martes, 2 de julio de 2024

La Matria, la Maestra, la Novia

 

La Matria, la maestra, la novia  

 Aquella que custodia el lenguaje

Transcurre el curso académico 1929-1930 en la Facultad de Letras de La Sorbona -Universidad de Paris-. Dos jóvenes complementan su formación con estudios universitarios de filosofía. No se conocen aún personalmente y, posiblemente, ninguna de las dos sospeche que, con el correr de los tiempos, se convertirán en destacados referentes intelectuales del siglo XX.

Tienen prácticamente la misma edad, son brillantes, líderes en el mundillo universitario y ocuparán las dos primeros puestos de su promoción. Son, nada más y nada menos, que Simone Weil y Simone de Beauvoir. Gracias a esta última, sabremos cómo se conocieron y el significativo diálogo que intercambiaron. El hecho quedará recogido en su Memorias de una joven formal, primera parte de la autobiografía de la pensadora.

 

Mi obstinación me impidió sacar provecho de mi encuentro con Simone Weil.

Al mismo tiempo que preparaba la Normale, cursaba también en la Sorbonne para los mismos títulos que yo. Me intrigaba por su reputación de gran inteligencia y su curiosa forma de vestir; deambulaba por el patio de la Sorbonne, escoltada por una verdadera banda de antiguos alumnos de Alain; en uno de los bolsillos del chaquetón llevaba siempre un número de Libres Propos, y en el otro, un ejemplar de L’Humanité. (1)

Por aquel entonces una hambruna acababa de devastar China, y me contaron que, al enterarse de la noticia, se había echado a llorar. Unas lágrimas que me obligaron a respetarla más aún que sus dotes filosóficas. Pues envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero. Un día logré acercarme a ella.

No sé cómo entablamos conversación; afirmó de manera tajante que solo una cosa importaba hoy: una revolución que permitiera comer a todo el mundo; yo le contesté, de forma no menos tajante, que el problema no era lograr la felicidad de los hombres, sino dar un sentido a su existencia.

Mirándome de arriba abajo, me dijo: «Ya se ve que nunca has tenido hambre»; y hasta aquí llegaron nuestras relaciones. Me di cuenta de que me había catalogado como «una pequeña burguesa espiritualista», lo que me irritaba […]. Me creía liberada de mi clase.

(1) -Alain: pseudónimo de Émile-Auguste Chartier, filósofo francés. -Libres Propos: revista fundada por Alain. -L’Humanité: diario francés, fundado en 1904 por el dirigente socialista Jean Jaurès.

Los actores jamás irán al infierno, porque ellos repiten su acto y en cada repetición hay una diferencia , por eso Grotowosky solo se sentaba a ver a sus actores los cuales repetían una secuencia mil veces hasta lograr liberarse en ella  y entonces ¿Para qué  la conciencia? Basta la repetición de la existencia y seremos libres, o ¿Seremos más bien higueras sin fruto? El actor puede variar, puede improvisar y cada improvisación está viva es diferente, pero dentro de un mismo sistema que lo va explotando y sin lograr ser consciente de su propio trabajo, la maestra, la Matria Simone Weil, pasa del espíritu de la negación de la negación al trabajo a la afirmación dela afirmación del espejo de Zizek al espejo de Deleuze y luego quiere llevar a los trabajadores al espíritu en ese esfuerzo desgarrador pierde su vida, Emanuel te ruego presta atención a esta vida que es filosofía.      

 

 

UN ASPECTO POLÉMICO EN EL PENSAMIENTO DE SIMONE WEIL : EL DESCONCIERTO GENÉRICO Beatr iz S imó Ro ig Madrid A medida que se han ido publicando los libros de Simone Weil, casi todos póstumos, una furia de pertenencias la reclaman: el pacifismo, el marxismo, la iglesia católica, el feminismo de la diferencia. Quien deseó por encima de todo preservar su independencia de pensamiento y hizo profesión de no estar adscrita a nada que pudiera mermarla, se encuentra invocada hoy, cual patrona gremial, por una profusión de teorías e instituciones. Bajo la idea de desconcierto genérico, me propongo abordar el equívoco que subyace en los textos y en los posicionamientos de S. Weil a la hora de percibirse y de adquirir conciencia de sí como ser humano, en rebeldía por su pertenencia al sexo femenino. Es un caso paradigmático de rechazo hacia lo que el imaginario de la época entiende por mujer. Por otro lado, quisiera poner también de manifiesto la ceguera de sus mejores comentaristas y biógrafos –pienso en Jacques Cabaud y en Simone Pétrementen lo que esta faceta se refiere. Modestamente pensamos que no la han entendido por desconocimiento de instrumentos teóricos adecuados, como por ejemplo, los que podría suministrar una teoría feminista de corte ilustrado. Finalmente aludiremos o los colectivos que la reivindican como figura afín, para interrogarnos acerca de su pertinencia. Weil interiorizó el hecho de ser mujer como una mala suerte, para empezar. Mala suerte que ella trató de contrarrestar renunciando a considerarse tal y a ser considerada como tal por los demás. Cabe preguntarse como se puede hacer efectiva esa renuncia, sobre todo para sí misma, en definitiva, de que connotaciones negativas carga el hecho de ser una mujer, como para tratar de desentenderse de ello. Dado que el tema de la opresión de las mujeres no fue objeto de su reflexión y por lo tanto no lo tematizó teóricamente, aunque se topara en propias carnes con las consecuencias indeseadas de la exclusión, pensamos que trató de esquivar el problema por la vereda de una presunta universalidad el género humano en la que se podía sentir incluída. Ahora bien, esa universalidad es cierta de derecho, pero no de hecho. Su modo de vivirla no parece haber reparado en ello. 

 

 

De haber nacido un par de años antes no hubiese podido acceder a l’École Normale, por poner un ejemplo. Sin embargo con qué buen criterio ahonda en el análisis de la opresión en el que fuera su libro más querido, Réflexions sur les causes de la liberté et de l’oppression sociale: “Se trata de conocer lo que vincula la opresión en general y cada forma de opresión particular al régimen de la producción, de comprender por qué surge, subsiste, se transforma, en virtud de qué podría desaparecer”. La orientación marxista de este análisis no olvida ningún resquicio, excepto el genérico. Simone Weil tenía un deseo explicito de no hacer suya la llamada “naturaleza feminina” hasta el punto de firmar en masculino las cartas dirigidas a sus padres, en quienes tenía plena confianza. Tanto Cabaud como Pétrement insisten en afirmar que la madre, Selma Weil, se había esforzado en desarrollar en su hija las virtudes masculinas más que el carácter femenino. Nos llevaría muy lejos discutir la supuesta naturaleza femenina a quienes pensamos, con el existencialismo de corte sartreano, que no existe siquiera la naturaleza humana, sino la condición. Las facultades críticas de Pétrement se sienten desfallecer en este terreno cuando afirma: Se espera de una mujer que, en la medida en que es natural, muestre una naturaleza femenina. Simone Weil no quería poseer este tipo de naturaleza. Resulta casi ocioso insistir en que no fueron valores masculinos – sobre los que también cabría preguntarse qué son – los que la familia inculcó en S. Weil; simplemente no obstaculizaron en su hija, la emergencia, desde muy niña, de otro orden de preocupaciones. No la obligaron al aprendizaje de la llamada feminidad y, como dicho aprendizaje no tiene nada de natural sobre todo a principios de siglo, sino que representa una lucha continua contra la más inocente espontaneidad, la crítica, aun la más benigna, la acusa de voluntarismo en querer llevar una vida de hombre. El rechazo que Weil siente es hacia el imaginario femenino de la época, porque lo percibe como inmanente, como inesencial, no destinado a la transcendencia que busca. Su autoexclusión en este sentido acusa la falta de proyecto en que ve inmersas a las demás mujeres. Repetidas veces habla de la edad viril como de algo que si no logra alcanzarse como horizonte de deseabilidad, se está en la infancia aunque se tengan sesenta años. Nos llegan ecos kantianos respecto a la perpetua minoría de edad en la que se encuentra el bello sexo, con el mismo carácter de hacer culpable a la propia mujer de esa situación. Pétrement dice al respecto que los deberes que Weil se había impuesto iban a reclamar de ella virtudes viriles plasmadas inevitablemente en un aspecto exterior.

 

 

descuidado y masculino. Ni siquiera quienes más la estiman parecen reparar en la identificación acrítica de lo masculino entendido como endidad en sentido filosófico es decir conteniendo más grados de ser y lo femenino como carencia. Nos parece estar ante la tabla pitagórica de los opuestos con sus valoraciones sobre lo positivo y lo negativo y sabemos dónde queda el principio femenino. Evidentemente Weil no desconocía el origen de la palabra viril, de la misma raíz “vir” que virtud, traducción latina de la “areté” griega. Es la excelencia como posibilidad de lo humano lo que ella busca, la perfección. Si está diciendo que hasta el ser más mediocre puede acceder a ella con las actitudes adecuadas, sencillamente no se autoexcluye de esta posibilidad. De modo que ella no responde a las expectativas “propias de su sexo” ni a las expectativas de casi nada por otra parte. Pero insistimos, no se trata de una adscripción pasiva ni de una resolución hacia lo masculino como tal, sino de la necesidad de liberarse de las trabas en que se suele encerar a lo femenino. Es quitar obstáculos con objeto de estar disponible para aquello que lleva dentro, y que, según sus propias palabras vale más que ella. Es el modo en que Weil expresa la intuición de su propia genialidad. Ella misma afirma que la fuerza de un pensador se reconoce en la actitud que sostiene frente a los problemas particulares, más que en la elaboración de ningún sistema. En el Segundo sexo, Simone de Beauvoir critica el que la líbido de la mujer haya sido siempre planteada como una escisión entre tendencias viriloides y femeninas. A esta simpleza Beauvoir opone un planteamiento según el cual la mujer, igual que el hombre, tendrá que elegir entre adoptar el papel de objeto o reivindicar su libertad. Está claro lo que Weil eligió. Ahora bien, ¿cómo percibió el mundo de las demás mujeres? La mayoría de los amigos de Weil fueron hombres con quienes compartía una camaradería, bien en el intercambio de ideas, bien en la lucha sindical y obrera. En los mejores momentos afirma no percibir la menor barrera de clase ni de sexo, se siente confortada por tener conversaciones con sus compañeros de fábrica de un nivel muy superior a las miserias de la vida cotidiana que, según ella, son cosas de esclavos y de mujeres: el que los obreros la traten como a una igual socialmente colma a la burguesa que nunca se identificó con su clase; el que no perciba la barrera de sexo significa para ella no sentirse objeto de deseo, cosa que le repugna y la humilla. Durante el tiempo en que trabajó como obrera en una cadena de montaje de la fábrica Alstom, también tuvo compañeras y cuando reflexiona acerca de ellas dice que  son desgraciadas pero que no se puede hacer nada por ellas, ya que no sienten interés por las máquinas ni se preguntan por el modo en que funciona la fábrica. Este destino social, sufrido por quienes después del agotador trabajo en la fábrica han de padecer además el destino biológico, con toda la servidumbre que lleva aparejado, no la interpela de hecho; no analiza en este caso las causas del conformismo; se limita a consignar que las obreras son resignadas, con veleidades de rebelión impotentes. Una personalidad tan fuerte como la de nuestra autora, tan segura de lo que quiere y sobre todo de lo que no quiere, pudo actuar con un grado de libertad que la sitúa ya en lo excepcional incluso si hubiera sido varón. Pertenece a esa categoría de mujeres que habiendo podido librarse de la mayoría de límites impuestos a la condición femenina de principios de siglo, no ha reparado en que esa posibilidad no la tiene la inmensa mayoría de las mujeres. Es, literalmente, como si la cosa no fuese son ella, pero ni siquiera porque fuera mujer, sino porque fue particularmente sensible a todo tipo de exclusión y aquí es donde abrimos el gran interrogante: Simone Weil ha analizado como pocos las categorías de opresión, fuerza, jerarquía; nos ha facilitado la comprensión de su origen, las razones de su permanencia, la sutileza de sus transformaciones; ha aplicado el resultado de estos análisis a los más diversos ámbitos históricos, sociales y políticos. Lo ha hecho no sólo teóricamente en sus brillantes ensayos, sino involucrándose en todas las prácticas de riesgo que le han sido posibles: obrera en cadena de montajes, miliciana en la guerra civil española, vendimiadora en los campos de Marsella, compañera de tabernas de los mineros cuando salía de dar clases de filosofía en el Puy… Tendríamos alguna razón de esperar de esta rebelde que afirmó de mil modos que la opresión no genera rebelión, sino sumisión, de esta amante de la justicia y de la igualdad por las que tanto luchó, de alguien que expresó su repugnancia por la asimetría de las relaciones en general y por la de los sexos en particular, tendríamos alguna razón de esperar, digo, que no excluyese de su reflexión algo que tenía tan cerca como es la opresión por razón de sexo. Lo hizo explícitamente. En unos cursos de educación obrera en los que colaboraba con los equipos de Alain, se le pidió que diese a las mujeres un curso sobre feminismo, a fin de ayudarlas a adquirir conciencia de su situación. Weil se negó y dijo: Yo no soy feminista. Dado que algunas tendencias del feminismo de la diferencia la reivindican como figura afín, nos preguntamos en que han podido basar esta pertenencia post-mortem. En su obra escrita no hay ni rastro de genealogías de autoridad intelectual femenina que marquen diferencia alguna en el hecho de ser mujer. Sus pertenencias y filiaciones las elige ella: Homero, Sófocles, Platón, Shakespeare, Descartes. Asimismo fue ajena a la llamada ética del cuidado. Su solidaridad es siempre expresión de sus dos ideas rectoras: justicia e igualdad. El libro editado por la Librería de Mujeres de Milán, No creas tener derechos, comienza con una larga cita de Simone Weil extraída del segundo tomo de los Cahiers que, a nuestro juicio, traiciona el sentido que para ella tiene la noción de derechos, no solo por la traducción incorrecta y casi incomprensible –también en la versión castellanade dicha cita, sino por el modo interesado en que se utiliza. Sería largo y carente de interés para este trabajo adentrarnos a semejante análisis. Mencionamos esta referencia para aportar fuentes concretas a una adscripción que juzgamos más que discutible. Poco antes de morir, aún no tenía 34 años, en la Francia ocupada por el nazismo, elabora un proyecto de formación de enfermeras para la primera línea del frente. No se trata de enfermeras sólo para curar heridos, sino que tendrían que involucrarse sin armas, y hacer un papel de transmisoras de órdenes con objeto de desmoralizar al enemigo. Dice: “¿Dónde encontraremos mujeres tan valientes y que posean la ternura necesaria para cumplir bien esta función? Las mujeres casi siempre son un incordio a menos que no posean la suficiente resolución fría y viril que exige el consuelo para quien está sufriendo y agonizando”. Ella quiso ser la primera candidata para esta misión, pero no analiza a la luz de la opresión que han sufrido las mujeres, o de lo poco solicitadas que han sido por la historia para tareas que excedan el ámbito doméstico, el hecho de que en las situaciones extremas a las que se refiere, puedan ser un incordio. Les exige resolución fría y viril, ternura y consuelo…Estos son atributos de los seres humanos independientemente del sexo al que pertenezcan, y de algún modo tiene razón en exigir la excelencia para semejante misión, pero la división de expectativas por géneros siempre mantiene oculta la posibilidad de mostrar esa grandeza de alma a las personas atraídas por ella. No pudo participar en esa misión porque no la dejaron. Contrajo la tuberculosis y se impuso el mismo racionamiento que el que sufrían los refugiados en Francia. Se han escrito historias de anorexia, ñoñerías del tipo: “como una víctima femenina más, se dio sin recibir”, que la harían saltar de la tumba si pudiese oírlas, pues hasta en su muerte hay una buena dosis de protesta. A su amigo M. Schumann que tanto había hecho por  ella, se niega a dirigirle la palabra en el mismo umbral de la muerte por estimar que no la ha ayudado a conseguir esa misión de riesgo que desea; si no puede estar en la lucha, en la primera línea del frente, seguir viviendo deja de interesarle. Simone Weil carece de ese componente narcisista mínimo que se requiere para ocuparse de algo que tenga que ver consigo misma, como el hecho de ser mujer o de ser judía, dos colectivos que no le interesaron, pero las categorías de opresión, jerarquía, fuerza, asimetría que son originalidad suya y que ella no aplicó a las relaciones de género, nosotros sí podemos aplicarlas, pues pensamos que son muy fecundas para proseguir con la crítica a la razón patriarcal. 

 

https://cdigital.uv.mx/bitstream/handle/1944/48731/NatividadZacariasCecilia.pdf?sequence=1&isAllowed=y

 

 

Esta expedición será la primera y la última, pero conservaré siempre su recuerdo. por esta razón, siempre que veo un cazador seguido de su perro, la escopeta al brazo, no me olvido nunca de desearle una buena caza; dicen que esa frase es de mal agüero. Julio Verne

 

 

Una filosofía es una determinada manera de concebir el mundo, a los hombres y a uno mismo. Una filosofía implica para quien la concibe una manera de sentir y de actuar, y esto es así en todos los momentos, en todas las circunstancias de la vida, tanto las más vulgares como las más dramáticas, en la medida en que uno la concibe. [2

 

 

“El método propio de la filosofía consiste en concebir claramente los problemas insolubles en su insolubilidad, después en contemplarlos sin más, sin ninguna esperanza, en la espera. Según este criterio hay pocos filósofos pocos es todavía mucho decir.”

 

[…] es legítimo hablar de un paradigma indiciario o adivinatorio orientable hacia el pasado, o el preste, o el futuro, según el tipo de conocimiento invocado, detrás de ese paradigma indiciario o adivinatorio, se vislumbra el gesto quizá más antiguo de la historia intelectual humana: el del cazador agazapado en el barro, examinando las huellas de una presa. [

 

pues así se lo hace saber a su madre en una carta: Es un bloque macizo. Lo que se añade hace bloque con el resto. A medida que crece el bloque, deviene más compacto. Para recibirlo haría falta un esfuerzo. En cuanto a la posteridad, de aquí a que haya una generación con músculo y pensamiento, los libros y manuscritos ya habrán sin duda desparecido.

 

Bien está que los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen de todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social. Federico García Lorca

 

 

Un hombre sería completamente esclavo si todos sus gestos procedieran de otra fuente que su pensamiento: o bien las reacciones irracionales o bien los pensamientos de otro; el hombre primitivo hambriento cuyos movimientos están provocados por los espasmos que tuercen sus entrañas, el esclavo romano perpetuamente tenso ante las órdenes de un capataz armando de látigo, el obrero moderno que trabaja en cadena se aproxima a esta condición miserable. [

 

 

Esa atención de Simone Weil por los obreros —que los comunistas le reprochan—, le permite entender que estas personas no son masas anónimas, porque la forma de la vida de la fábrica no sólo es un instante, no sólo es una jornada de ocho horas en la vida de cada trabajador, sino que moldea en adelante el modo de vida de los trabajadores, de sus familias y de una sociedad. Por ello es por lo que el Diario de Fábrica y los escritos relacionados con su vida obrera y sindical, no son una metáfora, pues la insistencia de Simone Weil por llevar anotaciones de este tipo no es gratuita, sino es el testimonio de una filósofa en el que quedaran plasmados los testimonios de otros obreros como ella, la memoria donde queda grabada la vida de cada uno de ellos y la vida de una época. Aquí es donde el contacto continuo con las personas cobra importancia ya que su filosofía se crea partir del establecimiento de relaciones en un dialogo directo con los otros sin intermediarios. El contacto directo y la inmersión en la vida obrera serán para Simone Weil la piedra de afilar de su filosofía, su quehacer filosófico tendrá como conditio sine qua non para la construcción de su pensamiento: la experiencia del contacto directo con los otros, esto depurará en su filosofía toda especulación porque la experiencia vivida no le concederá espacio para ello. Y aunque Trotsky critique a Simone Weil por estar inundada de experiencias sobre la dictadura proletaria, hasta caer según él en una especie de sentimentalismo, una filósofa a quien ella no conoció, a pesar de que fue su contemporánea, la defenderá de las críticas que lleven ese tono, será Hanna Arendt el personaje que saldrá a la palestra a decir sobre la francesa que: Quizá no sea exagerado decir, que La Condition ouvrièra de Simone Weil, es el único libro en la enorme literatura sobre la cuestión laboral que trata el problema sin prejuicio y sentimentalismo. Como lema de su diario, que relata día a día sus experiencias en una fábrica, escogió esta frase de Homero: «mucho contra tu propia voluntad, ya que la necesidad pesa más poderosamente sobre ti», y concluye diciendo que la esperanza de una liberación final con respecto a la labor y la necesidad es el único elemento utópico del marxismo, y al mismo tiempo, el verdadero motor de todos los movimientos laborales revolucionarios inspirados en el marxismo. Es el opio del pueblo que Marx creyó que era la religión. [2002, 155]

 

Aquí podemos preguntarnos ¿por qué Hanna Arendt dice prácticamente de Simone Weil que trata con justeza el problema de la cuestión laboral? La defensa de Hanna Arendt sobre Simone Weil estaría del todo justificada, al ver que la crítica de la filósofa francesa al marxismo adquiere otro nivel fuera del prejuicio o sentimentalismo, por un lado, porque Simone Weil dará justo en el blanco de la problemática social de su tiempo, al señalar que: “la tarea de los revolucionarios (comunistas) consiste esencialmente en la emancipación, no de los hombres sino de las máquinas”, [1982:17], hacer efectiva dicha tarea será el entero error de una sociedad ávida de libertad. Y por otro, porque su magistral crítica, devendrá en una filosofía del trabajo como señala Emilia Bea60 debido la capacidad de la literatura weliana para comunicar a través de ciertas imágenes su oposición a la dependencia del hombre bajo una estructura técnica y organizativa alienante [1992: 71]. También sobre esta línea Àngela Lorena Fuster dirá que esta filosofía quedará expuesta en Ensayos sobre la condición obrera61 incluso señala que dicha filosofía estaba ya esbozada en Reflexiones sobre la libertad y la opresión social [2013:34]

 

Sin embargo, pienso que la radicalidad del pensamiento fragmentario weliano no permite precisar donde comienza o donde termina esa filosofía del trabajo, si es que hay una. Por ello, al contrario de Bea y Fuster hallamos sólo indicios que esbozarían breves pinceladas de una filosofía del trabajo que sin duda se viene configurando en los escritos alrededor de la época de la vida en la fábrica, textos que corresponden -como ya hemos dicho- a las Reflexiones de la libertad y la opresión social, sus artículos sobre el sindicalismo, las cartas con los dirigentes sindicalistas, el Diario de Fábrica, Ensayos sobre la Condición obrera y pero que no queda exclusivamente reducida a esos escritos y a esa época, porque se asoma y deja entrever en Cuadernos y su correspondencia con amigos cercanos como M.J Perrin o Gustav Thibon, y se extiende hasta sus últimos escritos como Echar raíces, porque los señalamientos que va dando Simone Weil en cada uno de estos escritos permiten tejer un entramado más concreto que sólo reparar en su noción de trabajo o “filosofía del trabajo”, permitiendo entender que su preocupación fundamental, la espina dorsal que atravesaría su filosofía sería evidenciar las condiciones que hacen de una actividad —cualquiera que fuere— devenir en esclavitud, rechazando con ello que la vida debido a la ciencia y la técnica se separe de lo que en realidad es la vida humana

