de verdad el
mundo tiene. El siervo, entendiendo, se ha sacudido al amo, y la expresión
definitiva de ese entender es lo que se refleja en el libro de Hegel.
Y en ese
entender se ha asumido el mal radical en que la libertad absoluta puede
trocarse, aparte de que ésta, ya de por sí, va o puede ir de la mano del
terror, como Hegel dice y Kojéve subraya una y otra vez. Que la libertad —tal
como lo formula Kant— no pueda tenerse por ley sino a sí misma significa que,
habiendo de atenerse el hombre no más que a sí mismo, la ley que el hombre
libre se da a sí mismo, la ley de todos y de cada uno para todos y para cada
uno, habría de poder considerarse como proviniendo de la voluntad unida de
todos; o significa que el hombre libre, ya en un marco jurídico legítimo
conforme a los principios universalistas del derecho moderno, habría de obrar
moralmente de manera que pudiese querer que sus orientaciones más generales
pudieran convertirse en orientaciones de acción para todos los seres libres, o
en orientaciones defendibles ante todos los seres libres. Las «leyes de la
libertad», tanto en el derecho como en la moral, no son sino el yo obrando como
universalidad, el yo en acción como universalidad, Pero esa universalidad como
universalidad en obra no es sino yo, yo obrando.
Con lo cual
la exigencia de universalización puede muy bien invertirse y verse convertida
en adopción de la máxima de la no universalizabilidad de las máximas, pues yo
ha de ser todos y cada uno, y todos y cada uno han de ser yo, pero quizá yo no
en el lugar de uno cualquiera de todos, sino usurpando el lugar de todos y cada
uno, pues cada yo, como síntesis de lo particular y lo universal, es tal que,
por así decirlo, tanto está radicalmente individuado como ocupa toda la
extensión del yo, y lleva dentro el posible deshacimiento de esa síntesis, la
posibilidad del radical no reconocimiento del otro.
El mal
radical dista muy poco del bien y se convierte para la conciencia moderna y
contemporánea en próximo y banal. Según las representaciones religiosas, ya desde
toda la eternidad, y aun antes de que el mundo y el tiempo hubiesen sido
creados, se habría producido en el seno mismo de la divinidad la rebelión de
Lucifer, del portador de la luz, del portador de-la inteligencia; ésta había
revelado su lado abismático de sombra precisamente ante el designio del Dios,
concebido por Dios desde toda la eternidad, de hacerse hombre, ante el designio
de Dios de que Dios, la universalidad, pudiese ser uno cualquiera de todos,
contra la síntesis de individualidad y universalidad que representaba el Hijo.
La rebelión no tiene otro contenido que el contenido mismo contra el que se
revuelve. En puridad, el mal es lo mismo que el bien —dice Hegel—, a lo que
inmediatamente hay que añadir —como también dice Hegel— que el mal es lo
radicalmente opuesto al bien, y, sin embargo, abstractamente, otra vez lo mismo
que el bien.
La muerte,
la libertad y lo absoluto
Lo que es el
hombre incluye también entender que lo que él entendió como Dios no es sino él,
Dios era el Amo absoluto que amenaza con la muerte, que es el más-allá que pasa
por la muerte, o que es la muerte, o que es lo finito quedando de manifiesto en
su carácter de nada, que es la nada de lo finito, o que es lo finito como tal,
pues cuando decimos «como tal» sólo podemos decirlo poniéndonos más allá de lo
finito. Y es ante su finitud, es ante la muerte, es ante Dios, ante lo que el
siervo antiguo pagano o cristiano y el siervo moderno cristiano o agnóstico se
echan para atrás. Y es aceptando la muerte como el más-allá propio suyo, es
decir, es aceptando morir de su propia infinitud, es entendiéndose como finito
por haber de entenderse como lo finito opuesto a su propio infinito, es así
como el hombre se ha convertido en le néant de Dieu, en la nada de Dios —como
dice Kojéve—, es así como se ha con vertido en Dios. Dios se ha hecho hombre.
El hombre ha entendido que él no es sino poniéndose en el lugar de Dios, Y por eso también la libertad es absoluta, pues ésta
es el sacudirse al amo absoluto, a Dios, poniéndose en el lugar de-Dios,
asumiéndose como la nada de Dios.
Una de las
ideas más básicas y también una de las
ideas más repetidas en-los textos cóntenidos en el presente libro es la
copertenencia de la libertad, la muerte –y lo absoluto. Son tres caras de lo
mismo, y Kojéve se esfuerza una y otra vez en mostrarlo así. Entender esa
copertenencia se convierte para Kojéve en el centro mismo de lo que dice Hegel
en la Fenomenología del espíritu; por más que a veces parezca que a Kojéve le
cuesta atar los distintos cabos de lo que Hegel dice; quizá porque Kojéve
renuncia en definitiva al alcance de las tesis de éste; Repasemos muy
brevemente esa copertenencia recurriendo al propio Hegel.
Hegel
recurre. a un concepto de libertad que quizá sea el más elemental de todos, que
por esono se deja fácilmente poner en cuestión y que pone enseguida a la vista
la copertenencia de la libertad y la muerte. Decimos que alguien actúa
libremente cuando actúa de forma que podría también. No haber actuado, El ser:
libre consiste en un haberse acerca de ese No; consiste en-negatividad. Y si
actuar libremente consiste en actuar de forma que también podría no haberse
actuado, el ser libre consiste ante todo-y por: de pronto en un haberse acerca
de posibilidades de sí. El ser libre no es algo dado, es esencialmente deseo,
proyección y acción, Es un hueco, y, en este sentido, es nada, como dice
Kojéve,
Pero
entonces, actuar libremente es un haberse acerca del No de la posibilidad no
elegida, es decir, acerca de las posibilidades que, habiendo sido tomadas en
consideración, se desecharon, no se eligieron, El ser libre es un haberse
acerca de ese-No, quizá en forma de alegría o satisfacción por no haber elegido
aquello que por fortuna no elegimos habiendo estado quizá a punto de elegirlo,
o quizá en forma de desesperación por no haber elegido aquello que, habiendo
podido elegirlo, finalmente no elegimos, de lo cual nos-arrepentiremos siempre.
Pero si seguimos por esta vía tenemos que decir que-el ser libre es también un
haberse acerca del No de aquello-que no tomamos en consideración ni nunca
podremos tomar en consideración, porque nunca estuvo a nuestro alcance, aunque
sí esté al alcance de algún humano en general. En todo caso, ser libre es
siempre y esencialmente, con el alcance que fuere, un haberse acerca del No de
la posibilidad no elegida.
Ahora bien,
ser libre es asimismo un haberse acerca del No de la posibilidad elegida. Pues
la elegimos de suerte que estuvo también en nuestras manos él No elegirla, y así
nuestro ser libre puede muy bien verse acompañado por la alegría de haber
elegido aquello que, pudiendo haberlo elegido, acabamos por fin eligiéndolo, o
quizá verse también acompañado por la tristeza y la desesperación de haber
elegido aquello que finalmente elegimos, habiendo podido también no elegirlo,
Pues bien,
si ser libre es un constitutivo y
esencial haberse tanto acerca del No de la posibilidad elegida como también
acerca del No de la posibilidad no elegida, entonces ser libre es un haberse
—y, por cierto, un constitutivo y esencial haberse— acerca del No de toda
posibilidad. Pero para un ser que consiste en deseo, proyecto y acción, el No
de toda posibilidad es la muerte. Por tanto, sólo un ente que consiste en un
esencial y constitutivo haberse acerca de la posibilidad constitutiva y básica
de también no ser, acerca de su propia muerte; puede ser libre. Y ello tiene
pleno sentido, Pues nuestro ser libre tiene en cada caso que ver, por así
decirlo, con-un no-ser parcial nuestro, y, por eso, tendrá siempre que
consistir también, en definitiva, en un haberse acerca del no-ser completo de
sí mismo como una posibilidad última de sí mismo, como la posibilidad más
radical de todas, y, por tanto, también un haberse acerca de la posibilidad del
no-ser de todo en general en cuanto que
la existencia humana da consigo como estando en medio de ese todo.
