sábado, 4 de marzo de 2023

Orfeo toca su lira

 

·         Orfeo toca su lira y todo en mí se desgarra este es el logos originario que buscaba Heidegger

 Y por fin el ser y el devenir son lo mismo:

 

En su conocido estudio sobre Heráclito, Jean Brun (Héraclite, ou le philosophe de l’éternel retour, París: Seghers, 1969, p. 13) afirmaba que:

es quizás Heidegger quien mejor ha sabido darle una nueva actualidad al filósofo de Éfeso, a quien con frecuencia aproxima a Parménides. Heidegger ve en Heráclito a aquel que, después de Anaximandro, ha formulado el verdadero problema: el de la relación que hay entre el ser y los existentes en una filosofía para la que el ser está dado como lo que se muestra y se oculta, mientras que los existentes permanecen en el error y en la errancia porque participan del ser sin poseerlo.


Por su parte, en su artículo sobre el logos de Heráclito (“Logos (Heráclito, fragmento 50)”, trad. de Eustaquio Barjau, en: Heidegger, Martin, Conferencias y artículos, Barcelona: Serbal, 1994, pp. 179-199) observaba Heidegger que:

La sentencia de Heráclito parece comprensible desde todos los puntos de vista. Sin embargo, aquí todo sigue siendo cuestionable. Lo más cuestionable de todo es lo más evidente, a saber, nuestra presuposición de que, para nosotros, los que hemos venido después, para la inteligencia de la que nos servimos todos los días, lo que Heráclito dice tiene, de un modo inmediato, que resultar evidente. Es esto una exigencia que, presumiblemente, no se ha cumplido ni siquiera para los contemporáneos de Heráclito, como tampoco se ha cumplido para sus compañeros de viaje.

En efecto, el logos de Heráclito se deja oír no en su claridad, sino más propiamente en su oscuridad, en ese ocultamiento de su decir fundamental que se pierde cuando se le pretende evidente. Heidegger se interesó en el logos heraclíteo no por sí mismo, sino en el marco de su proyecto de reconocimiento del olvido del ser en la historia de la filosofía occidental. Ese interés, que se deja rastrear en diversos textos, se centró en su interpretación del logos como “reunión” (Sammlung); esto es, como armonía de los opuestos y, de modo particular, de la distinción entre el ser y lo ente. No resulta extraño por ello que aparezca Heráclito mencionado también en el último capítulo (“La delimitación del ser”) de su Introducción a la metafísica (Barcelona: Gedisa, 1998), en la que Heidegger cuestionaba la común oposición entre Heráclito y Parménides, sosteniendo en cambio que “Heráclito —a quien, en abierta oposición con Parménides, se le atribuye la doctrina del devenir— dice, en verdad, lo mismo que aquél” (p. 135).

Además de los dos textos mencionados y del artículo “Alétheia (Heráclito, Fragmento 6)”, Friedrich-Wilhelm von Herrmann editó, estando todavía vivo Heidegger, su seminario del semestre de invierno de 1966/67, dedicado a Heráclito y co-dictado en Friburgo con Eugen Fink (Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, 1970, 266 p.). Este seminario está traducido al castellano por J. Muñoz y S. Mas (Barcelona: Ariel, 1986, 215 p.). Por otro lado, dentro del plan de la Gesamtausgabe, se publicaron después los cursos sobre Heráclito correspondientes a los semestres de verano de 1943/44 (Heraklit. 1. Der Anfang des abendländischen Denkens (1943) / 2. Logik. Heraklits Lehre vom Logos (1944), Bd. 55, Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, 1979, 418 p.). Son estos últimos los seminarios sobre Heráclito que no habían sido traducidos al castellano y que ahora ha traducido Carlos Másmela dentro del proyecto de la Biblioteca Internacional Martin Heidegger, asociada en esta ocasión con la editorial El hilo de Ariadna.

En estos dos seminarios se observa cómo Heráclito es, para Heidegger, el pensador del logos originario que pronto fue olvidado por la tradición de la metafísica occidental. En ese sentido, Heráclito es un maestro que, al enunciar una verdad (des-velamiento, a-letheia) que ama ocultarse, nos devuelve a ese pensar originario propio de la existencia auténtica.

