Feliz cumpleaños hermano
Salomón
«¡Qué sátira tan tremenda de los tiempos modernos es ver que la
única aplicación que se da a la soledad sea en calidad de castigo: la
prisión! ¡Qué diferente de las épocas en que, aunque la vida terrenal
fuera mundana, se creía en la soledad del claustro y se la honraba
como lo más elevado, como a la determinación de lo eterno! Ahora
se la aborrece, se la execra y se la emplea tan sólo como pena para
los delincuentes. ¡Qué cambio!
Si se pone a un pez en agua a la que se ha agregado una sustancia
nociva, el pez no puede respirar; así vivo yo en cierto modo. Me han
infectado el aire a mi alrededor. Necesitaba, para descansar de mi
melancolía y de mi enorme labor, estar aislado de la turba. Desespero
de lograrlo. La curiosidad me rodea por todas partes. Recorro cinco
millas para llegar a mi amado bosque, en busca de la soledad lejos
los hombres; ¡ay de mí, por todas partes curiosidad! Esos incómodos
hombres son como los insectos que viven a costa de otros».
Ella lo escuchaba mientras se
alejaba con él, al interior de su alma se llamaba María Quadrado y venía desde
Salvador a Monte Santo, andando. Arrastraba ya la cruz tres meses y un día. En
el camino de gargantas de piedra y caatingas erizadas de cactos, desiertos
donde ululaba el viento en remolinos, caseríos que eran una sola calle lodosa y
tres palmeras y pantanos pestilentes donde se sumergían las reses para librarse
de los murciélagos, María Quadrado había dormido a la intemperie, salvo las
raras veces en que algún tabaréu o pastor que la miraban como santa le ofrecían
sus refugios. Se había alimentado de pedazos de rapadura que le daban almas
caritativas y de frutos silvestres que arrancaba cuando, de tanto ayunar, le
crujía el estómago. Al salir de Bahía, decidida a peregrinar hasta el milagroso
Calvario de la Sierra de Piquaracá, donde dos kilómetros excavados en los
flancos de la montaña y rociados de capillas, en recuerdo de las Estaciones del
Señor, conducían hacia la Iglesia de la Santa Cruz de Monte Santo, adonde había
prometido llegar a pie en expiación de sus pecados, María Quadrado vestía dos
polleras y tenía unas trenzas anudadas con una cinta, una blusa azul y zapatos
de cordón. Pero en el camino había regalado sus ropas a los mendigos y los zapatos
se los robaron en Palmeira dos Indios. De modo que al divisar Monte Santo, esa
madrugada, iba descalza y su vestimenta era un costal de esparto con agujeros
para los brazos. Su cabeza, de mechones mal tijereteados y cráneo pelado,
recordaba las de los locos del hospital de Salvador. Se había rapado ella misma
después de ser violada por cuarta vez. Porque había sido violada cuatro veces
desde que comenzó su recorrido: por un alguacil, por un vaquero, por dos
cazadores de venados y por un pastor de cabras que la cobijó en su cueva. Las
tres primeras veces, mientras la mancillaban, sólo había sentido repugnancia
por esas bestias que temblaban encima suyo como atacados del mal de San Vito y
había soportado la prueba rogándole a Dios que no la dejaran encinta. Pero la
cuarta había sentido un arrebato de piedad por el muchacho encaramado sobre
ella, que, después de haberla golpeado para someterla, le balbuceaba palabras
tiernas. Para castigarse por esa compasión se había rapado y transformado en
algo tan grotesco como los monstruos que exhibía el Circo del Gitano por los
pueblos del sertón. Al llegar a la cuesta desde la que vio, al fin, el premio
de tanto esfuerzo —el graderío de piedras grises y blancas de la Vía Sacra,
serpeando entre los techos cónicos de las capillas, que remataba allá arriba en
el Calvario hacia el que cada Semana Santa confluían muchedumbres desde todos