«cPor qué
hay cosa alguna y no más bien nada?». La pregunta que Leibniz señala como
primera pregunta de la filosofía en los Principios de la naturaleza y de la
gracia fundados en razón (1714), y que después repite Heidegger en su conocida
conferencia «¿Qué es metafísica?» (1929), es-la cuestión que por una u otra
vía, y de forma más o menos explícita y sistemática, habrá de salirle al paso y
habrá de inquietar a todo ser libre, que, por tanto, no puede ser sino un ser
racional, es decir, un ser aguijoneado por la pregunta del por qué, es decir,
por la necesidad de dar, de darse razones en lo teórico y de optar con razones en
la práctica. Leibniz dice en ese opúsculo que esa primera pregunta metafísica,
es decir, esa pregunta referida al ente en general, al ente como ente, no puede
ser otra que la de «¿Por qué algo y no más bien nada?», porque «la nada es más
simple y fácil que el algo». Hegel, en cambio, en el principio de la Ciencia de
la lógica-trata de mostrar que el ser y la nada, tomados en puridad, son lo
mismo, y que, por tanto, la nada no es más difícil que el ser ni el ser más
difícil que la nada. Pero dejando de lado la Ciencia de la lógica, que no es
aquí nuestro tema, está claro que el consistir en definitiva la libertad en un
haberse acerca del No de toda
posibilidad,
también la del ente en general, no tiene una estructura menos compleja que la
de cualquier cosa dada inmediatamente y positivamente ahí. En términos de
Kojéve: la negatividad no es menos compleja que la identidad ni la nada más
fácil que ésta.
Más sobre la
libertad, la muerte y lo absoluto
Pasemos
ahora a la relación entre la libertad y la muerte, por un lado, y lo absoluto
por el otro. Ser libre es un esencial haberse acerca del No de la posibilidad
elegida y de la posibilidad no elegida, y, por tanto, un haberse acerca del No
de toda posibilidad, y, por tanto, también un haberse en definitiva acerca del
no-ser o del no-haber-sido como una posibilidad, tanto de sí mismo como de
todo. Por tanto, ser libre es, por este lado, un quedar más allá de sí mismo y
de todo.
La omnitud
del ente, que el ser libre deja tras de sí en su movimiento de ser su más-allá,
queda convertida por la «metafísica del entendimiento» en un ser individual
cuya existencia sería necesaria por el propio concepto que no tenemos más
remedio que hacernos de ese ser. Hemos de concebir ese ser como el ente más
grande que el cual nada puede ya concebirse, que ya incluye en sí toda realidad
y toda condición, de la que toda realidad e incluso el ser libre habrían de
poder derivarse (si es que podemos concebir cómo puede ser creado un ser libre,
dice Kant). A ese ser individual lo llamamos Dios. Pero en su Crítica de la
razón pura (KrV), Kant destruye los tres tipos de pruebas de la existencia de tal
ente que la razón humana ha excogitado. Y con tal destrucción de las pruebas en
que se sostenía la suposición de la existencia de un ente que respondiese a la
noción que la «metafísica del entendimiento» se hace de Dios, el ente racional y libre (en su consistir en un
más-allá, en su haber de ponerse allende toda realidad y toda condición) está
quedando en el lugar y no tiene más remedio que ponerse incondicionalmente en
el lugar de un Absoluto e Incondicionado que él, en realidad, no puede ser
(KrV, A 612 ss,). Y así podemos decir que, en la Crítica de la razón pura, la
razón humana se descubre como la nada de lo Absoluto y de lo Incondicionado en
la que, sin embargo, lo Absoluto e Incondicionado, lo que ya queda allende toda
condición, consiste, Lo Incondicionado es la razón. O en palabras de Kojéve: la
razón, el ser libre, es el no-ser de Dios, no-ser en el que Dios se revela
consistiendo, La libertad es la nada de Dios, que es el Dios revelado. El
ateísmo es, en este sentido, condición de la libertad.
Es decir, la
libertad, cuando conceptualmente se da alcance a sí misma en su carácter
absoluto, cuando se sacude al Amo absoluto en el que la conciencia religiosa y
metafísica convierte el más-allá que es la libertad y la muerte, cuando el
hombre asume su finitud y su muerte, se es él su muerte, como dimanando ésta de
su quedar más-allá de sí mismo, de su propia infinitud, cuando no queda otro
incondicionado que la razón capaz de borrar todo incondicionado y, por tanto,
capaz de borrarse
también a sí
misma; cuando se sabe esencialmente como negatividad no puede menos que ser
«ateísta». Pero, en este punto, Kojéye duda acerca de cómo expresar lo que
quiere decir; Kojéve sistemáticamente duda y sistemáticamente recurre a autocorrecciones
del tipo: «“[Conversión” del hombre religioso al ateísmo (o más exactamente: al
antropo-teísmo») (p. 114). Dios se hace hombre. Y conforme al principio de la
doctrina del ser de Platón en El sofista —que Hegel hace suya en el capítulo de la Fenomenología del espíritu—, nada es sin
ser lo otro de sí mismo, y lo absoluto no es sin ser lo absolutamente otro de
sí, lo absoluto no es sin ser lo relativo, pues no es sino lo relativo como
tal, conforme a lo que hemos dicho más arriba de lo finito e infinito. Es como
si el argumento ontológico nos quedase reconstruido más allá de su destrucción,
por encima de ella, cuando tomamos el ser y la nada en su puridad.
Pero
entonces podemos decir que el concepto que se hace de sí la libertad absoluta
moderna en la que se terminan y tienen acabamiento el hombre moderno y el
hombre en general, es decir, el concepto que se hace de sí la libertad moderna
y la conciencia moderna en general, no es sino el concepto greco-platónico de
la representación cristiana. La conciencia moderna es la representación de que
Dios se hacé hombre, traída a concepto”, Y es este centro mismo del concepto de
la libertad absoluta moderna el que Kojave no sabe bien si calificar de ateo o
de antropo-teísta, como ya había sucedido en La esencia del cristianismo de L.
Feuerbach; en este punto sucede lo que se dice, también en referencia a lo
Incondicionado que tampoco puede ser ya un Incondicionado del «entendimiento»,
en unos versos del segundo libro del Libro de horas de Rilke («Du bist die
Zukuntt»): «... und dich den Andern immer anders zeigst: / Dem Schiff als Kúste
und dem Land als Schiff» (¿Te muestras a los otros siempre otro: / tierra al
navío y barco a la costa»).
Si nada es
sin ser lo otro: de sí mismo, si lo absoluto no es sin ser lo absolutamente
otro de sí, ello quiere decir que éste no es a su vez sin diferenciarse de sí y
quedar para sí mismo ahí en su ser-otro. Dios esencialmente se revela. Lo
absoluto es esencialmente revelación, El espíritu es esencialmente revelación,
el espíritu tiene necesariamente que aparecer y parecer. La apertura, la
verdad, no tiene más remedio que presuponerse. El yo precede necesariamente,
antecede siempre ya incluso, a la consideración de que el yo hubiera podido muy
bien no ser, como subrayó Fichte.
Tiene
necesariamente que presuponer la apertura en que consiste, Pese a que, y precisamente
porque, el ser libre no-puede entenderse sino como pudiendo también no-ser,
como quedando ya siempre referido al más allá de sí, barruntándose como: el
lugar de un absoluto que él no es, es
desde siempre. ya la Luz original, increada porque siempre se presupone a sí
misma; es la aletheía que no puede ser a la vez. Sino lo-absolutamente otro de
ella, la Jethe, ocultamiento, enigma y:también olvido. La aletheia no es aquí
una noción distinta de la verdad del juicio, pues donde el ente se hace manifiesto
en lo que él es o no es, es en el juicio, en la diferencia que es el juicio, la
cual acaba en definitiva reasumiéndose en la diferencia que lo absoluto es
respecto a sí mismo, en que originalmente consiste la Revelación, la Luz, la
aletheia; también en el más modesto juicio, al igual que entre los pucheros,
como recordaba Teresa de. Ávila, andá Dios.
