La negación de la negación
«El estar a partir de
sí en la obra, es decir, el estar presente del percibir a la presencia de todo
presente, es vida». Modernamente traducido: «La realidad del espíritu, a saber,
es vida».
De lo alto de la montaña
al lado de una inerte piedra
al aroma de las hierbas silvestres
le pregunto:
¿Cuánto falta para que el río
aumente su caudal?
Para que tormentosamente arrase
este cruel presente.
pregunto yo a los remolinos:
¿Por qué te diriges al sur?
¿Qué quieres arrasar?
La inequidad del pasado
posada allí.
Pero la inercia quedó atrás
encendidos están tus sentimientos.
Hierba silvestre, aroma puro
te ruego acompañarme en mi camino
serás mi bálsamo en mi tragedia
serás mi aliento en mi gloria.
Serás mi amiga
cuando crezcas
sobre mi tumba.
Allí: que la montaña me cobije
que el río me conteste
la pampa arda,
el remolino vuelva, el camino
descanse
¿y la piedra?
La piedra lápida eterna será en ella
grabado,
¡todo quedará!...
La negatividad como negación de la negación funda en el sí a
la autoconciencia incondicionada —a la absoluta certeza como «verdad» (es
decir, entidad del ente).
El devenir 1. Como in-estabilidad: negación de estabilidad.
Pero así ambiguo: a) ausencia de estabilidad — mero fluir y transcurrir, b) El
continuo transitar, c) La inquietud como permanencia (!) de los orígenes. 2. El
venir-a sí-mismo: el saber absoluto como devenir (¡libertad!). Este tiene
—porque él (lo negativo de lo inmediato) es saber y la realidad pensabilidad—
que ser pensado, y sólo en el pensar-se es capaz de «ser». Pero para pensarse
in- condicionalmente a sí— mismo, tiene que enajenarse a sí mismo al extremo (a
mero ser). Esta autoenajenación [se da] sólo para ganarse verdadera y
únicamente y en el ganar tenerse y en el tener «ser», es decir, según su
esencia «obrar». Lo primero «que» deviene es el devenir mismo. Devenir es lo
indeterminadamente inmediato del venir-a-sí-mismo.
«Nada» en Hegel: lo primero verdadero, es decir, «ente» en
sentido más amplio es el devenir; es la diferencia de ser y nada como
diferencia, que es ninguna. La nada no es diferente del ser, ningún otro con
respecto a él, sino lo mismo. ¿Por qué, hasta qué punto? Por razón de la
interpretación del ser. Porque la nada no [es] algo diferente, pero negación es
«diferencia», por eso justamente la negatividad no es aclarable junto a la
«nada». ¿Pero acaso junto al ser? Mas éste [es] lo mismo, por ello viceversa:
es decir, desde la negatividad el ser, con respecto al cual la nada es lo
mismo. Y en ello tal vez aparezca la «esencia» de la negatividad.
Lo negativo, el carecer del que carece, es lo que mueve, no
el mero haberse ido, sino el faltar —co-pertenecer-a ello— Lo negativo es por
eso, en el fondo, el auto de la autoconciencia absoluta. Lo negativo es la
«energía» del pensar (absoluto)[31] . El dividir es el «absoluto» «desgarro»,
pero en tanto es soportado y el espíritu absoluto se conserva en él (no el
separar uno de otro no mediado ni mediador). El saber absoluto es un absoluto
conservarse en el desgarro, esto es «vida». Negatividad es por ello a la vez
sobreasunción [Aufhebung[32]]. El absoluto estremecimiento —el absoluto temblor
de todo. La muerte, el «señor absoluto[33]». El detenerse del espíritu en lo
negativo (no el apartar la vista) invierte lo nulo en el «ser».
«Negatividad» para Hegel: la triple diferencia en sí
indudable de la conciencia inmediata, mediata e incondicionada
Preguntar por la negatividad como la «energía» del pensar
meta— físico incondicionado, significa poner a decisión esto indeciso. Exponer
recién esta decisión, hacerla visible y experimentable, es decir, indigente, es
el único pensamiento de un pensar que pregunta la pregunta por el ser. Se
encuentra en la esencia de una exposición de esta decisión, que como ninguna
antes tenga que convertirse en una confrontación histórica (no
historiográfica), pero que al mismo tiempo tenga que haber realizado el salto a
lo infundado, tal vez abismal. Por eso este pensar —todavía menos que cualquier
metafísica esencial— no puede ser dado en cuchara al gusto y nunca por
enseñanza, como conocimientos de una ciencia. Posible, pero también en ciertos
límites necesaria, es la continua y larga preparación para el salto al preguntar
de eso indeciso; en ello tal preparación lleva ya en sí fácilmente el peligro
de charlar sobre el salto en lugar de saltar.
El a-bismo es el fundamento de la indigencia de la nada y de
la necesidad de anonadamiento, y ésta posibilita, en amplia consecuencia,
evidentemente, la diferenciación. La nada — el a-bismo: rehusó del fundamento,
de todo apoyo y protección en el ente; sin embargo este rehusó es el máximo
otorgamiento de la indigencia de decisión y diferenciación. La nada nunca es lo
«nulo» en el sentido del mero no presente ante la mano, ineficaz, sin valor,
no-ente, sino esenciarse del ser [Seyn] mismo como de lo anonadante
abismal-abismado. Pero el a-bismo esencialmente como el entretanto de la
indigencia de decisión, para lo divino y la humanidad —y con ello para ser-ahí,
ser-en-elmundo, mundo y tierra, conflicto. El ser-ahí como el «sí» (no adhesión
y consentimiento al ente) a la verdad del ser [Seyn], el sí al anonadamiento y
a la necesidad del «no» [Nein]. El «No» [Nein] es el sí al anonadamiento. El sí
al anonadamiento — como sí al a-bismo es el interrogar a lo más digno de ser
cuestionado. La guardia de la verdad del ser [Seyn] es el cuestionamiento como
dignificación de lo más digno de-ser cuestionado.
Tesis — antítesis — sín-tesis: Juicio — yo enlazo. 2.
Conciencia — autoconciencia — razón (Objetividad [Objektivität]; «lo
categorial» — objetividad [Gegenständlichkeit]); unidad y entidad — ahí. 3.
Inmediatez — mediación — «sobreasunción» [Aufhebung]; (¿enlazar?) acoplamiento
de 1. y 2. (Descartes) y absolutez. Origen del «no» [«Nicht»] del «absoluto»,
éste como conciencia (pensar). Unidad como concentración en el presente de lo
máximamente estable. Pensar como incondicionada referencia correlativa de
sujeto y objeto. Categorías sobre todo subjetiva y objetivamente. La
consideración de la historia - «triple»: 1. El pensamiento absoluto. 2. el
estar-en-sí-mismo como libertad; saber, lo que él es y presentarse como tal. 3.
«Ser» (como libertad) es «saber» — incondicionado (¡no «saber» perteneciente al
ser!). Concepto absoluto = libertad
«Devenir» — (es decir, algo deviene lo que «es» — vuelve a
sí, a su fundamento = ir al fundamento[62]) venir a sí mismo, a su esencia;
mediar determinante. Hegel comienza con el devenir de lo que deviene, es decir,
del absoluto; dentro de ese «comienzo» inicia con el «ser», que como entidad es
la nada del ente, o sea, de lo absolutamente real y de su realidad. Comienzo —
de lo que algo parte como aquello en lo que permanece y donde partiendo se
funda. Inicio — con lo que el partir se eleva y lo que como tal desaparece,
continuado y apartado, es omitido, y a la vez sobreasumido [aufgehoben]. Hegel
comienza con el comienzo, comienzo que es la concepción absoluta del ego cogito
— una interpretación realmente moderna del έν άρχη ην ό λόγος. «Ser» (realidad)
como con-ciencia, es decir, ser conciente de algo, de un objeto, tenerlo como
conciente para sí.
El puro pensar del pensar y de su pensado en la inmediatez.
Qué y cómo pensar como hilo conductor y fundamento de proyecto de la verdad del
ser. Éste, un pensar desde el pensar absoluto.
«El punto de vista más elevado, que la autoconciencia del
espíritu… ha alcanzado sobre sí…»[63] (desde la «Crítica de la razón pura», a
través de Fichte, Schelling, [y la] «Fenomenología del espíritu» de Hegel). El
saberse como tal — autoconciencia como saber de la conciencia del objeto— El
«saberse», la «determinación fundamental» de la «realidad efectiva» del
espíritu. La anterior metafísica transformada. Metafísica ahora: la «ocupación»
del espíritu (absoluto) «con su pura esencia[64]». «La forma sustancial del
espíritu se ha transfigurado[65]». La anterior metaphysika generalis se
convierte ahora en la «verdadera metafísica[66]» (o sea la cabeza de la
verdadera metafísica se convierte en metaphysica generalis absoluta) porque en
la Ciencia de la Lógica el espíritu absoluto, «Dios», está sencillamente en sí
mismo.
El saber puro se ha enajenado de todo lo «otro» que no
pudiera ser él mismo, es decir, no hay ningún otro, ninguna diferencia con otro
- «lo indiferenciado[78]». «El vacío[79]» es entonces sencillamente el comienzo
de la filosofía
Acerca del diverso rol y posición de la «Fenomenología del
espíritu» en la metafísica de Hegel La obra que se denomina brevemente
«Fenomenología del espíritu» de Hegel, apareció en el año 1807 bajo el título
«Sistema de la ciencia. Primer tomo. La fenomenología del espíritu». El
verdadero cuerpo de la obra se inicia con una reflexión, que al reaparecer en
la edición de Obras completas[85] apenas abarca trece páginas, siendo dotada
aquí expresamente del título «Introducción» (WW II, 59-72)[86] . Con ciertas
reservas podríamos denominar a esta reflexión «Introducción», aunque este
título falte en la primera edición. Ya en ésta se antepone un extenso Prefacio
(WW II, 3-58), que comprende cuarenta y una páginas. Después del Prefacio y
antes de la «Introducción» se encuentra en algunos ejemplares de la primera
edición[87] una portada para toda la obra con el título «Ciencia de la
experiencia de la conciencia». Durante la impresión Hegel reemplazó este título
por el siguiente: «Ciencia de la fenomenología del espíritu». En la edición
completa de sus obras, iniciada inmediatamente después de su muerte por sus
discípulos, esta obra apareció en 1832 bajo el título de «Fenomenología del
espíritu». (Este título es ya empleado por Hegel mismo en la Introducción de la
«Lógica» 1812, p. X[88]). El artículo determinado y determinante «la» es dejado
fuera. Puesto que poco tiempo antes de su muerte había comenzado a revisar esta
obra, puede suponerse que esta modificación del título, y de modo semejante la
interpolación del título «Introducción», se remonta a él mismo. La modificación
del título tiene su razón de peso. La «Fenomenología del espíritu» debía perder
el «rol» de «primera parte» del sistema, porque entre tanto el «sistema» mismo
en el pensamiento de Hegel se había transformado. Para el «Sistema de la
ciencia», cuya primera parte la constituía la «Ciencia de la fenomenología del
espíritu», estaba prevista una segunda parte, según un anuncio redactado por el
mismo Hegel y aparecido el 28 de octubre de 1807 en el Jenaer Allgemeinen
Literaturzeitung: «Un segundo tomo contendrá el sistema de la Lógica como
filosofía especulativa, y de las restantes dos partes de la filosofía, las
Ciencias de la naturaleza y del espíritu[89]». De hecho, la anunciada Lógica
«especulativa» comenzó a aparecer cinco años más tarde y precisamente bajo el
título de «Ciencia de la lógica». Este título corresponde al de la «primera parte»
del «Sistema de la ciencia» de 1807: «Ciencia de la fenomenología del
espíritu». Sólo que la «Ciencia de la lógica» en 1812 ya no aparece bajo el
título abarcador «Sistema de la ciencia». Tampoco ya es editada,
correspondiendo al propio anuncio de 1807, como el «segundo tomo» o la «segunda
parte» del sistema. En los años 1812 y 1813 aparece el primer tomo de la Lógica
en dos libros, en los que está contenida la «Lógica objetiva»; en 1816 aparece
el segundo tomo, que concluye la obra con la «Lógica subjetiva» o la «Teoría
del concepto». Las «Ciencias de la naturaleza y del espíritu», también
previstas en el propio anuncio de 1807 para la segunda parte del «sistema», no
aparecen para nada. Sabemos, por cierto, que Hegel durante su actividad
académica en Jena (1801-1806) expuso varias veces detenidamente la Filosofía de
la naturaleza y del espíritu[90]. Fragmentos de esos cursos ingresaron en la
«Fenomenología del espíritu», aunque con una función modificada. Por lo tanto,
la publicación de las «Ciencias de la naturaleza y del espíritu» en la segunda
parte del sistema de 1807 no se lleva a cabo, no porque Hegel no hubiera
elaborado estos ámbitos sino por otra razón esencial. En la época entre 1807 y
1812 el «sistema», cuya segunda parte integra la «Fenomenología del espíritu»,
tiene que haberse modificado. Denominamos abreviadamente al sistema determinado
a partir de la «Fenomenología del espíritu», «sistema-Fenomenología». Un año
después del acabamiento de la «Lógica», que había aparecido por sí misma entre
1812 y 1816, sin asignación expresa a un sistema como parte propia del mismo,
Hegel publicó en el año 1817 una obra con el título «Enciclopedia de las
ciencias filosóficas en compendio. Para empleo en los cursos [del Dr. Georg
Friedrich Wilhelm Hegel[91]]». Hegel comenzó su actividad docente en el
semestre de invierno 1816/17 en Heidelberg con el curso sobre la
«Enciclopedia». La casi simultánea publicación de la «Enciclopedia» tiene sin
duda su «motivación próxima» en la «necesidad» de poner en manos de los
«oyentes un hilo conductor[92]». Pero la razón interna de la publicación es la
transformación del sistema en la forma que Hegel consideró definitiva y también
mantuvo como tal. En el Prefacio a la «Enciclopedia» se dice asimismo: «En un
compendio viene sin embargo entonces a consideración más bien sólo una
conveniencia externa de disposición y organización, cuando hay un contenido ya
presupuesto y conocido, que debe ser expuesto en una intencionada brevedad. En
tanto la actual presentación no está en este caso, sino que expone una nueva
elaboración de la filosofía según un método, el cual, como espero, será aún
reconocido como el único verdadero, idéntico al contenido, entonces habría
podido tener a la misma con respecto al público por más ventajosa, si las
circunstancias me hubieran permitido hacer preceder un más detallado trabajo
sobre las otras partes de la filosofía, semejante al que sobre la primera parte
del todo, la Lógica, he entregado al público[93]». De estas observaciones se
hace claro algo decisivo: 1. La «Enciclopedia» no es en el fondo un libro
escolar, sino la forma del sistema nuevo y definitivo. Lo denominamos
abreviadamente «sistemaEnciclopedia». 2. Para este sistema se reivindica ahora
la «Lógica» como su primera parte y ya no la «Ciencia de la fenomenología del
espíritu». 3. Hegel en el Prefacio a la «Enciclopedia» hace expresa referencia
a la «Ciencia de la lógica» concluida el año anterior, la que con ello recibe
hacia fuera una posición equívoca. Pareció primero ser aún la segunda parte del
sistema-Fenomenología y es en su aparecer, en verdad, ya la primera y
fundamental parte del nuevo sistema— Enciclopedia. 4. Hegel ya no menciona en
el Prefacio a la «Enciclopedia» la «Fenomenología del espíritu»; pues ahora no
sólo ya no es la primera parte del sistema, sino que ya no es más de ningún
modo una parte principal de éste. Que al aparecer la «Lógica» en 1812, cinco
años después de la «Fenomenología», el «sistema-Fenomenología» ha sido ya
abandonado, se deja suponer por la falta del título general «sistema de la
ciencia» y la falta de caracterización como «segunda» parte. De la
«Propedéutica filosófica», que Karl Rosenkranz editó en el tomo XVIII de las
obras en 1840[94], es posible saber que ya en la época entre 1808 y 1811
constaba el sistema-Enciclopedia. Además de ello la división hecha por Hegel
del material de enseñanza de la «Propedéutica filosófica», que expuso como
Profesor en el Gimnasio de Nürnberg, descubre muy claramente la preeminencia
del sistema-Enciclopedia: Primer cursus: Clase inferior: Teoría del Derecho, de
los Deberes y de la Religión. Segundo cursus: Clase media: Fenomenología del
espíritu y Lógica. Tercer cursus: Clase superior: Teoría de los conceptos y
Enciclopedia filosófica[95] . Aquí hasta aparece el verdadero acabamiento de la
Lógica como inicio y base del sistema-Enciclopedia. Pero ahora en este sistema
la Fenomenología del espíritu no está borrada. Es asumida en el
sistema-Enciclopedia con una función modificada. Este tiene tres partes: A. La
Ciencia de la lógica. B. La Filosofía de la naturaleza. C. La Filosofía del
espíritu. Esta tercera parte está nuevamente articulada de modo triple: 1.ª
parte: El Espíritu subjetivo. 2a. parte: El Espíritu objetivo. 3a. parte: El
Espíritu absoluto. La 1.ª parte de la tercera parte principal del sistema, la
Filosofía del espíritu subjetivo, está de nuevo dispuesta en una triple
articulación: A. El alma. B. La conciencia. C. El espíritu[96] . En el # 307
introductorio a la 1.ª parte de la tercera parte principal del sistema se dice:
«el espíritu subjetivo (es) a) el inmediato, el espíritu de la naturaleza,
objeto de la habitualmente denominada Antropología o el alma; b) el espíritu
como reflexión idéntica en sí y en otro, relación o particularización;
—conciencia, el objeto de la Fenomenología del espíritu; c) el espíritu que es
para sí, o como sujeto —el objeto de la antes así denominada Psicología. —En el
alma despierta la conciencia; la conciencia se pone como razón; y la razón
subjetiva se libera a través de su actividad hacia la objetividad[97]». Esta
triple diferenciación del espíritu subjetivo, es históricamente dilucidable a
través de la diferenciación de anima, animus sive mens y ratio. Ahora la
«Fenomenología del espíritu» se convierte en la pieza central de la primera parte
de la tercera parte principal del sistema. En lugar de sostener y determinar
como antes, en calidad de primera parte, la sistemática del sistema, desaparece
ahora la «Fenomenología» en medio de la sistemática del sistema definitivo, en
un ángulo del mismo. La «Fenomenología del espíritu» permanece la misma en su
contenido de enseñanza, pero tiene otra función sistemática y muy restringida
en el nuevo sistema. Hegel terminó de construir en su contenido el
sistema-Enciclopedia en los años siguientes. Con respecto a la primera forma de
1817, la así llamada Enciclopedia de Heidelberg, la segunda edición de 1827 es
esencialmente más voluminosa, y la tercera de 1830 está aún más ampliada. En la
segunda edición recogió la alocución que dirigiera a sus oyentes el 22 de
octubre de 1818 al inaugurarse su actividad docente en Berlín. La frase final
de esta alocución caracteriza la postura fundamental del sistema-Enciclopedia y
con ello de la metafísica hegeliana en general: «La esencia primero oculta y
cerrada del universo no tiene fuerza alguna en sí que pudiera prestar
resistencia al ánimo de conocimiento, tiene que abrirse a él y poner ante sus
ojos y dar a disfrutar su riqueza y profundidades[98]»14. El
sistema-Enciclopedia muestra en su construcción un decidido retroceso a la
estructura fundamental de la metafísica vigente. A la metaphysica generalis
corresponde la posición de preferencia de la «Ciencia de la lógica». A la
conclusión de la metaphysica specialis (a la verdadera metafísica en el sentido
de Kant), es decir, a la theologia rationalis corresponde la Filosofía del
espíritu absoluto. A la kosmologia rationalis corresponde la Filosofía de la
naturaleza y a la psychologia rationalis la Filosofía del espíritu subjetivo y
objetivo. Por cierto esta estructura tradicional se ha mantenido también en el
sistemaFenomenología, pero sólo para la segunda parte del sistema. El cambio
del sistema-Fenomenología al sistema-Enciclopedia está, en todo caso, con tales
referencias sólo exteriormente caracterizado. La pregunta por la necesidad
interna de tal cambio y por su significado metafísico, la pregunta por la
oculta igualdad de derechos y por la solidaridad de ambos sistemas en la
metafísica de Hegel, las preguntas por la esencia y el despliegue del carácter
sistemático, que distingue en general a la metafísica moderna como tal, todas
estas preguntas exigen una meditación, que se encuentra fuera del horizonte de
la investigación «historiográfica» de Hegel. Pero la dilucidación ahora
intentada de la «Fenomenología del espíritu» quisiera, en el circuito de tales
meditaciones, presignificar y con ello indicar que esta metafísica ahora y en
el futuro nos respecta tan inmediatamente como la más antigua sentencia del
pensamiento occidental. Cuando Hegel en la conclusión del mencionado discurso
dice del «universum», y esto es, para él, a la vez, del absoluto, que no tiene
en sí fuerza alguna de resistencia, de afirmar su esencia cerrada, ante el
ánimo explorador del conocimiento metafísico, surge entonces la pregunta de por
qué le falta al absoluto esta fuerza de resistencia. La respuesta reza: porque
el absoluto según su esencia no puede resistirse a la exploración, sino por el
contrario se quiere manifestar. Esta voluntad de mostrarse es su esencia. El
aparecer es la voluntad esencial del espíritu. Desde la mirada a esa voluntad
esencial del absoluto está pronunciada aquella frase de Hegel. Esta
determinación esencial del absoluto es entonces el supuesto del
sistema-Enciclopedia. ¿Pero qué ocurre con este supuesto mismo? ¿Puede el sistema
elevar la pretensión de ser absoluto cuando reposa en un supuesto, que él mismo
no fundamenta y a saber absolutamente? Hegel ha ejecutado de hecho la
fundamentación de esta esencia del absoluto y llevado a cabo este desarrollo en
la «Ciencia de la fenomenología del espíritu». Si el absoluto quiere
manifestarse, porque él mismo es voluntad de manifestación, entonces tiene que
pertenecer a la esencia del absoluto el manifestarse, es decir, el aparecer.