Título: HERÁCLITO
Autor: MARTIN HEIDEGGER
Formato: 22 x 16 cms.
Páginas: 456
Editorial: El hilo de Ariadna; Biblioteca Internacional Martin Heidegger
Ciudad: Buenos Aires
Año: 2012
Traducción: Carlos Másmela
ISBN: 978-987-23546-4-0

Reseña editorial:
Heráclito incluye dos seminarios dictados en la Universidad de Friburgo: “El inicio del pensar occidental (Heráclito)”, del semestre de verano de 1943, y “Lógica. La doctrina de Heráclito del Lógos”, del semestre de verano de 1944.

En el primero, Heidegger parte de la figura de Heráclito como filósofo “oscuro” para rebatir las interpretaciones tradicionales de su pensamiento y hacer surgir una reflexión que no desatienda aquella verdad inicial que sólo se revela al ocultarse. Sobre la base de un reordenamiento propio de los fragmentos transmitidos, Heidegger analiza de modo inmanente las relaciones que establecen conceptos fundamentales del pensar griego como ser, ente, naturaleza y verdad, a la vez que expone los límites y los desvaríos del pensamiento metafísico cada vez que éste se ha confrontado con el pensar inicial.

En el segundo, Heidegger desarticula la tríada científica griega (lógica, física y ética) para mostrar cómo en la equiparación de lógica y pensamiento se ha fundado el destino de Occidente. El cuestionamiento de la metafísica (en cuanto vía que impide escuchar el Lógos originario) alcanza aquí su mayor potencia, al mismo tiempo que se despliegan en toda su multiplicidad los diferentes caminos que pueden conducir al hombre, en cuanto resguardador del ser, a la esencia inicial del Lógos.

 

Así podemos poner a Heráclito y Parménides frente a frente, en santa comprensión

 

Los filósofos de la antigua Grecia Heráclito y Parménides son dos referencias de la historia del pensamiento. Ambos retomaron críticamente la investigación de los filósofos de Mileto con el objetivo de explicar en qué consiste el ser de la naturaleza (physis) y plantearon la gran pregunta: ¿cómo conocer un mundo que, aparentemente, no cesa de cambiar?

Por Carlos Javier González Serrano, filósofo

A lo largo de muchos siglos la existencia de los seres humanos fue guiada por la fuerza del mito. Al contrario de lo que suele pensarse, este no pretende ser una mera invención fantástica, sino la completa revelación del sentido esencial y total del mundo. En griego clásico, el vocablo mythos hacer referencia a un amplio abanico de significaciones (palabra, sentencia, anuncio). Solo de manera derivada y más tardía adquiere el sentido que se le da en la actualidad: leyenda, fábula o –finalmente– mito.

Por primera vez en la historia, los pensadores griegos más antiguos se atreven a abandonar la existencia guiada por la tradición mítica (asociada a la religión arcaica) y comienza de este modo a plantearse la cuestión de un saber innegable, no sujeto a condiciones, una suerte de saber definitivo, incontrovertible y necesario. Los primeros pensadores denominaron a este saber con diferentes palabras: sophía (sabiduría), lógos (razón), aletheia (verdad) o episteme (ciencia).

«Hay que decir y pensar que el Ser existe. A él es a quien corresponde la existencia». Parménides

El problema que se impone y que compromete a toda la filosofía griega tras Parménides y Heráclito –que desembocará en Platón y Aristóteles como su máxima expresión– se centra en la búsqueda de las condiciones que impidan la autodestrucción de la verdad y, en última instancia, permitan la conciliación de la razón frente a la multiplicidad que representa la experiencia. ¿Cómo conocer un mundo que, aparentemente, no cesa de cambiar?

¿En qué consiste la existencia?

Heráclito

Pone su atención sobre el carácter asombroso de la realidad en lo que a su diversidad se refiere. El fluir continuo de todo lo concreto y el cambio constante son condiciones fundamentales de la experiencia sensible humana. Ahora bien, esta aparente discordancia que se da incansablemente trae a la vez un principio de concordancia y unidad entre todo lo existente. Como Heráclito asegura, «los hombres ignoran que lo divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira». Sin esta dialéctica, imposible para Parménides desde un punto de vista ontológico, las cosas acabarían por corromperse. La valía del filósofo estriba en su capacidad para averiguar el principio del devenir de la realidad, que no puede dejar de pensarse como oposición de contrarios.

