domingo, 27 de abril de 2025

El problema del indio mediación transferencial y retransferencial

 El problema del indio mediación transferencial y retransferencial 

En vano llega tu imagen a mi encuentro. Y no me entra donde estoy que sólo la muestro. Tú volviéndote hacia mí sólo encuentras. En la pared de mi mirada tu sombra soñada. Soy ese desdichado comparable a los espejos. Que pueden reflejar pero no pueden ver. Como ellos mi ojo está vacío y como ellos habitado. Por esa ausencia tuya que lo deja cegado.

 

«La felicidad nunca fue importante. El problema radica en que nosotros no sabemos qué es lo que realmente queremos. Lo que nos hace feliz es el no alcanzar lo que deseamos, sino soñarlo. La felicidad es para oportunistas. Entonces pienso que la única vida de profunda satisfacción es una vida de una eterna lucha, especialmente, la lucha contra uno mismo. Si quieres mantenerte feliz, solo sigue siendo estúpido. Los auténticos eruditos nunca fueron felices; la felicidad es una categoría de esclavos».

Slavoj Zizek, en "The Guardian"

 

 

Empezaré recordando el conocido episodio del funámbulo en la parte sexta del Prólogo de Así habló Zaratustra, cuando Zaratustra recibe como a su primer discípulo —y si no como discípulo, sí, al menos, como su primer compañero espiritual entre los hombres de la llanura— al acróbata caído y a punto de morir. Consuela al moribundo explicándole por qué ya no tiene nada que temer, sin ningún diablo que venga a por él y que le amargue la vida después de la muerte. A lo que el artista caído replica, agradecido, que realmente no pierde mucho si únicamente pierde la vida:

 

Yo no soy mucho más que un animal al que a golpes y a base de pequeños mendrugos se le ha enseñado a bailar.

 

En estas palabras tenemos, ante nosotros, la primera confesión de un existencialismo acrobático. Este enunciado minimalista va ligado, inseparablemente, a la respuesta de Zaratustra, que le ofrece al desgraciado un espejo noble donde mirarse:

 

«No hables así», respondió Zaratustra, «tú has hecho del peligro tu profesión, no hay en ello nada despreciable. Y ahora pereces en el ejercicio de tu profesión: por ello yo quiero enterrarte con mis propias manos.»

 

 

No es posible malinterpretar el efecto final de este diálogo. Tiene la importancia de una escena pri migenia, ya que en ella queda constituido un nuevo

 

miembros de una asociación que viven en el peligro. El elemento anímico de esta «Iglesia» de momento invisible es el pnéuma de un riesgo afirmado. No es casual que el acróbata que se cae de su alambre sea el primero de aquellos cuya meta es la doctrina de Zaratustra. En su último minuto de vida, este funámbulo se siente entendido como nunca antes por el nuevo profeta: un ser que, siendo apenas poco más que un animal al que se le ha enseñado a danzar, había hecho del peligro su profesión.

 

Tras este Prólogo que nos introduce en una novela de acróbata, Kafka ha escrito el próximo capítulo. En él el crepúsculo del acróbata es ya algo más claro, por lo que se percibe la escena con una luz cercana a la del día. Aquí estaría de sobra abordar más de cerca el hecho de que el propio Kafka practicara ejercicios gimnásticos y fuera partidario de dietas vegetarianas y de ideologías sobre la higiene usuales en la época.! En todo un conglomerado de frases que él mismo extractó de sus cuadernos en octava y agrupó en una lista (editados luego por Max Brod con el título Betrachtungen iiber Siinde, Leid, Hoffnung und den wahren Weg [Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero] ), ésta es la primera entrada: 

 

 

El camino verdadero va sobre un alambre que no está tensado en lo alto, sino casi pegado al suelo. Más que para caminar por él, parece estar destinado a hacer tropezar.?

 

Nadie afirmará que esta anotación se comprende por sí misma a primera vista. El sentido de estas dos frases se hace transparente si son entendidas como continuación de un escenario inaugurado por Nietzsche, y continuado, es cierto, en una dirección que se aparta decididamente de las intenciones heroicas y gozosas de la altura propias de Nietzsche. Si bien «el camino verdadero» sigue estando vinculado con el alambre tensado, éste es trasladado, desde la altura  donde estaba casi a ras del suelo, Más que un instrumento donde los acróbatas demuestran lo seguros que son sus pasos, su función sería ahora-la de una trampa donde tropezar. Todo ello parece decir: la tarea de encontrar el camiRo verdadero es ya, de suyo, lo suficientemente difícil, razón por la cual las personas no tienen que subir a las alturas para vivir en peligro: El alambre tensado en el aire ya no tiene que testar tu capacidad de mantener el equilibrio sobre la más estrechas de las bases, sino que más bien ha de probar que tú, aunque arranques seguro, al seguir adelante en línea recta te desplomarás. El mero existir sería ya, en cuanto tal, una prestación acrobática, y nadie puede decir con seguridad qué instrucción proporciona los presupuestos para salir airoso en esa disciplina. De ahí que el acróbata ya no sepa qué tipo de ejercicios si exceptuamos el de la atención constante—le librarán de la caída. Este grado de atrofia de la habilidad artística no indica, en absoluto, una pérdida de importancia del fenómeno, sino que, al contrario, revela cómo los motivos de tales habilidades se extienden a todos los aspectos de la vida. El gran tema de las artes y de las filosofías del siglo XX —el descubrimiento de lo corriente— extrae su energía del ocaso de los acróbatas que se produce al unísono con él, Las investigaciones acerca de lo corriente y la acrobacia nos suministran resultados no triviales únicamente porque el esoterismo de nuestra época revela la identidad existente entre ambos.

 

Hasta la anotación hermética que hemos citado de Kafka puede ser induida en ese complejo de desarrollos que llamo la desespiritualización de las ascesis. Esto documenta la pertenencia del autor al gran destornillamiento que hace la modernidad de un sistema de tensiones verticales codificado religiosamente y que había estado operativo varios milenios. Un sinnúmero de personas fue formado durante todo ese tiempo para ser acróbatas ultramundanas, ejercitadas en el arte de pasar, con ayuda del balancín de la ascesis, por encima del abismo del «mundo sensible». El alambre tensado sobre el abismo representaba entonces el tránsito desde la inmanencia a la transcendencia, Lo que une a Kafka con Nietzsche es la intuición de que al desaparecer el mundo del más allá lo que queda es el alambre tensado. Sería enteramente incomprensible por qué esto es así si no se pudiera aducir alguna raison d'étre más profunda de la existencia de alambres acrobáticos, alguna fundamentación distinta de su función de puente hacia el mundo del más allá. De hecho, hay una fundamentación distinta: el alambre del acróbata sirve para entender que el acrobatismo constituye, si lo comparamos con las habituales formas religiosas de un «ir hacia el más allá», el fenómeno más resistente. A él es transferible aquella  frase nietzscheana que habla de «uno de los hechos más extensos y duraderos que existen». Con el cambio de perspectiva, desde la ascesis a la acrobacia, surge del trasfondo de todo ello un universo de fenómenos que abarca sin esfuerzo alguno los más grandes antagonismos surgidos en el espectro que va de la plenitud espiritual a la fuerza corporal, En él coinciden aurigas e intelectuales, boxeadores y Padres de la Iglesia, arqueros y rapsodas, unidos por experiencias comunes en ese camino hacia lo imposible. El éthos del mundo sería formulado en un concilio de acróbatas. 

 

Un fantasma ronda el mundo occidental, el fantasma de la religión. Por todo el territorio europeo se nos asegura que, después de una ausencia bastante larga, vuelve a estar entre los hombres del mundo moderno y que haríamos bien en contar seriamente con su nueva presencia. A diferencia del fantasma del comunismo, que en 1848, el año del Manifiesto, no era ningún retorno, sino algo nuevo que aparecía entre las cosas amenazantes, el fantasma actual tiene totalmente justificada su naturaleza de algo retornado. Con independencia de que ahora consuele o arnenace, de que sea saludado como un espíritu bueno o bien la sombra irracional de la humanidad, su aparición y, más aún, ya su mero anuncio, crea en torno suyo, dondequiera que dirijamos la mirada, una actitud de respeto, siempre que dejemos fuera de consideración la ofensiva veraniega de los ateos de 2007, a la cual debemos dos de los panfletos más superficiales de la reciente historia intelectual, firmados por Christopher Hitchens y Richard Dawkins.! Las potencias de la vieja Europa se han reunido en una pomposa fiesta de bienvenida; en ella se juntan los huéspedes más dispares: el Papa y los sabios del islam, los presidentes americanos y los nuevos señores del Kremlin, todos los Metternichs y Guizots de nuestros días, los comisarios culturales franceses y los sociólogos alemanes.

 

En el restablecimiento de la religión en sus fueros de antaño adquiere importancia un protocolo que exige de los fascinados nuevos conversos la confesión de los errores que hasta entonces hayan cometido. Como en los días del primer merovingio, que se adhirió a la doctrina de la cruz como consecuencia  de una batalla ganada, también hoy día deben prender fuego los hijos de una Ilustración banalizada a aquello que ellos antes veneraban.! En esta conversión volvieron a aparecer en escena intuiciones litúrgicas ya perdidas. Que piden, de los novicios de la «sociedad» post-secular un distanciamiento público respecto a las proposiciones de crítica religiosa de los siglos ilustrados. A éstos sólo les parecía accesible la autodeterminación del ser humano a costa de que los mortales reclamasen las fuerzas desperdiciadas en el mundo ultraterreno y las emplearan en la optimización de los recursos terrenales. Para estar, por fin, en forma para el mundo de los humanos había que retirar de «Dios» una cantidad ingente de energía. En una transferencia así de fuerzas se basaba el élan de la época que se había dedicado en cuerpo y alma a cultivar ese singular término del «progreso». El espíritu combativo humanista llegó incluso a hacer de la esperanza un principio fundamental. El escaso condumio que mantenía a los desesperados debía convertirse en el primum mobile de tiempos mejores. Quien se mostraba partidario de esta primera causa elegía la Tierra como tierra donde asentarse, para realizarse en ella y sólo en ella. Desde entonces, la consigna era echar abajo los puentes que conducían a las esferas de allá arriba e invertir todas las fuerzas liberadas en una existencia profana. Si hubiera un Dios, se habría convertido en la magnitud más solitaria del universo, El éxodo desde el más allá adquirió proporciones de una huida en masa (la rala demografía actual de Europa del Este parece, en comparación, una situación de superpoblación). Otra cosa es que la amplia masa del pueblo, imperturbable ante esas ideologías de la inmanencia, se permitiera, incluso en los días triunfantes de la lustración, hacer sus secretas excursiones allende las fronteras.  

 

 

Entretanto, han logrado la supremacía motivaciones completamente distintas, La situación viene determinada por una serie de complicadas percepciones de las oportunidades del hombre. Una Ilustración que se ha dilucidado a sí misma ha puesto de relieve sus propias paradojas, internándose en regiones donde las cosas, por citar a un conocido escritor, «se hacen complejas y tristes». De aquel impulso incondicionado hacia delante de antaño únicamente han quedado en uso reliquias cansinas. No se está ya muy lejos de que los últimos conservadores de la esperanza al estilo ilustrado vuelvan a tierra firme, como los amish de la posmodernidad. Otros eternamente progresistas siguen  la llamada de las organizaciones no gubernamentales, que se han consagrado a la salvación del mundo. Por lo demás, los signos de la época apuntan a la revisión y a la regresión. Á no pocos contemporáneos desengañados les gustaría apoyarse, sin sufrir daño ellos mismos, en quienes producen o ahuyentan sus ilusiones progresistas, como si fuera posible invocar para las ideas una especie de defensa del consumidor. El arquetipo jurídico de nuestra época, el proceso en busca de indernnización, abarca amplios sectores de la vida. ¿No se ha aprendido, en sus formas de juego americanas, cómo hay que pedir al principio sumas exorbitantes para, al final de la lucha entre abogados, encontrar un arreglo sólo medianamente satisfactorio? Los descendientes de los expulsados del cielo piensan abiertamente en exuberantes reparaciones; es más, se atreven a soñar con reparaciones que hagan época. Si se tratara de ellos, la expropiación del mundo del más allá debería ser íntegramente invalidada. Lo que más gustaría a no pocos empresarios neorreligiosos sería poner de nuevo en funcionamiento, de la noche a la mañana, como si se dejara atrás una mera recesión, las fábricas metafísicas que habían sido paradas.

 

¿Constituiría la Ilustración europea una crisis de forma? Sería, al menos, como un experimento en un plano inclinado y, vista en el horizonte global del mundo, una anomalía. Los sociólogos de la religión lo dicen con toda rotundidad: por doquier se siguen teniendo creencias vigorosas y únicamente entre nosotros ha sido ensalzado el estado de sobriedad frente a la embriaguez de la fe. De hecho, ¿por qué razón sólo los europeos deberían mantener una dieta metafísica, cuando el resto del mundo sigue banqueteando imperturbable en mesas ricamente abastecidas?    

 

Permítaseme recordar que Marx y Engels habían escrito el Manifiesto comunista con el propósito de sustituir la leyenda de un fantasma llamado comunismo por una combativa autoafirmación de lo que era realmente el comunismo. Donde había dominado un simple miedo de fantasmas debía surgir el miedo fundado de un enemigo real de lo establecido, También el libro que presentamos aquí se dedica a la crítica de una leyenda y la reemplaza por una tesis positiva. De hecho, hemos de contraponer a la leyenda del retorno de la religión tras el «fracaso» de la Ilustración una visión más aguda de los hech hechos espiriO IS A tuales. Me propongo mostrar que una vuelta a la religión es tan poco posible Como un retorno de la propia religión, por la simple razón de que no hay ninguna «religión» ni ningunas «religiones», sino únicamente sistemas, malentendidos, de prácticas espirituales, se lleven éstas a efecto en realizaciones  colectivas tradicionalmente, la Iglesia, la Orden, la Umma, la sangha '—o personales, en un intercambio con el «propio Dios», con el que los ciudadanos de la modernidad tienen un seguro privado. Con ello pierde toda razón de sér la engorrosa diferenciación entre la «religión verdadera» y la superstición. Lo único que habría serían sistemas de ejercitación más o menos capaces de difundirse, más o menos merecedores de difusión. También desaparece el falso antagonismo entre creyentes e incrédulos, siendo sustituido por la diferenciación entre ejercitantes y no ejercitantes, o bien que tienen otras prácticas.

 

De hecho, hay algo que hoy retorna, pero la información corriente de que se trata de la religión, que se anuncia de nuevo, no puede satisfacer las demandas críticas. Tampoco se trata del retorno de una magnitud que habría desaparecido sino un cambio de acentuación en un continuum nunca interrumpido, lo que realmente vuelve y es merecedor de toda la atención intelectual, presenta más bien   un ángulo antropológico que «religioso»; se trata, por decirlo con una palabra, del reconocir viento de lo. inmunitario del ser humano.

 

Tras varios cientos de años de experimentos con nuevas formas de vida ha quey dado dilucidado que los hombres, indiferentemente de las circunstancias étnicas, económicas y políticas en que vivan, desarrollan su existencia no sólo en determinadas «condiciones materiales», sino también inmersos en sistemas inmunológicos simbólicos y bajo velos rituales. De ese tejido de cosas hablaremos a continuación. En el curso de la exposición se aclarará por sí mismo por qué sus telares son designados aquí con la atrevida expresión de «antropotécnicas»,

 

El primer paso para justificar mi interés por esos temas lo querría dar recordando la conocida exigencia de Wittgenstein «de poner fin a la palabrería sobre ética. Mientras tanto sería posible  reformular mediante expresiones técnicas la parte del discurso ético que no sea pura fraseología. La labor de esa retraducción constituye, desde los años cuarenta del siglo XX —si bien siguiendo utilizando aún otro nombre-., el confuso medio donde tienen lugar los modexnos «estudios de la cultura». Por un momento, el programa ético del presente había aparecido con nitidez en el campo de visión, cuando Marx y los jóvenes hegelianos articularon la tesis de que es el propio hombre el que produce al  hombre. Lo que decía esta afirmación quedó, en un abrir y cerrar de ojos, desfigurado por otro pañotss, que hablaba del trabajo como la única acción esencisamente a través del trabajo: y y de sus resultados. concretos, a como tampoco mediante él recientemente tan encomiado «trabajo del hombre en sí mismo», y menos por la «interacción» o la «comunicación», invocadas como alternativas. Eso lo hace el hombre viviendo su vida en diversas formas de ejercicio.

 

Defino como ejercicio cualquier operación mediante la cual se obtiene o se mejora la cualificación del que actúa para la siguiente ejecución de la misma operación, independientemente de que se declare o no se declare a ésta como un ejercicio. Quien hable de la autoproducción del hombre sin mencionar su configuración en la vida que se ejercita ha errado el tema desde el principio. En consecuencia, hemos de dejar prácticamente en suspenso todo lo que haya sido dicho sobre el hombre como un ser trabajador, para traducirlo en el lenguaje de la ejercitación de la vida, o de un comportamiento que se configura y acrecienta a sí mismo. Y no sólo el fatigado homo faber —que objetiviza el mundo según su modo de «hacer»— ha de desocupar el sitio que tenía en el centro de la escena lógica, sino que incluso el homo religiosus, vuelto con ritos sub-reales hacia el mundo del más allá, deberá aceptar la retirada que se merece. Tanto.el... hombre trabajador como el creyente son englobados en un nuevo concepto general. Ya es tiempo de desenmascarar al hombre como a un ser vivo surgido por por la repetición. Así como el siglo XIX estuvo, en lo cognitivo, bajo el signo de la producción y el siglo XX bajo el de la reflexividad, el futuro debería ser presentado bajo el signo del ejercicio.

 

Las apuestas de nuestro juego no son bajas. Lo que está en juego en nuestro plan es nada menos que la introducción de un lenguaje alternativo, y, junto con el lenguaje, una óptica modificada en relación con un grupo de fenómenos para los cuales la tradición solía ofrecerexpresiones como «espiritualidad», «devoción», «moral» «ética» y «ascesis». Si nos sale bien la maniobra, el gran perdedor que surgirá de estos estudios será el concepto tradicional de religión, aquel desgraciado espantajo que asoma en la escenografía de la Europa moderna. Es cierto que, desde siempre, la historia de las ideas se asemeja a un'asilo para conceptos deformes, y tras la marcha que haremos por las estaciones de la misma no sólo calaremos en lo que significa el concepto «religión» con respecto a su plan malogrado, un concepto cuya equivocidad sólo se ve rebasada por el hiperespantajo del término «cultura». Y luego se entenderá por qué en relación con las exposiciones aquí modificadas sería igualmente un sinsentido tomar partido por la beatería negativa presentada en nuestras latitudes desde casi dos siglos como un ateísmo de cartel, un sombrero de Gessler! al que saludaban con gusto los elegantes intelectuales que pasaban junta a él, no sin reivindicar para sí mismos, con ocasión de ello, el predicado de «intelectuales íntegros», u opcionalmente, de «críticos» o «autónomos». Ahora se trata de dar a todo el escenario un giro de 180 grados, hasta que'se muestre bajo un nuevo ángulo, que nos ponga al corriente de lo que realmente es, el material religioso, espiritual y ético. 

Las apuestas, repito, son altas. Hemos de arremeter contra una de las más crasas pseudoevidencias de la reciente historia del espíritu: contra la creencia, que ha prevalecido desde hace dos o tres siglos en Europa, en la existencia de «religiones»; más aún, contra la creencia, no probada, en la existencia de la fe, La creencia de que se da la «religión» es el elemento que, tanto hoy como ayer, ha venido uniendo a creyentes y a no creyentes. Se trata de una creencia tan imperturbable que tendría que hacer palidecer de envidia a cualquier prefecto de la Congregación romana para la Doctrina de la Fe. Lo ecuménico de estos malentendidos ha sobrevivido intacto a lo largo delos tiempos modernos. Ningún superador de la religión ha dudado de la existencia de la religión, por mucho que le discuta todos y cada uno de sus dogmas. Ningún rechazo ha presentado ante lo rechazado la cuestión de si eso que se llama «religión» leva justificadamente tal nombre y si tiene, en cuanto tal, alguna consistencia. Sólo basándose en la costumbre de una ficción surgida en fecha relativamente reciente --no se usó antes del siglo XVII, se puede hablar hoy día de un «retorno de la religión».! La leyenda actual se fundamenta en la creencia inquebrantable en la religión como una magnitud constante y universal que puede marcharse y volver.