Esencia y aparecer son aquí idénticos. El absoluto es espíritu. El espíritu es
lo que se sabe a sí mismo y en tal saber, saber de sí mismo que se quiere, como
fundamento esencial de todo ente. El espíritu es el saber absoluto. Mas como a
su esencia pertenece el aparecer, el saber absoluto tiene que presentarse como
saber que aparece. Sólo así el saber absoluto concede a partir de sí al ánimo
del conocimiento humano la posibilidad de estar abierto para este conocimiento
y en general en lo conocido de este conocer. Viceversa el conocer humano tiene,
en tanto sabe el absoluto, antes que todo llevar a ejecución el presentarse del
saber que aparece. Pero esta ejecución del presentarse del absoluto que aparece
sólo puede ser ella misma absoluta, si debe adecuarse al absoluto. Por su parte
la ciencia tiene que llevar este absoluto presentarse a absoluta ejecución. Si
la «Fenomenología del espíritu» es esta ejecución, entonces la obra con este
título ha osado una tarea metafísica como antes nunca necesitó ser planteada ni
posteriormente nunca más podía serlo. Por ello esta «obra» es un instante único
y en un particular sentido destacado de la historia de la metafísica. Y
mentamos con la «obra» no la producción pensante del hombre Hegel, sino la
«obra» como acaecimiento de una historia, en medio de la cual y para la cual se
exige a toda realización humana una propia estabilidad y determinación (la
instancia del ser-ahí). Hegel supo a su manera de la singularidad de la tarea
de la «Fenomenología del espíritu» y no se engañó acerca de la esencial
dificultad. De lo contrario no hubiera anticipado a esta obra una
«Introducción» de especial contenido y a esta «Introducción» nuevamente un
«Prefacio», que no tiene símil en la historia del pensamiento occidental.
«Prefacios» e «introducciones» deben sin embargo, si de algún modo deben algo,
introducir a la obra, ofrecer a los que «están afuera» el tránsito a su
ingreso. En las «introducciones» a obras de las ciencias esta tarea puede ser
cumplida sin dificultades, porque el representar diario y el pensar científico
permanecen en una actitud dirigida directamente al ente. Una «introducción» al
pensamiento filosófico es imposible; pues aquí no hay ningún continuo e
improvisado deslizarse del pensar diario al pensar pensante, porque éste trata
acerca del ser y el ser nunca ni en ninguna parte es hallable bajo el ente como
un ente. Aquí sólo se da el salto y el ingreso. Una «introducción» aquí sólo
puede servir para preparar el salto, llevar al campo visual la zanja que tiene
que ser salvada entre el relacionarse con el ente y el pensar del ser, y a no
tomar demasiado brevemente la acometida al salto. (¿Por qué es esto posible? La
comprensión de ser prefilosófica). Pero toda introducción «a la filosofía»
tiene sin embargo que entenderse con los que no-están-en ello y aventurarse a su
horizonte de comprensión. De este modo la «introducción» procede siempre y
necesariamente contra su propia intención. A pesar de ello, no necesita ser
vana, como preparación del salto al pensar, que piensa el ser del ente. Ahora
bien, en la metafísica de Hegel —y en la metafísica del idealismo alemán en
general— se trata no sólo de pensar el ser, sino que aquí se hace necesario
pensar absolutamente al ente en su ser como lo absoluto, de manera absoluta.
Aquí se exige un salto que tiene que salvarse nuevamente a sí mismo: el salto
absoluto al absoluto. La presentación de la «Fenomenología del espíritu» osa
realizar este salto. Desde estas observaciones se hace claro que nuestro
intento de dilucidar lo que es la «Fenomenología del espíritu» permanece
cuestionable en todo respecto. ¿Cómo hemos de proceder cuando además no
suponemos ahora el conocimiento de la obra misma ni el del «Prefacio» y la
«Introducción»? Reivindicamos la ayuda que Hegel mismo ofreció con la
«Introducción» a su obra. En todo caso tenemos que asegurar antes estas pocas
hojas como lo que por fin tienen que ser reconocidas y concebidas. Ellas son, a
saber, la explicación del título, que está ante toda la obra y que reza:
«Ciencia de la experiencia de la conciencia». Ahora bien, Hegel durante la
impresión suprimió justamente este título. Permaneció sólo en algunos
ejemplares de la primera edición (1807). En lugar del título suprimido pone la
versión definitiva: «Ciencia de la fenomenología del espíritu». En la edición
de la «Fenomenología» dentro de las Obras completas (1832), que es la
mayormente utilizada, falta el título suprimido, de tal modo que la
«Introducción» referida a él queda sin indicación expresa de la relación en la
que habla. Frente al pujante «Prefacio», la «Introducción» aparece además
insignificante, de modo que en el mejor de los casos se toma de ella a veces
uno que otro pasaje como «citas» —y son siempre las mismas mal entendidas—. La
«Introducción» explica, por qué la «Ciencia de la experiencia de la conciencia»
es necesaria y qué es ella misma en razón de su necesidad. Mantengamos cerca el
segundo título «Ciencia de la fenomenología del espíritu», entonces veremos
enseguida, aunque primero sólo formalmente, esto: La «Fenomenología del
espíritu» es «la experiencia de la conciencia». Dilucidar la «Fenomenología del
espíritu» significa según ello: exponer sobre la base de la «Introducción» lo
que Hegel piensa cuando habla aquí, a saber, en el ámbito de la metafísica
absoluta y la «especulación», de «la experiencia»; significa exponer cómo se
entiende lo que se denomina «la experiencia de la conciencia»; significa
exponer en qué sentido tiene que ser pensada la «Ciencia de la experiencia de
la conciencia» (comp. Infra: III, # 3). Para que alcancemos claridad aquí, se
requiere antes una dilucidación de lo que dice el título «conciencia» en la
metafísica moderna. «Conciencia» es el nombre no del todo claro por
conscientia, es decir, para el saber que consabe todos los modos de conducirse
del hombre, en tanto están referidos a la mens, al «espíritu». El espíritu” se
expresa a sí mismo como mismo, en tanto dice «yo». En tanto la conciencia como
consaber de lo sabido y de su saber «es» la referencia a sí mismo, es
autoconciencia. La esencia de la conciencia es la autoconciencia; todo cogito
es un ego cogito me cogitare. También el videre y ambulare es un cogitare, en
tanto sólo son verdaderos, es decir, son en certeza, en el modo del cogitatum
en el cogito me videre, cogito me ambulare. Por ello Descartes dice en # 9 de
la primera parte de los Principia philosophieae (1646): Cogitationes nomine,
intelligo illa omnia, quae nobis consciis in nobis fiunt, quatenus eorum in
nobis conscientia est[99]: «Bajo el nombre ‘pensamiento’ (‘conciencia’)
entiendo todo aquello que en nosotros, quienes nos consabemos, acaece y a saber
acaece en tanto de todo aquello en nosotros hay una conciencia[100]». La
conciencia no es mera perceptio, re-presentar asidor, sino apperceptio, un
poner-nos que nos comprende. Pero el sí mismo de este modo co-representado no
se mueve según la esencia posteriormente, fuera de lo ya concierne, ni en la
conciencia, que de lo contrario permanece dirigida de inmediato a las cosas. La
autoconciencia no es una conciencia enriquecida en su contenido sólo por la
representación del sí mismo, sino que la conciencia de las cosas es
esencialmente y propiamente autoconciencia, aunque en la mayoría de los casos
una tal que no representa expresamente al sí mismo y así en cierta manera lo
olvida. El sí mismo en la autoconciencia es sobre todo un aspecto de la
relación de la conciencia con lo conciente y es simultáneamente y propiamente
toda esta relación misma. Esta relación contiene la constitución esencial de la
conciencia. Hegel la denomina «reflexión», pero no entiende la «reflexión» como
retrodirección de la mirada, sino como retroflexion del brillar y aparecer, es
decir, de la luz misma. (La «reflexión» —comp. ya Kant en la «Anfibolía de los
conceptos de la reflexión»— está pensada metafísica ontológicamente, no
subjetiva-psicológicamente). (La unidad esencial de «reflexión» y negatividad;
la conciencia es el espíritu como reflexión idéntica en sí y otro). Porque la
conciencia es en esencia autoconciencia y tiene que ser concebida a partir del
sí mismo, pero el sí mismo sale de sí al objeto y saliendo de este modo se
muestra y aparece, la conciencia como autoconciencia es el saber que aparece.
La conciencia, tomada en su esencia, es así el elemento y el éter del aparecer
del saber, que es él mismo sólo como saberse, es decir, como mens sive animus,
es decir, espíritu. Que el hombre es sí mismo y puede decir «yo» y sabe de sí
mismo y tiene una «autoconciencia», fue siempre conocido para el pensamiento
occidental. Heráclito dice (Frag. 101): έδιζήσάμην έμβωυτόν[101]. «Yo
—siguiendo al mí mismo— he obedecido a su interior». Pero estos «monólogos» del
alma en el mundo griego y en el cristianismo, también los «soliloquios» de
Agustín, son radicalmente diferentes de la «conciencia», que como
autoconciencia, es decir, autocerteza, determina la esencia de la verdad
modernamente concebida, es decir, objetividad y realidad. Hegel dice en su
curso sobre la Historia de la Filosofía Moderna, después de haber tratado sobre
Francis Bacon y Jakob Böhme: «Llegamos propiamente recién ahora a la filosofía
del mundo moderno, y comenzamos ésta con Cartesius. Con él ingresamos
propiamente a una filosofía independiente, la que sabe que procede
independientemente de la razón y que la autoconciencia es momento esencial de
lo verdadero. Aquí, podemos decir, estamos en casa y podemos, como el navegante
después de un largo viaje por un mar impetuoso, gritar ‘¡tierra!’; Cartesius es
uno de los hombres que comenzaron todo de nuevo; y con él se eleva la
formación, el pensar del nuevo tiempo[102]». «En este nuevo período el principio
es el pensar, el pensar que sale de sí[103]». En nuestro lenguaje podemos decir
también: La con-ciencia[104] es ahora la esencia del ser de todo ente. Todo ser
es objetividad de la «conciencia». La metafísica moderna es lo que es en el
elemento de la conciencia. Si por ello Hegel tituló por un momento esta obra,
en la que se acaba la metafísica moderna: «Ciencia de la experiencia de la
conciencia», entonces no podemos dejar pasar la claridad de este momento, sino
que tenemos que intentar aclarar la obra desde ella. No se ha de eludir esta
necesidad, sobre todo porque a pesar de la nueva desaparición del mencionado
título, por doquier en el curso de la obra en pasajes decisivos se habla de la
«experiencia». Preguntamos por lo tanto: ¿qué significa aquí, en el ámbito de
la metafísica absoluta y de su especulación incondicionada, «experiencia»? ¿Qué
significa «experiencia de la conciencia»? La dilucidación del título «Ciencia
de la experiencia de la conciencia» en base a la Introducción, evidentemente no
puede en la presente oportunidad ser realizada como debiera a través de una
interpretación formal, continua del texto introductorio. Una vista general y un
rápido examen de la construcción de la «Introducción» tiene que bastar como
recurso. La «Introducción» consta de dieciséis parágrafos (1-16), que nosotros
articulamos en cinco capítulos (I-V). Sean aquí dilucidados sólo los primeros
cuatro capítulos (1-15).
I. La Fundamentación para la ejecución de la presentación
del saber que aparece (Parágrafos 1-4 de la «Introducción») En la filosofía, es
decir, en la metafísica, se trata del conocimiento de lo que verdaderamente es,
o de lo que el ente en verdad es. El verdadero ente, para la metafísica del
idealismo alemán, es el absoluto. Si en esta metafísica el absoluto ha de ser
conocido, este propósito está a la sombra de la filosofía de Kant, cuya
«Crítica de la Razón pura» tiene la intención de prestar claridad acerca de la
esencia del conocimiento especulativo del absoluto a través de delimitaciones
bien fundadas. El autoaseguramiento del proceder y de toda postura es en
general un rasgo fundamental de la filosofía de la modernidad. De este modo
corresponde en esta época a una «representación natural», anticipar al
conocimiento del absoluto una consideración examinadora del conocimiento mismo.
Porque Hegel quiere «introducir», tiene que partir de una «representación
natural». Tales puntos de partida se extienden por ello a través de toda la
«Introducción», de modo que Hegel hace iniciar cada nuevo paso de la «Introducción»
con un tal «punto de partida», pero para luego mostrar hasta qué punto las
representaciones corrientes parecen estar en su derecho pero en realidad no lo
están. Dicho más claramente y en el sentido de Hegel: Lo que las
representaciones corrientes mientan del conocimiento con respecto a un examen
previo del mismo, significa en verdad otra cosa. Por lo tanto Hegel no niega de
manera alguna que un «examen» del conocimiento tiene que preceder al
conocimiento acabado del absoluto. Sólo que el tipo de examen y la esencia del
conocimiento del absoluto sometido al mismo sólo se puede determinar, si de
alguna manera, a partir del mismo absoluto. Si emprendemos el examen del
conocer y su facultad del modo corriente, tenemos en ello ya un concepto del conocer.
Este rige como un «instrumento» a través de cuya aplicación emprendemos la
creación del objeto por conocer. Pero para poder decidir acerca de la aptitud
del instrumento o su ineptitud, tenemos que ya haber conocido el objeto por
conocer. La relación cognoscente con el absoluto está ya presupuesta. Lo mismo
rige cuando el conocimiento es concebido no como «instrumento» sino como
«medium», a través del cual la luz de la verdad nos llega. «Instrumento» y
«medium» tienen ambos el carácter de medios. Mas si tomamos el conocimiento del
absoluto como un medio, entonces desconocemos la esencia y el sentido del
conocimiento absoluto y del [mismo] absoluto. Pues es esencia de éste incluir
en sí todo lo relativo y cada relación con lo relativo y con ello también cada
relación de lo relativo con el absoluto; pues de lo contrario no sería el
absoluto. Por lo tanto el absoluto no puede ser nunca algo que de alguna manera
pudiéramos recién acercarnos a través de algún tipo de «instrumento», como si
en primer lugar no pudiera estar ya en nosotros. El absoluto está como absoluto
«en y para sí ya en nosotros», sí, hasta «quiere estar en nosotros» (WW
11,60)[105]. De igual modo el conocer no es un medium entre nosotros y el
absoluto, de manera que equivaliera a una refracción del rayo del conocimiento
a través del medio. Más bien el conocer es «el rayo mismo, a través del cual la
verdad nos toca» (ibid.). De manera introductoria y casi incidentalmente,
encubierta en proposiciones subordinadas, Hegel expresa en el primer parágrafo
de la «Introducción» lo que sostiene su metafísica: el absoluto está ya en
nosotros y quiere estar en nosotros. El conocer es el rayo del absoluto que nos
toca, no un propósito que obtenemos «posteriormente» en dirección hacia el
absoluto. Desde el auténtico recuerdo de la historia de la metafísica,
debiéramos saber que ésta desde Platón y Aristóteles sólo piensa el ente como
ente, en tanto a la vez piensa al máximo ente (τιμιώτατον όν = τό θειον) y a su
vez éste como el fundamento y la causa[106] (άρχή — αίτιον) de todo ente y con
ello del ser. En tanto el ente es pensado como ente (όν ή όν), la metafísica es
ontológica. En tanto el ente como ente es pensado desde el máximo ente, la
metafísica es teológica. La metafísica es en su esencia ontoteológica. Ello
rige no sólo para la metafísica de Platón y para la de Aristóteles o hasta para
la metafísica cristiana. También la metafísica moderna es de Descartes a
Nietzsche ontoteología. La fundamentación y evidencia del principio de
autocerteza del ego cogito tiene su fundamento en la idea innata substantiae
infinitae, es decir, Dei. Cada mónada divisa en una determinada perspectiva el
universo y con ello la mónada central de Dios. Toda razón del hombre, como
relación fundamental de su esencia con el ente, está determinada según Kant por
los postulados de la razón práctica, en los que está planteada la existencia
del máximo bien como de lo incondicionado. Y el ser como «voluntad de poder» es
también según Nietzsche sólo posible sobre el fundamento de lo incondicionado,
que él sólo puede expresar todavía como «el eterno retorno de lo igual». En
tanto Hegel dice «El absoluto ya está en nosotros» y «el conocer es el rayo del
absoluto que nos toca», dice lo mismo. Pero dice esto mismo a la vez de otro
modo —a saber desde una última incondicionalidad, que plantea como lo primero.