los confines de Bahía y, abajo, al pie de la montaña, las casitas de Monte
Santo apiñadas en torno a una plaza con dos coposos tamarindos en la que había
sombras que se movían — María Quadrado cayó de bruces al suelo y besó la
tierra. Allí estaba, rodeado de una llanura de vegetación incipiente, donde
pacían rebaños de cabras, el añorado lugar cuyo nombre le había servido de
acicate para emprender la travesía y la había ayudado a soportar la fatiga, el
hambre, el frío, el calor y los estupros. Besando los maderos que ella misma
había clavado, la mujer agradeció a Dios con confusas palabras haberle
permitido cumplir la promesa. Y, echándose una vez más la cruz al hombro, trotó
hacia Monte Santo como un animal que olfatea, inminente, la presa o la
querencia. Entró al pueblo a la hora en que la gente despertaba y a su paso, de
puerta a puerta, de ventana a ventana, se fue propagando la curiosidad. Caras
divertidas y compadecidas se adelantaban a mirarla —sucia, fea, sufrida,
cuadrada — y cuando cruzó la rua dos Santos Passos, erigida sobre el barranco
donde se quemaban las basuras y donde hozaban los cerdos del lugar, que era el
comienzo de la Vía Sacra, la seguía una multitud de procesión. Comenzó a
escalar la montaña de rodillas, rodeada de arrieros que habían descuidado las
faenas, de remendones y panaderos, de un enjambre de chiquillos y de beatas
arrancadas de la novena del amanecer. Los lugareños, que, al comenzar la
ascensión, la consideraban un simple bicho raro, la vieron avanzar penosamente
y siempre de rodillas, arrastrando la cruz que debía pesar tanto como ella,
negándose a que nadie la ayudara, y la vieron detenerse a rezar en cada una de
las veinticuatro capillas y besar con ojos llenos de amor los pies de las
imágenes de todas las hornacinas del roquerío, y la vieron resistir horas de
horas sin probar bocado ni beber una gota, y, al atardecer, ya la respetaban
como a una verdadera santa. María Quadrado llegó a la cumbre —un mundo aparte,
donde siempre hacía frío y crecían orquídeas entre las piedras azuladas — y aún
tuvo fuerzas para agradecer a Dios su ventura antes de desvanecerse. Muchos
vecinos de Monte Santo, cuya hospitalidad proverbial no se había visto mermada
por la periódica invasión de peregrinos, ofrecieron posada a María Quadrado.
Pero ella se instaló en una gruta, a media Vía Sacra, donde hasta entonces sólo
habían dormido pájaros y roedores. Era una oquedad pequeña y de techo tan bajo
que ninguna persona podía tenerse en ella de pie, húmeda por las filtraciones
que habían cubierto de musgo sus paredes y con un suelo de arenisca que
provocaba estornudos. Los vecinos pensaron que ese lugar acabaría en poco
tiempo con su moradora. Pero la voluntad que había permitido a María Quadrado
andar tres meses arrastrando una cruz le permitió también vivir en ese hueco
inhóspito todos los años que estuvo en Monte Santo. La gruta de María Quadrado
se convirtió en lugar de devoción y, junto con el Calvario, en el sitio más
visitado por los peregrinos. Ella la fue decorando, a lo largo de meses.
Fabricó pinturas con esencia de plantas, polvo de minerales y sangre de
cochinilla (que usaban los sastres para teñir la ropa). Sobre un fondo azul que
sugería el firmamento pintó los elementos de la Pasión de Cristo: los clavos
que trituraron sus palmas y empeines; la cruz que cargó y en la que expiró; la
corona de espinas que punzó sus sienes; la túnica del martirio; la lanza del
centurión que atravesó su carne; el martillo con el que fue clavado; el látigo
que lo azotó; la esponja en que bebió la cicuta; los dados con que jugaron a
sus pies los impíos y la bolsa en que Judas recibió las monedas de la traición.