«Entramos y no entramos en los mismos ríos; somos y no somos». Heráclito

Parménides

Es conocido por ser el defensor de la unidad de lo real. Pero ¿dónde y cómo encuentra Parménides esta unidad de lo real? Si bien los filósofos anteriores habían dado por sentada la realidad de las cosas, Parménides da un paso atrás y se sorprende, precisamente, del hecho de que haya cosas: pero ¿qué es, en definitiva, eso que existe? Para el pensador, lo común a la existencia es su persistencia en el Ser. Cuanto existe no ha podido surgir del No-Ser, de la nada, puesto que de ella nada se crea. No hay, pues, posibilidad para el devenir: hay ser porque no es posible el No-Ser, «lo que hay» y «ser» son, por tanto, sinónimos.

Heráclito

Heráclito, un comentario filosófico, de Juan Antonio Negrete (Apeirón).Heráclito. Un comentario filosófico, de Juan Antonio Negrete (Apeirón).

Aparentemente en las antípodas del pensamiento de Parménides encontramos a Heráclito de Éfeso, cuyo apogeo se sitúa entre los años 504 y 503 a. C. El carácter fragmentario de sus dictados (que le ha servido para pasar a la historia de la filosofía bajo el apelativo de «El oscuro») ha permitido diversas interpretaciones de su filosofía, pero lo que sí es cierto es que ningún pensador heleno posterior ha dejado de referirse a él. Nadie duda, además, de su gran importancia e influencia en el ulterior desarrollo de la historia de las ideas. Crítico con Homero y Hesíodo, Heráclito «se presenta como un educador iluminista –explica el filósofo argentino Luis Farre–, consciente de lo que puede representar para la liberación del espíritu una adhesión demasiado simpática a las enseñanzas de los mitólogos».

El devenir del ser

Heráclito

¿Cómo puede uno ponerse a salvo de aquello que jamás desaparece?, se pregunta Heráclito al respecto del constante devenir. Y contestará: de nosotros depende enteramente desplegar la razón (lógos) en un camino arduo y abnegado que permita desenterrar la estructura racional de la naturaleza. En un debate que recogerán Platón y Aristóteles, Heráclito hace explícita la contraposición entre el conocimiento de la verdad que subyace a la aparente discordancia de los contrarios (filosofía) y la manera común de pensar de los seres humanos. Un pensamiento que conduce a nuestra tarea más propia –y siempre inacabada–: lograr la paz en la razón, aquella que es común a todos los hombres que están «despiertos» y no se ciñen a su propio mundo, pues «el pensar es común a todos» y «está en poder de todos los hombres conocerse a sí mismos y ser sensatos».

Parménides

El sentido del ser emerge en el contraste entre el ser y la nada. Parménides se remite a la oposición suprema, aquella en la que los opuestos nada tienen en común. La absoluta Nada, el absoluto No-Ser, no encuentra un lugar dentro de los límites del Todo, del Ser. Más allá del Todo nada existe, porque el Todo es el Ser, y más allá del Ser no hay nada. Nos topamos así con una llamativa negación del devenir. En el mismo momento en que el sentido del Ser sale a la luz, aparece a la vez a necesidad, la Verdad. Todo aquel que preste sus oídos generosamente a la Verdad, sabrá de modo inmediato que el Ser es y que además se hace imposible que no sea. Si nos atrevemos a decir del Ser que no es, se afirma a la vez con ello que el Ser es No-Ser: un absurdo que la misma Verdad prohíbe mencionar. La única vía «que afirma que el Ser es y el No-Ser no es, significa la vía de la persuasión, puesto que acompaña a la Verdad».

Para Heráclito, de nosotros depende desplegar la razón en un camino arduo que permita desenterrar la estructura racional de la naturaleza. Parménides dice que la Nada, el absoluto No-Ser, no encuentra un lugar dentro de los límites del Todo, del Ser

¿Cómo conocer la realidad?

Heráclito

Heráclito insiste de manera incesante en la multiplicidad. Una multiplicidad que, a pesar de todo, debe basarse en alguna ley: la realidad, al fin y al cabo, reclama una razón constitutiva última, pues «es siempre uno y lo mismo en nosotros, lo vivo y lo muerto, lo despierto y lo dormido, lo joven y lo anciano. Lo primero se transforma en lo segundo, y lo segundo en lo primero» . No hemos de dar importancia a los nombres que usamos para referirnos a las cosas, sino fijarnos más bien en la realidad como un todo.

Así contemplada, la naturaleza se resuelve finalmente en una armoniosa unidad en la que, sin embargo, aparecen una multiplicidad de tensiones opuestas: «La guerra es el padre y el rey de todas las cosas –escribía Heráclito–. A algunas ha convertido en dioses, a otras en hombres; a algunas ha esclavizado y a otras ha liberado». Aunque, finalmente, confiesa que «la naturaleza aprecia el ocultarse».