 

Cabe aclarar que en adelante no expondremos las tesis de la filosofía del trabajo que ya exponen muy bien Emilia Bea o María Dolby62, únicamente señalaremos las reflexiones de la filosofía weliana respecto de dos nociones que usa indiscriminadamente relacionadas a lo largo de sus obras: la de esclavitud y trabajo para observar sus efectos en la vida de su época. Sin necesidad de comprometernos con las posturas de estas dos especialistas en la filosofía weliana hacemos un deslinde, porque la posición weliana es firme filosóficamente, su viva voz es suficiente tanto para darnos un diagnóstico sobre las tribulaciones en la que se encuentra nuestro pensamiento como para serle fiel a su pasado. Expliquemos el asunto. El trabajo en la fábrica para Simone Weil será fundamental para pensar por qué el trabajo en la vida moderna, tiene que ser interpretado como lo señala en una nota de Cuadernos: “ Ley antigua: ganarás el pan con el sudor de tu frente (maldición) [2001: 34], o preguntarse si en realidad la técnica una vez liberada del capitalismo puede dar tiempo libre a los hombres que viven en opresión, como lo deja ver en Reflexiones de la libertad de la libertad y la opresión social [1982: 16] Albert Camus, de modo proverbial y tono enfático dirá en El Hombre Rebelde sobre la sagacidad filosófica de Simone Weil para percatarse del verdadero problema: Es de elemental justicia que hace ya diecisiete años que S. Weil, en una forma que se puede considerar definitiva describió esta era de los tecnócratas. A las dos formas tradicionales de opresión que ha conocido la humanidad, por las armas y por el dinero, S. Weil añade una tercera, la opresión por función. El deseo marxista de suprimir la degradante oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual ha chocado contra las necesidades de la producción. La historia lo ha demostrado. [1973:784-785] Lo que Camus expresa de la filosofía Weliana es que la función administrativa y la función productiva no dependen precisamente del régimen capitalistas, sino que lo superan, porque el trabajador al ser emancipadas las fuerzas productivas caería directamente preso en la máquina, ninguna revolución podría evitar que el hombre se sintiera esclavo. Solo fé la del socialismo al creer que la esclavitud terminaría cuando se aboliera el capitalismo. Ese es el problema que Simone Weil agudamente advirtió tras la vida en la fábrica. En todo caso, porque no es el régimen imperante lo que esclaviza sino la acelerada e ilimitada producción. En una nota de Cuadernos señalará cuál es el hecho esencial que subyace a la esclavitud: El hecho esencial es este: la descalificación del trabajo es el fin de la civilización. Ése es el verdadero materialismo. La forma de explotación no es un fenómeno material. Lo material en la historia es la técnica y no la economía. Esclavitud antigua -ese mismo fenómeno se volverá a producir. Rusia. Pero más tarde, a causa del elevado rendimiento no servirá, pues, más que para prolongar la esclavitud Lo que acarrearía la descalificación del trabajo sería primordialmente que la producción se maximizara trayendo consigo una esclavitud basada en la división del trabajo entre los que coordinan y los que ejecutan. Crean con ello una división más marcada sobre los procesos de producción, el trabajador se vuelve especialista sobre la única función que ejecuta, porque ni siquiera conoce sus implicaciones, al igual que el que coordina. Ni el coordinador conoce al trabajador, ni el trabajador al coordinador, mucho menos conocerá las actividades que no desempeña por su función, por eso señalará que no es la economía, sino la técnica y su método lo verdaderamente esclavizante  Ya en Reflexiones de las causas y la libertad de la opresión social, se planteó cómo objetivo: conocer qué es lo que liga la opresión en general y cada forma de opresión particular al régimen de producción, llegar a captar el mecanismo de la opresión, a comprender en virtud de qué surge, subsiste y se trasforma en virtud de qué. Para Simone Weil, Marx sólo se percató de la forma en que se presentaba la opresión y los marxistas extendieron sus mitos, sin embargo, no pudieron dar con lo que había debajo de ello, la idea de Hegel de progreso infinito tiene que ver mucho con ello, si el desarrollo sin límites de la técnica era lo que liberaría al hombre de las cadenas de la esclavitud, Simone Weil contraria a ese señalamiento nos dice: para la clase obrera no habrá prueba de su fuerza sino en tanto que haya servido a otra revolución… por eso el primer deber que nos impone el periodo actual es tener bastante coraje intelectual para preguntarnos si el término “revolución” es algo más que una palabra, si tiene un contenido, sino es simplemente uno de los numerosos engaños que ha suscitado el régimen de los capitalistas en su desarrollo y que la crisis actual no hace el servicio de disipar ¿Quién sabe si los revolucionarios no han vertido su sangre tan  vanamente como esos griegos y troyanos del poeta que, engañados por una falsa por una falsa apariencia, se batieron diez años alrededor de la sombra de Helena? [1982:12] Marx consideraba como aspecto fundamental de su filosofía que la revolución llevaría de algún modo a la emancipación, no de los hombres sino de las fuerzas productivas, porque según este, al incrementar los niveles de la mecanización y el automatismo de la máquina resultaría que el trabajador tendría más tiempo libre o de esparcimiento, y claro de algún modo su visión se fundamenta en el tipo de opresión del capitalismo, sin embargo, el mecanismo de opresión provenía de lo que el mismo consideraba que sería una fuente de emancipación, el hombre se había vuelto presa de la máquina, por ello, Weil consideraba que mientras exista fuerza y el deseo de poder no dejará de haber opresión. La esclavitud del obrero se ve reflejada con mayor tendencia sobre las nuevas formas de industrialización. 

 

Por eso, es que la burocracia, a ojos de Simone Weil, solo puede organizar la esclavitud, pero no aliviarla, al ser la maquina generadora de subordinación en distintos niveles, dirá: “Debemos reconocer que las dos categorías económicas establecidas por Marx, capitalista y proletariado, no bastan para comprender la forma de producción…Casta o clase la burocracia es un factor nuevo en la lucha social.”[E. Bea, 1992: 64] No hay así elemento que pueda eliminar en esta sociedad bajo cualquier régimen la peligrosa división entre trabajo manual e intelectual por los rígidos y casi inamovibles aspectos administrativos y de gestión que limitan la capacidad realizativa de las necesidades no sólo de un trabajador, sino del propio director, porque no conoce otra forma de dirigir que no sea acelerando los procedimientos de producción, siendo esclavo no solamente de la manera en que dirige sino de los mismo procesos productivos al igual que el obrero, así señala en Cuadernos “Habría que estudiar los tiras y aflojas de la opresión social no sólo en relación con los explotados, sino también en relación con los privilegiados.”[S. Weil, 2001:20] 

 

 

Porque, en primer lugar, bajo el rendimiento ilimitado toda la sociedad en general vive en la esclavitud y en el anonimato. Y en segundo porque la burocracia “es una extraña máquina cuyas piezas son hombres y cuyos engranajes están constituidos por reglamentos, informes y estadísticas, inconsciente al igual que una máquina de hierro. Todas esas cosas ciegas imitan engañosamente el esfuerzo del pensamiento” [S. Weil, 1982:112] Es claro entonces que en este mecanismo nadie obtiene el poder y nadie es responsable de nada. Así lanza la pregunta “¿Cómo se convierte el hombre en esclavo de su propio método? Esa es la  pregunta esencial… El espíritu se hace esclavo cada vez que acepta relaciones que él no ha establecido.” [S, Weil, 2001:36] Él método que liberaría a los hombres de los esfuerzos del trabajo, no habría hecho otra cosa hasta ahora, que perpetuar su esclavitud. Por muy liberadas que estén las fuerzas productivas y la ciencia y la tecnología estén tan avanzadas, sino hay pleno reconocimiento de nuestros movimientos frente a las máquinas, la esclavitud en ninguna de sus formas puede ser eliminada. En concreto la denuncia de Simone Weil es que el mundo tiene que ser a medida de los hombres y no de las máquinas. En gran medida, el maquinismo y la burocratización son aquellos aspectos que para Simone Weil provocaban la descalificación del trabajo, conduciendo finalmente a una esclavitud de la cual no era posible escapar. El maquinismo y la burocratización al que estuvo expuesta Simone Weil en las fábricas quedó registrado en algunas cartas de su correspondencia, así, escribe a una antigua alumna de Roanne, Susane Gilbert: Pensar equivale a ir menos de prisa; y hay normas de velocidad establecidas por burócratas despiadados, que hay que seguir para no ser despedido y para ganar lo suficiente (el salario es a tanto por pieza). Yo no puedo todavía con ellas, por muchas razones: la falta de hábito, mi poca habilidad natural, que es considerablemente pequeña; una cierta lentitud, también natural, en los movimientos; el dolor de cabeza y una cierta manía de pensar, de la cual no consigo desprenderme. [S. Weil, 1962:26]

 

 

La excesiva racionalización de la organización del trabajo63 hacia caer a los trabajadores en un infinito dolor desmesurado, sometiéndose al tiempo de una máquina, al tiempo de lo que producían para poder comer o para no ser despedidos. El miedo infundido en todos los trabajadores permite cuestionarle a Simone Weil, sobre los verdaderos aspectos que engendran la esclavitud. Esa industrialización del trabajo hacía las veces de industrialización de los hombres, debido a la burocratización, el maquinismo extremo y sobre todo a la  ilimitada producción a la que estaban sometidos todos los días para cumplir con sus funciones. En Experiencias de la vida en la fábrica manifiesta este sentir: “La desgracia del obrero en la fábrica es aún más misteriosa. Los mismos obreros, difícilmente pueden escribir o hablar sobre estos extremos, ya que el primer efecto de la desgracia es el de producir la evasión del pensamiento: el obrero no quiere considerar la desgracia que le hiere. Los mismos obreros, cuando hablan sobre su propia suerte, no hacen más que repetir las palabras de propaganda formuladas por individuos que no son obreros.” [S. Weil, 1962:105] 

 

 

La esclavitud se presentaba como algo misterioso, en algo que Simone Weil aun no reparaba, algo que cuestionaba el mismo estatus del trabajo y la esclavitud, es decir, ¿por qué o cómo se seguía perpetuando esa manera de trabajar que inevitablemente conducía a la esclavitud? La manía de pensar, de Simone Weil fue lo que permitió descubrir los problemas más graves que engendra la esclavitud, cuál era el verdadero problema de ser esclavo, qué es ese misterio que es el trasfondo de lo que esclaviza. Desde nuestra perspectiva Simone Weil no cometería el mismo error de observar solamente cómo se presenta la opresión, obviando la forma que guarda el verdadero problema, sino que indagará constantemente sobre ese fenómeno. Si bien aquella indagación, no llegó a precisarla en un artículo o en un ensayo, lo podemos recoger al largo de sus escritos promovidos por su estancia en la fábrica. Ahora bien, el tema sobre la indagación de los problemas de la esclavitud, primero se le presenta a Simone como una dificultad al no concebirlo con precisión, hay una carta que escribe a una señora amiga suya, que se llama Albertine Thevenon64, confesándole el impedimento con el que se encuentra estando en la fábrica: Durante las semanas de trabajo me cuesta mucho hacer cada nuevo esfuerzo, además de los que ya tengo por obligación. Pero no es esto solamente lo que me retiene: es la multitud de cosas que tengo por decir y la imposibilidad de expresar lo esencial. Quizá, más tarde, las palabras justas me vendrán a la pluma. [ 

 

 

Aunque su pensamiento tenga una gran dificultad por expresar lo esencial, esa dificultad no se vuelve en su contra, porque como señala G. Capograssi: “Sería necesario recoger el  verdadero testimonio del verdadero trabajador, que tuviese al mismo tiempo capacidad de observación y de expresión para poder decir algo concreto. Existe el testimonio excepcional… por altura de inteligencia y voluntad de Simone Weil.” [E. Bea, 1992: 73] Ignorando lo esencial del problema Simone Weil, de nueva cuenta usa su método preferido de investigación: el relato, para por lo menos en descripciones breves puntualizar los misterios que una fábrica esconde. La actividad investigativa de Simone Weil en la fábrica aquí es parecida en su forma a la actividad del proyeccionista de un cine, no porque al igual que proyeccionista ella proyecte una imagen a los trabajadores, sino porque el proyeccionista puede en un espacio reducido pero privilegiado, ver a la vez la imagen y los movimientos y expresiones de todos los que están en la sala del cine, puede escuchar los sonidos de la película y las carcajadas y gritos de las personas. Simone Weil en un lugar también reducido, por sus funciones, pero privilegiado por sus alcances, puede escuchar los sonidos emitidos por fábrica y los de los obreros, puede ver la imagen de la fábrica, pero también cada uno de los movimientos y expresiones de sus compañeros de trabajo. Así, para descubrir el misterio que esconde la perpetuación de la esclavitud en el trabajo, en esa sala de proyección —la fábrica—, se da a la tarea de relatar brevemente lo que observa recogiéndolo en su Diario de Fábrica específicamente en el apartado Misterio de la Fábrica65. En el escrito, detalla tres apartados: El misterio de la máquina, El misterio de la fabricación, El misterio de la habilidad, aquí citaremos un extracto de cada sección para ver la importancia de estos en la investigación por los misterios de la fábrica: I) El misterio de la máquina: Me dice Guihéneuf: por no haber estudiado matemáticas, la máquina es un misterio para el obrero. No encuentra un equilibrio de fuerzas. Tampoco tiene, a su parecer seguridad. II) El misterio de la fabricación: hay más cosas desconocidas aún: por ejemplo, las relaciones de causa a efecto, en el mismo trabajo, no son desconocidas III) El misterio de la habilidad: Realicé, entonces, movimientos sobre el principio de la palanca, que no me sirvieron de nada ... Después de lo cual encontré de la forma menos lógica el sistema y he sabido muy bien separarlos, sin haberme dado cuenta nunca ni cómo lo he aprendido cómo procedo. [S. Weil, 1962:240- 241] Observemos, primeramente, que Simone Weil describe tres niveles de trabajo en la fábrica, es decir, la maquinaria, la fabricación, y lo fabricado o reparado, y en los tres niveles que varían en función hay una constante que se repite, que aquí llamamos desconocimiento de lo que se hace. Hay una ignorancia respecto de los modos de producción, de la producción misma y finalmente del producto, la división del trabajo manual e intelectual aquí se potencializa, provocando que el trabajador no sea consciente de las actividades que realiza, porque desconoce la máquina, porque sus movimientos son casualidades o pertenecen al azar y porque se desconoce todo el proceso de construcción de su producto, termina por desconocer qué es lo que hace. Para Simone Weil desconocimiento de lo que realiza, es lo que permite que la esclavitud se siga perpetuando, porque ahí sea hacen movimientos programados que no necesitan conocerse sino solo imitarse, los trabajadores están reproduciendo reacciones de una fabricación preconcebida por una máquina, guardándole a la máquina un respeto supersticioso porque le es tan cotidiana. Eso a un nivel de relación con lo fabricación, pero este desconocimiento en relación con el trabajo entero les impide conocer las condiciones de su trabajo, las relaciones con sus demás compañeros que cumplen tareas afines, desembocando en una atomización de la vida laboral que no permite la concientización de la labor del trabajador, en su cuerpo, en la fábrica, y en la sociedad. Al final, la implicación más dura de todo ello es que se debilitan las posibilidades de cualquier cuestionamiento sobre la vida obrera, por eso los trabajadores prefieren guardar silencio respecto de su situación laboral o terminan por repetir palabras de aquellos que no son obreros, mientras no son conscientes de que son esclavos. La desgracia está normalizada en toda la organización de la fábrica, por eso no es algo que les sorprenda ni las los que coordinan ni a los que ejecutan, en suma, ahí Simone Weil se percató de forma dolorosa que el mecanismo de opresión no le interesaba la más mínima comprensión del hacer de trabajador sino lo que exclusivamente producía. Como hemos señalado en páginas anteriores, el primer cuestionamiento que Simone Weil hace al marxismo y comunismo en Reflexiones de la libertad y la opresión social [1982:39], porque ellos se habían olvidado  plantearlo, es: ¿por qué la opresión social es invencible mientras es útil?66 Aquí en este breve pero pormenorizado relato sobre el Misterio de la fábrica hallaba una respuesta: la vida obrera, la situación de desconocimiento de aquello que se hace era útil para producir y maximizar el rendimiento de los trabajadores pero también para perpetuar la esclavitud, la esclavitud ante tal desconocimiento se afirma. Pero las observaciones de Simone Weil no terminarían ahí, es nuevamente en Experiencia de la vida en la fábrica, donde encontramos un guiño sobre el trasfondo de la esclavitud: el futuro del que trabaja en una fábrica está vació a causa de la imposibilidad de prever. Y mucho más muerto que el pasado a causa de la identidad de los instantes que se suceden como los tic-tac del reloj. Una uniformidad que imita los movimientos del reloj y no de las constelaciones, una variedad que excluye toda regla y por consiguiente toda previsión, construye un tiempo inhabitable, una atmosfera irrespirable.

 

 

Emilia Bea, señala al respecto del tópico de la temporalidad humana y su relación con el trabajo productivista, que Simone Weil no lo realiza, sino que lo llega a insinuar a través de aspectos existenciales [1992:84], aunque tampoco Bea llega a explicar cómo o cuáles son esas insinuaciones. La pista proporcionada por Emilia Bea introduce la posibilidad de reflexionar sobre este tema que Simone Weil dejó del todo claro. Apuntemos algunas manifestaciones. El relato de los trabajadores de Experiencia de la vida en la fábrica corresponde muy bien con la imagen que lo logró reflejar M. Chaplin con la película Modern Times, de hecho, Simone Weil al final de una carta que escribe en 1937 a Auguste Detoeuf director de una fábrica, expresa: “P. S. - Supongo habrá visto Tiempos Modernos. La máquina de comer es el símbolo más gracioso y más auténtico de la situación de los obreros en la fábrica.” [1962:89] Tiempos Modernos es una película cómica en la que se critican las exageraciones del trabajo industrial. Comentemos algunos aspectos de la película para entrar en contexto y saber la importancia que guarda para Simone Weil tanto para citarla en la carta al director de la fábrica. En el prólogo de la película hay una breve descripción inicial que dice: «Tiempos modernos. Una historia sobre la industria, sobre la iniciativa individual, la cruzada de la humanidad en busca de la felicidad.» Tal expedición la interpreta Charlot, él es un obrero de una fábrica metalúrgica, las escenas van narrando la vida de los trabajadores obreros, desde que se dirigen de sus casas a la fábrica hasta que checan las tarjetas para ponerse a trabajar en sus funciones. El trabajo de Charlot como el de los demás obreros de la fábrica es mecánico, y él no es bueno repitiendo esos movimientos, el capataz reprende sus malas funciones y él decide tomar un descanso, pero lo tiene hacer en el baño porque en todas partes el jefe de la fábrica está vigilando, entra en el baño para descansar y el director de la fábrica lo está observando desde una cámara, nuevamente es reprendido. Charlot está muy cansado, y así vuelve a incorporarse a las actividades, repite tanto los movimientos que cuando es hora del descanso los lleva tan impresos en él que no los puede dejar de hacer, los repite una y otra vez sin ser capaz de detenerse. En otra escena, los técnicos han creado una maquinaria que eliminaría los almuerzos y aumentaría el rendimiento de producción de la empresa, pronto llega la hora del almuerzo, y con Charlot ponen a prueba esa máquina de comer de la que habla Simone Weil, Charlot conocerá de qué trata el experimento, pero esta vez ocupará el lugar de la rata de laboratorio. Indefenso, Charlot es puesto delante de la máquina de comer, sin opción de sustraerse la maquinaria empieza a poner alimento en su comida, como si se tratara de llenar un embace y no de alimentar a alguien que tiene hambre después de tanto trabajar. Finalmente, la maquinaria empieza a estropearse y pronto lastima a Charlot, vuelven a continuar experimentado tratando de que Charlot se adapte a la máquina y no la maquina a él. Todas esas abrumadoras actividades terminan por ocasionarle una depresión nerviosa, va al médico y le sugieren que tenga tranquilidad y evite las impresiones fuertes, sale del hospital e inmediatamente y sin previo aviso una multitud de protestantes lo arrastran en la marcha, llegan los policías los golpean y lo trasladan a la cárcel. En resumidas cuentas, Tiempos Modernos, capta para Simone Weil de manera concreta la vida del trabajador, Tiempos modernos es el tiempo muerto del que habla en Experiencia de la vida en fábrica, es la exigencia de un tiempo donde el rendimiento acelerado de la producción absorbe al trabajador siendo este incapaz de vivirlo, un movimiento que llamamos exilio de sí. En primer lugar, porque todo ese tiempo que el trabajador ha vivido en la fábrica y todos esos demás lugares donde ha estado los ha vivido en el exilio, no respondiendo más que los movimientos del tic-tac del reloj en una obsesión por la velocidad, “donde es imaginable la armonía del ritmo laboral y el ritmo natural del cuerpo” [E. Bea, 1992:83] El tiempo en el exilio, es un tiempo no vivido, porque elimina las necesidades de la vida humana, cuando Simone Weil señala en la carta a Detoeuf que la máquina de comer es el símbolo más auténtico de la vida obrera, es porque realmente al eliminar algo tan fundamental y propio de la vida humana como la necesidad de alimentarse —por la obsesión por el rendimiento— se estaría eliminando con ello toda propiedad que tiene el individuo de alimentarse por sí sólo, toda la propiedad que tiene para gobernar su cuerpo en el tiempo. Y finalmente, porque el trabajo inhumano de la fábrica, pero más aún la mecánica cotidianidad con que se desempeña el movimiento programado mutilan la libertad de siquiera elegir por sí mismo, “el esclavo es totalmente esclavo ahí porque sus movimientos vienen de otra fuente que no es su pensamiento” [S. Weil, 1982:78]. El tic-tac del reloj del que habla Simone Weil no depara un futuro para el que trabaja, no hay manera de modificar los movimientos tan repetitivos que le exilian de sí mismo, porque el tiempo no funciona para la vida del hombre sino para la economía, ello supone en palabras de Jesús Ballesteros, “un empobrecimiento de la visión de la temporalidad como componente existencial del hombre” [E. Bea, 1992:83] y un enriquecimiento económico que crecería ectoplasmáticamente alimentándose del tiempo del trabajador, de su vida humana, exiliándolo de sí, en cada instante, en cada momento que avanzara la manecilla del reloj, devorando no solo su vida, sino reproduciendo esa forma de alimentación a toda la sociedad. El trabajador, como Charlot es aquel que se siente devoradamente desposeído de todos los lugares, no se siente en su casa, en la fábrica, ni en su carne de trabajador, el trabajador es el hombre que vive eternamente en un tiempo que ya no es suyo, en una vida que no le pertenece, y que por ello es arrastrado por las multitudes sin dirección, por un capataz, por todos que no son él, y hasta por una máquina donde sólo se ve atravesar por los engranes desarraigado en todos los instantes. Aquí la segunda pregunta que Simone Weil lanzó a los comunistas: ¿por qué los oprimidos en rebelión no habían fundado una sociedad no opresiva?67había hallado su respuesta, “parece difícil imaginar la forma en que podría surgir de las masas, espontáneamente, lo  contrario del régimen que les ha formado, o más bien deformado,”[S. Weil, 1982:30] porque los oprimidos jamás podrían haber fundado una sociedad no opresiva viviendo todos los momentos y lugares desarraigados, en una realidad preconcebida y deformada. Viviendo en la ajenación total es casi imposible que tuvieran voluntad para ir a recobrar su tiempo y su vida, algo que les era propio, pero totalmente ignorado. No podían fundar ninguna sociedad no opresiva porque no se sentían con propiedad de nada, consumidos hasta el hartazgo por el tic-tac de un reloj. El desarraigo del que habla Simone Weil es otro gesto o mensaje implícito que proporciona para saber cómo se engendran la esclavitud, sería el trasfondo y yo creo que el último y más fundamental con que la esclavitud garantiza su perpetuación, en Experiencia sobre la vida en la fábrica, dice: “Los obreros profesan, de hecho, una especie de creencia que no se expresa en palabras y que sería absurdo explicarla así, pero que impregna todos los sentimientos, y que no deja de tener además su parte de verdad: creen que su dolor se transforma en dinero, una pequeña parte del cual se les devuelve en forma de salario y cuya mayor parte va a parar al bolsillo del patrón. Para destruir tal creencia, es preciso hacerles comprender, no con esta parte superficial de la inteligencia que aplicamos a las verdades evidentes -ya que de esta forma lo comprenden ya- sino con toda el alma y por decirlo así con el mismo cuerpo, que en todos los momentos de su dolor fabrican objetos llamados a responder a necesidades sociales, y que tienen por ello un derecho limitado, pero real, a estar orgullosos de ello” [1962:124] 