Pintó también la estrella que guió hasta Belén a los Reyes Magos y a los
pastores y un corazón divino atravesado por una espada. E hizo un altar y una
alacena donde los penitentes podían prender velas y colgar ex votos. Ella
dormía al pie del altar, sobre un jergón. Su devoción y su bondad la hicieron
muy querida por los lugareños de Monte Santo, que la adoptaron como si hubiera
vivido allí toda su vida. Pronto los niños comenzaron a llamarla madrina y los
perros a dejarla entrar a las casas y corrales sin ladrarle. Su vida estaba
consagrada a Dios y a servir a los demás. Pasaba horas a la cabecera de los
enfermos, humedeciéndoles la frente y rezando por ellos. Ayudaba a las
comadronas a atender a las parturientas y cuidaba a los hijos de las vecinas
que debían ausentarse. Se comedía a los trajines más difíciles, como ayudar a
hacer sus necesidades a los viejos que no podían valerse por sí mismos. Las
muchachas casaderas le pedían consejo sobre sus pretendientes y éstos le
suplicaban que intercediera ante los padres reacios a autorizar el matrimonio.
Reconciliaba a las parejas, y las mujeres a quienes el marido quería golpear
por ociosas o matar por adúlteras corrían a refugiarse a su gruta, pues sabían
que teniéndola como defensora ningún hombre de Monte Santo se atrevería a
hacerles daño. Comía de la caridad, tan poco que siempre le sobraba el alimento
que dejaban en su gruta los fieles y cada tarde se la veía repartir algo entre
los pobres. Regalaba a éstos la ropa que le regalaban y nadie la vio nunca, en
tiempo de seca o de temporal, otra cosa encima que el costal agujereado con el
que llegó. Su relación con los misioneros de la Misión de Massacará, que venían
a Monte Santo a celebrar oficio en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, no
era, sin embargo, efusiva. Ellos estaban siempre llamando la atención sobre la
religiosidad mal entendida, la que discurría fuera del control de la Iglesia, y
recordando las Piedras Encantadas, en la región de las Flores, en Pernambuco,
donde el herético Joáo Ferreira y un grupo de prosélitos habían regado dichas
piedras con sangre de decenas de personas (entre ellas, la suya) creyendo que
de este modo iban a desencantar al Rey Don Sebastián, quien resucitaría a los
sacrificados y los conduciría al cielo. A los misioneros de Massacará María
Quadrado les parecía un caso al filo de la desviación. Ella, por su parte,
aunque se arrodillaba al paso de los misioneros y les besaba la mano y les
pedía la bendición, guardaba cierta distancia hacia ellos; nadie la había visto
mantener con esos padres de campanudos hábitos, de largas barbas y habla, a
menudo, difícil de entender, las relaciones familiares y directas que la unían
a los vecinos. Los misioneros prevenían también, en sus sermones, a los fieles
contra los lobos que se metían al corral disfrazados de corderos para comerse
al rebaño. Es decir, esos falsos profetas a los que Monte Santo atraía como la
miel a las moscas. Aparecían en sus callejuelas vestidos con pieles de cordero
como el Bautista o túnicas que imitaban los hábitos, y subían al Calvario y
desde allí lanzaban sermones llameantes e incomprensibles. Eran una gran fuente
de distracción para el vecindario, ni más ni menos que los contadores de
romances o el Gigantón Pedrín, la Mujer Barbuda o el Hombre sin Huesos del
Circo del Gitano. Pero María Quadrado ni se acercaba a los racimos que se
formaban en torno a los predicadores estrafalarios. Por eso sorprendió a los
vecinos ver a María Quadrado aproximarse al cementerio, que un grupo de
voluntarios había comenzado a cercar, animados por las exhortaciones de un moreno
de largos cabellos y vestimenta morada, que, llegado al pueblo ese día con un
grupo entre los que había un ser medio hombre-medio animal, que galopaba, los
había recriminado por no tomarse siquiera el trabajo de levantar un muro
alrededor de la tierra donde descansaban sus muertos. ¿No debía la muerte, que
permitía al hombre verle la cara a Dios, ser venerada? María Quadrado se llegó
silenciosamente hasta las personas que recogían piedras y las apilaban en una
línea sinuosa, alrededor de las crucecitas requemadas por el sol, y se puso a
ayudar. Trabajó hombro a hombro con ellos hasta la caída del sol. Luego,
permaneció en la Plaza Matriz, bajo los tamarindos, en el corro que se formó
para escuchar al moreno. Aunque mentaba a Dios y decía que era importante, para
salvar el alma, destruir la propia voluntad —veneno que inculcaba a cada quien
la ilusión de ser un pequeño dios superior a los dioses que lo rodeaban — y
sustituirla por la de la Tercera Persona, la que construía, la que obraba, la
Hormiga Diligente, y cosas por el estilo, las decía en un lenguaje claro, del
que entendían todas las palabras. Su plática, aunque religiosa y profunda,
parecía una de esas amenas charlas de sobremesa que celebraban las familias en
la calle, tomando la brisa del anochecer. María Quadrado estuvo escuchando al
Consejero, hecha un ovillo, sin preguntarle nada, sin apartar los ojos de él.