 

 

Mientras que el psicoanálisis ha hecho sus construcciones sobre el teorema del retorno de lo reprimido, un análisis de ideas y comportamientos como el que aquí presentamos se basaría en el teorema del retorno de lo incom: rendido. Fenómenos rotativos de este tipo resultan inevitables siempre que no se haya entendido suficientemente en su especificidad algo que un día estuvo allí y que luego se ocultó, para volver de nuevo a resurgir. Únicamente se puede avanzar en el propósito de ir hasta el fundamento mismo de la cuestión si no se afirma ni se niega el objeto de la misma, sino que se comienza, más bien, con una explicación que cale hondo en el asunto. Se trata de un proyecto hacia el que enfiló una avanzadilla de investigadores del siglo XIX y comienzos del XX, si bien echando mano de medios cuya insuficiencia hace mucho que es evidente —estoy pensando en autores como Feuerbach, Comte, Durkheim y Weber--. Con todo, en sus investigaciones, las dadas «religiones» e adquiriendo poco a poco, como sistemas de comportamientos ordenados según paradigmas simbólicos, contornos más precisos, pero en ningún gún sitio , quedó: formulada convenientemente la naturaleza del comportamiento «religioso» como ejercicio y su cimentación en procedimientos de autoplastia. Sólo el último Nietzsche presentó, en sus reflexiones dietológicas de la década de 1880 —piénsese en las páginas correspondientes de su escrito de autocrucifixión Ecce homo=, planteamientos para una d doctrina de. la vida basada ES la ejercitación, o bien por una ascetología general. Por mucho que estos hayn sido malentendidos por parte de lectores superficiales  como un repliegue de la filosofía a un nivel farmacéutico? quien estudie esas páginas con la atención que merecen puede descubrir en ellas las ideas seminales de una teoría general de la existencia fundada en el ejercicio.

 

La traducción aquí propuesta de los hechos religiosos, espirituales y éticos en el lenguaje y en la óptica de una teoría general del ejercicio se entiende a sí misma como una empresa llamada a conservar la IHustración. En ella subyace un doble interés de conservación: por un lado, se confiesa partidaria del continuum del aprendizaje acumulativo que llamamos Hustración y.que nosotros, la gente de la época presente, seguimos manteniendo —pese a todos los rumores de un estado de cosas «post-secular» aparecido recientemente— como el contexto de aprendizaje de los tiempos modernos, que abarca ya cuatro siglos; por otro lado, retoma el hilo, en parte ya milenario, que nos ata —dando por supuesto que estamos dispuestos a empalmar explícitamente con ellas- a las primeras manifestaciones del saber sobre la ejercitación y la vivificación de lo humano. 

 

Con esto queda ya escrito cuál será la clave de todo lo que a partir de aquí se podrá leer. El adverbio «explícitamente» aplicado a los ternas indicados contiene in nuce el libro entero. El mencionado giro de 180 grados en el escenario de la historia del espíritu no significaría otra cosa que una maniobra lógica para explicitar una serie de circunstancias que en la masa de lo transmitido por la tradición estaban allí «implícitamente», es decir, en formas replegadas y apiñadas. Si la Ilustración, en su aspecto técnico, constituye el lema programáti-

 

. co de un progreso referido a la conciencia de la explicitación, será lícito afirmar, . sin miedo a las grandes fórmulas, que el hacer explícito lo implícito constitu-

 

ye la forma cognitiva del destino. De no ser así, no se hubiera podido creer en ninguna época que el saber posterior tiene que ser, asimismo, el mejor, pues sobre esta suposición se basa, como es sabido, todo lo que nosotros venimos documentando, desde siglos, usando la expresión «investigación». Sólo si las «cosas» o los hechos replegados tienden, por sí mismos, a desplegarse y a hacerse más comprensibles para nosotros puede hablarse -siempre que ese despliegue se logre de un crecimiento real del saber. Únicamente si las materias  están dispuestas espontáneamente (o se dejan compeler a ello mediante una investigación impuesta) a surgir a la luz con una superficie ampliada y mejor iluminada se puede afirmar seriamente —con una seriedad ontológicamente enfática—: hay una ciencia in progress, hay logros cognoscitivos reales y y expediciones. Ya través de és éstas n nosotros, corno colectivo comprometido con la episléme, nos adentramos en continentes del saber que permanecían ocultos, tematizando algo que hasta entonces no había sido tematizado, sacando a la luz cosas aún desconocidas y transformando lo oscuramente conocido en algo  expresamente sabido. De este modo incrementamos el capital cognitivo de nuestra sociedad (aquí sin comillas). En otros tiempos se hubiera dicho probablemente que el trabajo del concepto desemboca en alguna forma de «proón Hegel fue en esto tan lejos, que llegó a explicar que la verdad es, esencialmente un resultado claro pero un resultado que integra todo el proceso, siendo por eso inevitable que se encuentre al final del drama si es que se ha vivido el drama en la experiencia de la conciencia Allí   donde ella se revela con toda su estatura, el espíritu

humano estaría celebrando el domingo [dies solis] de la vida. Ya que yo no tengo intención de ocuparme aquí del significado del concepto en general y abrigo otros propósitos en relación con el concepto del trabajo, me doy por satisfecho. Con una tesis algo menos triunfal, pero no menos vinculante; no hay, en  lo cognitivo, nada nuevo bajo el sol.

 

“La novedad de lo nuevo tendría que ver, como hemos indicado, con el despliegue de lo ya conocido en perfiles más grandes, más claros y ricos. En consecuencia, lo nuevo no podría ser nunca absolutamente 1 innovativo, no representando más que la continuación, con otros medios, de lo cognitivamente ya disponi- ” ble, Coincidiendo así la novedad con un grado mayor de explicitación. Podemos asimismo decir que cuanto más alto sea el grado de explicitación más profundo será el posible —es más, el ineludible— grado de extrañeza del saber recientemente adquirido. Que esta mesa ha sido hecha con madera de cerezo es algo que yo, hasta ahora, he admitido como un hecho convencional. Que la madera de cerezo se compone de cosas llamadas átomos es algo de lo que yo me entero con la resignación propia de un ser cultivado, aunque los tan citados átomos sigan estando, para mí, en su valor de realidad, al mismo nivel que el polvo del cuerno de unicornio o la influencia de Saturno. Que los átomos de la madera de cerezo quedan disueltos, en una explicación ulterior, en una nebulosa de subátomos que casi no son nada es también algo que yo, como receptor final de la explicación física de las cosas, tengo igualmente que aceptar, incluso si con ello se ven vulneradas mis hipótesis sobre la sustancialidad de la sustancia. La última explicación me ilustra del modo más enfático que el saber posterior tiende a ser el más extraño.

 

En la plétora de novedades cognitivas que han visto la luz del sol de la modernidad no hay ninguna que sea comparable, ni de lejos,  con la aparición y el conocimiento de los sistemas inmunológicos  en la biología a finales del siglo  xIx. Desde entonces “nada puede  seguir siendo como era en las ciencias que versan sobre las entidades integrales -los organismos animales, las especies, las «sociedades», las culturas—. Sólo con titubeos se ha empezado a entender que los llamados sistemas se convierten propiamente en sistemas, los seres vivos en

 

seres vivos o las culturas en culturas gracias precisamente a dispositivos de carácter inmunológico. Sólo en virtud de sus cualidades inmunitarias aquéllos ascienden al rango de unidades autoorganizadas que se conservan y reproducen en una relación constante con un mundo circundante invasivo e irritante tanto en potencia como en acto. Tales prestaciones se desarrollan de un modo especialmente impresionante en los sistemas biológicos inmunitarios —cuyo descubrimiento se remonta a las investigaciones hechas por Ilya Mechnikov y los discípulos de Robert Koch, sobre todo Paul Ehrlich, a finales del siglo XIX-. En ellas se puede leer la sorprendente idea.de que ya seres vivos relativamente simples, como los insectos y los moluscos, portan en sí mismos.una especie de «saber previo» de los riesgos vitales típicos de los insectos y los moluscos. Por consiguiente, los sistemas inmunitarios de este nivel pueden ser definidos como una serie de expectativas de vulneración incorporadas al propio ser y de los correspondientes programas a priori de defensa y reparación.

 

 

Vista bajo esa luz, la vida misma aparece como una dinámica de integración equipada con competencias autoterapéuticas o «endoclínicas» y referida a un espacio sorpresivo específico para cada especie. A ella le corresponde una competencia, tanto congénita como —en el caso de organismos superiores adquirida por vía de adaptación, para hacer frente a vulneraciones e invasiones que le salen al paso en el entorno fijo que le ha sido adjuntado o en el mundo circundante conquistado. Tales sistemas inmunitarios podrían ser igualmente descritos como prefiguraciones organísmicas de algún sentido de la transcendencia: gracias a la eficiencia, continuamente a punto de intervenir, de estos resortes, el ser vivo se confronta activamente con lo para él potencialmente deletéreo, contraponiéndole la facultad de superación que tiene su propio cuerpo. A causa de tales prestaciones, los sistemas inmunitarios de este tipo han sido comparados con una «policía corporal» o una tropa encargada de la defensa de sus fronteras. Pero dado que y ya en este nivel se trata de la estipulación de un modus vivendi frente a poderes ajenos e invisibles —y además, en cuanto tales pueden ser letales, frente a poderes «superiores» y «terribles»—, encontramos aquí una etapa previa del comportamiento que, en contextos humanos, suele ser designado como algo religioso o espiritual, Para cada organismo el mundo circundante es su transcendencia, y cuanto más abstracto e ignoto sea el peligro dimanante del entorno tanto más transcendente se le aparece.

 

Cada gesto de «mantenerse dentro» de lo abierto, por decirlo con Heidegger, incluye ese estar previamente preparado del sistema del ser vivo para el encuentro con poderes irritativos e invasivos potencialmente letales. «Con todos sus ojos mira la Jesiado Y lo abierto», Establece Rilke al pr epa de la octava rior con el entorno, La tracción hacia lo abierto ocurre, en el mundo de la evolución, en diversos grados; aunque prácticamente todos las organismos O seres que les han 1 sido, respectivamente, aujuatados como sus entornos (hasta las plantas lo hacen, cuánto más los animales), únicamente una minoría —por lo que sabemos, sólo los hombres logran hacer un movimiento de transcendencia de segundo grado. Gracias a éste, el entorno estricto rebasaría sus límites y se convertiría en mundo, como algo integrado > por lo n manifiesto y To latente. El segundo pa pasó es obra del lenguaje. Éste no sólo alza la «casa del ser», expresión que Heidegger sacó de lo que dicen los animales de Zaratustra, que reprochan al convaleciente: «eternamente se vuelve a construir de nuevo la casa del ser»; el lenguaje sirve también de vehículo a las propias tendencias a huir de casa con las que el hombre se enfrenta, gracias a sus excedentes internos, a lo lo abierto. No es necesario explicar por qué aparece, en este segundo grado de. transcendencia, el parásito más antiguo del mundo: el mundo del más  allá.   

 

 

Renuncio a indicar ya desde ahora las consecuencias de estas reflexiones para el ámbito de lo humano. De momento es suficiente constatar que la continuación de la evolución biológica en lo social y en lo cultural lleva a una categoría superior de los sistemas inmunológicos. Tenemos razones para no contar en el hombre con un único sistema inmunitario, el biológico, el cual, estando como está en el aspecto evolutivo en primer lugar, en la historia de los descubrimientos humanos se encontraría, sin embargo, en el último. En la esfera humana existen no menos de tres sistemas inmunitarios, los cuales trabajan superpuestos, con un fuerte ensamblaje cooperativo y una complementariedad funcional. Sobre el sustrato biológico, en gran parte automatizado e independiente € de la conciencia, se sehan ido desarrollando en el hombre, en el transcurso de su desarrollo mental y sociocultural, dos sistemas complementarios encargados de una elaboración previsora de los : daños potenciales: por un lado, un sistema de prácticas socio-inmunitarias, especialmente las jurídicas o las solidarias, pero también las militares, con las que los hombres desarrollan, en la «sociedad», sus confrontaciones con agresores ajenos y lejanos y con vecinos ofensores o dañinos;! por otro lado, un sistema de prácticas simbólicas, o bien  psico-inmunológicas, con cuya ayuda los hombres logran, desde tiempos inmemoriales, sobrellevar más o menos bien su vulnerabilidad ante el destino, incluida la mortalidad, a base de antelaciones imaginarias y del uso de una serie de armas mentales.! Es irónico en estos sistemas el que sean susceptibles de recibir una explicación de su lado oscuro, aunque existan, desde el principio, como algo dependiente de la conciencia y se tengan por magnitudes autotransparentes. No funcionan a espaldas de los sujetos, sino incrustados por completo en su comportamiento intencional; no obstante, es posible que entendamos ese comportamiento mejor de como es entendido por sus propios ingenuos agentes. Y porque esto es así es posible una ciencia de la cultura, y la ciencia de la cultura es necesaria porque el trato no ingenuo corr los sistemas inmunitarios simbólicos se ha convertido hoy día en una condición de supervivencia de las propias «culturas». 

 

Como es natural, nosotros nos ocuparemos en este libro sobre todo de las manifestaciones del tercer nivel inmunitario. Reúno materiales para la biografía del homo immunologicus, dejándome guiar por la hipótesis de que es especialmente aquí donde se ha encontrar el entramado de donde surgen las antropotécnicas. Entiendo, con esta última expresión, los procedimientos de ejercitación, físicos y mentales, con los que los hombres de las culturas más dispares han intentado optimizar su estado inmunológico frente a los vagos riesgos de la vida y las agudas certezas de la muerte. Sólo cuando estos procedimientos sean captados dentro de un amplio cuadro de los «trabajos del hombre en sí mismo» se podrán evaluar los más recientes experimentos de las técnicas genéticas, a las cuales se quiere limitar, en el debate actual, el concepto de «antropotécnica» reacuñado en 1997. Lo que yo tengo que decir, desde mi punto de vista actual, sobre este tema iré incorporándolo ad hoc en el transcurso de mi exposición. La tendencia de mi toma de posición puede leerse ya en el título del presente libro: quien repare en que en él se dice ¡Has de cambiar tu vida! 

 

no ¡Has de cambiar la vida!, habrá entendido ya a la primera vuelta de qué se trata.

 

 

El héroe de esta historia, el homo immunologicus, que ha de dar una armadura simbólica a su vida, con todos sus peligros y sus excedentes, es el hombre que lucha consigo mismo, preocupado por su propia forma. Lo caracterizaremos más de cerca como el hombre ético, o mejor dicho, el homo repetitivus, el homo artista, el hombre inmerso en el training. Ninguna de las teorías corrientes sobre el comportamiento y la acción humanos estaría en condiciones de captar al hombre como ser que se ejercita; al contrario, llegaremos a entender cómo las teorías hasta ahora vigentes tenían, sistemáticamente, que hacerlo desaparecer, con independencia de que distribuyesen el campo observado en trabajo e interacción, o en comportamiento y comunicación, o bien en vida activa y vida contemplativa. Con un concepto de ejercicio ampliamente fundamentado en la antropología tendremos por fin a mano un instrumento para tender un puente en el abismo —metodológicamente, se presupone que insuperable— entre los fenómenos inmunitarios biológicos y culturales, es decir, entre, por un lado, los procesos naturales y, por otro, las acciones específicamente humanas.

 

Se ha afirmado con bastante frecuencia, en interminables discusiones sobre la diferencia entre los fenómenos naturales y culturales --y sobre los métodos de su investigación científica, que entre una esfera y otra no hay pasajes directos abiertos. Pero el postulado de un paso directo ente los dos representaría un embrollo superfluo, por el que uno no debiera dejarse desconcertar. Persisten en él, de forma significativa, sobre todo quienes reclaman para las llamadas aquí, en este país, ciencias del espíritu, una reserva protegida por cercas metafísicas. No pocos defensores del mundo del espíritu quieren excavar lo más profundamente posible la zanja que se abre entre los sucesos naturales y las obras producto de la libertad, llegando, si es necesario, hasta las simas de un dualismo ontológico, y todo supuestamente para proteger las colonias de la Corona de lo espiritual de los asaltos naturalistas. Ya veremos qué se ha de opinar al respecto, :

 

En realidad, el pasadizo entre la naturaleza y la cultura, y viceversa, se ha encontrado, desde siempre, completamente abierto. Va a través de un puente fácil de cruzar: la vida como ejercicio. Los hombres se han comprometido en  su construcción, desde sus inicios o, mejor dicho, sólo hay seres humanos desde que se emplean en la construcción de ese puente. El hombre es el ser-vivo pontifical que, desde los estadios más tempranos de su evolución, tiende arcos aptos para ser transmitidos por la tradición entre la cabeza de puente de la corporeidad y la de los programas culturales, La naturaleza y la cultura estarían unidas, de antemano, por un amplio espacio de en medio, de prácticas corporeizadas, donde encuentran su sitio las lenguas, los rituales y el manejo de la técnica, en tanto estas instancias materializan las formas universales de un conjunto de artificios automatizados. Tal zona intermedia constituye una región pródiga en formas, variable y estable, que provisionalmente puede ser designada con suficiente claridad mediante expresiones convencionales como educación, usos, costumbres, conformación de hábitos, entrenamientos y ejercicios, sin tener que esperar a los representantes de las «ciencias humanas», los cuales siembran, con el ruido de su cultura, el desconcierto, para cuya disolución luego ofrecen sus servicios. En este «jardín de lo humano» —porrecordar una fórmula lograda, y no física, del físico Carl Friedrich von Weiszácker-* encontrarán su temática las investigaciones que siguen. Los jardines son recintos cercados donde coinciden plantas y artificios. Constituyen «culturas», en un sentido no comprometido de la expresión. Quien se adentre en los jardines de lo humano se topa con potentes estratos de acciones reguladas, internas y externas que  presentan una tendencia propia de sistemas inmunitarios ubicados sobre sustratos biológicos. Frente a la crisis mundial de las culturas, en la que hay que incluir también los fantasmales episodios neo-religiosos mencionados al principio, sería un placer más que académico poner la explicación de lo que es esa región en el orden del día de los Parlamentos de la civilización.?

 

Es imposible que un estudio, como éste, sobre la antropología del ejercicio pueda hacerse libre de compromiso y de forma imparcial. Esto se deriva de la circunstancia de que todo discurso sobre «el hombre» acaba por transcender, más pronto o más tarde, los límites de la simple descripción, persiguiendo metas normativas, sean éstas puestas o no al descubierto. En ninguna época pudo verse esto con mayor claridad que por los tiempos de la primera Hustración europea, cuando la antropología emergía de la pila bautismal como la originaria «ciencia burguesa». Fue entonces cuando la ciencia sobre el hombre empezó a anteponerse, como paradigma moderno de la filosofía, a las disciplinas tradicionales de la lógica, la ontología y la ética. Quien se inmiscuyera en el debate sobre el hombre lo hacía para hacer valer —de una forma «progresista»— la ecuación entre el ciudadano y el hombre, queriendo eliminar a los nobles como secesionistas de la humanidad o intentando elevar a la humanidad en su conjunto a la condición nobiliaria, o bien retratando al ser humano —de un modo «reaccionario»— como al animal del pecado original, corrompido y lábil, al que, por su propio interés, lo mejor es no dejarle nunca de la mano de los maestros encargados de corregirle, de sus correctores, por decirlo en lenguaje medieval. 

 

 

La insuperable parcialidad de la teoría antropológica aparece íntimamente entrelazada con la naturaleza del objeto de su estudio. Pues por mucho que el discurso general sobre «el hombre» esté imbuido de un páthos igualitario-trátese de la igualdad real ó afirmada de los hombres ante la herencia biológica de la especie o de la igualdad de valor de las culturas ante el tribunal que decide sobre lo digno de sobrevivir--, tendrá que contar siempre con el hecho de que los seres humanos están sujetos, ineludiblemente, a tensiones verticales, en todas las épocas y en todos los espacios culturales. Allí donde se tope con seres humanos se verá que éstos aparecen encapsulados en determinados campos de prestaciones y clases que tienen que ver con su status. Incluso el observador externo no puede librarse del todo del carácter vinculante de tales fenómenos jerárquicos, por mucho que se empeñe en poner entre paréntesis los ídolos de su propio linaje. Es totalmente evidente que hay determinados meta-ídolos cuya autoridad se hace valer y que abarcan culturas diversas; se trata, evidentemente, de los universales que determinan el papel de las prestaciones sociales, del reconocimiento del status correspondiente y de la excelencia, universales de los que nadie puede emanciparse, tanto en lo propio como en lo ajeno, sin caer en la posición del bárbaro. 