La
estructura del presente libro de Kojéve
Tal como lo
ve Kojéve en el tercer apéndice del presente libro, la Fenomenología del
espíritu de Hegel es una descripción fenomenológica de la existencia humana, La
existencia humana es descrita en el libro de Hegel tal como aparece o se
manifiesta a aquel mismo que la vive. Hegel describe el contenido de la
conciencia que el hombre tiene de sí en el ir quedando dominado el hombre bien
por. alguna de las actitudes existenciales tipo que se hallan en todos lados
(«Certeza sensible», «Percepción», «Entendimiento», «Autoconciencia», que son
los títulos de los capítulos IV de la Fenomenología del espíritu), bien por la actitud que caracteriza a épocas
históricas determinantes, que es a lo que más bien se refiere Hegel en los
capítulos V-VII del libro, titulados respectivamente «Razón», «Espíritu»,
«Religión»..Pero Hegel —añade Kojeve— escribe a Fenomenología del espíritu
después de haber pensado e integrado en su espíritu todas las posibles
actitudes existenciales. Hegel conoce la totalidad de la existencia humana y,
en consecuencia, ve la existencia humana tal como ésta es en realidad, o en
verdad, o efectivamente. Y así, al poseer un saber absoluto. (éste es el título
del capítulo VI y último de la Fenomenología del espíritu), Hegel no tiene más
remedio que ver as actitudes existenciales dadas, parciales e históricamente
condicionadas, de forma distinta a como las ve el hombre que las realiza, Para
el hombre que las realiza se trata de una actitud que él cree total o la única
actitud posible, o por lo menos la única admisible. Hegel, en cambio, sabe que
se trata sólo de un fragmento o de una etapa de formación de a existencia
integral. Y él es el único que ve los vínculos (liens) que unen entre sí esos fragmentos, así como el orden
de las etapas. Y la Fenomenología del espíritu consiste en eso:-en poner en
evidencia esas conexiones, esas transiciones entre fragmentos, y en poner en
evidencia el orden que asegura a la descripción fenomenológica un carácter
científico, es decir, el haberse convertido en un saber definitivo, el-saber en
su propia necesidad, y absoluto. Pues Hegel describe esas actitudes
existenciales tal como le aparecen a Hegel, tal como ellas son en sí y como le aparecen a la conciencia que las está
realizando; y por eso Hegel dice: tal como esas actitudes existenciales son en
sí o para nosotros. Pero para que ello pueda ser consistentemente así, tiene
que haber un punto —y en ello consiste el último capítulo de la Fenomenología
del espíritu, el capítulo VIII — en el que en esa marcha se hace final y
definitivamente patente que la actitud existencial de la que estamos hablando,
tal como aparece como siendo de verdad y en sí, resulta que no podía ser ya sino
inexorablemente la nuestra. En ese punta es lo mismo lo que esa actitud
existencial última es en sí y lo que esa actitud existencial es para la
existencia que la realiza, que somos nosotros mismos, y que hemos entendido así
la historia de la que somos producto,
Ese punto final consiste en una Aufhebung, en una supresión y superación última
de la forma de la objetualidad. El objeto en cuanto es la actitud existencial
tal como ella es en sí O.para nosotros; y el objeto en cuanto. es esa actitud
existencial tal como ella es para el sujeto que la realiza —y que en el
capítulo VII es el saber fenomenológico mismo—, son en el capítulo. VI del
libro una sola cosa. El saber se ha vuelto aquí absoluto; lo cual quiere decir:
aquello sobre lo que versaba resúlta no ser sino él mismo y él no es sino ese
versar sobre sí en su propia necesidad. Este serse que conceptualmente se da
alcance a sí mismo sin tener ya ningún objeto. enfrente, o ese objeto que no es
ya sino la propia intuición vacía y sin determinación en la que ha venido a
parar al versar sobre sí mismo, es a la vez ser y nada; o es otra vez, al final
del todo, el retorno al origen del que partimos, si bien ahora en el terreno de
ese saber que se sabe absoluto.
Concordancia
del concepto con su objeto o del objeto con su concepto
Pero esto
que dice Kojéve en el último de los apéndices del presente libro puede decirse
también recurriendo a la forma en que lo dice yarias veces el propio Hegel en
la Fenomenología del espíritu. Se trata de la versión aparentemente paradójica
que da éste a la teoría de la verdad como correspondencia.-El conocimiento,
dice Hegel, cuando es de verdad conocimiento, es la concordancia del concepto
con su objeto. Lo que decimos es verdad
cuando aquello que predicamos de algo se corresponde con aquello que ese. algo:
efectivamente es. Pero también podemos decir que el conocimiento, cuando
efectivamente es conocimiento, es la concordancia del objeto con su concepto.
¿Por qué? Porque la pretensión del conocimiento es que aquello sobre lo que el
conocimiento versa cuando el conocimiento. es conocimiento de verdad, es tal
como el conocimiento dice que es-aunque no hubiese conocimiento. Es lo que
queremos decir cuando decimos que conocemos algo tal como en sí y en realidad
es. Ése-es el concepto verdadero de-objeto para el caso del conocimiento
verdadero.
Pues bien,
conforme a la Fenomenología del espíritu de Hegel, la conciencia cognoscente
hace sistemáticamente la experiencia de que el objeto no se corresponde con su
concepto, no simplemente de que se haya equivocado respecto de algún: punto del
objeto que, pese a ello, quedase intacto en su estructura de objeto, sino. que
la conciencia hace sistemáticamente la experiencia de que.la estructura de
objeto que había supuesto.queda refutada por la experiencia que la. conciencia
hace del objeto. Y:queda refutada: porque lo que se suponía.como estructura de
objeto no resultaba ser sino sujeto, o era una estructura de objeto distinta de
la supuesta; y como resultado de esa experiencia, la correspondiente:
estructura .de- objeto y la de sujeto se mudan, cambian. Y es así, por está extraña
y abstracta vía, por la que lo que empieza planteándose como una teoría del conocimiento
se convierte finalmente en una historia entendida, en una historia conceptual
del desenvolvimiento: del espíritu humano en lo que se refiere a su relación con
la verdad. Y para Hegel sucede. que el fenomenólogo no necesita propiamente
traer-nada de fuera, sino que le-basta con limitarse a. observar lo que le
resulta a la conciencia en relación con su objeto.
El limitarse
a mirar; el añadido; Hegel y «nosotros»
Propiamente,
la Fenomenología del espíritu no tiene método, dice Kojeve repitiendo a su.
modo lo que el propio Hegel dice en la Introducción a la Fenomenología del
espíritu. Ésta es al menos la pretensión de Hegel. Hegel: y el lector,
«nosotros» como dice Hegel—, nos limitamos a observar, a mirar el movimiento de
cómo queda desmentida la estructura de objeto. que la conciencia supone y cómo
con ello cambia la correspondiente estructura de sujeto. Pero-tal pretensión de
Hegel hay que tomársela cum grano salis. Vamos. A señalar varios aspectos de
ella.
a) Cuando
Hegel dice «nosotros», ese «nosotros» está muy lejos de poder constituirse o
cuajar en un instante,. en un tris-tras. Por de pronto,. para entender.a Hegel,
para quedar incluidos en ese «nosotros», el lector tiene que entender el
lenguaje de Hegel. Y los problemas que ello conlleya-son ya de por sí razón suficiente
para recomendar lecturas de Hegel como la que se contiene en los textos
recogidos en el presente libro.de Alexandre Kojéve. Esta lectura no sólo sigue
impresionando, sino que tiene además un elemento de provocación que no es fácil
sacudirse, Y en la filosofía del siglo xx ha contribuido de forma muy
importante a la constitución de ese «nosotros» al que se refiére Hegel.
b) Pero
«nosotros» sí añadimos algo, o el fenomenólogo sí añade algo, dice Hegel. El
fenomenólogo se fija en la nueva estructura de objeto que le ha amanecido a la
conciencia cognoscente, aunque ella no sepa la proveniencia de esa estructura?.