Cuando ya era tarde y los vecinos que quedaban ofrecieron al forastero techo
para descansar, ella también —todos se volvieron a mirarla — le propuso con
timidez su gruta. Sin dudar, el hombre flaco la siguió montaña arriba. El
tiempo que el Consejero permaneció en Monte Santo, dando consejos y trabajando
— limpió y restauró todas las capillas de la montaña, construyó un doble muro
de piedras para la Vía Sacra — durmió en la gruta de María Quadrado. Después se
dijo que no durmió, ni ella tampoco, que pasaban las noches hablando de cosas
del espíritu al pie del altarcillo multicolor, y se llegó a decir que él dormía
en el jergón y que ella velaba su sueño. El hecho es que María Quadrado no se
apartó de él un instante, cargando piedras a su lado en el día y escuchándolo
con los ojos muy abiertos en las noches. Pese a ello, todo Monte Santo quedó
asombrado cuando se supo, esa mañana, que el Consejero se había marchado del
pueblo y que María Quadrado se había ido también entre sus seguidores.
De lo que compartieron María
Quadrado y el consejero de Canudos nadie sabe pero todos nos lo imaginamos él
le debe haber contado el cuento del Jeque deudor
El jeque Ahmad siempre tenía deudas
Los ricos le prestaban grandes
sumas
Que el repartía
entre los pobres derviches del mundo
Con los
prestamos el construyo un monasterio
sufí
Y Dios siempre
le saldaba las deudas convirtiendo arena en harina para su generoso amigo.
El profeta
contaba que siempre había dos ángeles
Orando en el
mercado, uno decía: Señor ayuda al pobre vagabundo
Y el otro: Señor envenena a los
miserables
Especialmente se
oye la primera plegaria cuando el vagabundo es un ser pródigo
Como el jeque
Ahmad, el jeque deudor
Hasta su muerte
paso años repartiendo semillas profusamente
Incluso muy
cerca de su muerte, con claras señales de muerte
Permaneció sentado rodeado por sus acreedores
Los Acreedores
formaban un círculo y en el centro estaba el gran jeque
Consumiéndose
gentilmente como una vela
Las caras de los
acreedores mostraban tal amargura y preocupación que casi no podían respirar
¡Qué desesperación sienten estos hombres! Pensó el
jeque
¿Es que piensan
que Dios no tiene cuatrocientos dinares de oro?
Justo en ese
momento un chico llamo desde fuera
¡Halvah, un
sexto de Dirham la pieza ¡Halvah recién hechos!
Asintiendo con
la cabeza, El jeque Ahmad le indico al fámulo
Que fuera y
comprara toda la bandeja de Halvah
“Quizás si todos
eso acreedores comen algo dulce no me miraran con tanta amargura”
El sirviente le
pregunto al chico ¿Cuánto quieres por
eso montón de Halvah?