 

Los obreros creen saber que, con su dolor, producen dinero, y que este valdría todos los dolores del mundo. Pero al contrario de lo que creían, necesitaban saber que lo que creaban con las manos, eran cosas que la sociedad necesita, que de algún modo ellos ayudaban al mejoramiento de la vida de las personas y de la sociedad, un estímulo que les hiciera entender que la máquina, no es sin ellos, que la fábrica y todo lo que de ahí emana no funciona, sin sus movimientos. El hecho de ignorar que con sus manos crean más que dinero, es decir, que, con sus manos, con su cuerpo y sus pensamientos son creadores de algo propio, y que eso propio les pertenece en el sentido que han vertido no sólo su tiempo sino su vida, es fundamentalmente la manera en cómo se perpetua la esclavitud. Lo que llamamos aquí despersonalización que no es otra cosa que la incomprensión de que se crean cosas propias para el mundo, conduciendo a creer al individuo que no se es nadie, que no vale, que no cuenta, porque el crea tiene todo el derecho de sentirse tan importante como aquel que

 

descubre la cura de alguna enfermedad. Los movimientos automatizados de los trabajadores de la fábrica no permitían que se dieran cuenta que, con sus movimientos, no estaban al servicio de una máquina, sino al servicio de ellos para crear cosas propias para el mundo creando con ello nuevas condiciones de vida. El rendimiento acelerado no les permitía darse cuenta de que nada podía ser creado si ellos paraban de trabajar, que ninguna máquina podría igualar la creación de algo propio, que ningún producto sería lo suficientemente valioso sino estaría llamado a responder una demanda social. La despersonalización para Simone Weil toma una fuerza aplastante cuando las personas “no se sientes en su casa, ni en la fábrica, ni en los alojamientos, ni en los lugares de diversión, ni en los sindicatos, ni menos, en los partidos políticos que se dicen hechos para ellos, ni en la cultura intelectual si se tratan de asimilarla.”[S. Weil, 1962: 105] La despersonalización causada por la inhuman organización del trabajo de la que se da cuenta Simon Weil, por una parte, en palabras de R. Prévost prologan sus efectos fuera del trabajo, poniendo en peligro toda participación, de la cultura.” [1981:64], sin embargo por otra, ese sesgo que habría entre las personas y la cultura no sería simplemente ocasionado por el trabajo inhumano, sino más bien como señala Emilia Bea, “del carácter elitista, intelectual y abstracto de los creadores de la cultura” [1992:111] Por momentos, la cultura hecha de esa manera parece impenetrable por las personas ajenas a esos círculos, un egoísmo que hace que se propaguen fácilmente la división del trabajo, entre los que coordinan y los que ejecutan, porque no permite haber cuestionamiento alguno sobre las condiciones de vida en las que nos movemos y mucho menos alguna trasformación o cambio social. En Ensayos sobre la condición obrera, específicamente en el apartado “Un llamamiento a los obreros” [1962:42] muestra su posición respecto de la cultura y sus poseedores creando la publicación de la revista de fábrica Entre Nous en 1936 para los obreros, esta revista contendría algunas obras de la literatura clásica griega, siendo un hecho totalmente contrario que Weil emprendió a esa forma de hacer cultura tan cerrada, para eliminar el sesgo o la lejanía entre la cultura y sus herederos naturales. La primera publicación fue la traducción de Antígona de Sófocles su introducción rezaba de este modo: “Esos viejos poemas son tan humanos, que están todavía muy cerca de nosotros y pueden interesar al común de los hombres, aquellos que saben lo que es luchar y sufrir, que para la gente que ha pasado toda su vida entre las cuatro paredes de una biblioteca.” [1961: 59] Simone Weil estaba muy consciente que esa la publicación de obras clásicas en una revista de fábrica no alcanzaría para que los oprimidos salieran de ese estado de opresión, pero era una muestra de su insistencia por poner al alcance de todos la cultura y la vez que tener una concepción cabal de la situación predominante de la esclavitud y la despersonalización provocada no sólo por el trabajo inhumano sino también por la cultura elitista. Por ello, la última pregunta que Simone Weil lanzó al comunismo en 1934: ¿cuál es el mecanismo en que una forma determinada de opresión es remplazada por otra?68, debía ser respondida tomando en cuenta los rasgos de la despersonalización. La figura del trabajador es elemental para entender este mecanismo en un primer nivel, recuérdese el viejo adagio hegeliano, la opresión sin el oprimido no puede existir. Ahora bien, si el trabajador no se ve a sí mismo como un creador porque el mecanismo de su trabajo le ha conducido a una ausencia de facultades creativas, o porque no puede participar de la cultura ya que se encuentra desposeído de los medios para hacerlo, el trabajador aquí no es una persona, es una figura intercambiable, una pieza y cualquiera puede ocupar su lugar tanto en la fábrica como en el mundo. Es decir, todos los esfuerzos humanos que el trabajador hace para cumplir con su trabajo al estar supeditados al dinero, el rendimiento se vuelve un fin, y cualquiera que venga y le ofrezca tomando por mascará un buen salario podrá seguir explotando al trabajador. “Esta situación hace que el pensamiento se reseque, se retire, como la carne se retira ante un bisturí. No se puede ser «consciente».” [1962:23] El trabajador al sentirse exilado o desarraigado por el rendimiento no es consciente de lo que produce, porque todo ahí ocurre bajo el dogma de la despersonalización. Este modo de vida del trabajador se extrapola a la sociedad, es decir, esta despersonalización funciona a gran escala porque ataca a una colectividad entera que siendo sólo rendimiento no sabe quién es, ni cuál es su realidad, por ello una sociedad tan endeble como la despersonalizada haría reproducir una opresión por otra, al no saber diferenciar si se es esclavo o trabajador, si se es humano o solo una pieza más del engranaje.  

 

 

A.      Acconero señala aquí que Simone Weil le lleva una gran ventaja a las políticas de derecha o de izquierda de su época: “S. Weil aprovecha un punto débil no sólo de las posturas sindicales y gauchistes, sino del pensamiento antagonista del trabajo: “Si mañana nos apoderamos de las fábricas, no sabríamos qué hacer con ellas” Nadie lo había enunciado con tanta fuerza nunca.” [E. Bea, 1992:89] Porque efectivamente, al no saber qué hacer por aquello que se está luchando, quien diga que lo conoce y no se tenga manera de comprobarlo puede ocupar el puesto vacante de opresor, aunque la promesa sea un cambio verdadero que aniquile la esclavitud, pues como bien señala Weil, “la prueba de que se considere así es que se espera que caiga del cielo, se espera a que se haga, no se pregunta quien lo hará.”[1982:117] Los cambios sociales que involucran el trabajo y la esclavitud, y en general las condiciones de vida de toda una sociedad, para Simone Weil, tenían que ser realistas, la revolución y todos aquellos movimientos que se gestaran de manera espontánea en el pleno desconocimiento de su sentido, serian simplemente una ilusión, un mecanismo dotado de fuerza interminable en que una forma de opresión sería reemplazada por otra. La experiencia en la fábrica a Simone Weil le ganó el reconocimiento de la filósofa obrera, pero también y aún más, le permitió ganar terreno dentro del reconocimiento de cómo las actividades humanas pueden convertirse en medios de esclavitud del hombre. Sobre todo, cuando estos tres aspectos: a) el desconocimiento de lo que se hace, b) el exilio de sí, c) y la despersonalización dominan al hombre y lo vuelven esclavo de sí mismo, de su método, Simone Weil vio con claridad el problema de una sociedad en donde la producción es entendida como rendimiento, “un mecanismo ciego que sólo puede producir al azar cualquier cosa no ya como tendencia misteriosa sino como condición de existencia” [1982: 40] para la vida del hombre y de una sociedad, por ello la esclavitud reina en todos los espacios y actividades humanas, es lo que está detrás de las tribulaciones del pensamiento y de que nada en el mundo esté a la medida del hombre. Estos aspectos de la burocracia industrial sobre los que Simon  Weil reflexionó como causante de la esclavitud que ocasionaban la división del trabajo entre los que coordinan y ejecutan por allá de los años 1930 nos parecían lejanos e incluso aspectos que dominaban una parcela de la realidad, la de la vida obrera, una parcela de la que los intelectuales estaban exentos, pero los acontecimientos no esperan y se imponen de forma urgente, Simone Weil no sólo crítico el problema de la esclavitud en su tiempo, sino que se adelantó a nuestro presente. Es H. Abosh, con una precisión justa nos dice sobre la actualidad del pensamiento weliano en nuestro presente: “su crítica al trabajo mecánico fragmentario, que no permite una visión de conjunto, continúa siendo válida. Sin embargo, no debe ser expresada partiendo del punto de vista del proletariado industrial, puesto que casi todos los trabajadores de la sociedad están en una situación análoga, ya sean empleados de una oficina, técnicos o dependientes de un almacén.” [E. Bea, 1992:74] La visión de H. Abosh es que la crítica de Simone Weil continúa siendo válida si se toma en consideración que ella partió del fenómeno burocrático como máquina de subordinación, es decir, la burocracia se ha esparcido por completo a toda la sociedad, porque hoy más que nunca nuestras sociedades, son una sociedad del rendimiento. Ese maquinismo que Simone Weil tanto crítico, ha vuelto al hombre y a su trabajo en una máquina de rendimiento, que tenga un funcionamiento ininterrumpido maximizando su rendimiento. Lo que quiere decir, que esos tres mecanismos que Simone Weil encontró como aquellos que perpetuaban la esclavitud, hoy estas más exacerbados que nunca, invadiendo todos los trabajos, todas las actividades y todas las formas de vida humana, hoy todo está medido bajo lo que puede producir cierta actividad, cualquiera que sea, pues lo importante hoy “es un término bastante extraño al pensamiento para expresar convenientemente algo tan desprovisto de sentido: la eficacia, a condición de entenderla como éxitos logrados en el vacío”. [S. Weil, 1982: 115] El rendimiento y eficacia son los términos más utilizados hoy en día en cuando al trabajo se refiere. Términos tan asociados a nuestro lenguaje que no nos parece extraño que en este mundo todas las actividades humanas están justificadas, y encuentran su razón de ser si son productivas, si están rindiendo como deben, y sin son eficaces. Nos es tan cotidiana esta forma de en qué nuestras sociedades del rendimiento funcionan que las asumimos de ese modo, como si todo en la vida tuviera que ser así. Incluso, aunque pareciera que todos esos términos tuvieran que ver estrictamente con la economía, pero han pasado a dominar todas las esferas de la realidad, entre ellas la filosofía. En tanto, que “la filosofía en la actualidad ha pasado a ser un asunto de funcionarios y un departamento más en esta sociedad de la división del trabajo.” [D, Innerarity, 1996:23]. El reconocimiento de que la filosofía hoy en día sea considerado un trabajo en la sociedad del rendimiento y la división del trabajo es un asunto muy serio, en el que debemos detenernos. Si bien en nuestro apartado anterior, decíamos que la filosofía vive en una paradoja, por la velocidad con que se crea el conocimiento hoy día, el hecho de que a la filosofía se le exija ser una fuerza productiva en las sociedades de la producción es precisamente porque hoy es un trabajo, no tanto ya un quehacer que tenga ver que con la ociosidad de la reflexión sino con su productividad, una consideración que al menos las diferentes posturas que precisamos en el primer apartado y que veían en la institucionalización de la filosofía el mayor de los males habían olvidado en reparar. Decir, que la filosofía sea un trabajo en estas sociedades de la producción y el rendimiento, no causa un alivio, pero si nos sitúa en el centro de la problemática. Esta problemática, puede verse en dos niveles uno plenamente institucional o académico y otro social, pero ambos están relacionados. Expliquemos. En primer lugar, la presión y el poder que detentan las grandes empresas y consorcios financieros nacionales y trasnacionales sobre la educación han sido aspectos que han modificado las políticas educativas en este caso universitarias, los sistemas educativos hoy son una fuente de lucro, ya que, si estas no corresponden con el alto rendimiento que se les solicita para alcanzar metas y objetivos, aunque sean difusos e inciertos, las cuotas son muy altas y se pagan a los más altos costos. Todas las disciplinas en las universidades del siglo XXI atraviesan por esos procesos, y la filosofía no está exenta, el quehacer filosófico sea ha volcado sobre ello, y tiene que apegarse a ciertos reglamentos y cumplir con expectativas muy complicadas, su enseñanza y trasmisión se ejecutan de ese modo. La filosofía ha entrado en esa zona de las estadísticas y balances, en general las humanidades hoy día son medidas por el rendimiento que puedan ofrecer en la Universidad hasta otras instituciones de las que depende la garantía de su permanencia y financiamiento. En segundo lugar, si la filosofía tiene que justificarse por su productividad “la búsqueda de trabajo, deja en un segundo plano la búsqueda de la verdad” [D, Innerarity, 1996: 22], La presión económica y la competitividad en la que nos vemos envueltos como comunidad filosófica, no permite ni siquiera preguntarnos: ¿Por qué la búsqueda de trabajo supone dejar en segundo plano la búsqueda de la verdad? Parece que principio se da por supuesto que la filosofía al ser un trabajo tenga que serlo justificadamente por su rendimiento,  producción y eficacia en la sociedad, ahí donde los discursos de pertinencia de la IMCO y la UNESCO —que explicábamos al inicio de nuestro capítulo—sobre la importancia de la filosofía en la sociedad veían una disciplina del pensamiento rentable en tanto su buen funcionamiento e impacto social. Lo cierto es que al sólo asumir tanto en el ámbito académico y social que la filosofía es un trabajo productivo en las sociedades del rendimiento, estaríamos en la misma posición que Simone Weil describía a los obreros de 1930, con la única diferencia de que hoy estamos en el año 2018. Si desde esa época Simone Weil decía que: “La Ilíada hasta nuestros días, las exigencias insensatas de la lucha por el poder quitan hasta el tiempo libre para pensar en el bienestar.”[1982:56] La concepción del trabajo que arrastran estás exigencias insensatas de las sociedades del rendimiento, da como resultado un trabajo deshumanizado, donde el tiempo vivido y el espacio habitado son calculados por su capacidad productiva. En estas dinámicas del rendimiento en que se ve atrapada la filosofía de entrada ni tiempo tendría para pensar realmente en el bienestar, en aquello que nos conviene, pero además, estaríamos siendo esclavos de nuestro propio método ignorando cómo hoy está constituido nuestro trabajo, cuáles son las políticas educativas y económicas que hoy lo dirigen, desconociendo el rumbo que nuestro quehacer filosófico tanto académica como socialmente debe tomar en un mundo en el que todos los días es visible su pobreza, su violencia y está tan mal moralmente orientado. Ignoramos con ello, que tenemos un quehacer en el que podemos ser creadores de algo propio para el mundo y lo necesario que este es, ignoramos que podemos intervenir en las decisiones sobre el rumbo de nuestro quehacer filosófico, pero lo ignoramos porque no nos involucramos con todas esas demandas o estadísticas que nos lanzan a cada rato, simplemente las asumimos, no resignamos y las ejecutamos mecánicamente, como Charlot, ese obrero en el que la desgracia de su trabajo había normalizado su pensamiento, su capacidad creativa, su tiempo vivido y el espacio habitado. Pero nosotros, los filósofos, los que se supone que ejercemos nuestro pensamiento libremente, se no ha olvidado hacer consideraciones tan básicas sobre el estatus del quehacer filosófico, volviéndonos esclavos de las decisiones que se toman en los rascacielos por personajes que nunca se dejan ver porque siempre llevan una máscara. Exiliado el filósofo de su propio quehacer, deja una visión tan estrecha y tan endeble de su trabajo en la sociedad, porque donde se planta la filosofía se desarraiga. Y aquí en palabras de Simone Weil, decimos: Los acontecimientos no esperan; el tiempo no se detendrá para darnos momentos disponibles: la actualidad se nos impone en forma urgente y nos amenaza con catástrofes que arrastrarían, entre otras cosas, la posibilidad material de estudiar y de escribir salvo al servicio de los opresores. ¿Qué hacer? [1982:34] La situación en nuestros días es que el tiempo ya nos alcanzó, ese tiempo del que hablaba Simone Weil de escribir salvo al servicio de los opresores no se detendrá si no revaloramos nuestro trabajo como filósofos, sin embargo, la dificultad está en el reconocimiento de lo que oprime porque es difícil de entrever. Han sido varios filósofos contemporáneos, que muestran el gran problema en el que las sociedades del rendimiento se encuentran, las propuestas son tan variadas como sus autores. En particular, aquí queremos hablar brevemente de la propuesta de Byung- Chul Han, en La sociedad del cansancio. Este filósofo toma la interpretación del mito de prometo de Kafka y señala: “Los dioses se cansaron, se cansaron las águilas, y la herida se cerró de cansancio. Kafka se imagina aquí un cansancio curativo, un cansancio que no abre heridas, sino que las cierra, desembocando en una reflexión de un cansancio curativo.”

Byung- Chul Han, propone un cansancio curativo para estas sociedades del rendimiento que tienen un exceso de positividad, en donde lo otro o lo extraño, están eliminados por ese mismo exceso. Hay, así, una pasividad inmunológica por parte del sujeto porque no hay nada externo que atacar, por ello arguye que el individuo es un sujeto bajo el rendimiento que se explota a sí mismo y que no necesita que alguien más venga y lo esclavice porque se siente en libertad, y para él nada es imposible, se abandona a la libertad o la libre obligación de maximizar el rendimiento, el exceso de trabajo y rendimiento se agudiza, siendo él mismo explotador y explotado, víctima y verdugo, pero aun en libertad está deprimido: “lo que enferma no es el exceso de responsabilidad, sino el imperativo del rendimiento como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardo moderna.” [2012: 29] Y en ese contexto el propone, un Prometeo Cansado, un Prometeo que del cansancio le cierren las heridas, un cansancio que sea un entre tiempo que inspire una potencia negativa, un no. Un cansancio que desarme al exceso de positividad, en el que se pueda ver realizable: trabaja menos y disfrutarás más. 

