Táu
Confucio pregunto cuál podría ser el peor error de un
guerrero
Sus discípulos contestaron varias cosas, falta de valor,
falta de lealtad, falta de estrategia
Pero Confucio negó con la cabeza
Hasta el mismo responder falta
de verdad cuando un guerrero miente algo en el universo y dentro de él se rompe.
CAPÍTULO X EL ANCIANO REY DRAGÓN TRANSGREDE LAS ÓRDENES DEL
CIELO. EL PRIMER MINISTRO WEI ENVÍA UNA CARTA A UN FUNCIONARIO DE LA MUERTE No
hablaremos, de momento, de Kwang-Jui en su nuevo puesto ni de la fuerte ascesis
a la que se entregó Hsüan-Tsang. Sí lo haremos, sin embargo, de dos dignísimas
personas, que habitaban a orillas del río Ching, a las afueras de la ciudad de
Chang-An. Uno era un pescador llamado Chang-Shao Jesed, y el otro, un leñador
conocido por el nombre de LiTing Gevuráh 1. A pesar de la aparente humildad de sus
oficios, ambos eran intelectuales sin titulación oficial, gentes de la montaña
que habían llegado a dominar la técnica de la lectura. Un día, después de haber
vendido el uno la leña que traía a la espalda y el otro las carpas que llevaba
en su cesta de pescador, coincidieron en una pequeña taberna de Chang-An y
bebieron hasta ponerse un poco alegres. Con una botella cada uno en la mano
siguieron con paso indeciso las orillas del río Ching, camino de casa. - Soy de
la opinión, hermano Li - dijo Chang-Shao -, que los que se esfuerzan por
conseguir la fama perderán su vida en tan loco empeño, los que se afanan por
obtener fortuna perecerán a causa de las riquezas, los que se empeñan en
amontonar títulos correrán los mismos riesgos que quien duerme abrazado a un
tigre, y los que luchan por recibir favores oficiales serán como quien camina
con serpientes dentro de las mangas. Cuando uno se detiene a pensar fríamente,
descubre que sus vidas no pueden compararse con la tranquila existencia que
llevamos nosotros en la altura azul de las montañas o junto a la serena pureza
de las aguas. Nosotros nos regocijamos en nuestra propia pobreza y pasamos los
días sin afanarnos por nuestro destino. - Hay mucho de verdad en lo que acabas
de decir, hermano Chang - replicó Li-Ting -. Pero la serena pureza de tus aguas
no puede compararse con la altura azul de mis montañas. - Es al revés, querido
amigo - contestó, raudo, Chang-Shao -. No existe término de comparación entre
tus altas montañas azules y mis puras aguas serenas. Como prueba, voy a citarte
un poema "tsu", que constituye la letra de la canción
"Tier-Lian-Hua" 2 y que dice así: "He cruzado más de diez mil
millas de aguas cubiertas de neblina en mi pequeño bote de vela, oyendo solamente
el murmullo del agua y el travieso chapotear de los peces. He purificado así mi
corazón, privándole de todo deseo de fama o riqueza, complaciéndome únicamente
en la estilizada belleza de las espadañas y los juncales. ¿Existe, acaso,
placer mayor que ir contando las gaviotas que vuelan por encima de nosotros? Mi
esposa y mis hijos unen sus risas despreocupadas a las mías, mientras van
pasando ante nosotros orillas cubiertas de sauces y remansos repletos de
juncos. Cuando el viento y las olas se amansan, me invade la dicha del sueño
que no anhela la gloria ni se ve perturbado por la vergüenza o la
miseria". - Insisto en que la serenidad de tus puras aguas no es superior
a la belleza de mis montañas azules - recalcó Li-Ting -. Yo también aporto como
prueba otro poema "tsu", que es, igualmente, parte de la letra de la
canción "Tier-Lian-Hua", que dice: "En una parte cubierta de
pinos del bosque profundo escucho el canto sin letra de la oropéndola, vibrante
como el lamento dulce de la flauta. Pálidos rojos y verdes brillantes anuncian
la inminente eclosión de la primavera. No existe transición alguna entre el
verano y ella, así de rápido pasa el tiempo entre las frondas. Después hace su
entrada el otoño en el palacio del bosque con su fragancia de flores doradas y
su perenne invitación a la alegría. El frío invierno hace acto de presencia con
la misma rapidez con que uno chasca los dedos. Nadie le domina, no recibe
órdenes de nadie. Es tan libre como yo mismo en el eterno fluir de las cuatro
estaciones". - Yo me ratifico - contestó el pescador - en que tus montañas
azules no son nada comparadas con mis aguas puras. De ellas saco todo el gozo
que una persona sabia pueda desear. Para que te convenzas, te cito este poema
"tsu", letra del "Che-Ku-Tien": "Sólo me bastan el
agua y las nubes del país de las hadas. El bote a la deriva Y los remos en
descanso me hacen sentir en mi hogar. Con mi cuchillo parto el pescado fresco y
cocino tortugas verdosas. En este universo, que es el mío, me alimento de
cangrejos color púrpura, de gambas rojas, de brotes verdes de junco, de retoños
de plantas acuáticas, aunque mis preferidas son las cabezas de pollo, las
raíces de loto, las tiernas hojas del apio, las puntas de flecha y las flores
del niao-ying". - Me temo que tus aguas serenas en nada aventajan a mis
montañas azules - volvió a repetir el leñador -. Sólo ellas son capaces de
traer la alegría a mi corazón. Como prueba, yo también echo mano de un poema
"tsu" del "Che-Ku-Tien", que dice: "En las cumbres
escarpadas que rozan las orillas del cielo he construido mi hogar de ramas y
hierba. El sabor de aves en salazón y patos ahumados supera al de tortugas y
cangrejos; la carne de antílopes, liebres y ciervos es diez mil veces más fina
que la de gambas y pescados. Nada hay comparable a las aromáticas hojas de chun
3, a los amarillentos brotes del lien 4, a los tallos tiernos del bambú, al té
de la montaña, a las ciruelas color púrpura, a los rojos melocotones, a los
albaricoques maduros, a los ácidos dátiles, a las peras dulces y a los frutos
silvestres". - Tus montañas azules - remachó el pescador - no aventajan en
nada a mis aguas serenas. Puedo citarte otro poema "tsu" del
"Tian-Sien-Tsu", que afirma textualmente: "A bordo de un bote
cualquiera me desplazo adonde me apetece. No temo las ondulaciones de las olas
ni la ceguera temporal de la niebla. Me sirvo de redes y anzuelos para
conseguir pescado fresco, el manjar más sabroso que existe, sin necesidad de
acudir a asados ni a salsas. Aparte del agua comparto mi hogar con un hijo
joven y una esposa ya vieja. Cuando la pesca es abundante, voy a los mercados
de Chang-An y la cambio por vino, que bebo hasta perder la razón. Con algas me
abrigo, me tumbo en el agua y ronco al dormir. Ninguna preocupación me asalta.
Yo no busco la pompa ni ansío la gloria". - Estás muy equivocado - le
corrigió el leñador -. Tus aguas serenas son inferiores a mis montañas azules.
Yo también dispongo de un poema del "Tian-Sien-Tsu" como prueba.
"Al pie de la colina - dicen los versos - tengo construida una casa de
ramas de pino, de orquídeas, e bambú y de ciruelas. En busca de leña seca dejo
atrás bosquecillos Y llego a las cumbres de las montañas. Sin nadie que me
controle, vendo lo que deseo, los precios dependiendo de mi sola voluntad.
Gasto el dinero en vino, que luego almaceno en vasijas de barro y jarros de
arcilla. Con la mente adormecida, me tumbo después a la sombra de los pinos,
Ningún pensamiento me abruma, los éxitos o los fracasos no me importan, nada de
este mundo me turba." - Tu vida en la montaña, hermano Li - volvió a decir
el pescador - no es tan placentera como la que yo llevo junto a las aguas. Te
cito como testimonio, un poema "tsu", que se canta con la música del
"Sin-Chiang-Yüe": "Las flores tupidas de las zarzamoras brillan
a la luz de la luna, mientras el viento sacude los amarillentos juncales. El
río Chu, totalmente dormido, refleja el azul distante del cielo. Meto la mano
en sus aguas y hago vibrar su encaje de estrellas. Peces de todo tamaño vienen
a enredarse en mis redes; las percas pican en tropel mis anzuelos. No hay
manjar más exquisito que ellas. ¿Qué hay de extraño en que la despreocupación
de mi risa se extienda por ríos y lagos?". - Tu vida junto a las aguas,
hermano Chang - contestó el leñador -, no es tan placentera como la que yo
llevo en la montaña. La prueba la tienes en este otro poema "tsu",
que se acompaña con la música del "Sin-Chiang-Yüe": "Por caminos
cubiertos de enredaderas y hojas voy cortando madera que cargo a la espalda.