A esta posición expresa y sabedora primera del primer supuesto de toda
metafísica determinada ontoteológicamente, tenemos que concebirla finalmente
como lo que es. Es la máxima decisión de la automeditación crítica, iniciada
con Descartes, llevada recién por Kant a su ámbito (trascendental). Es lo
contrario de una especulación sin límites, que dejara tras suyo los mojones
fronterizos de la crítica. El saber de la esencia del saber absoluto se sabe ya
a sí mismo como saber absoluto. Es el saber en su esencialidad, «la» ciencia
simplemente, que sólo puede y tiene que saber su propia esencia. Es la «Teoría
de la ciencia». Así reza según Fichte el nombre alemán y moderno para la
metafísica absoluta. Esta metafísica no es el deshecho de la «crítica», sino
que concibe la «crítica» misma en su incondicionalidad. Considera que la máxima
circunspección con respecto al conocimiento del absoluto reside en un previo
comenzar en serio con lo que aquí es conocido. Pero si ahora «la ciencia» se
expresa así, en forma directa, sobre el absoluto y el conocimiento del
absoluto, entonces entra simplemente en cierto modo en medio del opinar diario
y entre los hechos que aparecen como una entre otros. Mas el mero entrar y
abrirse paso no es sin embargo legitimación alguna. Por ello Hegel dice hacia
la conclusión del capítulo I de la «Introducción» (parágrafo 4): «Pero la
ciencia por el hecho de que entra en escena, es ella misma un fenómeno; su
entrar en escena no es aún ella llevada a cabo y desplegada en su verdad» (WW
II, 62). Un mero entrar en escena sería contrario a la esencia del saber
absoluto. Si ya aparece, entonces este aparecer tiene que presentarse de tal
modo, que el absoluto en esta presentación lleve a aparecer absolutamente su
propia esencia que aparece. Pero aparecer absolutamente quiere decir: en el
aparecer mostrar por completo la esencia plena, de tal modo que en tal
aparecer, el primero de todos, también y a la vez lleguen a aparecer el espacio
y el éter, es decir, el «elemento» del aparecer. Pero el elemento donde el
espíritu absoluto se muestra como saber absoluto es «la conciencia». Es el
saber que aparece en su aparecer. La presentación del saber que aparece es
necesaria, para llevar el entrar en escena «de la ciencia», o sea, del
conocimiento sistemático del absoluto, por encima del mero entrar en un
elemento indeterminado, y de este modo hacer ser al aparecer del absoluto según
su esencia, es decir, él mismo absoluto. El conocimiento del absoluto no es
ahora instrumento ni medium fuera y desprendido del absoluto, sino que es como
conciencia el elemento de su aparecer, que se funda en el absoluto mismo y es
por él desplegado y es este aparecer en sus diferentes figuras. El conocimiento
del absoluto no es un «medio», sino el curso del absoluto mismo que aparece, a
través de sus grados de aparición (Erscheinungstufen) hacia sí mismo. Aquí no
se trata de una crítica de la facultad de conocimiento, ni de una descripción
casual de tipos de conocimiento, sino del presentarse del absoluto mismo en el
elemento de su aparecer, que en ello recién se inaugura. El absoluto no es ni
aparece nunca en el mero entrar en escena entre otros y en cualquier parte es
decir, relativamente a algo que no es él mismo. El absoluto aparece
esencialmente sólo de modo absoluto, o sea, en el absolver de la integridad de
sus grados de aparición, a través de cuyo absolver realiza la absolutio, la
absolución[107] de la mera apariencia del mero entrar. Sea llamada esta
realización liberadora («absolver») de su aparecer la absolvencia del absoluto.
El absoluto «es» sólo en el modo de la absolvencia. El conocimiento del
absoluto no emprende nunca como un medio, es decir, algo relativo, un crear
junto con el absoluto, sino que es, cuando es, él mismo absoluto, es decir,
absolvente, o sea, un curso y un camino del absoluto a sí mismo. Por ello,
pues, en los capítulos siguientes se habla también siempre de nuevo de «camino»
y el presentarse del espíritu que aparece es caracterizado como curso.
II. El presentarse del saber que aparece como curso hacia la
verdad de su propia esencia (Parágrafos 5-8 de la «introducción») Pero si
entendemos, según el modo de representación diario, al conocer como curso, y
escuchamos aquí acerca del curso de la conciencia hacia su verdad esencial, es
decir, hacia el espíritu, entonces podemos de hecho concebir todo esto «desde
el punto de vista» de la conciencia natural como un «camino del alma» al
espíritu absoluto. El curso es entonces un itinerarium mentis in Deum
(Buenaventura). De hecho, todos los intentos de interpretar la «Fenomenología
del espíritu» de Hegel han concebido también, hasta ahora, a ésta en el sentido
de un curso que recorre la «conciencia natural». Sólo que Hegel dice
expresamente (parágrafo 5) que se «puede» concebir así la Fenomenología del
espíritu desde el punto de vista de la conciencia natural, no filosófica. Pero
con ello se dice, justamente, que esta concepción es filosóficamente no
verdadera. Pues no se trata de un camino, que se encontrara ante la conciencia
natural y que como caminante lo recorriera en dirección al absoluto. Antes
bien, el curso mentado por Hegel es el curso que sigue el mismo absoluto, de
tal modo que en este curso anda su camino y su objetivo, la verdad de su aparecer
completo. En ello la conciencia natural se muestra como un saber, que aún no ha
realizado en sí la verdad del saber y que por ello tiene que abandonar su
obstinación. Pero aquí se abre paso renovadamente la opinión diaria y concibe
este camino de la conciencia hacia su verdad y certeza al modo de Descartes,
como un camino de la duda. Mas éste va en búsqueda, a lo sumo, después de
recorrer lo dudoso, de tener nuevamente la cosa en la mano y en la certidumbre,
como estaba antes del asomo de duda. El camino de la duda se anquilosa
simplemente en la certeza, que la duda, como fe en sí misma y en su derecho, ya
presupone. Pero el curso del saber que aparece hacia su verdad esencial es un
curso en el que ya el primer paso piensa más allá de la esencia de la
conciencia, pero haciendo esto tiene que reconocer que la esencia concebida en
primer lugar, tomada en sí, no ofrece ninguna esperanza de llevar el absoluto
en su verdad, es decir, absuelto y absolvente, a aparición. El primer paso en
el curso del absoluto que se lleva a aparición exige un próximo, del cual rige
lo mismo, y ello hasta que el todo de las figuras esenciales de la conciencia
no se absuelva y sólo en la absolución sea absoluto. El curso del saber que
aparece es entonces de paso en paso más bien un «camino de la desesperación»
(parágrafo 6, WW11, 63). Aunque los grados precedentes tienen que ser
abandonados, sin embargo tienen a su vez que ser conservados, el absolver no ha
de ser una pérdida sino la única forma de alcanzar el absoluto. Pero «el camino
de la desesperación» sería sólo un camino sin perspectiva, en el cual
precisamente nada [habría] ni nunca más aparecería algo. El continuo abandonar
absolvente de los grados anteriores es por ello necesariamente un entrar[108]
en ellos, a fin de que la correspondiente figura esencial de la conciencia
pueda ser asumida; pues recién como en suma asumidas pueden en el proceso ser
conservadas. El curso del saber que aparece es un sobreasumir [Aufheben] las
figuras de su esencia que llegan a aparecer. Y «sobreasumir» es algo triple:
las figuras recorridas de la conciencia son no sólo respectivamente recogidas
en el sentido de un tollere (levantar del suelo), son a la vez sobreasumidas en
el sentido de un conservare (conservar) [y en el de un elevare]. Este conservar
es una tradición, en la que la conciencia entrega[109] sus figuras recorridas
mismas, en tanto en la sucesión esencial de su aparecer las toma y conserva y
así las «sobreasume» en un doble sentido. De este modo la conciencia lleva a
cabo, presentándose, su aparecer en una historia, que rige a la formación de su
esencia de manera que en esta misma formación se sabe en la integridad de su
aparecer. «La serie de sus configuraciones, que la conciencia recorre en este
camino, es más bien la historia circunstanciada de la conformación de la
conciencia misma en ciencia» (parágrafo 6, WW II, 64 medio). Nuevamente se abre
paso la opinión diaria con una pregunta. Si el presentarse del saber que
aparece es un curso en el sentido de la caracterizada historia de la
conformación de las figuras de la conciencia, ¿de dónde toma entonces este
curso el principio de integridad de las figuras y de dónde toma en general su
meta y con ello la norma de la serie de pasos del progreso? Hegel contesta a
estas preguntas en los parágrafos 7 y 8. La respuesta a estas preguntas que
plantea la opinión no filosófica, sólo puede sin embargo, como por doquier en
esta «Introducción», consistir en que las preguntas mismas sean «planteadas
correctamente». Ello sucede a través de la referencia de que esas preguntas del
opinar habitual no preguntan en vista de aquello solo que está en cuestión: el
absoluto y el conocimiento del absoluto. El curso es el curso del absoluto que
aparece hacia su esencia, que está en sí misma. La meta del curso no está de
modo alguno fuera del mismo, ni tampoco sólo en su término. La meta es el
comienzo, a partir del cual el curso se inicia y anda en cada uno de sus pasos.
Las figuras de la conciencia no se suceden unas a otras de manera que por
último aparezca la figura-meta, sino que ya la primera es como tal una figura
del absoluto; es de antemano elevada (elevare) a la absolutez del absoluto.
Expresado de otro modo: lo que aparece como primer grado del aparecer de la
esencia del absoluto, es determinado por el absoluto. Si, pues, la
«Fenomenología del espíritu», [según] lo que externamente indica el índice de
la obra, se «inicia» con la certeza sensible y «termina» con el espíritu
absoluto, entonces este inicio en la certeza sensible no es puesto en consideración
al hombre, que se detiene primero en este tipo de saber. Antes bien la
«Fenomenología del espíritu» se inicia con el aparecer de la esencia de la
certeza sensible por esto, porque esta figura del saber es la extrema
enajenación en la que el absoluto se pueda desprender. Si se desprende allí,
entonces está con respecto a las figuras de su esencia en la más vacía y pobre
y de este modo lo más alejado posible de la integridad de sí mismo. Pero este
alejamiento esencial de sí mismo es la condición fundamental para que el
absoluto se dé la posibilidad del recorrido de un curso del retorno a sí mismo,
y a saber desde sí mismo para sí mismo. Si el curso del saber absoluto hacia sí
mismo, como recorrido a través de las figuras esenciales de su aparecer, tiene
el rasgo esencial de la sobreasunción, entonces esta sobreasunción es según su
esencia verdadera y fundamental en primer lugar elevación —elevación al
absoluto. No olvidemos las observaciones aparentemente sólo incidentales del
primer parágrafo: El absoluto está ya en nosotros, es decir, está ya en la
figura más baja de la conciencia, y nuestro conocimiento es el rayo, que nos
toca como verdad absoluta. En el parágrafo 8, que caracteriza la meta del curso
de la conciencia, dice Hegel: «Pero la conciencia es para sí misma su concepto»
(WW 11, 66). La conciencia es según su esencia autoconciencia. Pero ésta sólo
es su esencia, es decir, [sólo] es para sí misma lo que es en tanto como
autoconciencia se sabe a sí misma en la integridad de su esencia. Este saber
autosabedor de sí mismo es según Hegel «el concepto». Porque la conciencia sólo
es en tanto es su concepto, como este traerse a sí misma ante sí misma en sus
figuras esenciales, es un continuo ser arrebatada por encima de sí misma, a
través de sí misma, hacia sí misma. «La conciencia sufre por lo tanto esta
violencia, de corromperse la limitada satisfacción, (es decir, desesperando
tener cada vez que exceder su grado) de sí misma». (Ibid.) Como este ser
arrebatada al ámbito de la verdad de su propia esencia, la conciencia misma
«sale» como lo que en su aparecer es. Se presenta a sí misma. Es presentación y
«es» como tal. El curso del presentarse de la conciencia en el contexto
graduado de sus figuras tiene el rasgo fundamental de la sobreasunción [Auftiebung]
en el triple sentido caracterizado del recoger (tollere), conservar
(conservare) y elevar (elevare). Pero es el modo de sobreasunción mencionado en
tercer lugar, la elevación a la esencia acabada de la conciencia (es decir, a
su verdad y «realidad»), según la cosa y la «esencia», lo primero y fundamental
en el todo de la sobreasunción. La conciencia se esencia previamente como
autoconciencia en la elevación al absoluto. Y siempre acoge respectivamente su
concierne sólo de la elevación, para conservar al interior de ésta la
conciencia de este concien— te como una figura. Desde otra visión se
caracteriza como tesis el mero acoger y constatar lo conciente, como antítesis
el retomar lo así puesto como algo conciente para la conciencia en la
autoconciencia, y como síntesis la reunión de ambas en la peraltante unidad. Si
se piensa en el orden sucesivo del opinar diario, entonces el curso de la
conciencia parte de la tesis, pasa a la antítesis y asciende a la síntesis.
Pero entonces se dirige a Hegel la pregunta con respecto a este proceso, de
cómo se determinaría un hilo conductor para el paso de la tesis a la antítesis
y de ambas a la síntesis. No se encuentra en la representación diaria de este
curso, de hecho y con razón, ningún hilo conductor. Se llega entonces a la duda
y finalmente a la objeción y reproche con respecto a Hegel, de que pone en
escena por puro arbitrio el proceso en este triple paso, hasta de que tiene que
ponerlo en escena. Pues si primero es puesta sólo la tesis, falta toda
indicación acerca de la dirección y el ámbito de los cuales debe ser tomada la
antítesis. Y cuando es puesta ésta, permanece siempre cuestionable en qué
aspecto deba concebirse la oposición como una composición y unidad. Pero esta
crítica al pensamiento de Hegel formulada bastante a menudo aún por parte
«filosófica» no piensa de ninguna manera filosóficamente. Pasa plenamente por
alto el que la síntesis es lo fundamental y conductor, que desde la violencia
de la elevación ante todo reinante está circunscripto el ámbito de lo que
merece el conservare y que por ello exige un tollere. Para poder llevar a
presentación el curso de la conciencia en su aparecer, el pensar presentativo
tiene ante todo que pensar la síntesis y a partir de ella recién pensar la
tesis y antítesis. Pero esta síntesis en tanto absoluta no es «hecha» por
nosotros sino sólo realizada. Pues la síntesis y la elevation absoluta es ya
como lo que Hegel nombra en el primer parágrafo de la «Introducción», cuando
dice dos cosas: El absoluto está ya en nosotros; el conocimiento es el rayo
como el cual la verdad misma (el absoluto) nos toca. Si se deja de atender a
esto, en tanto se desconoce «la (absoluta) violencia» (WW II, 60), que reina ya
en la esencia de la conciencia, entonces es vano todo intento de reflexionar
acerca del curso de la conciencia y de saber la ley interna del progreso del
curso. Pero, viceversa, rige también esto: si pensamos previamente desde la
originaria elevación y síntesis de la conciencia, entonces está ya dado el
fundamento de determinación para el tipo de progreso y con ello para la
integridad de las figuras a recorrer. La conciencia está forzada al progreso
por la violencia de su esencia absoluta mientras no se sepa a sí misma
incondicionalmente en su verdad y de este modo sea sí misma en sí y para sí
misma. A través de esta meta del curso está pues también determinada cada
figura del progreso y el tránsito de una a otra: son las figuras y grados de la
autoconciencia que se determinan desde la interna atención a la autoconciencia
absoluta. La negación de la figura precedente que se realiza en el progreso no
es un negar vacío. Ni según la dirección del grado sobreasumido es éste dejado
de lado y abandonado, ni tampoco la negación va en dirección del progreso hacia
lo indeterminado vacío. La negación en el progreso y con ello su esencia es
«negación determinada». Hegel lo considera en el parágrafo 7 de la
«Introducción». Pero porque el curso es llevado y conducido por la elevation,
se encuentra en el proceso un ascender de un grado inferior a uno superior. Y
porque este progreso ascendente es en sí un tránsito diferenciador de un grado
a otro, se muestra que el curso divisorio y diferenciador del inferior desde el
superior del presentarse del saber que aparece tiene el carácter de examen. Examen
— se escucha en época de Kant como consideración «gnoseológicocrítica» del
conocer, que para tal intención es aislado por sí como un «medio». Pero ante
todo el pensar común plantea de inmediato la pregunta de dónde está tomada la
regla de medida para este «examinar». En tanto Hegel nuevamente se aventura en
el opinar habitual sobre tomar-medida y examinar, dilucida cosas esenciales en
el capítulo siguiente de la «Introducción» sobre el curso del presentarse del
saber que aparece.
III. La regla-de medida[110] del examen y la esencia del
examen en el curso del saber que aparece (Parágrafos 9-13 de la «introducción»)
I. La conciencia conformadora —de la regla de medida y el movimiento dialéctico
del examen A las preguntas acerca de qué sucede con la regla de medida para el
examen de la conciencia y de qué tipo es el examen mismo, nos las hacemos
responder por dos proposiciones de Hegel, que extraemos de este capítulo III de
la Introducción. Son dos proposiciones sobre la conciencia, que están en
conexión interna con la ya mencionada (comp. arriba p. 87) del parágrafo 8, de
que la conciencia es para sí misma su concepto. Una se encuentra al inicio del
parágrafo 12: «La conciencia se da a sí misma su regla de medida…» (WW II,
68)[111] . ¿Hasta qué punto la conciencia como tal y por consiguiente en sí es
reguladora de medida, de tal modo que da ya la medida adecuada a su esencia por
el hecho de que es conciencia, es decir, de que «da a ella misma su regla de
medida»? Hegel dice con circunspección, «a ella misma», no: a sí misma, para
expresar a través de esto que la conciencia no tiene que desarrollarse tan sólo
posteriormente y además desde sí. Hegel no sólo la piensa en el sentido de
Descartes en general como autoconciencia, de tal modo que todo lo concierne es
lo que es para un yo, es decir, algo que se opone (objeto) al representar.
Piensa por anticipado la autoconciencia a la vez en sentido «trascendental»
kantiano, es decir, atendiendo a la objetividad del objeto de la conciencia.