 

 

Aunque el diagnostico de Han sobre la sociedad del rendimiento, sea certero su propuesta de la sociedad del cansancio es un tanto cuestionable, porque el exceso de positividad no necesariamente tuvo que haber abandonado el mecanismo de defensa inmunológico, sino más bien que lo extraño está tan difuminado que es apenas perceptible para que el cuerpo se defienda de él. Hay un señalamiento de Hannah Arendt, que podemos seguir aquí para entender esta cuestión: el dominio de nadie es claramente el más tiránico de todos, pues no existe precisamente nadie al que puede preguntarse por lo que se está haciendo. En ese estado de cosas, que hace imposible, la localización de la responsabilidad y la identificación del enemigo, una de las causas más poderosas de la actual y rebelde intranquilidad difundida por todo el mundo y de su tendencia peligrosa a escapar de todo control. [2005:159] Lo extraño al pertenecer al dominio de nadie, es la imposibilidad de verlo como un enemigo del cual haya que defenderse, lo peligroso de ello es que al parecer se sale de nuestro control porque no hay modo de atraparlo, por ejemplo, una palabra tan vacía y tan llena de fuerza como rendimiento o productividad, incluso sistema, pasan a ser ilocalizables y no identificadas cuando se vuelven parte de una cifra, de una estadística, o de un conjunto de mecanismos que no entendemos, porque no corresponden a un lugar específico o a una persona en particular, sino a variados aspectos, procedimientos y situaciones respecto de lo político, social y económico y hasta educativo. Es decir, las fuentes de opresión, o lo ajeno no están tan claras o definidas, y vendrían de muchos lugares, por ello no sería tan fácil atacarlas inmunológicamente, la cotidianidad del dominio de nadie en nuestro mundo ha creado tolerancia farmacológica y no más bien, pasividad inmunológica. En ese sentido, habría que pensar más detenidamente, si a nuestras sociedades del rendimiento les convendría hacer un entre tiempo, ese tal que cierre las heridas de cansancio o más bien, lo que le correspondería sería cambiar de fármaco, insuflar un fármaco lo suficientemente capaz como para evitar que se estudie o se escriba tan solo al servicio de los opresores. Aquí, los señalamientos de Simone Weil son menesterosos para la consideración del dialogo con la filosofía contemporánea, al grado que podemos decir, que si Han tiene su Prometeo Cansado, Weil tendría su Prometeo Liberado. Porque contrario al “extremo opuesto al de los que propugnan la emancipación del hombre por mediación de la desaparición del trabajo, el pensamiento weliano está guiado por la convicción permanente de la función liberadora del trabajo.” [E. Bea, 1992:97] 

 

En unas notas de Cuadernos, es donde da la pauta de lo que ella entenderá por trabajo: “El trabajo -el que no es inhumano- esté hecho para nosotros es la alegría, alegría que ni siquiera el agotamiento físico disminuye.” [2001: 19] “trabajo: sentir en todo uno mismo la existencia del mundo” [2001:20] “el hombre crea el universo que le rodea mediante el trabajo.” [2001:30] El trabajo para Simone Weil sería la realización de la libertad, un trabajo en el que el individuo fuera consiente de la existencia del mundo, porque ahí se trabaría la relación entre el pensamiento y la acción, un trabajo que no representara cansancio o agotamiento, un tiempo que le correspondería al hombre y no al rendimiento o su productividad. Una consideración del trabajo totalmente diferente de la concepción del trabajo como maldición y condena, como un castigo divino después de que se le heredara a los hombres la técnica. Simone Weil, habla de ello en Prometeo, un análisis pormenorizado de la tragedia de Esquilo, dicho texto está recogido en un libro póstumo que publicó Josep Marie Perrin en 1951, el texto lleva el nombre de Intuiciones precristianas. Hay un extracto del poema que Simone Weil cita diciendo: “Evité que los hombres sucumbieran. Corifeo - ¿Contra ese mal que antídoto encontraste? - Pr: en su alma yo insufle ciega esperanza” [2004:85] El mito, como sabemos trata del robo del fuego que Prometeo hizo a los dioses, y ahora él pagará su traición con un fuerte castigo, encadenado a una piedra, con el hígado que le crece durante la noche y que el águila le devorará eternamente durante el día. Su castigo, representa la liberación, de los hombres porque ellos conocerán todas las artes a través de Prometeo y de su desgracia eterna. Pero, ¿por qué Simone Weil, cita el extracto del poema donde Prometeo le dice al Corifeo que ha insuflado ciega esperanza a los hombres?, y continua diciendo “pero les liberó de la espera de la muerte introduciendo una esperanza ciega” [2004: 91] La esperanza ciega no es otra que haberle dado la técnica y con ello hacer creer a los hombres que eran infinitos, sin embargo señala Weil: ¡Cuánto no cambiarían nuestras vidas de contemplar todas las técnicas como dones de la sabiduría” [2004:89 ] Preguntemos, ¿qué tiene ver la sabiduría, con la técnica y el trabajo? Según nos dice Simone Weil que Prometeo procuró a Zeus con sus consejos, incluso cuando los titanes combatieron contra Zeus, ellos despreciaron la sabiduría de Prometeo y los condenó a la derrota, ganando Zeus porque no se sirvió durante la batalla solo de la fuerza  sino de la sabiduría de Prometeo. Si Prometeo es la sabiduría, la falsa esperanza que insuflo a los hombres fue que creyeran que con el fuego solo les había dado la construcción de las casas la elaboración de los ladrillos, el trabajo con madera, el conocimiento de las estaciones, el de los astros, el de los números y las letras, la doma del caballo, la navegación de las velas, el trabajo de los metales, la medicina, en una palabra, todas las artes y las técnicas, y no la sabiduría. Prometeo, para Simone Weil, tiene una actuación educativa para los hombres, pero no porque les haya dado las artes o las técnicas, sino porque les dio su sabiduría, pero los hombres ciegamente han creído que lo concedido fue la técnica para dominar el mundo y creerse infinitos. Al final, Simone Weil nos dice que Prometeo se entrega al sacrificio como cordero degollado desde la fundación del mundo, pero deja claro que: “lo sabía muy bien, yo a sabiendas erré”. El trabajo así concebido, ya no sería una maldición que los dioses había mandado a los hombres tras el robo de Prometeo, el trabajo sería “la civilización más plenamente humana será aquella que tenga al trabajo manual como centro, aquella en la que el trabajo manual constituya el valor supremo,” [1982:46]. Pues habría que trabajar con todo el cuerpo para saber lo que se hace. Las anotaciones de Simone Weil no terminan ahí, en su análisis señala que: “en la tragedia de Esquilo hay unas cuantas frases dispersas, que sin duda interpretaríamos mejor si hubiéramos conocido El Prometeo liberado” [2004: 92] En el análisis de la tragedia no termina de decir, cuál sería ese Prometeo liberado, del que habla, sin embargo es un poema que envía a Paul Valery con el nombre Prométhée69[1968:22-24],, donde hallamos un señalamiento que nos ayudaría a entender un poco más la figura de Prometeo liberado. La publicación de Albert Camus sobre los textos de Simone Weil, en la Colección de Espoir recoge la carta que Valery redacta a Weil después de recibir su poema, escribe: “Muchos de sus versos son muy agradables. Por último, y esto es esencial, hay en este Prometeo una composición de voluntad a la que concedo la mayor importancia dada la rareza de esta preocupación en la poesía.” 70 [1968:10] La rareza de la preocupación del poema weliano del  que habla Valery, es el punto que atraviesan las reflexiones de Simone Weil, donde Prometeo siendo un médico para los hombres no encuentra la cura a sus males, entonces, ¿Qué lo hará ser libre?: Un animal consumido por la soledad, Un roedor lo muerde todo el tiempo en el estómago, Lo hace correr, temblando de cansancio, Para escapar del hambre, a la que sólo huye cuando muere; Buscando su vida a través de los bosques oscuros; Ciego cuando la noche extiende sus sombras; En el hueco de las rocas golpeado por el frío mortal; Aparearse sólo en un abrazo al azar; Acosados por los dioses, gritando bajo su ataque. Sin Prometeo, hombres, ustedes serían así.71 Esta estrofa es la primera del poema pero en ella hace la descripción de la naturaleza del hombre sin Prometeo, una naturaleza muy débil, y solo se encuentra esclavo de sus mismas debilidades, sin posibilidad de ver cuando no hay fuego, sin posibilidad de escapar de la amenaza de una criatura tan pequeña como un roedor. La muerte del hombre acabaría con el hambre, y con todo aquello que siendo tan débil no puede escapar, el hombre para Simone Weil anda buscando una vida que no tiene, una vida que lo haría libre pero ahora sólo está perdido en la oscuridad. Y continua, diciendo: ¡Fuego creativo, destructivo, llama de artista! ¡Fuego, heredero de las luces del atardecer! […] El metal duro brota en las piezas fundidas, El hierro ardiente se dobla y cede ante el martillo. Una luz bajo un techo llena el alma. El pan madura como un fruto en la llama. ¡Que te amó, para hacer un regalo tan hermoso! Ese fuego creador o destructor hará incluso que el pan llegue seguro a la boca del hombre, ese fuego es la herencia de Prometeo, un regalo hermoso que sólo un amante entregaría a una criatura tan indefensa como la humanidad, ahora con el fuego también tiene el trabajo y con él podrá hacer que algo tan duro como el hierro ceda ante su mano, y que encuentre en esa luz un hogar en el que llene su alma. Pero en cambio ha hecho esto:  El hierro corre, muerde, desgarra, estira y muele, Dócil y duro. Las armas llevan a su presa, El universo pesado que da y bebe sangre. Tras haber heredado el fuego, lo único que ha buscado es el aniquilamiento de su especie y todo su mundo, ha creado armas para ello, que lo han desgarrado y molido, se ha visto ahí como la creatura dócil que es, como una presa de su orgulloso fuego destructivo y ha bebido así la sangre de su propio mundo. La consecuencia más grave de todo esto es que: En él, mientras estaba colgado crucificado, El dolor frío entra como una hoja. Horas, estaciones y siglos roen su alma, Día tras día le falla el corazón. Su cuerpo se retorció en vano bajo coacción; El momento en que huye dispersa su queja a los vientos; Solos y sin nombre, carne entregada a la desgracia. El hombre, aun con el fuego, pudiendo con esa llama aniquilar su sufrimiento, lo ha extendido, con una falsa esperanza, el sacrificio de Prometeo ha sido en vano. Prometeo y el hombre son hermanos de una misma desgracia, una que ellos han insuflado a sus cuerpos, en la que muchos siglos y estaciones han pasado presos sin que nadie escuche su queja, en soledad. La desgracia de Prometeo y el hombre no es otra que ignorar quiénes son, ese nombre del habla Simone Weil en él poema no es porque no lo tengan sino porque lo saben, no es que sean esclavos uno de la piedra y otro del fuego, porque como afirma en el Prometeo de Intuiciones Precristianas “Todo es libertad en este drama de clavos y cadenas” [2004: 92], son esclavos de su misma ignorancia y desconocimiento de que el fuego no es la técnica sino la sabiduría que cada quien contendría para modificar su mundo con el pensamiento. Tanto en el poema de Prometeo como en el análisis del Prometeo de Esquilo Simone Weil parece asumir esa postura, pero ¿por qué?, la respuesta es esta: “Y sin embargo, nada el mundo puede impedir al hombre nacido para la libertad, jamás sea como fuere, puede aceptar la servidumbre, pues piensa.” [1982: 75]La grandeza de Prometeo y el hombre no es otra que: el pensamiento. Prometeo liberado sería aquel que fuera consiente de su naturaleza pensante, una muy poderosa que no le impediría sentirse nacido para la libertad en todo momento. 

 

 

Si antes hemos dicho que, la verdadera libertad sería una donde el hombre disfrutara del trabajo, realizando la más adecuada relación entre el pensamiento y la acción, es precisamente por la insistencia de Simone Weil de la glorificación del trabajo como una actividad suprema del hombre, una que vendría a modificar esa antigua concepción del trabajo como maldición, una que vendría a trasformar la supeditación del hombre a la técnica es porque: “la afirmación de que sólo una sociedad en la que el acto del trabajo pusiera en juego, todas las facultades del hombre, el hombre que trabaja estaría en primer rango, realizaría la plenitud de la grandeza humana.” [E. Bea,1992: 97] Así, Prometeo liberado, sería aquel que trabajara pensando con las manos, aquel que afirmara su condición humana en el mundo, una que es en todo momento acción y pensamiento, una que suprimiría la actividad productiva como un fin en sí mismo, pues la producción y el rendimiento sólo sería un resultado. Prometeo liberado no necesitaría de un entre tiempo, no necesitaría del cansancio que cerrara las heridas, necesitaría trabajar como nunca lo hecho, necesitaría verdaderamente trabajar para sí mismo y para las necesidades de su mundo, para afirmar que en su trabajo podría sentirse como en casa, un lugar en el que fuera habitable el pensamiento, que no se necesitara mutilar a la acción del pensamiento, ni al pensamiento de la acción, porque son esas facultades las únicas encargadas de que el hombre no sea esclavo y puede sentirse nacido en la libertad. Por pensar de esta manera el trabajo, Simone Weil ha sido llamada una utópica, en autores como A. Marcheti, Maria Castella o Pol Rolland72, pero preguntemos con Maria Antonietta Vito: ¿Es una utopía concebir el trabajo no solo como fuente de sustento, no sólo como garantía de profesionalidad y respetabilidad social, sino como ocasión de garantizar a todo ser humano, incluso en los oficios más humildes, que pueda actuar sobre la materia, plasmarla, darle forma, ejercitando en la realidad un esfuerzo inteligente de invención y transformación, con los otros y para el bien de todos?[2016: 49] Cuando hablamos de utopía, siempre pareciera que se hablan de procesos inalcanzables y por ende de ideales, sin embargo, no considero que esa concepción del trabajo en Simone Weil sea utópica en ese sentido, sino utópicamente necesaria para el mejoramiento de condiciones de existencia ante la tolerancia farmacológica que hemos creado con la sociedad del rendimiento, sus términos de productividad y rendimiento están tan arraigados a nuestra forma de vida, a desempeñar nuestra profesión y a establecer nuestras relaciones con el mundo, que ya nada toma forma sin ellos, que nos vemos a la vez desarraigados del pensamiento. Necesitamos insuflar un fármaco en el cuerpo de las sociedades del rendimiento que ya no reproduzca un sistema burocrático y una técnica que reseca el pensamiento y vuelve al hombre inconsciente del su capacidad creativa e inventiva, de su capacidad de fraguarse una nueva forma de situarse en el mundo. Y eso no es una ilusión, es una necesidad, si seguimos pensando que la utopía es una ilusión es realmente porque nunca se hace nada, siempre se espera como decía Simone Weil a que caiga como un milagro, pero nunca se pregunta quien lo hará: “imaginar que se puede encarrilar la historia en una dirección diferente transformando el régimen a fuerza de reformas o revoluciones, esperar la salvación de una acción defensiva u ofensiva contra la tiranía es soñar despierto.” [1982:121] pareciera que siempre estamos imaginando situaciones ideales, que estamos soñando despiertos cuando pensamos que las reformas que vengan o el régimen nuevo anuncian la buena nueva y con ello nuestra salvación. Pero la realidad, se impone y los hechos no espera ni a los sueños más esplendorosos, ya no es momento que los filósofos estemos como Prometeo, que siendo médico no encuentra curas a sus males, es momento de hacer las cosas en vez de solo soñarlas o imaginarlas, de dejar de pensar que es imposible toda trasformación deseable, porque al menos ya habrá un camino. Simone Weil hasta el final de su vida luchó por esas trasformaciones deseables en la vida de los hombres, sus escritos sobre la vida de la fábrica aquí adquieren mucha importancia, pues sabiendo que tres aspectos tales como el desconocimiento de lo que se hace, el exilio de sí y la despersonalización son los que esclavizan la vida del trabajador y en general la vida de cualquier hombre bastaría saber qué cosas son las que deben modificarse en una trasformación deseable de las condiciones de existencia. Es en Echar raíces un texto de1942, casi un año antes de que muriera, donde nos otorga el señalamiento cabal para poder entender la dirección de esa trasformación: “Es necesario cambiar el régimen de la atención de las horas en el trabajo, la naturaleza de los estímulos que impulsan a vencer la pereza y el agotamiento —estímulos que hoy  reducen al miedo y al dinero— la naturaleza de la obediencia, la cantidad demasiado débil de iniciativa, de habilidad y de reflexión demandadas a los obreros, la imposibilidad en que se encuentran de participar por su pensamiento y sentimientos en el conjunto de trabajo de la empresa, ignorancia a veces completa del valor, la utilidad social, el destino de las cosas que fabrican, la separación completa de la vida de trabajo de la vida familiar. Podría aumentar la lista” [1996:74] Aunque Simone Weil siempre haga alusión a “la vida en la fábrica pareciera que está hablando de una realidad más amplia” [E. Bea,1992:108], por ello, es que sus percepciones sobre los problemas que llevarían a una trasformación deseable no sólo del trabajo sino de las condiciones de existencia, podría abarcar otros espacios y con ello otros tiempos. La primera necesidad que deja ver es la capacidad de comprensión de los problemas sociales y las necesidades humanas, el trabajador tiene que conocer su trabajo, qué está haciendo, para saber la utilidad social, el valor y el destino que tiene lo que está produciendo, así en todo momento su pensamiento y su acción estarían vinculados, tendría control de su cuerpo y de su vida en cada movimiento que emprendiera, en cada cosa que creara. Podría cuestionar así lo que realiza todos los días no sólo para el sustento, sino para fijar su lugar e importancia en el mundo con su trabajo. Donde su participación, en la empresa o la fábrica, no fuera débil, sino que la ejerciera, conociendo todos los mecanismos con que funciona el lugar de su trabajo, y el trabajo en general para depender menos de figuras que no lo representan e ignoran la necesidad de su trabajo en la sociedad. El trabajo ahí no sería algo que estrictamente tendría que está relacionado con la obtención de dinero sino más bien con la dignificación de la vida humana. La segunda necesidad que plantea es hacer una ciencia y una técnica a la medida del hombre, por lo cual “una reforma de importancia social es la concepción misma de las investigaciones técnicas.” [S. Weil,1982:85] La máquina ahí tendría que estar adaptada a las necesidades del obrero Charlot. Charlot ahí ya no ocuparía el lugar de la rata de laboratorio. Sería una especie de investigación que estaría dirigida al mejoramiento de las necesidades de un trabajador y no la imposición de situaciones que el trabajador desconoce pero que luego pasan a ser necesarias, aunque en el plano de lo real sean de ultimo orden o sean más bien necesidades imaginarias. Por ende, se estaría pensado en una investigación que esté vinculada al tiempo en que nuestra realidad avanza, una investigación sobre la vida humana, una que no fuera indiferente a los valores humanos, que tuviera como centro las condiciones de existencia de toda la vida habitable en el mundo. Emilia Bea opina al respecto que este cuadro de trasformación que propone Simone Weil parece irrealizable, sin embargo señala: “El aspecto que más ha reclamado consideración de Weil a lo largo de su vida: es el de la formación obrera en el marco de su extensa preocupación por los problemas globales de la educación” [1992:109] Y es precisamente aquí, donde el filósofo tiene mucho que hacer, y tiene la posibilidad de trasformar su trabajo en uno que no tenga que ver con esa obsesión del rendimiento o la productividad, en uno donde se replantee la verdadera necesidad de que la filosofía sea productiva en la sociedad, no ya como un departamento de la división del trabajo, sino como un trabajo humano y humanitario. Hay una necesidad de la sociedad, más allá de los discursos de pertinencia sobre la filosofía en la contemporaneidad, que no podemos desoír: la formación de los hombres en la cultura no sólo depende del ámbito educativo, sino también filosófico. No ya solo de los obreros de los que hablaba Simone Weil en los 30’, porque resulta que nuestra sociedad no necesita ir a una fábrica para sentir que se está siendo explotado y con ello que se pierde la capacidad de reflexión y de crítica. Porque nuestra sociedad es una que va replicando solamente reacciones e imitando gestos que ni siquiera le son propios, porque no dicen nada de su situación en el mundo. Abandonar nuestro trabajo filosófico a la suerte y el azar de las reformas educativas y de las políticas y economías que ignoran la importancia de nuestro quehacer porque lo hemos hecho de élite, es abandonarnos a nosotros mismo y a lo único con lo que la filosofía se ha defendido de cualquier tribulación: el pensamiento. Por ello, creo en primer que la Universidad como lugar donde se cobija el pensamiento filosófico, hoy debe replantearse cuál es la dirección que lleva al decirle adiós a las humanidades y la filosofía, en ese afán por la producción y el rendimiento. Efectivamente la filosofía se ha institucionalizado a lo largo de nuestra tradición, pero cuestión distinta es pensar que la filosofía tenga algún sentido en nuestra sociedad y la historia del pensamiento por estar vinculada al cumplimiento de ciertas reglas sobre su rendimiento. Porque, al final ni el rendimiento ni la producción harían nada por defender la libertad y la capacidad reflexiva del hombre. Sobre todo, porque la Universidad está  formando a los ciudadanos del mañana, los profesionistas y las personas encargadas de orientar o dirigir nuestra sociedad, y una sociedad —como lo vemos a diario— sin capacidad reflexiva y critica pierde muy fácil sus metas, se pierde en cualquier discurso que le ofrezca como la magia, un cambio que no conlleve tanto esfuerzo y fatiga. Y en segundo lugar, la filosofía en la academia, no puede ceñirse a sus paredes, no puede seguir pensando que el filósofo creará discursos y la sociedad sabrá cómo interpretarlos y qué hacer con ellos, porque pensar así, habla de lo lejos que estamos de la realidad de nuestro mundo, porque, aunque hoy el mundo se diga más democratizado y aparentemente todo esté a nuestro alcance, lo cierto es que también hoy las personas están más lejos de ser herederos naturales de la cultura, siendo esto así no habrá manera de que las personas sepan qué hacer con los discurso que creamos, pues bien dice Camus “no he visto a nadie morir por el argumento ontológico”[F. Bradu: 2010, 5] Hoy la filosofía en la academia debe estar interesada por formar personas interesadas en su vocación, antes de cumplir con índices o estadísticas que en nada la representan. Debe conocer su trabajo para decir, no, cuando no se está de acuerdo, antes que solo asumir supuestos que determinan o coartan la formación de los futuros filósofos. Pues ningún trabajador se sentirá verdaderamente en casa, en su propio país, y en consecuencia miembro responsable de este, hasta que no se siente en casa en el lugar donde trabaja. Considero, en ese sentido, que nuestro trabajo filosófico debe hacernos sentir en casa, por ello, debemos buscar la manera de hallar ese sentimiento de calidez del hogar filosófico, para plantar las semillas que mas tarde se arraigaran en él. Por ello, es importante que como filósofos debemos conocer de qué hablamos cuando escribimos, porque nuestro trabajo se da de forma escritural, no es necesario enmarañar el pensamiento más de lo que ya lo está, es necesario decir, que está pasando e internarnos en el corazón de los problemas, porque talvez no todas las personas quieran saber de filosofía pero si necesitan saber los problemas porque atraviesa nuestro mundo y sobre todo los riesgos a donde nos lleva cualquier actividad sin reflexión, y porque es ahí donde hallaremos otros caminos y otras formas de hacer filosofía más cercana a las personas y más lejanas de las estadísticas, debemos conocer qué es lo que estamos produciendo para depender menos y resistir más, porque en todo caso habría que resistirle si no se puede disolver.   

 

Y la filosofía resistirá, el día que dejemos de concebirla como un saber de élite, un saber puro y profundo, sacándola de los rincones donde a veces es puesta en aras de cumplir solamente con cosas absurdas como la productividad, en vez de que cumpla cabalmente con su quehacer: reflexione o escriba no por encargo sino porque es necesario para la renovación del pensamiento y del mundo en que vivimos, porque “la grandeza del hombre está siempre en el hecho de recrear su vida. Recrear lo que le ha sido dado. Fraguar aquello mismo que padece.” [S. Weil.2001: 58] En todo caso, fraguar un nuevo camino donde la reflexión del pensamiento no tenga límites. El pensamiento de Simone Weil sobre el trabajo y la esclavitud son señalamientos que dan justo en el blanco con las problemáticas actuales del quehacer filosófico, no hacer caso de ello, sería desechar el pensamiento weliano como tal cual lo describió en una carta a J. M. Perrin en sus Últimos pensamientos: Si nadie se aviene a prestar atención a los pensamientos que, sin saber cómo, se han depositado en un ser tan insuficiente como yo, quedarán enterrados conmigo. Y si, como pienso, contienen verdad, será una lástima. Yo soy perjudicial para ellos. El hecho de que se hayan encontrado en mí impide que se les preste atención. (...) Me resulta muy doloroso el temor de que los pensamientos que han descendido sobre mí estén condenados a muerte por el contagio de mi miseria y de mi insuficiencia. Nunca leo sin estremecimiento la historia de la higuera seca. Me parece que es mi retrato. También en ella la naturaleza era impotente, y, sin embargo, no por ello se la excusó [S. Weil, 1954: 67] Simone de Beauvoir una vez dijo de Simone Weil que su corazón podría latir a través del universo entero, pienso que la filosofía como Weil también puede latir a través del universo entero, porque puede expresarse de diferentes formas para decirnos que está viva y vigente, a pesar de que la filosofía se encuentre en un camino sinuoso con el peligro de esclavizarse, y más aún a pesar de la incertidumbre de nuestros días, quizá la filosofía pueda latir a través de una filosofía de la resistencia. 