Y lo que ocurre es que, entre los objetos sobre Jos que la conciencia esté
versando o haya podido versar, somos «nosotros» los que decidimos, o es el
fenomenólogo quien decide, cuál es precisamente la estructura de objeto que
conceptual o lógicamente se sigue de la crisis de la supuesta estructura de
objeto sobre la que la conciencia cognoscente o agente versaba antes y que se le
vino abajo. Pues, por más que la conciencia esté incluso muy lejos de
barruntarlo, aunque jamás se le hubiera podido pasar siquiera por la cabeza,
esa crisis y lo que lógicamente se sigue de esa crisis son la razón de que la
conciencia cognoscente, y agente esté versando sobre objetos de esa «nueva» y
distinta estructura de objeto.
Pero, aparte
de eso, la nueva estructura de objeto que el fenomenólogo selecciona puede
venirle sugerida a éste por la estructura de un objeto con el que, mediante lo
que semeja un juego de asociaciones, a veces vertiginoso, quedan en relación
otros objetos en lo que respecta a esa misma estructura. Esos objetos, o su
consideración o tematización, pueden estar separados entre sí por mundos y por
épocas enteras, si bien el fenomenólogo logra verlos en una sorprendente
proximidad o copertenencia e incluso como momentos o aspectos de lo mismo. Y
por este lado de asociaciones sorprendentes y aun vertiginosas, lo que Kojéve
llama en el último apéndice del presente libro «vínculos entre actitudes
existenciales» (que es lo que Hegel llama-en su libro Ubergánge, tránsitos o
transiciones) tiene en ocasiones un aspecto inverosímil, disparatado. Y, sin
embargo, aunque se trate ciertamente de saltos conceptuales inverosímiles, una
vez que Hegel nos: ha hecho ver esas conexiones conceptuales es difícil
quitárselas ya de encima y olvidarlas. Por ejemplo: el-lector.no tiene más
remedio que verse sorprendido cuando
la:comedia ática se convierte:en-la estructura de objeto que se“sigue de
la estructura: de objeto de la tragedia griega, y, lo que'es más llamativo.
aún, cuando'de la:estructura de objeto de la comedia ática se sigue
conceptualmente la“conciencia cristiana. -
c)
Inicialmente, Hegel pensó daria su libro. el título de Ciencia de. da experiencia:de-la:conciencia.
Y si la ciencia: de la experiencia de la conciencia consiste en los resultados
del limitarse.a mirar; está claro que ese mirar cobra una complejidad que no
parece obtenerse o seguirse simplemente de lo que se dice que se está viendo,
sino que se diría que ese mirar la lleva
ya de antemano consigo: Y también está claro, en lo que respecta a lo que el
fenomenólogo añade, que es en función de ello como ese mirar sabe muy bien qué
nueva estructura: de objeto está buscando, pues su encontrarla es empezar
bosquejando ya de entrada: una compleja e incluso inverosímil teoría de ella.
Ed
: Baste a
este respecto. con un solo ejemplo, En un momento del final del capítulo. II de
la Fenomenología: del espíritu, cuando, a partir de la experiencia «que la
conciencia hace con el objeto que es la fuerza física, a la conciencia le
despunta el objeto-que es ella misma, es decir; cuando en el. libro se describe
el tránsito de la conciencia (capítulos L Il y 10) a la autoconciencia
(capítulo IV), Hegel comenta sobre la diferencia en que consiste la conciencia
de sí, una” diferencia que en definitiva no. es ninguna, lo sp: : ,
“Este captar
o aprehender la diferencia el como ella es en verdad, o esté captar o
aprehender la infinitud: como tal, es para nosotros, o en sí. La exposición del
concepto de esa-infinitud pertenece a la ciencia, Pero la conciencia, tal como
ella lo tiene aquí inmediatamente, vuelve a aparecer como-una figura propia o nueva
de la conciencia (la autoconciencia), figura.que no reconoce la esencia de ella
en lo anterior, sino que tiene a eso
anterior [a la fuerza física] por algo completamente distinto.
Y lo
anterior en este capítulo III (titulado «Fuerza y entendimiento; fenómeno y
mundo suprasensible») había sido, por este orden, el concepto y realidad de lá
fuerza,:el juego de: las fuerzas, el fenómeno. y el noúmeno, el exterior-y:el
interior, y la tesis de que nada es.
sin-ser a la vez lo otro de sí, y ello absolutamente, y, por tanto, lo absoluto
no es sin ser lo absolutamente otro de sí. Es decir, la noción de
autoconciencia va de la mano de la diferencia implicada por la poción de
absoluto y ésta de la implicada por el concepto de fuerza: De modo que, por eso, estos [elementos]
disociados son en y para sí o
por sí, cada
uno un contrario de un otro, pero con ello ese otro queda ya dicho a la vez con
él, O lo que es lo mismo: no es el contrario de otro; sino lo contrario puro;
así pues, él es en él lo contrario de sí; o lo que es lo mismo: no es un
contrario sino puramente para sí, puro Ser igual así mismo que no contiene en
él ninguna diferencia, y así no es necesario preguntarnos acerca de cómo, ni
mucho menos es menester que la filosofía haya de atormentarse y considerar no
susceptible de respuesta la pregunta de cómo. de tal Ser procede la diferencia,
de cómo haya po, dido ésta salir de él (Fenomenología del Di cap. ID.
d) Y, sin
balas: la idea de Hegel de que el fenomenólogo se limita a mirar ofrece un
aspecto mucho menos inverosímil si reparamos sobre todo en el capítulo Y (que
habla de la razón científica y de la conciencia revolucionaria moderna) y en
las partes finales del capítulo VI (principalmente cuando. se habla de la
libertad absoluta y el terror y de la razón segura.de.sí misma), el capítulo
VII (el destino de la religión cristiana) y. el capítulo -VII (el
saber.absoluto). Pues vemos enseguida que el fenomenólogo se está limitando a
mirar el movimiento de la experiencia que la conciencia hace con su «objeto», a
mirar también la «crisis» de ese movimiento y aseñalar sin forzar nada las
cosas cuál es el nuevo «objeto» que a la conciencia le amanece, En esos capítulos,
«nosotros» nos hemos introducido en la ciencia natural moderna, en su
autocomprensión y en la autocomprensión de la tecnología que se basa en ella;
nos hemos introducido en el cálculo. diferencial moderno como principal
instrumento de la ciencia natural moderna; nos hemos introducido en los
principios y en la-autocomprensión de las revoluciones burguesas de-fines del
siglo XVIII; nos hemos introducido enla economía política como-ciencia
específicamente moderna; nos hemos introducido en las tradiciones filosóficas
racionalista y empirista moderna, y en toda la Ilustración francesa;nos hemos
introducido muy de lleno en la filosofía de Kant como comprensión general
determinante que en esa encrucijada la conciencia se hace de su objeto; y
nos-hemos introducido en la teología cristiana protestante y católica moderna-y
contemporánea, entre otras materias, En realidad, «nosotros» nohemos puesto
nada ni hemos necesitado poner nada, sino una inteligente y muy bien informada
forma. de-mirar..Todos los conceptos los hemos extraído del-concepto mismo, o
de los conceptos mismos que la conciencia se hacía de su objeta y. de la
forma-en que esos conceptos cambiaban en el curso de esa experiencia-con el
objeto. Incluso para hacernos concepto de la libertad moderna y hacernos cargo
del alcance de este concepto no hemos recurrido sino a la dialéctica
trascendental de la Crítica de la razón pura de Kant, y, siguiendo la
sugerencia del propio Kant de recurrir a Platón, hemos recurrido a la doctrina
del ser que Platón expone en los diálogos Parménides y El sofista. ;
Volviendo al
presente libro de Kojéve
El presente
libro contiene las notas y a veces el contenido íntegro de algunas de las
sesiones de los cursos impartidos por Kojéve entre 1933 y 1939 en la École
Pratique des Hautes Études de París, con el título de La filosofía religiosa de
Hegel.