Medio dinar y
algo de cambio
No les pidas
tanto a los sufíes con medio dinar ya basta
El chico le
entrego la bandeja y el sirviente se la llevó
al jeque,
La cual pasó
entre sus invitados acreedores
Por favor comed
y sed felices
La bandeja se
vació rápidamente
Y el chico le pidió su medio dinar de oro.
¿De dónde voy a
sacar tanto dinero? Todos estos hombres te pueden decir
La de deudas que
tengo y además poco me queda para pasar
a la no existencia
El chico tiro la
bandeja al suelo
Y empezó a
llorar y a gritar con fuerza:
¡Ojala me hubiera roto las piernas antes de entrar
aquí!
¡Ojala me
hubiera quedado en la casa de baño hoy!
¡Soy unos sufíes
glotones y lameplatos que os laváis la cara como los gatos!
Se formó todo un corrillo y el chico continuo
“Oh jeque mi amo
me apaleara si regreso sin nada”
Los acreedores
se pusieron de su lado: ¿Cómo has podido hacer esto?
Te has tragado
nuestras posesiones y ahora acumulas
esta última deuda antes de morirte
¿Por qué?
El jeque cierra
los ojos y no responde
El chico sigue
llorando hasta la oración de la tarde
El jeque se
retira bajo su cobertor
Satisfecho con
todo,
Satisfecho con
la eternidad
Satisfecho con
la muerte
Y completamente
indiferente a todos los comentario vilependiosos a su alrededor
En una noche de brillante luna llena ¿Creeís que la luna, al atravesar la décima casa
Se percata de
los perros que ladran aquí abajo?
Pero los perros hacen lo que se supone que
tienen que hacer.
El agua no
pierde pureza porque floten en ellas
unas cuantas algas.
El rey bebe vino
en la orilla del rio
Hasta el
amanecer, escuchando la música del agua y sin oír
Hablar las
ranas.
El dinero que se
le debía al chico no habría representado
Más que unos
cuantos céntimos a cada uno de los acreedores
Pero el poder
espiritual del jeque impide que esto suceda
Nadie le da al
chico.
A la hora de la
oración de la tarde aparece un criado con una bandeja
De Hatim, un
amigo de Ahmad y hombre de gran fortuna. Una bandeja cubierta
El jeque destapa
la bandeja y en ella aparecen cuatrocientos dinares de oro y en una esquina
Otro medio dinar
envuelto en papel.
Inmediatamente
se oyen los gritos de humillación ¡Oh Jeque entre los Jeques!
Señor de la
misericordia perdónanos
Nos hemos
comportado como ineptos enloquecidos. Hemos tirado lámparas
¿Hemos…?
No pasa nada. No
sois responsable de lo que habéis dicho o hecho.
El secreto de la
cuestión es que le hice una petición a
Dios y no fue hasta el llanto
Del chico cuando
se desato la compasiva generosidad de Dios.
Que el chico sea
la pupila de vuestros ojos
Si queréis llevar la túnica de la soberanía
espiritual
Permitid que
vuestros ojos lloren de anhelo
Este cuento se
lo conto el consejero de Canudos a María para aprehender no para enseñar porque
conociéndolo él siempre quería ser traspasado por aquellos que eran sabios y
para el María era la más sabia porque sabía clamar a Dios, gemir desde el fondo
del abismo y aunque esto él lo sabía hacer o más bien sabia dejar hacer al
Espíritu santo dentro de él clamar como un bebe de pecho, el desagarro de María
era más profundo, como si María llegara a una nota más alta y es esta nota la
que quería provocar, he ahí la ciencia del logos esta ciencia que desde la
herida integraba a la voluntad y al espíritu esta ciencia que quería regalar a
su hermano Salomón y en el a todos sus hermanos y hermanas.
No sabemos cómo
respondió María pero podríamos imaginar que ella le hablo de Salomón y de la
reina de Saba:
Los regalos de
la reina de Saba a Salomón
La reina de Saba
carga cuarenta mulas con lingotes de oro
Como regalo para
Salomón.