 

 

Y Tú  me preguntas amado Emanuel ¿Porque no te enamoras?  

La respuesta puede estas en el manifiesto ciborg

 

https://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/beatriz_suarez/ciborg.pdf 

 

Un ciborg es un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción  

 

El ciborg es una criatura en un mundo post genérico. No tiene relaciones con la bisexualidad, ni con la simbiosis preedípica, ni con el trabajo no alienado u otras seducciones propias de la totalidad orgánica, mediante una apropiación final de todos los poderes de las partes en favor de una unidad mayor. En un sentido, no existe una historia del origen del ciborg según la concepción occidental, lo cual resulta ser una ironía ‘final‘, puesto que es también el terrible telos apocalíptico de las cada vez mayores dominaciones, por parte de occidente, del individuo abstracto. Es, para terminar, un ser no atado a ninguna dependencia, un hombre en el espacio. Según el sentido humanístico occidental, una historia que trate del origen depende del mito de la unidad original, de la plenitud, bienaventuranza y terror, representados por la madre fálica de la que todos los humanos deben separarse.  

 

Las tareas del desarrollo individual y de la historia son los poderosos mitos gemelos inscritos para nosotros con fuerza inusitada en el psicoanálisis y en el marxismo. Hilary Klein ha argüido que tanto el uno como el otro, a través de sus conceptos del trabajo, de la individuación y de la formación genérica, dependen del argumento de la unidad original, a partir de la cual debe producirse la diferenciación, para, desde ahí, enzarzarse en un drama cada vez mayor de dominación de la mujer y de la naturaleza. El ciborg elude el paso de la unidad original, de identificación con la naturaleza en el sentido occidental. Se trata de una promesa ilegítima que puede conducir a la subversión de su teleología en forma de guerra de las galaxias. 

 

El ciborg se sitúa decididamente del lado de la parcialidad, de la ironía, de la intimidad y de la perversidad. Es opositivo, utópico y en ninguna manera inocente. Al no estar estructurado por la polaridad de lo público y lo privado, define una polis tecnológica basada parcialmente en una revolución de las relaciones sociales en el oikos, la célula familiar. La naturaleza y la cultura son remodeladas y la primera ya no puede ser un recurso dispuesto a ser apropiado e incorporado por la segunda. La relación para formar torios con partes, incluidas las relacionadas con la polaridad y con la dominación jerárquica, son primordiales en el mundo del ciborg. A la inversa de Frankenstein, el ciborg no espera que su padre lo salve con un arreglo del jardín (del Edén), es decir, mediante la fabricación de una pareja heterosexual, mediante su acabado en una totalidad, en una ciudad y en un cosmos. El ciborg no sueña con una comunidad que siga el modelo de la familia orgánica aunque sin proyecto edípico. El ciborg no reconocería el Jardín del Edén, no está hecho de barro y no puede soñar con volver a convertirse en polvo. Quizás sea por eso por lo que yo quisiera ver si el ciborg es capaz de subvertir el apocalipsis de volver al polvo nuclear impulsado por la compulsión maniaca de nombrar al Enemigo. Los ciborgs no son irreverentes, no recuerdan el cosmos, desconfían del holismo, pero necesitan conectar: parecen tener un sentido natural de la asociación en frentes para la acción política, aunque sin partidos de vanguardia. Su problema principal, por supuesto, es que son los hijos ilegítimos del militarismo y del capitalismo patriarcal, por no mencionar el socialismo de estado. Pero los bastardos son a menudo infieles a sus orígenes. Sus padres, después de todo, no son esenciales. 

 

 

Desde una perspectiva, un mundo de ciborgs es la última imposición de un sistema de control en el planeta, la última de las abstracciones inherentes a un apocalipsis de Guerra de Galaxias emprendida en nombre de la defensa nacional, la apropiación final de los cuerpos de las mujeres en una masculinista orgía de guerra (Sofía, 1984). Desde otra perspectiva, un mundo así podría tratar de realidades sociales y corporales vividas en las que la gente no tiene miedo de su parentesco con animales y máquinas ni de identidades permanentemente parciales ni de puntos de vista contradictorios. La lucha política consiste en ver desde las dos perspectivas a la vez, ya que cada una de ellas revela al mismo tiempo tanto las dominaciones como las posibilidades inimaginables desde otro lugar estratégico. La visión única produce peores ilusiones que la doble o que monstruos de muchas cabezas. Las unidades ciborgánicas son monstruosas e ilegítimas. En nuestras presentes circunstancias políticas, difícilmente podríamos esperar mitos más poderosos de resistencia y de reacoplamiento. Me gusta imaginar al LAG -Livennore Action Group- como una especie de sociedad ciborg dedicada a convertir de manera realista los laboratorios que encarnan y vomitan con más ímpetu las herramientas del apocalipsis tecnológico, dedicadas a construir una forma política que trate de mantener juntos a brujas, ingenieros, ancianos, perversos, cristianos, madres y leninistas durante el tiempo necesario para desarmar al estado. Fisión Imposible es el nombre del grupo afín en mi pueblo (Afinidad: relación no por lazos de sangre, sino por elección, atracción de un grupo químico nuclear por otro, avidez.

 

 

No solamente ‘dios‘ ha muerto, sino también la ‘diosa’, o los dos han sido revivificados en los mundos cargados de microelectrónica y de políticas biotecnológicas. En relación con objetos tales como los componentes bióticos, una ya no deberá pensar en términos de propiedades esenciales, sino de diseño, de dificultades limítrofes, de tasas de movimiento, de lógicas de sistema, de costo de disminución de las dificultades. La reproducción sexual es una más entre otras estrategias de perpetuación, con costos y beneficios en tanto que función del sistema ambiental. Las ideologías de la reproducción sexual no pueden razonablemente defender las nociones de sexo y de papel sexual como aspectos orgánicos de objetos naturales tales como organismos y familias, pues esas opiniones serían tachadas de irracionales e, irónicamente, veríamos a ejecutivos que leen Playboy y a feministas radicales que luchan contra la pornografía convertidos en extraños compañeros de cama al denunciar juntos la irracionalidad. Al igual que con las razas, las ideologías que tratan de la diversidad humana tendrán que ser formuladas en términos de frecuencias de datos, como grupos sanguíneos o coeficientes de inteligencia. Es ‘irracional’ invocar conceptos como lo primitivo o lo civilizado. Para liberales y radicales, la búsqueda de sistemas sociales integrados da paso a una nueva práctica llamada ‘etnografía experimental’, en la que un objeto orgánico se disipa en favor de un juego escrito. A nivel de la ideología, vemos traducciones de racismo y colonialismo a lenguas de desarrollo y subdesarrollo, tasas y dificultades de modernización. Objetos y personas pueden ser considerados en términos de desmontar o volver a  montar, ninguna arquitectura ‘natural’ obstaculiza el diseño del sistema. Los distritos financieros en todas las ciudades del mundo, así como las zonas de elaboración de exportaciones y de libre comercio, proclaman este hecho elemental del ‘capitalismo tardío’. El universo de objetos que pueden ser conocidos científicamente debe ser formulado como problemas en la ingeniería de las comunicaciones (para los gestores) o teorías del texto (para aquellos que resistirán). Ambos son semiologías ciborg. Una debería esperar estrategias de control que se concentrasen en condiciones límites e interfaces, en tasas de flujo entre fronteras y no en la integridad de los objetos naturales. La ‘integridad’ o la ’sinceridad’ del ser occidental cede el paso a procedimientos de decisión y a sistemas de expertos. Por ejemplo, las estrategias de control aplicadas a las capacidades de las mujeres para dar a luz a nuevos seres humanos serán desarrolladas en el interior de los lenguajes de control de la población y de optimización del logro de objetivos con vistas a cargos directivos individuales. Las estrategias de control serán formuladas en términos de tasas, costos de las dificultades, grados de libertad. Los seres humanos, como cualquier otro componente o subsistema, estarán localizados en un sistema arquitectural cuyos modos básicos de operación son probabilísticos, estadísticos. No existen objetos, espacios o cuerpos sagrados por sí mismos, cualquier componente puede ser conectado con cualquier otro si la pauta y el código correctos pueden ser construidos para el procesamiento de señales en un lenguaje común. El intercambio en este mundo trasciende la traducción universal llevada a cabo por los mercados capitalistas que Marx analizó de manera tan brillante. La patología privilegiada que afecta a todos los componentes de este universo es el estrés, la ruptura de comunicaciones (Hogness, 1983). El ciborg no está sujeto a la biopolítica de Foucault, sino que simula políticas, un campo de operaciones mucho más poderoso. Este análisis de los objetos científicos y cultural es del conocimiento que han aparecido históricamente desde la segunda guerra mundial nos prepara a conocer algunas insuficiencias del análisis feminista que ha funcionado como si los dualismos orgánicos y jerárquicos que controlan el discurso en ‘occidente’ desde Aristóteles estuviesen todavía en funcionamiento. Han sido canibalizados o, como diría Zoé Sofía (Sofoulis), ‘tecnodigeridos’. Las dicotomías entre la mente y el cuerpo, lo animal y lo humano, el organismo y la máquina, lo público y lo privado, la naturaleza y la cultura, los hombres y las mujeres, lo primitivo y lo civilizado están puestas ideológicamente en entredicho. La situación actual de las mujeres es su integración/explotación en un sistema mundial de producción/reproducción y de comunicación llamado informática de la dominación. El hogar, el sitio de trabajo, el mercado, la plaza pública, el propio cuerpo, todo, puede ser dispersado y conectado de manera polimorfa, casi infinita, con enormes consecuencias para las mujeres y para otros, consecuencias que, en sí mismas, son muy diferentes en gentes diferentes y que convierten a los poderosos movimientos internacionales de oposición en algo difícil de imaginar, aunque esencial para la supervivencia Un camino importante para reconstruir las políticas feministas socialistas es a través de la teoría y de la práctica dirigidas a las relaciones sociales de ciencia y de tecnología, incluidos los sistemas de mito y de significados que estructuran nuestras imaginaciones. El ciborg es una especie de yo personal, postmoderno y colectivo, desmontado y vuelto a montar. Es el yo que las feministas deben codificar.

 

 

Las tecnologías de las comunicaciones y las biotecnologías son las herramientas decisivas para darle nuevas utilidades a nuestros cuerpos. Estas herramientas encarnan y ponen en vigor nuevas relaciones sociales para las mujeres a través del mundo. Las tecnologías y los discursos científicos pueden ser parcialmente comprendidos como formalizaciones, por ejemplo, como momentos congelados de las fluidas interacciones sociales que las constituyen, pero deberían asimismo ser vistos como instrumentos para poner significados en vigor. La frontera entre mito y herramienta, entre instrumento y concepto, entre sistemas históricos de relaciones sociales y anatomías históricas de cuerpos posibles, incluyendo a los objetos del conocimiento, es permeable. Más aun, mito y herramienta se constituyen mutuamente. Además, las ciencias de las comunicaciones y las biologías modernas están construidas por una misma intención, la traducción del mundo a un problema de códigos, una búsqueda de un lenguaje común en el que toda resistencia a un control instrumental desaparece y toda heterogeneidad puede ser desmontada, montada de nuevo, invertida o intercambiada. 

 

En las ciencias de la comunicación, la traducción del mundo a un problema de codificación puede ser ilustrada mirando a los sistemas de teorías cibernéticas (controlados mediante realimentación) aplicados a la tecnología telefónica, al diseño de ordenadores, al despliegue de armamentos o a la construcción y al mantenimiento de bases de datos. En cada caso, la solución a las preguntas claves se basa en una teoría de lenguaje y de control. La operación clave es la determinación de tasas, de direcciones y de probabilidades de fluido de una cantidad llamada información. El mundo esta subdividido por fronteras diferentemente permeables a la información. Ésta es esa especie de elemento cuantificable (unidad, base de unidad) que permite la traducción universal y, por lo tanto, un poder instrumental sin estorbos (llamado comunicación eficaz). La amenaza mayor a tal poder es la interrupción de la comunicación. Cualquier ruptura del sistema es una función del estrés. Lo fundamental de esta tecnología puede ser condensado en la metáfora C3-1, centrode- control- de- comunicación e- inteligencia, el símbolo militar de su teoría de operaciones. En las biologías modernas, la traducción del mundo a un problema de codificación puede ser ilustrada por la genética molecular, por la ecología, por la teoría evolucionista sociobiológica y por la inmunología. El organismo ha sido traducido a problemas de codificación genética y de lectura. La biotecnología, que es una  tecnología de la escritura, informa ampliamente de la investigación13 . En un sentido, los organismos han cesado de existir como objetos del conocimiento, dando lugar a componentes bióticos, por ejemplo, instrumentos especiales para el procesamiento de la información. Posiciones similares en la ecología podrían ser examinadas indagando la historia y la utilidad del concepto de ecosistema. La inmunobiología y las prácticas médicas asociadas son ricos ejemplos del privilegio de la codificación y del reconocimiento de sistemas como objetos del conocimiento, como construcciones de realidad corporal para nosotros. La “biología aquí es una especie de criptografía. La investigación es, por fuerza, una especie de actividad de la inteligencia. Abundan las ironías. Un sistema estresado termina por fracasar, no puede reconocer la diferencia entre el yo y el otro. Los bebés humanos con corazones de mandril provocan una perplejidad ética nacional, tanto en los activistas en favor de los derechos de los animales como en los guardianes de la pureza humana. En los Estados Unidos, los homosexuales y los drogadictos que se pinchan en vena son las víctimas ‘privilegiadas’ de una terrible enfermedad del sistema inmunitario que señala (inscribe en el cuerpo) una confusión de fronteras y de polución moral (Treichler, 1987)  

 

Pero estas excursiones dentro de las ciencias de la comunicación y de la biología se han efectuado en un nivel enrarecido. Existe una realidad mundana, ampliamente económica, que está en línea con mi opinión de que esas ciencias y esas tecnologías indican transformaciones fundamentales en la estructura del mundo para nosotros. Las tecnologías de las comunicaciones dependen de la electrónica. Los estados modernos, las compañías multinacionales, el poder militar, los aparatos del estado del bienestar, los sistemas por satélite, los procesos políticos, la fabricación de nuestras imaginaciones, los sistemas de control del trabajo, las construcciones médicas de nuestros cuerpos, la pornografía comercial, la división internacional del trabajo y el evangelismo religioso dependen íntimamente de la electrónica. La microelectrónica es la base técnica del simulacro, es decir, de las copias sin original. 

 

La microelectrónica hace de intermediario en las traducciones del trabajo a robotica y a tratamiento de textos, del sexo a ingeniería genética y a tecnologías reproductivas y de la mente a inteligencia artificial y a procedimientos de decisión. Las nuevas biotecnologías preocupan más que la reproducción humana. La biología en tanto que poderosa ciencia de la ingeniería para el nuevo diseño de materiales y de procesos tiene implicaciones revolucionarias en la industria, quizás hoy día más obvias dentro de las áreas de la fermentación, de la agricultura y de la energía. Las ciencias de la comunicación y la biología son construcciones de objetos técnico-naturales del conocimiento en las que la diferencia entre máquina y organismo es poco precisa. Mente, cuerpo y herramienta se encuentran en términos muy íntimos. La organización material ‘multinacional’ de la producción y de la reproducción de la vida diaria y la organización simbólica de la producción y de la reproducción de la cultura y de la imaginación parecen igualmente implicadas. Las imágenes mantenedoras de los límites entre base y superestructura, público y privado o material e ideal nunca tuvieron un aspecto más débil. 

 

Dentro de este marco de tres grandes etapas del capitalismo (comercial/industrial temprano, monopolio, multinacional), unido al nacionalismo, al imperialismo y al multinacionalismo y relacionado con los tres periodos estéticos dominantes de Jameson -realismo, modernismo y postmodemismo- , yo quisiera decir que las formas específicas de las familias se relacionan dialécticamente con formas del capital y con sus concomitantes políticos y culturales. Aunque vividas de manera problemática y desigual, las formas ideales de estas familias podrían resumirse como

1. la familia de núcleo patriarcal, estructurada por la dicotomía entre lo lo público y lo privado y acompañada por la ideología burguesa de esferas separadas y por el feminismo burgués anglo-norteamericano del siglo XIX;

2. la familia moderna condicionada (o puesta en vigor) por el estado del bienestar y por instituciones como el salario familiar, con un florecimiento de ideologías heterosexuales afeministas, incluyendo sus versiones radicales representadas en el Greenwich Village alrededor de la primera guerra mundial; y

3. la ‘familia’ de la economía del trabajo casero con su estructura oximorónica de hogares con cabeza de familia femeninos y su explosión de feminismos y la intensificación paradójica y erosión del propio género.

 

 

Este es el contexto en el que las proyecciones para el desempleo estructural a nivel mundial que surge de las nuevas tecnologías son parte del cuadro de la economía del trabajo casero. Mientras la robótica y las tecnologías afines lanzan a los hombres al desempleo en los países ‘desarrollados’ y exacerban la imposibilidad de crear puestos de trabajo masculinos en el ‘desarrollo’ del tercer mundo, y mientras la oficina automatizada se convierte en la norma incluso en países con abundante oferta de trabajo, la feminización del trabajo se intensifica. Las mujeres negras de los Estados Unidos saben desde hace tiempo lo que es hacer frente al subempleo (feminización) estructural de los hombres negros, así como a la vulnerabilidad de su propia posición en la economía de los salarios. Ya no es un secreto que, en esta estructura económica, la sexualidad, la reproducción, la familia y la vida comunitaria se encuentran entrelazadas de mil maneras que han diferenciado las situaciones de las mujeres y de los hombres negros. Cada vez habrá más mujeres y más hombres luchando con situaciones similares, lo que hará necesarias las alianzas intergenéricas e interraciales, no siempre agradables, en asuntos básicos de la vida, con o sin empleo.

 

 

La única manera de definir a la informática de la dominación es como una intensificación masiva de la inseguridad y un empobrecimiento cultural con un fallo común de la subsistencia de las redes para los más vulnerables. 

 

La escritura es, sobre todo, la tecnología de los ciborgs, superficies grabadas al aguafuerte en estos años finales del siglo XX. La política de los ciborgs es la lucha por el lenguaje y contra la comunicación perfecta, contra el código que traduce a la perfección todos los significados, el dogma central del falogocentrismo. Se debe a eso el que la política de los ciborgs insista en el ruido y sea partidaria de la polución, regodeándose en las fusiones ilegítimas de animal con máquina. Son estos acoplamientos los que hacen al Hombre y a la Mujer tan problemáticos, subvirtiendo la estructura del deseo, la fuerza imaginada para generar el lenguaje y el género, alterando la estructura y los modos de reproducción de la identidad ‘occidental’, de la naturaleza y de la cultura, del espejo y del ojo, del esclavo y del amo, del cuerpo y de la mente. ‘Nosotras’ no escogimos ser ciborgs, pero escogemos las bases de una política liberal y una epistemología que imagina las reproducciones de los individuos ante las amplias multiplicaciones de los ‘textos’. Desde la perspectiva de los ciborgs, libres de la necesidad de basar las políticas en ‘nuestra’ posición privilegiada de la opresión que incorpora todas las otras dominaciones, la inocencia de lo meramente violado, cuyo fundamento está cerca de la naturaleza, podemos ver poderosas posibilidades. Los feminismos y los marxismos han encallado en los imperativos epistemológicos occidentales para construir un sujeto revolucionario desde la perspectiva de una jerarquía de opresiones y/o de una posición latente de superioridad moral, de inocencia y de un mayor acercamiento a la naturaleza. En ausencia del sueño original de un lenguaje común o de una simbiosis original que prometa protegerla de la hostil separación ‘masculina’, pero escrita en el juego de un texto que no tiene lectura final privilegiada o historia de salvación, reconocerse ‘una misma’ como totalmente implicada en el mundo, libera a la mujer de la necesidad de enraizar la política en la identificación, en los partidos de vanguardia, en la pureza y en la maternidad. Despojada de identidad, la raza bastarda enseña el poder de los márgenes y la importancia de una madre como la Malinche. Las mujeres de color la han transformado y, de ser la madre diabólica del miedo masculinista ha pasado a ser la madre letrada original que enseña a sobrevivir. No se trata solamente de deconstrucción literaria, sino de transformación liminal. Cada historia que comienza con la inocencia original y que privilegia la vuelta a la totalidad, imagina el drama de la vida como una individuación, una separación, el nacimiento del yo, la tragedia de la autonomía, la caída en la escritura, la alienación; es decir, la guerra, templada por la tregua imaginaria en el seno del Otro. Estos argumentos se rigen por una política reproductora: renacimiento sin imperfección, perfección, abstracción. En este argumento las mujeres son imaginadas ya mejor o peor, pero todas están de acuerdo en que tienen menos percepción del yo, en que su individuación es más débil, en que tienen más fusión con lo oral, con la Madre, menos en litigio en la autonomía masculina. Pero existe otra ruta que no pasa por la Mujer, por lo Primitivo, por Cero, por el Estadio Especular ni por su imaginario, sino por las mujeres y otros ciborgs ilegítimos del tiempo presente, no nacidos de Mujer, que rechazan los recursos ideológicos de la victimización para gozar de una vida real. Estos ciborgs son las gentes que se niegan a desaparecer, haciendo caso omiso de todas las veces que un comentarista ‘occidental’ informe de la triste muerte de otro grupo orgánico y primitivo utilizando la tecnología ‘occidental’, la escritura 26 . Estos ciborgs de carne y hueso (por ejemplo, las trabajadoras del poblado del sudeste  asiático en las fábricas de electrónica japonesas o norteamericanas descritas por Aihwa Ong) están reescribiendo activamente los textos de sus cuerpos y de sus sociedades. La supervivencia está en juego en este duelo de escritura  Resumiendo, ciertos dualismos han persistido en las tradiciones occidentales; han sido todas sistémicas para las lógicas y las prácticas de dominación de las mujeres, de las gentes de color, de la naturaleza, de los trabajadores, de los animales, en unas palabras, la dominación de todos los que fueron constituidos como otros, cuya tarea es hacer de espejo del yo. Los más importantes de estos turbadores dualismos son: yo/otro, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, hombre/mujer, civilizado/primitivo, realidad/apariencia, todo/parte, agente/recurso, constructor/construido, activo/pasivo, bien/mal, verdad/ilusión, total/parcial. Dios/hombre. El yo es Aquel que no puede ser dominado, que sabe que mediante el servicio del otro, es el otro quien controla el futuro, cosa que sabe a través de la experiencia de la dominación, que proporciona la autonomía del yo. Ser Uno es ser autónomo, ser poderoso, ser Dios; pero ser Uno es ser una ilusión y, por lo tanto, verse envuelto en una dialéctica de apocalipsis con el otro. Más aun, ser otro es ser múltiple, sin límites claros, deshilachado, insubstancial. Uno es muy poco, pero dos son demasiados. La cultura de la alta tecnología desafía esos dualismos de manera curiosa. No está claro quién hace y quién es hecho en la relación entre el humano y la máquina. No está claro qué es la mente y qué el cuerpo en máquinas que se adentran en prácticas codificadas. En tanto que nos conocemos a nosotras mismas en el discurso formal (por ejemplo, la biología) y en la vida diaria (por ejemplo, la economía casera en el circuito integrado), encontramos que somos ciborgs, híbridos, mosaicos, quimeras. Los organismos biológicos se han convertido en sistemas bióticos, en máquinas de comunicación como las otras. No existe separación ontológica, fundamental en nuestro conocimiento formal de máquina y organismo, de lo técnico y de lo orgánico. La copia exacta de Rachel en el filme Blade Runner de Ridley Scott es la imagen de un miedo, de un amor y de una confusión ante la cultura del ciborg.   