 

 

Es una fatalidad que sea el término «bárbaro» el que nos suministre la contraseña que nos franquea el acceso a los archivos del siglo XX, Esta expresión designaría al despreciador del rendimiento, al vándalo, al negador del status, al iconoclasta, al rechazador del reconocimiento de todo tipo de reglas de ranking y jerarquía. Quien quiera entender el siglo XX no ha de perder nunca de vista este factor de la barbarie. Fue y ha seguido siendo algo típico de tiempos modernos recientes admitir ante el gran público la existencia de una alianza entre la barbarie y el éxito; al principio, más bajo la forma de un imperialismo tramposo, hoy día tras los disfraces de una vulgaridad invasiva, que, vehiculada a través de la cultura popular, se adentra en prácticamente todos los campos. El hecho de que la posición bárbara en la Europa del siglo XX sirviera temporalmente de poste indicador incluso entre los representantes de la alta cultura —hasta llegar a un mesianismo de la incultura, y, aún más, a la utopía de un nuevo comienzo desde la tabula rasa de la ignorancia, ilustra las proporciones de la crisis de civilización que este continente ha experimentado en los últimos ciento cincuenta años, incluida la revolución cultural hacia abajo que atraviesa en nuestras latitudes el siglo XX y proyecta sus sombras sobre el siglo XXI. 

 

 

Dado que las páginas que siguen tratan de la vida como ejercicio, conducen, en correspondencia con su objeto, a una expedición hacia el universo poco investigado de las tensiones verticales del hombre. El Sócrates platónico había descubierto este fenómeno para la cultura occidental cuando dijera, expressis verbis, que el hombre es el ser que potencialmente es «superior a sí mismo».! Yo traduzco esta indicación por la observación de que todas las «culturas», «subculturas» o todos los «escenarios» están construidos sobre diferencias-guía con cuya ayuda el campo de las posibilidades de comportamiento humano se ve subdividido en clases polarizadas. Así, las «culturas» ascéticas [en el sentido primitivo de la palabra] conocen la diferencia directriz o diferencia-guía de lo perfecto versus lo imperfecto, las «culturas» religiosas la de lo sagrado versus lo profano, las aristocráticas la de noble versus villano, las militares la de valiente versus cobarde, las políticas la de poderoso versus el privado de poder, las administrativas la de superior versus subordinado, las atléticas la de excelencia versus medianía, las económicas la de abundancia versus carestía, las cognitivas la de saber versus ignorancia, las sapienciales la de iluminación versus ceguera.? Lo que estas diferenciaciones directrices tienen siempre en común es la toma de partido por el primer valor de los dos indicados, que en el campo correspondiente funciona como un atractor,! mientras que al otro polo de la alternativa le compete la función de un valor de repulsión o una magnitud de esquivamiento.

 

Lo que yo llamo aquí atractores son, por sus efectos, magnitudes direccionales de tensiones verticales, que en los sistemas psíquicos se encargan de la orientación. La antropología, si no quiere estar, con su discurso, al margen de los vectores esenciales de la conditio humana, no debe seguir dejando fuera de su consideración la realidad de tales magnitudes. Sólo a partir de la percepción de las fuerzas de tracción dispuestas «desde arriba» se puede hacer comprensible por qué y en qué formas el Homo sapiens —que los paleontólogos nos ofrecen hasta la zona donde empiezan su cometido las ciencias del espíritu ha podido desarrollarse y convertirse en el animal de tendencias ascendentes que nos describen, más o menos al unísono, los hallazgos de los historiadores de las ideas y de los descubridores del mundo. Allí donde se encuentre a miembros del género humano éstos revelan, por doquier, los rasgos de un ser condenado a fatigas suprarrealistas. Quien busque hombres encontrará acróbatas.

 

La referencia al pluralismo de las diferenciaciones directrices no sólo nos debe hacer reparar en las condiciones de explotación de las diversas «culturas» o de los distintos «escenarios». Tal pluralismo sugiere también una explicación sobre el modo como en la historia de las «culturas», sobre todo en las fases más candentes y creativas de las mismas, se ha podido llegar a superposiciones y mezclas de sectores que al principio estaban separados, así corno a inversiones de signos axiológicos y entrecruzamientos de disciplinas, a fenómenos, con ello, que subyacen en formas de espiritualidad y civilización que siguen ejerciendo una tracción hasta hoy día. Dado que las citadas diferenciaciones directrices pueden emigrar de su campo originario para incrustarse con éxito en zonas ajenas, hay una serie de oportunidades espirituales que nos continúan fascinando aún como posibilidades superiores y supremas de la humanidad, por ejemplo: una definición no económica de la riqueza, una definición no aristocrática del noble, una definición no atlética de un rendimiento de primera clase, una definición no señorial de lo superior, una definición no ascética de la perfección, una definición no militar de la valentía, una definición no beata de la sabiduría y de la fidelidad. 

 

 

Para acabar estas observaciones preliminares quisiera añadir alguna palabra más, que pueda ser útil, sobre la parcialidad del presente libro y hacer una advertencia acerca de un malentendido fácil de comprender. Las investigaciones que siguen parten de sus propios resultados: dan testimonio de la experiencia de que hay objetos que no permiten ninguna epokhé completa a quien los comente y ninguna retirada a una neutralidad de intereses, si bien los signos empleados se sustentan en una teoría, y esto conlleva, por tanto, el abstenerse de prejuicios, caprichos y obsesiones. Aquí tenemos que vérnoslas con un objeto de estudio que no deja. en paz al que lo analiza. No sería acorde con el tema que el autor quisiera ocultarse del todo tras la cerca de la falta de intenciones. La propia materia tratada envuelve a sus adeptos en una ineludible autorreferencialidad, al poner ante sus ojos el carácter de ejercicio —el ejercicio «ascético», que pide formas y moldea hábitos— de su propio comportamiento. En su ensayo sobre las luchas de los dioses que subyacen en el antiguo teatro dionisíaco, el joven Nietzsche había anotado: «¡Ah! ¡El encanto de estas luchas es que el espectador de ellas tiene también que librarlas!», ! De forma análoga, un estudio antropológico de la vida en ejercicio sufre la infección de su objeto. Con el trato de prácticas, ascesis y ejercicios diversos, sean éstos declarados o no como tales, el teórico topa, inevitablemente, con su propia forma de ser, más allá de toda afirmación y negación. 

 

Esto mismo vale para el fenómeno de las tensiones verticales, sin las cuales no existe ningún ejercicio intencionado. Respecto a tensiones de este tipo, el teórico no podrá hacer nada para apartar su propia parcialidad. El estudio antropológico considera el verse afectado por el tema mismo que se trata como un signo de su orientación filosófica. De hecho, la filosofía presenta un modo de pensar acuñado por la forma más radical del prejuicio: la pasión del ser-enel-mundo. Exceptuando a los profesionales de la filosofía, prácticamente cualquiera experimenta que desde un punto de vista filosófico carece de interés todo lo que lo que sea la representación de esa pieza pasional. Para designar la globalidad de estas ocupaciones absorbentes del ser humano hay antropólogos culturales que proponen la hermosa expresión deep play. Desde la perspectiva de una teoría sobre la vida basada en el ejercicio habría que completar esto con lo siguiente: las representaciones profundas son las impulsadas desde las alturas.

 

Finalmente diremos algo sobre el aviso del malentendido del que yo aseguré que es fácil de aclarar. Deriva de la circunstancia de que actualmente gran número de interesados en lo «religioso» participe en una movilización de amplias proporciones de signo antinaturalista, con cuya ayuda deben ser rechazados los conceptos generales, tanto los presuntos como los que, de hecho, son así, de las ciencias reduccionistas en lo que respecta a los sagrados recintos de lo cualitativamente vivido y sentido. Se entiende enseguida cómo los argumentos contra el naturalismo están al servicio de la temprana defensa de las reservas de la fe. Quien encaje lo vivido en un castillo interior que no podrá ser conquistado por los sarracenos científicos ni de hoy ni de mañana puede creer, de momento, que ya ha hecho lo suficiente para poner bajo custodia £ilosófica esos bienes tan sensibles. Con ello se verían asegurados, si no los contenidos mismos de la fe, sí los condicionamientos de la posibilidad de creer. Lo que se reprocha, generalmente con razón, al naturalismo —representado. hoy día sobre todo por neurólogos intrépidos— es su tendencia, establecida de antemano por aquéllos, a tratar los hechos de la conciencia en un estado de alienación funcional y de reflexión exterior, sin poder hacer justicia a lo recalcitrantes que son determinados contenidos, como los que aparecen desde la perspectiva de la primera persona del singular. 

 

Dirigiéndome hacia aquellos que barajan estas figuras conceptuales,! me gustaría aclarar que las investigaciones que siguen no están al servicio, en su contenido nuclear, ni de intereses naturalistas ni de intereses funcionalistas, aunque me parezca deseable, incluso desde el lado del espíritu, la salvaguardia de la posibilidad de conectar con resultados de estudios de ese género, especialmente en el ya mencionado aspecto inmunológico. Si en mi plan se llega en algún momento a un extrañamiento o a una descripción esporádicamente nueva y provocadora de los objetos tratados, no será porque haya arrimado a los mismos lógicas ajenas, tal como se observa, por ejemplo, cuando neurocientíficos hablan de cristología? o genetistas del ADN de los monoteístas? El extrañamiento que se deriva de mis ejercicios teóricos, en el caso de que se sienta como tal, se explica exclusivamente por una serie de traducciones internas, gracias a las cuales es explicitado el lenguaje interior de la antropotécnica en los propios sistemas espirituales. El aquí llamado lenguaje interior ya está contenido, como se puede mostrar, en los innumerables sistemas de prácticas.codificados como «religiosos» o éticos, de manera que el empeño de hacer explícito tal lenguaje no trae consigo ninguna filtración extraña al tema. Con su ayuda

 

«se vuelve a decir, una vez más, con un lenguaje alternativo aquello que las Sa-

 

gradas Escrituras y otros venerables Códigos antiguos dicen por sí mismos. La repetición, sumada a la traducción y a la generalización, daría como resultado, a fin de cuentas, alguna clase de esclarecimiento. Si hay algo parecido a un progress in religion éste sólo podrá manifestarse como una explicitación. 

 

 

¡Si la ironía no estuviera vigilante, qué fácil sería fundar una religión! Bastaría permitir que los curiosos se agrupasen en torno a nuestros arrebatos de charlatanería.

 

 

 

TORSO ARCAICO DE APOLO

 

No conocimos su cabeza inaudita,

 

donde maduraba el globo del ojo. Pero

 

su torso sigue ardiendo como un candelabro,

 

en el que se mantiene y brilla, sólo que reducida,

 

su contemplación. Si no, no podría deslumbrarte la proa de su pecho, ni podría ir

 

en el leve contoneo de su cadera una sonrisa hacia aquel centro de procreación.

 

Si no, esta piedra estaría desfigurada y corta

 

bajo la caída transparente de la espalda y no centellearía como una piel de animal de presa;

y no estallaría desde todos sus bordes como si fuera una estrella: pues no hay ahí sitio alguno que no te mire a ti. Has de cambiar tu vida.

https://archive.org/details/sloterdijk-peter.-has-de-cambiar-tu-vida-ocr-2012/page/37/mode/1up?view=theater

 

Peter Sloterdijk 

 

https://www.youtube.com/watch?v=tsrmIox1Idc&t=1s

 

 

Nos lo dice claramente no hay la vuelta de la religión sino de una antropotécnica, una antropotecnica que en nuestro caso ejerceremos como una cibernética así cuando decimos que hemos inventado una nueva religión llamada el cristianismo pródigo, lo que realmente hacemos es alterar sistemas en especial el sistema Católico cristiano, cuando decimos que hemos inventado un nuevo arte el Arte del biotejido  o una nueva filosofía del sabor espiritual o la ciencia del logos donde intentamos redeconstruri el nuevo Tawantinsuyo, lo que estamso haciendo es pararnos encima del cable y fonambulear, pero queremos alcanzar el verdadero arte, así pasamos al oro lado del espejo y creemos que hemos inventado un nuevo mundo más si nos quedaremos en el otro lado del espejo, no podríamos reírnos de nosotros mismo, por eso es necesario volver a este lado y vernos como lo que somos unos payasos acróbatas del espíritu y ver a todos los demás , sobre todo a los que nos inventan el cuento del nuevo tawantinsuyo como tales, aunque a veces estos técnicos nos quieran forzar a creer imaginarios que ellos mismo no encarnan, para poder cruzar de una lado del espejo al otro es necesario aprender la transferencia  y la retransferencia, si no queremos quedar atrapado para siempre en el llamado vertical religioso, tenemos que retransferir y si no queremos quedarnos en este lado técnico donde nunca alzamos vuelo tenemos que transferir, para aprender a traferir hasta llegar a la sintransferencia para mí no hay nadie que mejor que Jung  y para aprender a retransferir es decir para librarnos de toda transferencia nadie mejor que Lacan, el problema es que ellos se quedan en lo psicológico mientras que los chamanes van a lo ontológico pero aprendamo el arte de Lacan para luego compararlo con el arte de nuestros chamanes andino amazónicos los cuales nos amarran chaupi quipu y nos desamarran koshi kene con gran habilidad.

 

Más para entrar a Lacan es necesario un básico vocabulario del psicoanálisis:

 

Pulsión (del francéspulsion, que a su vez proviene del latínpulsio; pulsum, derivados del verbo pulsāre: pujar, impeler) es un término que se utiliza en psicoanálisis para designar aquel tipo de impulso psíquico característico de los sujetos de la especie humana que tiene su fuente en una excitación interna (un estado de tensión percibida como corporal) y que se dirige a un único fin preciso: suprimir o calmar ese estado de tensión. Para lograr este fin, la pulsión se sirve de un objeto, el que sin embargo no es uno preciso, ni está predeterminado.[1][2][3]

Luis López Ballesteros, tal como la mayoría de los traductores al inglés de la obra de Sigmund Freud, tradujo la palabra alemana Trieb de manera poco precisa como "instinto". Los traductores franceses posteriores a Lacan, como asimismo el argentino José Luis Etcheverry —quien tradujo las obras completas de Freud directamente desde el alemán— enmendaron este error inicial y prefirieron el término pulsión. En efecto, se trata de conceptos diferentes (y también existe la palabra Instinkt en alemán, palabra que también utilizó Freud, pero cuando quería referirse al concepto estrictamente biológico).

Mientras la pulsión es una noción dinámica, en la que influye la propia experiencia del sujeto y su historia ontogenética, vale decir, la referida al desarrollo de este, el instinto sería un concepto más estático y netamente congénito, heredado genéticamente. El instinto es típico de los animales no racionales. Mientras que el instinto posee objetos precisos e inamovibles para su satisfacción, las pulsiones carecen de objetos fijos, predeterminados.

Freud utilizó el término Trieb a partir de 1905 en sus escritos y pronto se transformó en uno de los conceptos técnicos fundamentales en los que se apoya el conjunto de la teoría psicoanalítica. Con él se designa la carga de energía que está en el origen, tanto del movimiento del organismo y su actividad, como de su funcionamiento psíquico inconsciente.[1]​Se denominan así pulsiones a las fuerzas derivadas de las tensiones somáticas en el ser humano, y las necesidades del ello; en este sentido las pulsiones se ubican entre el nivel somático y el nivel psíquico. Así como las pulsiones carecen de objetos predeterminados y definitivos; también tienen diferentes fuentes y por ello formas de manifestación, entre ellas: Pulsión de vida o Erospulsión de muerte o Tánatos, pulsiones sexuales, pulsión de saber, etc.

La conceptualización de las pulsiones

[editar]

A fines de siglo xix Sigmund Freud observa que en el ser humano existen motivaciones perentorias y somáticas que escapan a lo instintivo, es más: pueden ir contra lo instintivo; de hecho, la "personalidad" humana está constituida por un conjunto de "conductas" extremadamente variables que superan a la definición característica del instinto. Con todo, durante algunos años mantiene la denominación de "instinto" ("Instinkt" escribe en alemán). Aún sin una designación definitiva, en 1905, en los "Tres ensayos para una teoría sexual" explica ya claramente la diferencia entre instinto y pulsión: instinto designa al impulso provocado ante una excitación y una tensión corporal, tensión que tiende a objetos específicos y que si accede a ellos se descarga momentáneamente; la pulsión -a diferencia del instinto- nunca queda satisfecha completamente, ni existe un objeto preciso para su satisfacción. Sin embargo veremos más adelante que estas conceptualizaciones son muy debatidas.

En 1910 Freud introduce el concepto de pulsión sexual (la teoría psicoanalítica "clásica" siempre ha enfatizado lo libidinal de las pulsiones) por semejanza con el concepto de "pulsión de auto-conservación". Sin embargo será clave el uso por parte del mismo Freud de otra palabra alemana para denominar y conceptualizar a estos impulsos metainstintivos, el uso de la palabra Trieb que luego se traducirá al español mediante la palabra pulsión.

El problema conceptual

[editar]

Triebsubstantivación del verbo alemán treiben, tiene el significado de broteafloraciónexpresiónganasrumbofluctuaciónconstricciónpuesta en movimientoimpulso. Su raíz es la misma que la de la palabra española deriva y que la inglesa drive.[4]​ Pero, tal cual ya se ha señalado, en las versiones a otros idiomas (especialmente en las traducciones al inglés) es frecuente traducir "Trieb" por "instinto" (instinct) o en ocasiones "motivation", tampoco resuelve el tema la traducción instinctual drive.

De este modo se provoca una interpretación con tendencias biológicas: al existir una interpretación biológica, ésta da lugar a dos posturas: la declaración de "no cientificidad" del psicoanálisis, o, si es aceptado, su biologización conceptual.

Lo primero suele ocurrir entre conductistaspsicólogos del Yo y los psicólogos cognitivos. La segunda postura ha sido y es frecuente entre los psicoanalistas de habla inglesa, con lo cual postulan que la problemática con la cual opera el psicoanálisis es una cuestión instintual que se "resolvería por la satisfacción de los instintos". Como se puede observar estos son algunos de los debates y problemas teóricos de las distintas corrientes del psicoanálisis.

Momentos y dimensiones de las pulsiones

[editar]

Freud distinguió a partir de 1915 diversos momentos y "dimensiones" de una pulsión:

1.   La fuente, que tiene su origen en lo somático y que se traduce por una tensión, una suerte de impulso (en alemánDrang).

2.   El Drang (Esfuerzo) mismo, es decir la tensión interior que se traduciría en Trieb (pulsión).

3.   La meta que se puede encontrar en un estado pasivo o activo.

4.   El objeto de la pulsión, que en lo real es un medio bastante accesorio ya que sólo sirve para disminuir temporalmente la tensión inherente a la pulsión.

Fases (o estadios) pulsionales

[editar]

En la teoría "clásica" freudiana, originalmente todas las pulsiones se concebían como derivadas de una pulsión basal (casi totalmente instintiva): la Pulsión de vida, cuyo objeto es la autoconservación del individuo (luego, se verá, el mismo Freud evolucionó y modificó tal opinión).

La posibilidad de que ocurran los estadios o fases pulsionales son uno de los factores genéticos involucrados en las pulsiones, en efecto, se dan por etapas según va madurando el sistema nervioso de cada individuo; en cada etapa se produce un desarrollo neurológico específico en áreas que formarán partes focales del conjunto de las zonas erógenas.

Derivada de la pulsión de vida, es la pulsión por nutrirse, sin embargo las derivaciones más complejas e interesantes son las que aparecen en fases o estadios, y estas son las siguientes:

1.   Fase oral: ocurre entre el nacimiento y los 18 meses; la zona erógena casi exclusiva es la boca (el neonato recién comienza a "centrar" su psiquismo en un objetivo: nutrirse.[5]

2.   Fase anal: entre los 18 y los 36 meses. Debido al desarrollo del control de los esfínteres anales, el o la infante experimenta sensaciones placenteras al poder tener un cierto primer control de su cuerpo, el de poder retener o expulsar los excrementos.[6]

3.   Fase fálica (o uretral): ocurre entre los 3 a 6 años, el niño o la niña pueden en esta etapa controlar sus esfínteres uretrales y será un esbozo anticipatorio de la fase genital. Freud nota que en la fase fálica se da la constitución definitiva (aunque no su terminación, ya que el edipo existe activamente durante toda la vida del sujeto) del edipo de cada sujeto.