Cuando su
mensajero y su partida alcanza la extensa planicie que conduce al palacio de
Salomón
Observan que la
capa superior de toda la llanura
Es de oro puro
¡Durante
cuarenta días van caminando sobre oro!
¡Qué locura
llevarle oro a Salomón cuando hasta el polvo de sus tierras es de oro!
Tú que estás
pensando en ofrecer tu inteligencia reconsidéralo.
La mente es
incluso inferior al polvo del camino
La
embarazosa vulgaridad delos que
trasportan no sirve más que para retrasarles
Se enzarzan en
discusiones. Discuten si deben regresar pero continúan y cumplen con las
Ordenes de su reina.
Salomón se ríe
cuando los ve descargar los lingotes de
oro
¿Cuándo os he
pedido yo que me traigáis caldo para mi sopa?
No quiero que me
deis regalos, quiero que estéis preparados para los regalos que yo hago.
Vosotros adoráis
un planeta que crea oro
En su lugar,
adorad a aquel que crea el universo
Adoráis al sol,
el sol no es más que un cocinero
Pensad en los
eclipses solares ¿Qué pasaría si os atacaran a la media noche?
¿Quién os
ayudará entonces?
Las cuestiones
astronómicas e desvanecen,
Existe otra
relación intima
Un sol a media
noche que no distingue entre levante, noche o día
Las
inteligencias más deslumbrantes se desvanecen
Al ver la
fluctuación del sistema solar
Tan
diminuto, en medio de ese inmenso
resplandor.
Las gotas caen
se convierte en vapor que explota
Y se transforma
en galaxia. Medio rayo descarga en un retazo de oscuridad
Aparece un nuevo
sol
Un nuevo gesto
alquímico
Y surgen nuevas
propiedades saturnales
En el interior
del planeta Saturno.
El ojo físico
necesita de luz para ver
Sírvete de otro
ojo
La visión es
luminosa
La vista es
ígnea, la luz del fuego solar, muy oscura.
Y de pronto El
seria Salomón y respondería
“Os envío
de regreso como mensajeros para ella”
Decidle que este
rechazo de su presente de oro es mejor que la aceptación
Porque gracias a
ello podrá percatarse de lo que nosotros valoramos
Ella adora su
trono pero el hecho es que eso le impide atravesar el umbral
Que la conducirá
a una autentica majestuosidad.
Decidle que una
reverencia con auténtica entrega es más dulce
Que cien
imperios, y es en sí, todo un reino
Errad aturdido
como Ibrahim el cual repentinamente lo abandono todo.
En un pozo
estrecho las cosas se ven al revés
De como son. Piedras
y objetos metálicos
Parecen tesoros
como lo son unos trozos de cerámica
Para los niños
que juegan a comprar y vender.
Decidle que José
se sentó en uno de esos pozos
Y que después se
agarró a la soga que lo elevo
Hacia una nueva
comprensión
La alquimia de
una vida cambiante es la única verdad.
Y ella de hecho
encarnaría a Saba cayendo en su biodramaturgia
Amantes de Dios
en ocasiones se abre una puerta
Y un ser humano
se convierte en un canal de gracia
En el huerto de
la cocina observo distintas plantas
Cada cual con su
macizo: Ajos, alcaparras, Azafrán
Y albahaca. A cada una se la riega de forma
distinta para ayudarla a madurar.
Las delicadas se
separan de los nabos.
Pero hay lugar
para todas en este mundo invisible
Tan vasto que el
desierto de Arabia se puede perder en el como un pelo en el mar.
Imagínate que soy Saba que intenta decidir si se va con
Salomón
Me dedico a
regatear por el herraje
De un asno
cuando podría estar sentada junto a un hombre que está
En permanente
unión con Dios
Que posee un
hermoso jardín en su interior.
Podría realizar
todo un recorrido sin protección
Alimentarme sin tener que comer, ser una
soberana sin necesidad de un trono
Nunca más
supeditada a la fortuna podría ser yo la suerte misma
Si despertara
del sueño, si dejara de discutir
Como un mercader
y aprendiera que tu propia esencia es tu riqueza.