Formo hatillos de leña con troncos de sauce carcomidos por los insectos y ramas
de pino desgajadas por el viento. Son promesa de calor en el invierno. Libre
soy de cambiarlos por licor o dinero". - Aunque he de reconocer que tu
vida en las montañas no está mal del todo - admitió el pescador -, no es tan
tranquila ni encantadora como la que yo llevo junto al agua. Al poema
"tsu" de la canción "Lin-Chiang-Sian" te remito. "La
marea llevará lejos de aquí mi bote - dicen los versos -. Dejo descansar los
remos y mi canción, como un remedo de la luna, se eleva en el lienzo de la
noche. ¡Con qué elegancia se mueve sobre las aguas el astro menguante! La
gaviota duerme tranquila en su nido, ajena al manto de flores que se extienden
por el cielo. Mi sueño crece como los juncales vírgenes de las islas en las
cuales me acuesto. Nada lo quiebra. La altura del sol no ejerce sobre él la
menor influencia. Trabajo cuando me apetece y descanso cuando quiero. Nadie
tiene tanta libertad de espíritu ni tan envidiable regalo del cuerpo." -
La tranquilidad y el encanto de tu vida - sentenció el leñador - no son nada
comparados con los que rigen mis días en lo alto de la montaña. También yo
aduzco como prueba la parte del "Lin-Chiang-Sian" que dice: "En
las mañanas de otoño arrastro, despreocupado, mi hacha por los senderos
cubiertos de escarcha. En el frío de la noche regreso a mi hogar, portando a la
espalda el peso del haz, la frente orlada de flores salvajes. La oscuridad no
me importa, cuando vuelvo a hollar los caminos que me llevan a casa. Cuando
abro su puerta, la luna aparece en el cielo. Mi mujer y mi hijo salen a
recibirme con amplias sonrisas de felicidad. Me reclino después sobre una cama
de paja con un tronco por almohada. En cuanto abro los ojos, me espera ya una
cena de peras cocidas y mijo estofado. La bebida recién escanciada en el cazo
me ayudará a meditar sobre lo inalterable de mi felicidad". - Todo lo que
afirman estos poemas - comentó entonces el pescador tiene que ver con nuestro
propio sustento, con lo que hacemos para ganarnos honradamente la vida. Pero
mis momentos de ocio son mucho más abundantes que los tuyos. Si lo dudas, aquí
tienes un poema "shr" que lo dice claramente: "Tumbado, miro con
atención el azul del cielo y el majestuoso vuelo de las garzas blancas.
Amarrada está mi barca en la orilla y entreabierta la puerta de mi hogar. A la
sombra de la vela enseño a mi hijo a preparar los sedales y a arreglar los
anzuelos. Cuando los remos descansan, mi esposa y yo ponemos las redes a secar
al sol. Mi mente está en calma, porque veo la tranquilidad de las aguas; me
siento seguro, porque contemplo la benignidad de los vientos. Mi abrigo de
algas y mi sombrero de bambú son infinitamente mejores que los trajes
cortesanos y sus delicados fajines teñidos de púrpura". - Tus momentos de
ocio - replicó el leñador - no pueden, de ninguna manera, compararse con los
míos. También dispongo yo, como prueba de lo que afirmo, de un poema
"shr" que dice: "Tumbado, miro con atención el vuelo de nubes
blancas con forma de sauce. Cierro después la puerta de bambú de mi cabaña y,
sentado en el frescor de la paja, me pongo a pensar en lo que quiero. Cuando me
apetece, saco los libros y enseño a mi hijo a leer; cuando tengo invitados,
charlo con ellos y jugamos después al ajedrez; cuando me encuentro excitado,
recorro senderos cubiertos de flores y me pongo a cantar; cuando me
entristezco, subo a las verdes montañas con el laúd y comienzo a tañer. Mis
sandalias son de paja, de cáñamo mis fajas, y de tosco tejido el calor de mis
mantas. Las prefiero, sin embargo, a la seda, porque mi corazón aquí está libre
y yo soy mi único dueño". - Li-Ting - concluyó, por fin, Chang-Shao -,
"afortunados somos, en verdad, al poder divertirnos con canciones como
éstas y al no preocuparnos por la urgencia del oro" 5. Sin embargo, todo
lo que hemos hecho hasta ahora ha sido recitar fragmentos de poemas, que nos
servían tanto al uno como al otro para defender nuestros puntos de vista. ¿Por
qué no declamamos al alimón una poesía más larga y vemos cómo se desarrolla
esta discusión entre un pescador y un leñador? - ¡Me parece una idea excelente,
hermano Chang! - exclamó Li-Ting -. ¿Por qué no comienzas tú? - Mi bote
descansa sobre verdes aguas, cubiertas de niebla y de olas rizadas. - En las
altas montañas e inaccesibles mesetas tengo yo establecida mi casa. - Me
encanta contemplar los arroyos y los puentes, mientras la marea primaveral por
doquier se extiende. - Yo saco placer de las altas cordilleras cubiertas de
nubes al amanecer. - Me alimento de carpas pescadas en la Lung-Men lejana 6. -
El fuego de mi hogar se alimenta con tacos de madera seca. - El anzuelo y la
red servirán para alimentarme en la vejez. - Me serviré del hacha hasta que mi
cabeza se vea cubierta de canas. - Tumbado en mi barco, observo el frágil volar
de los patos. - Recostado en verdes parajes, escucho el canto de los cisnes
salvajes. - Jamás me he rendido a la tentación de la alevosa maledicencia, -
Nunca ha navegado mi barco por los procelosos mares del escándalo. - Cuando mis
redes se van secando, parecen estar hechas de brocados. - En rugosas piedras
afilada, como el sol brilla la hoja del hacha. - Bajo la brillante nube de
agosto a menudo pesco solo. - En los solitarios arroyos de la montaña sólo el
viento me acompaña. - Cuando la pesca es exitosa, la cambio por vino que bebo
con mi esposa. - La madera que me sobra la cambio por una botella que con mis
hijos comparto. - Si canto, movido por mi propio deseo lo hago. - La música de
mis baladas sólo la dicta mi alma. - Llamándoles hermanos mayores, a menudo
invito a los otros pescadores. - Hermanos míos son todos los hombres que
habitan en los bosques. - Pasamos el tiempo inventando juegos nuevos. -
Nosotros creamos palabras, que mezclamos con el vino de las jarras. - A diario
me alimento de gambas cocidas y de cangrejos. - Cada día me regalo con el sabor
de aves y patos. - Mi esposa prepara té que ella misma me da a beber. - Mi
mujer cuece el arroz con las ramas que la tormenta desgajó. - En cuanto
amanece, cojo la caña y salgo a pescar peces. - En cuanto el sol se eleva, tomo
el hacha y voy a buscar leña. - Vestido, tras la lluvia, con abrigo de algas,
corro a atrapar carpas. - Antes de que se levante el viento, intento derribar
pinos secos. - Ajeno a leyes y normas, llevo una vida de juegos y bromas. -
Ante las reglas del mundo, me comporto como si fuera sordomudo. - Espera un
momento, por favor, hermano Li - dijo entonces Chang-Shao -. Hace un momento
empecé yo la primera línea del poema. Justo es que ahora tú hagas lo mismo.