4.   Complejo de castración y sepultación del complejo de Edipo: en este momento se produce un quiebre, o puede no darse. Por esto es un momento crucial en la evolución del aparato psíquico. Pero esta no es una fase o un período, sino un proceso mediante el cual se produce una reorganización de las experiencias y de la posición subjetiva. Esta reorganización es fundamental para la organización de las pulsiones.

5.   Período de latencia: entre los 6 años y la pubertad existe una fuerte sublimación espontánea de los sentimientos libidinales, el período de latencia (por razones evolutivas existe para facilitar una integración cultural del sujeto).

6.   Fase genital: Desde la pubertad en adelante, cuando se encuentra ya configurado el edipo; en esta fase se desarrollan y devienen en cada sujeto los intereses sexuales ya determinados ("inclinaciones sexuales", etc.).

Posteriormente Jacques Lacan observa dos pulsiones más, tal cual las expresa a partir de su Seminario XI.[7][8]​Estas son la:

1.   Pulsión escópica: centrada en la mirada, relacionada primordialmente a Lo Imaginario, la pulsión escópica se configura a partir del estadio del espejo, cuando el sujeto posee la capacidad de percibir imágenes -y sobre todo- percibirse a "sí mismo" como una unidad. No confundir este sí mismo con el self de la psicología y psicoanálisis anglosajón. Es la base de la capacidad estética de cada sujeto.

2.   Pulsión invocante: asociada al momento de suficiente desarrollo de las áreas cerebrales del lenguaje y de síntesis. La pulsión invocante es la pulsión dirigida a la voz de palabra inteligible, de este modo el deseo del Otro llega al sujeto principalmente mediante el soporte de la voz.[9]

Nosología

[editar]

Los estadios o fases antes reseñados son perfectamente verificables empíricamente; más difícil es aseverar que una fijación (una estagnación o un estasis) de la actividad psíquica inconsciente de cada sujeto en determinado estadio dará por resultado "automáticamente" un determinado carácter o -en casos graves- una determinada nosología, un determinado cuadro patológico.

A lo sumo puede decirse que la fijación edípica de un sujeto en un determinado estadio pulsional tiende a incidir en su actividad psíquica; por ejemplo una fijación en la pulsión oral puede estar relacionada con ciertas actitudes adictivas (aunque difícilmente sea el origen de una adicción) -se da el ejemplo del fumar, beber, la bulimia, o el caer en actitudes pasivas (tal cual el neonato es "pasivo" cuando está lactando). Del mismo modo puede ser opinable el supuesto según el cual una fijación en la pulsión anal genera conductas de avaricia, ya que el avaro estaría inconscientemente haciendo una reminiscencia de la retención placentera de las heces (tal cual ocurre en los niños pequeños) al retener en su adultez las riquezas (que le metaforizarían a las heces), o que la fijación en la pulsión anal genera conductas sadomasoquistas, etc. Lo cierto es que las fijaciones inconscientes en ciertos estadios pulsionales resultan en cuadros bastante más variables y complejos, menos puerilmente esquemáticos.

El destino de las pulsiones

[editar]

El psicoanálisis "clásico" ha considerado que muchas de las afecciones psíquicas se deben a una "fijación" del edipo en un determinado estadio pulsional antes del período de latencia; si esto es cierto también es cierto que resulta algo esquemático.

Lacan postula una dinámica de las pulsiones: toda pulsión es originada a partir de una "falta original" (de objeto instintivo), falta que es representada por el objeto a. Desde tal momento de "falta" el deseo se traduce en pulsiones, cada pulsión se dirige a una momentánea meta (o goal) que está gravitada por el objeto a, de este modo la pulsión intenta alcanzar al objeto a pero solo hace un rodeo en el cual puede acceder a objetos momentáneos de satisfacción momentánea, luego la pulsión -siempre insatisfecha- vuelve a iniciar el proceso recién descripto.

Por su parte Freud, hacia 1920, abandona el llamado "optimismo pulsional", y recoge los aportes de una discípula (Sabina Spielrein) que le habla de pulsión de muerte como contrapeso de la pulsión de vida. Y es a partir de su célebre obra Jenseits der Lustprinzips (traducida como: Más allá del principio de placer) que replantea los destinos pulsionales: a la pulsión de vida (o Eros), que propende a la unidad, la organización de sistemas complejos y asociaciones proactivas se opondría una pulsión de muerte, que tiende a la disgregación, la disipación, el retorno a lo inanimado; pero, si la pulsión de muerte es (como luego postula Lacan) una (dis)torsión de la pulsión de vida, en cuanto tal distorsión tiene connotaciones de violencia; es el mismo Freud quien hipotetiza una salida a tal derivación violenta de lo pulsional, aunque esta salida tampoco es optimista (al menos no en el sentido vulgar); en última instancia -piensa Freud en los últimos años de su vida, mientras padece la agonía- el destino de las pulsiones parece resolverse en un principio de nirvana, en algo que pareciera paradojal: "el deseo de cesar de desear", aunque la paradoja se resuelve si se entiende que el principio de nirvana postulado por Freud es el deseo de dejar de estar adherido al placer o goce, en una disipación (nirvāna) ya exenta de conflictos y, por ende, de sufrimientos.

Críticas

[editar]

La diferencia entre instinto, impulso y pulsión es materia de discusión puesto que muchos psicólogos consideran que instinto o impulso, y pulsión serían conceptos equivalentes. La explicación es que los conceptos son creaciones del lenguaje, y no entidades con existencia propia. Las diferencias serían de semántica e interpretación, no ontológicas.

Estas diferencias semánticas han sido establecidas no por Freud, sino por sus seguidores al traducir los textos y comentarlos.

Los instintos también tienen las características de la pulsión. Por un lado, tienen los cuatro componentes que se atribuyen a la pulsión. Por otro lado los objetos en los animales no humanos no son predeterminados y definitivos, por eso se los puede entrenar y por eso se pueden domesticar muchas especies animales. En etología se sabe que se puede lograr que ciertos animales copulen con objetos, si estos objetos son diseñados con las características adecuadas. Al mismo tiempo los animales no humanos también aprenden de la experiencia y por lo tanto los instintos son muy flexibles igual que el concepto de pulsión.

No es posible afirmar que las pulsiones no se satisfacen y que el instinto se satisface. En efecto, las pulsiones tienen una satisfacción temporal, pues de lo contrario la conducta quedaría paralizada. El individuo ante una pulsión que siempre tiene origen somático busca satisfacerla y puede lograrlo por un cierto tiempo, hasta que la pulsión nuevamente exija nueva satisfacción. La pulsión sería la alarma o indicador psíquico de una necesidad somática. Si las células del cuerpo necesitan agua H2O, el aparato psíquico recibe una señal equivalente a las sensaciones de sed. Ante dicha sed el organismo recurre a su experiencia para intentar saciar dicha sed, y lo logrará por ejemplo, bebiendo de una fuente de agua. Pero esto sucede exactamente igual con los instintos o impulsos biológicos: aparece un impulso instintivo, como ser hambre y el organismo actuará para obtener alimento y comer de modo tal que la necesidad quede satisfecha, hasta que nuevamente se repita esta necesidad en un momento posterior. Como se puede ver, un instinto o impulso es temporalmente satisfecho, del mismo modo que el postulado para las pulsiones.

También hay que recordar que muchas especies pueden aprender a realizar conductas al escuchar órdenes emitidas verbalmente por humanos, o bien mediante mensajes sonoros, visuales o de otro tipo. Esto implica que su conducta puede ser modificada por el lenguaje y por la cultura, en principio la cultura humana.

Se afirma que los animales no racionales tienen instinto, pero no pulsión, y que el instinto es un reflejo automático del tipo estímulo-respuesta, pero que la pulsión no tiene dicha característica. El problema de la racionalidad no puede ser invocada puesto que es materia de debate. En principio, se podría afirmar que los humanos son los únicos animales con lenguaje hablado. Comunicarse se comunican todos los organismos vivos, e incluso las máquinas, pero se afirma que el humano es el único que se comunica mediante el lenguaje hablado y que el lenguaje hablado tiene la característica de la polisemia. Esta característica de la polisemia, se acompaña de la capacidad imaginativa, por lo cual es posible todo tipo de tropos y modificaciones.

Esto implica que cualquier palabra que un individuo, mediante asociaciones semánticas o fonéticas o visuales, logre vincular con alguna sensación, dicha palabra quedará asociada a la sensación. La publicidad y el marketing se valen de esta característica, y la semiótica y semiología estudian estas cualidades de los signos. De este modo, entre el estímulo y la respuesta, existiría un intermediario, que es el lenguaje, o mejor dicho, 1) las reglas y mandatos sociales que han sido fijados en la memoria del individuo, 2) lo que el individuo cree o imagina que la sociedad espera de él. 3) las sensaciones de placer o displacer que el individuo asocie con dicho estímulo y las posibles respuestas.

Una excitación sexual de origen químico puede asociarse a una palabra y evocar en la memoria el objeto que dicha palabra denota o connota (por ejemplo el rostro de una persona), o una palabra puede desencadenar por asociación una excitación sexual química. Esto significa que ante un estímulo, la respuesta va a ser variable dependiendo de los factores mencionados. Aparece la toma de decisión que precede a la respuesta, y por lo tanto la respuesta ya no sería automática sino que está mediada por una elección ante distintas alternativas. Si no hubiese elección posible, entonces estaríamos frente a un estímulo-respuesta automático.

Pero esto conduce a la paradoja de que estas asociaciones de que se valen la publicidad y el marketing, desencadenan respuestas, por lo tanto estamos nuevamente ante un estímulo-respuesta. Lo que sucede es que la respuesta ha cambiado, pero no deja de ser una respuesta ante un estímulo. Este es el principio fundamental de las terapias conductistas, la capacidad de lograr que un estímulo-respuesta pueda ser creado o modificado por la experiencia.

Lo que se conceptualiza como sublimación es la modificación de la respuesta que desencadena un estímulo.

Al mismo tiempo, pulsión de vida y pulsión de muerte lo tienen todos los organismos vivos, tal cual Freud mismo lo postuló en sus trabajos, por ejemplo en uno de los últimos: Esquema del psicoanálisis (1938). Esto es una lucha de la materia propiamente viva en su organización, y no una característica de los humanos. Específicamente nos dice que Respecto de la pulsión de destrucción, podemos pensar que aparece como su meta última trasportar lo vivo al estado inorgánico; por eso también la llamamos pulsión de muerte. Si suponemos que lo vivo advino más tarde que lo inerte y se generó desde esto, la pulsión de muerte responde a la fórmula consignada, a saber, que una pulsión aspira al regreso a un estado anterior (...) Esta acción conjugada y contraria de las dos pulsiones básicas produce toda la variedad de las manifestaciones de la vida. Y más allá del reino de lo vivo, la analogía de nuestras dos pulsiones básicas lleva a la pareja de contrarios atracción y repulsión, que gobierna en lo inorgánico.

Freud explica en Esquema del psicoanálisis: El poder del ello expresa el genuino propósito vital del individuo. Consiste en satisfacer sus necesidades congénitas. Un propósito de mantenerse con vida y protegerse de peligros mediante la angustia no se puede atribuir al ello. Esa es la tarea del yo, quien también tiene que hallar la manera más favorable y menos peligrosa de satisfacción con miramiento por el mundo exterior. Aunque el superyó pueda imponer necesidades nuevas, su principal operación sigue siendo limitar las satisfacciones. Llamamos pulsiones a las fuerzas que suponemos tras las tensiones de necesidad del ello. Representan {repräsentieren} los requerimientos que hace el cuerpo a la vida anímica.

Afirma que el esquema general del aparato psíquico se considera válido también para los animales superiores, semejantes al hombre en lo anímico, y que cabe suponer un superyó siempre que exista un período prolongado de dependencia infantil, como en el ser humano.

Freud ya planteaba estos problemas desde sus primeros escritos, como en Proyecto de psicología para neurólogos (1895) donde habla de la vivencia de satisfacción como el mecanismo neuronal necesario para que un objeto que satisface una necesidad, pueda ser posteriormente evocado de modo tal que un organismo pueda volver a satisfacer dicha necesidad. Este mecanismo es necesario para que cualquier organismo aprenda de la experiencia y se oriente en el mundo para satisfacer sus necesidades. Si los organismos vivos no tuviesen dicha vivencia, entonces no podrían aprender a diferenciar los objetos del mundo que pueden ser consumidos, y no podrían diferenciar lo percibido de lo recordado.

Recordemos también que existen una enorme cantidad de sociedades no humanas, que incluyen tanto mamíferos como insectos. La sociobiología ha logrado avances enormes en el estudio de dichas sociedades. Si se postula que un organismo humano debe sublimar sus pulsiones por mandato social, no podemos afirmar que la misma situación pero en otros animales es instinto y en humanos es pulsión. Incluso las hormigas requieren del auxilio de otros individuos de su especie para sobrevivir en sus tiempos de inmadurez. Existen especies animales en los que la proporción de tiempos de dependencia respecto a su tiempo de vida máximo son superiores a la de los humanos, como en ciertos cetáceos y en elefantes.

El Objeto a es un concepto del psicoanálisis usado por Jacques Lacan que remite a la noción del objeto de deseo inalcanzable. Denominado también objeto metonímico, se lo considera el "objeto causa del deseo".

Se entiende que el sujeto del psicoanálisis está regido por sus pulsiones, que investidas en el lenguaje, vendría a conformarse el deseo. Las pulsiones difieren de los instintos por carecer de objetos concretos predeterminados; entonces, el deseo carece de un objeto que sea algo fijo. Por lo general, cada vez que el ser humano llega a cumplir un objeto deseado, se ve compelido hacia otro objeto de deseo, como se dice en psicoanálisisasintóticamente.

Razón y conducta

[editar]

Tras el parto y durante los primeros meses de vida, cada ser humano forma una especie de unidad con la madre. Se dice entonces que está adherido al deseo de la madre. La madre, además de otorgar nutrientes y estímulos, es el primer objeto de deseo para cada ser humano. Es, a través de su afecto que asocia la leche con el afecto, miradas, expresiones faciales, etc., haciendo que el bebé logre pedir estas otras cosas que logró asociar junto con la leche materna.

Así se instaura el deseo en el sujeto; sin embargo es necesaria intervención de la Función Paterna, que instaura La Ley, es decir, el orden simbólico en el psiquismo y escinde o cliva al sujeto de la unidad que ha estado formando con la madre. El sujeto escindido, o "clivado" pierde entonces su primer (y hasta entonces único) objeto de deseo. Hasta ese momento se presenta a la relación madre-hijo como una relación narcisismo-Madre Fálica (narcisismo por parte del niño y Madre Fálica que se siente completa en el hijo). La función del padre es escindir dicha célula, escindir el deseo de la madre en su sentirse fálica, completa.

Representación gráfica

 

En las fórmulas y gráficos que realiza Lacan, el sujeto escindido o sujeto clivado se representa con el signo $; Una S dividida por La Ley, que representa un sujeto (S) dividido (|) e incompleto. Así se constituye un sujeto carente de objeto fijo (ya no es instintual sino, pulsional); sin embargo, en su lugar queda en lo inconsciente de cada ser humano, como una reminiscencia del primer objeto de deseo. Tal reminiscencia es el objeto alfa (u objeto a, u objeto metonímico) en cuanto que es el que estimula, por metonimia, el pensar del sujeto.

A nivel inconsciente, tal reminiscencia no es percibida como la de la madre, sino como la de la ausencia o falta de la madre como el ideal, y es así, del Otro como objeto primario o en palabras de Lacan: la "presencia" de una falta, una falta original (originaria y originante).

Es por esto que la tal "falta", llamada el objeto alfa, se transforma en algo animador de la vida psíquica: es a partir de esa operación dialéctica entre el Deseo de la Madre y la Función Paterna que surge el psiquismo del sujeto y, en este, el objeto alfa. Es así y por esto que, con el objeto alfa, el sujeto origina, crea, realiza, e intenta realizarse. Se crea una fantasía (fantasme, en francés y phantasie, en alemán) en torno al objeto a (significante de la falta), al que se le responde en el actuar del sujeto. La funcionalidad o no del fantasma otorga, entonces, el grado de sanidad.

 

 

Lo real, lo imaginario y lo simbólico son términos utilizados por Jacques Lacan como sustantivos en género neutro, para señalar unos campos o dimensiones, que él llama «registros» de lo psíquico. En el psicoanálisis de orientación lacaniana estos tres registros se encuentran relacionados conformando una tópica. Esta tópica constituye una estructura que se puede representar ejemplarmente como elementos anudados de un modo semejante (no forzosamente idéntico) a un nudo borromeo. Según Lacan, estos tres registros posibilitan conjuntamente el funcionamiento psíquico, de modo que cualquier entidad, proceso o mecanismo de lo psíquico puede ser enfocado y analizado en sus aspectos imaginarios, reales y simbólicos. Así, por ejemplo, un proceso de pensamiento del orden simbólico involucra siempre una base o soporte en lo real y una representación en el registro de lo imaginario.

El conjunto de los tres registros es denominado por Jacques Lacan en una fase temprana del desarrollo de esta teoría (a partir de 1953) con la sigla: «S.I.R.» (es decir, simbólico, imaginario, real) y luego, en el contexto del intento de formalización de la teoría a través de matemas que Lacan llevó a cabo a partir de 1970, la sigla es invertida, transformándose en «R.I.S.», donde lo real pasa a tomar aquel lugar determinante en la estructura que en la primera tópica ocupaba lo simbólico, y a ser definido como un «resto» que se substrae a toda formalización científica, por lo que no se puede «matematizar».[2]

Registro de lo real

[editar]

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/1/1b/Borromeanrings.png/250px-Borromeanrings.pngEl nudo borromeo ejemplifica la relación entre los registros. Basta retirar cualquiera de los tres anillos para que se desanuden los otros dos.

Lo real es un concepto críptico y difícil de definir en la teoría de Lacan, ya que para hacerlo, se requiere el concurso de los otros dos registros, puesto que se trata de lo que no es imaginario ni se puede simbolizar. Lo real es todo aquello que tiene una presencia y existencia propias y es no-representable. Aunque las palabras se asemejen, no debe confundirse con el concepto de «realidad», puesto que ella más bien pertenece al orden del lenguaje, simbólicamente estructurado. Lo real aparece en la esfera de la sexualidad, de la muerte, del horror y del delirio. Lo real es lo que no podemos pensar, imaginar o representar, es decir, lo inconceptualizable, lo que no se puede poner en la palabra o en el lenguaje, constituyendo un indeterminado incontrolable. Sin embargo, no se encuentra completamente alejado del orden de lo simbólico sino que justamente constituye el no-fundamento inmanente del significante. En eso último consiste la paradoja de este no-concepto.

Durante el Seminario de 1955-1956 Lacan estuvo dedicado a la clínica de las psicosis. En este contexto realizó un nuevo análisis del caso de Daniel Paul Schreber, que lo condujo a elaborar y reelaborar varios conceptos centrales de su teoría, entre otros el de la forclusión del Nombre del Padre, como mecanismo que caracteriza a las psicosis y que consiste en la no inscripción del significante fundamental (el Nombre del Padre) en el registro simbólico. A partir de este momento, lo real es definido como un lugar otro de lo psíquico donde reaparecen («retornan») los significantes forcluidos en forma de alucinaciones o delirios.[3]

Lacan intentó en sus últimos años ejemplificar lo real y su relación con los otros dos registros de manera estructurada (como en el nudo borromeo) o formalizarlo en el marco de la topología o como matemas (una notación algebraica particular). El intento no prospera y Lacan concluye que lo real se abstrae a toda matematización o formalización.