Pero lo objetivo del objeto se funda en y se determina desde las funciones
originariamente unientes (sintéticas) de la autoconciencia. Ellas determinan la
objetividad del objeto, de tal modo que cada objeto como tal, es decir, con
respecto a su objetividad, se tiene que medir en la autoconciencia, es decir,
en la esencia de la conciencia. Este es el único sentido del pensamiento a
menudo citado y también a menudo malentendido y citado sólo fragmentariamente,
que Kant expresa en el Prefacio a la segunda edición de su «Crítica de la Razón
pura» (B XVI), en cuanto compara su cuestionamiento trascendental con el
cuestionar de Copérnico. Las proposiciones rezan: «Hasta ahora se aceptó que
todo nuestro conocimiento tiene que orientarse según los objetos; pero todos
los intentos de determinar a priori algo sobre ellos a través de conceptos, a
través de lo cual nuestro conocimiento sería ampliado, se desbarataron bajo
este supuesto. De allí que se intente una vez, si no no progresaríamos más en
las tareas de la metafísica, aceptando que los objetos tengan que orientarse
según nuestro conocimiento, lo que ya concuerda con la anhelada posibilidad de
un conocimiento de los mismos a priori, que debe fijar algo sobre los objetos,
antes de que nos sean dados. Con esto sucede como con el primer pensamiento de
Copérnico, quien después de que con la explicación de los movimientos del cielo
no lograba salir tan bien cuando admitía que todo el ejército de estrellas
giraba en torno al espectador, intentó si no resultaba mejor si hacía girar el
espectador y por el contrario [dejaba] las estrellas en calma». Esta
comparación para nada suena a «subjetivismo» en el sentido del pensar común. El
espectador ha de girar en torno a las estrellas, no éstas en torno al
espectador. Lo menciona Kant, para dilucidar su propio cuestionamiento a través
de la comparación con el giro copernicano. ¿Pero dice Kant, sin embargo, que
los objetos deben orientarse según nuestro conocimiento, por lo tanto las
estrellas según el espectador? No — leamos con precisión. Dice: Los objetos
deben orientarse «según nuestro conocimiento», es decir, según la esencia de la
conciencia. Esto quiere decir: Kant deja al ente en sí en calma y lo determina,
no obstante, de tal modo que hace girar el aparecer y con ello el observador
que representa a lo que aparece, en torno a la cosa misma. No quiere decir:
este árbol aquí como árbol tendría que orientarse según lo que aquí pienso de
él, sino: el árbol como objeto tiene la esencia de su objetividad en lo que
previamente pertenece a la esencia de la objetividad. Esta es la medida para el
objeto; es decir, la originaria unidad de la autoconciencia y de su representar
uniente es la regla de medida dada en la esencia de la autoconciencia para lo
conciente como tal. Hegel dice: la conciencia se da a sí misma su regla de
medida, porque ya siempre se expresa sobre la objetividad de sus objetos y así
sobre sí misma. Pero no se detiene como Kant en la autoconciencia humana, sino
que también convierte aún a la autoconciencia misma expresamente en objeto de
sí misma y de este modo hace desplegar en ella misma reglas de medida más
originarias. De hecho también Kant procede así, en tanto hace enunciados acerca
de la esencia de la autoconciencia, que son medidos en general en la esencia de
la razón. Pero la proposición de Hegel: «La conciencia da a sí misma su regla
de medida», no dice sólo que la regla de medida sea dada inmediatamente con la
esencia de la conciencia y caiga en ésta; con el «da» dice al mismo tiempo que
la conciencia, en su curso hacia su esencia, hace aparecer respectivamente la
regla de medida de sí misma y de este modo es en sí conformadora de regla de
medida. Ésta se modifica de grado en grado, en tanto paso a paso aparece la
originaria elevation al absoluto y con ello éste mismo como la integridad de la
esencia de la conciencia. Ella se relaciona como tal con su conciente (el
«objeto») y en tanto lo refiere a sí como sí misma, ya se relaciona también
consigo misma. Según esto el objeto es lo que es para la autoconciencia. Pero
también ésta es lo que es en tanto aparece para ella misma, a saber como lo que
constituye la objetividad del objeto. La autoconciencia es en sí la regla de
medida para su objeto. En tanto se relaciona con éste, el objeto, como lo
por-medir, pero a la vez consigo misma como la que mide, se realiza en sí misma
en esta doble relación la comparación de lo por-medir con su regla de medida.
Para ella son simultáneamente lo pormedir y lo que mide como lo mismo. La
conciencia es en sí misma esencialmente esta comparación. Y en tanto es en esta
comparación, es esencialmente examen. Realiza el examen de su esencia no
ocasionalmente en situaciones críticas sino en todo tiempo, en tanto como
autoconciencia piensa en su esencia, es decir, la objetividad del objeto. Por
ello Hegel dice: La conciencia se examina a sí misma (comp. parágrafo 13, WW
II, 69)[112]. Cuanto menos la regla de medida es recién aportada a la
conciencia de alguna parte, tanto menos el examen es realizado desde nosotros y
ocasionalmente a ella. El curso de la conciencia hacia su propia esencia que
aparece, es en sí a la vez conformador de regla de medida y examinador. Por lo
tanto la conciencia es en sí una confrontación consigo misma. Pero el curso de
la conciencia tiene el rasgo fundamental de la sobreasunción, en la que se
expone a sí misma en la verdad de su esencia y lleva a aparecer sus figuras
esenciales unitariamente como historia esencial. La conciencia es confrontación
en un doble sentido. Es por una parte un explicarse disputante, examinador,
controversia consigo misma. Es como este explicar y se pone aparte y de
manifiesto y es el exponerse en la unidad de lo en sí reunido. La esencia de la
reunión que expone y hace manifiesto es, expresado en griego, el λέγειν. La
esencia del λόγος es δηλουν, άποφαίνεσθαι, έρμηνεύειν. Por ello el tratado
aristotélico sobre el λόγος lleva el título Περί έρμηνείας (es decir: Sobre el
hacer aparecer explicativo). (La relación interna con Ιδέα, con ιδεΐν y con
είδέναι es clara). El exponer explicativo en la unidad del diálogo que se confronta
es el διάλογος — el διαλέγεσθαι. La expresión de voz media nombra en una doble
significación del διά como «a través» y «entre» el diálogo de un expresarse,
que recorre un estado de cosas y lo lleva de este modo a aparecer. Ya para
Platón el expresarse sobre el ser del ente es un diálogo del alma consigo
misma. La esencia dialógica-agónica del διαλέγεσθαι vuelve como figura
transformada, moderna e incondicionada en la determinación hegeliana de la
esencia de la conciencia. El curso de la conciencia en tanto examinar
triplemente sobreasumidor (aufhebende) y tético— antitético-sintético,
conformador de regla de medida, es «dialéctico» en sentido originario. El curso
de la conciencia, que ella elabora en sí misma, es un «movimiento dialéctico».
Ahora en los trece parágrafos vigentes, la esencia del curso de la conciencia
que se presenta se ha aclarado de manera tan amplia y unitaria que Hegel con el
parágrafo 14, que constituye por sí el capítulo IV, puede pasar a la palabra
decisiva de la «Introducción».
2. Retrospectiva sobre la dilucidación vigente (I-III)
Puesto que Hegel expresa el rasgo fundamental de la esencia de la
«Fenomenología del espíritu» en los tres parágrafos que siguen y últimos de la
«Introducción», es aconsejable resumir antes en una retrospectiva la
dilucidación vigente de ésta. Al inicio de las presentaciones sobre la
«Fenomenología del espíritu» se aludió al rol y posición diferentes de la
«Fenomenología» al interior de la metafísica de Hegel. En el primer sistema,
que se denomina a sí mismo «Sistema de la ciencia», la «Fenomenología del
espíritu» conforma, bajo el título «Ciencia de la fenomenología del espíritu»,
la primera parte. «La ciencia», dicho simplemente, significa aquí: «la
filosofía». Y el título «Sistema de la ciencia» mienta «la filosofía» en la
única figura a ella adecuada del «sistema» desplegado. La filosofía es como
saber incondicionado, que condiciona a todo otro, en sí misma «sistemática», es
lo que es sólo como «sistema». (Este nombre denomina la construcción esencial
de la ciencia misma, no acaso la forma aportada de un orden posterior de los
conocimientos filosóficos). El primer sistema, bipartito, sea denominado,
atendiendo al rol omnideterminante de la «Fenomenología», el
«Sistema-Fenomenología». El segundo, tripartito, que enseguida después de
aparecer la «Fenomenología del espíritu» tiene que haber alcanzado primacía,
conoce a la «Fenomenología del espíritu» sólo como parte constitutiva
subordinada de la tercera parte principal. Lo que significa, pues, el desaparecer
de la «Fenomenología del espíritu» del rol de primera parte del sistema para el
sistema mismo y por consiguiente para la metafísica del idealismo alemán, sólo
puede ser apreciado, y en general recién claramente interrogado, si la esencia
de la «Fenomenología del espíritu» está suficientemente aclarada. Intentamos
aquí hacer algunos pasos a este respecto y a saber en un camino simple. ¿Qué es
«la Fenomenología del espíritu»? La respuesta a esta pregunta la tomamos de la
«Introducción», que Hegel hace preceder a la obra después de un extenso
«Prefacio». ¿Qué y cómo introduce la «Introducción»? Ella es la preparación del
arranque del salto al pensar, que en la obra piensa. La preparación del salto
se realiza como dilucidación del título «Ciencia de la experiencia de la
conciencia». Pero este título falta en la obra publicada en 1807, igualmente en
la publicación de 1832. Por ello no es de inmediato manifiesta la verdadera
determinación de la «Introducción». Que Hegel denomine «sistema» a una parte
esencial misma del «Sistema de la ciencia», es comprensible después del
precedente de la «Teoría de la ciencia» de Fichte. Del mismo modo no puede
extrañar que para el sistema de la metafísica moderna, que ha encontrado su
fundamento y suelo en la «conciencia», «la conciencia» sea tema. La
caracterización de la metafísica como «ciencia de la conciencia» parece
evidente. Por el contrario nos sorprende que en el título de una obra de la
metafísica especulativa absoluta asome la palabra «experiencia»; pues lo «empírico»
es, sin embargo, justamente aquello que en toda metafísica, no tan sólo en la
moderna, permanece inesencial y sólo menesteroso de la esencialidad de la
esencia. La aclaración del concepto de «experiencia» al interior del título
«Ciencia de la experiencia de la conciencia» tiene que acertar el centro del
despejamiento de este título y con ello el núcleo de la dilucidación de la
esencia de la «Fenomenología del espíritu». La calidad de única de esta obra
surge de la posición fundamental que entretanto ha alcanzado la metafísica
occidental. La metafísica es el conocimiento del ente como tal en totalidad a
partir de su fundamento. Reconoce al verdadero ente en su verdad. Este es a
consecuencia de la esencia onto-teológica de la metafísica el máximo ente de todo
ente (ens entium), el ente sólo desde sí y por sí, el absoluto. El conocimiento
metafísico es en su «objetivo final» (Kant) el conocimiento del absoluto.
Recién la metafísica del idealismo alemán ha reconocido, clara y decididamente,
que el conocimiento del absoluto sólo puede ser tal si al mismo tiempo conoce
de manera absoluta. La pretensión de saber absoluto de la metafísica se ha de
concebir ahora en su necesidad esencial. De allí que equitativamente esta
pretensión tenga que legitimarse en su derecho, puesto que excede esencialmente
los límites del conocer diario de las cosas finitas. El conocer tiene que ser
examinado acerca de si y cómo puede ser un conocimiento absoluto. Este examen
es hasta plenamente inevitable al interior del pensamiento moderno, según su
propia actitud cognoscente; pues para el pensamiento moderno «verdad» significa
la indudable certeza que se legitima a sí misma. Por eso tampoco la metafísica
absoluta, y ella menos, puede sustraerse a la exigencia de «examen» y
legitimación. Sin embargo, la pregunta decisiva es precisamente de qué tipo
puede ser este examen del conocimiento absoluto y cómo tiene que ser realizado.
Es, a saber, examinado el conocimiento; entonces existe ya antes de toda
realización del examinar, para éste, una opinión previa sobre la esencia del
conocer por examinar. Y la representación corriente del conocer se dirige a que
éste es o un «instrumento», o un medium y con ello en todo caso un «medio», que
se encuentra entre el cognoscente y lo conocido y no es ni uno ni otro. Pero si
en el conocimiento absoluto el conocer fuera un mero «medio», entonces
permanecería «fuera» del absoluto y de este modo no sería absoluto. Pero como
«relativo» el conocer está respectivamente «en relación con…», en referencia al
absoluto. Por ello, es en cada caso necesario visualizar enseguida y
previamente esta referencia al absoluto y tomarla por base como la esencia del
conocer. Pero la referencia del conocer al absoluto sólo puede ser, supuesto
que pensemos el absoluto como tal, la referencia del absoluto a nosotros, los
cognoscentes. Pertenece al arte pensante de la fuerza pensante de presentación
de Hegel, que nombre en la «Introducción» a esta esencia del conocer absoluto,
casi sólo de paso, hacia el final del primer parágrafo, en proposiciones
subordinadas. En forma de proposiciones conductoras Hegel dice sobre el
absoluto y sobre el conocimiento del mismo esto: 1. El absoluto está en y para
sí ya en nosotros y quiere estar en nosotros (comp. WW 11, 60)[113] . 2. El
conocer es «el rayo mismo, a través del cual la verdad nos toca» (ibid.). Pero
atendiendo a la necesidad del examen ahora se tiene que preguntar: ¿Qué es el
conocer absoluto si no puede ser un «medio»? Y: ¿de qué tipo es el examen si no
requiere investigar un «medio» en su aptitud? Es el conocer, nuestro conocer,
en su esencia el rayo mismo, como el cual el absoluto nos toca, entonces el
conocer se manifiesta, visto desde nosotros como un irradiar, que reflejamos en
tanto tocados por el rayo, para en este reflejo seguir al rayo que nos toca en
su dirección opuesta. Pero así el conocer ya no es un «medio», sino «camino».
Este rasgo fundamental del conocer, que se anuncia desde el inicio del pensar
occidental como οδός (μέθοδος), es siempre nombrado de nuevo en la «Introducción»
a la «Fenomenología del espíritu». Al servicio de la tarea de la
«Introducción», de partir continuamente de representaciones corrientes, pero
haciéndolas a su vez visibles como inadecuadas, Hegel determina en qué sentido
el conocer del absoluto tiene el rasgo fundamental del «camino». En primer
lugar podría, evidentemente, aún decirse también ahora: La caracterización del
conocer como camino lo toma asimismo como medio. Hablamos por cierto, en el
mismo giro, de «los medios» y «caminos». Cuando sin embargo el conocer es el
rayo, entonces el camino no puede ser un trayecto existente por sí, que se
encuentre entre nosotros y el absoluto y por lo tanto diferente de ambos. Entre
nosotros y el absoluto no hay nada, si no es el absoluto, quien como rayo viene
a nosotros, cuyo venir sólo captamos al andarlo nosotros mismos como un curso,
en tanto le vamos al encuentro. Pero este curso nunca está primero todavía
apartado de, es decir, fuera del absoluto, para luego alcanzarlo, sino que el
curso está ya antes en el absoluto en el sentido de la síntesis originaria,
aquí irradiada por el rayo, de la elevation. Sólo a partir de ésta se
determinan los pasos del curso y con ello el progreso y la integridad de sus
grados. El curso tiene como despliegue de esa síntesis el carácter de la serie
tética-antitética de pasos, es decir, del camino «dialéctico». El conocer
absoluto tiene que ser examinado. En el examen el conocer tiene que legitimarse
como aquello que reivindica ser. Pero si el conocer del absoluto es el rayo como
el cual el absoluto nos toca, entonces éste, en el caso de que ahora esté aún
permitido este discurso en general, sólo de este modo puede legitimarse,
apareciendo él mismo, y a saber a partir de sí, y manifestando en ello este su
aparecer como su esencia. El absoluto es el espíritu, pensado modernamente como
la autoconciencia incondicionada. La conciencia es el incondicionado
autoconcebirse. La primera proposición de la conciencia reza: «La conciencia…
es para sí misma su concepto» (parágrafo 8, WW II, 66)[114] . En el
autoconcebirse el saber absoluto, según su esencia, se pone de manifiesto. El
absoluto es esencialmente, como conciencia, el saber que aparece. Nuestro
examen del conocer absoluto no puede entonces ya ser una realización, que se
emprenda junto al conocer como un medio presente ante la mano en alguna parte.
Porque el conocer mismo es el curso irradiado hacia el que irradia, la única
esencia aquí posible del examen se realiza en ser este curso mismo, y a saber,
de una manera determinada. Este curso tiene que hacer que el saber que aparece
se muestre en su aparecer, es decir, en su propia verdad. En este curso el
absoluto viene a nosotros como la conciencia que aparece, se despliega en la
verdad de su esencia. Se legitima en tanto se acusa y de este modo muestra que
en este aparecer corresponde a su esencia, que se muestra a través de este
aparecer. En ello estriba: El examen no necesita aportar la regla de medida que
requiere. La segunda proposición de la conciencia dice: «La conciencia se da a sí
misma su regla de medida (es decir, la verdad de su esencia)» (parágrafo 12, WW
II, 68)[115]. Y en tanto la conciencia esencialmente aparece y este aparecer es
el examinar en el sentido de tal «acusar», rige la tercera proposición de la
conciencia: «La conciencia se examina a sí misma» (parágrafo 13, WW II, 69)
[116]. Por el contrario a nosotros nos queda sólo «el puro estar mirando» en
este aparecer de la conciencia, que es un movimiento que la conciencia ejerce
en ella misma. Se trata de ver de qué manera nosotros, como examinadores, somos
la ejecución del ejercicio de este movimiento mismo. Se trata de concebir qué
entiende Hegel por «experiencia de la conciencia».
3. El ex-perimentar [117] de la conciencia Aunque Kant tan
sólo designa como «experiencia» (Erfahrung) lo que según Aristóteles se destaca
esencialmente de la εμπειρία, el conocimiento[118] de los διότι (es decir,
kantianamente, de la causalidad), sin embargo ambos concuerdan en que la
«experiencia» y la έμπειρία se refieren al ente mismo accesible inmediata y
diariamente y de este modo son maneras de información y conocimiento. Lo que
Hegel denomina «experiencia» en la «Fenomenología del espíritu», no se refiere
al ente perceptible a diario, ni en general al ente, ni es la «experiencia» estrictamente
un modo de conocer. Si para Hegel «la experiencia» no es todo esto, ¿qué es
entonces? Experiencia es «la experiencia de la conciencia». ¿Pero qué mienta
esto? Intentaremos ahora, en una enumeración aparentemente externa, nombrar los
momentos de la esencia de la experiencia, en continua referencia a la
dilucidación de la «Introducción» hasta ahora ofrecida. La experiencia es «el
movimiento dialéctico». Es un viajar[119] (pervagari), que recorre un «camino».