Eso quiere
decir que aquello sobre lo que estos cursos propiamente versan es sobre el
contenido del capítulo VII de la Fenomenología del espíritu, o, más
exactamente, sobre los temas de las partes finales de los capítulos VI, VII y
VII, que son partes que se solapan. En la nota del editor con la que se abre el
presente libro, Raymond Queneau dice que esta «filosofía religiosa» de Hegel
«era en realidad una lectura comentada de la Fenomenología del espíritu», de
modo que lo que el libro contiene son las notas de Kojéve y el téxto completo
de algunas sesiones, Pero aunque, efectivamente, a lo largo del libro se dice
expresamente alguna que otra vez que lo que se está haciendo es un: «comentario
literal» de la Fenomenología del espíritu, prefiero tomarme a la letra el
título que Kojeve dio a sus cursos y entender que los materiales contenidos en
el presente libro no son sin más una lectura y un comentario de la
Fenomenología del espíritu de Hegel en conjunto, sino muy principalmente un
comentario” del capítulo VIT («La religión») y de todo lo que se relaciona
expresamente con él.
Añade el
editor que, para la publicación, esas notas han sido «revisadas por el señor
Kojéve, a quien sus actuales ocupaciones no le han permitido escribir la
Introducción a la lectura de Hegel que esperábamos de él». Pese a lo cual, el
presente libro tiene por título Introducción a la lectura de Hegel. El libro
fue publicado por primera vez en 1947. Kojéve añade en la segunda edición
(1962) una importante nota crítica acerca de uno de sus temas fundamentales, el
de «la desaparición del hombre al final de la historia» (p. 489), todo lo cual
revela, según me parece, una extraña reacción —si no un cierto distanciamiento—
del propio Kojéve respecto del material producido durante esos cursos y
recogido en el presente libro. Entrarido ya en el contenido concreto de este
libro, vemos que «A modo de introducción», y como una especie de prefacio
general, el libro da comienzo con una traducción glosada y comentada de buena
parte de a primera sección del capítulo IV («Autoconciencia») de la Fenomenología
del espíritu, que es la «dialéctica del amo y del esclavo», Ya de entrada,
pues, esa primera parte del capítulo IV se convierte en fundamental en este
libro de Kojéve. Y me parece que la razón de ello no es trivial. Entenderla
puede contribuir también a entender la importancia que este libro sigue
teniendo. Pero voy a repasar antes el contenido de los distintos cursos.
1. En el
primero de los cursos, el de 1933-1934, se pasan casi completamente por alto
los capítulos 1, II y III de la Fenomenología del espíritu. A Kojéve no parecen
interesarle demasiado. Ya por eso cabe pensar que este libro, tal como se
presenta, no quiere ser un comentario de la Fenomenología del espíritu en
conjunto. En este curso, el comentario se dirige casi inmediatamente de nuevo
al capítulo IV, Al capítulo III se hace ciertamente alguna alusión al final de
ese curso, pues la parte final de ese capítulo, como hemos visto más arriba,
guarda también alguna relación con la filosofía religiosa de Hegel, ya que en
él se introduce la noción de absoluto, pero Kojéve no entra en él ni lo
comenta. Como segundo apéndice del libro se recoge con el título de «La idea de
la muerte en la filosofía de Hegel» el texto íntegro de dos sesiones de ese
curso de 1933-1934, Se trata de un texto que, a diferencia del recogido al
principio «A modo de introducción», ya no es una traducción glosada, sino una
magnífica interpretación de la primera parte del capítulo IV de la
Fenomenología del espíritu. A ese texto el editor le hace preceder como primer
apéndice otro largo texto que lleva por título «La dialéctica de lo real y el
método fenomenológico en Hegel» y que es el texto íntegro de las sesiones sexta
a novena del curso siguiente, del curso de 1934-1935. Ese texto puede muy bien
entenderse como constituyendo la sólida base de todo lo que Kojéve había dicho
en las dos sesiones del curso de 1933-1934 sobre la idea de la muerte en la
Fenomenología del espíritu, si bien se trata de consideraciones que no siempre
están específicamente ligadas a la Fenomenología del espíritu, sino a la
filosofía de Hegel en general. Finalmente, como tercer apéndice del libro se
recoge un brevísimo texto sobre la «Estructura de la Fenomenología del
espíritu», con el que termina el libro y al que ya hemos hecho referencia más
arriba.
2. El curso
de 1934-1935 está dedicado a la segunda parte del capítulo IV de la
Fenomenología del espíritu, que lleva por título «La libertad de la
autoconciencia», y que Hegel concluye con la introducción de la figura de la
«conciencia desgraciada», de la conciencia religiosa, de la conciencia
judeo-cristiana en la interpretación de Kojéve. El comentario está hecho en la
perspectiva de la primera parte de ese capítulo IV, es decir, en la perspectiva
de la dialéctica del amo y del esclavo, Kojéve no parece interesarse mucho ni
por la transición del capítulo II al 1V, ni tampoco por la transición entre las
partes primera y segunda del capítulo IV; ni tampoco por la transición del
capítulo IV al capítulo V, tal como Hegel las construye. Sobre este: último
tránsito, es decir, sobre el tránsito de la figura de la «conciencia
desgraciada» a la figura de la «razón observadora», dice Kojéve en las notas
finales de ese curso de 19341935 y en el «Resumen del curso 1934-1935»: : ,
Por: último, el Hombre cala «trascendencia», Pero no será él-quien la
comprenda; pues, para él, lo Trascendente no es el Hombre, es Dios. [,..].
Hegel se contenta con decir que —un buen día-— el Hombre se da cuenta de que su
Dios (imaginario) es, en realidad, él mismo: él se «reconoce» en Dios. De ahí
el final de su desgracia, De ahora en adelante es el Hombre-de- -la-Razón, se
ha vuelto «racional». [...] El Esclavo que busca su libertad viviendo en un
Mundo. dominado por el Amo se ve obligada a realizar una distinción, entre el
Yo empírico sometido y el Yo que supuestamente es o llegará a ser libre en el
más ailá, es decir, se ve . obligado a vivir en una actitud religiosa. Pero, en
realidad, el Yo trascendente es menos libre aún qué él Yo empírico servil, pues
'el Hombre religioso, con su alma inmortal, es Esclavo de Dios, del Amo
absoluto. [...] Para liberarse de esta desgracia, para alcanzar la
Satisfacción, es decir, la plenitud realizada de su 'ser, el Hombre debe, por
tanto, abandonar primero la idéa del más-allá. [::.] Y el Hombre termina por
comprenderlo. Y -al comprenderlo, el Hombre deja'de ser el Hombre de la
Conciencia-de sí, que tiene su culmine en la Conciencia desgraciada, y se
convierte en el Hombre: de la Razón (Vernunft), que, según Hegel; «no tiene de
religión» (pp. 108-109 y 114-117). : : '
Y, sin
embargo, la figura de la «conciencia desgraciada» retorna, según Hegel, en la
cumbre misma de la «razón observadora»; por así decirlo, la estructura de
objeto de la conciencia desgraciada no tiene, pues, por único. contenido la
conciencia religiosa. Kojéve lo-pasa por alto.
3. En el
curso de 1935-1936, Kojéve pasa rápidamente por la primera parte del capítulo
V,-dedicada a la «razón científica», y se centra sobre todo en las partes segunda. y
tercera, es decir, en las partes «prácticas» de ese capítulo, entendiendo lo
que Hegel describe en: ellas como actitudes del intelectual prerrevolucionario;
a las que interpreta de nuevo en la perspectiva de la dialéctica del amo y del
esclavo del capítulo IV. Y así como no parece interesarse mucho por la
transición del capítulo IV-al V, Kojeve tampoco parece interesarse por las
transiciones entre las tres. partes del capítulo V, tal como Hegel las
construye. Precisamente en el caso de este capítulo Y ello: hace que.las interpretaciones
de Kojéve resulten discutibles en ocasiones. En todo us en. el «Resumen del
curso 1935-1936» las glosa así: - Como continuación del comentario literal de
la Fenomenología del espíritu hemos estudiado: primero, el capítulo-V, titulado
«La Razón» (Vernunft) y dedicado a la descripción de las actitudes
existenciales del Intelectual «burgués», es decir, del Hombre que vive en un
Mundo cristiano, pero que se ha, vuelto
ateo; [...] Del mismo modo que el Cristiano religioso puede regocijarse en la
desgracia de su conciencia, el Cristiano
ateo puede contentarse con la” pura alegría (Freud) que la vida
intelectual le proporciona. Pero ninguno de los dos podrá alcanzar la
Satisfacción definitiva (pp. 152-154).