Registro de lo imaginario

[editar]

Lo imaginario, se funda -tal cual su nombre lo indica- en el pensar con imágenes; pensamiento que -según Freud- es el tipo de pensamiento más primario (representación). En la concepción freudiana, la percepción deja huellas o marcas psíquicas (signos perceptuales) que conforman un espacio psíquico compuesto de imágenes provenientes de todos los sentidos y de los movimientos del otro y del propio cuerpo que, cuando logran significarse como propias, hacen a una imagen integrada del sujeto que pasa a comprenderse como uno, distinto de otro. El aporte de Lacan es conceptualizar este proceso, definiendo que a partir del denominado estadio del espejo el sujeto puede identificar su imagen como un Yo, diferenciado de otro humano. Esto requiere una cierta enajenación estructural dado que lo designado como «yo» es formado a través de lo que es el otro —es decir, mediante la imagen que, en espejo, proviene del otro.

Lo imaginario es entonces la dimensión, el continente, en el cual se desarrolla el pensar en imágenes, no solo visuales, sino imágenes en sentido semiológico. La pregnancia del campo de lo visual se entiende porque en la imagen visual quedan subsumidas todas las demás imágenes correspondientes al campo de las representaciones de cosa. El antecedente está en el texto temprano de Freud La Afasia (1891), donde desarrolla la idea de que es el particular estatus de la palabra (y del lenguaje) lo que torna imposible su reducción a las teorías de la transmisión neurofisiológica de impulsos y donde resalta la importancia que tiene la «impresión sonora» (la imagen sonora) en contraste con la relativa irrelevancia que asigna a la correspondencia entre el campo de las representaciones de la palabra y las de objeto.

Para comprender por qué Lacan señala a lo imaginario como la «dimensión del engaño», podemos pensar en los ejemplos del espejo que él mismo ofrece. Las imágenes visuales son de tanta importancia en este registro, que podemos tomar como modelo a las reflexividades e ilusiones ópticas, que nos entrampan, y provocan nuestra fascinación. Siguiendo esta idea, la sugestión y la hipnosis operarían sobre lo Imaginario.

Registro de lo simbólico

[editar]

Lo simbólico es el registro psíquico que se origina en el lenguaje y la instancia del Gran Otro, o bien, la Madre.

Debido a que no basta con poseer una noción de la propia imagen corporal (que como se ha visto procede de otro); el Sujeto propiamente dicho surge recién mediante la inscripción en el orden Simbólico (orden del lenguaje verbal y orden de la cultura) (ver la ley) momento en el cual el infante adquiere la habilidad de utilizar el lenguaje —es decir—, de materializar «su» deseo mediante el discurso y con un pensar basado en símbolos. Lacan diferencia a los símbolos del Símbolo:

Este símbolo Φ (Phi mayúscula) [...] lo designé brevemente, quiero decir, de una forma rápida y abreviada, como símbolo del lugar donde se produce la falta del significante [...]Pero cuando lo he introducido hace un momento, he dicho símbolo falo, y quizás este es, en efecto, el único significante que merezca en nuestro registro - y de un modo absoluto - el título de símbolo.[4]

El Símbolo (Φ Phi mayúscula) es entonces lo que Lacan llama el «falo simbólico», es decir aquel lugar que señala el momento de la emergencia de Psique.

En el registro de lo simbólico se tiende en lo posible a transducir toda clase de información a unidades discretas del tipo signo (por ejemplo, significantes), por medio del proceso dialéctico de la metonimia/metáfora.

Si bien el registro de lo simbólico muy probablemente sea una capacidad innata del hombre, Lacan observa que su verdadero despliegue solo es posible a partir de un estímulo específico: el de la función paterna en los primeros años de vida.[5]

Como ejemplo de lo anterior se aporta el caso de los niños ferales conocidos (que son muy pocos). Estos niños en su infancia quedaron abandonados en la naturaleza y fueron adoptados como «cachorros» por otros animales. Una vez recuperados y realizado un intento ulterior de integración y socialización tardía, nunca pudieron desarrollar un discurso humano, esto es un registro de lo simbólico propiamente dicho. En los mejores casos solo llegaron a formas rudimentarias. En la psicosis es donde se vislumbra la falta de aquello simbólico que instaura el lenguaje en tanto inconsciente del sujeto. Es aquella Ley del Nombre del padre —Ley paterna instaurada con el complejo de castración— la que genera el corte en el sujeto, el «no tocarás a tu madre», la Ley del Edipo. Esto inserta al sujeto en la metáfora paterna, la cual posibilita la entrada en el lenguaje. En la psicosis esto se encuentra en falta. No hay corte, no hay forma de responder al vacío con el que nos encontramos todos —la falta del falo—, como sí puede responder el neurótico con el objeto de deseo más cercano. El psicótico, entonces queda fuera del discurso, fuera de la metáfora, por ende en la metáfora delirante.

En el infante la función paterna instaura la Ley, el orden o logos. Por este medio es que permite un pensar racional, que ordena la información procedente del registro de lo imaginario y el registro de lo real y así una comunicación relativamente coherente entre los sujetos de la especie. No se trata solamente de las funciones gramaticales, ni es lo mismo que el lenguaje o el discurso, sino que lo simbólico se pone en juego mediante la llamada «operatoria de la castración simbólica» en la que tanto el sujeto como el objeto y el Otro, quedan escindidos.

 

Y ahora así vamos de lleno al seminario 11 para comprender lo que Lacan configura como transferencia:

 

https://www.youtube.com/watch?v=IPMyn7ASpVs&t=3s   

 

Clase 10

 

Presencia del analista  

(Es importante leer todo el seminario pero aquí nos enfocaremos en la lcase 10, 11, 12 que es donde se expone la transferencia)

 

Para evitar que siempre tenga que buscar una caja de cerillas, me han dado una, de este tamaño que pueden ver, en la cual está escrita esta fórmula -el arte de escuchar casi equivale al de buen decir- Esto reparte nuestras tareas. Esperemos estar poco más o menos a su altura. Hoy trataré de la transferencia, es decir, abordaré la cuestión, esperando llegar a darles una idea de su concepto, según el proyecto que anuncié en nuestra segunda conversación. La transferencia, en opinión común, es representada como un afecto. Se la califica, vagamente, de positiva, o de negativa. Generalmente se admite, no sin algún fundamento, que la transferencia positiva es el amor -sin embargo, hay que decir que este término, en el empleo que se hace de él, tiene un uso totalmente aproximativo. Freud planteó, muy pronto, la cuestión de la autenticidad del amor tal como se produce en la transferencia .Por decirlo todo, la tendencia general sostiene que se trata de una especie de falso amor, de sombra de amor. Freud, por el contrario, está lejos de haber hecho inclinar la balanza en ese sentido .No es uno de los menores intereses de la experiencia de la transferencia el plantear para nosotros, más adelante, quizás el que nunca se ha podido fijar la cuestión de lo que se llama el amor auténtico, eine echte liebe. En la transferencia negativa se es más prudente, más moderado, en la manera cómo se la evoca, y nunca se la identifica con el odio Se emplea más bien el término ambivalencia, término que, todavía más que el primero, enmascara muchas cosas, cosas confusas cuyo manejo no siempre es adecuado. Diremos con más exactitud que la transferencia positiva se da cuando aquel del que se trata, el analista en este ca¡pues bien! cae simpático -Y negativa, cuando no se le quitan los ojos de encima. Hay otro empleo del término transferencia que merece ser distinguido, cuando se dice que estructura todas las relaciones particulares con ese otro que es el analista y el valor de todos los pensamientos que gravitan alrededor de esa relación ha de ser connotado con un signo de reserva particular .De ahí la expresión -siempre colocada en nota como una especie de paréntesis, de suspensión, incluso de sospecha, cuando es introducida a propósito de la conducta de un sujeto está en plena transferencia. Lo cual supone que todo su modo de percepción está reestructurado sobre el centro prevalente de la transferencia. No prosigo más allá porque esta doble referencia semántica me parece por el momento suficiente. Por supuesto, no podremos contentamos con ello de ningún modo, puesto que nuestro objetivo radica en aproximamos al concepto de la transferencia. Este concepto está determinado por la función que tiene en una praxis .Este concepto dirige la manera de tratar a los pacientes. Y a la inversa, la manera de tratarlos gobierna al concepto. Puede parecer que eso es, desde un principio, zanjar la cuestión de saber si la transferencia está o no, ligada a la práctica analítica, si es su producto, incluso su artefacto, alguno, Ida Macalpine, entre los numerosos autores que se han visto llevados a  opinar sobre la transferencia en ese sentido. Cualquiera que sea su mérito -se trata de una persona muy testaruda- digamos a continuación que nosotros no podemos en modo alguno, acoger esta posición extrema. De todos modos, no es zanjar la cuestión el abordarla así. Incluso si hemos de considerar la transferencia como un producto de la situación analítica, podemos decir que esa situación no podría crear en su totalidad el fenómeno y, para producirlo, es preciso que haya, fuera de ella, posibilidades ya presentes a las que proporcionará su composición, quizás única.Ello no excluye en modo alguno, allá donde no hay analista en el horizonte, que pueda haber ahí, propiamente, efectos de transferencia exactamente estructurables como el juego de la transferencia en el análisis. Simplemente, el análisis, al descubrirlos, permitirá darles un modelo experimental, que no será forzosamente del todo diferente del modelo que llamaremos natural. De modo que hacer emerger la transferencia en el análisis, en el cual encuentra sus fundamentos estructurales, puede ser muy bien la única manera de introducir la universalidad de la aplicación de este concepto. Bastará entonces con cortar el cordón de su estiba en la esfera del análisis, y mucho más afín, de la doxa que es colindante. Todo eso, después de todo, no es más que truísmos. Al menos valía la pena, de entrada, plantear su límite. Esta introducción tiene como objetivo recordarles lo siguiente: abordar los fundamentos del psicoanálisis supone que aportamos a ello, entre los conceptos mayores que los fundamentan, una cierta coherencia. Ello ya aparece en la manera cómo he abordado el concepto del inconsciente -que pueden recordar que no he podido separarlo de la presencia del analista. Presencia del analista es un término muy hermoso, que iríamos muy descaminados si lo redujésemos a esa especie de sermoneo lacrimoso, a esa ampulosidad serosa, a esa caricia algo pegajosa, encarnada en un libro aparecido con este título. La misma presencia del analista es una manifestación del inconsciente, de manera que cuando en la actualidad se manifiesta en ciertos encuentros como rechazo del inconsciente -se trata de una tendencia, y confesada, en el concepto del inconsciente. Tienen ahí un acceso rápido a la formulación que he colocado en primer plano, de un movimiento del sujeto que no se abre más que para cerrarse de nuevo, en una cierta pulsación temporal -pulsación que señalo como más radical que la inserción en el significante que sin duda la motiva, pero que no es primaria al nivel de la esencia, ya que se me ha provocado a hablar de esencia. He indicado, de un modo mayéutico, erístico: que en el inconsciente había que ver los efectos de la palabra en el sujeto -por cuanto estos efectos son tan radicalmente primarios que propiamente son lo que determina el estatuto del sujeto como sujeto. Esta es una proposición destinada a restituir en su lugar al inconsciente freudiano. De seguro, el inconsciente estaba presente desde siempre, existía, actuaba, antes de Freud, pero importaba señalar que todas las acepciones que se han dado, antes de Freud, de esta  función del inconsciente, no tiene absolutamente nada que ver con el inconsciente de Freud. El inconsciente primordial, el inconsciente función arcaica, el inconsciente presencia velada de un pensamiento que hay que colocar al nivel del ser antes de que se revele, el inconsciente metafísico de Eduardo Von Hartmann cualquiera que sea la referencia que haga de él Freud en un argumento ad hominem-, el inconsciente sobre todo como instinto -todo eso no tiene nada que ver con el inconsciente de Freud, nada que ver, cualquiera que sea el vocabulario analítico, sus inflexiones, sus desviaciones-, nada que ver con nuestra experiencia. Interpelaré aquí a los analistas: ¿han tenido nunca, aunque sólo sea por un momento, la sensación de tocar la pasta del instinto ? En mi informe de Roma procedí a una nueva alianza con el sentido del descubrimiento freudiano. El inconsciente es la suma de los efectos de la palabra en un sujeto, a ese nivel en que el sujeto se constituye con los efectos del significante. Esto señala que con el término sujeto —por ello lo he recordado en un principio- no designamos el substrato viviente que es preciso al fenómeno subjetivo, ni ninguna clase de substancia, ni ningún ser del conocimiento en su pathía, secundaria o primitiva, ni siquiera el logos que se encarnaría en algún lugar, sino el sujeto cartesiano, que aparece en el momento que la duda se reconoce como certeza, excepto que, por nuestro abordaje, los cimientos de ese sujeto se revelan mucho más amplios, pero a la vez mucho mis serviles, en cuanto a la certeza que pierde, ahí se da lo que es el inconsciente. Existe un lazo entre ese campo y el momento, momento de Freud, en que se revela .Lo que expreso es ese lazo, al compararlo al quehacer de un Newton, un Einstein, un Planck, quehacer a-cosmológico, en el sentido que todos esos campos se carácterizan por trazar en lo real un surco nuevo con respecto al conocimiento que desde la eternidad podríamos atribuir a Dios. Paradójicamente, la diferencia que asegura la más segura subsistencia del campo de Freud es que el campo freudiano es un campo que, por su naturaleza, se pierde .Aquí es donde la presencia del psicoanalista es irreductible, como testigo, de esa pérdida. A este nivel, no tenemos nada más que extraer de ello, pues se trata de una pérdida completa, que no se salda con ninguna ganancia a no ser por su reanudación en la función de la pulsación. La pérdida se produce necesariamente en una zona de sombra que designa el trazo oblicuo con que divido las formulas que se despliegan, lineales, frente a cada uno de estos términos: inconsciente, repetición, transferencia. Esta zona de la pérdida incluso implica, en cuanto a esos hechos de práctica analítica, un cierto reforzamiento del oscurantismo, muy carácterístico de la condición del hombre en nuestro tiempo de pretendida información -oscurantismo que, sin saber demasiado por qué, confío que en el futuro parecerá inaudito. La función que ha tornado el psicoanálisis en la propagación de ese estilo que se denomina American way of life es propiamente lo que designo con el término de oscurantismo, en tanto que viene marcado por la revalorización de nociones desde hace tiempo refutadas en el campo del psicoanálisis, como el predominio de las funciones del yo.  

 

 

Por esa razón, pues, la presencia del psicoanalista, por la vertiente misma por donde aparece la vanidad de su discurso, ha de ser incluida en el concepto del inconsciente. Los psicoanalistas de hoy hemos de tener en cuenta esta escoria en nuestras operaciones, como el caput mortuum del descubrimiento del inconsciente. Ella justifica el mantenimiento, en el interior del análisis, de una posición conflictiva, necesaria para la propia existencia del análisis. Si es cierto que el psicoanálisis repose en un conflicto fundamental, en un drama inicial y radical en cuanto a lo que se puede colocar bajo la rúbrica de lo psíquico, la novación a la que he aludido, y que se llama recuerdo del campo y de la función de la palabra y del lenguaje en la experiencia psicoanalítica, no pretende ser una posición exhaustiva con respecto al inconsciente, puesto que es a su vez intervención en el conflicto. Este recuerdo tiene su alcance inmediato en cuanto que tiene una incidencia transferencial, además, esto ha sido reconocido por el hecho de que, precisamente, se ha podido reprochar a mi seminario el desempeñar, con respecto a mi audiencia, una función considerada por la ortodoxia de la asociación psicoanalítica como peligrosa, el intervenir en la transferencia .Ahora bien, en vez de recusarla, esta incidencia me parece, en efecto, radical, por ser constitutiva de esa renovación de la alianza con el descubrimiento de Freud. Esto indica que la causa del inconsciente -y pueden ver claramente que aquí la palabra causa hay que tomarla en su ambigüedad, causa por sostener, pero también función de la causa al nivel del inconsciente- esta causa ha de ser concebida principalmente como una causa perdida. Y esa es la única posibilidad que tenemos para ganarla. Es por ello que he puesto el relieve en el mal conocido concepto de repetición ese resorte que es el del encuentro siempre evitado de la posibilidad falida,. La función del fracaso esta en el centro de la repetición analítica. La cita siempre es falida, lo cual produce con respecto a la tyche, la vanidad de la repetición, su ocultación constitutiva. El concepto de la repetición nos obliga a tropezar con el dilema, o a asumir pura y simplemente nuestra implicación como analistas en el carácter erístico de la concordancia de toda exposición de nuestra experiencia, o pulir el concepto al nivel de algo que seria imposible objetivizar, a no ser un análisis trascendental de la causa. Esto se formularía a partir de la formulación clásica de la ablata causa tollitur effectus -sólo tendríamos que subrayar el singular de la prótasis, ablata causa poniendo en plural los términos de la apódosis tolluntur effectus- lo cual querrá decir que los efectos sólo se encuentran bien en ausencia de la causa. Todos los efectos están sometidos a la presión de un orden transfactual, causal, que de entrar en su danza, pero si se agarran bien de la mano, como en la canción, obstaculizaran a la causa para que se inmiscuya en su corro. En este lugar, hay que definirla causa inconsciente, no como un ente, ni como un (escritura en griego), un no-ente -como lo hace creo Henri Ey, un no-ente de la posibilidad. Es un (escritura en griego) de la interdicción, que dirige al ser un ente a pesar de su no-advenimiento, es una función de lo imposible sobre el que se funda una certeza. Eso es lo que no conduce a la función de la transferencia. Pues este indeterminado del puro ser que no tiende en modo alguno a la determinación, esta posición primaria del inconsciente, que se articula como constituido por la función primaria del sujeto -es a eso a 

lo que nos da acceso la transferencia, de una manera enigmática. Un nudo gordiano nos ha conducido a eso -el sujeto busca obtener su certeza. Y la certeza del propio analista en lo concerniente al inconsciente no puede ser extraída del concepto de la transferencia Resulta, entonces, sorprendente notar la multiplicidad, la pluralidad, hasta la plurivalencia, de concepciones que en el análisis se han formulado sobre la transferencia. No pretenderé que hagan una revisión exhaustiva. Intentaré guiarles por los caminos de una exploración escogida. En su emergencia en los textos y las enseñanzas de Freud, nos acecha un deslizamiento, que no podríamos imputarle consiste en no ver en el concepto de la transferencia más que el concepto mismo de la repetición. No olvidemos que, cuando Freud nos lo presenta, nos dice: Lo que no puede ser rememorado se repite en la conducta. Esta conducta, para revelar lo que repite, es entregada a la reconstrucción del analista. Podemos llegar a creer que la opacidad del traumatismo -tal como es mantenida en su función inaugural por el pensamiento de Freud, es decir, para nosotros, la resistencia de la significación- es entonces tenida principalmente por responsable del limite de la rememoración .Y después, de todo, podríamos encontramos cómodamente ahí, en nuestra propia teorización, reconociendo que se da ahí un momento muy significativo de la transmisión de poderes del sujeto al Otro, el que llamamos el gran Otro, el lugar de la palabra, y virtualmente el lugar de la verdad. ¿Es ése el punto de aparición del concepto de transferencia? Eso es lo que ocurre en apariencia, y a menudo no se va más allá. Pero miremos de más cerca. Ese momento, en Freud, no es simplemente el momento-limite que correspondería a lo que he designado como el momento del cierre del inconsciente, pulsación temporal que lo hace desaparecer en un cierto punto de su enunciado. Freud, cuando introduce la función de la transferencia, tiene cuidado en señalar ese momento como la causa de lo que llamamos transferencia. El Otro, latente o no, está presente, desde antes, en la revelación subjetiva .Ya está allá cuando algo ha empezado a entregarse del inconsciente. La interpretación del analista no hace más que encubrir el hecho de que el inconsciente -si es lo que yo digo, a saber, juego del significante- ya ha procedido en sus formaciones -sueño, lapsus, chiste o síntoma- por interpretación. El Otro, el gran Otro ya está allí, en cualquier abertura, por fugitiva que sea, del inconsciente. Lo que Freud nos indica, desde un principio, es que la transferencia es esencialmente resistente, Übertragungs widerstand. La transferencia es el medio por el que se interrumpe la comunicación del inconsciente, por el que el inconsciente se cierra de nuevo. En vez de ser la transmisión de los poderes, al inconsciente, la transferencia es por el contrario su cierre. Lo cual es esencial para señalar la paradoja que, se expresa bastante comúnmente -y puede encontrarse incluso en el texto de Freud- en lo siguiente: que el analista ha de esperar la transferencia para empezar a dar la interpretación. Quiero acentuar esta cuestión porque es la línea divisoria entre la buena y la mala manera   

 

 

de concebir la transferencia. En la práctica analítica existen múltiples maneras de hacerlo. No se excluyen forzosamente. Pueden ser definidas a diferentes niveles- Por ejemplo, si las concepciones de la relación del sujeto con tal o cual de esas instancias, que en el segundo tiempo de su tópica Freud pudo definir cómo el ideal del yo o el superyó, son parciales, eso a menudo no es más que dar tan sólo un punto de vista lateralizado de lo que es esencialmente la relación con el gran Otro. Pero hay otras divergencias que son irreductibles. Es una concepción que, allá donde se formule, tan sólo puede contaminar la práctica -la que quiere que el análisis de la transferencia procede sobre el fundamento de una alianza con la parte sana del yo del sujeto, y consiste en apelar a su sensatez, para hacerle observar el carácter ilusorio de tales o cuales de sus conductas en el interior de la relación con el analista. Eso es una tesis que subvierte lo que está en cuestión, a saber, la presentificación de esta esquizia del sujeto, realizada aquí, efectivamente, en la presencia, apelar a una parte sana del sujeto, que estaría en lo real apto, para juzgar con el analista lo que ocurre en la transferencia, significa ignorar que es precisamente esa parte la interesada en la transferencia, que es ella la que cierra la puerta, o la ventana, o los postigos, como les parezca mejor -y que la bella con la que se quiere hablar está allá detrás, y que no exige más que volver a abrir los postigos. Es por eso que en ese momento la interpretación se vuelve decisiva, pues es a la bella a quien hay que dirigirse. Tan sólo indicaré aquí la reversión que implica este esquema con respecto al modelo que se tiene en la cabeza. En algún lugar digo que el inconsciente es el discurso del Otro .Ahora bien, el discurso del Otro que se trata de realizar, el del inconsciente, no esta más allá del cierre, está fuera. El es el que, por la boca del analista, llama para la reabertura del postigo. Lo cual no quiere decir que no haya una paradoja al designar en ese movimiento de cierre, el momento inicial en que la interpretación puede lograr su alcance. Y aquí se revela la crisis conceptual permanente que existe en el análisis, en lo que se refiere a la manera cómo conviene concebir la función de la transferencia. La contradicción de su función, que la hace captar como el punto de impacto del alcance interpretativo en eso mismo que con respecto al inconsciente, es momento de cierre- eso es lo que necesita que lo tratemos como es, a saber, un nudo. Que lo tratemos o no como un nudo gordiano es algo que está por verse. Es un nudo y nos incita a dar cuenta de éllo cual lo he dicho durante varios años, mediante consideraciones de topología que, espero, no parecerán superfluas al recortarlas. Hay una crisis en el análisis, y me fundamento en que no se da ahí nada de parcial; escojamos sino el último texto, que puede manipularla de la forma más brillante, ya que no pertenece a un espíritu mediocre, Se trata de un artículo conciso, muy sobrecogedor, de Thomas S. Szasz -que nos habla de Siracusa, lo cual no lo emparenta ¡ay!, con Arquímedes, pues esta Siracusa está en el estado de Nueva York- parecido en el último numero del International Journal of Psychoanalysis.  