Pero el camino no existe en sí para el viajar. El camino es un curso en el
doble sentido de andar (curso por el campo) y pasaje (curso subterráneo). Dicho
más precisamente, tan sólo en el curso como andar es experimentado (er-fahren)
el curso como pasaje, es decir, es andado (er-gangen), y ello quiere decir:
inaugurado, de modo que puede mostrarse algo manifiesto[120] . Lo que anda de
ese andar y el paso del pasaje es la conciencia como re-presentar. El
re-presentar-se se adelanta e inaugura y presenta y se convierte de este modo
en el éter del mostrarse y aparecer. La experiencia, como el curso (pervagari)
así caracterizado, es al mismo tiempo experiencia en el sentido originario de
la πείρα. Esta significa el aventurarse a algo a partir de visualizar lo que
allí surge. Este aventurarse a lo todavía-no-aparecido, como lo todavía no
decidido, tiene su lugar esencial en el ámbito de la competición y mienta aquí:
el aventurarse al adversario, el «asumir» al mismo. La experiencia como probare
es examen, que visualiza aquello que en su curso como curso ha de tener a su
cargo. La experiencia, en tanto este curso de examen, examina la conciencia en
lo que ella misma es, en su esencia, en la que como autoconciencia
continuamente se mide. Este ponderante experimentar no se dirige al ente sino
al ser, a saber la conciencia[121]. La experiencia no es óntica sino
ontológica, o dicho kantianamente: experiencia trascendental. Sólo que este
medir y ponderar (librare) trascendental es, en tanto probare y pervagari, un
curso, que examinando recorre la sucesión esencial de las figuras de la
conciencia, es decir, pasa-por. La experiencia es un «pasar por»; y ello por
una parte en el sentido de soportar y sufrir, a saber la violencia esencial en
la conciencia de su propia esencia absoluta. El pasar por es un ser arrebatado
a la altura esencial de la oculta e incondicionada elevation; pero es al mismo
tiempo «pasar por» en el sentido de absolver, del pasaje por la integridad de
los grados y figuras del ser de la conciencia, predeterminados desde la
elevación. La experiencia de la conciencia es, en tanto este pasar por de doble
sentido, el pasaje por la sobreasunción de triple sentido. Pero a ésta
pertenece la negación de la tesis a través de la antítesis, de tal modo que lo
negado en esta negación es conservado, y por su parte la negación de la
antítesis es negada a través de la síntesis. El pasar-por tiene el rasgo
fundamental de esta originaria doble negación, que exige un continuo abandono
de lo presuntamente alcanzado. El curso de la experiencia es un «camino de la
desesperación» y por ello la experiencia es esencialmente una «dolorosa
experiencia». Hegel piensa, pues, también el dolor siempre de modo metafísico,
es decir, como un tipo de «conciencia», la conciencia del ser otro, del
desgarro, de la negatividad. La experiencia de la conciencia es, como
experiencia trascendental-dialéctica, siempre la «mala» experiencia, en la que
lo respectivamente conciente resulta de otro modo que como respectivamente
aparece en primer lugar. La experiencia es el dolor trascendental de la
conciencia. La experiencia de la conciencia es en tanto «el dolor» al mismo
tiempo el pasar-por en el sentido de poner de relieve[122] las figuras
esenciales de la autoconciencia que aparece. La experiencia es «el trabajo del
concepto», quiere decir el ponerse de relieve de la conciencia en la integridad
incondicionada de la verdad del concebirse a sí misma. Es el trabajo
trascendental, que se ajetrea al servicio de la violencia incondicionada del
absoluto. Es el trabajo trascendental de la conciencia. La experiencia de la
conciencia es como curso, como examen, como pasar por (solventar y acabar),
como dolor, como trabajo, siempre también y por doquier una información y
noticia. Pero esta información nunca es un mero percibir[123], sino el hacer
aparecer, que como curso y andar cada vez experimenta, es decir, alcanza una
figura esencial de la conciencia. Pero el experimentar como alcanzar es sólo el
despliegue de la conciencia hacia la verdad de su ser. La experiencia de la
conciencia no es sólo ni en primer lugar un tipo de conocimiento, sino un ser,
y a saber el ser del absoluto que aparece, cuya esencia misma descansa en el
incondicionado aparecer de sí mismo. El absoluto es para Hegel «el concepto»,
en el sentido del incondicionado concebirse a sí misma de la razón. Y este
concepto incondicionado es la esencia del espíritu. El espíritu es en sí y para
sí «la idea absoluta». «Idea» quiere decir: el mostrarse, pero pensado
modernamente: como representarse al mismo que representa — representación
incondicionada, manifestación de sí mismo en la verdad incondicionada de su
propia esencia, que modernamente determinada es certeza y saber. El espíritu es
el saber absoluto. La experiencia de la conciencia es el presentarse del saber
en su aparecer. «La experiencia de la conciencia» es la esencia de la
«Fenomenología». Pero ésta es «la Fenomenología del espíritu». Si se logra
pensar los mencionados momentos de la esencia de la experiencia unitariamente,
desde el fundamento de su unidad, entonces estaremos recién en la situación de
pensar en verdad, es decir, metafísica-especulativamente el texto de los
títulos «La Experiencia de la conciencia» y «la Fenomenología del espíritu».
Ambos títulos contienen en su constitución lingüística un genitivo.
Preguntamos: ¿Es pues el genitivo un genitivus objectivus o un genitivus
subjectivus? ¿Mienta «la experiencia de la conciencia» sólo esto, que la
conciencia es el Objekt y el Gegenstand[124] de la experiencia? Evidentemente
no, pues la experiencia es ella misma, en su esencia como curso y venir a sí
misma, el ser de la conciencia. «Experiencia», plenamente concebida, dice sólo
lo que en la palabra Bewusst-sein [conciencia] significa la palabra «sein»
[ser]. La conciencia es el «sujeto» de la experiencia, es lo que la experiencia
pasa-por con ella misma. Por lo tanto el genitivo tiene que ser entendido como
genitivus subjectivus. Sólo que la esencia del sujeto como autoconciencia
consiste justamente en que la conciencia no es sólo conciencia de algo y tiene
su objeto, sino que ella misma es objeto para sí misma. Por lo tanto la
experiencia por la que pasa la conciencia es al mismo tiempo la experiencia que
ella hace «consigo misma» como objeto. Con ello el genitivo es a la vez también
un genitivus objectivus. Pero, no obstante el genitivo no es simplemente sólo
ambos juntos, sino que es un genitivo que nombra la unidad del sujeto y el
objeto y el fundamento de su unidad, es decir, la elevation y síntesis en la
esencia metafísica de la conciencia. El genitivo en los títulos «la Experiencia
de la conciencia» y «la Fenomenología del espíritu» es el genitivo
especulativo-metafísico. Todos los genitivos del lenguaje de la «Fenomenología
del espíritu» son de este tipo. Sí, no sólo los genitivos, sino también los
casos restantes y todas las declinaciones de las palabras tienen sentido
especulativo. Sólo si consideramos y ejercitamos esto, podemos seguir la trama
de este lenguaje, es decir, entender el texto. Es necesario seguir esta
indicación para siquiera pensar correctamente el título completo de la obra:
«Ciencia de la experiencia de la conciencia», «Ciencia de la fenomenología del
espíritu». El genitivo «Ciencia de…» es especulativo, es decir, la ciencia no
trata sólo acerca de la experiencia de la conciencia, sino que tiene la conciencia
como su sujeto, que soporta y determina. Ciencia es conocer. Pero el conocer,
según la expresión del primer parágrafo de la Introducción, es «el rayo a
través del cual la verdad nos toca». Nuestro conocer, el pensar especulativo
del absoluto, es sólo si y en tanto que es el rayo, y en tanto que iluminado
por este rayo él mismo irradia. A través de las modificaciones esenciales de la
metafísica moderna aparece lo mismo, que es expresado por Platón al comienzo de
la metafísica: que el ojo tiene que ser ήλιοειδές. El sol es la imagen para la
«idea del bien», es decir, para lo incondicionado. Porque la conciencia tiene
la esencia de su ser en la «experiencia» caracterizada, se examina a sí misma y
despliega a partir de sí misma las reglas de medida de este examen. Por ello
nos queda en la realización de este presentarse de la conciencia sólo el puro
mirar a, y «un ingrediente nuestro se hace superfluo» (parágrafo 13, WW II, 69)
IV. La esencia de la experiencia de la conciencia y su
presentación (Parágrafos 14-15 de la «introducción») 1. El concepto
«ontológico» hegeliano de experiencia El parágrafo 14 comienza: «Este
movimiento dialéctico, que la conciencia ejerce en sí misma, tanto en su saber
como en su objeto, en tanto de ello le surge el nuevo verdadero objeto, es
propiamente aquello que es denominado experiencia» (WW II, 70)[126]. Si por lo
precedente la esencia del curso dialéctico está determinada como el hacer
aparecer las figuras esenciales de la conciencia, por lo tanto en el movimiento
dialéctico aparece el absoluto, y si esta esencia del «movimiento dialéctico»
debe constituir la esencia de la «experiencia», entonces el concepto hegeliano
de «experiencia» no puede ser confundido con el corriente de «empiria».
(«Movimiento» como μεταβολή έκ τίνος εις τι. ’Ενέργεια. Comp. para «certeza
sensible» parágrafo 8). Y sin embargo se mostrará que el concepto hegeliano de
experiencia, y sólo él y por primera vez, recuerda los momentos esenciales
ocultos de la experiencia, que también, aunque casual y no unitariamente, a
veces se anuncian en el concepto de experiencia de la «vida» diaria. Para poder
destacar lo singular del concepto hegeliano de experiencia con la necesaria
agudeza, tenemos que tener en la memoria el concepto tradicional de
«experiencia», al menos en dos de sus figuras principales. Por ello, sea
anticipado un breve recuerdo del concepto aristotélico de εμπειρία y del
concepto kantiano de «experiencia». Lo que es εμπειρία lo determina Aristóteles
en el primer capítulo del primer libro de la Metafísica, que comienza con la
proposición: Πάντες άνθρωποι του είδέναι ορέγονται φύσει. Todos los hombres
tienen la pre-ferencia surgida desde el fundamento de su esencia de llevarse a
ver (todo aquello con lo que se relacionan), para tenerlo presente en su
aspecto (είδέναι — ίδειν). (Inexpreso y también impensado está en el fondo de
tal proposición que el hombre tiene su esencia en mantenerse actual al ente
como lo presente). Los modos en que el hombre tiene en vista lo presente son
varios. Uno de los mismos es la έμπειρία. Si, por ejemplo, tenemos la noticia
de que cada vez que alguien ha contraído tal o cual enfermedad, tal o cual
medio auxilia, entonces el previo tener-ante-sí esta situación, a saber «si
esto…, entonces esto…» es una έμπειρία. Su esencia consiste en τό έχειν
ύπόληψιν —el disponer del propósito «si esto…, entonces esto…»—. Pero para la
έμπειρία es característico que ella sólo permanece siendo la noticia de la
existencia de este «si esto…, entonces respectivamente esto…» El anoticiado
tiene en vista que es así, pero no ve íntimamente lo que hace por qué ello es
así como es. «Οί μεν γάρ έμπειρία τό ότι μέν ίσασι, διότι δ’ ούκ ϊσασιν[127]».
Los que experimentan tienen en vista el que, pero (el) por qué no lo tienen
(falta el entendimiento)[128]. El tener-en-vista el por qué con respecto a un
estado de cosas caracteriza por el contrario a la τέχνη, ella es la esencia de
la επιστήμη, de la ciencia. (Al evento esencial, de que al inicio de la
metafísica occidental en Platón y Aristóteles se despliegue la esencia de la
«ciencia» (έπιστήμη) a partir de la esencia de la τέχνη, corresponde en una
oculta y necesaria correspondencia el otro, que al fin de la metafísica
occidental (desde el siglo XIX) la esencia de la ciencia moderna resulte y se
instale como una forma esencial de la técnica mecánica). Pero lo que para Aristóteles
es la έμπειρία, la anoticiada anticipación del estado de cosas —«Si… así…»,
(Si… entonces…)—, no es aún para Kant ninguna «experiencia» sino una
«percepción». Como ejemplo de tales conocimientos Kant pone en los
«Prolegomena» la noticia de que cada vez que el sol brilla la piedra se
calienta. Hay una «experiencia» en sentido kantiano tan sólo cuando esta
noticia se ha modificado esencialmente en el conocimiento: porque el sol
brilla, entonces la piedra se calienta. La proposición «El sol calienta la
piedra» da por encima de la percepción la noticia nueva de un estado de cosas
perceptible sensiblemente, pero a la vez objetivo, válido para todos, a saber
de una referencia causa-efecto. Kant dice: «Experiencia es un conocimiento
empírico, es decir, un conocimiento que a través de percepciones determina a un
objeto. Es por lo tanto una síntesis de percepciones, que en sí misma no está
contenida en la percepción, sino que contiene la unidad sintética de lo diverso
de las mismas en una conciencia, la cual (unidad) constituye lo esencial de un
conocimiento de los objetos de los sentidos, es decir, de la experiencia (no
meramente de la intuición o afección de los sentidos)» (Crítica de la Razón
Práctica, B 218 y sigs.). Lo que Kant concibe como «experiencia» está realizado
como ciencia matemática de la naturaleza en el sentido de Newton. Pero el
concepto hegeliano de «experiencia» es pues esencialmente —es decir,
infinitamente— diferente —por lo tanto no sólo en algún aspecto— tanto de la
έμπειρία de Aristóteles como también de la «experiencia» de Kant. Aunque Kant,
a diferencia de Aristóteles, precisamente tan sólo concibe como «experiencia»
lo que según Aristóteles se diferencia esencialmente de la έμπειρία, a saber el
conocimiento del διότι (expresado kantianamente la representación de la
síntesis-causa-efecto), sin embargo Aristóteles y Kant concuerdan en que la
«experiencia» y la έμπειρία se refieren al ente accesible inmediatamente a
diario. Lo que por el contrario Hegel denomina «experiencia» no se refiere al
ente perceptible a diario, ni en general al ente, ni tampoco es la
«experiencia» estrictamente tomada un «conocimiento» en el sentido de un
proceder sólo representativo del hombre. ¿Qué es entonces la «experiencia» para
Hegel? ¿Qué es su «objeto» [gegenstand], en tanto la experiencia se dirige en
general a «algo»? Según la primera proposición del parágrafo 14 y ante todo
según las palabras espaciadas en esta proposición, «experiencia» es el hacer
surgir el «nuevo verdadero objeto». Este hacer surgir lo realiza la conciencia.
De este modo, el hacer surgir se muestra como un movimiento ejercido en la
conciencia, de la conciencia misma. En este movimiento, el objeto que surge del
mismo es devuelto a la conciencia, como ya perteneciente a ella de manera oculta,
expresamente como su posesión esencial. La proposición final del parágrafo
hasta dice: «Este nuevo objeto contiene la nulidad del primero, es la
experiencia hecha sobre él» (WW 11, 70)[129] . En primer lugar ha de
preguntarse: ¿Qué mienta aquí el discurso acerca «del nuevo verdadero objeto»?
De la proposición introductoria resulta que la experiencia es ejercida en la
conciencia como «movimiento dialéctico». Pero la conciencia es en sí el tener
conciente un objeto, al que está inmediatamente referida. Sin embargo, en tanto
se habla de un «nuevo verdadero objeto» que surge antes que todo «de la
conciencia», ella «tiene» en esta experiencia propiamente «dos objetos». Hegel
dice: «Vemos que la conciencia ahora tiene dos objetos, el uno el primer en sí,
el segundo el ser-par a-ella de este en sí» (ibid). Consideremos, por ejemplo,
la conciencia en la figura de una intuición sensible, como ésta de este libro
aquí. El objeto de esta intuición sensible (en sentido amplio) es este libro
aquí, y es mentado como este objeto sensible. Este libro aquí, según la opinión
de la intuición sensible el ente en sí, es sin embargo «también» intuido y «es»
por ello como intuido al mismo tiempo por cierto «para ella», a saber para la
conciencia que intuye. En el «en sí» como lo así mentado enteramente legítimo,
se encuentra sin embargo el «ser-para-ella (la conciencia)» del en sí. Pero
este ser-para-sí no es otra cosa que el ser objeto del objeto «libro». El ser
objeto y todo lo que le pertenece se llama la objetividad de este objeto. La
objetividad no es ella misma nada, sino algo tal que hasta ahora y
continuamente sólo permaneció desconocido al intuir sensible. La objetividad
del objeto es, en tanto sale por encima de todo objeto conocido y habitual,
algo «nuevo». Si acaso la objetividad misma es expresamente representada y
mentada, entonces ella es «el nuevo objeto». El ser objeto del objeto (libro)
se determina a través del ser-para-la conciencia del libro y parece
precisamente no ser otra cosa que el saber acerca del libro en el modo del
intuir al mismo. Sólo que, examinada con precisión, la objetividad del objeto
no es algo que sólo es adherido al objeto, sin interesarle por el contrario
«algo». El primer objeto (libro) se convierte ahora él mismo más bien en otro;
pues ahora como objeto tan sólo ha llegado a lo que es, es decir, a su esencia,
a saber, a la objetividad. Pero la esencia de algo es lo «verdadero» «en» un
objeto. La objetividad como esencia del objeto es por ello no sólo «el nuevo»,
sino al mismo tiempo y ante todo «el verdadero objeto». Y este nuevo verdadero
objeto contiene según la proposición final del parágrafo «la nulidad del
primero». Esto quiere decir: El primer objeto no es «en sí» lo verdadero y a
saber precisamente porque es sólo «en sí», de modo que su objetividad, es
decir, su verdad, no surge aún. El primer objeto (por ejemplo, el libro) es,
visto así, lo no-verdadero, no-propiamenteverdadero, visto desde la esencia, lo
«nulo». Sin embargo, el nuevo objeto como objetividad del objeto «es» su verdad.
Pero de este modo «contiene» lo que el no verdadero es en verdad como no
verdadero; contiene su nulidad. El nuevo objeto «es» la experiencia hecha sobre
el primero. ¿Qué es lo experimentado en tal experiencia? Es algo nuevo y es lo
verdadero, a saber la objetividad del objeto. El objeto de la «experiencia de
la conciencia» es la objetividad. Con ello sale el primer rasgo fundamental y
sostenedor de todos los otros momentos del concepto hegeliano de experiencia, a
diferencia del aristotélico pero también del kantiano. La Εμπειρία se dirige al
ente accesible a diario por doquier. La «experiencia» kantiana es la ciencia
natural matemática y como tal se orienta al objeto existente «naturaleza». Sólo
que justamente Kant es quien — pero también él por primera vez al interior del
pensamiento moderno— ha realizado claramente la pregunta por el ser del ente y
desplegado propiamente este preguntar en cuestionamiento y caracterizado a éste
mismo. Para el pensamiento moderno el ente es en la conciencia y para ésta lo a
ella representado y remitido. El ente es ahora sólo Gegen-stand u Objekt.
«Gegenstand» es el nombre moderno para lo que realmente se opone al representar
que se sabe a sí mismo, el «objeto» para el sujeto. Pensado modernamente es lo
real, es decir, el ente, esencialmente objeto. En el pensamiento griego no se
encuentra en ninguna parte el concepto del Gegenstand y del Objekt, porque es
imposible, dado que el hombre no se experimenta como «sujeto». Aunque verdad es
que, a través de la teoría platónica de las ideas, de manera decisiva, es
preparada la interpretación del ser del ente como objetividad del objeto. En
tanto, pues, según Kant la metafísica pregunta completamente en el sentido de
los griegos no por el ente sino por el ser, pero al mismo tiempo en el sentido
de Descartes la verdad del ente, por lo tanto el ser descansa en la certeza de
la representatividad, kantianamente pensada, la pregunta por el ser del ente es
la pregunta por la objetividad del objeto. Este asir la objetividad del objeto
es un conocimiento enteramente propio y en relación con el conocer inmediato
del ente, «de la naturaleza», de tipo nuevo. Y por ello dice Kant: «Yo denomino
trascendental a todo conocimiento que en general se ocupa no tanto con objetos
sino con nuestro modo de conocimiento de objetos, en tanto éste debe ser
posible a priori. Un sistema de tales conceptos habría de llamarse filosofía
trascendental» (Crítica de la razón pura, Introducción, B 25)[130]. El
conocimiento que se ocupa de los objetos mismos es según Kant la experiencia.