¿Por qué no comenzamos de nuevo? - El hombre del campo, aunque parezca locura,
está enamorado del viento y de la luna. - Un hombre sabio cede su orgullo a los
arroyos y a los lagos. - Mi heredad es el ocio y busco el esparcimiento ante
todo. - Desprecio la maledicencia y me gozo en la paz de la conciencia. - En
noches de luna soberana duermo tranquilo en mi cabaña de paja. - Cuando el
cielo oscurece y no se ve nada, yo me protejo con mi abrigo de algas. - Libre
de alegrías y penas, hallo compañía entre pinos y ciruelas. - Mis mayores
amistades son las gaviotas, las garcetas y las demás aves. - Mi corazón no
ampara ansias de fortuna ni de fama. - Jamás he oído los sones de las armas y
los tambores. - Sin cesar escancio vino para librarme del frío. - Tres veces al
día me llevo a la boca la comida. - Para mi propio sustento dependo de la
madera que vendo. - Vivo de lo que pesco con mis sedales y anzuelos. - Con
ayuda de mi hijo al hacha le saco filo. - Tras vaciarla de peces, mi familia
remienda las redes. - Cuando la primavera renace, me gusta contemplar el verdor
de los sauces. - En el calor de la tarde me encanta mirar el frescor de los
juncales. - Los bambúes recién plantados me libran del bochorno del verano. -
Las flores nuevas del loto me refrescan en agosto. - Cuando desciende la
escarcha 7, la suerte de las aves ya está echada. - En la Fiesta del Doble
Nueve mi esposa cocina cangrejos que nadie vende. - Cuando el invierno se
aproxima, duermo hasta bien entrado el día. - No me abruman los calores ni del
frío los rigores. - En el año no hay un día que no recorra las colinas. - No
existe estación en la que no are los lagos con mi timón. - ¡Ay si los sabios
conocieran el placer de cortar leña! - Cuando tiro del sedal, imagino ser un
inmortal. - No hay fragancia igual a la de las flores que crecen en mi portal.
- La proa de mi barca va abriendo senderos de verde agua. - De mi vida
satisfecho, no busco de los ministros el asiento 8. - Mi mente es tan fuerte y
equilibrada como una ciudad amurallada. - Contra el asedio deben protegerse las
ciudades que más se enorgullecen. - Por muy alto que esté un ministro, debe
someterse a los mandatos del divino. - ¡Qué raro placer es gozar de las
montañas y del mar! - Agradecidos estamos, por ello, a los dioses, a la Tierra
y al Cielo. Los dos hombres continuaron recitando al alimón infinidad de
canciones y poemas. Cuando llegaron al punto en que sus caminos se separaban,
se inclinaron con respeto y, así, se despidieron. - Querido hermano Li - dijo
Chang-Shao, al hacerlo -, cuídate y ten precaución con los tigres, cuando subas
por las montañas. Lamentaría sobremanera que sufrieras un accidente, ya que,
como reza el dicho, "nadie nos asegura que vayamos a encontrar mañana al
amigo con el que hoy nos topamos en la calle". - ¿Qué clase de amigo eres
tú? - exclamó Li-Ting, enfadado, al escuchar esas palabras - . Las personas que
se aman de verdad ni siquiera sacan a relucir cosas tan desagradables como las
que tú acabas de decir. ¿A quién se le ocurre pensar que pueda caer, sin más,
en las garras de un tigre? ¿Te gustaría que te dijera que tu barco se va a
hundir, cuando menos lo esperes, en el río? - Eso nunca pasará - respondió
Chang-Shao, riendo -. El cielo siempre anuncia cuándo va a haber tormenta. - De
acuerdo. Se ve que hoy no la va a haber - admitió Li-Ting -. Pero ¿quién te asegura
que no se va a desatar sobre la tierra una epidemia? ¿Cómo estás tan seguro,
por otra parte, de que no vas a sufrir un accidente? - Dices eso - contestó
Chang-Shao - porque no tienes ni idea de lo que puede ocurrirte cuando cortas
leña. Yo, por el contrario, cuando pesco puedo predecir exactamente lo que va a
suceder. Te aseguro que ningún accidente va a cebarse sobre mí. - ¡No me hagas
reír! - exclamó, burlón, Li-Ting -. Tu trabajo es uno de los más traicioneros
que existen. Un pescador siempre se está jugando la vida. No comprendo cómo
puedes tener esa seguridad con respecto al futuro. - Mira - replicó Chang-Shao,
condescendiente -. Voy a decirte algo que tú no sabes. En Chang-An hay un
adivino, que suele sentarse en la calle de la Puerta Oeste a predecir el futuro
a quien quiera pedírselo. Yo le regalo todos los días una carpa dorada y él,
agradecido, consulta para mí los palillos que lleva guardados en la manga.
Siguiendo sus consejos, no hay vez que lance las redes que no las saque
repletas de pescado. Precisamente fui a consultarle esta mañana y me dijo que
las echara esta vez en la curva que hace el río Ching. Me aconsejó, igualmente,
que echara el sedal en dirección oeste, si quería regresar a casa cargado de
gambas y peces. Por cierto, cuando suba mañana a la ciudad, compraré vino y
volveré a reunirme contigo - y se separaron, restablecidas las paces. Sin
embargo, como afirma el proverbio, "lo que se dice en el camino lo escucha
quien se halla entre la hierba". Así, dio la casualidad que esta última
parte de la conversación fuera oída por un yaksa que se encontraba de patrulla
por el río Ching y corrió al Palacio de Cristal de Agua a informar a su señor,
gritando: - ¡Qué desgracia! ¡Qué tragedia tan inesperada! - ¿Se puede saber de
qué estás hablando? - le preguntó, sorprendido, el Rey Dragón. - Vuestro siervo
- contestó el yaksa, excitado - estaba patrullando el río, cuando oyó por
casualidad la conversación que mantenían un pescador y un leñador. ¡Hablaban de
algo realmente horrible! Según el pescador, en la calle de la Puerta Oeste de
la ciudad de Chang-An hay un adivino que nunca falla en sus predicciones.
Sabedor de sus poderes, el pescador le da todos los días una carpa. Él consulta
entonces los palillos que lleva escondidos en la manga y le dice el lugar
exacto en el que debe arrojar las redes. ¿Comprendéis el peligro que corremos?
De continuar así, en poco tiempo terminará con todos nuestros hermanos del
agua. ¿En dónde encontraréis vos entonces seres que quieran vivir en las
regiones acuáticas? Nadie saltará por encima de las olas y vuestro poder se irá
haciendo cada vez menor. El Rey Dragón se puso tan furioso que quiso coger la
espada e ir en aquel mismo momento a Chang-An a matar al adivino. Fue una
suerte que sus hijos y nietos, los ministros - cangrejo y los consejeros -
gamba, el juez - perca y el gobernador - carpa se encontraran a su lado y
trataran de disuadirle, diciendo: - Controlad vuestra justa ira, majestad.