 

 

 

Para este artículo su autor se ha inspirado en un idea coherente con la investigación que aspira a sus artículos precedentes, una investigación verdaderamente emocionante de la autenticidad del camino analítico. Resulta por completo sorprendente, que un autor, por otra parte de los más estimados en su circulo, que es el del psicoanálisis, exactamente americano, considere a la transferencia como no otra cosa que una defensa del psicoanalista y desemboque en una conclusión como ésta: La transferencia es el pivote sobre el que descansa toda la estructura del tratamiento psicoanalítico. Se trata de un concepto que se llama inspired -siempre desconfío de los falsos amigos en el vocabulario inglés.[y busqué sopesar su traducción] Este inspired no creo que quiera decir inspirado, sino algo así como oficioso -se trata de un concepto tan oficioso como indispensable -cito- que da asilo- harbour- a los gérmenes, no sólo de su propia destrucción, sino de la destrucción del propio psicoanálisis. ¿Por qué?. Porque tiende a colocar a la persona del analista más allá de la prueba de realidad, tal como pueda tenerla de sus pacientes, de sus colegas y de él mismo. Este riesgo -this hazard -ha de ser francamente -frankly- reconocido. Ni la profesionalización, ni la elevación de los standard, ni los análisis didácticos llevados hasta la coerción -coerced training analysis- pueden protegernos contra ese peligro. Y aquí se da la confusión, sólo la integridad del analista y de la situación analítica puede salvarnos de la extinción de -the unique dialogue- del diálogo único entre el analista y el analizado. Este atolladero totalmente fecundo es necesario, para el autor, por el hecho de que lo puede concebir el análisis de la transferencia más que bajo los términos de un asentimiento obtenido de la parte sana del yo, la que es apta para juzgar la realidad y zanjar la ilusión. Su artículo, lógicamente, empieza así: la transferencia es parecida a conceptos como los del error, la ilusión o el de fantasía. Una vez obtenida la presencia de la transferencia, se trata de una cuestión de acuerdo entre el analizado y el analista, salvo que, al ser el analista aquí juez sin apelación y sin recurso, nos vemos conducidos a denominar todo análisis de la transferencia como campo de puro riesgo, sin control. He tomado este artículo sólo como un caso límite, pero demostrativo, para incitarnos a restituir aquí una determinación que haga entrar en juego otro orden. Este orden es el de la verdad. La verdad sólo se fundamenta en lo que la palabra, incluso mentirosa, allí apela y allí suscita. Esta dimensión siempre está ausente del lógico-positivismo que se encuentra dominando el análisis del concepto de la transferencia realizado por Szasz. A propósito de mi concepción de la dinámica inconsciente, se ha podido hablar de intelectualización -bajo el pretexto de que en él colocaba en primera fila la función del significante. ¿No vemos claro que es en ese modo de operaren el que se ventila la confrontación de una realidad y de una connotación de ilusión referida al fenómeno de la transferencia- donde reside aunque no lo parezca la pretendida intelectualización? En vez de tener que considerar dos sujetos, en una posición dual que discutir una objetividad que estaría ahí, registrada como el efecto de caída de una comprensión en el 

 

 

 

comportamiento, precisamos hace surgir el dominio del engaño posible. Cuando les he introducido el sujeto de la certeza cartesiana como el punto de partida necesario de todas nuestras especulaciones sobre lo que revela el inconsciente, he señalado contrariamente en Descartes el papel de balancín esencial que es Otro que, se dice, en ningún caso ha de ser engañoso. Ese Otro en el análisis, el peligro radica en que sea engañado. Esta no es la única dimensión que hay que aprender en la transferencia. Sin embargo, reconozcan que existe un dominio donde en el discurso el engaño tiene en alguna parte posibilidades de triunfar, es con seguridad el amor que proporciona el modelo. ¡Qué mejor manera de asegurarse, en el punto en que uno se engaña, que persuadir al otro de la verdad de lo que se emite! ¿No se da ahí una estructura fundamental de la dimensión del amor que la transferencia nos da ocasión para poner en imagenes? Al persuadir al otro que tiene lo que puede completarnos, nos aseguramos el poder continuar desconociendo precisamente lo que nos falta. El círculo del engaño, en tanto que en el momento preciso hace surgir la dimensión del amor eso es lo que nos servirá de puerta ejemplar, para el próximo día demostrar su rodeo. Pero eso no es todo lo que tengo que mostrarles, pues eso no es lo que causa radicalmente el cierre que implica la transferencia. Lo que lo causa, que será la otra cara de nuestro examen de los conceptos de la transferencia, es -remitiendo al punto de interrogación inscrito en la parte izquierda, parte de sombra, reservada- lo que he designado mediante objeto a. F. Wahl: -¿Con qué teoría del conocimiento, en el sistema de las teorías existentes, podría relaciónarse lo que usted ha dicho en la primera mitad de la conferencia? J. LACAN:- Como estoy diciendo que la novedad del campo freudiano es darnos en la experiencia algo fundamentalmente captado de esa manera, no resulta tan sorprendente que encuentren su modelo en Plotino. Dicho esto, sé que, a pesar de mi negativa a seguir la primera pregunta de Miller sobre el sujeto de una ontología del inconsciente, he soltado, sin embargo, un pequeño cabo de la cuerda por referencias muy precisas. He hablado del (escritura en griego) aludía de un modo muy preciso a la formulación que da de ello Henri Ey, de la que no podemos decir que sea de la mayor competencia en lo que se refiere a lo que hay del inconsciente -llega a situar en algún lugar al inconsciente en su teoría de la conciencia. He hablado del (escritura en griego) lo prohibido, de lo dicho-que-no. Esto no llega muy lejos como indicación propiamente metafísica, y no pienso transgredir los límites que me he fijado a mí mismo. Pero a pesar de todo, eso estructura de un modo perfectamente transmisible los puntos hacia los que ha dirigido su pregunta. En el inconsciente hay un saber, que no hay que concebir en absoluto como saber por acabarse, por clausurarse. (escritura en griego) todavía se sustantiva demasiado el inconsciente al dar semejantes formulas. Es por eso que las evito muy cuidadosamente. Lo que hay mis allá, lo que hace un momento he llamado la bella detrás de los postigos, es eso de lo que se trata y que hoy no he abordado en modo alguno. Se trata de señalar cómo algo del sujeto está, por detrás, imantado, imantado a un grado profundo de disociación, de esquizia. Ese es el punto clave donde hemos de ver el nudo gordiano. 

 

 

P. Kaufmann: -¿Qué relación hay entre lo que usted ha designado como escoria y eso de lo que usted ha hablado anteriormente como resto? J. LACAN: -El resto siempre es en el destino humano, fecundo. La escoria es el resto extinguido, aquí, el término escoria se emplea de un modo completamente negativo, apunta a esa verdadera regresión que puede producirse en el plano de la teoría del conocimiento psicológico, en la medida que el analista se encuentra colocado en un campo del que sólo puede huir. Entonces busca seguridad en teorías que se ejercen en el sentido de una terapéutica ortopédica, conformizante, procurando al sujeto el acceso a las concepciones más míticas de la happiness. Eso, con el manejo sin critica del evolucionismo, ha creado el ambiente de nuestra época. La escoria, aquí, son los propios analistas, no otra cosa -mientras que el descubrimiento del inconsciente todavía es joven, y se trata de una oportunidad sin precedentes de subversión. 

 

Clase 11

Análisis y verdad el cierre del inconsciente 

 

El último día introduje el concepto de transferencia. Lo hice de un modo problemático, basándome en las dificultades que impone al analista. Me acogí al azar que me ofreció el encuentro del último articulo publicado en el órgano más oficial del psicoanálisis, el International Journal of Psychoanalysis, que incluso llega a poner en tela de juicio la utilización en el análisis de la noción de transferencia. Voy a proseguir su lectura. Según el autor, se supone que el analista apunta para el paciente los efectos de discordancias, más o menos manifiestas, que se producen con respecto a la realidad de la situación analítica, a saber, los dos sujetos reales que están allí presentes. En primer lugar están los casos en los que el efecto de discordancia es bien evidente. Podemos verlo ejemplificado en la pluma humorística de un Spitz, un veterano que sabe un rato, para divertir a su público. Toma como ejemplo a una de sus pacientes que, en un sueño llamado de transferencia es decir, de realizaciones amorosas con su analista, en este caso, Spitz lo ve provisto de una cabellera tan rubia como abundante, lo cual, para todo aquél que ha entrevisto el cráneo como un huevo del personaje, y es lo bastante conocido como para ser célebre representar un caso en el que el analista podrá mostrar fácilmente al sujeto a qué distorsiones le han empujado los efectos de inconsciente. Pero cuando se trata de calificar una conducta del paciente considerada como desatenta con respecto al analista -una de dos, nos dice Szasz, o bien el paciente está de acuerdo, o si no lo está, no dirimirá sino la posición de principio de que el analista s iempre tiene razón. Lo cual nos echa de nuevo hacia ese polo a la vez mítico e idealizante que Szasz llama integridad del analista. ¿Que puede querer decir eso, a no ser el llamamiento a la dimensión de la verdad? Por tanto no puedo situar este artículo más que en esa perspectiva -que su propio autor lo coloca, considerándolo como operando no en calidad heurística, sino erística, y manifestando, en su reflexión en atolladero, la presencia de una verdadera crisis de conciencia en la función del analista. Esta crisis de conciencia sólo nos interesa de un modo lateral, puesto que hemos mostrado que a ello conduciría necesariamente una cierta manera unilateral de teorizar la práctica del análisis de la transferencia. Esa es una pendiente que nosotros, desde hace tiempo, hemos denunciado. Para reducirnos a los datos casi fenomenológicos que nos permitan volver a situar el problema allí donde es, el último día les indiqué que, -en la relación de uno al otro que se instaura en el análisis-, es eludida una dimensión. Está claro que esta relación se instaura en un plano que no es en modo alguno recíproco, ni simétrico. Eso es lo que Szasz constata, para deplorarlo sin razón alguna en esa relación de uno al otro, se instituye una búsqueda de la verdad en la que uno es supuesto saber al menos saber más que el otro. De éste, el pensamiento surge al momento, que no sólo no es mucho que se engaña sino también que se puede, engañarse; El engañarse, al mismo tiempo, es achacado al sujeto. No se trata simplemente que el sujeto esté, de una manera estática, en la falta, en el error. Ocurre que, de un modo movedizo, en su discurso, está situado esencialmente en la dimensión del engañarse. 

 

Encuentro aún la indicación en otro analista. Se trata de Nünberg, que escribió en 1926, en el Internacional Journal of Psychoanalysis, un articulo que titula The Will of recovery. Recovery no es, propiamente hablando, la curación, es la restauración, el retorno. La palabra está muy bien escogida y plantea una cuestión que merece atención. ¿Qué es lo que, a fin de cuentas, puede empujar al paciente a recurrir al analista, para pedirle algo que llama la salud, cuando su síntoma -nos lo dice la teoría- se produce para aportarle algunas satisfacciónes?. Mediantes muchos ejemplos, y no de los menos humorísticos, Nümberg no tiene dificultades para mostrar que no es preciso dar muchos pasos en el análisis para ver a veces resplandecer que lo que ha motivado en el paciente la búsqueda de la salud, del equilibrio, es precisamente su intención inconsciente, en su alcance más inmediato. ¡Que abrigo, por ejemplo, le ofrece el recurso al análisis, para restablecer la paz de su matrimonio, cuando se ha producido algún tropiezo en su función sexual, o algún deseo extra-conyugal!. Desde los primeros momentos el paciente se revela desear, bajo la forma de una suspensión provisional de su presencia en su hogar, lo contrario de lo que ha venido a proponer como objetivo primero de su análisis -no la restitución de su situación familiar, sino su ruptura. Nos encontramos ahí, por último -en el acto mismo del compromiso del análisis y por tanto también en sus primeros pasos- puestos en contacto con máximos con la profunda ambigüedad de toda aserción del paciente y por el hecho de que por sí misma tiene una doble faz. Es en primer lugar como instituyéndose en, e incluso por, una cierta mentira que vemos instaurarse la dimensión de la verdad, en la cual no es, propiamente hablando, quebrantada, puesto que la mentira como tal se erige en esta dimensión de la verdad. Comprenderán por qué la relación del sujeto con el significante es el punto de referencia que hemos querido poner en el primer plano de una rectificación general de la teoría analítica, pues también es primero y constituyente en la instauración de la experiencia analítica, como primero y constituyente en la función radical del inconscienteSin duda, eso es, en nuestra incidencia didáctica, limitar el inconsciente a lo que podemos llamar su plataforma más estrecha. Pero con respecto a este punto de división podemos no cometer errores por el lado de alguna sustantificación. Centraremos las cosas en el esquema de cuatro esquinas de nuestro grafo, que distingue a sabiendas el plano de la enunciación del piano del enunciado. Su uso viene aclarado en cuanto un pensamiento demasiado formal introduce absurdidades, como se ve una antinomia de la razón en el enunciado yo miento, cuando cada uno sabe que no existe ninguna. Es totalmente falso responder a ese yo miento con: si dices yo miento, es que dices la verdad y, por tanto, no mientes, y así sucesivamente Es por completo evidente que el yo miento, a pesar de su paradoja, es perfectamente válido. En efecto, el yo que enuncia, el yo de la enunciación no es lo mismo que el yo del enunciado, es decir, el shifter que, en el enunciado, lo designa. Por eso, desde el punto en que yo enuncio, me es perfectamente posible formular de un modo válido que el yo que, en ese momento, formula el enunciado- 

 

está mintiendo que ha mentido poco antes, que miente des-pués, o incluso, que al decir yo miento afirma que tiene la intención de engañar. No hay que ir muy lejos para conseguir un ejemplo -vean la historieta judía del tren que uno d e los dos sujetos de la historia afirma al otro que va a coger. -Voy a Lemberg, -le dice, a lo cual el otro le responde -¿por qué me dices que vas a Lemberg ya que allí vas realmente? y, si me lo dices, ¿es para que crea que vas a Cracovia?. Esta división entre el enunciado y la enunciación hace que efectivamente el yo miento que está al nivel de la cadena del enunciado -el miento es un significante que forma parte, en el Otro, del tesoro de vocabulario en el que el yo, determinado retroactivamente, se convierte en significación engendrada al nivel del enunciado, de lo que produce al nivel de la enunciación- resulte un yo te engaño. El yo te engaño proviene del punto desde donde el analista espera al sujeto, y le remite según la formula, su propio mensaje en su significación verdadera, decir, bajo una forma invertida. Le dice -en ese yo te engaño, lo que tú envías como mensaje es lo que yo te expreso y, haciéndolo así, tu dices la verdad. En el camino del engaño en el que el sujeto se aventura, el analista en situación de formular ese tú dices la verdad, y nuestra interpretación nunca tiene sentido más que en esta dimensión.  (ver el grafico en el PDF) 

 

Quería indicarles el recurso que nos ofrece este esquema para comprender el quehacer fundamental de Freud, en el que dato la posibilidad del descubrimiento del inconsciente -que, en verdad, está ahí desde siempre, tanto en el tiempo de Tales como al nivel de los modos relaciones in-ter-humanas más primitivas. Traslademos a este esquema el yo pienso cartesiano. gráfico(2) De seguro, distinción entre enunciación y enunciado es lo que siempre hace posible deslizamiento, y el punto de tropiezo eventual. En efecto, si algo del cogito es instituido, es el registro del pensamiento, en tanto que extraído de una oposición a la extensión 

 

 

-estatuto frágil, pero estatuto suficiente en el orden de la constitución significante. Digamos que es ocupar su sitio al nivel de la enunciación lo que da su certeza al cogito. Pero el estatuto del yo; pienso es tan reducido, tan mínimo tan puntual -y podría además estar afectado con la connotación del eso no quiere decir nada- como el del yo miento de hace un momento. Quizás el yo pienso, reducido a esa puntualidad de no asegurarse más que la duda absoluta en lo que se refiere a toda significación, incluida la suya incluso tiene un estatuto todavía más frágil que aquel donde ha podido atacarse al yo miento. Por eso, me atrevería a calificar al yo pienso cartesiano de participar en su esfuerzo de certeza, de una especie de aborto. La diferencia de estatuto que da al sujeto la dimensión descubierta del descubrimiento freudiano, depende del deseo que hay que situar al nivel de cogito. Todo lo que anima, eso de lo que habla toda enunciación, pertenece al deseo. Les hago observar, de paso, que el deseo tal como la formulo, con respecto a lo que Freud nos aporta, quiere decir más. Prenderé la función del cogito cartesiano del término feto u homúnculo. Viene ejemplificada por la caída, que no ha dejado de producirse en la historia de lo que se llama el pensamiento, que consiste en tomar ese yo del cogito por el homúnculo que, desde hace tiempo, es representado cada vez que se quiere hacer psicología -cada vez que se explica la inanidad o la discordancia psicológica por la presencia, en el interior del hombre, del famoso hombrecillo que lo gobierna, que es el conductor del carro, el punto llamado en nuestros días de síntesis. Este hombrecillo ya fue denunciado en su función por el pensamiento pre-socrático. Por el contrario en nuestro vocabulario, simbolizamos por S tachada ($) al sujeto, en tanto que constituido como segundo con respecto al significante. Para ilustrarlo les recordé que la cosa puede presentarse de la manera más simple en el trazo unario. El primer significante es la cerda, por el cual se marca, por ejemplo, que el sujeto ha matado a un animal, mediante lo cual no se embrollará en su memoria cuando hay matado otros diez. No tendrá que recordar cuál es cual, y a partir de ese trazo unario los contara. El trazo unario, el propio sujeto se localiza en él, y en primer lugar se marca como tatuaje, primero de los significantes. Cuando este significante, este uno, está instituido -la cuenta es un uno. Es al nivel, no del uno sino de un uno, al nivel de la cuenta, que el sujeto tiene que situarse como tal. En lo cual ya, los dos unos se distinguen. Se marca así la primera esquicia que hace que el sujeto como tal se distinga del signo con respecto al cual, en primer lugar, ha podido constituirse como sujeto. Les enseño por eso a guardarse de confundir la función del con la imagen del objeto a, en tanto que es así como el sujeto se ve, redoblado -se ve como constituido por la imagen reflejada, momentánea, precaria, del dominio, se imagina hombre solamente de lo q ue se imagina. En la práctica analítica, localizar al sujeto con respecto a la realidad, tal como se la supone constituyéndolos, y no con respecto al significante, significa ya caer en la degradación de la constitución psicológica del sujeto. 