Pero el conocimiento que piensa la objetividad de los objetos, pregunta por las
condiciones de posibilidad del objeto de la experiencia. Este asir la
objetividad del objeto de la experiencia en sentido kantiano es el conocimiento
trascendental u ontológico. Y justamente a este hacer surgir el nuevo verdadero
objeto a diferencia del antiguo, no verdadero, al asir trascendental de la
objetividad del objeto denomina Hegel «experiencia». Por lo tanto, para Hegel
«la experiencia» no es como para Kant el conocimiento óntico, sino el
ontológico. Esta experiencia trascendental hace surgir la objetividad del
objeto «de la conciencia», ante todo originarse, de tal modo que ahora esta
objetividad misma es el objeto recién originado y por ello nuevo. Este, el
objeto trascendental, es esencialmente, no sólo de paso, «el nuevo» objeto. Su
objetividad consiste en la «novedad», en el originamiento del originarse a
través de la experiencia. Pero «originarse» [«ent-stehen»], no significa aquí:
ser confeccionado como cosa, sino llegar a estar en medio del re-presentar y
para éste, es decir, aparecer, pensado platónicamente: hacerse «visible». Pero
en tanto según el paso fundamental de Kant, determinado desde Descartes, las
condiciones de posibilidad del objeto de la experiencia se encuentran «en la
conciencia», es decir, no son otra cosa que la «autoconciencia», el objeto
esencialmente nuevo, es decir, trascendental, es decir, de la «experiencia»
hegeliana, no es otra cosa que la autoconciencia como tal. Pero en tanto ésta
constituye la esencia de la conciencia, la experiencia trascendental es
esencialmente «experiencia de la conciencia» y ello en el triple sentido: La
conciencia es lo experimentado en esta experiencia, a saber la objetividad del
objeto. Pero es al mismo tiempo la que experimenta, la que ejercita la
experiencia. Y es entonces aquello a que lo experimentado y el experimentar
pertenece, de modo que ella misma «es» esta experiencia. Kant dice: El
conocimiento trascendental se ocupa de las condiciones de posibilidad del
objeto de la experiencia (de la ciencia natural), es decir, de la objetividad.
Por lo tanto ha de decirse ciertamente en sentido kantiano que el conocimiento
trascendental tiene también su objeto, sólo que este objeto no es la naturaleza
misma, sino la conciencia. Pero ¿por qué no ha de plantearse, pues, también con
respecto a este objeto trascendental la misma pregunta, por su objetividad?
¿Por qué no ha de ser interrogada la autoconciencia finita misma del hombre,
donde Kant encuentra las condiciones de posibilidad del objeto, por lo tanto la
objetividad, acerca de aquello a través de lo cual la autoconciencia es posible
a priori? ¿Por qué ha de detenerse la pregunta trascendental ante el primer
nuevo objeto, la objetividad de los objetos del conocimiento óntico de la
ciencia natural matemática y cesar con su preguntar? ¿No está aquí ante todo el
inicio de un preguntar, según cuya esencia tenga siempre que surgir un nuevo
objeto, las condiciones de las condiciones de posibilidad del objeto natural y
así adelante hasta el primer incondicionado que condiciona todo y ya no es
condicionado? Con este preguntar se pregunta «más allá» del cuestionamiento
propio de Kant, pero observándolo bien, sólo sobre la vía abierta por primera
vez por Kant. Sí, tenemos que decir aún más, si permanecemos atentos a las
huellas de lo abismal siempre nuevamente hallables en el pensamiento de Kant, y
no rebajamos la «Crítica de la razón pura» a un libro escolar. Kant concibió la
conciencia como autoconciencia, mas el auto como «yo»; y en la esencia del yo,
es decir, en que pueda decir a sí mismo «yo», ve Kant el fundamento de su
esencia: la razón. En una «retractación» de su «Crítica de la razón pura» Kant
escribe: «Cómo es posible que yo, el yo pienso, pueda ser a mí mismo un objeto
(de la intuición), y de este modo distinguirme de mí mismo, es absolutamente
imposible de explicar, si bien es un factum indudable; pero indica una facultad
tan elevada por encima de toda intuición sensible, que como fundamento de la
posibilidad de un entendimiento, (…) asoma a una infinitud de propias
representaciones y conceptos» (Sobre los progresos de la metafísica. Edición de
la Academia XX, 270; Meiner p. 95)[131] . La experiencia como el hacer surgir
trascendental del nuevo verdadero objeto está necesariamente referida a una
infinitud, es decir, a la conciencia como lo in-finito, o sea, no finito, sino
originariamente uno, es decir, a la conciencia como lo incondicionado que todo
lo condiciona. Pero la referencia de la experiencia trascendental a lo
incondicionado de la conciencia es de tal tipo que esta «experiencia de la
conciencia» hace aparecer a ésta en su incondicionada verdad y mostrarse en su
completo condicionamiento, que determina unitariamente a todo objeto en su
posibilidad. Según ello, el concepto hegeliano de «experiencia» es no sólo en
general —a diferencia esencial del concepto kantiano, óntico ontológico—,
expresado kantianamente, trascendental, sino que la experiencia en sí
trascendental se dirige a lo incondicionado de todo condicionamiento y de este
modo a todo el contexto de condicionamiento. La «experiencia» es
incondicionalmente un trascendental hacer surgir la conciencia, el hacer
aparecer sus figuras en la incondicionalidad de su condicionar de todo objeto
condicionado como tal. Hegel, y la metafísica del idealismo alemán en general,
toma con seriedad el «asomarse a esa infinitud de representaciones y conceptos
de propia autoría». Pero tomar con seriedad no significa aquí sólo agregar este
«asomarse» como complemento al planteo trascendental kantiano y recién en él
ver el fin, sino iniciar con este asomarse en lo incondicionado y hacer
determinarse todo «ver» desde aquí. De esto se hace claro que Hegel reivindica
la palabra «experiencia» como nombre para el «conocimiento» trascendental
incondicional. Este tipo de experiencia se diferenciará por ello esencialmente
también de la habitualmente así llamada. Al inicio del próximo parágrafo 15
hace referencia expresa a una tal diferencia, para con ayuda de esta alusión introducir
el paso hacia aquella determinación de la esencia de la «experiencia» que
intenta captar su más íntimo núcleo. La experiencia rectifica (conduce a la
verdad). Hegel dice: «En esta presentación del transcurso de la experiencia hay
un momento a través del cual no parece concordar con aquello que se suele
entender por experiencia. El tránsito del primer objeto y el saber del mismo al
otro objeto, en el cual se dice que la experiencia ha sido hecha, fue indicado
de tal modo, que el saber del primer objeto, o el para-la-conciencia del primer
en-sí, debe convertirse en el segundo objeto mismo. Por el contrario, no parece
sino que hiciéramos la experiencia de la no verdad de nuestro primer concepto
en otro objeto, que acaso encontraríamos como casual y exteriormente, de modo
que cayera en nosotros sólo la mera aprehensión de lo que es en y para sí»
(Hoffmeister p. 73)[132] . ¿Qué ocurre con la «demás» experiencia que hacemos
habitualmente? La experiencia usual está dirigida al ente. Hacemos nuestras
experiencias sobre algo en algo. En esto pasamos de aquello sobre lo cual
hacemos la experiencia y que en cierta manera conocemos, tenemos por correcto y
así sujetamos y «tenemos» en primer lugar, a lo otro, en lo que hacemos la
experiencia. La experiencia es así una transición. Tenemos por ejemplo, nuestra
representación de lo que es un árbol y hemos tomado esta representación de la
intuición de abedules y hayas. Ahora bien, nos sale al paso en nuestro camino y
recorrido a través del ente un objeto, que es otra cosa que abedules y hayas.
En este «otro» objeto, a saber el abeto, se nos desbarata la representación
vigente «árbol» (por ejemplo, con respecto al tipo de hojas que un árbol puede
tener). La representación tenida en primer lugar de árbol, este primer objeto,
se nos manifiesta a través del otro objeto que nos toca en suerte en su
inadecuación, es decir, como objeto no verdadero. La experiencia de la no
verdad del primer objeto es hecha en otro, a saber de modo que sólo necesitamos
ahora mirar al otro ya presente — el abeto — para rectificar nuestro
conocimiento del árbol a través de la experiencia. El primer objeto no es
requerido en la nueva experiencia, en tanto la experiencia no es hecha ahora en
él. La experiencia permanece en su dirección hacia los entes, sólo que va ahora
en medio del ámbito de esta dirección no hacia el primero sino hacia el otro.
El experimentar es de este modo la asunción de un estado, que es hallado en
otro objeto hallable, es decir, igualmente ya presente. En este experimentar
nuestra parte es, según parece, únicamente el mero concebir y mirar; pues el
otro objeto fue evidentemente hallado en la misma dirección de mirada: nos tocó
en suerte. Pero ¿qué ocurre con el tránsito en la experiencia trascendental?
Pone en vista y consideración la objetividad del objeto. Lo que es el primer
objeto, o sea lo que experimentamos sobre él como objeto, su objetividad, no se
muestra aquí en «otro» objeto, sino justamente en este primero mismo y sólo en
él. Aquí no dejamos ir al primer objeto, sino que lo experimentamos, pasamos
por él en cierto modo a través[133]. Y a saber, se muestra lo que
experimentamos, o sea la experiencia que hacemos, de tal modo, en el primero,
que él mismo se convierte en otro, es decir, resulta en su objetividad. Este
otro objeto, en el cual tenemos ahora en consideración lo por experimentar,
surgió sin embargo tan sólo a través de la experiencia como este otro devenido.
En la experiencia habitual, vamos del primer objeto a otro objeto ya presente
en la dirección directa de la conciencia acostumbrada, apartándonos de algo
para sólo comprender este otro. Por el contrario, en aquella experiencia
trascendental permanecemos justamente en el primer objeto de la conciencia, de
modo que se muestra lo conciente como conciente de una conciencia de él. El
primer objeto y no otro sino él mismo se muestra ahora él mismo pero en la
dirección de su o-ponerse al representar. En esta dirección, en la que el
objeto se opone a la conciencia, la objetividad del objeto, es decir, el otro
nuevo objeto, llega a «consideración». Por ello Hegel dice de esta
consideración, con referencia a lo que llega a «consideración» en la
experiencia trascendental: «Pero en esa consideración se muestra el nuevo
objeto como devenido a través de la inversión de la conciencia misma» (p.73 y
sig.) [134]. Con ello se dice: 1. La objetividad del nuevo objeto es el
originamiento [Enstándnis]. 2. La experiencia trascendental en la que se da
este originarse es una autoinversión de la conciencia. La experiencia
trascendental, en la que se ha de mostrar el otro nuevo objeto mismo, no es
según ello ninguna mera aprehensión y ningún mero «mirar». La inversión de la
conciencia, que domina y sostiene la experiencia trascendental, es un mirar
singular y tan «singular» que Hegel tiene que decir lo siguiente de este tipo
de consideración: «Esta consideración de la cosa es nuestra intervención, por
la cual la serie de experiencias de la conciencia se eleva al curso científico,
y la cual no es para la conciencia que consideramos» (p.74)[135] . Por lo
tanto, la «experiencia», es decir, el dejarse mostrar del objeto en su
objetividad, no es por cierto ningún mero mirar ni asumir, sino «intervención».
Sin embargo, ahora recordamos que Hegel en los parágrafos precedentes, que se
dirigen al concepto esencial de experiencia y su delimitación al inicio del
parágrafo 14, orienta todo a mostrar que la presentación del saber que aparece
tiene que permanecer en su aparecer [como] un «mero mirar». Hegel anota
expresamente al final del parágrafo 12: «Pero lo esencial es fijar para toda la
investigación que estos dos momentos, concepto y objeto, ser para otro y ser en
sí mismo, caen en el saber mismo que investigamos y con ello no necesitamos
aportar reglas de medida ni aplicar nuestras ocurrencias y pensamientos en la
investigación; en tanto los dejamos alcanzamos a considerar la cosa como ella
misma es en y para sí» (p. 71)[136]. Y el inicio del parágrafo 13 que se
conecta inmediatamente prosigue aún con mayor claridad: «Pero no sólo según
este aspecto de que concepto y objeto, regla de medida y lo por examinar, están
presentes en la misma conciencia, una intervención nuestra se hace superflua,
sino que somos dispensados también del esfuerzo de comparación de ambos y del
verdadero examen, de tal modo que en tanto la conciencia misma se examina,
también desde este aspecto nos queda sólo el mero mirar» (p. 72)[137] . Pero si
a la esencia de la experiencia de la conciencia pertenece la inversión
trascendental y si esta inversión es intervención nuestra, entonces la
experiencia no puede ser un «mero mirar». Ahora bien, ¿nos hemos aclarado
suficientemente lo que en el ámbito cuestionable es algo como «el mero mirar»?
De ninguna manera. Si aún no conocemos esto en su esencia, tampoco es
directamente decidible que «el mero mirar» excluya por sí toda intervención.
Podría ser que el «mero mirar» exija «la intervención» en un sentido destacado
y no pueda ser sin ésta lo que es. Se trata de aclarar la esencia de esta
«intervención» y examinar si y hasta qué punto pertenece al «mero mirar».
Nuestra intervención es la «inversión de la conciencia». En tanto preguntamos
trascendentalmente, es decir, dirigimos nuestra mira a que se muestre la
objetividad del objeto, giramos la dirección de la mirada de la conciencia, que
si no va a los objetos, a la dirección opuesta, a saber, a la conciencia de los
objetos. El objeto que se muestra en esta percepción trascendental, a saber, el
anterior en el cómo de su objetividad, es decir, ésta misma, es el objeto que
tan sólo así se origina y [es] con ello nuevo. Hegel denomina a este objeto
nuevo, trascendental, en la decisiva determinación de la esencia de la
experiencia, pero al mismo tiempo el «objeto verdadero». La verdad del objeto
se encuentra en lo que condiciona y constituye su objetividad en su esencia.
Pero se muestra que la experiencia hegeliana trascendental no se detiene en la
autoconciencia como condición de la objetividad del objeto natural, sino que
—después del proceso de Fichte y Schelling— también interroga a la autoconciencia
kantiana trascendental finita, como el primer objeto nuevo, en su objetividad y
de este modo se interna a preguntar en un contexto indicador de condiciones y
[en] su condicionamiento, que se trasciende hasta lo incondicionado. La novedad
del nuevo objeto y la verdad del objeto verdadero consisten en la integridad de
su surgimiento, es decir, de su originarse. Esta integridad del aparecer reposa
sin embargo originariamente en la autoconciencia incondicionada, absoluta. La
conciencia absoluta «es» la verdad del objeto verdadero. La conciencia
absoluta, es decir, esencialmente absolvente, «es» el originamiento, es decir,
la novedad del nuevo objeto, es decir, su continuo aparecer. El aparecer es
precisamente el ser-nuevo. (Un «nuevo libro» nos es «nuevo» en tanto que
aparece, concebido en el aparecer). La diversidad de estas condiciones es una
unidad desplegada y articulada desde lo incondicionado. La diversidad de estas
condiciones que se muestran es irradiada de este modo previamente y por todas
partes unida por lo que se muestra, es decir, la idea, que es el mismo espíritu
absoluto. Kant dice al final de la «Crítica de la razón pura» en el parágrafo
sobre la arquitectónica de la razón pura (A 832, B 860): «Pero yo entiendo por
sistema la unidad de los diversos conocimientos bajo una idea». Según ello la
unidad de la diversidad de las condiciones trascendentales de la objetividad
del objeto es sistemática. Y por ello habla también de inmediato en el pasaje
mencionado, que dilucida la esencia del conocimiento trascendental, de un
«sistema de los conceptos». Para la experiencia hegeliana trascendental la
verdad del nuevo objeto es la misma conciencia absoluta. Y conforme a ello la
unidad como sistemática tiene que ser una tal del sistema absoluto. En el «Prefacio»
a la «Fenomenología del espíritu» se dice: «La verdadera forma en la que la
verdad existe sólo puede ser el sistema científico de la misma» (p.12)[138]. El
sistema, como contexto incondicionadamente cierto de las condiciones en la
unidad de lo incondicionado, pone en sí la diversidad de las condiciones en el
orden de una «serie». En el hacer nacer una respectiva condición de condiciones
condicionantes originarias de la objetividad, inaugura previamente la
experiencia, como el hacer surgir al nuevo verdadero objeto, el ámbito
sistemático de la serie de experiencias. La experiencia trascendental es, como
incondicionadamente trascendental, en sí sistemática. Y tan sólo a partir de la
plena esencia de la experiencia trascendental incondicionadamente-sistemática
se puede inferir qué se entiende por «inversión de la conciencia»,
perteneciente a la esencia de la experiencia como una «intervención» de parte
nuestra. La inversión trascendental de la conciencia, como incondicionada y
sistemática, asegura previamente la mirada en lo incondicionado de todo
condicionamiento y su sucesión. Para el hacer nacer al nuevo verdadero objeto,
lo incondicionado se encuentra en la mirada previa como omnicondicionante.
¿Pero cómo se manifiesta lo condicionante como condicionante en su
condicionamiento? Solamente de modo que en lo condicionado se muestre lo
condicionante. Mas si debe aparecer no sólo cualquier condicionante sino lo
incondicionado en el modo en que todo lo condiciona, tiene que partirse de lo
que es lo máximamente condicionado. Pero éste está lo más ampliamente alejado
de lo incondicionado. Por lo tanto tiene que mostrarse primero la objetividad
de ese objeto, que está lo más ampliamente alejado de la verdad de la
autoconciencia incondicionada, es decir, del espíritu no sensible absoluto, y
en el término más extremo, opuesto a él. Mas la objetividad del objeto más
condicionado sólo puede ser, dado que como condición está lo más alejada de lo
incondicionado, la más vacía y pobre. Pero en tanto también esta objetividad,
la más pobre y vacía de un objeto, es todavía condición, es también ella de la
esencia del absoluto y perteneciente a él. Por ello en el giro trascendental se
encuentra, en tanto es incondicionada y sistemática, la necesidad de que la
conciencia absoluta, para poder hacer aparecer su incondicional condicionar en
todo condicionamiento, se aleje ella misma de sí, y de su plenitud y de sus
derechos. La conciencia absoluta se aparta de sí hacia su figura más externa y
vacía. La conciencia absoluta tiene que enajenarse en su figura más externa.
Pero porque en este apartamiento de sí misma en su plenitud, sin embargo sólo
se dirige nuevamente a sí misma, aunque en su vacío, este apartamiento es sólo
un volverse[139], en el que la conciencia absoluta no renuncia ni se abandona.
Tan sólo a través de este volverse a la alienación se abre a la conciencia la
extensión de un alejamiento de sí misma. Este trayecto abierto del propio
alejamiento de sí, al interior de sí misma, es como extensión la vía libre para
el andar de la experiencia. Este pasaje abierto tan sólo es inaugurado en el
curso de la experiencia, es decir, andado y en la marcha experimentado[140]. Y
recién en este pasaje que se abre la conciencia absoluta tiene la posibilidad
del regreso a sí misma. Pero en este regreso a sí misma como verdad
incondicionada, ésta llega a aparecer, justamente, como lo incondicionadamente
condicionante en su condicionamiento. El viraje hacia la alienación es
necesario a causa del absoluto, para que él mismo tenga una posibilidad de
regreso a sí mismo. Por ello la «Fenomenología del espíritu» se inicia con la
presentación de la figura más pobre y menos verdadera de la conciencia, con la
«certeza sensible», y termina con la figura del saber de sí absoluto del
espíritu, es decir, con la metafísica absoluta. La «Fenomenología del espíritu»
de ninguna manera se inicia con la «certeza sensible» como consecuencia de una
consideración pedagógica del hombre, para de este modo introducir el curso con
una figura de la conciencia más fácilmente inteligible. La primera figura de la
conciencia en la «Fenomenología del espíritu», la certeza sensible, es en
verdad, en lo que respecta a nuestro poder entender, lo más difícil de
entender, porque ya en ella tiene que ser pensado el absoluto, aunque en su
pobreza y no verdad (verdad todavía inacabada). No por nosotros, sino por el
absoluto, y sólo por él, el curso de la «Fenomenología del espíritu» es como
es. ¡Y cómo podía ser de otra manera si el conocer del absoluto es el rayo como
el cual el absoluto nos toca, para que pensemos según su voluntad y no la
nuestra, supuesto que pensemos! En lo que Hegel denomina la «inversión de la
conciencia» se encuentra entonces, contemplado con rigor, una doble inversión:
por una parte, el giro del objeto a su objetividad, perteneciente a la esencia
de lo trascendental en general; por otra, el volverse a la alienación, exigida
necesariamente a partir de la incondicionalidad y la sistemática de la
conciencia absoluta trascendental, volverse que, como alejamiento dirigido a lo
incondicional recién inaugura el curso del regreso[141]. Pero esta en sí doble
«inversión de la conciencia», el giro trascendental y el absoluto volverse a la
alienación es pues, según el enunciado mencionado de Hegel «nuestra
intervención». Como tal parece estorbar al «puro mirar», cuando no aniquilarlo.