Razón tiene el proverbio cuando afirma: "No creas nada de cuanto
oigas". Además, si marcháis así hacia Chang-An, os seguirán las nubes y la
lluvia, y las gentes que allí viven gritarán horrorizadas. ¿Queréis ofender al
Cielo con tan irreflexiva conducta? Puesto que poseéis el poder de aparecer y
desaparecer, y de transformaros en lo que os dé la gana, nuestra sugerencia es
que toméis la forma de un intelectual y que vayáis a esa ciudad a averiguar qué
es lo que pasa. Si, en verdad, existe esa persona, lo mejor que podéis hacer es
matarla cuanto antes. De no ser cierto, no hay necesidad alguna de sacrificar a
gente inocente. Tras pensarlo mejor, el Rey Dragón aceptó su sugerencia. Dejó
la espada a un lado y despidió a las nubes y a la lluvia. Nadó con fuerza hasta
la orilla del río y, con una simple sacudida del cuerpo, se transformó en un
literato de blanca túnica y rasgos llamativamente viriles. Su altura era
superior a la normal, su caminar, pausado y sereno, denotaba un espíritu
reflexivo, y toda su figura exhalaba firmeza de ánimo y dominio del cuerpo. Su
docto discurso constituía una alabanza continua a Confucio, a Mencio y a la
virtuosa conducta del duque de Chou y del Rey Wen 9. Con su túnica de seda y su
gorro de personaje importante, salió del agua y se dirigió a pie hacia la calle
de la Puerta Oeste de la ciudad de Chang-An, donde encontró a una gran
muchedumbre rodeando a un hombre, que decía con suave y contenida voz: - Los
que pertenecen al signo del dragón tendrán buena suerte, mientras que los
nacidos bajo el del tigre deberán hacer frente a incontables desgracias. Por
otra parte, los que vieron la luz a la hora de Yin, Chen, Sz y Hai verán
florecer todos sus asuntos y la fortuna no les dejará de la mano, cosa que no
ocurrirá con los que, en el momento de su nacimiento, sufrieron la influencia
del planeta Júpiter. En cuanto el Rey Dragón lo oyó, supo que se encontraba en
el lugar en el que solía sentarse el adivino. Se dirigió hacia él y,
abriéndose, como pudo, paso entre la gente, vio que las cuatro paredes de la
habitación estaban cubiertas de piezas maestras de caligrafía, entre las que se
apreciaba alguna que otra pintura de excelente corte. Del pebetero salía un
humo incesante, cuyas volutas contrastaban con la quietud del agua purificada
que guardaba un recipiente de porcelana. Lugar destacado ocupaba un retrato de
Kwei-Gu 10, colgado un poco más alto que dos dibujos de Wang-Wei. La piedra
para diluir la tinta, traída directamente desde Tuan-Chr 11, no desdecía en
absoluto del pincel de cerdas erizadas que se veía a su lado. Se apreciaba que
aquel hombre dominaba gran número de técnicas adivinatorias, ya que, junto a
bolas de cristal, podían descubrirse números de Kuo-Pu 12 y otros clásicos de
la adivinación. Conocía, además, los hexagramas, dominaba los ocho triagramas,
estaba al tanto de las leyes que rigen los Cielos y la Tierra, y hasta era
capaz de distinguir el modo de obrar de dioses y demonios. Ante él tenía una
bandeja, en la que aparecían reseñadas las horas cósmicas. Su mente les
asignaba los planetas y astros que les correspondían con la rapidez propia de
un genio. No cabía duda de que contemplaba, como en un espejo, las cosas
pasadas y las que aún estaban por venir. No encerraba para él secreto alguno,
como les ocurre a los dioses, saber qué casa iba a ser levantada y cuál
derruida, quién iba a nacer y quién a morir, cuándo iba a llover y cuándo a
hacer bueno... Los espíritus y los dioses tenían que sentirse, Por fuerza,
alarmados ante tanta omnisciencia. En letras claras aparecía escrito su nombre:
Yüan Shou-Chang Jokmáh . No era otro que el tío de Yüan Tien-Kang, el astrónomo
oficial del imperio. Se trataba de un hombre de agradable presencia y muy
versado en toda clase de artes. No en balde era conocido hasta el último rincón
del reino y gozaba de gran favor en la ciudad de Chang-An. Sin vacilar, el Rey
Dragón entró en su tienda. Tras el consabido intercambio de saludos, fue
invitado a ocupar el asiento de honor. Mientras un criado servía el té, el
maestro le preguntó: - ¿Qué os gustaría saber? –Los 7 Misterios contesto el rey
dragón. El maestro predijo el tarot el cual formaba el árbol de la vida y asi
pudo dar cuenta de los 7 misterios: Misterio Dhármico en el cual se encuentra
el jnana marga budismo, el karma marga taoísmo-confucionismo, el bhakti marga
sufismo, Misterio de Zoroastro Ahura Mazda sabiduría
de lo alto libra una lucha entre el Spenta Mainyu Espíritu Santo y el
Angra maiyu Espíritu maligno es aquí donde se produce el abismo , el hombre ha
comido de daat y es incapaz de reflejar la belleza de Kether, el misterio
Dionisiaco Apolíneo que forjara la personalidad asi el misterio dharmico es un
misterio de emanación-iluminación, el misterio de Zoroastro es un misterio de
creación , más el misterio apolíneo Dionisiaco es el misterio eleusiano de
formación del que vendrá como objeto de este sujeto el Eneida como el misterio
imperial que nos dará a roma, la cual será vencida por la vida en el misterio pascual, es el cristianismo
quien nos da el Espíritu la libertad, recordad no hay ley en el espíritu él
está por sobre toda ley física, biológica,
social, cultural, luego viene el
misterio musulmán donde nos sometemos a la voluntad divina y por último el misterio
del tinkuy del encuentro de la complementariedad en el Amaru y el Quetzalcoalt
donde oriente y occidente se integran Dime si es que sabes ¿cómo es que se realiza
el arte?. El maestro formo con su cuerpo demonios y dioses dando a conocer la
pre expresividad luego desnudo su alma y el mismo era un árbol de la vida con
metagramas cada espíritu vibraba en el
como una música cósmica y eran estas vibraciones las que creaban la
realidad, de pronto construyo con diversos artificios máscaras, personas que podían
decidir por sí mismas, para luego imprimir sus creaciones en las almas de los
vivientes, lo cual dio paso a un silencio inexpresivo, el cual se rompió justo
a tiempo dando paso a la comunión de lo expresivo y lo no expresivo. Predecidme,
por favor, el tiempo que va a hacer - contestó el Rey Dragón. El maestro
consultó sus palillos y, al fin, dijo: - La niebla difuminará las copas de los
árboles y un velo de nubes borrará las colinas. Si deseas lluvia, mañana verás
satisfecho tu deseo. - ¿A qué hora ocurrirá eso y cuánta agua caerá? - insistió
el rey. - A la hora del dragón empezarán a arremolinarse las nubes - volvió a
contestar el maestro - y a la de la serpiente se escuchará el trueno. La lluvia
comenzará a caer a la del caballo y a la de la oveja 13 habrá ya cesado. Caerán
en total cuarenta y ocho gotas de lluvia por cada metro cuadrado. - Te aconsejo
que no bromees - exclamó el Rey Dragón -. Si mañana llueve a las horas que has
dicho y la cantidad que tú mismo has fijado, te daré cincuenta bolsas de oro en
señal de gratitud. Pero, si te equivocas en una sola gota, ten por seguro que
echaré abajo la puerta y haré añicos el cartel que tienes pegado en el dintel.
Además, te expulsaré de Chang-An por embaucador y no podrás seguir engañando a
la gente. - Me parece correcto que así lo hagáis - replicó el maestro con
amabilidad -. Ahora, si lo deseáis, podéis marcharos. Regresad mañana después
de la lluvia. El Rey Dragón se despidió de él y regresó a su mansión de agua.
En cuanto se enteraron de su llegada, acudieron a saludarle sus ministros y colaboradores
más directos y le preguntaron: - ¿Cómo se desarrolló vuestro encuentro con el
adivino? - Es verdad que existe esa persona - contestó el Rey Dragón -, pero
puedo aseguraros que se trata de un auténtico fanfarrón. Le pregunté que cuándo
iba a llover y él me respondió que mañana. Volví a preguntarle sobre la hora y
la cantidad de lluvia que caería y él contestó que a la hora del dragón
empezarían a arremolinarse las nubes, a la de la serpiente se escucharía el
trueno, a la del caballo comenzaría a caer la lluvia y cesaría a la de la
oveja. Por lo que a la cantidad de agua respecta, precisó que caerían
exactamente cuarenta y ocho gotas de lluvia por metro cuadrado. Así que le
aposté que, si acertaba, le daría cincuenta bolsas de oro, pero que, si se equivocaba
en algo, le echaría abajo la puerta y después le expulsaría de Chang-An, para
que no pudiera seguir engañando a la gente. - ¡Pero vos sois el jefe supremo de
los ocho ríos, el Gran Rey Dragón encargado de la lluvia! - exclamaron sus
subalternos, soltando la carcajada, divertidos -. Sólo depende de vos que
llueva o deje de hacerlo. ¿Cómo ha podido ser tan tonto ese hombre? ¡Seguro que
pierde! Los hijos y los nietos del dragón estaban celebrando con los peces y
cangrejos la victoria cierta de su señor, cuando se oyó en lo alto una voz que
decía: - ¡Llega un mensajero celeste con una orden para el Rey Dragón del río
Ching! Todos alzaron la cabeza y vieron al emisario, elegantemente vestido con
una túnica de oro, dirigirse a la mansión de agua con la carta del Emperador de
Jade en las manos. El Rey Dragón se enderezó las ropas lo mejor que pudo y
quemó un poco de incienso. Tras hacer entrega del envío, el mensajero se elevó
en el aire y desapareció. El Rey Dragón abrió la orden y leyó, atónito: - Mandamos
al Príncipe de los Ocho Ríos que prepare truenos y lluvia y los deje caer
mañana sobre la ciudad de Chang-An. Lo más asombroso era que las horas y la
cantidad de agua que aparecían en el documento coincidían exactamente, hasta el
más ínfimo detalle, con las predicciones hechas por el adivino. El Rey Dragón
se sintió tan abatido que perdió el conocimiento, como si fuera una doncella
mal alimentada. Cuando volvió a recobrar la consciencia, dijo, entristecido, a
sus súbditos: - ¿Quién iba a pensar que en ese mundo de polvo hubiera una
persona dotada de una inteligencia tan portentosa? ¡Cuesta trabajo creer que
posea un conocimiento tan perfecto de las leyes que rigen el cielo y la tierra!