4. El curso
de 1936-1937 está dedicado a comentar:.el capítulo VI. En el comentario de este
capítulo, la idea más básica de todas es: La Revolución francesa es el
intento.de realizar en la tierra el ideal cristiano. [...] Esta ideología de la
Libertad absoluta es, así pues, el. «Cielo que «ha descendido-a la Tierra» con
el que la Razón «frustrada» soñaba. [...] La «realización de la Libertad
absoluta se hace por medio de una lucha entre Facciones..Es ahí donde el
Esclavo (o el Burgués exEsclavo) por fin se libera, pues es ahí donde está para
él la Kampf, la sangrienta Lucha por el reconocimiento, que le era necesaria
para integrar en su ser el elemento de
la Dominación, de la Libertad. [...] El Hombre toma conciencia mediante
-el Terror de lo que realmente es: nada. [:..] Sólo tras esta experiencia se
vuelve el Hombre verdaderamente «racional» y quiere realizar una Sociedad
(Estado) en la: que la Libertad sea verdaderamente posible. Hasta ese momento «mismo (del Terror), el Hombre:(aún
Esclavo) separa todavía el alma del cuerpo, todavía es cristiano. Pero él
comprende mediante el Terror que querer realizar la Libertad abstracta
(«absoluta») significa que realizar su muerte; y comprende entonces que quiere
vivir, en cuerpo y alma, en este Mundo de aquí abajo, ya que éste es el único
que verdaderamente. le interesa y que podrá, satisfacerle. [...] Una vez más:
con el Terror termina la Esclavitud, la relación misma de Amo y Esclavo y, por
tanto, el Cristianismo. De ahora en adelante, el Hombre buscará la Befriedigung
sobre esta tierra y en el interior de un Estado (pp..185 y: 187-189). , Es
decit e es mala en el Terror donde se consuma para el hombre la experiencia
ilustrada de que Dios, el más-allá, el Amo absoluto, la muerte y la libertad
absoluta, son una y la misma cosa: la banalidad del vacío. en que consiste.
Reclamando incondicionalmente su derecho de libertad, el hombre.se vuelve al
más-acá y se da por satisfecho con él. Este
hombre,
sabiéndose él la trascendencia, es el Dios revelado.
Y así
llegamos al final: «La subdivisión C.del capítulo VI trata del Estado
posrevolucionario, es decir, del Imperio napoleónico (1806). Estamo en el final
de la Historia. La dialéctica desemboca aquí en el advenimiento del propio
Hegel, o, más exactamente, en el de-la Fenomenología» (p. 190). La
Fenomenología del espíritu es la comprensión, el concepto, de esta «convulsión
real e ideal de la: realidad», es decir, del vuelco que significan la
Revolución francesa y Napoleón, precedido para Kojéve por el definitivo vuelco
que experimenta la conciencia religiosa, vuelco que hace que la «libertad
absoluta» vaya siempre de la mano de su posible inversión, del «mal radical.
Al descubrir
el orgullo como base y móvil de la existencia humana, la Religión cristiana
verá ahí el pecado fundamental del ser humano y se esforzará en suprimirlo; y
ella interpreta este orgullo como una vanidad vana. Así que mientras el Mundo
esté dominado por la Religión cristiana, el Hombre no conseguirá satisfacer su
orgullo mediante la realización en el Mundo del ideal de la Individualidad, que es, sin
embargo, el origen y el contenido
esencial del Cristianismo. Para realizar el Cristianismo mediante la
realización en el Mundo empírico del ideal antropológico de la Individualidad
hace falta, por tanto, suprimir la Religión y la Teología cristianas, es decir,
depurar la nueva antropología de los restos de la cosmología. y de la axiología
paganas del Amo, y liberar así al Esclavo de los restos de su Servidumbre.
[...] El Esclavo-cristiano [...] realiza este ideal al cometer — intencionada y
voluntariamente— el pecado cristiano del orgullo; gracias a eso el orgullo
queda suprimido (aufgehoben) en cuanto tal y, al dejar de ser una vanidad vana,
se mantiene en su verdad (Wabrheit) o realidad-esencial revelada (pp. 202-203).
Pues el
orgulio no suprimido y superado después de la comisión a sabiendas y voluntaria
del pecado del orgullo es el mal radical.
5. El curso
de 1937-1938 está dedicado a hacer primero un «Resumen de los seis primeros
capítulos de la Fenomenología del espíritu». Pero ese resumen consiste en una
articulación de las ideas que acabo de referir, hecha otra vez desde la perspectiva
de la dialéctica del amo y del esclavo del capítulo IV. Una vez más, Kojéve no
parece muy interesado ni en los primeros capítulos del libro ni tampoco en las
transiciones entre los distintos capítulos y entre las distintas figuras dentro
de los capítulos, tal como las construye el propio Hegel. A ese resumen sigue,
en este mismo curso de 1937-1938, el texto íntegro de las magníficas lecciones
cuarta y quinta de ese curso, a modo de introducción al comentario del capítulo
VII («La religión»). .
6: Y;
finalmente, el presente libro incluye el texto íntegro de las once sesiones del
curso de 1938-1939, dedicadas al capítulo VII y últi mo de la Fenomenología,
del espíritu («El saber absoluto»), que a mi juicio constituye su parte más
importante,
En resumen,
tal como lo aconseja el editor, el lector, a fin de no petderse en esta
diversidad de materiales, habría de empezar leyendo primero la glosa de la
primera sección del capítulo V de la Fenomenología del espíritu, con la que el
presente libro empieza «A modo de introducción», Habría de leer después el
«Resumen de los seis primeros capítulos de la Fenomenología del espíritu» que
se hace al principio del curso de 1937-1938, Habría de pasar después a leer los
tres apéndices (empezando quizá por el segundo) que complementan la glosa
inicial que, a modo de introducción, se hace de la primera parte del capítulo
IV, y el resumen del curso de 1936-1937, Después habría de pasar a leer las
sesiones introductorias al comentario del capítulo VII. Y finalmente habría de
pasar a leer lo que me parece que es lo mejor del presente libro, el texto
íntegro de las clases de Kojéve sobre el capítulo VIII («El saber absoluto»).
El resto de los materiales son notas con las que acompañar una lectura directa
del texto de Hegel.
Algo más que
un comentario
Como he
dicho, el desinterés de Kojéve por buena parte del conjunto de lo que es la
textura y articulación concretas que Hegel da a la Fenomenología del espíritu
no permiten entender sin más el presente libro como un comentario a la
Fenomenología .del espíritu en conjunto. Pero ¿por qué no habría de ser en
definitiva un comentario, por fragmentario que pueda ser? Pues el libro tiene
por centro los temas decisivos de los capítulos VI, VI y VIII, entendidos,
desde luego, desde la perspectiva de la dialéctica del amo y del esclavo del
capítulo IV, la cual cobra así una posición tan destacada que deja en la sombra
a todos los demás temas de la Fenomenología del espíritu, con la excepción del
de la libertad absoluta y el terror, el Dios revelado y el saber absoluto. Y a
estos temas no los deja en la sombra, porque precisamente el venir
interpretados desde esa dialéctica les da un particular realce, brillo, e
incluso un cierto carácter provocador.