 

Existen varias consecuencias en considerar seriamente la imaginería de los ciborgs como algo más que nuestros enemigos. Los cuerpos son mapas de poder e identidad y los ciborgs no son una excepción. Un cuerpo ciborg no es inocente, no nació en un jardín; no busca una identidad unitaria y, por lo tanto, genera dualismos antagónicos sin fin (o hasta que se acabe el mundo), se toma en serio la ironía. Uno es poco y dos es sólo una posibilidad. El placer intenso que se siente al manejar las máquinas deja de ser un pecado para convertirse en un aspecto de la encamación. La máquina no es una cosa que deba ser animada, trabajada y dominada, pues la máquina somos nosotros y, nuestros procesos, un aspecto de nuestra encarnación. Podemos ser responsables de máquinas, ellas no nos dominan, no nos amenazan. Somos responsables de los límites, somos ellas. Hasta ahora (érase una vez), la encarnación femenina parecía ser dada, orgánica, necesaria, y parecía significar las capacidades de la maternidad y sus extensiones metafóricas. Solamente estando fuera de lugar podíamos sacar un placer intenso de las máquinas y, por supuesto, con la excusa de que se trataba de una actividad orgánica apropiada para las mujeres. Los ciborgs pueden considerar más seriamente el aspecto parcial, fluidos del sexo y de la encarnación sexual. El género, después de todo, podría no ser la identidad global, incluso si tiene anchura y calado histórico.   

 

Una última imagen: la política holística organísmica y de organismos depende de las metáforas de la resurrección e, invariablemente, se basa en los recursos del sexo reproductivo. Quisiera sugerir que los ciborgs tienen más que ver con la regeneración y desconfían de la matriz reproductora y de la mayoría de las natalidades. Para las salamandras la regeneración tras la pérdida de un miembro requiere el nuevo crecimiento de la estructura y la restauración de la función con la constante posibilidad de gemelamiento o de cualquier otra extraña producción topográfica en el sitio de la herida. El miembro crecido de nuevo puede ser monstruoso, duplicado, poderoso. Todas nosotras hemos sido profundamente heridas. Necesitamos regeneración, no resurrección, y las posibilidades que tenemos para nuestra reconstitución incluyen el sueño utópico de un mundo monstruoso sin géneros. 

 

 

La imaginería ciborg puede ayudar a expresar dos argumentos cruciales en este trabajo: primero, la producción de teorías universales y totalizadoras es un grave error que se sale probablemente siempre de la realidad, pero sobre todo ahora. Segundo, aceptar responsabilidades de las relaciones entre ciencia y tecnología significa rechazar una metafísica anticientífica, una demonología de la tecnología y también abrazar la difícil tarea de reconstruir los límites de la vida diaria en conexión parcial con otros, en comunicación con todas nuestras partes. No es sólo que la ciencia y la tecnología son medios posibles para una gran satisfacción humana, así como una matriz de complejas dominaciones, sino que la imaginería del ciborg puede sugerir una salida del laberinto de dualismos en el que hemos explicado nuestros cuerpos y nuestras herramientas a nosotras mismas. No se trata del sueño de un lenguaje común, sino de una poderosa e infiel heteroglosia. Es una imaginación de un hablar feminista en lenguas que llenen de miedo a los circuitos de los supersalvadores de la nueva derecha. Significa al mismo tiempo construir y destruir máquinas, identidades, categorías, relaciones, historias del espacio. A pesar de que los dos bailan juntos el baile en espiral, prefiero ser un ciborg que una diosa.

 

Donna J. Haraway (1991) University of California, Santa Cruz

 

 

Y entonces la pregunta no sería ¿Porque no te enamoras?

Porque en el mundo ciborg no hay posibilidad del amor, al no haber origen no hay final, la repetición infinita genera diferencias pero todas las diferencias son lo mismo.

La pregunta sería más bien ¿Cómo es posible que haya gente que se enamore en el mundo ciborg?   

Y la siguiente pregunta seria

¿El ciborg realmente puede alterar la lógica de dominación informática?

 

Y la respuesta es que no porque no tiene como fundamentar una otredad, la maquina deseante de Deleuze, el cuerpo sin órganos, en el ciborg ya no es una otredad sino la red misma en su reproducción permanente, se necesitaba cruzar al otro lado del espejo e ir a un espíritu trascendete mas alla de Hegel , una vuelta a una mistica de origen profunda que posibilite el amor y la humanidad, en su misterio pascual , en su misterio dhramico y sobre todo ene l encuentro de ambos misterios, la encarnación de estos misterios se dan en la Maestra Simone Weil en ella la filosofía se hace biodramaturgia , y el anti espíritu devela el rostro de la novia del cordero.      

 

 Tenía unos 25 años. Era rara y hasta ridícula. Llevaba trajes negros, desangelados y manchados. Parecía no ver lo que tenía delante, y a menudo chocaba con las mesas al pasar. Sin sombrero, el pelo corto, tieso y despeinado, creaba unas alas de cuervo en tomo a su cara. Tenía una gran nariz de judía flaca, cutis amarillento, que asomaba bajo aquellas alas y tras las gafas de montura de acero... Infundía malestar: la enfermedad, el cansancio, la miseria o la muerte nada importaban a sus ojos... Ejercía una fascinación por su lucidez y por sus ideas de alucinada... Y yo me reía rumiando una cualquiera de sus lentas frases. La idea de que quizá yo amara a Lazare me arrancó un grito, que se perdió en la confusión y el ruido. [2004, 80] Esa imagen que Bataille nos proporciona de Lazare coincide con una pintura de Picasso que data de 1902, de su periodo azul, dicha pintura es titulada La mujer de brazos cruzados, y se dice que posiblemente sea una reclusa del hospital para enfermos mentales de Saint- Lazare de Paris, decimos esto porque tal vez la inspiración de la locura de Simone a Bataille le llegó a través del azul de Picasso. Así, la fisonomía que nos arroja Bataille “de la judía flaca”, de la loca a la que nadie hace caso, es directamente compatible con el desprecio de su obra, pues el hecho de pensar amar la obra de Simone Weil le arranca un grito a cualquiera, porque su escritura es una que hace temblar todo el edificio que comporta la realidad.

 

 

Sin embargo, es necesario heredar la sabiduría que esconde el depósito de oro puro.

 

A veces pienso, a veces existo. Pero iré más lejos. Iré tan lejos como para decir que una relación recíproca más importante debe existir entre nuestro pensamiento, y esa asociación maravillosa de propiedades siempre presente que a nuestra mano nos une. Para demostrar esta reciprocidad de servicios, basta con considerar que nuestro vocabulario más abstracto está lleno de términos que son indispensables para la inteligencia, pero que solo pueden ser proporcionados por los actos o funciones más simples de la mano. . Poner; tomar - agarrar - lugar - mantener - preguntar, y eso es todo : síntesis, tesis, hipótesis, suposición, comprensión ... Esta mano es filósofa. Ella es incluso, e incluso antes de que Santo Tomás el incrédulo, un filósofo escéptico. Lo que ella toca es real. Lo real no tiene, ni puede tener, ninguna otra definición. Ninguna otra sensación engendra en nosotros esta seguridad singular que comunica a la mente la resistencia de un sólido.

 

“el genio no es más que una capacidad para atravesar la noche oscura. Los que carecen de él no bien llegan al borde de la noche oscura, se desaniman y declaran: no puedo; no estoy hecho para esto; no entiendo nada. Por eso el talento es una condición del genio. Antes de abordar la noche oscura constituye una creencia en la propia incapacidad y contra sí mismo.” [2001:290] Los genios de los que habla Weil son aquellos escritores que, así como tuvieron valor para atravesar la noche oscura, lo tuvieron para mostrar de la forma más sencilla y precisa la condición humana, sin esconderla, sin velarla. La literatura de este tipo es de primer orden como sus genios porque ellos tuvieron vocación filosófica y escritural, si el escritor contemporáneo carece de ellas es inútil que se le anime a expresar sus palabras. En cambio a lo que animan las observaciones welianas es que el escritor-filósofo contemporáneo debe fraguar una escritura arraigante desde su vocación que beba de las gotas del pasado vivo, que le ayude y le oriente a atravesar la noche oscura, el azar de los vientos y las colectividades, así curar la lepra de la escritura mediocre, curarse y finalmente curar a una sociedad enferma y por ende incapacitada para despertar a lo real a lo verdadero, para elevarse una vez arraigado entre la tierra y el cielo.  

 

Cuando auténticos amigos de Dios —como lo fue a mi parecer Meister Eckhart— repiten las palabras que han escuchado en silencio durante la unión de amor, y están en desacuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, es sencillamente porque el lenguaje de la plaza pública no es el de la cámara nupcial. Todo el mundo sabe que no hay conversación verdaderamente íntima sino entre dos o tres. Si son cinco o seis, ya el lenguaje colectivo empieza a dominar. Por eso cuando se aplican a la Iglesia las palabras: “siempre que dos o tres de ustedes se reúnan en mi nombre, estaré entre ellos”, se comete un contra sentido. Cristo no dijo doscientos o cincuenta o diez. Dijo dos o tres. Dijo exactamente que está siempre presente en la intimidad de una amistad cristiana, intimidad de la conversación a solas. 

 

 

Cuando Simone Weil dejó Francia durante la guerra para ir a lo desconocido, confió la mayor parte de sus escritos a nuestro cuidado especial, y nos los entregó, no sólo como depósito, sino como una posesión que nos pidió que utilizáramos a nuestro antojo. No hay nada que sugiera que en el secreto de su alma haya revocado esta elección que había sido determinada por el misterio de la simpatía injertada en la oportunidad de nuestro encuentro. Esto es un hecho, y lo afirmamos como tal, sin vanagloria ni falsa modestia. Es posible que no mereciéramos la confianza absoluta que Simone Weil depositó en nosotros. Pero cada privilegio es también una responsabilidad, cada herencia implica un deber, y la única manera de llegar a ser digno de ella es llevar a cabo lo que exige de nosotros. 

 

1.       La responsabilidad de la escritura como fin en sí mismo 2. La noción de valor como corazón de la escritura 3. La escritura independiente 4. La escritura como lectura del mundo 5. La escritura como arraigo 6. La escritura como camino hacia el otro Estas claves son las conforman el compás de la escritura weliana, las que marcan el rumbo y el ritmo de un pensamiento que se tornan hoy por hoy necesarias para filosofía de la resistencia. El compás de la escritura weliana al estar constituida por las claves de la escritura, paren necesariamente y con suficiencia a una escritura resistente, que es resistente porque viene colmada de experiencias vividas, y por lo mismo, busca encarnarse en un medio humano, capaz de mostrar que el trabajo de reflexionar filosóficamente para sentir el universo en un uno mismo necesita en rigor de una indagación permanente de la realidad y la experiencia, indagación en la que el filósofo tendrá que ir lento porque pensar equivale a ir menos de prisa.  

 

La historia humana es la historia de la esclavitud que hace de los hombres, tanto de los opresores como de los oprimidos, el simple juguete de los instrumentos de dominación que ellos mismos han fabricado; rebaja así a la humanidad viva a ser un objeto de la materia inerte. [1982:82] Y en una nota de Cuadernos reafirma: Del fuego del agua etc., de todas esas fuerzas de la naturaleza «que superan infinitamente a las fuerzas del hombre», se ha adueñado la colectividad. Pero esa misma colectividad ha heredado inmediatamente frente al individuo la función opresiva que antes ejercía la naturaleza. ¿Sería deseable el «paraíso terrenal»? Nada habría allí que le enseñara al hombre el principio del dominio de sí mismo, a saber, tratar su propio cuerpo como a una cosa. Estos dos antecedentes, dan muestra que el interés por comprender el carácter del régimen impuesto y qué efectos produce sobre las almas, —mismo que había confesado por correspondencia a Émile Dermeghem a su llegada a Marsella106— está presente en su filosofía desde muy temprano, pero a la vez que esa conexión de varios planos de la realidad a la que su pensamiento alude constantemente se va replanteando, es decir, su pensamiento no abandona los postulados que la investigación permanente de la experiencia le va arrojando, sino que se van afianzando e internando en ellos, hasta tomar forma a través de sus obras, en este caso, en la Ilíada o el poema de la fuerza. Pero a la vez esto muestra que el amor hacia el pasado es su método de investigación, pues no sólo remite al pasado arcano de la antigüedad sino a su pasado inmediato que le abre el camino para pensar y construir la trayectoria de su presente. La Iliada, en ese sentido, no sería un cambio de rumbo, sino que corresponde con los intereses filosóficos que desde muy temprano había formado su  experiencia vivida, y por ende, este artículo es la solidificación del bloque macizo que es su pensamiento. Y aquí, se entiende porqué al principio del apartado anterior decíamos que estos artículos o ensayos eran del tipo de una espera que da frutos, no sólo porque tardaron en encontrar un espacio para ser editados y publicados, sino más bien porque representan proyectos que su pensamiento ha estado madurando en espera de ser revelados en toda su amplitud. Puesto que la meditación sobre las circunstancias políticas, éticas y sociales de su época que se plantea desde un inicio en su labor filosófica ahora se traduce en la meditación de un cadáver, de una materia inerte o cosa que está en relación con el tópico de la fuerza. De algún modo, este método de investigación le ha dado una gran ventaja, pues a través de su escritura pudo prever y explicar la trayectoria de la opresión y cómo esta conduciría a una guerra en la que la condición humana queda estampada en la desgracia y la miseria. Quizá también aquí halle explicación la poca importancia que representó para Jean Paulhan el poema al grado de que no se publicara en Novoux Cahiers sino hasta su llegada a Marsella, pues si el amor hacia el pasado la había conducido a disertar en esos momentos sobre un tema harto peligroso como el régimen impuesto, tal vez otros escritores no fácilmente quisieran tomar partido a tan arriesgada decisión escritural. Ahora bien, atendiendo a la publicación de este ensayo después de la muerte de Weil, podemos decir que la traducción de obras clásicas de la literatura y la filosofía representa uno de sus tantos proyectos, algunos fueron publicados en revistas y otros quedaron plasmados en sus Cuadernos. En lo que respecta al artículo de la Ilíada o el poema de la fuerza es de nuestro conocimiento que aparece póstumamente en la colección de textos de la Fuente Griega, pero este libro es publicado fuera de la decisión autoral de Simone Weil, sin embargo, puede ser concebido como el fruto de las preocupaciones de la pensadora, tal como deja ver su editor francés: “Nos ha parecido que esos textos, así reunidos, permitirían captar mejor de lo que hasta ahora era posible lo que para Simone Weil es el espíritu de Grecia y hasta qué punto su pensamiento se inspira en la fuente griega.”[S. Weil, 1961: 9] La expresión del editor francés, de hasta dónde el pensamiento weliano se inspira en la fuente griega, puede ser completada como la misma autora lo señaló en el artículo de Antígona: “Esos viejos poemas (griegos) son tan humanos, son más comprensibles y conmovedores  para el común de los hombres, para el pueblo que sabe lo que es luchar y sufrir, que para la gente que ha pasado toda su vida entre las cuatro paredes de una biblioteca”[1961:59] Pudiendo afirmar que el espíritu de Grecia para Simone Weil muestra la fuente primigenia de la que parte su pensamiento como tesoros del pasado, como antiguas sabidurías, llenos de experiencia humana y por ende filosófica, en todo caso porque es la confirmación de ese amor hacia el pasado debido a su presente, para salvaguardar la existencia de ese lapso entre pasado y futuro. Y esto se haya planteado en el fondo mismo de la Ilíada o el poema de la fuerza, por dos razones: 1) Los tesoros que ofrece la literatura por estar cargados de experiencia humana y 2) El sentido que esas experiencias arrojan al terreno de lo ético. Expliquemos esas consideraciones. Del poema Simone Pétrement ha expreso que: «La Ilíada o el poema de la fuerza» es uno de los raros artículos de Simone, entre todos los publicados por ella, cuyo tema no es directamente político y social, ni se relaciona directamente con la situación existente, en el momento en que lo escribió. Se habla sí de guerra, pero no de la guerra contra Hitler. Se habla, si, de desdicha, pero de la desdicha de los troyanos, y de los griegos, o de la desdicha en general. Cierto es que las circunstancias contribuyeron muy probablemente a que Simone Centrara su atención en la desdicha de la guerra más que de lo habitual. Pero aparentemente se trata sólo de comprender la Iliada [1997:522] La creación de la Iliada o el poema de la fuerza a ojos de Pétrement denota una actitud extraña en el pensamiento weliano, pues no corresponde con los momentos de guerra que se vive, sin embargo, consideramos que su biógrafa obvia sobre todo en este momento la radicalidad de la experiencia humana para el pensamiento weliana. Por ello, en adelante, mostraremos cómo Simone Weil está hablando de su época y cómo filosóficamente está tratando de modificar la situación existente, ya que forja una escritura resistente en la transmisión de un texto literario-filosófico cargado de experiencia humana, como lo es su Ilíada. De ese modo, se asume que el recurrente viaje que la filósofa emprende al pasado plenamente clásico y griego, revela su interés por la literatura ya que estos textos esconden una riqueza humana cercana a todos nosotros, y representan el esfuerzo de comunicación con una tradición a la que pertenecemos. Sin embargo, dicho embarcamiento está liado a una noción filosófica, la hermosa palabra griega “aletheia” que corrientemente se traduce como señala Marcel Detiene [2004:32] por Verdad, esta noción es la que atraviesa la Fuente Griega un corpus weliano de textos heterogéneos que básicamente responde a la recopilación de textos clásicos antiguos desde Homero, Heráclito y Parménides hasta Sófocles y Platón. Pero, el interés de Simone por poner al alcance de todos la cultura y las tradiciones de occidente, no es el único motivo de sus traducciones de las obras de los grandes genios, sino mostrar que en aquellos poemas los poetas de la palabra no necesitaron de abstracciones para mostrar la verdad de la vida, una que pertenece al orden de lo cotidiano concreto y por ello está más cerca de nosotros, porque tiene el poder revelador de conmover y proporcionar una visión de nuestro tiempo, de nuestro día a día, y eso es lo que se puede extraer de un poema como la Ilíada, una clave de la escritura resistente como lo es el valor como el corazón de la escritura filosófica, ya que la verdad es un valor del pensamiento, tal como lo hemos afirmado en el apartado anterior. En razón de que el valor en estas obras se sitúa en el centro de la reflexión porque— en palabras de Weil— este poema al ser literatura puede presentar verdades, puesto que es aquella fuente de la que se permite sentir el despertar a la verdad. Los poetas de la Fuente griega, en especial Homero, fueron para Simone escritores que amaron la verdad porque para liberar a las palabras y elevar a los otros tuvieron en consideración que: “el poeta produce lo bello por la atención fija en lo real, los valores auténticos y puros de lo verdadero en la actividad de un ser humano se producen por un único y mismo acto por una determinada aplicación de la plenitud al objeto.”[S.Weil, 2001:657 ] Así, el ejercicio del poeta es la actividad del escritor en la medida que la atención fija a lo real es el punto de apoyo para hallar lo verdadero, y esto es de suma importancia porque en términos welianos existe una alianza entre la verdad y la desgracia, esa no es otra que la atención, y “la atención es amor”[2000:35] En ese sentido, si el trabajo del escritor es la atención a lo real, ello implica que para liberar a las palabras tiene que fijar esa atención a base de verdades en donde pueda hallar la desgracia y nombrarla: “encontrar palabras que expresen la verdad de su desgracia; que hagan perceptible el grito lanzado siempre en silencio: ¿Por qué se me hace daño? [Weil, 2000:31] Eso es lo que hace genio al poeta, que no encubre lo real, sino que lo muestra en su horror, es por lo que poetas como Homero, a ojos de Weil, han conseguido trasmitir lo verdadero porque encontraron un modo de que aquella escritura tuviera “algo de alado y sagrado, liviano y fácil de trasportar de generación en generación” [C. Santomé,2004:14], en todo caso, hallaron un modo de liberar las palabras para mostrar la condición humana. Por ello, es que la escritura griega es tan importante para Weil, como clave reveladora de la escritura resistente, porque estos escritos poéticos aun leyéndolos en retrospectiva el tiempo no transcurre, porque es un escrito que se ha anclado en lo eterno por amor a lo verdadero, esto es, una huella de la verdad que se imprime en el pensamiento. Como bien sabemos, para trasmitir esas verdades y dejar aparecer a los genios, Simone Weil se plantea un objetivo concreto como escritora publicando en la revista que presidia una de las fábricas donde trabajó varias de sus traducciones de literatura griega, y en una carta recogida en La condición obrera que redacta al director de dicha fábrica, señala lo siguiente: Mi propósito, debe poder interesar y conmover a todo el mundo desde el director hasta el último peón, y este debe poder penetrar en ella casi sin dificultades, y sin embargo sin tener jamás la impresión de ninguna condescendencia, de ningún esfuerzo realizado a su alcance. [1935:65] De esa condescendencia que reclamó a los escritores de su tiempo, Simone Weil no formaría parte, y aquí se encuentra otra muestra de su escritura resistente, pues se entiende que al concebir la responsabilidad de la escritura como fin en sí mismo, textos como la Ilíada tendrían la intención de conmover a todos sin distinción, y para que todos los lectores pudieran digerir la savia eterna de las palabras y así, recrear las herencias del pasado, y sólo se logrará conmover a todo el mundo sabiendo que esa escritura representa un fin en sí mismo porque muestra la realidad y la experiencia en toda su vitalidad, sin ninguna condescendencia como las propagandas políticas o las abstracciones intelectuales. Por ello, el propósito weliano de contaminar literariamente al personal de una fábrica felizmente logró buen puerto, puesto que sus publicaciones fueron avaladas por los directivos de la empresa donde laboraba. Pero, en particular lo que ocurre a la publicación de La Ilíada o el poema de la fuerza, es que dicho artículo rebasó las pretensiones welianas y penetro en los ojos y vidas de otros lectores que no precisamente eran trabajadores de una fábrica, porque se volvió un escrito resistente que pudo conmover a todo el mundo. Uno de esos  contemporáneos lectores de Simone Weil sería Nicola Chiamoronte107, el ensayista narra su encuentro con el texto de la heredera de Homero: Entonces lo leí por primera vez. Yo estaba en calidad de refugiado en Marsella, viviendo bajo la opresión de la victoria de Hitler sobre Francia, ese acontecimiento nauseabundo y tremendo que en ese momento se veía como si se pudiera tratar de la victoria definitiva de los ‘hombres sin rostro’ sobre las últimas esperanzas frágiles de Occidente. No sabía quién era Emile Novis entonces. Con toda seguridad el autor no era ni un académico ni un littérateur, sino alguien que había padecido espiritualmente y que por medio del intelecto se había purgado de la sensación de derrota que desde los últimos cuatro años pendía sobre Europa. Que esta persona quisiera y pudiera expresarse por medio de una nueva lectura de La Ilíada era señal de que esas humane letters seguían siendo capaces de provocar una reflexión poderosa. [2006: 82]108 El hecho de que Chiamoronte narre el acercamiento con el artículo de Simone Weil, en el pleno desconocimiento de su persona confirma al menos que la estrategia de Weil por firmar su nombre de manera anagramática, estaba funcionando, pero a la vez nos dice que ese nombre absolutamente desconocido se volvía uno de los más importantes para la época, la visibilidad que adquirió Emile Novis por la calidad de sus escritos para interpelar a toda cantidad de lectores es un acontecimiento muy significativo, porque muestra el dominio y la capacidad de una escritura resistente de provocar una reflexión lo suficientemente poderosa para ser escuchada a pesar del aturdidor ruido de las bombas o incluso de la distancia entre continentes.   