¡Lamento confesar que me ha derrotado! - Calmaos, por favor - le aconsejaron
los ministros -. No es tan difícil como parece deshacerse de ese adivino. De
hecho, acabamos de idear un plan que puede acallar para siempre a ese tipo. Una
vez que el Rey Dragón hubo preguntado de qué se trataba, el ministro que había
hablado por todos respondió: - Si la lluvia tarda en producirse mañana una
décima de segundo o cae una gota menos de lo pronosticado, dejará de cumplirse
la predicción y vos habréis ganado la apuesta. ¿No es así? ¿Quién os impedirá
entonces derribar su puerta y echarle a la calle? El Rey Dragón aceptó,
complacido, la sugerencia y dejó de preocuparse. Al día siguiente llamó al
Duque del Viento, al Señor del Rayo, al Joven de las Nubes y a la Madre del
Rayo y les mandó acompañarle hasta la ciudad de Chang-An. Pero esperó a la hora
de la serpiente para desplegar las nubes, a la del caballo para hacer resonar
el trueno, a la de la oveja para dejar caer la lluvia, y a la del mono para dar
por terminada la tormenta. Además, sólo permitió que cayeran cuarenta gotas de
agua por metro cuadrado, exactamente ocho menos de las que le habían sido
ordenadas. Una vez acabada la lluvia, el Rey Dragón despidió a sus ayudantes,
descendió de las nubes y, tras tomar otra vez la forma del literato vestido de
blanco, se dirigió, furioso, a la calle de la Puerta Oeste. De un terrible
empujón, echó abajo la puerta de la tienda de Yüan Shou - Chang y empezó a
destrozar cuanto encontraba a su paso, incluidos los pinceles, la tinta y los
cuadros. El maestro ni siquiera se movió; permaneció sentado, como si la cosa
no fuera con él. Eso hizo que el Rey Dragón se sintiera más enfadado todavía y,
volviéndose hacia el lugar donde se encontraba, bramó, despectivo: - ¡Ya sabía
yo que no eras más que un profeta de pacotilla, un impostor que anda engañando
por ahí a las gentes sencillas! Tú mismo has visto que no se ha cumplido ni una
sola de tus predicciones. ¿Qué más pruebas necesitamos para demostrar que eres
un farsante? Me refiero, por supuesto, a lo que me dijiste ayer sobre la lluvia
de esta tarde. No sólo has fallado en la hora, sino en la cantidad de agua
caída. ¡Eres un auténtico embustero! No comprendo cómo sigues ahí sentado tan
tranquilo. Deberías echar a correr, antes de que llame al alguacil y te haga
ejecutar. Yüan Shou-Chang no movió un solo dedo. Pese a la gravedad de la
acusación, era claro que aquellas palabras no produjeron en él el menor signo
de alarma. Al contrario, permaneció tranquilo y sonriente, sosteniendo la
mirada a su acusador. Por fin, se aclaró la garganta y dijo: - No tengo miedo,
porque no he hecho nada que merezca la pena de muerte. El que debería estar
temblando eres tú. ¿Crees que no sé quién eres? Puedes engañar a otros, pero no
a mí. En cuanto te vi, supe que no eras un literato vestido de blanco, sino el
mismísimo Rey Dragón del río Ching. ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Al
cambiar la hora y la cantidad de lluvia, has desobedecido la orden del
Emperador de Jade y transgredido las leyes del cielo. Si hay alguien aquí digno
de ser pasado a cuchillo eres tú, no yo. ¿Cómo te atreves a venir a echarme en
cara algo de lo que únicamente tú eres culpable? Al oír eso, el Rey Dragón
sintió tal pánico que el corazón empezó a latirle con fuerza y todos los pelos
se le pusieron de punta. Temblando, se dejó caer en el suelo y suplicó al
maestro, diciendo: - No toméis a mal lo que acabo de deciros, por favor. No sé
en qué estaba pensando. Simplemente se trataba de una broma. Ahora veo, sin
embargo, que lo que yo consideraba un juego inocente era, en realidad, un
crimen horrendo. ¿Qué puedo hacer ahora que, como vos mismo habéis dicho, he
transgredido las leyes del cielo? ¡Por lo que más queráis, salvadme la vida! De
lo contrario, jamás me moveré de aquí. - ¿Quién te ha dicho que yo puedo
salvarte? - replicó Yüan Shou-Chang. Lo único que está en mi mano es indicarte
una posible forma de solucionar tan serio problema. Eso es todo. - Te prometo
que haré cuanto digáis - contestó el Rey Dragón. - En principio - dijo Yüan
Shou-Chang -, deberás ser ejecutado, por orden del juez Wei-Cheng, a la una
menos cuarto de la tarde. Si quieres salvar el pellejo, lo único que puedes
hacer es acudir cuanto antes al Emperador Tang Tai-Chung y pedirle clemencia.
Supongo que no desconoces que Wei-Cheng es ministro suyo y que, por lo tanto,
le debe obediencia en todo. El Rey Dragón salió a toda prisa de la tienda de
Yüan Shou-Chang con los ojos anegados en lágrimas. En aquel mismo instante el
sol, rojo como la misma felicidad, se estaba poniendo. Una neblina densa se iba
extendiendo lentamente por las montañas, mientras los cuervos regresaban a sus
nidos y los viajeros buscaban un sitio en el que pasar la noche. Los gansos
salvajes habían encontrado ya cobijo en la arena y la vía láctea se hacía cada
vez más visible. En la lejanía se apreciaban las luces mortecinas de una aldea.
En los templos el viento nocturno iba apagando, una a una, todas las candelas,
desperdigando después el olor a humo. Más cerca un hombre soñaba que se había
convertido en una mariposa 14 y se marchaba volando. La luna iba moviendo de
lugar la sombra de las flores de un jardín. En lo alto, mientras tanto, las
estrellas se habían multiplicado por mil. Era medianoche y la oscuridad se
había enseñoreado de todo. El Rey Dragón del río Ching, sin embargo, no regresó
a su mansión de agua. Esperó, suspendido en el aire, hasta la hora de la rata.
Descendió entonces de las nubes y se dirigió a la puerta del palacio. En aquel
mismo momento el Emperador Tang estaba soñando que se encontraba fuera del
palacio paseando entre las sombras de flores que proyectaba sobre el suelo la
luna. El Dragón tomó la forma de hombre y corrió hacia él. Tras echarse rostro
en tierra, empezó a gritar: - ¡Misericordia, majestad! ¡Sed clemente con mi
vida! - Si supiera quién eres - respondió Tai-Chung -, tal vez podría acceder a
tu petición. - Como vos, también yo soy un dragón - gimoteó el principal
habitante del río Ching -. La maldición pesa ahora sobre mi cabeza, porque
desobedecí la orden del cielo. En consecuencia, vuestro súbdito el juez
Wei-Cheng ha recibido el mandato de ejecutarme, por haber atentado contra el
orden cósmico. Ésa es la razón por la que ahora acudo a vos, pidiendo
clemencia. - Si, como dices, Wei-Cheng va a ser el encargado de hacer justicia
- concluyó TaiChung -, ten por seguro que tu vida no correrá el menor peligro.
Márchate y deja de preocuparte. Encantado, el Rey Dragón se levantó a toda
prisa del suelo y abandonó el palacio, profundamente agradecido. Tai-Chung se
despertó al poco tiempo y no paró de darle vueltas a lo que acababa de soñar.
Sin embargo, habían pasado ya tres quintos de la hora de la quinta vigilia y
hubo de recibir en audiencia a todos sus ministros. El humo del incienso y
otras plantas aromáticas formaba graciosas volutas entre los arcos de fénix y
ascendía después hacia las cúpulas de dragón, mientras la luz nueva se
reflejaba en los delicados biombos de seda. La neblina no se había levantado
todavía de las banderas y estandartes, adornados con llamativas plumas. Por los
pasillos avanzaban funcionarios tan virtuosos como los mismísimos Yao y Shuen
15. Todos seguían el ritual de los Han y los Chou, cortes a las que también
pertenecía la música que se escuchaba en un segundo plano. Legiones de criados
iban encendiendo, de dos en dos, las lámparas, mientras grupos doncellas,
vestidas con trajes de llamativos colores, preparaban abanicos. La luz llenaba
los salones del unicornio y daba vida a los biombos decorados con pavos reales.
Antes de aparecer el emperador, todos los presentes lanzaron hurras y vítores.
Se oyó a continuación, tres veces seguidas, el restallar de un látigo y las
cabezas se inclinaron al unísono hacia el lugar en el que se levantaba el
trono. Un aroma a flores se extendió por todo el palacio, mientras los coros
entonaban cánticos de alabanzas y hacía su entrada el cortejo, precedido de
estandartes de perlas y jade. El palanquín real, adornado con los abanicos del
dragón y el fénix, y la montaña y el río, avanzó entonces por entre las filas
de cortesanos, nobles y refinados, y de generales, aguerridos y valientes.