Y, sin
embargo, en el capítulo VI de la Fenomenología del espíritu, donde Hegel da un
repaso general a lo que han sido los pasos principales y aun decisivos del
libro en lo que respecta a aquello de lo que en el libro se trata, la
dialéctica del amo y del esclavo ni siquiera es mencionada. En ese resumen del
capítulo VIII, Hegel empieza haciendo referencia a la figura de la «conciencia
desgraciada», que es una de las que en el final de la Historia. La dialéctica
desemboca aquí en el advenimiento del propio Hegel, o, más exactamente, en el
de la Fenomenología» (p. 190). La Fenomenología del espíritu es la comprensión,
el concepto, de esta «convulsión real e ideal de la realidad», es decir, del
vuelco que significan la Revolución francesa y Napoleón, precedido para Kojéve
por el definitivo vuelco que experimenta la conciencia religiosa, vuelco que
hace que la «libertad absoluta» vaya siempre de la mano de su posible
inversión, del «mal radical»:
Al descubrir
el orgullo como base y móvil de la existencia humana, la Religión cristiana
verá ahí el pecado fundamental del ser humano y se esforzará en suprimirlo; y
ella interpreta este orgullo como una vanidad vana. Así que mientras el Mundo
esté dominado por la Religión cristiana, el Hombre no conseguirá satisfacer su
orgullo mediante la realización en el Mundo del ideal de la Individualidad, que
es, sin embargo, el origen y el contenido esencial del Cristianismo. Para
realizar el Cristianismo mediante la realización en el Mundo empírico del ideal
antropológico de la Individualidad hace falta, por tanto, suprimir la Religión
y la Teología cristianas, es decir, depurar la nueva antropología de los restos
de la cosmología y de la axiología paganas del Amo, y liberar así al Esclavo de
los restos de su Servidumbre. [...] El Esclavo cristiano [...] realiza este
ideal al cometer —intencionada y voluntariamente— el pecado cristiano del
orgullo; gracias a eso el orgullo queda suprimido (aufgeboben) en cuanto tal y,
al dejar de ser una vanidad vana, se mantiene en su verdad (Wahrheit) o
realidad-esencial revelada (pp. 202-203).
Pues el
orgullo no suprimido y superado después de la comisión a sabiendas y voluntaria
del pecado del orgullo es el mal radical.
Pero esta
cuestión de si lo que contiene el presente libro es o no una interpretación
—desde luego controvertible— de la Fenomenología del espíritu en conjunto sería
una cuestión bizantina y sin interés (cualquier interpretación de la
Fenomenología del espíritu de Hegel habría de resultar parcial y
controvertible) si, como he dicho, el intento de responderla no nos obligara,
según me parece, a percatarnos de la específica y fundamental importancia que
el presente libro tuvo en la filosofía del siglo XX. La recepción de la
Fenomenología del espíritu por Alexandre Kojéve y Jean Hyppolite, es decir, el
comentario de la Fenomenología del espíritu de Hegel en francés por Kojéve y su
traducción y comentario en francés por Hyppolite, han sido uno de esos
acontecimientos en la filosofía del siglo xX cuyas consecuencias aún siguen
rodando y cuyos ecos estár muy lejos de haberse apagado, incluso en lo tocante
a detalles nimios. Pongo un ejemplo: el último curso que impartió Foucault en
el College de France, en 1984, lleva por título Le courage de la vérité, No
cabe duda de que Foucault le oyó esa frase por primera vez a Hyppolite, o la
leyó por primera vez en el presente libro:-es la primera frase de la segunda de
las dos citas de Hegel con las que Kojéve abre el presente libro. Y como es de
sobra sabido, la cuestión que movió inicialmente a Foucault como discípulo de
Jean Hyppolite fue la de qué clase de pensamiento filosófico podía ser aún
posible después del final que es el pensamiento de Hegel; una cuestión, por
tanto, enteramente determinada también por el comentario que hace Kojéve de la
Fenomenología del espíritu. El que los textos de filosofía francesa suelan
contener muy a menudo una apasionada crítica de Hegel (o incluso comiencen por
lo que tiene el aspecto de ser un radical rechazo de Hegel) ha dado lugar muy a
menudo a lo que me parece que es una inmensa confusión: la de suponer que esa
filosofía consiste en otra cosa que en una repetición (un traer otra vez de
vuelta, una Wiederholung) de
Hegel a
través de Kojeve e Hyppolite.
La
dialéctica del amo y del esclavo
Para
responder a la cuestión de cómo entender en conjunto los textos de Kojéve que
se recogen en el presente libro, lo mejor es recurrir muy sucintamente y, por
tanto, de forma sólo muy lejana y poco precisa, a los ingredientes de la
dialéctica del amo y del esclavo que Kojéve pone en el centro del presente
libro, y a esa transición del capítulo III al capítulo IV de la Fenomenología
del espíritu con la que Hegel introduce esa dialéctica; transición por la que
Kojéve no parece interesarse en ningún momento, sino que simplemente la pasa
por alto, al igual que otras transiciones importantes que estructuran el libro
de Hegel.
“Al
principio del capítulo IV, Hegel empieza diciendo que al final del capítulo III
hemos visto cómo la conciencia acaba teniéndose delante a sí misma como estando
por detrás del mundo fenoménico, es decir, cómo la conciencia acaba
reconociéndose a sí misma en ese más-allá de la diversidad y del color del
mundo fenoménico, en el interior o más-allá que sostiene a éste, Desde el
principio del capítulo IV la autoconciencia es, por tanto, el movimiento de
convertir en verdad, de hacer efectiva, la no autonomía del mundo fenoménico,
tal como éste acaba de revelarse a la conciencia; la autoconciencia es el
movimiento de hacer concordar el objeto con el concepto que la conciencia (en
la figura ya de autoconciencia) tiene que hacerse del objeto. La autoconciencia
es constitutivamente ese movimiento, la autoconciencia es esencialmente deseo.
Y éste es el punto de partida del presente libro de Kojéve, con omisión de todo
el contexto de esa transición hegeliana.
Pero a
renglón seguido añade Hegel que, puesto que el objeto del capítulo III se nos
ha revelado como conciencia, se nos ha revelado como vida. La vida es un
proceso de producción de formas que se reasumen otra vez en él y se extinguen,
asegurando así la repetición del proceso y constituyendo de ese modo la unidad
de la vida en conjunto. Esta unidad, dice Hegel, es el género (la vida, frente
a las especies). Pero en el movimiento de la vida misma esta unidad que es el
género no está para sí ahí como tal unidad simple, sino que en este resultado
la vida remite a algo distinto de ella misma, a saber: remite a la conciencia
para la que ella está ahí como esa unidad, es decir, como género. He aquí la
autoconciencia descubriéndose a sí misma, por así decirlo, Esta vida otra para
la que el género está ahí como tal y es ella misma ya para sí género, es forma
que abraza a todas las formas y que se tiene, por tanto, ella a sí misma por
contenido, es Yo = Yo, otro de sí que no puede ser sino él mismo, diferencia
que no es diferencia ninguna. La autoconciencia, por tanto, cuando se la mira
desde su lado de vida, es de entrada el movimiento de convertir en verdad y de
hacer efectivo el que en el otro de sí que es yo no puede haber sino yo. Y como
la autoconciencia es constitutivamente deseo, no puede ser por este lado sino deseo
que versa sobre deseo, un deseo que versa sobre otro deseo, Yo = Yo, yo como
otro que yo, como otro yo, que abarca cualquier otro yo; de modo que
cualquier su ser para sí, sólo se
convierte en objeto para la conciencia servil porque cancela la forma opuesta.
Pero precisamente esta forma negativa opuesta es el ser extraño ante el que la
conciencia se aterró. Pero ahora ella destruye esa forma opuesta y se pone en
el elemento de la permanencia. En el señor, el ser extraño le es a ella otro o
sólo es para ella, en el miedo el ser-para-sí es en ella misma; en el dar forma
el ser-para-sí se le convierte en el suyo propio para ella misma y amanece a la
conciencia el que ella misma es en-y-para-sí.
La
dialéctica del amo y del esclavo abre, pues, un proceso civilizatorio que se
cierra al quedar cancelada lo que en la dialéctica del amo y del esclavo le
amanece a la conciencia, es decir, al quedar cancelada la forma de la
objetualidad como extraña, es decir, al hacérsele efectivo a la conciencia que
lo absolutamente otro que el sujeto buscaba no es sino lo absolutamente otro de
él, que no es sino él, Tal cancelación es lo que se muestra al final de los
capítulos VI y VII y en el capítulo VII de la Fenomenología del espíritu. Esa
cancelación consiste en la libertad absoluta, cuando ésta se ha cobrado la
forma de conciencia segura de sí misma.