 

 

 

 

Todo comienzo tornado de la relación del sujeto con un contexto real puede tener su razón de ser en determinada experiencia de psicólogo. Puede producir resultados, tener efectos, permitir componer tablas. Por supuesto, siempre se-ría en contextos en los que somos nosotros quienes hacemos la realidad -por ejemplo, cuando planteamos que son tests organizados por nosotros. Ese es el campo de validez de lo que se llama la psicología, que no tiene nada que ver con el nivel en que mantenemos la experiencia psicoanalítica y que, por así decirlo, refuerza increíblemente la indigencia del sujeto. Lo que he llamado el islote psicológico no es la vieja, o siempre joven, mónada instituida tradicionalmente como centro de conocimiento, pues la mónada leibniziana, por ejemplo, no está en modo alguno aislada: es centro de conocimiento, no es separable de una cosmología, es, en el cosmos, el centro desde donde viene a ejercerse lo que es, según las inflexiones, contemplación o armonía. El islote psicológico se encuentra en el concepto del yo, el cual -por una desviación que, pienso, no es más que un rodeo- se halla confundido, en el pensamiento psicoanalítico, con el sujeto desamparado en la relación con la realidad. En primer lugar quiero señalar que esta manera de teorizar la operación está en pleno desacuerdo, en plena discordia, con lo que por otra parte nos conduce a promover la experiencia, y que no podemos eliminar del texto analítico -la función del objeto interno. Los términos de introyección o de proyección siempre son utilizados a la buena de Dios. Pero de seguro, incluso en este contexto de teorización defectuosa, algo se nos da, que llega al primer plano desde todas partes, y eso es la función del objeto interno. Esto ha acabado por polarizarse en extremo en ese buen o mal objeto, a cuyo alrededor, para algunos, gira todo lo que en la conducta de un sujeto representa distorsión, inflexión, miedo paradójico, cuerpo ajeno. También es el punto operatorio en el que, en condiciones de urgencia -por ejemplo, las de la selección de los sujetos para uso de tales o cuales empleos diversamente directores, cibernéticos, responsables, cuando se trata de formar pilotos de avión o conductores de locomotoras-, algunos han señalado que se trataba de concentrar la focalización de un análisis rápido, hasta de análisis-relámpago, hasta de la utilización de ciertos tests llamados de personalidad. Nosotros no podemos dejar de plantear la cuestión del estatuto de este objeto interno. ¿Es un objeto de percepción? ¿Por donde lo abordamos? ¿De dónde viene? En la continuación de esta rectificación, ¿en qué consistiría el análisis de la transferencia? Les voy a indicar un modelo, que convendrá perfecciónar mucho más a continuación. Tómenlo, pues, por modelo problemático. Los esquemas centrados en la función de la rectificación de la ilusión tienen tal poder de adherencia, que nunca podré lanzar demasiado prematuramente algo que, a lo menos, allí obstaculice. Si el inconsciente es lo que se cierra de nuevo desde el momento que ello se ha abierto, según una pulsación temporal, si la repetición, por otra parte, no es simplemente estereotipia de la conducta, sino repetición con respecto a algo [de] siempre falido, pueden ver ya desde ahora que la transferencia tal como se nos la representa, como modo de acceso a lo que se oculta en el inconsciente- no podría ser por sí misma más que una vía 

 

 

precaria. Si la transferencia no es más que repetición, será repetición, siempre, del mismo fracaso. Si la transferencia pretende, a través de esa repetición, restituir la continuidad de una historia, no la hará más que haciendo resurgir una relación que, por su naturaleza, es sincopada. Vemos, pues, que no podría bastar que la transferencia como modo operatorio, se confunda con la eficacia de la repetición, con la restauración de lo ocultado en el inconsciente, incluso con la catarsis de los elementos inconscientes. Cuando les hablo del inconsciente como de lo que aparece en la pulsación temporal, la imagen puede provenirles de la nasa que se entreabre, en cuyo fondo va a realizarse la pesca del pez. Mientras que según la figura de las alforjas, el inconsciente es algo reservado, cerrado en el interior, donde hemos de penetrar, nosotros desde fuera, Invierto, pues, la topología de la imaginería tradicional al presentarles este esquema.  (ver grafico en el pdf) 

 

 

Tendrán que cubrirlo con el modelo óptico que di en mi artículo Remarque sur le rapport de Daniel Lagache, en lo que se refiere al yo ideal y al ideal del yo. Tendrán que ver en él que es en el Otro que el sujeto se constituye como ideal, que tiene que regular la puesta a punto de lo que llega como yo, o yo ideal -que no es el ideal del yo--, es decir, constituirse en su realidad imaginaria. Este esquema pone en claro -lo subrayé a propósito de los últimos elementos que he aportado en torno a la pulsión escópica- que allí donde el sujeto se ve, a saber, donde se forja esa imagen real e invertida de su propio cuerpo que se da en el esquema del yo, no es desde allí donde se mira. Sin embargo, ciertamente, se ve en el espacio del Otro y el punto desde donde se mira también está en ese espacio. Ahora bien, también está aquí el punto desde donde habla, puesto que el en tanto que habla, es en el lugar del Otro que empieza a constituir esa mentira verídica por la que se ceba lo que participa del deseo al nivel del inconsciente. Por tanto, debemos considerar el sujeto con respecto a la nasa -en particular con respecto a su orificio que constituye su estructura esencial- como estando en el interior. Lo importante no es lo que allí entra, de acuerdo con la palabra del Evangelio, sino lo que de allí sale. Podemos concebir el cierre del inconsciente por la incidencia de algo que desempeña el

 

papel de obturador -el objeto a, chupado, aspirado, en el orificio de la nasa. Pueden trazar una imagen parecida con esas grandes bolas en las que se agitan los números para sacar la lotería. Lo que se prepara, con esa gran ruleta, de los primeros enunciados de la asociación libre, sale de ahí en el intervalo en que el objeto no tapa el orificio. Esta imagen brutal, elemental, les permite restituir la función constituyente de lo simbólico en su contraposición recíproca. Es el juego del sujeto, a pares y nones, de su nuevo encuentro con lo que viene a presentificarse en la acción efectiva de la maniobra analítica. Este esquema es completamente insuficiente, pero es un esquema bulldozer, que permite concordar la noción de que la transferencia es a la vez obstáculo a la rememoración y presentificación del cierre del inconsciente, que es la falta, siempre en el momento preciso, del buen encuentro. Podría ejemplificarles todo eso de la multiplicidad y de la discordancia con las formulas que los analistas han dado de la función de la transferencia. No hay duda que la transferencia es una cosa, y otra cosa el fin terapéutico. La transferencia tampoco se confunde con un simple medio. Los dos extremos de lo que se ha formulado en la literatura analítica están aquí situados. Cuantas veces leerán formulas que asocian, por ejemplo, la transferencia con la identificación, cuando la identificación no es más que un tiempo de detención, una falsa terminación del análisis, muy frecuentemente confundida con su terminación normal. Su relación con la transferencia es estrecha, pero precisamente en cuanto la transferencia no ha sido analizada. Y a la inversa, verán formular la función de la transferencia como medio de la rectificación realizante, contra la cual se dirige todo mi discurso de hoy. Resulta imposible situar correctamente la transferencia en alguna de estas referencias. Puesto que se trata de realidad, es en ese plano que quiero encaminar la crítica. Hoy enunciaré un aforismo que introducirá lo que tengo que decirles el próximo día -la transferencia no es la puesta en acto de la ilusión que nos empujaría a esa identificación alienante que constituye toda conformización, aunque sea a un modelo ideal, del que el analista, en ningún caso, podría ser el soporte -la transferencia es la puesta en acto de la realidad del inconsciente. He dejado esto en suspenso en el concepto del inconsciente -cosa singular, eso cada vez más olvidado y que no he recordado hasta ahora. Espero, próximamente, poder justificarles por qué ocurre así. Del inconsciente he tenido que recordarles hasta el momento la incidencia del acto constituyente del sujeto, porque eso es para nosotros lo que hay que sostener. Pero no omitimos lo que, en primer lugar, Freud señala como estrictamente consustancial a la dimensión del inconsciente, a saber, la sexualidad. Por haber olvidado cada vez más lo que quiere decir esta relación del inconsciente con lo sexual, veremos que el análisis ha heredado una concepción de la realidad que ya no tiene nada que ver con la realidad tal como la situaba Freud al nivel de proceso secundario. Por tanto, planteando la transferencia como la puesta en acto de la realidad del inconsciente empezaremos de nuevo el próximo día. Dr. Rosolato: -Puedo decirle las reflexiones que he hecho durante su seminario. En primer 

 

lugar, una analogía -su esquema se parece de un modo singular a un ojo- ¿En qué medida la a minúscula -desempeñaría el papel de cristalino? ¿En que medida este cristalino podría tener un papel de catarata? Por otra parte, me gustaría que precisase lo que puede decir del ideal del yo y del yo ideal en función, precisamente, de ese esquema. Por último, ¿qué entiende usted por puesta en acto? J. LACAN: - Puesta en acto es una palabra promesa. Definir la transferencia por la puesta en acto es necesario para que no sea el lugar de coartadas, de modos operatorios insuficientes, tomados por sesgos y rodeos que no son sin embargo forzosamente inoperantes, y dan cuenta de los límites de la intervención analítica. Hoy he apuntado precisamente algunas falsas definiciones que se pueden dar de su terminación, como la de Balint cuando habla de la identificación con el analista. Si no toman la transferencia al nivel correcto, que, debo decirlo, todavía no ha sido ilustrado hoy, pero será el tema del próximo seminario, nunca podría comprender de ella más que incidencias parciales. En cuanto a las observaciones que usted ha hecho, es divertido. Es preciso, en todo lo que se refiere a la topología, guardarse siempre muy estrictamente de lo que da la función de Gestalt. Lo que no quiere decir que ciertas formas vivientes no nos den, a veces, la sensación de ser una especie de esfuerzo de lo biológico para fraguar algo que se parezca a las torsiones de esos objetos topológicos fundamentales que les desarrollé cuando el seminario sobre la Identificación -por ejemplo, la mitra, de la que recordarán es una superficie en el espacio de dos dimensiones que se recorta ella misma, Podría designarles tal punto o plano de la configuración anatómica que nos parece representa el conmovedor esfuerzo de la vida por reunir las configuraciones topológicas. No hay duda que sólo estas consideraciones pueden darnos la imagen de eso en cuestión cuando lo que está en el interior también está en el exterior. Por esta razón son particularmente necesarias cuando se trata del inconsciente, que les presento a la vez como lo que pertenece al interior del sujeto, pero que no se realiza más que fuera, es decir, en ese lugar del Otro donde solamente puede tomar su estatuto. No puedo servirme aquí de todo lo adquirido en mis anteriores seminarios, por la simple razón de que una parte de mi auditorio es nueva. Por eso he empleado el esquema puro y simple de la nasa y he introducido simplemente la noción del obturador. El objeto es obturador, todavía se trata de saber cómo. No es ese obturador pasivo, ese corcho que, para empezar a lanzar su pensamiento en una cierta pista, he querido poner en imagenes. Daré de él una representación más completa en la que quizás encontrara de nuevo esos parentescos con la estructura del ojo. Es en verdad totalmente singular que la estructura del ojo nos presente una forma general tan fácilmente evocada cada vez que intentamos representar cronológicamente las relaciones del sujeto con el mundo. No es sin duda por casualidad. De nuevo convendrá no precipitarnos en eso para adherimos a ello de un modo demasiado limitado. Sea como sea, puesto que ha hecho esta observación, aprovecharé para señalarles la diferencia de mi esquema con aquél con el que Freud representa el yo como la lente por la que la percepción-conciencia viene -a operar sobre la masa amorfa del Unbewusstsein. El esquema de Freud, valga lo que valga, es tan limitado en su alcance como el mío, en cierta manera. Pero pueden observar, sin embargo, la diferencia -si hubiese querido poner  el yo en alguna parte, hubiera escrito i(a). Ahora bien, para nosotros, aquí, el objeto de debate es la a. 

 

 

Clase 12

La sexualidad en los desfiladeros del significante

El último día terminé con una formula que tuve ocasión de darme cuenta de que gustó, lo cual sólo puedo atribuir a lo que contiene de promesa, puesto que, bajo su forma aforisística, todavía no estaba desarrollada. Dije que íbamos a contar con la siguiente formula -la transferencia es la puesta en acto de la realidad del inconsciente. Lo que aquí se anuncia es, precisamente, lo que más se tiende a evitar en el análisis de la transferencia. Por enunciar esta fórmula me encuentro en una posición problemática -¿qué es lo que ha promovido mi enseñanza en lo referente al inconsciente? El inconsciente, son los efectos de la palabra sobre el sujeto, es la dimensión donde el sujeto se determina en e l desarrollo 

 

 

 

de los efectos de la palabra, en consecuencia de lo cual el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Esta es una buena dirección para arrancar aparentemente toda captación del inconsciente de un objetivo de realidad, distinta que el de la constitución del sujeto. Y sin embargo, esta enseñanza tuvo, en su objetivo, una finalidad que he calificado de transferencial. Para volver a centrar a aquellos oyentes míos que más consideraba -los psicoanalistas- en un objetivo conforme a la experiencia analítica, el propio manejo del concepto, según el nivel de donde parte la palabra del enseñante, ha de tener en cuenta los efectos, en el oyente, de la formulación. Todos nosotros somos en tanto que estamos, incluido el que enseña, en relación con la realidad del inconsciente, que nuestra intervención no sólo saca a la luz, sino que, hasta un cierto punto, engendra. Vayamos al grano. La realidad del inconsciente es -verdad insostenible- la realidad sexual. En cada ocasión Freud lo ha articulado, por así decirlo, con tesón. ¿por qué es una realidad insostenible? Sobre la cuestión del sexo, desde los tiempos en que Freud articulaba su descubrimiento del inconsciente, es decir, los años 1900, y los que preceden inmediatamente, hemos hecho algunos progresos científicos. Por integrada que esté en nuestra imaginería m ental, no hemos de considerar sin embargo, que la ciencia que hemos adquirido del sexo desde entonces ha estado ahí desde siempre. Sabemos un poco más sobre el sexo. Sabemos que la división sexual, en tanto que reina sobre la mayor parte de los seres vivos, es lo que asegura el mantenimiento del ser de una especie. Qué coloquemos, con Platón, el ser de una especie entre las ideas, o que digamos, con Aristóteles, que no está en ninguna otra parte que en los individuos que la sostienen, poco importa en este caso. Decimos que la especie subsiste bajo la forma de sus individuos. Sin embargo la supervivencia del caballo como especie tiene un sentido, cada caballo es transitorio, y muere. Pueden percibir con ello que la vinculación del sexo con la muerte, quiero decir con la muerte del individuo, es fundamental. La existencia, gracias a la división sexual, descansa en !a copulación, acentuada en dos polos que la tradición secular se esfuerza en carácterizar como el polo macho y el polo hembra. Ahí yace el resorte de la reproducción. Desde siempre, en torno a esta realidad fundamental se han agrupado, armonizado, otras carácterísticas, más o menos vinculadas a la finalidad de la reproducción, aquí sólo puedo indicar lo que, en el recurso biológico, se asocia a la diferenciación sexual, bajo la forma de carácteres y funciones sexuales secundarios. En la actualidad sabemos cómo, en este terreno, se ha fundado en la sociedad todo un reparto de funciones dentro de un juego de alternancias. Esto es lo que el estructuralismo moderno ha sabido precisar mejor, al mostrar que es al nivel de la alianza, en tanto que opuesta a la generación natural, a la descendencia biológica, donde se ejercen los intercambios fundamentales -al nivel, pues, del significante -y donde encontramos las estructuras - más elementales del funcionamiento social, a inscribir en los términos de una combinatoria. La integración de esta combinatoria a la realidad sexual hace surgir la cuestión de saber si no es por ahí que ha llegado el significante al mundo del hombre. Lo que legitimaría sostener que por la realidad sexual el significante ha entrado en el mundo -lo cual quiere decir que el hombre ha aprendido a pensar, éste es el reciente campo de descubrimientos  

 

 

 

 

 

que empiezan por un estudio más correcto de la mitosis. Se han revelado entonces los modos bajo los que se opera la maduración de las células sexuales, a saber, el doble proceso de reducción. De lo que se trata, en esta reducción, es de la pérdida de un cierto número de elementos que conocemos, los cromosomas. Todos sabemos que todo esto nos ha conducido a una genética. ¿Qué se desprende de esta genética si no la función dominante, en la determinación de ciertos elementos del organismo vivo, de una combinatoria, que opera en algunos de sus tiempos mediante la expulsión de restos? Haciendo referencia aquí a la función de la a minúscula, no me precipito en una especulación analógica. Tan sólo indico una afinidad de los enigmas de la sexualidad con el juego del significante. Aquí tan sólo rindo luz y justicia a la observación de que efectivamente en la historia la ciencia primitiva se arraigó en un modo de pensamiento que, desenvolviéndose en una combinatoria, en oposiciones como las del Ying y el Yang, del agua y el fuego, de lo caliente y lo frío, le permitía dirigir el baile -la palabra se ha escogido por su alcance más que metafórico, pues su baile se basa en ritos de bailes principalmente motivados por los repartos sexuales en la sociedad. No puedo ponerme aquí a darles un curso, incluso abreviado, de astronomía china. Entreténganse abriendo el libro de Leopoldo de Saussure- hay así, de vez en cuando, gente genial en esa familia. En él verán que la astronomía china está basada en el juego de los significantes que re-percuten de arriba abajo en la política la estructura social, la ética, la regulación de los actos más mínimos, y que es, aún con eso, una ciencia astronómica muy buena. Cierto es que, hasta un cierto momento, toda la realidad del cielo puede inscribirse en nada más que una vasta constelación de significantes. En el límite, la ciencia primitiva sería -vayamos hasta lo extremo- una especie de técnica sexual. El límite no es posible trazarlo, pues es una ciencia. Sus observaciones perfectamente válidas nos muestran que los chinos poseían un sistema perfectamente eficaz en cuanto a la previsión de las variaciones diurnas y nocturnas, por ejemplo, en una época muy precoz que a causa de su anotación significante podemos fechar, ya que es lo bastante lejana como para que la precisión de los equinoccios se marque allí en la figura del cielo y para que la estrella polar no esté allí en el mismo sitio que está actualmente. No hay ahí línea divisoria entre la colación experimental que permanece válida, para todos y los principios que la guiaron. Como tampoco se puede decir, Claude Lévi-Strauss lo señala, que todo es fantasía y humo en la magia primitiva, puesto que en ella se almacena toda una enorme colación de experiencias perfectamente utilizables. Tan sólo que llega, sin embargo, un momento en el que la amarra con la iniciación sexual del mecanismo se rompe. Por paradójico que esto parezca, la ruptura se realiza tanto más tarde cuanto más implícita, menos señalizada, está la función del significante. Aclararé lo que quiero decir. Mucho después de la revolución cartesiana y la revolución newtoniana todavía vemos, en el corazón de la doctrina positivista, una teoría religiosa de la tierra como gran fetiche, perfectamente coherente con el siguiente enunciado de Comte -que nunca podremos conocer nada de la composición química de los astros, que los astros continuarán estando clavados en su sitio, es decir, si sabemos aportar otra   