El Trono de Saba
Cuando la reina
de Saba se fue con Salomón
Dejo atrás su
reino y toda su fortuna
Al igual que los
amantes se desprenden de su reputación
Sus sirvientes
ya no eran nada para ella peor que cebollas podridas.
Sus palacios y
campos de cultivo, meros cúmulos de estiércol
Escuchó el
significado interno de ¡La! ¡No!
Al irse con Salomón
no se llevó nada más que su trono
Al igual que el
lápiz se convierte en amigo del escritor
Al igual que la
herramienta que el obrero utiliza
Día tras día se
convierte en algo profundamente familiar
Su trono
afiligranado constituía su única atadura
Os podría dar
más explicaciones sobre este fenómeno
Pero me
extendería demasiado
El trono era muy
grande y difícil de transportar
Porque no se
podía desmontar al estar tan astutamente ensamblado como el cuerpo humano
Salomón se
percató de que Saba le había abierto su
corazón
Y de que pronto
dicho trono constituiría para ella algo
repugnante
“Que se lo traiga” dijo el “ Le acabare dando
una lección como chaqueta y zapatos viejos lo fueron para ayaz. Podrá contemplar ese trono y darse cuenta de todo
lo que ha avanzado”
De la misma forma Dios mantiene ante nosotros
el proceso de generación
La suave piel y
el semen y el embrión en desarrollo.
Cando ves una
perla en el fondo
Metes la mano entre la espuma y los palos
rotos de la superficie.
Cuando sale el
sol ya no piensas en localizar la constelación de Escorpio.
Cuando ves el
esplendor de la unión
Las atracciones
de la dualidad te parecen conmovedoras y encantadoras
Pero mucho menos
interesantes.
La corona
torcida de Salomón
Salomón estaba
ocupado actuando de juez de las gentes
Pero eran sus
pensamientos personales
Los que estaban
trastornando al pueblo
Su corona
resbalo y se le quedo torcida
Él se la puso
recta, pero su corona se volvió a torcer
Esto sucedió
ocho veces
Al final empezó
a hablarle a su regia joya
¿Por qué te
tuerces y te me caes sobre los ojos?
Me veo obligada
a ello cuando ejerces tu poder sin compasión
Debo mostrarte
el aspecto de dicha condición
De inmediato
Salomón se percató de aquella verdad
Se puso de
rodillas y pidió perdón a Dios
La corona
entonces, se le quedo centrada en la coronilla
Cuando algo vaya
mal acúsate primero a ti mismo
Incluso la
sabiduría de Platón a Salomón puede tambalearse y quedarse ciega.
Presta atención
cuando tu corona te recuerde
Lo que te hace adoptar
frialdad ante los demás
Al mimar esta
energía avariciosa en tu interior.
La mezquita
lejana
El lugar que
Salomón construyo para su culto
Llamado la
mezquita lejana no está hecha de tierra
ni agua ni piedras
Sino de
intenciones, sabiduría, diálogos místicos, y actos piadosos.
Cada
una de sus partes es inteligencia y responde a las demás.
La alfombra se
inclina ante la escoba,
La aldaba y la
puerta se balancean juntas como los músicos.
Este santuario
del corazón existe en efecto
Pero es
indescriptible ¡Para que intentarlo!
Ahí se desplaza
Salomón cada mañana y da consejo
Mediante
palabras, armonías musicales y acciones,
Las cuales
constituyen la enseñanza más profunda.
Un príncipe no
es más que un engreído hasta que realiza algo con generosidad.
Una delegación de
las aves vino a quejarse con Salomón
¿Cómo es que
nunca criticas al ruiseñor?
Porque el método
del Ruiseñor es muy distinto
ustedes
El canta de mediados
marzo a mediados
de Junio
Durante los
otros meses, mientras vosotros seguís gorjeando
El guarda
silencio.
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