Todos ellos vestían de rojo. El espectáculo era tan magnífico que nadie dudaba
de que el sello de oro y los fajines color púrpura con los emblemas del sol, la
luna y las estrellas iban a durar millones de años, exactamente los mismos que
la tierra y el cielo. Una vez que los ministros hubieron presentado sus
respetos al emperador, se retiraron a un lado y permanecieron de pie, cada cual
ocupando el sitio que le correspondía según su rango. Tang Tai-Chung les fue
escudriñando uno por uno con sus penetrantes ojos de dragón. Entre los
funcionarios civiles figuraban Fang Süan-Ling, Du Hu-Hwei, Sü Shr - Chi, Sü
Ching-Chung y Wang Kwei, y entre los militares Ma San-Pao, Duan Chr-Sien, Yin
Kai - Shan, Cheng Yao-Chin, Liou Hung-Chr, Hu Ching-De y Chin Shu-Pao. Todos
ellos permanecían en pie, en actitud reverente y sumisa. El emperador se
extrañó de no ver a Wei-Cheng y, volviéndose hacia Sü Shu-Chi, le hizo una seña
para que se acercara y le dijo: - Esta noche he tenido un sueño muy raro. Se
presentó ante mí un hombre que afirmó ser nada más y nada menos que el Rey
Dragón del río Ching. Dijo, además, que había desobedecido las órdenes del
cielo Y que, en castigo, iba a ser ejecutado por el juez Wei-Cheng Tiferet. Me
suplicó, por tanto, que le salvara la vida, cosa a la que accedí. ¿Cómo es que
precisamente hoy no ha acudido a mi llamada Wei-Cheng? - Es posible que vuestro
sueño sea más cierto de lo que creéis - respondió Shu-Chi -. Así que, si
deseáis cumplir lo prometido, lo mejor que podéis hacer es llamar a WeiCheng y
mantenerle todo el día a vuestro lado. Si no le dejáis marchar, sin duda alguna
el dragón de vuestros sueños logrará salvar la vida. Encantado, el emperador de
los Tang hizo llamar a la corte al juez Wei-Cheng. La noche anterior Wei-Cheng
había estado estudiando los movimientos de las estrellas. Cuando se disponía a
quemar un poco de incienso, oyó gritar a las garzas y, levantando la vista, vio
a un mensajero celeste con una orden del Emperador de Jade en la mano. En ella
se le conminaba a que ejecutara al viejo dragón del río Ching exactamente a la
una menos cuarto de la tarde. Agradecido al cielo por tan alto honor, el primer
ministro se preparó para cumplir tan trascendente misión, bañándose y no
probando en todo el día nada de comer. Sacó, además, su espada mágica y la
afiló una y otra vez, purificando, de esta forma, su espíritu. Sabía que toda
preparación era poca y decidió no asistir aquel día a la audiencia imperial.
Por eso, le dio un vuelco el corazón, cuando vio llegar a un oficial de la
corte con la orden de presentarse inmediatamente ante el emperador. No se
atrevió a desobedecerla y, tras cambiarse de ropa a toda prisa, siguió al
funcionario hasta el interior del palacio. Tras presentar sus respetos al Hijo
del Cielo, se echó rostro en tierra y, sin dejar de golpear el suelo con la
frente, pidió perdón por no haber acudido aquel día a su puesto. - Te perdono -
contestó el Emperador de los Tang -, porque eres, en verdad, uno de nuestros
más dignos siervos. Al poco rato se dieron por terminadas las audiencias y los
ministros se fueron retirando, uno tras otro. Sólo a él le fue negada la venia
para hacerlo. Es más, se le invitó a subir al palanquín de oro y, en compañía
del emperador, entró en uno de los salones interiores, donde discutieron de las
medidas a adoptar para la mejor defensa del imperio y otros asuntos de estado.
A medio camino entre la hora de la serpiente y la del caballo, el emperador
ordenó a sus sirvientes que trajeran un tablero de ajedrez go, diciendo: - Daos
prisa, porque deseo echar una partida con el más digno de mis súbditos. En
cuanto los criados hubieron cumplido la orden, un grupo de concubinas sacaron
las piezas y las fueron colocando sobre los 5 tableros. Tras expresar su
agradecimiento por el honor que se le hacía, Wei-Cheng tomó asiento y empezó el
juego. Los dos invocaron con sus cartas sabían de los 4 niveles del juego, el
nivel de Chaman apóstol donde de lo que se trata es de armar el árbol de la
vida primero la triada de la emanación Kether
Jokma Binah con la que se pueden invocar todas las cartas, luego la triada de
la creación Jesed ,Ghevuráh, Tiferet con las
que se pueden crear fichas de go, luego la triada de la formación Netzaj, Hod ,Yesod
con la que se pueden transformar fichas de go en fichas de ajedrez y por ultimo
Malkut la acción moviendo las piezas de
ajedrez con precaución, siguiendo en todo momento las instrucciones del Clásico
del Ajedrez, aunque dando pasos en los ahogados al juego de go el cual es el
juego del cosmos, siendo capaces las fichas de go de hacer ataris como abismos
negros a las fichas de ajedrez si el
ajedrez ayuda a desarrollar la disciplina y la prudencia, el go es creatividad
aconteciendo. Más cuando un go se forma una personalidad gracias al tarot surje una ficha de ajedrez. En este
sentido, las piezas más fuertes deberán colocarse en el centro, las más débiles
a los lados, y las menos poderosas en los extremos. Existe una regla de oro,
muy conocida por todo buen jugador que dice: "Es preferible perder una
pieza que una ventaja ya adquirida. Cuando se ataca por el lado izquierdo, es
preciso mantener bien protegido el derecho. Sólo podrá hablarse de retaguardia
cuando se tenga una vanguardia realmente fuerte, para lo cual es necesario
poseer, a su vez, una retaguardia segura. Los dos extremos están íntimamente
unidos, pero se debe ser flexible en sus movimientos y, ante todo, se ha de
tratar de evitar que ambos se estorben. Una formación desplegada no tiene por
qué estar fuera de control, mientras que una concentración de filas no debe ser
causa de una ausencia total de flexibilidad. Antes que concentrarse en la
defensa de una pieza, es aconsejable, si se quiere ganar, renunciar a ella. De
la misma manera, es preferible quedarse quieto a moverse sin propósito alguno.
Cuando te halles en inferioridad numérica con respecto a tu contrincante, debes
tratar, ante todo, de sobrevivir. Cuando, por el contrario, eres tú el que te
encuentras en esa situación ventajosa, has de esforzarte por sacar el mejor
partido que puedas de ella. Quien tenga a mano la victoria no prolongará inútilmente
la lucha, de la misma forma que el que domine una posición evitará la
confrontación directa, el que sepa luchar no sufrirá la derrota, y el que
conozca que va a perder no se rendirá al pánico. No es raro que en el ajedrez
se empiece obteniendo una ventaja considerable, para terminar totalmente
derrotado. Si el enemigo reagrupa sus fuerzas, sin ser atacado, es señal clara
de que tiene intención de lanzarse a la ofensiva; si abandona, por otra parte,
la defensa de una pequeña porción de su territorio, es muy posible que esté
buscando la anexión de otro mayor. Si hace sus movimientos sin pensar, con ello
demuestra que es una persona irreflexiva; no hay mejor manera, pues, de buscar
la derrota que ceder a su propio modo de obrar. Con razón afirma el Libro de
las Odas: "Aproxímate con la máxima precaución, como si estuvieras
acercándote a un barranco profundo". "E1 tablero de ajedrez - dice el
poema - es la tierra, y el cielo las piezas. En los colores blanco y negro está
simbolizado todo el universo. Cuando el juego alcanza las cumbres de la
sutileza, suelta la carcajada el Inmortal que nunca juega. El emperador y su
ministro estuvieron sentados ante el tablero hasta la una menos cuarto, sin que
ninguno de los dos pudiera arrobarse una diferencia notable. Wei-Cheng dejó
caer, de pronto, la cabeza sobre la mesa y se puso a dormir. Al verlo,
Tai-Chung soltó la carcajada y dijo: - Se nota que nuestro hombre de confianza
se entrega con tal dedicación a las tareas de estado que hasta se olvida de
descansar. No es extraño que el sueño haya terminado venciendo su resistencia y
le dejó dormir cuanto quiso. Al poco rato, sin embargo, Wei-Cheng abrió los
ojos tan repentinamente como los había cerrado y, echándose rostro en tierra,
exclamó alterado: - ¡Soy merecedor de mil penas de muerte! No comprendo cómo he
podido dormirme en vuestra presencia. Os pido perdón por el tremendo insulto
que acabo de lanzar contra vos. - ¿Insulto dices? - repitió Tai-Chung,
sonriendo -. Levántate y continuemos jugando. Creo que debemos olvidarnos de la
partida anterior y empezar otra nueva. ¿No te parece? Wei-Cheng agradeció al
emperador su benevolencia y volvió a ordenar las piezas sobre el tablero.