 

perspectiva- o en pura función de significantes. Mala pata, casi en aquellos días, el análisis de la luz nos permitía ver en los astros mil cosas a la vez, incluida su composición química. Se consuma entonces la ruptura entre la astronomía y la astrología -lo cual no quiere decir que la astrología no viva todavía para un gran número de gente. ¿Hacia donde tiende todo este discurso? -a preguntarnos si hemos de considerar el inconsciente como una remanencia de esa empalmadura con la realidad sexual. Si la sexualidad es la realidad del inconsciente -comprendan bien lo que aquí hay que dilucidarla cuestión es de un acceso tan difícil que quizá no podamos aclararla más que considerando la historia. Restituir el nivel en el que el pensamiento del hombre sigue las vertientes de la experiencia sexual, que ha reducido la invasión de la ciencia, es la solución que, en la historia, tomó cuerpo en el pensamiento de Jung -lo cual conduce a encarnar la relación del psiquismo del sujeto con la realidad con el nombre de arquetipo. Ahora bien, el jungismo -por cuanto convierte esos modos primitivos de la articulación del mundo en algo subsistente: el núcleo, dice, de la propia psique- viene acompañado necesariamente de la repudiación del término libido, de la neutralización de esta función mediante el recurso a una noción de energía psíquica, a una noción mucho más generalizada de interés. No se da ahí una simple versión de escuela, pequeña diferencia. Pues lo que Freud quiere presentificar en la función de la libido no es en absoluto una relación arcaica, un modo de acceso primitivo de los pensamientos, un mundo que estaría ahí como la sombra subsistente de un viejo mundo a través del nuestro. La libido es la presencia, efectiva, como tal, del deseo. Eso es lo que falta ahora por señalar del deseo -que no es substancia, que está ahí al nivel del proceso primario y gobierna el modo mismo de nuestro acceso. Recientemente releí, a propósito de una intervención que hice para un congreso que tuvo lugar en 1960, lo que enunciaba sobre el inconsciente alguien del exterior, que intentaba aproximarse lo más que pudo, desde el lugar en que está, para conceptualizar nuestro dominio -su nombre, el Sr. Ricoeur. Había ido de seguro lo bastante lejos como para acceder a lo que es de más difícil acceso para un filósofo, a saber, el realismo del inconsciente -que el inconsciente no es ambigüedad de las conductas, futuro saber que ya se sabe no saberse, sino un corte, ruptura que se inscribe en cierto carencia. El Sr. Ricoeur decide que hay algo de esta dimensión que debe ser retenido. Simplemente, como filósofo que es, se lo acapara. Llama a eso la hermenéutica. En la actualidad se usa lo que se llama la hermenéutica. La hermenéutica no objeta tan sólo a lo que he llamado nuestra aventura analítica, objeta al estructuralismo, tal como se enuncia en los trabajos de Lévi-Strauss. Ahora bien, ¿qué es la hermenéutica? -si no leer, en la serie de las mutaciones del hombre, el progreso de los signos según los que constituye su historia, el progreso de su historia- una historia que además puede prolongarse, en los bordes, en tiempos más indefinidos, Y el Sr. Ricoeur puede remitir a 

 

 

la pura contingencia eso con lo que los analistas tienen que ver a cada paso- Es preciso añadir que, desde fuera, la corporación de los analistas no le da la impresión de un acuerdo tan fundamental que pueda impresionarle. Sin embargo, ello no es razón para dejarle un terreno conquistado. Sostengo que es al nivel del análisis -si puede darse algún paso adelante- que debe revelarse lo que pasa con ese punto nodal por el que la pulsación del inconsciente está ligada a la realidad sexual. Este punto nodal se llama el deseo, y toda la elaboración teórica que he proseguido durante estos últimos años se encamina a mostrarles al paso de la clínica, cómo se sitúa el deseo en la dependencia de la demanda -la cual al articularse en significantes, deja un resto metonímico que corre bajo ella, elemento que no esta indeterminado, que es una condición a la vez absoluta e imperceptible, elemento necesariamente en impasse, insatisfecho, imposible, ignorado, elemento que se llama el deseo. Eso es lo que realiza la unión con el campo definido por Freud como el de la instancia sexual al nivel del proceso primario. La función del deseo es residuo último del efecto del significante en el sujeto. Decidero es el cogito freudiano, a partir de ahí se instituye necesariamente, lo esencial del proceso primario. Observen bien lo que dice Freud de ese campo, en el que el impulso se satisface esencialmente con la alucinación. Ningún esquema-mecanismo podrá responder nunca de lo que se da por una regresión en el arco reflejo. Lo que llega por el sensorium debe irse por el motorium, y si el motorium no funciona eso vuelve para atrás. Pero, diablos, si eso vuelve para atrás, ¿cómo podemos concebir que eso tenga una percepción? -a no ser por la imagen de algo, que de una corriente detenida hace fluir de nuevo la energía bajo la forma de una lámpara que se enciende ¿pero para quien?. La dimensión del tercero es esencial en esta pretendida regresión. No puede concebirse más que bajo una forma estrictamente análoga a lo que el otro día dibujé ,en la pizarra, bajo la forma de la duplicidad del sujeto del enunciado y ,el sujeto de la enunciación. Sólo la presencia del sujeto que desea, y que desea sexualmente, nos proporciona esta dimensión de metáfora natural, de donde se decide la pretendida identidad de la percepción. Freud mantiene la libido como el elemento esencial del proceso primario. Lo cual quiere decir -en contra de la apariencia de los textos en los que quiere intentar aclarar su teoría -que en la alucinación, la alucinación más simple de la más simple de las necesidades, la alucinación alimenticia misma, tal como se produce en el sueño de la pequeña Ana cuando dice ya no sé qué, tarta, fresa, huevos, y, otras menudas golosinas, no hay pura y simplemente presentificación de los objetos de una necesidad. Sólo a causa de la sexualización de esos objetos es posible la alucinación del sueño -pues, pueden observarlo, la pequeña Ana sólo alucina los objetos prohibidos. La cosa debe discutirse en cada caso, pero es absolutamente esencial que en toda alucinación se señale la dimensión de significación para permitirnos comprender lo que esto en cuestión en el principio del placer. Desde el punto en que el sujeto desea se da la connotación de realidad en la alucinación. Y si Freud opone el principio de realidad al principio del placer es, precisamente, en la medida que la realidad allí se define como desexualizada. A menudo se habla, en las teorías analíticas más recientes, de funciones desexualizadas.  

 

 

Se dice, por ejemplo, que el ideal del yo reposa en la catexis de una libido desexualizada. Me parece muy difícil hablar de una libido desexualizada. Pero que el acceso de la realidad implica una desexualización, eso es lo que está, en efecto en el principio de la definición de Freud de los Zwei Prinzipien des psichischen Geschehem, de los dos principios entre los que se reparte todo acontecimiento psíquico. ¿Qué significa esto? Que en la transferencia hemos de ver inscribirse el peso de la realidad sexual. En su mayor parte desconocida y, hasta un cierto punto, velada, corre bajo lo que sucede al nivel del discurso analítico, que, a medida que toma forma, es completamente el de la demanda -por algo toda la experiencia nos ha conducido a volcarla en el platillo de los términos de frustración y gratificación. He intentado inscribir en la pizarra la topología del sujeto según una sigla que en su momento llamé el ocho interior, seguramente es algo que recuerda los famosos círculos de Euler, excepto que en ese caso pueden ver claramente que se trata de una superficie, que ustedes mismos pueden fabricar. Su borde es continuo, excepto en un punto que no deja de estar ocultado por la superficie que se a desplegado anteriormente, este dibujo visto desde una cierta perspectiva puede dar la impresión de que representa dos campos que se cortan.  (ver gráfico en el pdf) 

 

La libido la he inscripto en el que el lóbulo definido como campo del desenvolvimiento viene a cubrir y ocultar al otro lóbulo, el de la realidad sexual. La libido seria así lo que pertenece a ambos -el punto de intersección como se dice en lógica. Pero eso es justamente lo que no quiere decir. Pues este sector donde los campos parecen cubrirse es, si ven el verdadero perfil de la superficie, un vacío. Esta superficie pertenece a otra, cuya topología describe en su momento a mis alumnos, llamada el cross-cap o en otras palabra la mitra. No la he dibujado aquí, pero les ruego que observen su carácterística, que salta a la vista. Pueden obtenerla a partir del ocho interior. Unan dos a dos los bordes, tal como aquí se presenta, mediante una superficie complementaria, y ciérrenla. En cierta manera desempeña el mismo papel de complemento con respecto al ocho inicial que la esfera con respecto a un círculo que cerraría lo que ya el circulo se ofrece a contener. Pues bien esta superficie es una superficie de Moebius, y su haz continúa su envés. Una segunda necesidad resultante de esta figura es que, para cerrar su curva, ha de atravesar en alguna parte la superficie precedente en este punto, según la línea que acabo de reproducir aquí en el segundo  

 

modelo. Esta imagen nos permite representar el deseo como lugar de unión del campo de la demanda en el que se presentifican los síncopes de la demanda, con la realidad sexual. Todo ello depende de una línea que llamaremos del deseo, ligada a la demanda, y por ella se presentifica en la experiencia la incidencia sexual. Este deseo ¿cual es?. ¿Piensan que es ahí donde designo la instancia de la transferencia?. Si y no. Verán que la cosa no es tan simple si les digo que el deseo en cuestión es el deseo del analista. Para no dejarles estupefactos con una afirmación que puede parecerles aventurada, no haré otra cosa que recordarles la puerta de entrada al inconsciente en el horizonte de Freud. Ana O. -dejemos esta historia de O y llamémosla por su nombre: Bertha Pappenheim, uno de los grandes nombres de la asistencia social alemana -no hace mucho tiempo que uno de mis alumnos me dio, para divertirme, un pequeño sello timbrado en Alemania con su imagen, con lo cual quiero decirles que ha dejado algunas huellas en la historia. Pues bien, fue a propósito de Ana O. como se descubrió la trasferencia. Breuer estaba totalmente encantado con la operación que se seguía con la susodicha persona, todo iba como sobre ruedas. En aquellos momentos el significante, nadie lo habría discutido, si se hubiera sabido hacer revivir esta palabra el vocabulario estoico. Cuantos más significantes daba Ana y más parloteaba, mejor iba todo. Era la chimney-cure, la limpieza de chimenea. Ninguna huella en todo ello de la menor cosa molesta, retengan la observación. Nada de sexualidad, ni con microscopio, ni con lupa. La entrada de la sexualidad, sin embargo se realiza por Breuer, empieza a sucederle algo, que proviene de él. -Te ocupas de eso demasiado. Sobre este asunto, el buen hombre alarmado, y por lo demás buen esposo, encuentra que ya basta con eso -gracias a lo cual, como saben, la O, muestra las magníficas y dramáticas manifestaciones de eso que llamamos, en el lenguaje científico, pseudociesis, lo cual quiere decir simplemente el pequeño balón -de un embarazo que se califica de nervioso. ¿Qué muestra allí? -podemos especular, pero es preciso que todavía no nos precipitemos sobre el lenguaje del cuerpo. Digamos simplemente que el dominio de la sexualidad muestra un funcionamiento natural de los signos. A ese nivel no son significantes, pues el falso balón es un síntoma y, según la definición del signo, algo para alguien. Siendo el significante otra cosa, pues representa un sujeto para otro significante. Gran diferencia que en este caso hemos de proferir, pues, y con motivo, se tiende a decir que todo eso es culpa de Bertha. Pero les ruego que por un momento suspendan su pensamiento ante esta tesis -¿por qué el embarazo de Bertha no tendríamos que considerarlo más bien según mi formula: el deseo del hombre es el deseo del otro, como la manifestación del deseo de Breuer? Por que no llegan hasta pensar que era Breuer el que tenía deseo de tener un hijo? Les daré un principio de prueba, se trata de que Breuer, al partir hacia Italia con su mujer, se àpresura a dar a ésta una hija, como lo recuerda Jones a su interlocutor -una hija que, al nacer en esas condiciones, dice ese galés imperturbable, 

 

acaba, en el momento que Jones hablaba, de suicidarse. Dejemos a un lado lo que podamos pensar, en efecto, de un deseo al que incluso esta salida no es en modo alguno indiferente. Pero observemos lo que dice Freud a Breuer -¡pero cómo!,¡que cosa! La transferencia es la espontaneidad del inconsciente de la llamada Bertha. No es el tuyo, no es tu deseo -no sé si se tuteaban pero es probable- es el deseo del otro. En lo cual considera que Freud trata a Breuer como un histérico, puesto que le dice -Tu deseo es el deseo del otro. Cosa curiosa, no lo desculpabiliza, pero de seguro lo desangustia -los que conocen la diferencia que hago entre esos dos niveles pueden tomar indicación de ello. Esto nos introduce en la cuestión de lo que el deseo de Freud determinó, al desviar toda la comprensión de la transferencia en ese sentido que ahora ha llegado al último término del absurdo, hasta el punto que un analista puede decir que toda la teoría de la transferencia no es más que una defensa del analista. Yo volteo este término extremo. Muestro exactamente su otra carta. Es menester que me sigan. Todo esto no lo hago simplemente para poner las cosas patas arriba. Con esta clave lean una revista general sobre la cuestión de la transferencia -como pueden encontrarla bajo la pluma de no importa quién,, pues alguien que puede escribir un "Que sais-je?" sobre el psicoanálisis, también puede escribirles una revista general sobre la transferencia. Lean, pues, esta revista general sobre la transferencia que aquí designo suficientemente, y sitúense en este punto de mira. La contribución que cada uno aporta al resorte de la transferencia, ¿no es, aparte de Freud, algo donde su deseo es perfectamente legible'? Yo les analizaría a Abraham simplemente a partir de su teoría de los objetos parciales. No hay en el asunto solamente lo que el analista quiere hacer de su paciente. También hay lo que el analista quiere que su paciente haga de él, abraham, digámoslo, quería ser una madre completa Además, también podré entretenerme señalando los márgenes de la teoría de Ferenczi, con una célebre canción de Georgius -Ya soy hijo-padre. Nünberg también tiene sus intenciones, y en su artículo verdaderamente notable sobre "Amor y Transferencia", se muestra en una posición de árbitro de las potencias de vida y muerte en la que no podemos dejar de ver la aspiración a una posición divina. Todo esto puede ser tan sólo participación en una especie de divertimiento. Pero es a través de una historia de esas que podemos aislar funciones como las que he querido reproducir aquí en la pizarra. Para conjugar el esquema de la nasa con lo que hice con motivo de una respuesta a una teoría psicologizante de la personalidad psicoanalítica, basta con que conviertan el obturador del que les hablé en un obturador de manija fotográfica, excepto que se tratará de un espejo. Es en este pequeño espejo, que viene a obturar lo que pertenece al otro lado, donde el sujeto ve perfilarse el juego gracias al cual -según la ilusión de lo que se 

 

obtiene en la experiencia del ramillete invertido, es decir, una imagen real- puede acomodar su propia imagen en torno a lo que aparece la a minúscula. Es en la suma de estas acomodaciones de imagenes que el sujeto ha de encontrar la ocasión de una integración esencial. ¿Que sabemos de todo esto?, -a no ser que en las fluctuaciones en la historia del psicoanálisis, del compromiso del deseo de cada analista, hemos llegado a añadir tal pequeño detalle, tal observación complementaria, tal adición o refinamiento de incidencia que nos permite calificar la presencia, al nivel del deseo, de cada uno de los analistas, es ahí que Freud dejó esta banda, como él dice, que le sigue. Después de todo, la gente que seguía a Cristo no era tan lúcida. Freud no era Cristo, pero quizás era algo así como Viridiana, aquellos que se fotografían, tan irónicamente, en ese film, con un pequeño aparato, a veces me evocan, invenciblemente, el grupo, igualmente fotografiado numerosas veces, de los que fueron apóstoles y epígonos de Freud. ¿Significa eso disminuirlos? No más que los apóstoles. Es precisamente a ese nivel que podían dar el mejor testimonio. Es desde una cierta ingenuidad, de una cierta pobreza, de una cierta inocencia, que nos han instruido más. Cierto es que en torno a Sócrates la asistencia era mucho más lúcida y no nos enseña menos sobre la transferencia --los que se acuerdan de mi seminario sobre este tema pueden testimoniarlo. Ahí volveré a continuar mi marcha el próximo día, intentando articularles la imposición de la función del deseo del analista. J.-A. Miller: -Se plantea la cuestión de la relación específica de estos discursos, el discurso científico y el discurso del Otro, o sea el inconsciente, a diferencia de los discursos que preceden a su surgimiento la ciencia no se fundamenta en la combinatoria inconsciente, se instaura al establecer con el inconsciente una relación de no-relación. Esta desconectada. El inconsciente no por ello desaparece de ella, y sus incidencias continúan haciéndose sentir. Quizás reflexionar sobre la cientificidad del psicoanálisis, que usted postula, conduciría a escribir una nueva historia del pensamiento científico. Me gustaría saber lo que usted piensa sobre esto. J. LACAN: -Aquí se traza un cuestionario doble. Si podemos enganchar el psicoanálisis al tren de la ciencia moderna, a pesar de la incidencia esencial, y en devenir, del deseo del analista, tenemos derecho a plantear la cuestión del deseo que hay detrás de la ciencia moderna. Hay ciertamente desconexión del discurso científico de las condiciones del discurso del inconsciente. Lo vemos en la teoría de los conjuntos. En una época en la que la combinatoria esto agarrada a la captura de la sexualidad, la teoría de los conjuntos no puede salir a la luz. ¿Cómo es posible esta desconexión? Es al nivel de un deseo que podremos responder. 

 

¿Y entonces que es la transferencia? 

Es el deseo logrado de que el otro me vea como Dios es decir como un sujeto no barrado, como un significado no como un significante, como alguien que logra la coincidencia de opuestos  y por lo mismo refleja luz.

¿Qué es la retransferencia?

 

Si la transferencia es condensación de luz, la retransferencia es su desplazamiento a la nada a la oscuridad para recordar que somos nosotros con nuestro deseo puesto en acción  el que hacemos Dios al otro, así si la transferencia está  basada en el misterio pascual y la retransferencia en el misterio dharmico.      

 

¿Qué  es la contra transferencia? 

Una lucha a muerte en el que desconozco al otro como Dios y trata de que me reconozca a mí  como Dios.

 

¿Qué es la sintransferencia?

 

Es una complementación entre retraferencia y transferencia donde sé que yo construyo al otro Como Dios y por lo mismo también lo destruyo y donde  el otro hace lo mismo conmigo, logrando una comunión.

 

¿Qué es la metadialectica transferencial? 

Hay que comprender que nuestro enfoque no se queda en el análisis sino que es dialectico así, no importa la interpretación del analista sino la organicidad del devenir del imaginario, es ahí donde realmente se sabe  el espíritu.

 

Pero para comprender esto entendamos cómo funciona el logos pasando de una coincidencia de opuestos a una principio de no contradicción para volver a una coincidencia de opuestos en una mediación de  negación de la negación  transferencia y como se retraspasa de una acción a un principio de no contradicción para  redimirte en una coincidencia de opuestos asintétitca en una mediación de afirmación de la afirmación.   

     

   

 

 

 

 

 

 

https://seminarioslacan.wordpress.com/wp-content/uploads/2015/02/14-seminario-11.pdf 





2 comentarios:

Christian Franco dijo...

La actitud analítica es la siguiente: nunca, jamás, supongas que hablas el mismo idioma que tu analizando. Nunca supongas que sabes lo que quiere decir cuando dice algo: es decir, el analista debe prescindir del "sentido común" del lenguaje.
Creo que no hay sentido común en el psicoanálisis. Solo hay un sentido particular y peculiar.
En realidad, no sabes lo que el analizando quiere decir cuando habla. Pero acudió a análisis precisamente porque él mismo sospechaba que no sabía lo que quería decir cuando hablaba.
Jacques-Alain Miller
El deber y las pulsione Pero justamente porque no sabes y el no sabe déjalo saber, es decir pasa del plano analítico al dialectico síntetico y a sintetico para que en el devenir pruebe su objeto de deseo, hasta las ultimas consecuencias y solo así el y tu saborearan el espíritu.

Christian Franco dijo...

https://www.facebook.com/watch?v=1044434777549727