Parménides

El aparente devenir de la naturaleza (physis) solo responde a opiniones (doxa) desencaminadas de los humanos. Parménides asegura, abriendo un debate que Sartre recogerá siglos más tarde al hilo del problema de la libertad, que la existencia de lo múltiple o del devenir ha de ser negada, en tanto que implica la identificación del ser y de la nada. Es la engañosa opinión la que nos sugiere que todo se crea y desaparece, pero el Ser es increado, imperecedero, inmóvil e ilimitado. En frase célebre de Parménides, «todo está lleno de Ser». Las palabras «nacer» y «perecer» solo adquieren sentido en el lenguaje humano. Porque, se pregunta el filósofo de Elea, «¿cómo en el curso del tiempo podría ser destruido el Ser? ¿Cómo podría llegar a existir?». Y más allá: ¿cómo podríamos conocer una realidad que no cesa de devenir y, por tanto, de no-ser? Parménides abre así una auténtica puerta de acceso al nihilismo.

Parménides

Parménides, de César Aira (Literatura Random House)Parménides, de César Aira (Literatura Random House).

Apenas contamos con datos biográficos de este filósofo, excepto que era natural de Elea, al sur de Italia, y que en su juventud se mostraba seguidor de las doctrinas pitagóricas. Como explica el filósofo y profesor José Antonio Míguez, «Parménides –sujeto a múltiples influjos, y aún si cabe a los que provenían de la investigación milesia– representa históricamente el profundo cambio de mentalidad que se advierte en Grecia, y especialmente en las regiones itálicas, a comienzos del siglo V a. C.».

La filosofía presocrática anterior pasó por su criba, en un titánico esfuerzo por dilucidar las claves del conocimiento humano para así desentrañar los límites de la indagación racional. «Parménides es una prueba viva, irrefutable –prosigue míguez–, de la gran esperanza humana en el progreso intelectual, por las únicas vías de la razón y del ser, armónicamente elegidas por los griegos para dar fe de la unidad de lo real».

La naturaleza como guerra entre contrarios

Heráclito

Sin discordia ni tensión (o guerra) entre las cosas, estas no existirían como realidades experimentables: «Debemos saber que la guerra es común a todos y que la discordia es justicia y que todas las cosas se engendran en discordia y necesidad». Pero no solo eso; también encontramos en este contraste natural el principio del placer: «Es la enfermedad la que hace agradable la salud; el mal, el bien; el hambre, la saciedad; el cansancio, el descanso».

Parménides

Como filósofo de la suprema unidad, Parménides sostiene que la naturaleza no puede consistir en una oposición entre contrarios, pues el universo ha de ser necesariamente un continuo repleto de Ser. Somos nosotros, seres finitos, los que en nuestro afán por conocer el mundo imponemos límites a la inmutable y eterna realidad, que solo se diversifica aparentemente: el devenir es mera apariencia que niega la realidad del Ser. «Nada hay ni habrá –asegura Parménides– fuera del Ser, ya que el Destino lo encadenó en una totalidad inmóvil».

 

Y entonces el ser y el devenir  son irreconciliables en apariencia porque el logos originario es el ser , Cristo es el Padre y aunque el hombre intente olvidar que los contrarios son aparentes y que solo hay una unidad, el ser y el logos se integren  en El Espíritu Santo y el Espíritu Santo es amor y el amor es complementariedad neutra el tú y el yo desaparecen.

 

Ve entonces al logos originario siéntate a escuchar la lira de Orfeo  ¡Que dice! Es el dolor inmenso del logos que pierde a su iglesia a su otra mitad, porque volteaste a ver su apariencia y no conservaste la fe, la certeza de la unidad en el amor.

Más el logos se encarna y lo bioteje todo    y el sacara a tu amada del infierno  ¿Podrás confiar esta vez? Mira adentro el círculo de la violencia es aparente, no lo hagas real en ti, el otro no dejara de ser tú y tú no dejaras de ser el otro, no te afanes en amarlo simplemente no lo mates porque te estarías suicidando, cura tu herida y curaras la de ella, toma la sangre del cordero y toda cicatrizara.

 

¿Qué dice el logos originario ahora?

Lo que dijo siempre:

https://www.youtube.com/watch?v=GstoP51VFvQ     

 

https://www.facebook.com/jojo.kim.96558/videos/1088215622571945

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