Ahora bien,
para ello no es suficiente con el trabajo, no basta con la dialéctica del amo y
el esclavo. Es menester también la «razón observadora», es decir, la ciencia y
la tecnología. Pero tampoco basta con la ciencia y la tecnología, sino que es
menester que, sobre todo ello y aún más, la comedia de la libertad acabe
revelándose como tragedia de lo absoluto (si es que viene aquí a cuento apelar
a estas figuras del capítulo VII). Por eso, sobre el trasfondo de la dialéctica
del amo y del esclavo, la figura de la «conciencia desgraciada» cobra en la
Fenomenología del espíritu una relevancia no reductible a aquella dialéctica,
sino que más bien se muestra sosteniendo al trabajo moderno y a la ciencia
moderna, a la conciencia fáustica moderna y a la conciencia utópica y
revolucionaria moderna. En la dialéctica del amo y del esclavo está muy lejos
de consumarse para la conciencia aquello que en esa dialéctica le amanece, a
saber: que ella misma es en absoluto en-y-para-sí. Ya la transición de la parte
primera a la parte segunda del capítulo IV, tal como Hegel la construye y que
Kojéve vuelve a ignorar, tiene que ver precisamente con esa cuestión.
La
importancia del presente libro
Ante todo, a
mí me parece que Kojéye, para poner como centro de sus comentarios la
dialéctica del amo y el esclavo, restringe la amplitud y el alcance que Hegel
da a esta última tesis suya de la supresión de la forma de la objetualidad.
Kojéve simplemente no se cree ese alcance y amplitud (nadie propiamente se los
cree) y, por tanto, descuida todas las transiciones que tienen que ver con
ella; y no es sólo que las descuide, sino que más bien las ignora por completo.
Así se entiende que Kojéve ignore el capítulo III de la Fenomenología del
espíritu, Para Kojéve, la Fenomenología del espíritu es una fenomenología de la
existencia humana o histórica, y esa existencia no tiene el alcance que el
capítulo III presta a la experiencia de la conciencia. Kojéve excluye de su
consideración todo lo que, siquiera remotamente, tenga que ver con el alcance
que, a propósito del objeto de las ciencias modernas de la naturaleza, Hegel da
en ese capítulo a la experiencia de la conciencia. Eso por un lado, "Pero,
por otro lado, Kojéve tiene a la vista casi todo el panorama de la filosofía
del siglo xx, tal como éste se gesta en el primer tercio del siglo xx antes de
la catástrofe de civilización de los años treinta y cuarenta, Kojéve mira, por
un lado, a Nietzsche y a su idea del final del hombre y del último hombre, que
no mucho más tarde quedaría puesta en conexión con la lingúíistica estructural
y la antropología estructural, y que a partir de ahí ejercería una profunda
influencia en la filosofía del siglo XX. Es el tema, central en Kojéve, del
«final del hombre y el final de la historia». Kojéve mira, por otro lado, a
todo lo que representa Freud y el psicoanálisis, que muy bien puede ponerse
enseguida en relación con lo anterior, por más que represente otra cosa, Se
trata aquí de la existencia humana como deseo y como deseo que versa sobre otro
deseo. Kojéve considera asimismo, y muy principalmente, toda la tradición de
teoría revolucionaria o teoría crítica proveniente de Marx, basada en la
tradición de la economía política clásica. Esa tradición de teoría revolucionaria
o teoría crítica se centra en la idea de trabajo y de autoproducción humana por
el trabajo y de liberación por el trabajo. Por lo demás, es evidente la
relevancia que en La filosofía religiosa de Hegel que fueron estos cursos de
Kojéve cobra la crítica de la religión de Marx y de la izquierda hegeliana en
general,
Kojéve mira
a la vez a la tradición de pensamiento fenomenológico que había iniciado
Husserl, que a fines de los años veinte del siglo xx alcanza la cumbre que es
Ser y tiempo de Heidegger, donde, en lo que respecta a la existencia humana,
queda radicalmente «finitizada» e historificada la idea de infinitud de Hegel.
El ser y la nada de Sartre, muy dependiente de Kojéve, es quizá una expresión
muy exacta de la idea que Kojéve se hacía de ello. Y, asimisnio, Kojeve ve
genialmente anticipado y ejemplarmente consumado en Hegel todo lo que podía ser
el alcance del método fenomenológico, conforme a la idea que de éste expone
Heidegger cuando desarrolla en la introducción de Ser y tiempo la noción de
fenómeno que subyace a la Fenomenología o que habría de subyacerle.
Y entonces
en Hegel está comprendida toda la filosofía
antes y después de él ¿Por qué?
Porque Hegel
da cuenta del descubrimiento del Espíritu.
Lo que devine
después es la inversión del espíritu en voluntad.
Lo que hace
que el espíritu se conozca así mismo pero ya en Hegel el espíritu es deseo y el
deseo es razón y como tal todo esto es la nada de Dios.
Así que toda
la filosofía posterior es solo un intento por comprender la experiencia de la
conciencia, pero el grave problema de la experiencia de la conciencia en Hegel es que no vuelve a la nada sino que se
objetiva en el sujeto, así como el
problema de Marx es tratar de objetivar este proceso como un proceso de la
materia.
La fenomenología
es una noumenologia en tanto parta de la nada y vuelva a ella, y es en ella que
es reflejo de Dios, no quedando este reflejo condensado en el sujeto, ni en ningún
objeto o sistema o en la voluntad y el anti sistema sino en la otredad radical
de Dios que es el logos y como tal capaz de atravesar todo ciclo de lo sagrado
como todo bucle de lo profano.
Más los que
descubrieron la nada fueron los yogui y
ellos no se les ocurrió felizmente condensarlo en el sujeto u objeto o en la
voluntad ni siquiera en la nada misma por esto es tan importante volver a ellos
si queremos redibujar lo humano llegando al culmine de todo esto en el nirvana
budista.
El verdadero horror de la existencia
no es el miedo a la muerte, sino el miedo a la vida. Es el miedo a despertar
cada día para enfrentar las mismas luchas, las mismas decepciones, el mismo
dolor. Es el miedo a que nada cambie jamás, que estés atrapado en un ciclo de
sufrimiento del que no puedes escapar. Y en ese miedo, hay una desesperación,
un anhelo de algo, cualquier cosa, para romper la monotonía, para darle sentido
a la repetición infinita de días.
Albert Camus,
el otoño.
2 comentarios:
Iñaki Marieta
No hay nada que restituir. Eso es el sueño de un visionario. Problemas epistemologicos de raíz gnoseologica con alcance ontológico. El giro lingüístico no resuelve nada, simplemente nos hace más conscientes de nuestra finitud y de la paradoja que introduce la aspiración a lo absoluto. Las soluciones espiritualistas no tienen valor epistemico, las puramente epistemicas necesitan una exoespiritualidad que no puede ser fundamentada desde dentro de la episteme a la que se aplica. Y en medio de todo eso cada un@ de nosotr@s en el tiempo limitado de vida que nos es dado. Salud.
1 h
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Christian Franco Rodriguez
Iñaki Marieta Lo comprendo, Más con el giro linguistico somos conscientes del mundo de las sombras, en el se hace imposible la completud el código ya sea epistémico verdad-falsedad, ontológico ser -no ser, o moral bondad maldad, no nos permitirá extinguirnos de este mundo.
Mauricio Benavides
Osea que el le guaje es el obstáculo?
49 min
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Christian Franco Rodriguez
Mauricio Benavides Al buda los dioses le lanzaron muchas sombrillas para que se cobijara del sol, el buda no quiso ser desagradecido y deshonrar a ningún Dios, así que se multiplico en muchos budas ya si ningún Dios quedo desairado ¿Pero donde estaba el verdadero buda? En cada una de las sombrillas y en ninguna.
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