Cuando se disponían a hacer el primer movimiento, se escucharon unos gritos
terribles fuera de la gran sala en la que se encontraban. Antes de que pudieran
preguntar qué pasaba, aparecieron los ministros Chin Shu-Pao y Sü Mou-Kung con
una cabeza de dragón chorreando sangre. La arrojaron delante del emperador y
dijeron: - Hemos visto a los mares perder profundidad y a los ríos secarse,
pero jamás habíamos contemplado hasta ahora una cosa tan rara como ésta. - ¿En
dónde la habéis encontrado? - preguntó Tai-Chung, poniéndose en seguida de pie.
- En el sur del pasillo de los Mil Pasos - respondieron a coro Shu-Pao y
Mou-Kung -. Estábamos allí charlando, cuando, de pronto, cayó de las nubes esta
cabeza de dragón. Hemos creído que deberíais verla, por eso la hemos traído
hasta aquí. - ¿Qué significa esto? - volvió a preguntar, severo, el Emperador
de los Tang, volviéndose a Wei-Cheng, - Este dragón - contestó Wei-Cheng,
echándose rostro en tierra - acaba de ser ejecutado por vuestro humilde siervo,
mientras dormía. - ¿Mientras dormías? - repitió el Emperador de los Tang, entre
temeroso y sorprendido -. Mientras dormías no aprecié el menor movimiento de tu
cuerpo. Ni siquiera te vi echar mano de la espada o la cimitarra. ¿Cómo pudiste
ejecutar a ese dragón? - Aunque mi cuerpo se encontraba junto a vos, con los
ojos cerrados y volcado sobre el tablero de ajedrez, la verdad es que mi
espíritu abandonó mi cuerpo. Una nube sagrada le estaba esperando y le llevó
hacia el barracón de ejecución de dragones. Los soldados celestes le habían
atado ya y mi espíritu no tuvo más que decir: "Se te ha condenado a muerte
por haber desobedecido las órdenes del cielo. Por mandato del mismo voy ahora a
poner fin a tu vulgar vida". El dragón escuchó la sentencia temblando.
Encogió después las garras y así esperó la muerte. El espíritu de vuestro
siervo se arremangó la túnica, echó un paso atrás y levantó la espada, que dejó
caer al instante con fuerza sobre el cuello del acusado. Así se explica que
haya descendido de los cielos esa cabeza de dragón que tenéis ahí delante. En
cuanto Tai-Chung hubo escuchado estas palabras, sintió a la vez satisfacción y
tristeza. Satisfacción por tener como ministro a un hombre de la categoría de
WeiCheng - ¿cómo iba a preocuparse de la seguridad del imperio, teniendo a su
lado a colaboradores de tanta valía? -. Y tristeza, porque había prometido salvar
al dragón y no había podido evitar que acabara sus días de una forma tan
lamentable. Tuvo, pues, que forzarse a sí mismo para ordenar a Shu-Pao que
colgara la cabeza en el mercado y que la viera todo el pueblo de Chang-An.
Después, siguiendo la costumbre, recompensó a Wei-Cheng y despidió a los otros
ministros. Aquella noche se retiró a sus aposentos con una extraña sensación de
derrota. No podía quitarse de la cabeza al dragón llorando y suplicando
clemencia. Jamás había imaginado que los hechos fueran a desarrollarse de esa
manera ni que, a la larga, el dragón fuera a terminar ajusticiado. Tras darle
vueltas en la cabeza una y otra vez, el emperador se sintió física y
mentalmente agotado. A eso de la hora de la segunda vigilia, se oyó el lamento
de alguien que lloraba a las puertas mismas del palacio y Tai-Chung sintió un
remordimiento aún mayor. En sueños vio al Rey Dragón del río Ching con la
cabeza chorreando sangre en las manos y gritando lastimosamente: - ¡Devuélveme
la vida, Tang Tai-Chung! ¡Devuélvemela! Ayer me diste tu palabra de que ibas a
salvarme. ¿Por qué ordenaste al juez que me ejecutara? Voy a llevarte conmigo
al Reino Inferior, donde expondré mi caso y tú sufrirás el castigo que mereces.
Agarró a Tai-Chung con tanta fuerza que éste no podía moverse, aunque lo
intentó, desesperado, una y otra vez. Todo su cuerpo estaba cubierto de sudor
por el esfuerzo. Cuando parecía estar todo perdido, apareció por el sur un
enjambre de nubes olorosas, en las que viajaba una sacerdotisa taoísta. Con inesperada
rapidez se llegó hasta ellos y empezó a agitar una delicada ramita de sauce. Al
verla, el dragón sin cabeza huyó a toda prisa por el noroeste, sin dejar de
llorar ni de lamentarse a voz en grito. La sacerdotisa no era otra que la
Bodhisattva Kwang-Ing, que había acudido a las Tierras del Este en cumplimiento
de la orden de Buda de encontrar a una persona dispuesta a ir por las
escrituras. Acababa de acomodarse en el templo del espíritu protector de la
ciudad de Chang-An, cuando oyó gritar a los demonios y llorar a los espíritus.
Comprendiendo que el emperador estaba en peligro, acudió a toda prisa en su
ayuda, logrando ahuyentar al dragón maldito. Pese a todo, el antiguo señor del
río Ching se dirigió a la Corte del Reino Inferior a presentar su queja.
Tai-Chung se despertó tan excitado que sólo podía gritar: - ¡Fantasmas!
¡Espíritus! Sus gritos aterrorizaron de tal manera a las reinas de los tres
palacios, a las concubinas de las seis cámaras y a los eunucos que las servían,
que no volvieron a pegar ojo en toda la noche. No tardó mucho, afortunadamente,
en sonar la quinta vigilia y todos los funcionarios de la corte, tanto civiles
como militares, se reunieron en la sala de audiencias. Esperaron, impacientes,
hasta el amanecer, pero el emperador no apareció. Eso hizo que todos se
sintieran presos de una desazón y de un temor francamente indescriptibles. Por
fin, cuando el sol estaba a punto de alcanzar su cenit, llegó la notificación
imperial, en la que se decía: Los ministros están excusados hoy de atender sus
obligaciones de estado. Lamento haberles tenido tanto tiempo esperando, pero la
verdad es que no me encuentro muy bien. Así transcurrieron cinco o seis días.
La inquietud de los funcionarios había llegado a tal punto que decidieron
acudir a la corte, sin ser llamados, a indagar por sí mismos sobre lo que
estaba ocurriendo. Cuando se disponían a entrar, apareció la Reina Madre y
ordenó que fueran en busca del médico imperial. Todos se quedaron a la puerta
en espera de nuevas noticias. Al poco rato salió el doctor y se lanzaron hacia
él, inquiriendo sobre el estado de tan augusto enfermo. - El pulso de su
majestad - respondió el médico, visiblemente preocupado - es extremadamente
irregular. Tan pronto aparece débil como se lanza a un ritmo francamente alocado.
Lo más alarmante, sin embargo, es que musita no sé qué sobre fantasmas y no
queda absolutamente nada de aliento en sus vísceras. Mi diagnóstico es que
dentro de siete días, a lo sumo, morirá. Los ministros palidecieron, al oír tan
infaustas nuevas. Su alarma aumentó de grado, cuando tuvieron noticia de que
Tai-Chung había mandado llamar a Sü Mou-Kung, Wu Kuo-Kung y Yü Chr-Kung. Los
tres acudieron a toda prisa al palacio y el emperador les dijo en un tono casi
inaudible, que denotaba su gran esfuerzo por hacerse entender: -Desde los
dieciocho años he conducido mis ejércitos hasta el último rincón de la tierra.