Sólo que es verdad lo contrario. Pues sólo cuando a través de la doble
inversión está abierta y allanada la mirada a lo incondicional y en la vía del
regreso a él, se da en esta vía abierta la posibilidad de mostrarse del «nuevo
verdadero objeto». Tan sólo esta intervención de la inversión da al mirar[142]
la posibilidad de vista y parecer. Pero el «puro mirar» no es tampoco nunca un
mero pasivo tomar, sino que todo mirar es en sí un perseguir que acompaña, un
arrojar una mirada, que requiere previamente de un pasaje inaugurado. Tampoco
el dejar y no aplicar nuestras «ocurrencias» es nada. El dejar no se hace por
sí mismo. El poder dejar lo inadecuado está esencialmente determinado por el continuo
previo aventurarse en el nuevo verdadero objeto y su verdad incondicionada,
como la misma regla de medida que aparece. La pureza del mero mirar no consiste
de manera alguna en el despojo de todo hacer, antes bien en la máxima
realización del hecho que es esencialmente necesario para este ver y su
posibilidad. Lo añadido de este hecho es aquí el prever lo incondicionado. El
prever, como intervención del mirar, se muestra con ello como mero tomar a su
cargo lo que en el mirar ya se encuentra como su condición esencial y lo que
nos es irradiado por el nuevo verdadero objeto como el rayo y es exigido por
nosotros: que expresamente lo aportemos. Únicamente la intervención, que domina
en la inversión, posibilita el puro mirar esencialmente justo. La esencia así
concebida de este mirar es la esencia de ese «ver» (speculari), que en la
metafísica absoluta de la conciencia se llama «especulación». El pensamiento
especulativo hace mostrarse sistemáticamente a la conciencia en su verdad
trascendental incondicionada y es de este modo un «a-cusar», tomada la palabra
en el sentido riguroso que tiene en el lenguaje de Hegel. [«Aufzeigen»]
«acusar» = «saber no inmediato»; comp. certeza sensible, parágrafo 19). El
a-cusar es un abrir que precede (la inversión), de modo que tan sólo en lo
abierto de esta apertura las figuras de la conciencia, saliendo a su
objetividad, pueden mostrarse. El acusar es un mostrarse y a la vez un
hacersurgir (-originarse—). De este modo el «mero mirar» como acusar
trascendental tiene en cierta manera el carácter de la «actividad» (abrir),
pero al mismo tiempo también el de la «pasividad» (hacerse mostrar y asumir).
La unidad originaria de la facultad representativa, que en su representar sobre
todo es «activa» y «pasiva», se revela en lo que Kant, y con él el idealismo
alemán, denomina «la imaginación trascendental». La «inversión» de la
conciencia es la esencia de la «experiencia de la conciencia». La experiencia
es el acusar sistemáticotrascendental, que hace surgir al «nuevo verdadero
objeto». Este hacer surgir sigue al objeto que se origina justamente en el
camino del regreso a sí mismo. Cuya objetividad es este originamiento que se
muestra en tal seguir. El originamiento «es» y se esencia sólo en el originarse
para el acusar, es decir, en y como experimentar. La experiencia es
esencialmente un «curso», es decir, un camino, en el que y por el que y al
interior del cual la objetividad de la conciencia misma es andada y
experimentada*15. La experiencia «hecha» de este modo no se pierde; pues en tanto
rectifica esencialmente, es decir, conduce al verdadero objeto, como tal
rectificación es la objetividad del verdadero objeto. Este camino es, como
curso, el movimiento del devenir de la objetividad del objeto. Pero éste es la
conciencia misma y su objetividad es el originarse de la suya en la verdad de
su esencia. El camino es la conciencia misma como origen de su verdad. La
objetividad del objeto es lo «formal» en el sentido estricto de lo
determinante. (Comp. por ejemplo, la diferenciación kantiana de la naturaleza
en el aspecto «formal» y «material». La forma mienta la «existencia de las
cosas» como el ser del ente. Lo material concierne a la extensión del mismo
ente). Lo «formal» no es la insignificante forma exterior, sino la esencia
esenciante de la conciencia, en tanto es en sí el propio aparecer, en cuyo
aparecer manifiesta su objetividad. La experiencia, como curso
trascendental-sistemático hacia la verdad de la conciencia, es en tanto acusar,
al mismo tiempo, la presentación del saber que aparece. Como sistemática
trascendental esta presentación es en sí misma «científica», es decir,
corresponde a la esencia del saber absoluto que se sabe a sí mismo. Por ello
Hegel, inmediatamente después de la decisiva referencia a la «inversión de la
conciencia», dice de ella lo siguiente: «Esta consideración de la cosa es
nuestra intervención, por la cual la serie de experiencias de la conciencia se
eleva al curso científico, y la cual no es para la conciencia que consideramos»
(p.74)*16. Según la esencia de la experiencia, determinada por la inversión de
la conciencia, subsiste en la experiencia necesaria y continuamente la
diferencia entre lo que es «para nosotros» y «para ella», es decir, para la
conciencia. Esta diferenciación de «para nosotros» y «para ella» vuelve
continuamente en el curso de toda la obra. El «para nosotros» es el objeto para
los que experimentan trascendental-sistemáticamente, quienes miran a la
objetividad del objeto, es decir, al originamiento de su originarse. «Para
nosotros», no mienta a «nosotros», los que vivimos de este modo aquí
diariamente y llegamos precisamente al saber que aparece, sino nosotros, los
que miramos en el modo de la inversión. Pero «para ella» mienta la conciencia,
que como autoconciencia despliega histórica libremente sus figuras y las
conserva en la memoria de la historiografía y de este modo se sabe en la
plenitud de su contenido. Tanto lo que es «para ella», la conciencia, como lo
que es «para nosotros», no se corresponde con el circuito de los objetos habitualmente
mentado por nosotros. Antes bien, esta distinción concierne cada vez al
espíritu absoluto, y a saber en el «para ella» al espíritu absoluto en su
historia, en el «para nosotros» al espíritu absoluto en la historicidad de la
historia de su aparecer. La historicidad es la sistemática desplegada, es
decir, la organización del trabajo del concepto. (Comp. la proposición final de
toda la obra). Pero lo que en la experiencia de la conciencia es «para
nosotros», la verdad esencial de su objetividad, se muestra sólo según la
inversión. En ésta tomamos al objeto no según lo que por el contenido nos atrae
en él, de modo que dirigiéndonos hacia él lo tomemos por delante. En la
inversión de la conciencia, es decir, en el mirar a la objetividad del objeto,
no nos dirigimos a éste sino que vamos en torno y lo tomamos en cierto modo por
detrás. Pero la objetividad a la que mira la experiencia que invierte, es la
conciencia misma. Por ello Hegel dice acerca del origen del nuevo objeto, que
«en cierto modo procede detrás de sus espaldas (a saber, de la conciencia)»
(ibid.). Para la conciencia, es decir, «para ella», todo lo que en ella se
origina es sólo como lo originado mismo. «Para nosotros» el objeto originado es
como el «nuevo verdadero objeto», es decir, en su originarse, es decir, el
objeto «al mismo tiempo como movimiento y devenir» (ibid.). Pero este
originarse es en su originamiento la esencia y la verdad de la conciencia. Este
originarse es con ello, como esta esencia, un necesario destacarse, una
necesidad de la conciencia misma, si por otra parte su verdad es la
incondicionada certeza de sí misma en la integridad de lo esencialmente por
saber. Ahora se hacen más comprensibles las proposiciones con las que concluye
el parágrafo 15 y a la vez conduce a un breve parágrafo intermedio, que
conforma el puente al parágrafo 16 como capítulo V: «Sólo que esta necesidad
misma, o el origen del nuevo objeto, que se ofrece a la conciencia sin saber
cómo le acontece, es lo que para nosotros en cierto modo procede detrás de sus
espaldas. Llega a través de ello, a su movimiento, un momento del ser en sí o
ser para sí, que no se presenta a la conciencia, que es concebida en la
experiencia misma; pero el contenido de lo que se nos origina, es para ella, y
nosotros concebimos sólo lo formal del mismo o su puro originarse; para ella es
esto surgido sólo como objeto, para nosotros al mismo tiempo como movimiento y
devenir» (ibid). De ahí resulta que la presentación trascendental sistemática
no es propuesta como añadidura de la experiencia de la conciencia, sino que la
misma experiencia como el hacer surgir al «nuevo verdadero objeto» es un
a-cusar y con ello una pre-sentación. Este presentar sigue al regreso de las
condiciones al condicionamiento de lo incondicionado y es a través de ello un
curso, que recibe su necesidad de la esencia de la objetividad del nuevo
objeto. De este modo se da para Hegel la proposición, en la que resume la
discusión vigente de la «Introducción», para expresar a través de ella la
interpretación del título de la obra: «A través de esta necesidad es este
camino hacia la ciencia, ya él mismo ciencia, y con ello, según su contenido
ciencia de la experiencia de la conciencia» (ibid). En otras palabras y dicho
retrospectivamente al inicio de la «Introducción» esto significa: la
«experiencia de la conciencia» es la perteneciente a su esencia y a ella como
curso que conduce a la auto— conciencia. Porque el conocer del absoluto es
esencialmente curso, es decir, camino, el examen que examine al conocer
absoluto nunca puede tomar este conocer como un «medio», ni como un
«instrumento» disponible, ni como un «medium» presente ante la mano. La
presentación del saber que aparece es, en tanto la ciencia incondicionada
trascendental-sistemática, aquello hacia donde la misma experiencia de la
conciencia se despliega: el éter a ella adecuado. El aparecer de esta ciencia
no incurre en la apariencia de cualquier entrar en escena, a tiro de pistola,
en un circuito indeterminado. El aparecer de la ciencia es el presentarse de la
experiencia, que —desde su esencia, a saber, desde la inversión— inaugura el
ámbito del aparecer de la conciencia para ésta, pero a la vez determina
necesariamente también el inicio, el progreso y ante todo el objetivo del curso
del aparecer. (Comp. Prefacio, sobre la «experiencia», p. 32)[143]. En el mismo
regreso, ya trascendentalmente dirigido, de la conciencia absoluta desde la
alienación a sí misma, se realiza justamente el aparecer del condicionamiento
de lo incondicionado. La conciencia aparece, es decir, sale de sí a la «vista»,
en tanto vuelve a sí. Se manifiesta en la entrada a su concepto (λόγος), que es
para sí misma. La conciencia es φαινόμενον, lo que aparece, como λογία en el
modo de tal ciencia. La conciencia es conciencia como «Fenomenología». Pero
porque la conciencia es el saber que aparece, mas el saber absoluto de sí es el
espíritu, la Fenomenología es esencialmente «la Fenomenología del espíritu». En
el curso de su aparecer la conciencia, porque se destaca en el regreso, es
esencialmente una «inversión». Pero si la inversión es nuestra «intervención»
para con el «mirar», entonces esta intervención no agrega nada extraño a la
conciencia. Sólo lleva el mirar a la realización de su más íntima esencia. Es
el acto primero y sumo del mirar, que de este modo previamente mira, es decir,
mira y atiende a que el absoluto sea considerado como absoluto y de este modo
llegue a aparecer sólo él y no cualquier otra cosa. La «experiencia de la
conciencia» es la «fenomenología del espíritu». Pero la «experiencia» es sólo
tal en tanto se presenta, es decir como ciencia. La «Ciencia de la experiencia
de la conciencia» es la «Ciencia de la fenomenología del espíritu». Recién
ahora podemos advertir el contenido oculto de estos dos títulos. En primer
lugar y directamente el título «Ciencia de la experiencia de la conciencia» nos
designa una ciencia «de la» experiencia, experiencia que es hecha «sobre la»
conciencia. Pensamos ambos genitivos como genitivus objectivus y asimos el
título en tanto aseguramos su contenido significativo en la palabra,
primeramente nombrada, «ciencia». Pero si tenemos ahora memoria de la
dilucidación dada de la «Introducción», entonces sabemos que la misma
conciencia exige y realiza a partir de sí la «experiencia», de modo que esta
experiencia que se realiza debe necesariamente presentarse como ciencia. Luego
tenemos que entender el título a partir de su última palabra, en dirección
contraria. Esta «inversión» significa a la vez, que los genitivos tienen que
ser pensados no como genitivus objectivus sino como genitivus subjectivus. La
conciencia es el sujeto, lo fundamental de la experiencia; ésta es el sujeto de
la ciencia. Pero este genitivus subjectivus es aquí, donde la palabra
«conciencia» es el «sujeto» no sólo gramática lógicamente sino según su
contenido esencial metafísico, un genitivus subjectivus en «sentido enfático»;
pues la conciencia es esencialmente «sujeto» con el significado de
«autoconciencia»; pero cuya esencia consiste en que se sabe a sí misma, en
tanto sabe al mismo tiempo su otro, es decir, el objeto. Con referencia a la
subjetividad nombrada esencialmente en el título a través de la palabra
«conciencia», no puede entonces el genitivus subjectivus ser uno tal en sentido
habitual, sino dado que el sujeto siempre permanece referido al objeto, es al
mismo tiempo también un genitivus objectivus. De allí que el título tenga que
ser pensado de tal modo que los genitivos sean entendidos primero, es decir, de
manera determinante, como genitivus subjectivus, lo que sin embargo incluye
entenderlos a la vez como genitivus objectivus. Sólo que no alcanzaríamos aún
el núcleo de la verdad del título, si pensáramos que los genitivos tuvieran que
ser pensados tanto como «subjetivos» que como «objetivos». Lo decisivo reside
en reconocer que no alcanza ni la interpretación «tética», que se encuentra
primero, del título (en el sentido del gen. obj.), ni la «antitética» (en el
sentido del gen. subj.). El genitivo por pensar aquí es el «sintético», pero
que no acerca ambos con ulterioridad, sino piensa originariamente el fundamento
de su unidad. Y este fundamento es la esencia de la misma «experiencia», en la
que el saber que aparece, la conciencia, se aparece a sí misma en su aparecer
como «ciencia». El «genitivo» por pensar aquí es el originariamente sintético,
es decir, el genitivo «dialécticoespeculativo», en cuyo modo habla por doquier
el lenguaje de esta obra. Tomado rigurosamente, el lenguaje no tiene ninguna
forma «gramática» para estas referencias de la esencia de la conciencia, es
decir, para la realidad de lo real pensada moderna-metafísica— mente. El
lenguaje, que según Hegel siempre «expresa» sólo inmediatamente lo universal y
de este modo se aparta de sí, no es capaz entonces de decir lo que se ha de
pensar en dirección contraria a toda manifestación del espíritu, a saber, en
atención a su regreso a sí mismo. Por ello el lenguaje tiene que desaparecer
frente a la «conciencia misma» por pensar en verdad, exactamente como en tanto
expresión en la comunicación del sonido se va extinguiendo con éste. Hegel dice
una vez en sus «Cursos de Jena», que en partes esenciales preparan la
elaboración de la «Fenomenología del espíritu»: «El lenguaje tiene que ir
extinguiéndose en la conciencia, así como se va extinguiendo hacia fuera[144]».
Por lo tanto, entendemos la primera, determinante comunicación de la
«Fenomenología del espíritu», es decir, su primer título elegido e interpretado
en la «Introducción», «Ciencia de la experiencia de la conciencia», tan sólo
cuando el sonido de la palabra y la comprensión sugerida primero por éste se
nos ha verdaderamente desaparecido en el saber. Pero este desaparecer tiene que
realizarse en el hacer desaparecer. Ello sucede en la «experiencia» de que
ninguna interpretación de los «genitivos» es suficiente, sean tomados por sí o
juntos, para captar lo esencial. Mas porque sucede así con el lenguaje del
pensar pensante, no está abandonado a la arbitrariedad, sino atado a un rigor,
con respecto al cual toda mera adecuación a los objetos del describir y relatar
queda infinitamente rezagada. Pero entonces ¿por qué Hegel ha hecho desaparecer
el título «Ciencia de la experiencia de la conciencia»? ¿Le estaba la palabra
«experiencia» demasiado fuertemente gravada en dirección del empleo no
especulativo, es decir, «empírico»? Sólo que la palabra «experiencia» y
«experimentar» vuelve continuamente a la obra —y a saber en el sentido de la
«Introducción»— en el curso de la «Fenomenología del espíritu», asimismo
impreso en cursiva en el Prefacio, escrito después de la Introducción
(Hoffmeister p.32) (lo inmediato como lo inexperimentado). Entonces esta
palabra y lo que ella significa no puede oponerse al mismo espíritu y su
«fenomenología». Y tampoco le es opuesto. Pues, ¿qué es el «espíritu»? Hegel
concluye su segundo y definitivo sistema, el «sistema-Enciclopedia», no con una
palabra propia, sino con un texto griego, cuyas proposiciones están tomadas del
libro Λ de la «Metafísica» de Aristóteles (cap.7). En las proposiciones habla
el inicio de la metafísica occidental, como cuyo acabamiento Hegel entiende su
propia obra. En las proposiciones hace decir al mismo espíritu de la metafísica
occidental, desde su inicio, lo que el espíritu es. El espíritu es el νους. Y
de la «realidad» del νους Aristóteles dice en el pasaje citado por Hegel: «ή
γάρ νου ένέργεια ζωή» (Λ 7,1072 b 27). «El estar a partir de sí en la obra, es
decir, el estar presente del percibir a la presencia de todo presente, es
vida». Modernamente traducido: «La realidad del espíritu, a saber, es vida».