 

La importancia de este texto se hace presente en territorio norteamericano más tarde en 1945 cuando Dwith MacDonald109, invita a Mary MacCarthy110 para traducir el artículo de Simone Weil al inglés y publicarlo en su revista Politics magazine, esta revista publicaba artículos no propiamente académicos y presentaba a intelectuales disidentes tanto que a Weil MacCarthy la ubicará en una “fraternidad de indómitos”. La traducción de MacCarthy tan pronto como es publicada llega a manos de Hanna Arendt, y por el informe que nos proporciona Àngela Lorena Fuster [2013:37] hasta donde se sabe por los documentos albergados en Library of Congress de Washington la filósofa alemana incluyó el texto en sus clases de filosofía política. La extensión del pensamiento weliano toca muy pronto el territorio académico por su riqueza y suficiencia filosófica. Podemos ver así, como la escritura independiente de Simone Weil —otra clave de su escritura resistente— se muestra en este artículo y se hace evidente, pues su crítica fue tan sólida que rebasó las expectativas de trasmisión, la Ilíada se entrometió en todos los terrenos y territorios no previstos por la autora, por ser la expresión total de fraguar un juicio propio sobre los hechos que ocurren en el mundo, que conduce directamente a una apropiación de éste frente a la reproducción de las condiciones de existencia que se hacían visibles con una Segunda Guerra Mundial, porque un análisis filosófico como el Weil, que fue capaz de recrear con un poema arcano la construcción de una forma auténtica de pensar y actuar en su contemporaneidad, se muestra como vía posible para repensar el pasado, pensar la   experiencia presente y prever el futuro de un modo totalmente independiente a cualquier escritura que no muestre la ocasión de formar librepensadores. Aduciendo razones parecidas a las señalas al principio de Simone Pétrement, Santa María de Selva111 que ha dicho, que la Iliada de Simone Weil puede leerse, como un comentario indirecto al trágico evento del siglo XX, la más extrema expresión moderna de la fuerza. Pero, ni Pétrement ni Selva han reparado en que el análisis de la Ilíada que realiza la filósofa francesa tiene por objetivo comprender el propio poema épico para prever el rumbo y las implicaciones de la guerra contra Hitler que se vivía en aquellos momentos, así se puede entender que La Ilíada o el poema de la fuerza no es un simple comentario indirecto sino un escrito que desemboca en plasmar fielmente el espesor de la realidad, de un momento en que la necesidad de reflexionar sobre el mundo para percibir y expresar la verdad no se puede hacer esperar. Pues, si hubiera sido un comentario indirecto a la guerra contra Hitler, no hubiera permeado tantos espacios como lo hizo en su momento, al grado de que varios de sus contemporáneos llegaron a sentirse identificados con el texto de Emile Novis, sin conocerla, porque el ensayo de La Iliada o el poema de la fuerza se torna una luz clarificadora entre las sombras, no se trata de una influencia prestada, sino una influencia verdadera, de ser un medio en el que cual el lector pueda tomar parte de ella, en un momento en que no hay suelo para arraigarse porque todo es trinchera o campo minado, la Iliada abre una posibilidad de ser una guía que oriente un tiempo tan nauseabundo y tremendo como lo fue segunda guerra mundial, incluso lo hace ahora, por su vocación comunicativa, por la fortaleza de palabras de orientadoras de almas, y en todo caso porque aquí se halla la escritura como lectura del mundo, dándole a la realidad otra sentido ante los significados y la imposición de la lectura de un régimen corrompido que sólo creaba más seres desdichados. La Iliada de Simone Weil es el empeño insistente de una lectura de la condición humana, que con su bastón de ciego fue capaz de activar la lectura del mundo en sus lectores. En todo caso porque como asegura Valerié Gérad el objetivo último de la obra de Simone Weil es: “dar a los hombres las palabras de las que tienen necesidad para expresar  sus aspiraciones reales y para existir en un espacio público” [2011:53]112. Ese espacio público —abierto a quien quiera tomar parte de él— se fue constituyendo con su escritura en una resistencia del pensamiento para efectuar un cambio de mundo y de condiciones de existencia. Por ello, de esta gran obra, puede decirse que es una escritura arraigante en la medida que dota al hombre de un momento en el que pueda existir humanamente en vez de ser sólo materia inerte, la meditación del cadáver que emprendía en obras tempranas cobra vida a través de la herencia de un poema, pero con ello resucita al hombre en un episodio nauseabundo en el que tiene la necesidad de expresarse en la totalidad de su ser. Tal objetivo converge con su propósito de publicación de dichas traducciones de la literatura y filosofía clásica, compilados en La Fuente Griega. Puesto que, si los horrores de la guerra obnubilan las aspiraciones reales de los hombres, Simone Weil se planteó un modo de hacer posible un espacio en el que la existencia humana pudiera sentirse conmovida no como un objeto o una cosa sino como algo que realmente viviera en un cuerpo y en una carne, más allá del dolor y del sufrimiento que era imposible evitar para plantear ante todo otra manera en que es posible la vida a través de los tesoros del pasado porque es la fuente de la que brota la experiencia humana, dicho propósito no hubiera sido posible si no se pensara en términos de una escritura como camino hacia el otro, porque la escritura de la Ilíada weliana es una comunicación y un dialogo directo con el otro que necesita de una verdad, no aparente, para entrar en contacto real con lo real. La escritura filosófica de la Ilíada es un camino hacia el otro porque al mundo se debe y en él sólo es posible de realizarse y hacerse lo más humanamente posible y de cobrar sentido en la existencia del hombre. El proceso de transmisión en particular de la Iliada develan el carácter que exige a su escritura, que no es otro que forjar en todo momento una escritura resistente, por lo cual podemos pensar que cada clave que hemos mostrado respecto de este ensayo en su conjunto son las armas que permiten digerir y asimilar los tesoros del pasado, y del presente, para recrear nuevas formas de vida y de experiencia humana, para inventar otra realidad diferente de la que nos han impuesto, no como ficción sino en el espesor mismo de la realidad que apela la condición humana.  

 

Si esto es así, lo siguiente será comprender como lo establecimos al principio cómo estas experiencias humanas en concreto nos arrojan directamente al terreno de lo ético. El análisis que hace Simone de la Ilíada está dotado de un sentido ético, más allá de los estudios de lo político y lo trascendente o místico que han realizado Fina Birulés113, Adrian Ferrero114 o Virginia Aspe Armella. 115 No me detendré a explicar las propuestas de estos especialistas, me parecen importantes y están muy bien abordadas, por ello no será necesario comentarlas. Lo que deseo subrayar es la busca por el sentido del ethos encarnado en Simone Weil a través de la influencia del espíritu griego. La historia de esta expresión de verdad comienza cuando Weil fue profesora en SaintQuentin entre las notas de sus manuscritos hallamos el título “La Ilíada o la filosofía de la fuerza”, [1997:202] se desconoce por qué al publicar el artículo en 1941 este responde a otro título semejante, sin embargo, este señalamiento al que pocos o casi ninguno de sus especialistas presta atención nos sirve a nosotros para pensar que en el caso de la Ilíada o el poema de la fuerza germina una propuesta ética a través de la fuerza, en uno de los más bellos poemas de la antigüedad debido al significado que la fuerza tiene cuando está en relación con las palabras y en última instancia de aquellas con nosotros y el mundo. Para ir adentrarnos en materia, comentemos el contexto del poema épico. En principio el poema de Homero puede ser leído como la historia de la cólera humana, de su germen y de sus consecuencias, pero también podemos ver que un poema mediante la escritura refleja una tradición y una cultura, y al hombre en relación con su comportamiento frente a los otros y el mundo del que forma parte. Sabemos que en el contexto de la Ilíada la toma de Troya o Ilión se convierte en el suceso que desatará una disputa entre los líderes del ejercito Aqueo Aquiles y Agamenón, debido al rapto de Criseida —hija de Crises— como botín militar, dicha disputa entre Aqueos ocasiona que los Troyanos consigan victorias, haciendo que la guerra incluso cambie de curso por la muerte de Patroclo amigo de Aquiles. La venganza ahora es contra Héctor quien ha sido el asesino de Patroclo, Aquiles busca vengar la muerte de su amigo y atraviesa con una daga la garganta de Héctor, decidiendo no entregarlo a su padre el rey Príamo, sin embargo, después de las súplicas de aquel rey por el cuerpo de su hijo, Aquiles decide devolverlo porque el rey sufre al igual que él la muerte de alguien a quien amaba. La narración homérica de la muerte y otras venganzas permite reflexionar cómo esa fuerza que desmedidamente fue practicada tanto por los Aqueos como los Troyanos puede confundir y llevar al individuo al extremo de no pensar. La fuerza se esparce a todos los espacios, al grado que tanto los enemigos como los amigos están poseídos por ella, la fuerza marca el rumbo de la desgracia una vez que todos han caído en ella. Este el espejo que sirve a Simone Weil para sumergirse en la fuente griega y reflexionar sobre las implicaciones que tiene la fuerza, sobre todo aquella que mata. Sin embargo, la interpretación Weliana es peculiar y distinta de otras interpretaciones del poema homérico. Un ejemplo de ello puede ser la interpretación del filósofo Alfonso Reyes en su Breve comentario a la Ilíada116 pues señala: “los poemas homéricos son el primer repertorio de las virtudes occidentales características de nuestra civilización.” [1968:32], en esta línea también señala Holmes Beck: “Homero ha querido ver un modo deseable de ser entre los hombres: valor personal, lealtad, y reverencia a los dioses.”[1965:56] Estos autores tienden a exaltar las virtudes homéricas, los héroes y el ánimo militar, sin embargo, Simone Weil hace todo lo contrario, muestra fielmente la obra griega tal cual la escribió Homero, dejando ver en cambio las oscuridades del alma humana, porque la lectura épica de Weil que realiza con su bastón de ciego, es del tipo que enuncia Octavio Paz “cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre, ya lo lleva dentro.” [2003:20] Con ese encuentro que Simone Weil lleva en su corazón da comienzo al análisis de la obra homérica señalando que el verdadero tema de la Iliada es la fuerza: “La fuerza manejada por los hombres, la fuerza que somete a los hombres, la fuerza ante la cual la carne de los hombres se crispa.”[1961:13] La frase a cuchillo con la que comienza Weil, deja ver que su lectura del poema homérico implica un estudio de los modos en que la fuerza se  manifiesta, porque parece que es imposible de percibir cómo la fuerza está presente en todas las relaciones humanas, al grado de modificarlas en cuanto la fuerza entra en contacto con los hombres pues se ven sometidos a su poderío, como materia inerte porque ahí la carne se crispa. Porque la idea que persigue su análisis es comprender cómo es posible que un ser humano pueda ser cosificado de un momento a otro y no sea consciente de ello. En primer lugar, podemos decir, que lo que hace la fuerza es eliminar el cuerpo y el alma de todo hombre, volviéndolo un cadáver o cosa, por ello cada hombre en el dominio de la fuerza ya no es lo que más cuenta para los que los rodea, ha sido rebajado y borrado rápidamente de su existencia en el mundo. Así, lo único que provoca la fuerza es que la humanidad siempre esté lejos de los baños calientes: “En la casa ella ordenaba a sus sirvientas de hermosos cabellos poner cerca del fuego un gran trípode, a fin de que hubiera para Héctor, un baño caliente al retomar el combate. ¡Ingenua! No sabía que muy lejos de los baños calientes el brazo de Aquiles lo había sometido, a causa de Atenas la de los ojos verdes.” [1961:14] Al decir que Héctor está muy lejos de los baños calientes, Simone Weil hace referencia, al mundo lejano de la paz y la serenidad de las aguas termales, debido a la guerra. Los baños calientes en las obras homéricas tanto en la Iliada como la Odisea hacen referencia a ese momento de descanso, de cese de la fuerza, los baños calientes están dentro de las cosas que más vale para el hombre arcaico “somos buenos corredores, buenos marinos, pero para nosotros nada más vale en cualquier momento que la citara, los banquetes, las vestiduras limpias, los baños calientes y el amor.”[Homero,1981:176] Es pues de esas cosas valiosas de las que se encuentra lejano y ausente Héctor cuando sucumbió a la fuerza, y lo mismo ocurre en la vida humana cuando está cerca de la fuerza está lejos de los baños calientes y de todo lo valioso que pueda tener. El análisis que Simone Weil hace de la fuerza en el poema épico continua, y desprende una división entre la fuerza que mata que es una fuerza sumaria y grosera, y la fuerza que en términos de Simone no mata todavía, [1961:14] pero que de todas formas trasformará al hombre en piedra, en materia inerte sin vida. Preguntemos entonces, ¿cuál es esa fuerza a la que se refiere Simone Weil? Si bien a lo largo del artículo no queda definida la noción de esa fuerza, por la forma sencilla en que expone Simone Weil el análisis del  poema es factible seguir las pistas que llevarían a una posible noción de esa fuerza. Frente a tanto horror, miseria y desgracia, sigue diciendo: Vive tiene un alma, y sin embargo es una cosa. Ser muy extraño, una cosa que tiene alma; extraño estado para el alma. ¿Quién podría decir cómo el alma en cada instante debe torcerse y replegarse sobre sí misma para adaptarse a esa situación? No ha sido hecha para habitar una cosa, y cuando se ve obligada a hacerlo no hay ya nada en ella que no sufra violencia… ya no es más que materia, pensando todavía que ya no puede pensar nada. [1961:15] Lo que está tratando de mostrar con esa expresión es que el hombre que está a expensas de la fuerza queda al arrojo de la suerte. Simone Weil considera que es contradictorio que un ser humano sea una cosa, lo cierto es que, una vez convertido en materia inerte, no puede pensar, y por ende tampoco aspirar a ser hombre o una mujer, ya que en ningún instante lo logra porque no recibe la totalidad de su vida. Ha sido despojado de todo lo que lo hace humano, su vida moral, su vida intelectual, su familia, su país. Por ello, esa materia inerte está perdida, y pronto será esclava de alguien que crea manejar la fuerza: “El hombre que se siente débil está en el corazón de las ciudades tan solo, más solo de lo que podría estarlo un hombre perdido en medio del desierto.” [1961:20] La fuerza parece ser un dispositivo de control que puede esclavizar de manera imperiosa, porque aquel que cree manejar la fuerza también es materia inerte y en ese sentido está dominado por la fuerza, ya que no puede pensar no logra ver que él también es esclavo. Por ello, es que “el fuerte no es jamás absolutamente fuerte, ni el débil absolutamente débil, pero ambos lo ignoran.” [1961:23] Así, en su artículo manifiesta recurrentemente que aquel que posee la fuerza avanza en un medio no resistente sin nada que pueda suscitar entre el impulso y el acto ese breve intervalo en que se aloja el pensamiento, por ello dice: Donde el pensamiento no tiene cabida, ni la justicia, ni la prudencia existe. Por eso los hombres de armas actúan locamente. Su arma se hunde en el enemigo desarmado que está a sus rodillas; triunfan de un moribundo describiéndole los ultrajes que sufrirá su cuerpo; Aquiles degüella doce adolescentes troyanos de la hoguera de Patroclo con la misma naturalidad con las que cortamos flores para una tumba. Al usar su poder nunca piensan que las consecuencias de sus actos los obligarán a inclinarse a su vez. Cuando se puede con una palabra hacer callar, temblar, obedecer a un anciano ¿se reflexiona que las maldiciones de un sacerdote tienen importancia a los ojos de los adivinos? ¿Se abstiene de raptar la mujer amada por Aquiles cuando se sabe que él y ella no podrán menos que obedecer a un anciano? Cuando Aquiles goza al ver huir a los miserables griegos, ¿puede pensar que esa huida, que durará y terminará de acuerdo con su voluntad, va a hacerles perder la vida a su amigo y a él mismo? De esa manera aquellos a quienes la fuerza es prestada por la suerte perecen por contar demasiado por ellas. No es posible que no perezcan. [S. Weil, 1961:23] El dominio de la fuerza para Weil es una ficción, sin embargo, “es una ficción que introduce signos, palabras y símbolos a la dinámica social, como si mediante éstos se controlaran las magnitudes mismas que designan.” [C Gómez, 2017: 214], porque está irrealidad de la fuerza se construye a través de las palabras, o él poder que ellas aparentemente puedan tener en realidades sin trasfondo. El objetivo del análisis weliano sobre el poema épico de la suerte humana, es comprender cómo un hombre puede ser cosificado sin que sea consciente de ello, allá aquí su explicación, con algo muy distinto a un arma, pero mucho más peligroso que ello: las palabras. Un ejemplo, puede ser el análisis de la palabra «revolución» que Weil realiza en las primeras páginas de Reflexiones sobre la libertad y la opresión social[1982:9-12], pues señalaba que era preciso tener valor intelectual ante la crisis en que una palabra vacía de contenido se llenaba a expensas de desdichados, de sangre y muchas lágrimas, entonces, era preciso saber si realmente se estaba luchando por una revolución o sólo era una ficción, un mito, un engaño que se levantaba por la fuerza de una palabra. Así, la denuncia Weliana de la fuerza de las palabras, es que al no poseer un contenido real con lo real impiden saber su razón de ser, y lo peligroso de ello es que la vida se entrega ahí, por sólo molinos de viento. La lucha, la guerra, el heroísmo, en la arcana antigüedad; la revolución, la nación, el progreso, en la época de Weil, la productividad, la eficiencia, el rendimiento en nuestra contemporaneidad, todas estas palabras funcionan y han funcionado como un instrumento de manipulación en la mera reproducción de mecanismos y es así porque el vínculo entre las palabras y los actos está roto, porque la fuerza de las palabras sólo confirma el régimen impuesto, y no permite si quiera que se pregunte por la relación que hay entre las palabras y los actos, si estas acaso corresponde con la realidad que se vive o no. Como vemos, esa otra fuerza que no mata todavía se encuentra en correlato con las palabras, donde las palabras a la vez están en relación corrompida con los actos concretos, y “hasta la verdad está supeditada a la categoría de lo inútil” [C. Gómez, 2017:215]en el ejercicio aplastante de las palabras, porque la verdad ahí no importa, sólo hay un mecanismo ciego de acción que todo lo domina y, por ende, la vida misma pierde el sentido.  

 

Es en esta relación de fuerza-palabras-actos donde el poder de trasformar algo en materia inerte parece que se extiende a un poder más aniquilador: una palabra puede despojar a cualquier hombre de su dignidad humana. Porque ni siquiera hay lugares de privilegio, todos sucumben a la fuerza, la condición humana lo demuestra con este bello poema, por ese sabor amargo que procede de la ternura y que se extiende a todos los humanos como la claridad del sol. El hecho de que Aquiles, un héroe, degüelle doce cabezas de troyano a la hoguera de Patroclo con la misma naturalidad con que se cortan flores para flores para una tumba, es prueba de que en la reproducción del mecanismo de la fuerza hasta el héroe es esclavo de la fuerza. “Los que escuchaban la Ilíada sabían que la muerte de Héctor daría una corta alegría a Aquiles, y la muerte de Aquiles una corta alegría a los troyanos, y la aniquilación de Troya una corta alegría a los aqueos.” La fuerza de las palabras está hecha a base de momentos de ficción en que los que como Aquiles nos creemos los héroes que todo lo dominamos al abrigo de la fuerza, sin embargo, lo cierto es sólo son destellantes momentos de una falsa felicidad o alegría que pronto se traduce en la realidad donde vencedores o vencidos somos hermanos de la misma miseria. De ese modo, Simone Weil evidencia que hay una ligereza en aquellos que manejan a los hombres y por eso las palabras razonables caen al vació, hay una ligereza del discurso cuando este no se compromete con los actos, ya que no se actúa conforme a las palabras, una especie de incoherencia de factum y dictum. Las palabras pueden azotar sin sentir que se está siendo violentado “así la violencia aplasta lo que toca” [S.Weil, 1961:27] En nuestra actualidad, por ejemplo ¿Cuántas veces hemos escuchado esa ligereza del discurso ejecutada por aquellos que “dirigen a los hombres”, por políticos de moda, o incluso por intelectuales eruditos? ¿y a cuántos esas palabras se han aficionado como si fueran verdades últimas cuando el único propósito es enmascarar la violencia y la fuerza que esconde? Las palabras poseen una fuerza que es difícil dominar, sobre todo si quien escucha carece de ese espacio para poder resistir y ceder banalmente, por ello hoy cuando más en la historia es preciso tener coraje intelectual y preguntar por las palabras sino están vacías si acaso como dice Weil tienen un contenido “sino es simplemente un engaño que ha suscitado el régimen en su desarrollo y que la crisis actual nos hace al servicio de disipar ¿Quién sabe si no se ha vertido sangre tan vanamente como esos griegos y troyanos del que poeta nos dice  que, engañados por una falsa apariencia, se batieron diez años alrededor de la sombra de Helena?” [1982:12] Hoy no nos batimos alrededor de la sombra de Helena, y tampoco nos batimos en una tercera guerra mundial, pero los estragos y los males que conllevan tomar como ingenua la fuerza de las palabras se muestra en la vida cotidiana a través de la violencia, la intolerancia y en todos aquellos discursos que enmascaran la fuerza con la sombra de lo imperceptible, normalizando su fuerza, una que aplasta lo que toca como en una guerra. Maité Larrauri ha dicho al respecto de este tema que: No es casualidad que la temática de la guerra recorra todos los ensayos welianos desde aquellos años, incluidos los que tratan de política interior, hasta el punto de que puede decirse que Weil interpreta no sólo lo político, sino también lo económico y lo social a través de la guerra: “Después de 1941 —escribe a Schumann— la guerra nunca ha abandonado mi pensamiento.” Por otra parte, se caracterizan por su transparencia las referencias que conectan en una sola trama, categorial, simbólica, la guerra de Troya y la que a traviesa de modo casi ininterrumpido la primera mitad de nuestro siglo.[2002:48] Siguiendo el señalamiento de Larrauri podemos pensar que el drama social de la guerra le ha servido a Simone Weil para pensar sobre el régimen impuesto de la fuerza, donde la guerra de aquella época sólo era un reflejo más de la condición humana que se ha venido moldeando desde la antigüedad en el uso de la fuerza de las palabras. El año de 1941 es importante en la obra de Simone Weil por las circunstancias sociales y políticas de aquel entonces, pero también porque es en ese entonces que el análisis de la Iliada muestra que la gran guerra es contra las palabras, una creación humana que parece del todo ingenua, pero a los ojos de Weil es de las más peligrosas y aplastantes. Desde su colaboración en Nouveaux Cahiers antes de su llegada a Marcela, hay indicios que apoyan nuestra visión de la guerra en Simone Weil, pues ella había preparado los epígrafes para la revista. Simone Pétrement menciona al respecto que: “Paulhan criticó el epígrafe «Poder de las palabras», para el que Simone Weil había escrito «No recomencemos la guerra de Troya» e iniciado un nuevo artículo que no concluyó. [1997: 468] Este señalamiento, muestra cómo desde aquel entonces la fuerza de las palabras estaba presente en sus pensamiento sobre la guerra, y muy seguramente van a dar en la lucidez de un poema como la Ilíada.  