Muchas han sido, pues, las calamidades a las que me he visto sometido. Sin
embargo, puedo aseguraros que jamás me he topado con algo tan extraño como
ahora me está ocurriendo. Aunque no lo creáis, me he visto atacado por
fantasmas y espíritus. - Cuando asentasteis las bases de vuestro imperio -
contestó Yü Chr-Kung -, hubisteis de dar muerte a infinidad de gente. ¿No os
parece ridículo temer ahora a los espíritus? - Sé que puede sonar descabellado
- insistió Tai-Chung -, pero por la noche los fantasmas no dejan de aullar ni
de tirarme ladrillos. Durante el día no se muestran tan agresivos. Pero os juro
que, cuando oscurece, no puedo soportar sus locuras. - Tranquilizaos, majestad
- le aconsejó Shu-Pao -. Esta noche haremos guardia junto a vuestra puerta
Ching-De 16 y yo y veremos de qué se trata todo esto. Tai-Chung aceptó,
agradecido, la sugerencia y los otros ministros se retiraron, sin hacer el
menor ruido. Aquella noche los dos funcionarios imperiales se pusieron las
corazas y los yelmos y, agarrando las mazas y las hachas, se colocaron a ambos
lados de la puerta del dormitorio imperial. Su apariencia no podía ser más
marcial. Sus yelmos de oro brillaban como si estuvieran hechos de fuego, lo
mismo que las corazas, que parecían haber sido confeccionadas con escamas de
dragón. Sus petos, incrustados de perlas y piedras preciosas, se asemejaban a
las nubes en las que viajan los dioses, realzando la belleza de los fajines de
seda, que llevaban ceñidos a la cintura. Uno poseía unos ojos de fénix, que, al
mirar hacia lo alto, hacían llenar de temor a las estrellas. Los del otro eran
oscuros, pero su fulgor recordaba al rayo y su brillo traía a la mente la
blancura de la luna. Ambos eran excelentes guerreros. No es extraño que con el
tiempo terminaran convirtiéndose en guardianes de las puertas y protectores del
hogar. Toda la noche la pasaron junto a la puerta de su señor, pero no vieron
nada extraño. De esta forma, Tai-Chung pudo dormir tranquilamente desde la
puesta a la salida del sol. Agradecido, les hizo entrar a sus aposentos
privados y les dijo: - Desde que caí enfermo no había vuelto a dormir como la
pasada noche. Estoy en deuda con vosotros. Ahora, si lo deseáis, podéis
retiraros a descansar. Así os encontraréis en disposición de hacer guardia a mi
puerta, en cuanto anochezca. Los dos generales obedecieron los deseos de su
señor y durante dos o tres noches no se apartaron del dormitorio imperial. De
esta forma, la paz se abatió sobre el palacio. Pero el apetito de Tai-Chung
disminuyó alarmantemente y su enfermedad se agravó aún más. Consideró, por
tanto, que el sacrificio de sus súbditos era innecesario y, llamándoles de
nuevo a su presencia, junto con los ministros Du y Fang, les dijo: - Aunque
estos dos últimos días he descansado bien, me temo que no ha sido agradable
para vosotros manteneros en vela toda la noche. Así que he decidido, para que
también vosotros podáis dormir, que un artista pinte vuestro retrato y lo
coloque en las jambas de mi puerta. Espero que no tengáis ninguna objeción que
hacer. Los ministros cumplieron inmediatamente su voluntad y llamaron a los dos
mejores pintores del imperio, para que retrataran a los dos generales con sus
atavíos de guerra. En cuanto las pinturas estuvieron dispuestas, las colocaron
en los batientes de las puertas y durante las dos o tres noches siguientes no
se produjo el menor incidente. A la cuarta, sin embargo, volvió a oírse en la
parte de atrás del palacio un persistente ruido de tejas y ladrillos rotos, que
terminaron minando la quebradiza salud del emperador. En cuanto hubo amanecido,
llamó, una vez más, a sus ministros y les dijo: - Para alivio de todos, durante
los últimos días no se ha producido el menor incidente en la parte delantera
del palacio. Pero anoche volvieron a escucharse en la de atrás unos ruidos tan
espantosos que por poco no acabo perdiendo el juicio. - Eso es porque Ching-De
y Shu-Pao estaban haciendo guardia en la puerta principal - se aventuró a decir
Mou - Kung, adelantándose -. Si queréis que cesen totalmente los ruidos,
deberéis colocar a Wei-Cheng en la puerta de atrás. Tai-Chung aceptó la
sugerencia y ordenó a Wei-Cheng que no se moviera aquella noche de la puerta
trasera. Fiel al mandato imperial Wei vistió sus ropas de guerrero y montó
guardia en el lugar indicado, sosteniendo en sus manos la espada con la que
había dado muerte al dragón. Difícilmente podía encontrarse otra figura más
heroica que la suya. Un turbante de satén verde cubría su frente; su túnica,
plagada de bordados, aparecía sujeta a la cintura por un llamativo cinturón de
jade, y sus mangas, hechas de un tejido tan fino que parecía confeccionado con
piel de garza, flotaban al viento como ingrávidos copos de nieve. Su aspecto
era tan aguerrido que superaba en prestancia a los mismísimos Lü y Shu 17. Sus
pies iban embutidos en unas botas negras de piel muy suave y flexible, en sus
manos portaba una espada tan afilada que no se sabía dónde terminaba su filo, y
sus ojos, brillantes como la llama, escudriñaban una y otra vez la oscuridad.
¿Cómo iban a atreverse los demonios a acercarse a él? La noche, de hecho, fue
pasando y no hizo acto de presencia el menor fantasma. Aun así, la situación
del emperador se fue haciendo cada vez más crítica. Su enfermedad empeoró tanto
que la reina llamó a todos los ministros y ultimó con ellos los detalles del
funeral. El mismo Tai-Chung hizo acudir a su cabecera a Sü Mou-Kung y le confió
todos los asuntos de estado y la futura educación del príncipe heredero, como
había hecho Liou-Pei con Chu Ke-Liang 18. Una vez cumplido ese trámite, se bañó
y se cambió de ropa, esperando resignado la llegada de su hora. Wei-Cheng se
adelantó entonces y, tirándole del manto, le dijo: - No os apenéis, majestad.
Tengo conmigo algo que os garantizará una vida larga. - Mi enfermedad - replicó
Tai-Chung, totalmente entregado - ha alcanzado un punto crítico, del que jamás
podré recuperarme. Mi vida está acabándose por momentos. ¿Cómo puedes
aconsejarme que no me rinda al desaliento? - Tengo aquí una carta - contestó
Wei-Cheng - que quiero que entreguéis a TsweiChüe, uno de los jueces del Reino
Inferior, en cuanto lleguéis a los infiernos. - ¿Quién es ese Tswei-Chüe? -
preguntó Tai-Chung, cada vez más débil. Fue uno de los principales
colaboradores de vuestro difunto padre - respondió WeiCheng -. Empezó su
carrera como magistrado de Tsu-Chou, siendo después ascendido a vicepresidente
del Consejo de Ritos. Cuando vivía, me cupo el alto honor de contarme entre sus
amigos más íntimos. Sé que ahora desempeña el cargo de juez de la capital del
Reino Inferior, siendo responsable del registro de los vivos y difuntos. Me lo
ha dicho él personalmente, ya que nos vemos en sueños con cierta frecuencia.
Entregadle esta carta y estoy seguro de que no echará en saco roto la amistad
que nos une y os permitirá regresar al mundo de los vivos. Al oír esas
palabras, Tai-Chung tomó, esperanzado, la carta y se la guardó entre las
mangas. No había acabado de hacerlo, cuando cerró los ojos y expiró. Las reinas
y concubinas de los tres palacios y las tres cámaras, el príncipe heredero y
las dos filas de funcionarios, tanto militares como civiles, se vistieron de
luto y empezaron a llorarle. El féretro imperial fue colocado en el Salón del
Tigre Blanco. Sin embargo, no hablaremos ahora de las ceremonias que siguieron
ni de cómo se desarrollaron las exequias. Quien quiera saber cómo se produjo la
vuelta a la vida del Emperador Tang Tai-Chung debe escuchar con atención lo que
se dice en el próximo capítulo, más para ti hijo mío Guerrero evangelizador se
ha revelado la Táu como doceava Séfora la cual es belleza que te hará libre como un pájaro de la misma muerte, une
pues los senderos con la justicia, el emperador, los enamorados, el papa, el
carro y asciende por la sacerdotisa para darte como sacrificio vivo, no pruebes
ningún manjar que te de tu hermana, más bien entrega tu corazón como francisco
y la belleza del rostro de Cristo mismo se alzara sobe ti.
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