2. Proposiciones conductoras con respecto al concepto de
experiencia de Hegel Entonces sabemos: La conciencia es el espíritu que
aparece, por lo tanto «la vida» en su aparecer-se. Pero si la «experiencia» se
determina a partir de la esencia de la conciencia, surge su esencia de la
esencia «de la vida». A la vida pertenece la «experiencia». Vivir la «vida» no
significa otra cosa que estar experimentado en la experiencia de la vida. Si
reflexionamos en este contexto, entonces ya no puede extrañar que en el
concepto de «experiencia» de Hegel, justamente porque está tomado
trascendentalmente y de este modo mienta el experimentar no empírico,
especulativo del espíritu, vengan a luz los elementos esenciales ocultos y
dispersos de la «experiencia». Sea intentado, en la serie de sucintas
proposiciones conductoras nombrar los momentos esenciales, que se manifiestan
en tal concepto. 1. La experiencia es pervagari — un recorrer que atraviesa
cursos. 2. Pero este experimentar que recorre no se atiene a los caminos
desgastados, sino que tan sólo en el atravesar abre los cursos para los
pasajes. 3. El experimentar que recorre-inaugura es experiencia en el sentido
originario de la πείρα. Ésta mienta el aventurarse a algo a partir del mirar a
lo que allí sale, es decir, aparece. El «aventurarse a…», en cierto modo el
«aceptar» al enfrente para la competencia, trae cada vez, de un modo u otro,
una decisión. La experiencia es la confrontación con algo, es «dialéctica», en
tanto la confrontación[145] esencialmente pone a luz lo confrontado, es decir,
[lo] hace aparecer. 4. Como este aventurarse a algo, que hace aparecer, el
experimentar pone a lo que allí sale (nuevo) en una relación con lo vigente. La
experiencia es un ponderar, ensayar y examinar. La εμπειρία es el andar e ir y
estar en la πείρα, el mirar que se aventura, [que] examina. 5. Porque sin
embargo el aventurarse pasa cada vez a través de una decisión, la experiencia
es respectivamente en cualquier aspecto una rectificación; y con ello el
decidir que se encuentra en la experiencia se acusa como la decisión sobre lo
correcto e incorrecto, sobre lo verdadero y no verdadero. La experiencia,
porque es rectificación, hace surgir cada vez un nuevo verdadero objeto. 6. Las
experiencias no se hacen por sí mismas. Hacemos experiencias siempre nosotros
mismos en el modo de un proceder y ocuparse. El experimentar sale expresamente
a su ámbito y es como organización ningún tomar-conocimiento casual, sino un
experiri, un experimentum. Donde el proceder del experimentar toma el carácter
de acometida a los fenómenos dueña de sí, la experiencia engendra al
«experimento» en el sentido moderno de la intervención técnica. En tanto el
experimentar se aventura a algo, hace también a lo emprendido «llegar a algo»
respectivamente. El experimentar no es sólo un ponderar y examinar, sino a la
vez un atreverse. 7. En el atreverse y aventurarse, el experimentar interviene
(eingreift)[146] en lo que aparece, y de modo que este intervenir justamente
produce a lo que aparece en su aparecer. El producir interviniente y asidor,
que se pone al servicio del aparecer, es la esencia del trabajo. La experiencia
es esencialmente trabajo. En tanto la experiencia es experiencia de la
conciencia y ésta es para sí misma su concepto, el mismo concepto tiene que ser
«trabajo». Hegel habla, por ello, reiteradamente del «trabajo del concepto». No
mienta con ello el esfuerzo y fatiga corporal-anímicos del pensar, sino el modo
esencial de proceder en el concebir, el cual a consecuencia de éste toma a su
cargo el hecho de la intervención [Zutat] y está al servicio de la «inversión».
8. El carácter de trabajo de la experiencia no excluye sino incluye, el que en
todo experimentar y hacer-experiencias se encuentre un «pasar por» en el
sentido del sufrir y soportar. El experimentar soporta la violencia de aquello
hacia lo cual se ha elevado y en todo caso se ha aventurado. La riqueza de la
experiencia se determina a partir de la fuerza de sufrimiento. 9. A una con
este momento del «pasar por» de las experiencias, la experiencia es «dolorosa».
El dolor de la experiencia no es una consecuencia de ella misma al modo de una
repercusión sobre nuestro estado corporal-anímico. El dolor es antes bien la
más íntima esencia de la experiencia, en la que todos los momentos antes
mencionados tienen su unidad y determinalidad. El dolor es esencialmente
conciencia y saber. El dolor es la esencia del saber, en tanto éste es
continuamente un pasaje por las rectificaciones, que cada experiencia contiene.
Toda experiencia, esencialmente entendida, es un des-engaño. Hace resultar lo
antes sujetado como no sólido. Aun la así llamada «buena experiencia» que
hacemos con algo, es un des-engaño. Somos en tales casos «gratamente»
des-engañados. Pero entonces ¿puede no ser, sin embargo, toda experiencia
«dolorosa»? No obstante, toda experiencia es un dolor, dolor en el sentido de
la conciencia de traslado a la necesidad del pasar por del des-engaño, como el
único camino de la verdad de la conciencia a sí misma. Porque la conciencia es
autoconciencia, nunca es la diferenciación indiferente de sí misma con respecto
a sí misma, sino en este diferenciado sí mismo sólo es igual a sí misma como el
ser otro con respecto a otro. Este múltiple acorde diferenciación de la
conciencia en sí misma, el sí misma en el modo del absoluto ser otra, es el
fundamento esencial del desgarro, que aparece en cada grado de la conciencia,
en tanto no es absoluto en sentido absoluto. Pero porque la experiencia en el
volverse a la alienación y desde ella de retorno pasa por el desgarro de la
conciencia, es como saber de éste el dolor mismo (Acerca del desgarro, el dolor
y el trabajo de la negatividad comp. el Prefacio, p.29, especialmente p.20
sobre la esencia del absoluto. —«Dolor» comp. también conclusión de «Fe y
saber» I, 157[147] —Experiencia como valor — el ánimo sabedor). Toda
experiencia es, como experiencia, dolorosa, porque en tanto experiencia es una
«mala experiencia», es decir, una tal en la que se manifiesta la malignidad (no
la maldad moral) de la violencia de lo negativo. También la experiencia
aparentemente «buena» y «grata» es, entendida esencialmente, «mala». De tan
abismal esencia es la experiencia. Hegel, si por otra parte había concebido el
aparecer de la conciencia como un curso de esencial des-engaño, tenía que
haberse encontrado con esta esencia de la experiencia, que es la esencia misma
de la vida. Ante este concepto cumplido de la experiencia, el concepto de
experiencia de la empiria y de los empíricos es sólo el sedimento insípido y
seco de una bebida antes viva. Y no obstante Hegel hizo desaparecer el título
«Ciencia de la experiencia de la conciencia». ¿No le era sin embargo la plena
esencia de la «conciencia» bastante uniformemente presente, para que pudiera
hacerse valer como palabra conductora del título? ¿Por qué el título quedó
suprimido? No lo sabemos. Suficiente [es] que nos haya quedado conservado como
extraño impulso a una reflexión, que a través de ello se ve impelida a la
confrontación con la metafísica absoluta y de este modo es preparada al dolor
de la desaveniencia con ella.
V La metafísica absoluta (Esbozos del parágrafo 16 de la
«Introducción») 1. Aspectos esenciales. La objetividad y «la ciencia». La
«Fenomenología del espíritu» es la historia conceptual del absoluto que
aparece, la historia del espíritu «según (…) su organización conceptual» (comp.
proposición conclusiva de la obra) —es decir, [la historia] de su sistemática —
el sistema. El estar conjunto en una conciencia única, que es autoconciencia
incondicionada y consiste en este estar conjunto para sí. Pero las «formas» de
la sistemática no son especialidades impuestas a la conciencia («organización
vacía» — de ninguna manera se da), sino que estas formas son ellas mismas las
figuras[148] esenciales ocultas de la conciencia, es decir, su objetividad para
ella misma (el nuevo verdadero objeto). Y en esta objetividad justamente no
sale la forma de la conciencia, sino ella misma en su más íntima esencia como
«forma» — como «yo pienso». La forma de la organización y la negatividad. La
negación de la negación. El decidir se encuentra aquí profundamente oculto: que
en general se esencia «conciencia» y objeto y objetividad en la primacía del
absoluto. La verdad como certeza. El ser como idea y categoría. Ser como
objetividad e «idea».— Ser y pensar. 2. Perspectiva 1 «La certeza sensible
misma» «es» «sólo esta historia y su experiencia». Su verdad, es decir, su
certeza, es decir, la autocerteza de la conciencia que le corresponde, consiste
en el «movimiento» (μεταβολή) del hacer surgir el nuevo verdadero objeto (Introducción,
parágrafo 14). («Movimiento» es aquí representante, de modo que re-presenta, es
decir, les] un vuelco representativo (έκ — εις) del representar como de un
poner-se[149] — «Movimiento», no «cambio de lugar»). Objeto: 1. el nuevo, 2. el
verdadero. Experiencia —no de «otro» objeto, sino del mismo, de tal modo que
éste en la experiencia resulta otro. La verdad de la certeza sensible en tanto
del saber inmediato es mediación. La objetividad del nuevo verdadero objeto es
medialidad (negación de la negación). La objetividad (incondicionadamente
trascendental) es la «negatividad». Cómo se relaciona la «negatividad» con la
objetividad determinada en primer lugar por Kant: Objetividad y certeza.
Certeza y «la ciencia». «La ciencia» y su justificación: en tanto el hacer
aparecer su concepto. La ciencia y el sistema. 3. El rayo del absoluto.
Perspectiva 2 El «sistema» y el «objeto» — (el «co-existir»), deducción
trascendental #16. La «Fenomenología del espíritu» y la Lógica (comp. «Lógica»
1812, p. X) [150] . «Introducción» — Examen del conocer. — Conocer como
«instrumento y medio». — Conocer como «camino», como curso, como «movimiento».
Ahora claramente: conocer como el «movimiento de la experiencia». Pero ésta en
cuanto certeza ella misma la «verdad» del absoluto. El camino es la verdad
misma —lo verdadero que aparece en su aparecer y brillar—. Este brillar es el
irradiar del mismo absoluto. El rayo, que «nos» toca —«a nosotros», los
interrogadores trascendentalmente incondicionados, es decir, espectadores— en la
«intervención» de la vista al nuevo verdadero objeto. El «hecho[151]» es sólo
realización de lo ya acaecido. 4. La Fenomenología del espíritu Hegel -
Descartes (objetividad y verdad en su unidad). Comp. «Fenomenología»,
«Introducción», parágrafo final y «Lógica» 1812, «Introducción», p. Xs[152].
Aquí dice Hegel: «En la Fenomenología del espíritu (atender el título
abreviado) (Bamberg y Wurzburg 1807) he presentado la conciencia en su avance
desde la primera inmediata oposición de sí y del objeto hasta el saber
absoluto. Este camino recorre todas las formas de la relación de la conciencia
con el objeto, y tiene el concepto de la ciencia como su resultado. Este
concepto no requiere por lo tanto (prescindiendo de que surge al interior de la
Lógica misma) aquí de ninguna justificación, porque la ha recibido aquí mismo;
y no es hábil de ninguna otra justificación más que sólo esta producción del
mismo por la conciencia, en la que sus propias figuras todas se resuelven hacia
el mismo (el concepto) como hacia la verdad». Aquí se hace claro que a pesar de
todos los restos de figuras del espíritu, en la transformación trascendental,
sí, como consecuencia de ésta, recién se consuma verdadera y propiamente el
cuestionar de Descartes. «La ciencia» = el saber del saber absoluto: la certeza
incondicionada como la realidad misma. Pero esta realidad es la objetividad del
pensar incondicionado (yo pienso). 5. El movimiento Importante la aclaración
del concepto «movimiento» 1. a partir de μεταβολή 2. atendiendo al re-presentar,
mirar-intervención, in-versión 3. con inclusión del sobreasumir 4. atendiendo
al conocer como un «camino», el espíritu — curso 5. como determinación del
«devenir». 6. El estar-en-juego [Das Bei-her-spielen] Aislamiento en la esencia
del intuir: inmediatamente representado algo singular, a) a partir del objeto,
b) a partir del modo de desasimiento. La particularización, esencial en toda
conciencia — a partir de la «reflexión» y el aparecer. * El principio supremo
de Kant de todos los juicios sintéticos y la fórmula hegeliana del Prefacio a
la Filosofía del derecho dicen ambos a su manera, que ser es realidad —
objetividad; que verdad es — certeza. 7. El examinar «El examinar» — de la
experiencia — la inversión trascendental incondicionada. Hegel no niega la
precedencia de un examen del conocer absoluto antes del conocimiento absoluto
acabado del absoluto. Pero su esencia es de otro tipo, a saber el dejarse tocar
por el rayo — seguir al rayo. Por lo tanto viceversa: Seguirlo, alcanzados y
conducidos por él. La inversión. 8. El carácter onto-teológico Dónde está
fundado el carácter onto-teológico de la metafísica (el rayo). Cómo una
procedencia del τό γάρ αύτό νοειν έστίν τε καί είναι. * La metafísica absoluta
del idealismo alemán: no un precipitado trascender las fronteras, sino la
seriedad del comenzar en serio con lo abandonado. No precipitadamente, sino
[con] la suprema circunspección, que primero y decididamente mantiene firme la
consideración de todo lo que hay aquí (lo incondicionado). De todo otro modo aún
es circunspecto el pensar según la historia del ser, tan sólo a partir del cual
resplandece la esencia de la metafísica absoluta. 9. La inversión El pensador
(el hombre) está tocado por el rayo y a partir de este contacto, tan sólo
adecuado a él, puede pensar el absoluto. El pensador piensa a partir de sí
hacia el absoluto, y en tal figura se da su conocer. Pero éste es, viceversa,
el irradiar de la verdad sobre el pensador. Entonces éste, para conocer
verdaderamente, tiene que seguir a este irradiar. Entonces tiene que realizar
una inversión y un CONVERSIÓN - ¿y hasta
qué punto se adecúa a lo que el mismo absoluto tiene que exigir, para mostrarse
en su curso? 10. Los alemanes y la metafísica Para los alemanes podría llegar
el instante histórico en el que tuvieran que advertir lo que les espera como lo
suyo propio. Esto propio sólo se deja apropiar en la confrontación esencial,
que hace ser cuestionable a lo esencial. Hasta hoy la relación alemana con la
metafísica del idealismo alemán permanece enredada en un «o — o», cuyas razones
históricas han de ser omitidas aquí. O rechazo ciego = irrazonable de la
metafísica absoluta, o una igualmente ciega repetición y ello en la mala forma
del disponer para las necesidades de la época. El hundirse en este «o — o»
contiene el peligro del ocaso. 11. El absoluto y el hombre El absoluto no es
entrado por la fatiga y dolor del conocimiento. Comp. Schelling VII, 135[153] .
No dar algo, sino apartar lo casual. Lo restante — la esencia del hombre mismo.
¿Qué es esto? ¿Y de dónde y cómo determinar? ¿Cómo es el hombre, es
respectivamente en su esencia o también sólo en camino a ella? ¿De dónde y
[según] qué señales? 12. La reflexión — la repercusión — la inversión La
«inversión de la conciencia» [es] nuestra intervención, a través de la cual la
serie de fenómenos se invierte. La serie no es para la conciencia, que
consideramos, sino «para nosotros». Pero ¿quién nosotros? Los filosóficamente
pensantes. La filosofía — nada fuera ni nada que ingrese. La inversión de la
serie de fenómenos («toda la serie de figuras esenciales de la conciencia»);
las experiencias no «hechas» por nosotros, sino asumidas — pero en la
inversión. Sin embargo, también esta inversión de la experiencia [es] exigida
como trascendental, es decir, a partir de la esencia de la reflexión,
necesaria. Sólo esta necesaria inversión — su necesidad misma es el «para
nosotros». Pero sin embargo no propiamente sólo «por» nosotros. Más esta inversión exige luego una conversión
en su volver a nosotros 13. Proyecto e
inversión El filósofo no se da una relación con el absoluto, sino que se olvida
en esta relación, que ya es. Pero el olvidarse [es] su intervención — y no
nada. Olvidarse — es decir, dejar dominar el rayo. Iluminado: ser un rayo, pero
éste [es] el alumbrar que se muestra. Con este rayo sobre sí, el pensador,
dirigirse a. Por lo tanto, estar fuera de sí y venir al encuentro de sí y
aportar. Fuera de sí — en el proyecto. ¿Qué cosa proyectar? Lo que aparece —
«objeto». ¿Cómo, sobre qué? Su objetividad. Acusar el qué — añadir el cómo.
Pero el cómo sólo en el modo y secuencia de su aparecer. 14. Las experiencias
en tanto trascendentales La posibilidad y necesidad de las experiencias de la
conciencia se encuentra en ésta misma como «reflexión», en la que el absoluto
se quiere revelar a sí mismo en su verdad. Esta voluntad [es] su — realidad.
Esta «reflexión» es el reflejar de la propia luz en sí misma y de este modo el
mostrarse — el irradiar. El rayo es reflexión. Nuestro conocer — una
«inversión», que es exigida por la misma «reflexión» y que dará paso a una conversión
que es la que nos da el concepto pero este es un pensarse de Dios mismo en
nosotros por lo mismo el concepto será rechazado vomitado una y otra vez
repitiendo el proceso de negación de la negación . La «experiencia» es movimiento, es hacerse
conciente de la esencia del espíritu que experimenta, es la filosofía misma
como historia de la experiencia esencial del absoluto. La experiencia es la
objetividad del oponerse del espíritu, la «aparecibilidad» del mismo aparecer.
Lo volitivo de la voluntad — la realidad de lo verdadero. «La conciencia misma»
es «concebida» en esta experiencia y «el contenido». Lo experimentado es para
ella. Qué saber incondicionado (presentar) exige con ello la experiencia de la
conciencia para sí misma — la experiencia de la conciencia. 15. La metafísica
de Schelling y Hegel La metafísica de Schelling y de Hegel como acuñada por la
filosofía trascendental de Kant (?) y retroceso esencialmente aclarado a
Leibniz, de modo que su metafísica es ahora concebida metafísica— mente en
sentido trascendental-óntico. 16. «Fenomenología» y absolutez Conclusión: comp.
parágrafo 13. Pregunta: ¿Qué significa el desaparecer de la «Fenomenología del
espíritu» del rol decisivo en el sistema? Si sistema es el mismo absoluto —¡de
este modo el absoluto aún no en su acabada absolución! Pero esta absolutez se
torna decisiva, ¡porque el olvido del ser se ha consumado en la absoluta
certeza! Todo en caminos, es decir, nada más. Referencia al «hombre». ¿En qué
sentido? (Comp. en Schelling, Antropomorfismo). La esencia absoluta de la
relación. El hombre y el ser. 17. Confrontación con Hegel 1. Conciencia, de
allí 2. Lo trascendental — ser como objetividad, el antiguo no verdadero objeto
— realidad como idea. 3. La verdad como certeza. 4. El hombre como sujeto —
autoconciencia. 5. El máximo ente — lo absoluto; subjetividad como
sujeto-objeto incondicionado. 6. El sistema y la organización de la historia.
Metafísica absoluta y técnica. 7. El nuevo verdadero objeto, es decir, entidad
como entidad concierne es objeto del representar. Poner-ante-sí — voluntad
sabedora — ser como voluntad. El absoluto quiere estar con nosotros. 8. La
negatividad y la verdad del ente como ser. 18. Hegel (conclusión) Metafísica
absoluta, especulación incondicionada y «experiencia» Experiencia —comp.
«Enciclopedia» (7/8). El principio de la modernidad. El estar-allí del hombre;
no sólo «también» allí, sino instancia esencial de legitimación — ante el
entendimiento [Einsicht] —evidencia. (Comp. 37 y sigs). «Empirismo».
Subjetividad. La metafísica absoluta como moderna. Experiencia, no
«positivismo» y ciega sensibilidad y «hecho», sino en el sentido esencial de la
certeza.
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