El ejercicio de Weil nos da una digna lección sobre nuestro quehacer hoy día, pues la espera que da frutos, en nuestro caso, por muy difícil que sea trabajar sobre cualquier régimen   impuesto, es que la realidad exige que los filósofos no dejemos banalmente las palabras a otros porque nuestro trabajo radica en preguntar por ellas y evitar así cuanto más se pueda que la ligereza de nuestro discurso contamine a otros de ligereza del pensamiento. En este punto es impórtate decir que si el genio, aquel que construyó la Iliada, tuvo el valor de hablar con la verdad, fue porque la verdad se halla del lado de la muerte como dice Simone Weil, lo cual significa hacer conciencia de que la vida está en función de la muerte, y con ello nuestro lugar en el mundo como seres finitos, como parte de nuestra condición humana. Esta falta de conciencia sobre la finitud de la vida es el mayor de los males de nuestras sociedades del rendimiento, creer que hay un rendimiento o una producción ilimitada es inconcebible porque estamos limitados por la muerte. En todo caso porque repensar el vínculo roto entre las palabras y los actos, permitiría comprender por qué lo humano está fundado en el abuso de la fuerza de las palabras, que se orienta en las nociones de éxito y fracaso que fabrica el rendimiento y la superproducción, pero que al mismo tiempo estos contaminan y distorsionan los valores con que una sociedad se constituye para que corresponda con una realidad aparente de progreso ilimitado que niega a la vez el contacto real con lo real. Por ello, los escritores no debemos perder la ocasión de nombrar las palabras, las palabras razonables, e incluso si no hubiera un espacio para decirlo, habría que encontrarlo puesto que esa es la resistencia del pensamiento, la filosofía de la resistencia no es otra cosa que nombrar aquello que es necesario: la verdad. Porque, de todas las posibles consecuencias de no comprometernos y ser responsables con la escritura filosófica, la de echar por la borda nuestro trabajo como filósofos en el mundo sería las más grave, ya sea por los momentos en que se encuentra el quehacer filosófico debido a la velocidad con que se crea el conocimiento hoy día, ya sea por cumplir con ciertas normatividades que la filosofía no puede cumplir, o incluso por suplantar los esfuerzos que implica la reflexión filosófica por una especie de comodidad recíproca como si el trabajo y el quehacer filosófico en la historia de la humanidad solamente aspiraría por ejemplo a ser una especie de investigador que se justificara por la cantidad de artículos que puede publicar en un año. Seguramente hoy nuestras batallas son diferentes de las de Homero o de su heredera Simone Weil, pero las palabras que se pronuncian o se escriben con tanta ingenuidad poseen  una fuerza desmedida, al grado de que hay cadenas que, aunque no se vean o se dejen escuchar, muros que, aunque no existan han sido ya levantados. Los fragmentos que traduce Simone de la Iliada son actos concretos de la cólera humana y los utiliza para mostrar que la batalla eterna y campal de los hombres es contra la dominación de la fuerza, de sí el hombre será capaz de dominar la fuerza, y más aún la fuerza de las palabras, porque la pregunta que a esto subyace es si acaso la fuerza niega la libertad humana, y ahí el único remedio es que el hombre escape a ella. La oralidad de los poemas épicos permite sentir con mayor ímpetu esa fuerza sobre las cabezas de griegos y troyanos, y en general de todos los hombres en la historia universal. Hasta el momento del análisis de Simone Weil en él sólo se habían visto acciones heroicas dignas de mimesis, sin embargo, Weil muestra que eso que los hombres llaman heroísmo no es otra cosa que humanos dejándose llevar por la embriaguez de una fuerza que creen dominar o bien la sufren por su propia desdicha como Patroclo, por la ingenuidad de la toma en acción de una palabra, por ello, lo importante es mostrar lo débil que somos ante esa fuerza aplastante, que si es desmedida niega la libertad humana y con ello toda posibilidad de moldear nuestros actos frente al mundo. La preocupación weliana por las palabras es tal que, en su análisis épico, la propuesta de fondo es que se reconstruya el vínculo que está roto y desgastado entre las palabras y los actos, que no es otro que el vínculo entre el pensamiento y la vida, para no recomenzar otra guerra de Troya, puesto que la condición humana a lo largo de su historia es atravesada por el abuso de la fuerza como la daga que se hunde en el cuerpo del enemigo para aniquilarlo. Así, señala que: “El que posee la fuerza avanza en un medio no resiste, sin que nada, en la materia humana que le rodea, pueda suscitar entre el impulso y el acto ese breve intervalo en que se aloja el pensamiento.”[1961:23] Por eso es que mientras se gana fuerza se pierde resistencia, porque la resistencia necesita del pensamiento, entonces ante la fuerza de las palabras, para la reconstruir los vínculos destruidos entre palabras y actos es preciso de una resistencia del pensamiento que pueda, como señala Simone Weil: tener rigor geométrico [1961: 24], donde las ideas de mesura y equilibrio que automáticamente castigan el abuso de fuerza no sólo sea servil en la técnica sino que en todo caso determinen la conducta de la vida, porque si el rigor geométrico fue uno de los primeros tópicos de reflexión entre los  griegos a los ojos de Simone Weil lo fue por el aprendizaje de la virtud. Virtud que para la parisina sólo puede verse realizada en un uso moderado de la fuerza cuando se dicen palabras razonables en algunos momentos de la Ilíada: Nada vale para mí lo que la vida, aun todos los bienes que se dice que contiene Ilión, la ciudad tan prospera… Pues se pueden conquistar bueyes, gordos, carneros… Una vida humana, una vez que ha partido, no se reconquista. [1961:28] La idea de mesura y equilibrio que está en correlación con las palabras razonables porque castiga el abuso de la fuerza, raras veces se deja observar y parece que no tiene cabida. El caso de Patroclo en el poema épico, es muestra de ello, pues el guerrero no ha cometido ningún mal, es como dice Simone Weil “uno de esos hombres que en miles de años de historia ha dado prueba de una generosidad tan divina” [1961:33] Patroclo supo ser dulce con todos como nos dice Homero, sin embargo “el soldado que está falto de esta generosidad, poseído por la guerra como el esclavo se ha convertido en una cosa, y las palabras no tienen poder sobre él”[1961:33] pero no tienen poder sobre él las palabras razonables, y Patroclo así es asesinado. La predilección que Simone Weil tiene por los griegos está cargada de sentido en este cuestionamiento, pues señala: “No somos geómetras más que ante la materia.” [1961:24] el sentido que de la mesura tenían los griegos era proporcionado al hombre por la naturaleza misma de las cosas, nosotros carecemos de dicha mesura y nuestras vidas modernas están algo así como comprometidas con la precisión que representa la ciencia y la técnica y por más especialistas que seamos en la comprensión de las fuerzas de la naturaleza o que al menos parezcamos serlo, nuestra comprensión de la capacidad de mesura y dominación de la fuerza en el mundo humano es insuficiente cuando la fuerza se hace presente en el hombre, entre los hombres, entre nosotros, porque “el fuerte no es absolutamente fuerte, ni el débil absolutamente débil, pero ambos lo ignoran.”[S. Weil, 1961:23] Parece entonces que la convivencia del hombre con el mundo supera ese estado de comprensión que suponía la geometría de la naturaleza. Pues sólo hay palabras razonables donde hay mesura y equilibrio, pero, ¿cómo conseguir que existan palabras razonables, en donde se reconstruya el vínculo que está corrompido entre las palabras y los actos? Aquí da cabida una noción tan antigua como los griegos: ethos, algo que compete al hacer y que en definitiva forma nuestro carácter y la forma en que vamos manifestándonos   en el mundo con nuestros actos. La noción de ethos ha ido cambiando en el trascurso de la historia del pensamiento, por ejemplo, como nos comenta Rivero Weber 117 desde Aristóteles puede ser concebida como: “somos lo que hacemos”, sin embargo es Heidegger quien ha resaltado el hecho de que en Homero el vocablo eethos aparece como la “guarida” de los animales, como el lugar en donde el hombre se salva de las inclemencias del tiempo o de sus predadores, de alguna manera este eethos posibilita al hombre su seguridad. No obstante, después el sentido de la palabra eethos se vio modificado, y se comenzó a usar la palabra ethos con una sola vocal simple. Esto sucede después de la escritura de los textos homéricos, y ese momento responde a un cambio en el significado: ya no significará “guarida o hábitat”, sino “costumbre o hábito”. Mas tarde, será Aristóteles quien señalará que la palabra ethos se reformuló y comenzó a significar “carácter”. El maestro Emilio Lledó nos dice que: “El ethos no brota de la reflexión, del pensamiento que interpreta la experiencia, sino que se solidifica en las obras y en la actividad de los hombres.” [1994:17] Cuestión que podría ser pensado como una actividad constante y de la que nadie puede escapar. Pero si el ethos se determina y solidifica a través de los hechos que ocurren en el mundo, ¿qué relación puede tener este con las palabras? Una relación de palabras habla de una relación estricta con los hechos, en tanto que el ethos como las palabras y más precisamente la fuerza de las palabras refieren al mundo, a la realidad y la vida, el primero como actividad concreta de la experiencia y la segunda como sucedánea de la experiencia misma, ambos surgen entonces de las situaciones que al hombre se le van presentando en su día a día, el hilo que trama dicha relación entre las palabras y el ethos no es otros que la experiencia vivida. Sin embargo, es importante detenernos aquí porque la relación que estamos tramando entre el ethos y la fuerza de las palabras, no está del todo establecida en Simone Weil, pero brinda dos señalamiento que hace necesario pensar en una noción de ethos, el primero está contenido en su artículo sobre Moral y literatura: “un hombre tentado de apropiarse de un depósito de dinero no se abstendrá de hacerlo simplemente porque haya leído la Critica de la razón práctica, se abstendrá incluso de sí mismo, si el aspecto mismo del depósito parece gritarle que debe ser restituido.”[S. Weil, 2016: 149] El segundo está indicado al principio del poema épico: “Los que soñaron que la fuerza, gracias al progreso, pertenecía ya al pasado, pudieron ver en este poema un documento; los que saben discernir la fuerza, hoy como antes, en el centro de toda la historia humana, encuentran en él el más bello, el más puro de los espejos.” [1961:13] parece entonces que las acciones humanas no son habilitadas por teorías que nos digan algo del mundo, sino más bien por lo que pasa en él, por las relaciones que nosotros establecemos con los actos y las palabras, en la medida de que experimentamos nuestro carácter o nuestra forma de ser, en todo caso con nuestro ethos. En primer lugar, el hecho de que Simone Weil diga al principio que este poema no es sólo un documento sino el más puro de los espejos, debido al discernimiento que en favor de la reflexión han sabido utilizar, da una pauta para pensar que esto ha sido así, porque el mismo poema tiene la virtud de encarnar la condición humana, y es de ese modo que ha podido sobrevivir y conmover a todos sin distinción. Cada personaje que Simone ha puesto sobre el tapete de la discusión en su análisis, desde Héctor hasta Aquiles, es porque las palabras encarnan los comportamientos de cada hombre, más allá de que se hable de la materia inerte o cosa en que se convierte el hombre por abuso de la fuerza de las palabras, a la escritura de Simone Weil le interesa mostrar la condición humana, porque ella en la medida en que muestre tal cual los actos del pondrá interpelar con las palabras a los demás, al grado que quienes pasen sus ojos por aquella tinta se sentirán identificados, y entonces podrá avanzar en un medio resistente en el que el pensamiento se detenga a reflexionar de manera autónoma sobre la relación que se va tramando entre los actos y las palabras. Por muy difícil y desgarrador que sea mostrar la daga que se hunde en el cuerpo que mata al enemigo, habrá que hacerlo, porque sólo de ese modo el hombre es consciente de su presente en los tesoros heredados. Aquí, cobra sentido que en su artículo sobre Moral y literatura cite la ética kantiana como imposibilitada de pies para transitar en las experiencias de la vida humana, dice ya que la ética que habita en sus reflexiones no puede ser pensada sin la experiencia, esta concepción de la ética estaría en contra del apriorismo ético donde si es posible “la negación de la experiencia de la vida como instancia ética.” [D. Innerarty,1995:52], el apriorismo ético busca aleccionar y no mejorar conductas, así la ética parece independiente de la experiencia, ya que los conflictos humanos de los que habla Kant no son resueltos hasta que aparece el  imperativo ético118 . Sin embargo, en Simone Weil la ética no puede ser pensada sin la experiencia, al grado que no puede existir una sin la otra. Porque la decisión de cada individuo de cómo actuar en todo momento está en relación con su cuerpo, su realidad y su mundo. Pero, sobre todo, porque frente a cualquier teoría ética fundada en un discurso universal a base de argumentos y no de experiencias, el ethos será primordial porque será el modo de ser o actuar lo determinante para experimentar el mundo, y porque incluso en palabras de Daniel Inerarty [1995:50] ningún discurso sobre una teoría ética puede ser iniciado sin la experiencia de la vida, por ello es importante establecer el ethos como realización de sentido ético antes que una teoría ética. Es por ello, que la reconstrucción del vínculo que se haya roto entre palabras y actos es posibilitada por el ethos, en la medida que encarna y da testimonio de la humanidad. En la Ilíada como nos comunica Lledó: “Solo la palabra tenía poder de comunicar otra cosa que el simple dominio del cuerpo y la riqueza, de las almas y la violencia: la palabra se convertía, en una que podía también equivocarse, oscurecerse, desdoblarse; pero que no agotaba sus posibilidades en e1 monótono ejercicio de la fuerza.”[1994: 21] La consideración de que la palabra no agota sus posibilidades al ejercicio de la fuerza es debido a la esperanza que guarda en el ethos, pues de algún modo el ethos impera sobre la fuerza. Simone Weil a lo largo de su análisis épico no pronuncia cuestión cercana al maestro Lledó, pero al menos deja esbozada una calidad de ethos que imperó en su vida y que hizo de su pensamiento una filosofía encarnada: El sentimiento de la miseria humana le da ese acento de sencillez que es la marca del genio griego, y que constituye todo el valor de la tragedia ática y de la Ilíada, es una condición de la justicia y el amor. El que ignora hasta qué punto la fortuna variable y la necesidad tienen a cualquier alma humana bajo su dependencia no puede mirar como semejantes y amar como a sí mismo a aquellos a quienes la suerte los ha separado de él por un abismo. No es posible amar y ser justo si no se conoce el imperio de la fuerza. Las relaciones del alma humana y el destino, la medida en que cada alma modela su propia suerte, lo que una implacable necesidad trasforma en un alma cualquiera conforme a su suerte variable, lo que por efecto de la virtud y de la gracia puede permanecer intacto, es una materia donde la mentira resulta fácil y seductora. El orgullo,   la humillación, el odio, el desprecio, la indiferencia, el deseo de olvidar o ignorar, todo contribuye a esta tentación. Los griegos casi siempre tuvieron la fuerza espiritual que permite no mentirse; fueron recompensados por ello y supieron alcanzar en todas las cosas el más alto grado de lucidez, pureza y simplicidad. [S. Weil, 1961: 42] La ética que de ello se desprende en términos weliano es una de la atención a las palabras, el conocer el imperio de la fuerza es conocer la fuerza que las palabras contienen. El ethos, el carácter ético que cultivamos permitirá conocer esa fuerza, tal vez no dominarla por completo, pero si al grado de poder reflexionar acerca de nuestros actos, y de nuestras acciones. Porque, el ethos o carácter ético es determinado por la actividad de los hombres y las palabras como la filosofía en la concepción de Simone Weil son algo exclusivamente en acto y en práctica, en ese sentido, las palabras están en constante relación con nuestros actos. Las palabras y el hombre funcionan a través de una amalgama que podemos llamar filosofía encarnada por el tejido que esta última crea con la realidad a través de las experiencias, porque nuestros actos también son leídos y porque al final nuestras palabras también son actos. El reconocimiento de esto permite en gran medida darnos cuenta de que la filosofía no viene del enmascaramiento de la existencia sino del enfrentamiento con ella misma, tal enfrentamiento ha sido plasmado a lo largo de muchos siglos de la historia del hombre, ya sea en un poema, en una narración, en una escritura, al final, en palabras. Palabras que son la huella de la existencia del hombre por el mundo y que hablan del interés por comprender la condición humana. Por ello, el escritor, es aquel que narrando es testigo de algo más que grande que le desborda y por esto mismo, tiene que escribirlo, ponerlo en un papel, explorar diferentes senderos, donde el arquetipo es la realidad misma, solamente ahí la escritura puede verse como un ethos encarnado. Quizá por ello Simone Weil al final de su poema diga, de forma un tanto apresurada para algunos: Pero nada de lo que han producido los pueblos de Europa vale lo que el primer poema conocido que haya aparecido en uno de ellos. Reconquistarán quizá el genio épico cuando se sepan que no hay que creer nada al abrigo de la suerte, no admirar jamás la fuerza, no odiar a los enemigos, ni despreciar a los desgraciados. Es dudoso que esto ocurra. [1961:44] Y duda de que ocurra pronto, porque aquello que Weil reprocha a los escritores e intelectuales de su tiempo es justamente su modo de comunicación, su incompetencia para comunicar al lector aquello que realmente importa en la vida, esto es, el carácter del hombre que moldea el modo de vivir. Ninguna verdad abstracta podría transformar la vida del hombre si no se pone el acento en la libertad del individuo para decidir acerca del sentido del texto y de su propia existencia. Weil busca el modo de comunicarse con los otros sin imponerle verdad alguna, pero exigiéndole al mismo tiempo un cuestionamiento ético acerca de su propio modo de vivir, porque la filosofía es incapaz de darse cuenta de que mediante las palabras encarna un ethos del cual es imprescindible a la hora de actuar, porque resulta ser la morada del hombre, la posibilidad de estar cerca de los baños calientes y de poder arraigarse, pero a la vez de ser una responsabilidad con el otro. Si, Nicola Chiamoronte, lector de la Iliada de Simone Weil, se impresionó al conocer humanas lettters fue porque ella fraguó con su escritura resistente una resistencia del pensamiento, a través de un ethos encarnado capaz de seguir siendo una reflexión poderosa, porque ante todo la responsabilidad de su escritura tenía la necesidad de reconquistar el genio épico y ello implicaba mostrar la condición humana. Por ello, para Simone Weil los escritos filosóficos están dotados de un ethos, puesto que aquel escritor para mostrar la importancia de la vida tuvo que enfrentar la vida misma, la realidad y el mundo en que se vive con carácter ético, e imprimir en las palabras el sentido de la propia existencia y la condición humana, así los textos deben estar concentrados en el impacto con que esas palabras llegan a otros, ya que existe una trasmisión y una trasformación a la hora de ser leídos. Cuando los escritores no reflexionamos sobre las palabras que ponemos en un papel o que enunciamos en un dialogo, si acaso están vacías o llenas de contenido, ignoramos a quien a hablamos, no nos preguntamos si acaso nos escucha o puede hacerlo, en cambio le lanzamos un puñado de palabras y conceptos que tal vez no impriman ningún sentido en quien nos oye, y al final todos estos descuidos no nos eximen del hecho de que tal vez lo tacamos con el poder y la fuerza que las palabras contienen. En esa ingenua labor olvidamos por completo si en realidad trasformamos para bien o para mal a una vida, a un ser humano. Por ello la filosofía es una decisión ética, la implicación de la escritura es una decisión constante acerca de moldeo de la vida humana que se hace con las palabras. La muestra de esa decisión ética Simone Weil, nos la heredó a través de la escritura, de su filosofía encarnada.   

 

Pero dejemos esta charla Emanuel no soy nadie para pedirte este amor por la verdad, que la maestra nos exige, aunque intuye que en este amor anidan todos los demás, debo ir ahora a pelear contra mi hermano.

Emanuel - Temo que habéis de perder, señor

Por supuesto que he de perder, pero a diferencia de él no perder el control en mi fuerza, tanto en mi palabra como en mi acción Pero... No podrás imaginarte que angustia siento, aquí en el corazón. Y ¿sobre qué?.. sobre Luz.

Emanuel.- Si sentís interiormente alguna repugnancia, no hay para que empeñaros. Yo me adelantaré a encontrarlos, y les diré que estáis indispuesto   

No, no la maestra nos da un lección de vida y de muerte sepa yo pues morir, y nada mejor que morir en los brazos de mi hermano, luego habitare completamente su corazón.

Emanuel-Con una culpa que le impedirá cualquier acceso al amor.

Esta no es una tragedia Emanuel tampoco una comedia usual llamemos a esta obra una comedia Dharmica que genera la diferencia pero la diferencia que se encuentra en la unidad.  

   

La mujer que custodia el lenguaje percibe el silencio.

 

 

 


   

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